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El relato breve en las preceptivas literarias decimonónicas españolas

Ángeles Ezama Gil


Universidad de Zaragoza



Los conceptos de cuento y novela corta, al igual que el de novela, están ausentes de los tratados clásicos de teoría literaria, circunstancia lógica si se considera que la novela moderna surge como género en el siglo XVII con la obra cervantina, y que la historia de las formas breves se liga indisolublemente a la de aquélla.

La teoría clásica se reitera en los preceptistas dieciochescos y hay que esperar a que se publiquen en 1763 el Cours de belles lettres ou principes de littérature del Abate Batteux y en 1783 las Lectures on Rhetoric and Belles Lettres de Hugo Blair, para encontrar un cambio en el sistema de clasificación de los géneros literarios que permita la inclusión de la novela y formas afines1: a la distinción aristotélica entre poesía e historia le sustituye ahora la establecida entre composiciones en prosa y composiciones en verso.

Las teorías de Blair y Batteux, en particular las del primero de ellos, constituyen el modelo de las preceptivas literarias españolas del pasado siglo2, modelo en cuya transmisión median las traducciones de José Luis Munárriz3 y Agustín García de Arrieta4, respectivamente, que incrementan de modo sustancial el texto original5.

Batteux dedica el volumen IV de sus Principes de littérature, en la edición de 18006, a los géneros en prosa. Por su parte, Blair aborda en el capítulo XXXVII del volumen III de las Lectures, en la edición de 1801, el tratamiento de diversas composiciones en prosa, entre las que incluye la historia ficticia7.

García de Arrieta, que parte de una noción de «literatura» más extensa que la sostenida por Batteux8, añade al texto del preceptista francés, un volumen, el IX, dedicado a la «literatura miscelánea» en el cual únicamente lo relativo a la narración histórica, la composición filosófica y el género epistolar se encontraba ya en el original francés, en tanto que los restantes tratados que contiene son nuevos; es en el tratado IV del citado volumen, es donde se incluye el cuento9.

Por su parte, Munárriz, en el vol. III de su traducción de la obra de Blair10, se refiere también a la historia ficticia y distingue, como el teorizador inglés, entre «romances» y «novelas», añadiendo algunas referencias a este tipo de composiciones en la literatura española, y finalmente refiriéndose a los cuentos, o novelas cortas11.

Las preceptivas españolas decimonónicas son numerosas12, aunque, en conjunto, escasamente originales (en su mayoría se limitan a seguir los modelos clásicos a través de la obra de Blair); su vigencia afecta, casi exclusivamente, el terreno escolar13, son rígidas en sus planteamientos y excluyen lo más novedoso de las corrientes romántica y modernista14.

En estos tratados la referencia al cuento y la novela corta aparece ligada inexcusablemente a la de la novela, puesto que ambas formas narrativas se consideran especies o tipos diferenciados dentro de ésta. El cuento es conceptuado como el germen de la novela, su forma más primitiva; así lo señalan, v.gr., Antonio Gil de Zárate (1844):

[en los pueblos primitivos [...] la novela está reducida a cuentos y alegorías de corta extensión, que se refieren en pocos minutos, y que encantan por lo maravilloso o por la gracia del que los relata]15



y Manuel de la Revilla y Pedro de Alcántara García (1877):

[La Novela es un género muy antiguo, pero que hasta la época moderna no ha adquirido verdadera importancia. Su forma primitiva, popular y fragmentaria, es el cuento].16



Y como más primitiva, corresponde a estados de civilización menos desarrollados, a diferencia de lo que sucede con la novela, fc. Manuel de la Revilla y P. de Alcántara García:

[La Novela propiamente dicha requiere para su aparición un estado social muy complejo, una civilización muy rica y variada, donde lo dramático se produzca fácilmente, donde las relaciones entre las diversas clases sociales, las instituciones, los fines humanos, etc., sean muy íntimas y frecuentes, y donde la vida de familia, la vida interior, tenga verdadera importancia y sea muy libre y rica en aspectos. Por eso en los pueblos primitivos, en los que sin serlo viven sometidos a un régimen uniforme, en los que se mantienen en un estado próximo a la barbarie, o en los que sacrifican por completo la vida individual a la social, la Novela difícilmente se produce y sólo existe el cuento].17



El argumento que se emplea de modo sistemático para discernir el cuento de la novela es únicamente el de la extensión, partiendo de la traducción que Munárriz hace de la obra de Blair:

Los cuentos o novelas cortas, forman en este ramo de literatura una división separada; no tanto por la diferencia del asunto y del objeto que se proponen, cuanto por la diversidad de proporciones a que tienen que ajustarse.18



Criterio éste que se reitera en tratadistas como J. Gómez Hermosilla (1826)19 y Alfredo Adolfo Camus (1845)20.

Dada la relación de estrecha dependencia que el cuento mantiene con respecto a la novela no es extraño que la estimación genérica de aquél coincida con la de ésta. Dicha estimación se revela notablemente ambigua y varía mucho de unos preceptistas a otros, al carecer el género novelístico de una teoría unificada y bien consolidada; la novela se relaciona con la historia21 o con la poesía22, aunque no faltan los que la conceptúan como género mixto23.

En este panorama sólo dos preceptistas conceden a las formas narrativas breves status propio, independiente del de la novela. Agustín García de Arrieta, en la traducción de Batteux, dedica una sección a los cuentos (orientales, y «de brujas y hechiceras»). Por su parte, Manuel Milá y Fontanals sitúa el cuento al nivel de otras narraciones poéticas en prosa:

[I.-Cuento. Ésta es la forma más antigua de las narraciones poéticas en prosa y corresponde por su índole y por sus bellezas a la canción narrativa popular. Muchos pueblos han conservado oralmente los cuentos maravillosos o de hadas, que provienen de antiguo origen y en que campea a su sabor la fantasía poética.

Hay también el cuento-apólogo, favorito de los pueblos orientales, el cuento cómico y aun el cuento epigramático (que se limita a la narración de un hecho ingenioso o de un dicho agudo).

El cuento recibe, cuando se transmite por la tradición oral, una nueva redacción de cada narrador, pero ha sido también imitado por escritores eruditos].24



La terminología que aplican al cuento las preceptivas es diversa, y con frecuencia imprecisa; los marbetes más utilizados en su denominación son, por orden creciente, los de novela corta, novela y cuento.

El término novela corta es de uso poco frecuente. La primera referencia al mismo se localiza en la traducción que Munárriz hace de la obra de Blair25. También utilizan esta denominación M. de la Revilla y Pedro de Alcántara García26. En ambos casos los términos «cuento» y «novela corta» se utilizan de modo indistinto.

La voz novela se aplica para referirse al género narrativo largo en todas las etapas de la historia literaria. Por extensión se aplica también a las formas narrativas breves, en ocasiones en un afán por responder al significado originario del término italiano «novella», y en otras porque las formas breves se consideran especies o tipos distintos dentro del género extenso «novela». Al primer supuesto responde la propuesta de Buenaventura Carlos Aribau, que denomina «novelas» a las narraciones de Juan Ruiz, Timoneda, Boccaccio, Cervantes y don Juan Manuel27. Al segundo parece responder la reflexión de García de Arrieta, cuando lo aplica a obras como las Novelas ejemplares cervantinas y a las numerosas elaboradas a imitación de éstas en el siglo XVII28.

En fin, el término cuento es sin duda el más utilizado para referirse a las formas narrativas breves. No obstante, en el uso que los preceptistas decimonónicos hacen del mismo, la polisemia es la nota más destacada: el término «cuento» es tanto el relato oral como el de carácter literario, sea en prosa que en verso. Ello es debido a que al sentido etimológico del término, por el cual un cuento sería todo relato «que cuenta algo»29, y al de cuento popular, tradicional, de carácter oral30, hay que añadirle el que se deriva de la especialización progresiva del mismo para referirse a una concreta forma narrativa de carácter literario en los términos en que hoy la concebimos31.

El término «cuento» en su dimensión de relato popular, de carácter oral, se aplica de modo general a las formas narrativas más primitivas (cuentos indios, persas y árabes, jonios y milesios); así como a los cuentos maravillosos. Entre todos los preceptistas, es Manuel Milá y Fontanals quien más insiste en la dimensión oral del género32.

Por otra parte, son también «cuentos» composiciones de carácter literario, tanto en verso como en prosa. Entre las primeras se cuentan géneros como la fábula (Hermosilla33), el romance (Antonio Gil de Zárate34) y el poema novelesco (Hermenegildo Giner de los Ríos35).

Entre las últimas se incluyen las narraciones orientales de origen árabe y los fabliaux (A. Gil de Zárate)36, los cuentos de Boccaccio y don Juan Manuel (H. Giner de los Ríos)37; las Novelas ejemplares de Cervantes (H. Blair, trad. Munárriz)38; los relatos de Mme. D'Aulnoy y Hamilton (traducción de Batteux); los relatos de Hoffmann y Poe (M. de la Revilla y P. de Alcántara García)39, los de Trueba y Fernán Caballero (A. Espantaleón y Carrillo -1886-)40 y las leyendas de Bécquer (G. Escribano y Hernández -1896-)41.

No obstante, la distinción entre cuento en verso y cuento en prosa no implica una oposición radical entre ambas formas, puesto que se asume una identidad de naturaleza genérica entre las dos; así, H. Giner de los Ríos, afirma:

[cuento consiste en la narración de un suceso real o fingido, adornado con galas de la fantasía. Generalmente, se toma como base algún suceso verdadero, más o menos desnaturalizado después por la ficción. Por esto se opone siempre en el lenguaje usual el cuento a la historia. Se escriben indistintamente en prosa o verso].42



Esto es así, porque, en buena medida, el término «cuento» se sigue utilizando en su sentido etimológico, y lo que se tiene en cuenta a la hora de catalogarlo es el hecho de que cuente una historia, generalmente de carácter ficticio; así lo señala, v.gr., N. Campillo (1881):

[Algunos dividen este género (las leyendas) en «leyendas» y «cuentos», aplicando el primer nombre a los poemas de asunto histórico o tradicional, y el segundo a los totalmente ficticios. Otros los llaman leyendas, si están versificados, y cuentos a los escritos en prosa; pero éstas son distinciones pueriles y que a nada conducen. Lo importante es que sean buenos y apellídense como quieran].43



Ocasionalmente algunos preceptistas utilizan como sinónimos de «cuento» y «novela» otros términos; v.gr., García de Arrieta44, romances, historietas, ficciones, apólogos, y Pedro Felipe Monlau45, cuentos, historietas, novelitas, anécdotas.

La exigencia fundamental que debe cumplir el género narrativo (ya sea cuento o novela), es su subordinación a una finalidad utilitaria, de instrucción y adoctrinamiento moral46, explícita ya en las Lectures de Blair47 y reflejada con absoluta fidelidad en la traducción de Munárriz:

[se puede hacer uso de las historias ficticias para varios fines, y todos muy útiles. Ellas son unos de los mejores canales para comunicar la instrucción, para pintar la vida y las maneras de los hombres, para mostrar los yerros a que nos arrastran nuestras pasiones, y para hacer amable la virtud y odioso el vicio].48



La misma finalidad se señala en buena parte de las preceptivas literarias, que siguen de cerca el modelo de Blair; así, v.gr., en las de M. de la Revilla y P. de Alcántara García49, y H. Giner de los Ríos50.

No obstante, algunos preceptistas subordinan el género a una finalidad puramente esteticista, v.gr., Narciso Campillo señala que la novela se halla

[dirigida a deleitar por medio de la belleza, porque su aspiración constante es el recreo del espíritu, y la manifestación de lo bello la manera de conseguirlo... [...]

El propio fin de la novela, como de toda obra poética y artística, es la manifestación de la belleza; si, además de conseguirlo, moraliza, tanto mejor; y si también instruye, mucho mejor].51



Otros, en fin, siguiendo el conocido precepto horaciano («Omne tulit punctum qui miscuit utile dulci»), proponen la subordinación del relato a una doble finalidad: instrucción y deleite, v.gr. A. Gil de Zárate52 y Prudencio Mudarra53:

El precepto de la verosimilitud, que tan señalado lugar ocupaba en las preceptivas clásicas, parece quedar relegado a un segundo lugar en la caracterización de los géneros narrativos en estas preceptivas. Se formula explícitamente en teorizadores como B. C. Aribau54 y Prudencio Mudarra:

porque, si bien es cierto que la novela ha de tener, como dice el señor Lista, un maravilloso que encante, también lo es que si ha de ser creído y se ha de contener en los límites de lo bello, no debe traspasar nunca la plena posibilidad exenta de contradicción.55



Otros, como M. de la Revilla y P. de Alcántara García56 y H. Giner de los Ríos57, lo hacen implícitamente, cuando señalan que la novela se basa en la narración de acciones imaginarias que pueden estar fundadas, en ocasiones, en un suceso real.

Otros, en fin, defienden la presencia de lo «maravilloso» en la novela y el cuento para suscitar el interés del lector; v.gr., Alberto Lista (1844)58, Manuel Millá y Fontanals59.

La revisión de algunas de las preceptivas literarias decimonónicas españolas evidencia que el género breve, en sus formas de cuento y novela corta, avanza mucho más rápidamente en la práctica que en la teoría60.

Si el relato breve es en las preceptivas un género estrechamente dependiente de la novela, en la práctica, y al amparo de la prensa periódica, se convierte en una forma literaria independiente que posee su propia especificidad genérica. De esta independencia da fe el hecho de que en las Historias de la literatura se le dediquen al relato breve capítulos exentos, como el que, en la Historia de la literatura española de Ticknor (traduc., 1851 y 1854) trata sobre los cuentos y novelas cortas en el Siglo de Oro61, o el que se dedica al cuento decimonónico en la obra del P. Blanco García La literatura española en el siglo XIX (1891)62.

Por lo que concierne a la cuestión terminológica hay que anotar dos datos: la paulatina imposición del término «cuento» para referirse al género breve, y la incipiente utilización del marbete «novela corta» a partir de los años 80, en un intento, todavía confuso, por discernir las formas narrativas que hoy denominamos «cuento» y «novela corta»63.

La exigencia de instrucción y moralidad a que debe subordinarse el cuento se desprende de la simple lectura de los textos, manifestándose explícitamente en los narradores menos avezados (v.gr., Joaquín Dicenta) y constituyendo la enseñanza implícita que el lector debe deducir del relato en los cuentistas más cualificados (v.gr., Jacinto Octavio Picón).

La preocupación por la verosimilitud, en fin, se evidencia de forma mucho más directa en los textos narrativos, que afirman insistentemente la «realidad» de los sucesos narrados y suelen incluir muchas reflexiones relativas a las dificultades de deslindar lo real de lo ficticio.





 
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