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ArribaAbajoCapítulo IV

Entra el granjero la cena; interrúmpese la conversación, y se vuelve a continuar de sobremesa


Iba fray Blas a replicarle, cuando entró el granjero fray Gregorio con los manteles para poner la mesa, diciéndoles con gracia y con labradoril desembarazo:

-Padres nuestros, onia tiempus habent, tiempus despuntandi et tiempus cenandi. El bendito San Cenón sea con vuesas paternidades, y ahora déjense de circunloquios; que los huevos se endurecen, el asado se pasa, y por el reloj de mi barriga son las nueve de la noche.

-Tiene razón fray Gregorio -dijo el maestro Prudencio.

Y sentáronse todos a la mesa. No fue la cena espléndida, pero fue honrada y decente: dos ensaladas, una cruda y otra cocida, un par de huevos frescos, pavo asado, liebre guisada, y postres de queso y aceitunas; pero fray Gerundio los divirtió mucho en la cena. Como su pedantísimo preceptor el dómine Zancas-Largas, para cada cosa, para cada especie y aun para cada palabra, tenía de repuesto en la memoria un montón de latinajos, versos, sentencias y aforismos que espetaba a todo trance, viniesen o no viniesen, sólo con que en sus textos centones se hallase alguna palabra que aludiese a lo que se discurría o se presentaba; y por este medio pedantesco se hubiese adquirido entre los ignorantes el crédito de un monstruo de erudición y pozo de cencia,como le llamaban en aquella tierra; su buen discípulo fray Gerundio procuró copiarle esta impertinencia, así ni más ni menos como todas las otras extravagancias que eran en el dichoso dómine más sobresalientes. Con esta idea se atestó bien de versos latinos, apotegmas y lugares comunes, para lucirlo en las ocasiones; y cuando le venía el flujo de erudito, era el frailecito una diarrea de disparatorios en latín, inestancable.

2. Luego, pues, que por primera ensalada se presentaron unas lechugas crudas en la mesa, vuelto a su amigo fray Blas, le hizo esta pregunta:


-Claudere quae cenas lactuca solebat avorum;
dic mihi cur nostras inchoat illa dapes?

Algo atajado se halló el padre predicador con la preguntilla; porque, como era en verso latino, y él sólo había estudiado el latín que bastaba para el gasto del Breviario, y aun ése no bien, no la entendió mucho al primer envión, y así le dijo:

-Habla más claro si quieres que te responda.

Pero al fin, volviendo fray Gerundio a repetirle el dístico, pronunciándole con mayor pausa, como por otra parte el latín tampoco era muy enrevesado, vino a entenderle fray Blas y dijo:

-En suma, lo que pregunta ese verso es «por qué nosotros comenzamos a cenar por lechugas, cuando nuestros abuelos solían acabar con ellas». Pues la razón salta a los ojos: porque en casi todas las cosas nosotros comenzamos por donde acabaron nuestros abuelos.

-Díjolo Claudiano -interrumpió al punto fray Gerundio aplaudiendo la explicación-: Coepisti qua finis erat.

Y el maestro se rió tanto de la impertinente prontitud del uno como de la sandez del otro.

3. Siguiéronse después unos puerros cocidos sin cabeza, y apenas los vio fray Gerundio, cuando exclamó:


-Fila Tarentini graviter redolentia porri
edisti quoties, oscula clausa dato.

Confesó fray Blas que sólo entendía que el verso hablaba de puerros, por aquello de porri; pero que para descargo de su conciencia, no percebía lo que quería decir. Entonces fray Gerundio le puso a la vista el régimen o el orden de la construcción: Quoties edisti fila graviter redolentia porri Tarentini, dato oscula clausa; advirtiéndole de paso que en el territorio de la ciudad de Tarento se dan los puerros más afamados de toda Italia, como en Navarra los ajos de Corella, y en Castilla la Vieja los espárragos de Portillo. Con cuya luz, dijo fray Blas:

-Ya me parece que entiendo el concepto del verso. Quiere decir, si no me engaño, que siempre que se comen puerros de Tarento, y lo mismo discurro que sucederá aunque los puerros sean de Melgar de Arriba, más parece que se besa que se come, por cuanto más es chupar que comer, y para chupar se pliegan los labios.

-Dio usted en el hito -replicó fray Gerundio-; pero, con todo eso, mejor que el poeta latino, explicó la insulsez de esta ensalada el castellano que dijo:


Quien nísperos come,
quien bebe cerveza,
quien puerros se chupa,
quien besa a una perra,
ni come, ni bebe, ni chupa, ni besa.

No dejó de reírse tampoco esta vez el maestro fray Prudencio de la candidez de fray Gerundio, cayéndole en gracia el chiste de la coplilla; y aunque alabó la felicidad de su memoria, todavía se compadeció algún tanto de que no la emplease mejor.

4. Él, que se vio celebrado, se tentó un poquillo de vanidad, y hizo empeño de no dejar cosa que saliese a la mesa sin saludarla con su dístico. Así, pues, luego que se pusieron en ella los huevos, cogió uno en la mano, arrimole a la luz y, pareciéndole que tenía pollo, soltó la carcajada y dijo:


-Candida si croceos circumfluit unda vitellos,
hesperius scombri temperet ova liquor.

5. Quedose en ayunas el bueno de fray Blas, porque éste era mucho latín para un predicador romancista; y en ayunas se hubiera quedado, a no haberse compadecido de él su buen amigo fray Gerundio, explicando el pensamiento en este serventesio, que sabía de memoria:


Cuando algún pollo o polla
encierra el huevo en cándido recinto,
la barriga es la olla,
y cuézase en porción de blanco o tinto.

6. Aprovechose de esta ocasión el maestro Prudencio para chasquear un poco al predicador, insultándole sobre su cortedad en el latín, y le dijo con alguna picaresca:

-Paréceme, fray Blas, que tú eres como aquel cura que decía a sus feligreses: «Yo, a la verdad, no sé mucho latín; pero no tiene remedio, me he de dedicar a estudiarle, y hasta que le aprenda no he de hacer más que predicar».

-Paso con esos golpes, padre nuestro -replicó algo atufado fray Blas, que entendió todo el énfasis picante de la satirilla-; para predicar no he menester entender latín de poetas: bástame construir medianamente el de la Biblia; y para eso el calepino y yo a otros dos guapos.

7. En esto salió el asado a la mesa, que era medio pavo; y apenas le columbró fray Gerundio, cuando exclamó en tono de plañidera:


-Miraris quoties gemmantes explicat alas;
et potes hunc saevo tradere dure coquo!

Y sin dar lugar a que volviese a sonrojarse su amigo, dio él mismo la explicación en el siguiente epigrama:


Cuando el pavo ostentoso
la rueda tiende, y brilla majestuoso,
asombrado le miras;
y a éste, que tanto admiras,
cruel, duro, severo,
¡le entregas tú después a un cocinero!

Pero sin embargo de la compasión que esto le causaba, no dejó de meterle bien el cuchillo por la coyuntura; y después de hacer plato al padre maestro, él se quedó con una buena ración de entrepechuga y pellejo, alargando la fuente a fray Blas, con quien no gastaba ceremonias.

8. A este tiempo ya se había envasado algunos tragos, y a cada uno que bebía dedicaba su dístico de los muchos de que había hecho provisión para estas ocasiones, sin pararse en que los dísticos hablasen de los vinos más famosos de Europa en la antigüedad, y el que él bebía fuese un chacolí o un vinagrillo de la tierra. Como él espetase sus versos que hablasen de mosto cocido, todo lo demás era para él muy indiferente; y así al primer trago le saludó con esta impertinencia:


Haec de vitifera venisse picata Viena
ne dubites; misit Romulus ipse mihi.

Al segundo con este disparate:


Hoc de Caesareis mitis vindemia cellis
misit Iulaeo, quae sibi monte placet.

Al tercero con este requiebro:


Haec Fundana tulit felix autumnus opimi,
expressit mulsum Consul, et ipse bibit.

9. En fin, a ningún trago dejó sin su dedicatoria latina; y consta por buenos papeles que en sólo aquella cena brindó veinte veces, y esto sin perjuicio de la cabeza, que la tenía a prueba de jarro, por haberse criado en Campazas con la mejor leche del Páramo y de Campos. No se puede ponderar lo aturdido que estaba el bueno del predicador al oír chorrear tanto latinorio a su amigo y queridito; pues aunque lo más de ello se le pasaba por alto, y allá se iba por el ánima más sola, con todo eso se le caía la baba viéndole lucir tan a taco tendido, protestando que si bien siempre había hecho alto concepto de su ingenio, nunca creyó que llegase a tanto, por no haber concurrido con él en otra función semejante. No sabía cómo diantres había podido meter en la cabeza tanta multitud de versos; y sobre todo, se asombraba de aquella oportunidad con que los aplicaba, siendo así que el desdichado fray Gerundio no esperaba más oportunidad para encajar sus versos, que la de oír o de ver alguna cosa de la cual se hiciese mención en los que tenía hacinados en su burral memoria, usando de la erudición profana puramente por la asonancia, ni más ni menos como había usado de la sagrada en la chistosa salutación que había predicado en el refectorio. Pero como el buen fray Blas tampoco entendía de otras propiedades para el uso y para la aplicación de sus textos, no distinguía de colores; y lo que le sonaba le sonaba, confirmándose en el dictamen de que mozo como aquél no le había pillado la orden en dos siglos.

10. Creció su admiración cuando, sirviéndose a la mesa una cazuela de liebre guisada, oyó a fray Gerundio prorrumpir en esta definitiva sentencia:


-Inter aves turdus, si quid, me judice, certet;
inter quadrupedes, gloria prima lepus.

No entendió el predicador más que a media rienda y así en bosquejo lo que quería decir, aunque ya le dio al corazón poco más o menos cuál sería el pensamiento, cuando notó que diciendo y haciendo, se echaba fray Gerundio en su plato casi la mitad de la cazuela. Pero el padre maestro, que comprehendió muy bien toda el alma del concepto, dijo con su apacibilidad acostumbrada:

-Hombre, eso de que en tu dictamen «entre las aves no hay plato más regalado que el tordo, ni entre los animales, que la liebre», prueba bien que el mismo gusto tienes en el paladar que en el entendimiento, y que el mismo voto puedes dar acerca de una mesa que acerca de un sermón. Yo siempre oí que el tordo era extraordinario de fraile, y la liebre plato de cofradía.

-¿Y quién le ha dicho a vuestra paternidad -replicó fray Gerundio- que en las cofradías no sirven muy buenos platos, y que a los frailes no les dan extraordinarios muy delicados?

-Sustanciales, sí -respondió el maestro Prudencio-; pero delicados, no.

11. En esto salieron los postres: un queso y un plato de aceitunas. Aquí le pareció a fray Blas que sin duda alguna se le había acabado la talega a fray Gerundio; porque, ¿qué poeta se había de poner a tratar de aceitunas y de queso? Pero le engañó su imaginación; y quedó gustosamente sorprehendido cuando vio que tomando el queso en una mano y un cuchillo en otra para partirle, recitó con mucha ponderación este par de coplitas:


Caseus, Etruscae signatus imagine lunae,
praestabit pueris prandia mille tibi.

Y sin detenerse añadió esta traducción, que también había leído:


Con un queso parecido
a la luna de Toscana,
hay para dar de almorzar
a los niños mil mañanas.

-Eso lo mismo será -glosó fray Prudencio sonriéndose-, aunque se parezca a la luna de Valencia; pues no sé que para el caso ni para el queso tenga más gracia una luna que otra. ¿Y qué? ¿No dices nada a las aceitunas?

-Allá voy, padre maestro -respondió fray Gerundio, y tomando media docena de ellas, dijo-:


Haec, quae Picenis venit subducta trapetis,
inchoat atque eadem finit oliva dapes.

Que uno construyó así:


Ésta, que no fue al molino
para que no fuese aceite,
unas veces es principio
y también postre otras veces.

-¿Qué dices, borracho? -le preguntó fray Blas en tono de zumba-. ¿Cuándo sirvieron de principio las aceitunas?

-¿Cuándo? -respondió fray Gerundio-. Cuando se comenzaba a comer por donde ahora se acaba, y cuando las lechugas servían de postre, juxta illud:

Claudere quae cenas lactuca solebat avorum, etc.

Y si no, acuérdese usted de lo que dijo al principio de la cena, que nosotros comenzamos por donde acabaron nuestros abuelos.

12. Halló bastante gracia el maestro en esta reconvención, y se confirmó en su antiguo dictamen de que a fray Gerundio no le faltaba cantera, y que sólo le había hecho falta el cultivo, la aplicación a facultades serias y precisas, la crítica y el buen gusto. Pero al fin, con no poco se acabó la cena, se dieron gracias a Dios, y se levantaron los manteles. Después de lo cual, tomó la mano fray Blas y dijo:

-Padre maestro, acabemos de evacuar el punto de las censuras de los libros, que nos interrumpió fray Gregorio; porque, a lo que veo, me parece que vuestra paternidad es del mismo dictamen que aquel famoso censor del segundo tomo del Teatro crítico universal, que huyendo el cuerpo a la censura del libro, se metió a censurar a los censores. Pero en verdad que llevó brava tunda en cierta aprobación del tercero tomo.

-En la sustancia -respondió el maestro-, del mismo parecer soy, y hallo que tiene mucha razón en lo que dice. El modo puede ser que no hubiese agradado a todos, porque le oí notar de pomposo, arrogante y satisfecho. Y a algunos tampoco les pareció bien que reservase esta crítica para aquel lugar, en que no venía muy al caso, adelantándose tal cual a argüirle de menos consiguiente; pues protestando en la misma censura que no se hallaba «con ánimo de ayudar fructuosamente al autor del Teatro en el arduo y mal recibido oficio de desengañador», él mismo le está ejercitando en la misma censura; con esta diferencia, que el autor del Teatro ejerce el oficio de desengañador de sabios y de ignorantes, pues a todos comprehenden los errores comunes; pero el censor ejerce el de desengañador únicamente de sabios, porque a solos éstos, o en la realidad o en la estimación, se fían por lo común las aprobaciones de los libros.

13. »Sobre la zurra que le da todo un colegio de padres aprobantes del tercer tomo, también he oído variedad de opiniones. Convienen todos en que la corrección fraterna está discreta, bien parlada y con mucha sal, sin que la falte su granito de pimienta; pero como los autores de ella son de la misma estameña que el autor del Teatro, algunos desearan que esta comisión se la hubieran encargado a otro de diferente paño, en quien caería mejor. Dicen que esto de salir a la defensa de uno de su ropa sólo porque no se le alaba, no suena bien; otra cosa sería si positivamente se le hubiera injuriado sin razón, que entonces a ningunos tocaba más inmediatamente sacar la cara por él que a los de casa. Pero este reparo me parece poco justo y aun poco reflexionado; porque aquellos padres maestros no impugnan directamente al censor porque no alaba al autor del Teatro, sino porque censura a los que le alaban a él y a todos los demás autores; conque no tanto es defensa del autor como de los censores, y en ésta todo el mundo tiene derecho a meterse, con especialidad aquellos a quienes se les ha encomendado este oficio.

14. »Algunos maliciosos aún se adelantan a más: paréceles a ellos que ven una gran diferencia de estilo en lo restante de la aprobación y en el párrafo en que se censura al censor de los censores. Con esta aprehensión se les figura, por otra parte, que el estilo de este párrafo es muy parecido al nobilísimo, perspicuo y elegante que gasta el autor del Teatro. ¿Y qué quieren inferir de aquí? Lo que se está cayendo de su peso: que este parrafillo le dictó el mismo autor, pues se hallaba dentro de casa; y sin explicarse más, hacen un gesto y tuercen el hocico. Pero ésta me parece demasiada temeridad y sobrada delicadeza. Conocer en pocos renglones añadidos a otros muchos la diversidad de estilo es para pocos o para ninguno, sin exponerse a juzgar erradamente, salvo que aquélla sea tan visible que luego salte a los ojos; pues claro está que si en un sermón del padre Vieira se mezclaran solos cuatro renglones del autor del Florilogio, un topo vería al instante la diferencia y aun la disonancia. Mas no estamos en el caso. Fuera de que a los buenos escritores nunca los puede faltar un buen estilo, dice Quintiliano: Bonos numquam honestus sermo deficiet; y así como no es imposible, sino muy regular, que uno dé en el mismo pensamiento que otro, así tampoco lo es que le explique de una misma manera. Mas supongamos que el párrafo en cuestión sea del mismo autor del Teatro. Quid inde? No veo en ello cosa que me disuene; porque en él nada se le elogia, y antes se me representa un rasgo de su moderación y de su prudencia. Finjamos por un poco (y es una cosa bien natural) que los reverendísimos aprobantes hubiesen dejado correr la pluma en este punto con algún mayor calor y libertad de lo que pedía la materia. Demos por supuesto (y no es menos natural que lo primero) que confiasen al autor su censura para que la viese antes que se estampase. Como la leyó a sangre fría, notó que estaba un poco acalorada, y tomó de su cuenta templarla, dictando un párrafo en que se dice lo que basta y en realidad a ninguno saca sangre. Esto es lo que yo concibo que pudo ser; pero si fue otra cosa, todo ello importa un bledo.

15. »En lo que no convengo, ni convendré jamás, es en que las censuras de los libros, especialmente las que se hacen de oficio, esto es, por comisión de tribunal legítimo, se conviertan en panegíricos. Y perdónenme los reverendísimos censores del censor de todos ellos; que no me hace fuerza la razón con que intentan defender la práctica contraria. Dicen que «el panegírico que se introduce en la censura, siendo el mérito del autor sobresaliente, es deuda; siendo mediano, urbanidad; y sólo siendo ninguno, será adulación». Yo diría, con licencia de sus reverendísimas, que el panegírico que se introduce en la censura, aunque el autor le merezca, siempre es impertinente; y si no le merece, no sólo es una adulación indigna, sino una mentira, un engaño sumamente perjudicial al progreso de las ciencias, al honor de toda la nación y a la utilidad común. Al censor solamente le mandan que diga sencillamente su parecer sobre el mérito de la obra, aprobándola o desaprobándola, sin que se detenga en alabar al autor, sino que sea indirectamente por aquel elogio que necesariamente le resulta de que se apruebe su producción. Conque pararse muy de propósito a hacer un gran panegírico del autor, aunque sea el de mayor mérito, sin dejar epíteto que no le aplique, renombre con que no le proclame, ni erudición que no ostente el aprobante para exornar su encomio, no sólo no es deuda, sino una obra muy de supererogación.

16. »Ya se entiende que hablo solamente de aquellos largos panegíricos que de propósito se introducen en las censuras, adornados de todo género de erudición, los cuales son los que únicamente se pueden llamar panegíricos. Y de éstos digo que, aunque los autores los tengan muy merecidos, son fuera del asunto en las aprobaciones, digámoslo así, judiciales; y en este sentido, a mi ver, habló también el censor de los censores. Pero aquellos elogios que resultan del breve y sencillo juicio que se forma del mérito de la obra, como de su utilidad, de su inventiva, de su solidez, de su buen estilo, etc., éstos, así como no merecen el nombre de panegíricos, así tampoco deben condenarse en los censores. Antes apenas pueden cumplir con su oficio sin que digan algo de esto; y en este sentido, convengo también en que los elogios pueden ser deuda y pueden ser urbanidad.

17. »Pero, ¿quién ha de tener paciencia para sufrir otros diferentes rumbos que siguen los aprobantes? Todos o casi todos son panegiristas, y de éstos ya he dicho bastante. Algunos añaden a este oficio el de glosadores o adicionadores de la obra que aprueban; otros se meten a apologistas del asunto, especialmente si éste es de materia crítica o de algún punto contencioso. Cuando la obra es apologética, las aprobaciones, por lo común, se reducen a una apología de la misma apología; y aprobación bien larga he visto yo que, sin tocar en la sustancia de la obra hasta el último párrafo, gasta el aprobante muchas hojas en alabar la patria del autor, la nobleza de su origen, las glorias de su religión; y de todo esto infiere que el libro es una cosa grande, y que no puede contener ápice ni punto que se oponga a los dogmas de la fe, ni a la más severa disciplina. Digo y vuelvo a decir que todas éstas me parecen unas grandísimas impertinencias dignas de ser desterradas de nuestra nación, como lo están de casi todas las demás del mundo, cuyos censores se ciñen precisamente a lo que se les manda, diciendo en breves y graves palabras su dictamen y dejando a los lectores que hagan de la obra y del autor todos los panegíricos que se les antojaren.

18. Muy enfrascado estaba el maestro Prudencio en la conversación, cuando advirtió que fray Gerundio se había quedado dormido en la silla como un cepo, y que el predicador bostezaba mucho, cayéndosele los párpados de manera que cada instante necesitaba apuntalarlos. Hízose cargo de la razón, y dispertando a fray Gerundio, no sin mucha dificultad, se fueron todos a la cama, quedando despedido el predicador fray Blas desde la noche; porque pensaba madrugar mucho el día siguiente para marchar a Jacarilla en compañía de su mayordomo el tío Bastián, que para entonces ya le suponían perfectamente convalecido del accidente que le había acometido de sobrecomida, o sobrebebida.




ArribaAbajoCapítulo V

Estrena Fray Gerundio el oficio de predicador sabatino con una plática de disciplinantes


Aún no bien había amanecido el día siguiente, cuando llegó un mozo del convento con una carta del prelado en que mandaba a fray Gerundio que cuanto antes se retirase; porque le hacía saber que la villa había votado una procesión de rogativa por el agua de que estaban necesitados los campos, en la cual había determinado salir la cofradía de la Cruz, y que era menester disponerse para predicar la plática de los disciplinantes. Mucho se holgó nuestro predicador sabatino con esta noticia por cuanto estaba ya reventando por darse a conocer en el público, y se le hacían siglos los días que tardaba una función. Pero fue tan desgraciado, que media hora antes que llegase el propio, había partido para Jacarilla su grande amigo fray Blas, y esto no dejó de contristarle algún tanto; porque le podía dar alguna idea o algunas reglas propias de su buen gusto para disponer aquella especie de función, de la cual nunca habían tratado en particular, y siendo la primera le importaba mucho salir de ella con el mayor lucimiento. Ya se le ofreció consultar el punto con el maestro Prudencio, pero dijo allá para consigo:

-Este viejo me dirá alguna de las que acostumbra: aconsejaráme que encaje a los cofrades un trozo de misión; que diga cómo las calamidades públicas siempre son castigo de los pecados públicos y secretos; que lo confirme con ejemplos de la Sagrada Escritura y de la historia profana, de los cuales me contará un rimero de ellos, porque el viejo sabe más que Merlín; prevendráme que después me deje naturalmente caer sobre la necesidad de aplacar a la divina justicia por medio de la penitencia, porque no hay otro; y por fin y postre querrá que los espete que de este único medio se valió el mismo Jesucristo, derramando toda su sangre por nuestros pecados para satisfacer a su Eterno Padre y aplacar la justa indignación contra todo el linaje humano; y al llegar aquí querrá que me afervorice y que los exhorte a despedazar primero su corazón y después sus espaldas, no con espíritu de vanidad, sino con espíritu de compunción. Esta retahíla me encajará el padre maestro como si la oyera, y me querrá persuadir que a esto y no a otra cosa se debe reducir este género de pláticas; pero a otro perro con ese hueso. ¡Cierto que quedaría yo bien lucido en la primera función en que me estreno de puertas a fuera con predicar como pudiera un carcuezo, y con decir lo que diría cualquiera vieja! Yo me guardaré de preguntarle nada a su paternidad, y compondré mi plática como Dios me diere a entender, sin ayuda de vecinos.

2. Con este pensamiento se entró en el cuarto donde estaba el maestro Prudencio todavía recogido, porque con la conversación de sobrecena se le había encendido la cabeza y había pasado mala noche. Diole parte de la carta con que se hallaba del prelado, el cual le había enviado mula al mismo tiempo para que se retirase, y díjole que si mandaba algo para el convento. El maestro, puesto que no dejó de sentir este incidente, porque había consentido en que ya que no le quitase del todo la bodoquera, podría quitarle algunos bodoques en los paseos y conversaciones de la granja; pero al fin, viendo que no tenía remedio, hubo de conformarse, y solamente le previno que tratase de platicar con juicio y con piedad, porque el asunto lo pedía; advirtiéndole que mediante Dios esperaba oírle.

-Bien está, padre maestro -le respondió fray Gerundio-, pierda cuidado vuestra paternidad; que por esta vez pienso que he de acertar a darle gusto.

Y con esto se despidió.

3. Dice una leyenda antigua de la orden que en todo el camino que había desde la granja al convento, que no era menos que de cuatro leguas largas, iba nuestro fray Gerundio tan pensativo y tan dentro de sí mismo, que no habló ni siquiera una palabra al mozo que iba delante de la mula; y lo que más admiración causó a todos los que le conocían fue que no sólo no se paró a echar un trago en una venta que había en la mitad del camino, pero que ni siquiera reparó en ella. Esto consistió, como él mismo lo confesó después, en que iba totalmente preocupado en hacer apuntamientos mentales, y en buscar especies y materiales allá dentro de su memoria, para disponer una plática de rumbo, que diese golpe y que de contado le acreditase.

4. Desde luego se le ofrecieron a la imaginación como en tropel las confusas ideas de esterilidad, rogativa, cofradía, cruz, penitentes, pelotillas, ramales, sangre, penitentes de luz, etc. Y todo su cuidado era cómo había de encontrar en la mitología o en la fábula algunas noticias que tuviesen alusión con estas especies, pues por lo que toca a la coordinación y al estilo, eso no le daba maldita la pena; pues siguiendo el mismo que había usado en el sermón de Santa Ana, y procurando imitar el Florilogio, estaba seguro del aplauso del auditorio, que era el único objeto que por entonces se le proponía.

5. Para hablar de la esterilidad, al instante se le ofreció la edad de plata y la edad de hierro; porque hasta la primera los hombres eran unos angelitos y la tierra producía por sí misma todo género de frutas y de frutos para su sustento y regalo, sin necesitar de cultivo, el que enteramente ignoraban; pero como en la edad de plata comenzasen a ser un poco bellacos, también la tierra comenzó a escasearles sus frutos, y se empeñó en que no les había de dar alguno sin que les costase su trabajo. Mas aquí estaba la dificultad; porque los pobres hombres, acostumbrados a la abundancia y al ocio, no sabían cómo habían de beneficiarla, hasta que compadecido Saturno bajó del cielo y los enseñó el uso del azadón y del arado, para que, en fin, costándolos su trabajo y sudor, la tierra los sustentase. Pero luego le ocurrió que esto no venía muy a cuento, porque aquí no se trataba de esterilidad nacida de falta de cultivo, sino de falta de agua, y para ésta había de menester una fábula, como el pan para comer.

6. Dichosamente se le vino en aquel punto a la memoria la edad de hierro, en la cual nada producía absolutamente la tierra, ni cultivada ni por cultivar; y es que los dioses la negaron enteramente la lluvia en castigo de las maldades de los hombres, que se habían hecho muy taimados y sólo trataban de engañarse los unos a los otros, como dice el doctísimo conde Natal. No se puede ponderar la alegría que tuvo cuando se halló, sin saber cómo, con una introducción tan oportuna; y apuntándola allá en el desencuadernado libro de su memoria, pasó a resolver en su imaginación algunas especies de mitología que se pudiesen aplicar a cosa de rogativa.

7. A pocas azadonadas se le vino oportunamente a ella aquel famoso caso de Baco cuando, hallándose en la Arabia Desierta por donde caminaba a cierto negocio de importancia, y muriéndose de sed por no encontrar una gota de agua en medio de aquellos adustos arenales, juntó los pastores de la comarca, y formando con ellos una devota procesión o rogativa en honra del dios Júpiter, ofreció que le fabricaría un templo si le socorría en aquella necesidad; y al punto se apareció el mismo Júpiter en figura de un carnerazo fornido y bien actuado de puntas retorcidas, que escarbando con el pie en cierta parte, brotó una copiosa fuente de agua dulce. Y Baco, agradecido, cumplió su voto edificando al dios carnero el primer templo con el título de Júpiter Amón. Diose mil parabienes por este hallazgo, especialmente cuando supo después que el mayordomo de la cofradía de la Cruz en aquel año se llamaba Pascual Carnero, y propuso en su ánimo hacerle Júpiter Amón; con lo que le pareció haber encontrado un tesoro para tocar la circunstancia principal, y tuvo por sin duda, allá para consigo, que desde aquel punto no habría sermón de cofradía que no le pretendiese con empeño.

8. Remachose en este buen concepto que hizo de sí mismo y de su grande suficiencia, cuando para hablar de la misma cofradía, compuesta por la mayor parte de labradores, se le vinieron al pensamiento los sacrificios ambarvales que se hacían en honor de la diosa Ceres tutelar de los campos y de las cosechas; a los cuales sacrificios presidía cierta especie de cofradía compuesta de doce cofrades, que se llamaban los hermanos arvales, esto es, los cofrades del campo, derivando su denominación de arvus, arvi, que le significa; porque aunque es verdad que éstos no eran más que doce, y los cofrades de la Cruz pasaban de ciento, ése le pareció chico pleito, pues si el número siete en la Sagrada Escritura significa multitud, más significará el número doce en la mitología.

9. Donde se halló un poco apurado fue en tropezar con alguna erudición de buen gusto que pudiese aludir a cofradía de la Cruz; y después de haberse aporreado por algún tiempo la cabeza, sin encontrar cosa que le satisfaciese, su buena fortuna le deparó una admirable especie que a un mismo tiempo le sirvió para cumplir gallardamente con la circunstancia agravante de la Cruz, y con la de los penitentes de sangre, que no le daba menos cuidado que la otra. Acordose haber leído en un extraordinario libro, que se intitula Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, cómo en honor del dios Izcocauhqui, que era el dios del fuego, iban los indios al monte por un grande árbol, que con mucho acompañamiento, música y aparato conducían al patio del templo. Allí le descortezaban con extraordinarias ceremonias; le elevaban después a vista de todo el pueblo, para que constase a todos que tenía la altura que prescribía la ley; después le bajaban, y cada uno le adornaba con ciertos papeles teñidos en sangre propia; hecho lo cual, volvían a levantarle con gran tiento, devoción y reverencia. Entonces los amos tomaban a cuestas a sus esclavos, y bailando alrededor de una grande hoguera, que estaba encendida junto al árbol, cuando los pobres esclavos estaban más descuidados, daban con ellos en las llamas y se hacían ceniza.

10. No cabe en la imaginación cuánto se regocijó el bendito fray Gerundio con este, a su parecer, felicísimo y oportunísimo hallazgo; porque en sólo él tenía cuanto había menester para lo que le restaba que ajustar. Había árbol traído del monte con mucho acompañamiento y elevado con grande devoción en el patio del templo. ¿Qué símbolo más propio del árbol de la Cruz? Y más, que por descortezarle después no perdía nada para el intento. Había papelitos teñidos en sangre de los cofrades que levantaban el árbol; cosa ajustadísima y pintiparada a los penitentes de sangre; pues que ésta tiñese papeles o tiñese faldones, es cuestión de nombre, particularmente cuando ya se sabe que de los faldones se hace el papel. Había amos que bailaban alrededor del árbol y de la hoguera con los esclavos a cuestas, a los cuales echaban después en la lumbre, y ellos se quedaban riendo; metáfora muy natural de los penitentes de luz, que son como los amos de la cofradía, los cuales se contentan con alumbrar a los penitentes de sangre para que éstos se quemen y se abrasen a azotes, ya entre los manojos de los ramales, ya entre las ascuas de las pelotillas.

11. Mil parabienes se dio a sí mismo por haber encontrado con una provisión de materiales los más exquisitos y más adecuados para el intento que, a su modo de entender, se podían juntar; y ya quisiera él que la plática fuese el día siguiente para darse cuanto antes a conocer, pues una vez juntos los materiales, en dos horas le parecía que podría disponerla, particularmente habiéndose de reducir a una exhortación muy breve como él mismo lo había observado en las pláticas de aquella especie que había oído, por cuanto se comenzaba a platicar al mismo tiempo que se iba ya formando la procesión. Y en orden a tomarla de memoria, eso le daba poco cuidado, porque realmente era de una memoria feliz y, como dicen, burral.

12. No obstante, haciendo un poco más de reflexión sobre todas las circunstancias de esta última erudición mitológica, no podía enteramente aquietarse, pareciéndole que la aplicación de los papelitos teñidos en sangre a los penitentes de la cofradía era un poco violenta; y aunque juzgó que en caso de necesidad y en un lance forzoso ya pudiera pasar, mayormente en una aldea donde no hubiese más críticos ni más censores que el barbero y el fiel de fechos; pero bien quisiera él hallar otra cosa más terminante y como en propios términos de penitentes de sangre para asegurar más su lucimiento, sin exponerse a melindrosos reparos de gentes escrupulosas, de las cuales había algunas en su comunidad y en el pueblo; que, como llevamos significado, era una villa de media braga, ni tan desierto como Quintanilla del Monte, ni tan poblado como Cádiz y Sevilla.

13. Con este cuidado se iba ya acercando al lugar, asaz pensativo y no poco pesaroso, cuando de repente dio un alegre grito, acompañado de una gran palmada sobre el albardón de la mula, y prorrumpió diciendo:

-¡Hay borracho como yo! ¡Vaya, que soy un mentecato! En el mismo admirable libro intitulado Idea de una nueva historia general de la América Septentrional, pocas hojas más allá donde se refiere lo del árbol y lo de los papelitos de sangre en honor del famoso dios Izcocauhqui, me acuerdo haber leído dos especies que luego las apunté para estas ocasiones, y son tan nacidas para ellas, que aunque yo mismo las hubiera fingido, no podían venir más a pelo. Ambas especies se encuentran en el párrafo diez, que trata de los símbolos de los meses indianos, según Gemelli Carreri; y la primera dice así, porque la tengo en la memoria como si la estuviera leyendo:

14. »Tozoztli, símbolo del segundo mes, quiere decir "sangría o picadura de las venas"; porque asimismo en el segundo día de este mes los indios, o fuese con la punta del maguey, o con navajas de pedernal, en señal de penitencia se sacaban sangre de los muslos, espinillas, orejas y brazos, y ayunaban al mismo tiempo... Era esta fiesta de penitentes dedicada al dios Tláloc, dios de las lluvias». Y más abajo: «Los que tenían el oficio de hacer xuchiles, o ramilletes, entre año, llamados xochimanque, festejaban en la tercera edad a la diosa Chivalticue, que es lo mismo que decir "enaguas de mujer", o por otro nombre Coatlatona, diosa de los mellizos». La segunda especie es como se sigue, sin faltarle tilde:

15. »Hueytozoztli, superlativo de tozoztli, símbolo del tercer mes, quiere decir "punzadura o sangría grande"; porque en deteniéndose las aguas, que no comenzaban hasta este tiempo, correspondiente a nosotros por abril, se aumentaban las penitencias, crecía la saca de la sangre, y eran mayores los ayunos, y aun los sacrificios. La fiesta se hacía al dios Cinteolt, dios del maíz, etc.» Estas dos especies tengo apuntadas en mi cuaderno y encomendadas a mi memoria; ¿y me andaba yo aporreando los cascos por encontrar otras que se adaptasen a las circunstancias principales del asunto? ¿Dónde las había de hallar más exquisitas? ¿Dónde más nuevas? ¿Dónde más cortadas al talle del intento? Aquí tengo esterilidad de la tierra por falta de agua; aquí tengo a Tláloc, dios de las lluvias; aquí tengo una procesión de penitentes de sangre, y no menos que en el mes de hueytozoztli, que es el mismísimo mes de abril en que nos hallamos y en que se ha de celebrar nuestra procesión; aquí tengo xuchiles y xochimanques, esto es, los que hacían ramilletes o ramales, que allá se va todo y es bien corta la diferencia; aquí tengo Coatlatona o enaguas de mujer, cosa tan precisa para que se vistan los penitentes; y en fin, aquí tengo una India y ya no me trueco ni por cuarenta fray Blases, ni por cuantos autores de Florigolios puedan producir las dos Extremaduras. ¡Hola! Pero esto no quita que yo los venere siempre como a mis dos maestros, como a los dos modelos, como a mis originales en la facultad de la carrera que emprendo.

16. Embelesado en estos pensamientos y casi loco de contento, nuestro fray Gerundio llegó a la puerta reglar de su convento; apeose, fue a la celda del prelado, dio su benedicite, tomó la venia, retirose a la suya, desalforjose, desocupó, echó un trago, y sin detenerse un punto puso manos a la obra. Trabajó su plática, que aquella misma noche quedó concluida; y llegado el día de la procesión, a que concurrió mucho gentío de la comarca, Antón Zotes y su mujer, a quienes el mismo hijo había escrito para que viniesen a oírle, sin faltar tampoco el maestro Prudencio, que la noche antes se había retirado de la granja, con gentil denuedo representó su papel, que copiando fielmente del original, decía así, ni más ni menos:

17. «A la aurífera edad de la inocencia: Lavabo inter innocentes manus meas, en trámite no interrupto sucedió la argentada estación de la desidia: Argentum et aurum nullius concupivi. No llegó la ignavia de los mortales a ser letálica culpa, pero se arrimó a ser borrón nigricante de su nívea candidez primeva:


Pocula tartareo haud aderant nigrefacta veneno.

Sobresalientes los dioses: Ego dixi: Dii estis, determinaron prevenir el desorden con admonición benéfica. Admirablemente el simbólico: Ante diem cave; y paralogizaron la corrección en preludios de castigo: Corripe eum inter te, et ipsum solum.

18. »La madre Cibeles (ya sabe el docto que en el étnico fabuloso lexicón se impone este cognomento a la tierra: Terra autem erat inanis et vacua); la madre Cibeles, Cybeleia mater, que dijo oportuno el probóscide poeta: la madre Cibeles, que hasta entonces espontaneaba sus fruges, renegarlas mientras no la reconviniese por ellas el penoso afán del mádido colono: In columna nubis. Mas, ¡oh cielos!, ¿cómo había de elaborar el infeliz agrícola, si le faltaba la causa instrumental para el cultivo, y si del todo ignoraba la causa material y la eficiente para el instrumento? Quaecumque ignorant, blasphemant: quomodo fiet istud? Comiserado Saturno, bajó de lo alto del Olimpo: Descendit de coelis; y enseñó al hombre el uso del azadón tajante y del arado escindente: Terra scindetur aratro. ¿Habéislo entendido, mortales? Luego bien decía yo que siempre son los pecados ocasión de los castigos: Et peccatum meum contra me est semper.Pero aún no estamos en el caso.

19. »A la argentada estación sucedió el século ferrugíneo: Saeculum per ignem; y aunque en él había instrumentos para el cultivo, y poseían los hombres científica comprensión de su manejo: Possedit me in initio viarum suarum, obstruida la cibélica madre, correspondía con esterilidades a los afanes del agrícola: Et pater meus agricola est. Aquí el reparo. Si la reconvenía con sus sulcos el corvo hierro, si la llamaba con sus golpes la afilada plancha, ¿por qué no se daba por entendida? ¿Por qué no producía la tierra verdigerantes frutos? Germinet terra herbam virentem. ¡Qué oportuno Lyra! Porque el cielo empedernido la negaba la lluvia: Non pluit menses septem. Pero ¿qué motivo pudo tener esa tachonada techumbre para tan cruel duricie? Díjolo Cartario, muy a mi intento: porque los hijos de los hombres habían multiplicado las nequicias: Et deliciae meae esse cum filiis hominum. Pues, ¿qué remedio? Oíd al sapientísimo mitólogo:

20. »Despréndase el gran Baco de esa bóveda celeste; enseñe a los hombres a compungirse y a implorar la clemencia del Tonante con una rogativa penitente: Te rogamus, audi nos; ofrézcale cultos y sacrificios en futuras aras, y bajará el mismo Júpiter Amón, que es lo mismo que Carnero, y con una sola patada, o debajo de la planta de su pie: A planta pedis, hará que broten aguas que apaguen la sed y fertilicen los campos: Descendit Jesus in loco campestri. Para el docto no es menester aplicación; vaya para el menos entendido. ¿No es así que ha siete meses que las nubes nos niegan sus salutíferos sudores? ¿No es así que a esta denegación se han seguido los síntomas de una tierra empedernida? Pues institúyase una devota rogativa; vayan en ella los cofrades de la Cruz de penitentes; presídala su digno mayordomo Júpiter Amón, Pascual Carnero, que debajo de sus pies: de sub cujus pede, brotarán aguas copiosas que fecunden nuestros campos:


Horrida per campos bam, bim, bombarda sonabant.

Más: es muy celebrado en las Sagradas Letras el Cordero Pascual: Agnus Paschalis. Sabe el discreto que de los corderos se hacen los carneros. Luego nuestro insigne mayordomo Pascual Carnero sería, cuando niño, Cordero Pascual. La ilación es innegable. Pero aún no lo he dicho todo.

21. »A la frugífera Ceres, diosa tutelar de los campos y de las cosechas, se ofrecían aquellos sacrificios que se llamaban ambarvales, y se hacía una solemne procesión alrededor de los campos para ofrecerla estos sacrificios: Ambarvales hostiae. ¿Y quiénes eran los que principalmente la formaban? Unos devotos cofrades que se llamaban arvales: Arvales frates; los cuales, en sentir de los mejores intérpretes, eran todos labradores. No lo levanto yo de mi cabeza; dícelo el profundísimo Catón: Ambarvalia festa celebrabant Arvales frates, circumeuntes campos, et litabant Ambarvales hostias. ¿Y a quién se ofrecían? Ya lo he dicho: a la diosa Ceres, que se deriva de cera, para denotar también a los cofrades de luz: Vos estis lux mundi.

22. »Mas, porque el crítico impertinente o escrupuloso no eche de menos a los penitentes de sangre, id conmigo; y veréis que esto de los penitentes no es invención de modernos, como quieren algunos ignorantes, sino una cofradía muy antigua, establecida en todos los siglos y en todas las naciones. Ea, dad un salto a la América Septentrional.

23. »Allí veréis al dios Tláloc, superintendente de las lluvias, haciéndose de pencas y no querer desatarlas en el mes de tozoztli, que es el de marzo. Allí veréis que para moverle a piedad se arman los indios de magueys o puntas de pedernal, y se sacan copiosa sangre de todas las partes de su cuerpo. Allí veréis que el irritado Tláloc continúa las señas de su enojo en el mes de hueytozoztli, que corresponde al de abril, en que nos hallamos; y negando en él la agua por los pecados de aquellos infelices, arrepentidos éstos, aumentan las penitencias y se sacan sangre hasta correr por el suelo al rigor de los xuchiles, esto es, a la violencia de los ramales, empapando en ella a la diosa Chivalticue, que es tanto como la diosa de las enaguas; y dirigiendo la penitente procesión al templo de Cinteolt, dios del maíz o trigo de Indias, para que intercediendo con Tláloc y uniéndose con él, los franquease los frutos de la tierra.

24. »Ea, hermanos, a vista de tan oportunos como eficaces ejemplares, ¿qué hacéis? ¿En qué os detenéis? Quid facis in paterna domo, delicate miles? ¿A qué aguardáis para empuñar con brioso denuedo esos cándidos xuchiles, y convocando primero el humor purpúreo a las dos carnosidades postergadas no le sacáis después con los cerosos magueys, hasta dejar empapadas las albicantes Chivalticues, y corra por ellas la sangre a regar la dura tierra: Guttae sanguinis decurrentis in terram? Mirad, fieles, que está enojado nuestro divino Tláloc; mirad que el benéfico Cinteolt se pone de parte de su ceño. Corred, corred a aplacarlos; volad, volad a satisfacerlos; empuñad, vuelvo a decir, esos xuchiles; tomad bien la medida de esos magueys;brote de vuestras espaldas el rojo licor a borbotones. Así aplacaréis la ira de los dioses; así satisfaréis por vuestras culpas; así conseguiréis para vuestros campos epitalamios de lluvia, y para vuestras almas epiciclos soberanos de gracia, prenda segura de la Gloria: Quam mihi et vobis, etc.»

25. No bien había pronunciado la última palabra, cuando resonaron en el templo unos gritos que salían por entre los caperuces, a manera de voces encañonadas por embudo o cerbatana, que decían:

-¡Vítor el padre fray Gerundio, vítor el padre fray Gerundio!

Y lo que más es, que quedaron los penitentes tan movidos con la desatinada plática, no obstante que los más, y aunque digamos ninguno de ellos, había entendido ni siquiera una palabra, que al punto arrojaron las capas con el mayor denuedo y comenzaron a darse unos azotazos tan fuertes, que antes de salir de la iglesia ya se podían hacer morcillas con la sangre que había caído en el pavimento. Las mujeres que estaban junto a la tía Catanla la dieron mil abrazos, y aun mil besos, dejándola al mismo tiempo bien regada la cara de lágrimas y de mocos, todos de pura ternura, y diciéndola que era mil veces dichosa la madre que había parido tal hijo. Un cura viejo, que se hallaba por casualidad inmediato a Antón Zotes, y que sin embargo de haber llevado tres veces calabazas para epístola, una para evangelio y dos para misa, todavía por sus años y por su bondad era hombre respetable, dándole un estrecho abrazo, le dijo:

-Señor Antón, cincuenta y dos pláticas de disciplinantes he oído en esta iglesia, desde que soy indigno sacerdote (en buena hora lo diga); pero plática como ésta, ni cosa que se le parezca, ni la he oído, ni pienso jamás oírla. Dios bendiga a Gerundito, y no me mate Su Majestad hasta que le vea presentado.

26. Déjase a la consideración del pío y curioso lector cómo quedarían el tío Antón y la señora Catuja, cuando oyeron estas alabanzas de su hijo y fueron testigos oculares de sus aplausos. Y también es más para considerado que para referido el gozo, la vanidad y la satisfacción propia que en aquel punto se apoderaron del corazón de fray Gerundio, al escuchar él mismo tan grandes aclamaciones. Pero como son poco duraderos los contentos de esta vida, y siempre dispone Dios que en medio de los mayores triunfos sucedan algunos acaecimientos tristes que nos acuerden que somos mortales, quiso la mala trampa que al bajar del púlpito y en la misma sacristía de la iglesia, le dieron al bueno de fray Gerundio un humazo de narices, que a ser otro que no fuera de tan buena complexión, le hubiera trastornado.

27. Fue el caso que se hallaba de recluta en aquella villa un capitán de infantería capaz, despejado, muy leído; y habiendo oído la plática, luchando a ratos con la cólera y a ratos con la risa, determinó finalmente holgarse un poco a costa del predicador; y entrando en la sacristía, después de darle un abrazo ladino, pero muy apretado, le dijo con militar desenfadado:

-Vamos claros, padrecito predicador; que aunque he rodado mucho mundo, y en todas partes he sido aficionado a oír sermones, en mi vida he oído cosa semejante. ¡Plática mejor de carnestolendas y exhortación más propia para una procesión de mojiganga, ni Quevedo!

Algo cortado se quedó fray Gerundio al oír este extraño cumplimiento; y como en punto de desembarazo no podía medir la espada con el despejo del señor soldado, le preguntó con alguna turbación y encogimiento:

-Pues, ¿qué ha tenido la plática de mojiganga ni de cosa de antruidos?

28. -No es nada lo del ojo, y llevábale en la mano -le replicó el oficial-. Ahí es un grano de anís las fabulillas con que vuestra paternidad nos ha regalado para compungirnos. La de Saturno vale un millón; la de Baco se debe engastar en oro; lo de Júpiter Amón y Pascual Carnero, con aquel retoquecillo del cordero pascual, no hay preciosidades con que compararlo. Y en fin, todo aquel pasaje de los penitentes americanos con enaguas, ramales y pelotillas, los dioses en cuyo obsequio hacían las penitencias, con sus pelos y señales, el motivo de ellas, y hasta la oportunidad de los meses en que las hacían, todo es un conjunto de divinidades. Y vuestra paternidad, aunque tan mocito, puede ser predicador en jefe, o a lo menos mandar un destacamento de predicadores, que si son como vuestra paternidad, pueden acometer en sus mismas trincheras a la melancolía, y no sólo desalojarla de su campo, sino desterrarla del mundo.

Y sin decir más ni dar tiempo a fray Gerundio a que replicase, le hizo una reverencia y salió de la sacristía.




ArribaAbajoCapítulo VI

Donde se refiere la variedad de los juicios humanos, y se confirma con el ejemplo de nuestro famoso predicador Sabatino, que no hay fatuidad que no tenga sus protectores


Así se despidió el bellacón del capitán del bueno de fray Gerundio, habiendo echado un jarro de agua a todas las complacencias con que se hallaba el santo varón por los vítores y aplausos de la iglesia, y dejándole triste, desconsolado y pensativo. Pero como en esta vida ni los gustos ni los disgustos son muy duraderos, el que le causó la satirilla viva y desenfadada del señor oficial le duró poco; porque apenas subió de la sacristía a la celda, cuando se le entró en ella toda la mosquetería del convento: es decir, la gazapiña de colegiales, coristas, legos y gente moza. Como éste, por lo común, es uno de los vulgos más atolondrados del mundo, y por lo mismo uno de los más perjudiciales, no es ponderable el porrazo que dio a casi todos la tal plática; porque no distinguiendo de colores, y gobernándose sólo por el boato y por el sonsonete, a los más les pareció un milagro del ingenio.

2. Entraron, pues, de tropel en la celda de fray Gerundio, con tal zambra, gresca y algazara, que parecía venirse a tierra el convento; y como todos habían sido sus condiscípulos, siendo con corta diferencia de una misma edad, aunque él era ya sacerdote y predicador, no acertaban a mirarle con respeto. Conque dejaron correr las expresiones de su gozo con toda la libertad de una familiarísima llaneza. Unos le abrazaban, otros le vitoreaban, éstos le hablaban por un lado, aquéllos por el otro, algunos le tiraban por el hábito y por las mangas para que les contestase, y no faltaron otros que le levantaron en el aire, aclamándole ya por el mayor predicador que tenía la orden; tanto, que uno que era segundo vicario de coro exclamó con voz gruesa y corpulenta:

-Hasta ahora creía yo que en el mundo no había otro fray Blas; pero bien puede aprender otro oficio, porque todo cuanto predica, aunque tan exquisito, tan conceptuoso y tan raro, es bazofia respecto de lo que hoy hemos oído a fray Gerundio.

A un lego anciano, sencillo y bondadoso, que había sido refitolero más de cuarenta años, y le estaba mirando de hito en hito, se le caían las lágrimas de puro gozo y ternura. El despensero le dijo que tenía a su disposición todo el vino de la despensa; porque a quien tanto honraba el santo hábito, era razón que todo se le franquease. El cocinero se le ofreció muy de veras a su servicio; y hasta el procurador, que no suele ser gente muy bizarra, le regaló desde luego, in voce, con dos barriles de sardinas escabechadas. Y esto sin perjuicio de regalarle con otros dos de otras, cuando las tuviese, en prendas de su amor y complacencia.

3. Déjase a la consideración del pío y curioso lector cuánta sería la de nuestro fray Gerundio, al oírse alabar con tantas aclamaciones; por cuanto no era hombre insensible a sus aplausos, ni tampoco era de parecer, como el otro orador afilosofado, que el grito de la muchedumbre inducía fuertes sospechas de grandes desaciertos.

4. Pero ves aquí que cuando la gente del chilindrón estaba en lo mejor de su trisca, y el bendito fray Gerundio más engolfado en sus glorias, entraron en su celda el prelado, el maestro fray Prudencio y los demás padres graves a darle lo que llaman la acenoria; esto es, la enhorabuena de la función, como loablemente se estila en todas las religiones. Al punto cesó la algazara de los mozos, y cada cual se compuso lo mejor que pudo, metiendo las manos debajo del escapulario, y arrimándose hacia las paredes con los ojos bajos y con reverente silencio. El prelado se contentó con decirle que descansase; y habiéndose detenido un breve rato sin hablar más palabra, se retiró luego. De los demás maestros, unos sólo hicieron el ademán de bajar un poco la cabeza, murmullando entre dientes una especie de enhorabuena estrujada que no se entendía; otros se la dieron con palabras claras, pero tan equívocas, que algún malicioso podía interpretarlas con poca benignidad, como el que le dijo:

-Fray Gerundio, ¡cosa grande!; por el término no la he oído mayor, ni espero oírla igual sino que sea a ti.

Dos o tres de ellos, que eran algo encogidos, y un si es no es taciturnos, solamente le dijeron:

-Dios te lo pague, fray Gerundio; que lo has trabajado mucho.

Y el bueno del frailecito quedó muy solazado, pareciéndole que era lo mismo trabajarlo mucho, que trabajarlo bien.

5. A todo esto callaba el maestro Prudencio, sin hacer más que mirarle de cuando en cuando con unos ojos entre compasivos y severos. Mas, luego que se retiraron los otros padres maestros, viendo que los colegiales amagaban hacer lo mismo, los dijo:

-Esténse quietos; que ahora tengo yo que platicar a nuestro padre platicante, y mi plática también puede ser provechosa para ellos.

Sentose en una silla; hizo a fray Gerundio que se sentase en otra, y volviéndose hacia él, le habló de esta manera:

6. -Fray Gerundio, ¿has perdido el juicio? ¿Estabas en él cuando compusiste una sarta de tanto disparate, y cuando tuviste valor para predicarla? ¿Es esto lo que me ofreciste cuando te despediste de mí en la granja, diciéndome que perdiese cuidado, que por esta vez pensabas que habías de acertar a darme gusto? Pues, ¿qué? ¿Piensas que podía yo gustar del mayor tejido de locuras y de despropósitos que he oído en los días de mi vida, sino que le exceda o le compita la desatinada salutación del sermón de Santa Ana? ¡Y esto es una función de suyo tan seria, tan tierna, tan dolorosa, en que todo debiera respirar compunción, lágrimas, gemidos y penitencia! Estoy por decir que cuando no se hubiera cometido otro pecado que el de tu plática, él solo merecía que nos castigase Dios con el terrible azote de la sequedad y de la esterilidad que padecemos. Pero no me atrevo a decir tanto, porque conozco que no pecas de malicia, sino de ignorancia o de inocencia.

7. »Ven acá, hombre. ¿Tu plática se ha reducido a otra cosa que a atestarnos los oídos de fábulas ridículas, insulsas e impertinentes, verificándose a la letra lo que ya dijo en profecía el Apóstol por ti y por otros predicadores como tú, que huirían de la verdad y convertirían toda su atención a las fábulas, trascendiendo este depravado gusto a los oyentes: A veritate quidem auditum avertent, ad fabulas autem convertentur? ¿Qué fuerza han de tener éstas para movernos a hacer penitencia de nuestras culpas, y aplacar por este medio el rigor de la divina justicia, tan justamente irritada contra ellas?

8. »¿No tendrían más eficacia los ejemplos verdaderos de la Sagrada Escritura y de la historia eclesiástica, una y otra atestadas de los horrendos castigos temporales con que Dios en todos tiempos ha escarmentado los pecados de los hombres, sin dejar el azote de la mano hasta que se le diese satisfacción por medio del dolor, de la enmienda y de la penitencia? Los diluvios, las inundaciones, las guerras, las hambres, las pestes, las esterilidades, los terremotos, los volcanes y todos los demás movimientos extraños de la naturaleza gobernados por el supremo Autor de ella, ¿han nacido jamás de otro principio ni han tenido otro fin?

9. »¿Qué siglo de oro, ni qué siglo de estaño, ni qué siglo de hierro, ni qué embustes de mis pecados? No ha habido más siglo de oro que la estrechísima duración del estado de la inocencia, reducida según los más a pocos días, y según algunos a pocos instantes. Entre la inocencia y la malicia no hubo medio. Desde que comenzaron a multiplicarse los hombres, comenzaron a multiplicarse los pecados, de suerte que éstos solamente fueron pocos mientras fueron pocos los que podían pecar. Y desde entonces comenzó Dios sus amorosos avisos castigando a unos para escarmentar a otros, hasta que extendida la maldad sin dejarse reconvenir del escarmiento, fue también menester que se extendiese el castigo.

10. »Si el tiempo que has perdido miserablemente en leer ficciones lo hubieras dedicado a hojear, aunque no fuese más que de paso, la Sagrada Biblia, en ella encontrarías historias infalibles en que fundar tu exhortación, sin el ridículo y aun sacrílego recurso a patrañas fabulosas. Esterilidad nacida de falta de agua y de sobra de pecados, encontrarías en Egipto en tiempo de Faraón y de José. Esterilidad procedida del mismo principio encontrarías en Israel en tiempo del profeta Elías. Esterilidad originada de la misma causa encontrarías en el reino de Judá en tiempo de los dos Joranes cuñados. Y si después de la historia sagrada hubieras siquiera pasado los ojos por la eclesiástica y por la profana, apenas hallarías siglo que no te ofreciese a docenas los ejemplares en diversos reinos y provincias, con la circunstancia de que no cesó el castigo mientras no cesaron o se disminuyeron los pecados. Pues, ¿a qué fin el recurso a los sueños y a las fábulas?

11. »No quiero decir que el estudio o la noticia de éstas sea inútil, y que no tenga su uso. Tiénelo y muy loable, así para la inteligencia de los autores gentiles, especialmente poetas, como para la comprehensión de la teología pagana, que toda estaba reducida al sistema fabuloso. Pero en el púlpito no debe tener otro uso que el de un altísimo desprecio. Si tal vez se toca alguna, que fuera mejor no hacerlo, debe ser tan de paso y con tanto desdén, que el auditorio conozca la burla que el mismo predicador hace de ella. ¡Es bueno que los gentiles, como escribe Tertuliano, hacían tanta de nuestros sagrados misterios, que solamente los tomaban en boca en los teatros para hacer irrisión de ellos; y ha de haber predicadores cristianos que hagan tanto aprecio de sus fábulas, que apenas se valgan de otros materiales en los púlpitos para engrandecer nuestros misterios, o para persuadir las verdades más terribles y más ciertas de nuestra religión! ¿Cómo se puede persuadir con solidez una verdad por medio de una mentira? ¿Ni qué parentesco pueden tener los misterios de Jesucristo con los embustes de Belial? Quae conventio Christi ad Belial?

12. »Pero supongamos que en la fábula se halle algún remedo, como en muchas de ellas se halla en realidad, de nuestras verdades o de nuestros misterios. ¿Qué fuerza añade a unas, ni que esplendor aumenta a otros, este ridículo remedo? Adelanto más: quiero suponer que la fábula tenga la mayor semejanza imaginable con algunos de los misterios que creemos y adoramos, como, por ejemplo, el nacimiento de Minerva, diosa de la sabiduría, que se fingió haber nacido del cerebro de Júpiter, con la generación del Verbo, que es sabiduría eterna, que fue engendrado desde la eternidad de la mente del Padre. ¿Y qué sacamos de eso? ¿Se nos hace más creíble o más respetable esta verdad porque encontremos un borrón o una oscurísima sombra suya en aquella disparatada mentira?

13. »Ya sabemos todos que el demonio, a quien llama no sé qué Santo Padre perniciosísima mona, para confundir más los misterios de la fe o para hacerlos ridículos, introdujo algunos rasgos o como algunos vislumbres de ellos en las supersticiones paganas, pero tan envueltos entre éstas y tan mezclados de hediondeces, despropósitos y extravagancias, que se conoce el diabólico artificio con que tiró a oscurecerlos o a hacerlos enteramente risibles. ¡Y es posible que lo que el diablo inventó para burlarse de lo que creemos y de lo que él mismo cree con fe tan experimental, ha de servir para que nosotros lo apoyemos!

14. »Pero si el valerse de fábulas en el púlpito para persuadir nuestras verdades siempre es cosa intolerable y en cierta manera especie de sacrilegio, lo es mucho más cuando se predica a gente vulgar y sencilla. El auditorio discreto da a la fábula el valor que se merece, recíbela por su justo precio, y en fin sabe que la fábula es mentira. Respecto de él no hay más inconveniente que mezclar lo sagrado con lo profano, y lo fabuloso con lo verdadero. Sobrada monstruosidad es esta mezcla; pues hasta en los pintores y en los poetas, cuyas licencias son tan amplias, la calificó de intolerable el mejor de los satíricos:


Sed non ut placidis coeant immitia, non ut
serpentes avibus geminentur, tigribus agni.

Mas cuando se predica a un concurso compuesto por la mayor parte de gente del campo, inculta y sin letras, hay el gravísimo inconveniente de que entienda la fábula por historia, la ficción por realidad, y por verdad la mentira. Dígalo, si no, el testamento de aquella vieja que, por haber oído a su cura en los sermones que hacía a sus feligreses hablar muchas veces del dios Apolo, dejó en él este legado: «Ítem, mando mis dos gallinas y el gallo al bendito señor San Pollo, por la mucha devoción que le tengo, desde que oí predicar tanto de él al señor cura». ¿Parécete que será imposible que entre tantos pobres hombres de que se compone la cofradía de la Cruz, a la cual has platicado, no haya algunos y aun muchos que vayan persuadidos a que Ceres, Júpiter Amón, Baco y los demás avechuchos que citaste son unos grandes santos, y los tengan por especiales abogados de la lluvia?

15. »¿Y qué te diré de aquel tejido de dislates tomado de la mitología americana, en que pareció consistía lo fuerte de tu plática, según te inculcaste en ello, y según el esponjamiento y la satisfacción con que lo representaste? No creí que ni aun tú fueses capaz de desbarrar tanto, y mira que ésta es una grande ponderación. ¿Quién diantres te deparó aquellas noticias, ni cómo tuviste la poca fortuna de tropezar con ellas para hacerte más ridículo? Cierto que tienes singular talento de dar con lo peor de los libros, y gracia conocida para aprovecharte de ello. Valga la verdad: tú quisiste hacer ostentación de tu memoria y de tu feliz pronunciación, quedándote con aquellos nombres bárbaros, exóticos y estrafalarios de Tláloc, tozoztli, hueytozoztli, magueys, xuchiles, Chivalticue y Cinteolt, pareciéndote que esto era una gran cosa y que dejabas aturdido al auditorio. Con efecto: así fue, porque aquella pobre gente no distingue de colores, y le basta no entender lo que se dice para admirarlo.

16. »Pero, ¿no me dirás qué gracias o qué chiste tiene eso? La memoria local y material suele ser prenda muy común de los más rudos. Y en fe de que yo lo soy, la poseo tan feliz, aun siendo un pobre viejo, que a la primera vez que oí esos nombres me quedé con ellos, como lo acabas de ver. Pues, ¿qué mucho los hubieses aprendido tú a costa quizá de un ímprobo trabajo?

17. »No quiero decirte nada del estilo pueril, atolondrado, necio y pedantesco, porque es perder la obra y el aceite. Fray Blas y ese maldito Florilogio, que debiera quemarse en una hoguera, te tienen infatuado el gusto y todo conocimiento de lo que es idioma castellano puro, castizo y verdadero. El que usas en el púlpito ni es romance, ni es latín, ni es griego, ni es hebreo, ni sé lo que en suma es. Dime, pecador, ¿por qué no predicas como hablas?

18. »¿Qué quiere decir aurífera edad, trámite no interrupto, letálica culpa, borrón nigricante, candidez primeva, paralogizar la corrección, espontanear las fruges, mádido colono, y toda la demás retahíla de nombres y verbos latinizados con que empedraste tu plática, que la entenderían los cofrades como si los hubieras platicado en siriaco o en armenio? ¿No conoces, desdichado de ti, que ésa es una pedantería que solamente la gastan los ignorantes y aquellos pobres hombres que ni siquiera saben la lengua en que se criaron? ¿No merecías que al acabar la plática, en lugar de los vítores con que te aclamaron los simples, te hubiesen aplicado este otro vítor que te venía tan de molde como al padre fray Crispín, que sin duda debió de ser el fray Gerundio de su tiempo?:


Vítor el padre Crispín
de los cultos culto sol,
que habló español en latín,
y latín en español.

19. »De propósito he querido decirte lo que siento a presencia de todos estos mozos, y para ese fin los hice detener; porque sobre estar ya cansado de hacerte algunas advertencias privadas, y haber visto, con grande dolor mío, que son inútiles mis correcciones particulares, hice juicio que debía hablarte ya más en público, para que no trascendiese a ellos tu mal ejemplo. Mis años y mis canas me dan licencia para esto; y la parte que tuve en que se te dedicase a esta carrera, que tanto apetecías, me obliga en cierta manera a dar esta satisfacción, porque nunca se piense apruebo lo que abomino.

20. »Ni creas que sólo yo soy de este dictamen; pues en ese caso se podía atribuir a la mala condición que regularmente se achaca a los de mi edad, aunque por la misericordia de Dios, la mía no está reputada por la peor. Acompáñanme en él todos los padres graves de la comunidad, esto es, los únicos que tienen voto en la materia. Todos se lastiman, igualmente que yo, del malogro de tus prendas; y en la sequedad y seriedad con que se presentaron a darte la enhorabuena, pudiste conocer lo mucho que los había desazonado tu plática. Si no todos te hablan con la claridad que yo, será, o porque no todos te estiman tanto, o porque no concurren en ellos las particulares circunstancias que concurren en mí para no lisonjearte, o porque en las comunidades tiene grandes inconvenientes el oficio de desengañador; tanto, que hasta los prelados necesitan ejercitarse con mucho tiento, no obstante que su empleo les precisa a practicarle. Yo atropello por todo, pesando menos en mí cuanto tú puedas pensar, otros discurrir y muchos murmurar, que el deseo de tu estimación, el bien de las almas, el decoro del púlpito y el crédito de la orden».

21. Y al decir esto se levantó de la silla, tomó la puerta, se salió de la celda y se fue a la suya. Fray Gerundio quedó pensativo, los colegiales por un largo rato silenciosos, y los legos mirando a éstos y a aquél. Unos escupían, otros gargajeaban, algunos se sonaban la narices; y ninguno se atrevía a hablar palabra, hasta que un colegial, teólogo del cuarto año (como lo dejó notado un autor curioso, indagador y menudo), el cual era alegrete, vivaracho, intrépido y decidor, rompió el silencio diciendo:

-¿Quién va tras el viejo con bizcochos y vino, y a hacerle mudar camisa, porque el sermón ha estado largo, patético, moral y fervoroso?

Riéronse todos menos fray Gerundio, que aún se mantenía suspenso, cabizbajo y como medio corrido.

22. Pero presto le consoló el teologuillo; porque llegándose a él y dándole dos palmadas sobre los hombros, le dijo:

-Hola, fray Gerundio, sursum corda. Pues, ¿qué? ¿Haces caso de las misiones de nuestros padres Matusalenes? ¿No ves, hombre, que tienen el gusto con más cazcarrias y lagañas que ojos de aprendiz de bruja? ¿Qué saben ellos cómo se ha de predicar, si ya casi se les ha olvidado cómo se ha de vivir? Todo lo que no les huele a antaño les ofende, y ellos nos apestan a los demás con sus antañadas. Ellos conocieron al mundo así, y dádoles ha que se ha de mantener el mundo como ellos le conocieron, sin hacerse cargo de que la bola da vueltas, que por eso es bola. Como ya no pueden lucir, rabian cuando otros lo lucen; a manera de aquellos árboles secos de puro carcuezos, que en tiempo de primavera, al llenarse los otros de flores y de verdes hojas, ellos parece que se secan más de pura envidia.

23. »Hablan de los sermones como de las modas y de los bailes. Un corbatín los espirita, por cuanto ocupa el lugar que debiera ocupar una valona: y no pueden mirar sin furor unos calzones ajustados, acordándose de sus zaragüelles. La mariona, la pavana y las folías valen para ellos más que todos los paspieses del mundo, y todos los valencianos juntos los darán gana de vomitar en comparación de un zapateado. Ni más ni menos en los sermones: erudición, mitología, elevación de espíritu, cadencia armoniosa, pinturas, descripciones, chistes, gracia, todo los provoca a vómito; y es que tienen el estómago del gusto tan destituido de calor como el del cuerpo. Nada pueden digerir, sino que sean papas, puches, picadillos y, a lo sumo, carnero y vaca cocida.

24. »¿Hay cosa como querernos persuadir que las fábulas no se hicieron para el púlpito? Pues, ¿para dónde se hicieron? ¿Para los estrados y para los locutorios de monjas? ¿Puede haber gracia mayor ni mayor ingenio que probar una verdad con una mentira, y calificar un misterio infalible con una ficción? Aquello de salutem ex inimicis nostris, ¿no es del Espíritu Santo? Y lo otro de contraria contrariis curantur, ¿no es del divino Hipócrates? Y lo de más allá de opposita juxta se posita magis elucescunt, ¿no es del profundo Aristóteles? ¿Cuándo está mejor ponderada la virtud del sacramento del bautismo y la del agua bendita, que poniéndola al lado de la que fingían a las aguas lustrales con que se purificaban los gentiles para disponerse a los sacrificios? Lustravitque viros, que dice el incomparable Virgilio. ¿Ni cómo es posible explicar con gracia la que tiene el sacramento del matrimonio, sin hacer una bella descripción del dios Himeneo, presidente de las bodas o el dios casamentero, joven bizarro, de estatura heroica, blanco y rojo como un alemán, pelo blondo, su hacha encendida en la mano y coronado de rosas? Y para ponderar la fineza de Cristo en el sacramento de la eucaristía, ¿se ha encontrado hasta ahora razón más convincente, ni se ha inventado en el mundo pensamiento más delicado que el de aquella fabulilla de Cupido, cuando para rendir a cierto corazón un poco duro, después de haber apurado inútilmente todas las flechas del aljaba, él se flechó en el arco y él se disparó a sí mismo, con lo cual quedó el susodicho corazón blando y derretido como una manteca?

25. »Dice el padre nuestro que usar de fábulas en el púlpito es de ignorantes y de pobres hombres. Eso sería allá cuando su paternidad nació y se usaba el baile de las paraletas; pero hoy que está el mundo más cultivado, es otra cosa. Yo tengo en mi celda varios sermones impresos de un famoso predicador de estos tiempos, que asombró en Aragón, aturdió en Navarra y atolondró en Madrid; tanto, que se ponían los soldados a las puertas de los templos donde predicaba, para evitar la confusión y el desorden en el tropel de los concursos. Y este tal predicador, a quien no negará el padre maestro, ni hombre mortal se lo ha negado, que es ingenio conocido, apenas predicaba sermón cuyas pruebas no se redujesen a encajonar una fábula entre un lugar de la Sagrada Escritura; y en verdad, en verdad que no perdió casamiento, y que no comoquiera le aplaudieron los vulgares, sino también muchos hombres que tenían señoría.

26. »Entre otros me acuerdo de cierto sermón, que predicó en la profesión de dos ciertas señoras muy distinguidas, y luego se dio a la prensa como cosa grande; en el cual, porque el hábito de la orden es de color negro, las comparó con grandísima propiedad a la diosa Vesta, que sobre la fe y la palabra de Cartario, vestía también de este mismo color: Factum est ut nigra appellaretur propter vestem nigram. Después dijo, y dijo muy bien, que Minerva había sido la primera fundadora de la enseñanza de las niñas, citando unas palabras del mismo Cartario, que aunque sólo prueban que Minerva fue la inventora de las labores mujeriles, hilar, coser, devanar, etc., porque Cartario no dice más; pero harto dice para que creamos que también se las enseñaría a otras, pues el que éstas fuesen niñas o fuesen ya mujeres casaderas y aun casadas, no hace para el intento, y siempre se verifica haber sido la fundadora de la enseñanza, que es la sustancia del negocio.

27. »Finalmente, más allá trae una comparación gallarda para probar cuánto se enamora Dios de las almas religiosas que viven en clausura; pues cita con la mayor oportunidad la fábula de Dánae, hija de Acrisio, rey de los argivos, a la cual, siendo doncellita, encerró su padre en una torre donde no pudiese tener comunicación alguna con los hombres, para que no se verificase el fatal pronóstico del oráculo, que le intimó había de morir a manos de un nieto suyo. Pero Júpiter se la pegó al astuto viejo; porque enamorado de la señorita, se transformó en lluvia de oro, se caló en la torre, y la doncella parió a su tiempo a Perseo, que yendo días y viniendo días, finalmente vino a cumplir el fatídico oráculo, quitando la vida a su abuelo. Y no hay que reparar en que la lluvia se introdujese por la torre, porque podían estar abiertas las ventanas; o aunque fuese la torre de un rey, no hay repugnancia en que tuviese algunas goteras.

28. »¿Quién creyera que una fábula, al parecer tan sucia, pudiese jamás servir de prueba para una cosa tan limpia como es el especial amor que profesa Dios a las almas castas que viven en clausura? Pues aquí está el ingenio: nuestro sutilísimo orador la aplicó con la mayor delicadeza y con la mayor energía. «En Dánae -dice- contemplo una alma retirada que vota permanencia en la clausura; en Júpiter, transformado en lluvia de oro, a Cristo, que baja como lluvia y pan del cielo». Y luego al margen un par de textecitos literales: para la palabra pan: Panis de coelo descendens; para la palabra lluvia: Et nubes pluant justum. ¿Puede haber cosa más bien dicha? ¿Ni pudiera imaginarse invención más propia ni más feliz? Porque ahora, que Dánae no fuese la doncella más casta ni más recatada del mundo como lo acreditó el efecto, y que Júpiter fuese un dios bellaco y estrupador, ése es chico pleito. Ello hay virgen, hay clausura, hay un dios que visita a la doncella, sea por lo que fuere; que eso no nos toca a nosotros averiguarlo. Pues, ¿qué más se ha menester para probar que Cristo profesa una ternura muy especial a las vírgenes encerradas, y para contemplarlas a éstas Dánaes, y Júpiter a aquél? Que es sin duda una contemplación sobre ingeniosa, devota y pía.

29. »Así, pues, amigo fray Gerundio, ríete de las vejeces de nuestro padre maestro; déjale que gruña; créeme, que los viejos por lo común se disgustan de todo lo que ellos no saben hacer, y que a los más se les puede aplicar, con la variación de una sola palabra, aquello de ... Nam quae non fecimus ipsi... Vix ea recta voco. Y tú prosigue predicando como has comenzado; que si continúas así, llegarás sin duda a ser la honra de tu patria, el crédito de la orden, el oráculo de los pueblos y, en fin, el hombre del mundo.

30. No se puede ponderar el aplauso con que fue recibida de toda aquella juvenil mosquetería la arenga del colegialillo barbiponiente y bullicioso. Después de haberle vitoreado, casi tanto como los cofrades de la Cruz habían vitoreado la plática de disciplinantes, repitieron los plácemes y las enhorabuenas a fray Gerundio, aun con mayor algazara que antes, exhortándole todos a que siguiese el milagroso rumbo de predicar a que había dado tan dichoso principio, y pidiéndole los más que les diese el papel de la plática para sacar muchos traslados. Con esto, no sólo respiró nuestro fray Gerundio, sino que se esponjó, se empavonó, se encaramó, se llenó de vanidad, y quedó tan persuadido a que el modo de predicar era aquél y a que cualquiera otro modo era una pobretería, que ya no le sacarían de su error frailes descalzos. Pero lo que le acabó de rematar fue un soneto, en elogio suyo, que salió el día siguiente y decía así:




Al incomparable Fray Gerundio Zotes, alias de Campazas


Soneto


    No hay otro fray Gerundio, ni le ha habido.
Hará inmortal el nombre de Campazas.
En casas, en conventos, calles, plazas,
va dos cuartos que mete mucho ruido.

   No nos cite el francés envanecido
a Fleury, a Bourdaloue ni a otros mazas.
¿Qué Segneri, qué Oliva o calabazas?
¿Ni qué Vieira, portugués erguido?

    ¿Demóstenes y Tulio? Dos zoquetes.
¿Los demás oradores? Mil orates,
por no llamarlos pobres monigotes.

    Sólo fray Blas con otros mozalbetes,
si no le exceden, le hacen sus empates.
Por lo demás, es gloria de los ZOTES.






 
 
FIN DE LA PRIMERA PARTE
 
 


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