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Los diarios de viaje de José de Viera y Clavijo (1731-1813)

Victoria Galván González


Universidad de Las Palmas



La extensa producción de José de Viera y Clavija cuenta con tres relatos de Viajes: uno de ellos por tierras castellanas Viajera la Mancha (1774) y dos por Europa Apuntes del Diario e Itinerario de mi viaje a Francia y Flandes, en compañía de mi alumno El Excmo. Sor. Dn. Francisco de Silva y Bazán de la Cueva, Marqués del Viso, primogénito del Excmo. Sor. Marqués de Santa Cruz; de su esposa la Excma. Sra. Dña. María Leopolda; de los padres de ésta Sra. Excmos. Duques del Infantado; y de toda su familia, y comitiva; por los años de 1777, y de 1778 y Viaje desde Madrid a Italia y Alemania, volviendo por Flandes y Francia. Año de 1780 y 1781, que suponen la adscripción de nuestro autor a un género literario ampliamente cultivado durante el siglo XVIII por autores claramente vinculados a la Ilustración, en el caso de los viajes ilustrados o filosóficos marbete caracterizador de los relatos de viajes de nuestro autor frente a los denominados viajes clásicos o prerrománticos. En un análisis detenido de las anotaciones viajeras de Viera percibimos, como sucede como otros géneros de su obra, su voluntad reformista y su manifiesta sujeción a los aires renovadores suscitados entre la intelectualidad de su tiempo.

La experiencia del viaje cobra un nuevo sentido para los hombres del siglo XVIII. Representa una vía de acceso al conocimiento y al saber que no proporciona la formación exclusivamente libresca, convirtiéndose en una vivencia enriquecedora para la educación integral de los jóvenes que corren cortes o «hacen el tour» en expresión de entonces.

El interés que despiertan los viajes se evidencia en las varias publicaciones sobre consejos y guías para viajeros que se publicaron en Inglaterra, Francia o España. Incluso en el Emilio o de la Educación1 de Rousseau se aconseja al joven Emilio que salga al exterior a conocer el mundo y que observe atentamente los comportamientos humanos: las relaciones físicas, civiles y morales del hombre con sus conciudadanos. También en Inglaterra desde Edward Leigh con su Guía para viajeros en países extranjeros (1671), que advertía de la necesidad de poseer unos conocimientos previos para una óptima instrucción del viajero, hasta Leopold Berchtold en su Ensayo para dirigir y extender las averiguaciones de los viajeros patrióticos (1789), se suceden los ejemplos de información para rentabilizar al máximo las salidas al exterior.

Nos hallamos, pues, ante una empresa, la de viajar, que reviste un tratamiento especial y que se encauza hacia unos objetivos que poco tienen que ver con los llamados viajes románticos. El viajero del siglo XVIII parte de unos principios y fórmulas eficaces que la literatura de la época le proporciona para cubrir el objetivo utilitario del viaje; esto es, básicamente, conocer atentamente la realidad del país visitado y dirigir la atención hacia lo verdaderamente útil, tal y como Gaspar Gómez de la Serna2 ha comentado en su inestimable estudio sobre los viajeros españoles de la Ilustración.

En el caso concreto de España, la urgencia de reformar las anquilosadas estructuras en que se encontraba sumido el país insta a los espíritus más críticos a la ardua tarea de integrar España en el camino del progreso y la modernidad europeos. En este sentido, el viaje se presenta a los ojos de los intelectuales dieciochescos como una posible solución al vacío científico y tecnológico de España. A este fin se dirigen las tentativas gubernamentales desde Fernando VI a Carlos III para promocional- los viajes fuera del país dentro del espíritu dirigista que Jean Sarrailh detectó en la cultura española del siglo. Ello es posible gracias a una sensibilidad general ante los diversos problemas, a pesar de que la mayoría cedió ante las exigencias de la moda. En este marco se insertan las observaciones y consejos al estilo de otros países, como la guía para el perfecto viajero incluida en El Pensador3 de Clavijo y Fajardo o las observaciones de Campomanes4 en su «Discurso sobre la educación popular».

A este tipo de viajes de carácter marcadamente cultural pertenecen los cuadernos de Viera y Clavijo. Nuestro autor viaja como preceptor del hijo del marqués de Santa Cruz, como viajarán la mayoría de los aristócratas. Viera posee el perfil del preceptor inteligente y amigo del progreso, en palabras de Sarrailh5, deseoso de instruirse y adquirir los más recientes conocimientos de Europa.

Por otra parte, hay que mencionar otra clase de viajes que se promocionan con igual interés durante el siglo XVIII: el viaje por tierras españolas. La actitud del viajero experimenta una ligera variación con respecto al viaje fuera de España. Si en el exterior se interesa sobre todo por adquirir nuevos conocimientos, en el interior del país la tendencia generalizada es conocer a fondo la realidad nacional y dar cuenta de la situación económica de los campos y pueblos de España.

Estas diferencias resultan obvias en los cuadernos de Viera y Clavijo. Ofreceremos a continuación un estudio del viaje por tierras españolas y a continuación de las anotaciones de los viajes europeos. En 1774 Viera emprende un recorrido por Castilla y Andalucía (éstas últimas anotaciones no se han conservado) con el objeto de conocer en profundidad el estado de las tierras del marqués de Santa Cruz. Viera se enfrenta a un espacio próximo cuyas peculiaridades no se prestan a la magnificación y a la exaltación de lo desconocido y lo sorprendente, moneda corriente en los relatos de viajes al extranjero. Al contrario, el recorrido ofrece paisajes áridos, pedregosos caminos, posadas regulares, pueblos pobres y poco más.

De la modestia del argumento nos cercioramos tras la lectura del diario. Poco hay que mencionar durante el recorrido, que se inicia en Madrid y concluye en la localidad del Viso. El interés del libro radica en la agudeza e ironía del autor, como ha constatado un estudioso de su obra como A. Cioranescu, quien subraya «su dominio de la observación, con su olfato para las ridiculeces y del error, con sus fórmulas envueltas en falsa benevolencia»6. Uno de los rasgos que cabe destacar del libro, por inscribirse además en una corriente mayoritaria de su tiempo, es el tratamiento que el autor confiere al tema de España, en un momento histórico clave para la afirmación de la conciencia nacional y para la consolidación del concepto «nación» como forma de comunidad. En España se produce un proceso semejante al europeo con aportaciones tan decisivas como las de Cadalso, Forner o Capmany. J. A. Maravall7 apuntaba a propósito de Cadalso su interés en conocer el pasado y el carácter nacional para encontrar soluciones a los problemas del presente. En este sentido, el viaje, como reflejo de una experiencia que significa descubrimiento de las cosas y de los hombres y mirada ajena a lo otro, es necesario, siempre que la indagación que conllevan esté inscrita en la pretensión de recabar noticias útiles a la comunidad.

El libro de Viera constituye una aportación de interés. Las observaciones son escuetas; no parece que Viera pretendiese llevar a cabo un análisis pormenorizado de los acontecimientos del recorrido. Por las páginas del librito discurren breves pinceladas acerca de la situación económica, industrial y social de los pueblos visitados. En más de una ocasión el comentario se limita a una frase o a una reflexión teñida de ironía y humor, rasgo particular de la escritura de Viera, pero no por ello deja de ser un exponente de los valores de su tiempo. Las noticias que recopila se orientan, en cierta medida y sólo someramente, a detectar el pulso económico y los avances de cada lugar visitado.

Viera destaca valores significativos desde su perspectiva ideológica como la incidencia en la utilidad de los medios, en la productividad y, por consiguiente, en el rechazo de la ociosidad. En este sentido leemos en el diario:

«De aquí se encaminó la comitiva, precedida de tres alguaciles y dos tontos, a ver las nuevas fábricas establecidas de su orden y en utilidad de sus vasallos.

Ver chicos de once, de nueve y aun de ocho años, haciendo canillas y tejiendo como hombres de provecho. Los mismos estropeados ganaban allí la vida y evitaban la ociosidad y la mendiguez. ¡Qué beneficio éste para un pueblo, para la sociedad, para la policía!»8.



La presencia del bienestar común y la felicidad de la comunidad, de un grupo social subyace en el discurso de Viera. La felicidad es concebida como un fin alcanzable y deseable, cuya materialización significa la aspiración máxima de todo proyecto individual y social que se precie. Huelga decir que la felicidad y la utilidad son puntos de obligada referencia en las expectativas ilustradas.

El optimismo que deriva de la confianza del hombre ilustrado en la posibilidad de concreción del ideal del «bien común» aflora en las páginas del diario. Los pequeños avances detectados en las tierras del marqués se presentan a los ojos de Viera como los lógicos resultados de la aplicación de unos principios muy concretos: progreso, bien común, felicidad, aumento de la productividad. El siguiente fragmento del libro nos lo demuestra:

«El buen orden de las tinajas, las lámparas encendidas, las lumbreras o respiraderos, la extensión, la pulidez del suelo, paredes y bóvedas, la lobreguez, el frío, el pozo, la consideración de que se tiene toda la casa encima, el excelente licor que allí se encierra: todo esto respira seriedad y provoca a entusiasmo»9.



Por otra parte, el libro de Viera participa de la politización del viaje ilustrado, que apuntaba G. Gómez de la Serna al afirmar que:

«Desde esa posición de hombre que se siente solidario con el Estado, del que es a la vez instrumento y súbdito, y perfectamente incorporado a la empresa histórica directa y efectivamente encabezada por el rey, del que es vasallo fiel, la crítica resulta siempre de signo positivo: siempre una forma egregia de colaboración en la empresa común, aunque esa empresa sea la de una minoría»10.



Porque las reflexiones de Viera se dirigen en un sentido muy concreto que es el de la reforma económica, social o cultural auspiciada por las minorías. No podemos obviar que las notas de sus viajes están escritas para un receptor específico, que es al mismo tiempo el artífice de los cambios operados en esas tierras, es decir, el marqués de Santa Cruz. Aunque su diario carece de información más exhaustiva, que sí encontramos en otro viajero de su tiempo, Jovellanos o en Moratín. En el caso de Viera su sensibilidad y capacidad de crítica le permiten hacer constar el estado de las tierras visitadas, pero no parece que en su mente anidara la idea de exponer una relación más detallada de todos los aspectos destacables en el trayecto.

A pesar de la ausencia de referencias más extensas, notamos en Viera su implicación en el programa reformista ilustrado en sus dispersas reflexiones. En relación con un tema que marcó la cultura del periodo como es la aspiración a la felicidad, Viera, al igual que sus coetáneos, remarca la importancia de la educación como factor ineludible en un proyecto de reformas globales. Las noticias que aporta Viera se reducen a las visitas a las escuelas: «[...] subieron otros a ejercitarse sobre el catecismo de Fleury, en que están muy diestros. Hicieron pruebas de leer y presentaron sus planas de escribir, también son deudores a su señor estos vasallos de establecimientos tan útiles»11.

Las alusiones se ciñen al nivel de la enseñanza primaria, que fue objeto de preocupación a lo largo del siglo, como prueban las traducciones de obras extranjeras y algunos proyectos. Pero los resultados no fueron relevantes dada la escasa atención prestada por los gobernantes, según Domínguez Ortiz12. Por el fragmento del diario de Viera se desprende que la educación primaria se limitaba a enseñar a leer utilizando como libros de texto los catecismos del abate francés Fleury o el de Ripalda, mencionados por Viera cada vez que se efectuaba una visita a las escuelas, y, a lo sumo, algunas noticias de historia general.

Acerca de las escuelas para niñas, también mencionadas por Viera, conocidas como escuelas de «amiga», eran más bien parvularios o guarderías donde se aprendía lectura, algunas oraciones y labores domésticas. En este contexto, las frases de admiración de Viera y su comentario de la utilidad de las escuelas sólo pueden interpretarse desde la perspectiva de una España sumida en el analfabetismo y en la ignorancia.

Si nos remitimos a otras obras del autor en las que trata con mayor amplitud la cuestión educativa, como los Memoriales del Síndico Personero de 1764, comprobamos en su análisis de la situación educativa de la isla de Tenerife la firme defensa de unas reformas estructurales y mentales que permitan la formación de todas las clases de la sociedad. También insiste en la necesidad de una formación correcta para los maestros y la aplicación de los padres en la educación de los hijos, entre otros aspectos, tratados por Olegario Negrín Fajardo.

Dadas las acertadas observaciones de Viera en los Memoriales..., sorprende la escasa atención que dedica en el diario a un tema que fue el centro de sus preocupaciones intelectuales y que ocupó un lugar destacado entre las inquietudes dieciochescas. La urgencia de las ocupaciones del autor explicaría sus lacónicas observaciones y la exclusiva pretensión de recabar la información más notable del recorrido sin mayores profundizaciones.

La impresión deducible de sus anotaciones es de desaliento en lo que atañe a las tierras castellanas. Si recurrimos a su epistolario ampliaremos sus juicios y opiniones, como en la siguiente carta que envía desde París a A. Capmany, que, por otra parte, sirve para contrastar la modificación de su actitud cuando habla de Europa:

«Cuánto celebraría yo que fuera usted testigo de esta sensualidad del gusto, de esta corrupción de las ciencias, de este lujo de todas las artes y de este refinamiento de la sociedad, para luego condenarlo en medio de Castilla la Vieja, en cuyos lugares, como solemos leer en nuestra Academia, hay siete vecinos y medio, un zapatero de viejo, veinte pobres de solemnidad, cuatro reses vacunas, etc.13



Resulta comprensible, pues, el optimismo y la admiración de nuestro autor al detectar ciertas mejoras en los pueblos que visita. Tampoco hay que olvidar que las notables mejorías experimentadas en las tierras del marqués se deben a su particular empeño y denuedo. En este contexto, Viera se limita a elogiar los resultados positivos (la industria de paños, la fábrica de jabón o la creación de escuelas en Valdepeñas) y a apuntar someramente las deficiencias detectadas.

Aunque la mentalidad observadora del viajero ilustrado privilegia un discurso descriptivo de objetos portadores de un significado utilitario, el libro de Viera descuella más bien por otros aspectos del conocimiento de la realidad como son las noticias de tipo cultural. Precisamente G. Gómez de la Serna ha calificado el relato de Viera como literario-sociológico por su incursión en notas de carácter social, que intentan definir de alguna manera costumbres y comportamientos tipificados e idiosincrásicos (diversiones nocturnas como el baile, reuniones sociales, la vestimenta de las mujeres, la descripción del palacio del Viso, coincidiendo, además, con las notas de A. Ponz14 en su libro, o la narración de un entierro en Camuñas). Pero no nos detendremos aquí, donde Viera hace gala de su fino humor y reflexiones satíricas al pasar revista a las diferentes actividades diarias en cada uno de los lugares visitados. Nos interesa destacar la imagen que ofrece de una España sumida en la decrepitud y su insistencia, aunque con breves y esporádicas pinceladas, en la necesidad de reformas que palíen el deterioro, puestas de manifiesto cuando elogia la labor realizada por el marqués y cuando describe las recepciones a los ilustres visitantes en los diferentes pueblos. En este sentido, Viera actúa como cronista del itinerario.

Como viajero ilustrado lleva a cabo un acopio de información que permite una sintetización de la realidad contemplada. La visión global e integradora de cada lugar visitado acerca al lector a los diferentes aspectos de la vida de los pueblos españoles, que confirma la pobreza y miseria que otros viajeros como Jovellanos han puesto de manifiesto.

Si nos detenemos en los diarios europeos de Viera el contraste resulta a todas luces evidente. La aventura europea constituye para nuestro autor una experiencia gratificante y sumamente valiosa. Las cartas inciden en el significado de la salida al extranjero para su formación personal. Es más, en un estudio de su correspondencia, complemento de la información aportada por el autor en los diarios de viajes, que enfrente el tratamiento de España y de Europa notamos diferencias cualitativas. Al respecto, cuando envía una carta a Domingo Marte, una vez concluidos los viajes por Europa, le comunica su estado de ánimo, muy similar al de su amigo Cavanilles:

«Muy Sor. mío y mi dueño: Se acabó mi silencio con mi viaje. Y véame Ud. aquí en esta cama calurosa, dura y seca de Madrid, a manera de un hombre, que despertando de un largo sueño, cree haber visto variedad de países deliciosos observando mil objetos a cual más agradable, y tratado muchas personas de respeto y amor»15



Podemos afirmar que las observaciones incluidas en las cartas ofrecen una imagen más personal e íntima, aunque con altas dosis de autocontención, en oposición a las notas de viaje, donde se limita a recabar información puntual y de primera mano con continuas referencias a lo observado y experimentado directamente. Algo, por otra parte, común a otros viajeros de la época que viajan con un programa estrictamente ceñido a recoger los datos de inmediata utilidad para sus posibles lectores. Aunque encontramos la ausencia de reflexiones personales, juicios más comprometidos o mayor implicación en lo que nos cuenta. Al respecto Ríos Carratalá16, en un estudio del viaje a Italia de Viera, coincide con esta valoración, que justifica por el compromiso del autor con sus acompañantes, lo cual le impediría una independencia de criterio y unas observaciones más críticas, al modo de Moratín en su viaje a Italia.

No obstante, los diarios son una muestra del interés de Viera por acercarse a la realidad exterior y un documento para estudiar su visión de Europa. Entre las diferentes ciudades visitadas, París ocupa un lugar preferente por sus notorios avances en las distintas parcelas del saber y la cultura de su época. En Viera y Clavijo notamos las mismas preferencias y una idealización de la cultura francesa comparable a otros autores, como Luzán dos décadas antes. La toma de conciencia del intelectual ilustrado conlleva una comparación inmediata con la situación ya conocida en el propio país. En esta línea, Viera incide en ello cuando comenta las novedades de París en sus cartas, más que en el diario de viajes. En una carta que envía a Casimiro Ortega comenta:

«Con efecto, estamos en París y usted bien sabe cuanto grande y bueno y opulento se compone bajo este nombre. Somos testigos de los asombrosos adelantos de esta Nación en ciencias y artes. Nos encontramos con innumerables sujetos que cultivándolas, instruyen a un Pueblo ya bastante instruido. Volvamos los ojos hacia nuestra tierra, hacemos la triste comparación, buscamos el modo de consolarnos...»17.



La mirada atenta a los problemas contemporáneos acompañará la trayectoria literaria de Viera. De hecho a su regreso a España en 1799, en una carta remitida por Cavanilles, observamos la constancia de las inquietudes de Viera; por otra parte, compartidas por el remitente:

«No me causa novedad el letargo de la nación, ni el enojo que manifiesta contra lo que llaman novedades del otro lado de los Pirineos, pues deben andar siempre tan unidos, que se desvanecería aquél en el momento en que se empezasen a descubrir las luces. No es decir esto que no lo sienta, pues le aseguro que me entristece la pintura que me hace de nuestros paisanos. Pero, amigo, no hay más consuelo que el desespero y la firme resolución de evitar hombres indignos de sociedad por ser enemigos de que haga algunos pasos la razón»18.



Es por ello que las notas del viaje a Francia constituyen un documento relevante para dilucidar aspectos del pensamiento de nuestro autor, tanto por lo que dice como por lo que omite, y para completar su visión de la situación cultural de España, por la imagen que proyecta de París.

Como otros viajeros de su tiempo, objetiva la realidad que se presenta ante sus ojos. Disecciona y selecciona los datos en función de sus preferencias culturales y de una visión enciclopédica de la cultura. Se muestra en todo momento como un observador minucioso atento a registrar todos los datos observables, casi con rigor estadístico, como apuntaba G. Gómez de la Serna. Por ejemplo, nada más llegar a París escribe:

«Pondré aquí la noticia que hoy he tomado por menor de París. Su situación es un plano rodeado de algunos collados, y el Río Sena le divide en dos partes atravesándola de levante a poniente y forma varios islotes. Once puentes de piedra y tres de madera facilitan la comunicación. Tiene esta capital dos leguas de diámetro, y casi seis de circunferencia, contando con los arrabales: cincuenta mil casas de las cuales quinientas son Hoteles o palacios decentes [...]»19.



En una primera aproximación estas notas pueden parecer estadísticas y frías, próximas a una guía de viajes. Sin embargo, lo realmente interesante descansa en el espíritu que subyace a cada anotación, marcado por la constante preocupación por aportar datos de otras realidades culturales y sociales, para repensar la literatura (aunque ocupe un lugar secundario en los diarios), la ciencia y la tecnología de su país. En definitiva, se trata de la asimilación de otra cultura; ciertamente, no es otro el mensaje de la obra.

Viera se hace eco de lo que Daniel-Henri Pageaux20 denomina «la gallomanie littéraire», que representa la búsqueda de soluciones a las deficiencias de las letras españolas. Destacan especialmente, en el diario de Viera las referencias en materia científica, aspecto que desarrolla profusamente en las páginas del viaje a Francia. Las anotaciones se intensifican cuando habla de las lecciones de Mr. Sigaud de la Fond:

«Noviembre 17. Hoy empezamos en casa de Mr. Sigaud de la Fond, célebre profesor y demostrador de física experimental, calle de Saint Jacques, un curso sobre los gases o aires fijos, cuyo asunto era a la sazón muy de moda, y digno de interesar la curiosidad de los amantes de las ciencias»21.



Viera reproduce una tendencia dominante en la segunda mitad del siglo; esto es, los progresos y avances de las ciencias nuevas como la química y la botánica, a las que dedicó buena parte de su tiempo de estudio. La información detallada que nos ofrece, frente a otros temas de los diarios, se orienta a la experimentación y la aplicación práctica de los conocimientos propuestos. La actitud del autor ante la recepción de las lecciones científicas se evidencia en declaraciones como las que siguen:

«En suma: el aparato del gabinete, el concurso, la larga mesa que se veía en el centro cubierta con muestras de las producciones más exquisitas de la Historia natural; el orador a la cabeza del concurso, ya sentado y ya de pie en una especie de nicho que hacía la pared de la sala; y sobre todo lo patético que su sermón, todo infundía no sé que género de entusiasmo o idea religiosa y sublime de la naturaleza, que se miraba allí con templo, culto, panegirista, fieles»22.



Russell P. Sebold, a propósito del fervor por el progreso y las ciencias en el siglo XVIII, comenta que el entusiasmo y la fascinación que sienten los hombres del siglo es semejante a la emoción que suscita la contemplación o la lectura de una obra de arte; y añade: «la poesía de la ciencia es la viva y emocionante expectación que sentimos ante un misterio en el momento en que se nos va a descifrar»23.

Sería suficiente un mínimo repaso por la amplia producción del autor para percatarnos de la pasión que las ciencias despertaban en su refinado espíritu con textos señeros como el Diccionario de Historia natural, el Tratado sobre la barrilla dispuesto en forma de diálogo o la Carta filosófica sobre la Aurora Boreal, entre otras obras.

La importancia que Viera concede al conocimiento de las ciencias no sólo se evidencia en las notas del diario que nos ocupa en las presentes páginas, sino que atraviesa toda su producción, marcada por la divulgación y la transmisión de un saber teórico y práctico. Recordemos aquí, a propósito de la necesidad de un conocimiento científico al servicio de un desarrollo económico, las reflexiones de nuestro autor en los papeles periódicos conocidos por Memoriales del Síndico Personero:

«¡Qué delicia ver a un niño hacer un viaje imaginario por un mapa! ¡Medir las longitudes y latitudes de las Regiones por un globo! Entender las revoluciones periódicas de los planetas y de sus satélites. ¡Prevenir los eclipses, construir tablas, subirse con un telescopio como a viajar por el inmenso campo de los cielos, hasta perderse en aquel amable laberinto! En suma, Señor, la náutica, la agricultura, las manufacturas, las artes mecánicas y aun las liberales, recibirían en nuestra tierra otro grado de perfección»24.



En el diario de viajes nuestro autor relata con detalle sesiones de experimentos y describe los artilugios que se utilizan en los mismos. También refiere las lecciones de mineralogía y química del profesor Mr. Sage y el curso de historia natural de Mr. Valmont de Bomare. Estos conocimientos le servirán para sus ulteriores experimentos en Madrid y en Canarias, además de suministrarle material para la composición de su poema titulado «Los aires fijos». El poema está escrito con un nítido interés didáctico en la línea de la poesía científica, cultivada con profusión en Francia. Viera se convierte en uno de los cultivadores de esta corriente, junto con Ignacio López de Ayala, otro signo de galomanía en nuestro autor.

Por lo expuesto hasta ahora podemos hacernos una idea de la imagen que a Viera le interesa transmitir del París de la segunda mitad del siglo XVIII. Bajo la óptica de extraer información útil y práctica, muestra una visión cultural de la ciudad, con incidencia en la nota científica, y a veces con ribetes costumbristas e incluso intercalando notas de sociedad. Viera nos presenta un París donde la actividad intelectual, artística y científica prevalece sobre el París que traen a España los «eruditos a la violeta» o los «snobs» tan criticados por Cadalso.

Cualquier página del diario nos ilustra acerca de la actitud de Viera ante la cultura francesa, como la siguiente cita sobre un curso de historia natural de Mr. Valmont de Bomare:

«Habló Mr. Bomare de la creta o tierra caliza, que pareceres un resultado de los despojos del reino animal y del vegetal, y siendo como es alkalina hace efervescencia con los ácidos, y se vitrifica en el fuego. Cuando esta tierra contiene alguna arcilla, o un principio betuminoso, se llama marga, o mama, muy a propósito para fertilizar los campos y para la fábrica de porcelanas»25.



Anotaciones que sugieren la inquietud del autor y su interés en dejar constancia por escrito de las enseñanzas aprendidas. Es, pues, una perspectiva práctica y didáctica la que prima en la redacción del diario. Los estudios de Pageaux, o los de Jean Sarrailh, confirman la importancia de los conocimientos adquiridos en Europa por los españoles. En su análisis plantea Pageaux26 diversos grados en la imitación de la cultura francesa el recurso directo a Francia, adopción de técnicas francesas y la explotación de las lecciones procedentes de Francia y escribe que el viaje a Francia constituía le medio de progresar en un ideal de cultura. En este sentido, para Agustín Espinosa, Viera:

«Como Cadalso, como Marte, como Moratín, como Luzán, como casi todos en el siglo XVIII, Viera y Clavijo sale de España en busca de Europa, y torna a España con ella. Se hace importador, y justifica así su hora»27.



Es en los diarios de viaje o en sus cartas donde Viera manifiesta su adhesión europea como modelo e ideal de cultura para proyectarlo luego en su país. No olvidemos sus palabras en las memorias que escribió sobre su vida:

«Deseando introducir en la provincia la afición deleitable al estudio de la historia natural, que hasta entonces casi nadie había saludado en ella, juntó en su casa, año de 1790, algunos amigos y personas de buen talento y gusto, a quienes en dos sesiones por semana dio un pequeño curso, teniendo a la vista las muestras de los objetos naturales de que se trataba»28.



Sin obviar la asistencia a cursos científicos y la referencia a descubrimientos técnicos y científicos, ciertamente esencial en los contenidos del diario, el ojo fotográfico y atento del autor también se detiene en la aprehensión de otra realidad cultural como son las obligadas visitas a instituciones, museos, academias, teatros, bibliotecas o monumentos, dándonos la impresión de realismo por la inclusión de numerosos detalles y por la captación de las observaciones de aspectos, en la línea de los planteamientos experimentalistas de su tiempo.

Entre los innumerables ejemplos que podemos mencionar destacamos las visitas a las sesiones de la Academia o al teatro. El 25 de agosto de 1777 asiste con su amigo Cavanilles a una sesión de la Academia «a fin de gozar de la asamblea curiosa que se celebra para repartir el premio de elocuencia»29. Describe el salón y el concurso de personas asistentes entre las que se encuentran figuras sobresalientes de las letras francesas como D'Alembert, Marmontel, Condillac, La Harpe y Delille. Curiosamente, a su regreso a Las Palmas dedicará parte de su producción a traducir obras de La Harpe las tragedias Las Barmecidas, El conde de Varviky del Abate Delille los poemas Los Jardines o el Arte de hermosear los paisajes, El Amador de los campos o las Geórgicas; en efecto, el viaje a Francia sirve de acicate a nuestro autor para intensificar su labor traductora e investigadora.

El juicio que le merece la experiencia académica carece de reflexiones críticas, aspecto significativo extensible a la totalidad de los diarios. Viera se limita a transcribir sus observaciones sin añadir comentarios críticos. Sólo cuando D'Alembert lee el discurso premiado comenta:

«Como este halló ocasión de zaherir la Inquisición, no sé quien hubo de advertir que Cavanilles y yo éramos españoles, y bastó estopara que al instante todo el concurso clavase los ojos en nosotros, lo que no dejó de abochornarnos bastante»30.



Lo más usual en la estructura del diario son las anotaciones de los acontecimientos de interés sin que medie el filtro crítico del autor. A lo sumo, podemos escudriñar juicios estilísticos. De interés resulta la asamblea pública de la Academia de las Ciencias, el 29 de abril de 1778, en el Louvre por la comparecencia de una figura especial para nuestro autor. Nos referimos a Voltaire, del que extrañamente sólo describe su apariencia física:

«Voltaire, viejo flaco, arrugado, octogenario, llevaba una casaca de terciopelo negro de corte antiguo, chupa hasta las rodillas de una tela de color de rosa con ramos de plata, medias de embotar, vueltas de encajes en la camisa que le cubrían casi todos los dedos de la mano, pelucón de tres nudos y su muleta»31.



Podemos pensar que tal actitud se deba a cierta vena frívola que muchas veces notamos en sus comentarios. Pero también es posible que su silencio tenga una explicación confirmada en una carta que envía el 7 de febrero de 1778 a Capmany:

«Dicen que está mejor, y yo no añado más sobre este curioso artículo por ser Voltaire, con razón, materia prohibida para nosotros. Corto en el discurso y no lo acabo»32.



En su discurso opera lo que, acertadamente, Iris M. Zavala ha denominado la «semiología del silencio»33 para designar el poder paralizador de la Inquisición en el proceso comunicativo que produjo un lenguaje de silencio y de secreto. Viera interrumpe el acto comunicativo por el control de la censura, y esto tratándose de una obra, el diario o las cartas, destinada a un círculo muy restringido. En el caso de las notas de viaje suponemos que se escribieron como memoria de una experiencia cultural para la lectura de sus superiores.

No es de extrañar que Viera, pues, omita juicios valorativos sobre Voltaire, como tampoco sobre otras personalidades «peligrosas» piénsese en los jesuitas expulsados a los que visita en su viaje a Italia. En consonancia con estas premisas el contenido ideológico del diario se resiente. No sólo elude Viera hablar del pensamiento moderno de su tiempo, sino también de cuestiones económicas o políticas. Con respecto a este último aspecto, no podemos obviar que sus viajes por Europa coinciden con la etapa prerrevolucionaria francesa, que no menciona en ninguna ocasión, ni siquiera en sus cartas.

Estos rasgos son extensibles al resto de los cuadernos de viaje por Europa. La estrategia y el plan de trabajo parece seguir muy de cerca las instrucciones al uso en su siglo que aconsejan anotar todo aquello que pueda contribuir a definir las costumbres, la cultura y conocimientos en general de cada país visitado. Los diarios muestran a un Viera, ilustrado, atento a extractar todos los pormenores, pero siempre sin perder la compostura que le exigía su condición sacerdotal y de preceptor del hijo de un grande de España. Por ello, debemos considerar a Viera como un ilustrado moderado, defensor de unas tímidas reformas que permitan avances en materia educativa, literaria, científica o tecnológica.





 
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