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XII

Maestro y Patria(42).

     §1.º En el mitin conversa de Tárrega estaré en espíritu. Todas mis simpatías y un fervoroso aplauso para aquellos buenos españoles y parias. La causa de los maestros se confunde en mi pensamiento con la causa patria, sin que haya otra por encima ni a su nivel.

     Por no haberlo así entendido España, ha caído y sigue cayendo. Algún día se hará cargo; pero, como siempre y en todo, cuando sea tarde. Habría yo querido que la causa de la Patria se identificara del mismo modo con la de los maestros: pero... mediten estas cifras: en los tres años y medio que duró el Gobierno llamado de Intervención Militar de los Estados Unidos en Cuba, entre 1898 y 1902, elevó el número de escuelas públicas, desde 300 que eran en toda la isla, a 8.600(43), y asignó a los maestros cubanos un haber igual al que percibía los de su país: 10.000 a 12.000 reales de entrada, por año. Es decir, que para el progreso, que para la enseñanza, que para sus sacerdotes, los maestros, la derrota de España fue un bien. Me quema los labios, pero he de decirlo: la agresión de los yanquis fue inicua, pero el triunfo lo tenían merecido.

     Añadiré que aquí, ni aun con esa lección han aprendido nada los llamados políticos ni el llamado país; y, como era natural, España ha quedado convertida en una nueva Cuba y nuevos yanquis han empezado a rondarla.

     §2. Escuela de ciudadanos. -«Hay que hacer romanos a los godos, y hay que hacer godos a los romanos.»

     Un diestro observador de los fenómenos sociales y conocedor de la vida en los Estados Unidos, dice, que la característica entre los ciudadanos de la gran república y de entre todas la que más los avalora y enaltece, consiste en que allí todo hombre se encuentra firmemente persuadido de ser el igual de los demás. Una sola categoría social semeja como rodeada de vileza en la nación: la del hombre que vive sin quehacer con el producto de su dinero.

     Un espíritu así no puede crearse mediante decretos gubernamentales. Ha ido formándose y asentándose sin esfuerzo por las costumbres. La selección de trabajadores escogidos en el mundo antiguo y en el nuevo costituye una selección, si no de inteligencia, de voluntad poderosa.

     Esta voluntad va hermanada, con el arrojo, con la táctica ofensiva. El trabajo, que las costumbres ennoblecieron, no procura sólo el pan a los norteamericanos, les otorga un alma al propio tiempo. El precepto divino constituye la suprema ciencia de la vida. Sometiéndose a su ley, los norteamericanos, además del dinero obtuvieron su grandeza, libertándose de la abyección languidecedora de los que rehuyen la labor, porque nada quieren alcanzar de ella.

     Por virtud de este género de vida, todas las facultades humanas se aguzan, y el nivel moral asciende. La aceptación entusiástica de la lucha se trueca en orgullo y en sostenimiento inquebrantable de la nación.

     -¿El instrumento?

     La escuela, la educación. No artificial, aislada de la sociedad, sino profundizando en ella sus raíces, para que por tal conducto ejerza su acción en las costumbres y sea como una emanación y sedimentación de ellas.

     § 3. Las escuelas graduadas de Cartagena(44). -Las escuelas graduadas de Cartagena suponen, en el desenvolvimiento de nuestra enseñanza primaria, un punto de avance y un ejemplo digno de ser imitado por todos los pueblos de España.

     Cartagena pasó de una escuela del siglo XV, con todas sus rutinarias formas, a una escuela moderna, de alma nueva, europea, como la ha llamado el gran Costa. La escuela tradicional española, instalada en locales deficientes, donde los educandos viven en montón, sometidos a procedimientos arcaicos y sin plan científico que elabore en aquéllos una cultura ordenada y pedagógica, fue suprimida de un solo golpe, y sin utilizar los materiales del pasado, surgió la escuela graduada, con local levantado de planta dispuesto para una organización adecuada y con todos los elementos que son necesarios para realizar una enseñanza integral, como reclama el espíritu del siglo.

     Esta iniciativa, este despertar de un pueblo en sentido pedagógico, cundió por España, señalado un nuevo camino por donde siguieron y siguen hoy otros Municipios, ansiosos de infundir un alma nueva al país, que le haga apto para vivir la vida de los pueblos cultos, la vida del bienestar y del poderío, del respeto y de la consideración mundial.

     Las escuelas graduadas de Cartagena, no sólo significan una mejora local en punto tan importante de la cultura pública: sus influencias se extienden por España, marcado una orientación para la enseñanza nacional e impulsando un movimiento indispensable para rehacer nuestro espíritu mediante una profunda revolución en materia pedagógica, y la parte que en esta labor puso D. Joaquín Costa no puede quedar oculto y viene obligada a las páginas de este libro.

     Cuando una reforma de la trascendencia que supone esta modificación escolar llega hasta el público, se conocen de ella, por los relatos de la Prensa, los hechos salientes. Un libro debe profundizar más, debe llegar a la génesis y desarrollo de las cuestiones que se manifiestan en los hechos, en el proceso que siguen estas escuelas para llegar desde los proyectos hasta las realidades, encontramos el pensamiento pedagógico de Costa.

     La fundación de estas escuelas fue iniciada por el incansable propagandista de la pedagogía moderna, D. Enrique Martínez Muñoz, un maestro que piensa alto y siente hondo y que al servicio de todo ideal noble pone su talento y voluntad de hierro. Según consta en Memorias oficiales, propuso en 1899 la organización graduada como medio para poder conseguir una enseñanza educativa, que era imposible obtener en las escuelas unitarias, sometidas a las organizaciones mutua y mixta; y a partir de la fecha señalada en una activa propaganda, que puso de manifiesto los amores grandes que por tan santo ideal impelían al insigne maestro, se fue formando la voluntad que al finalizar el año 1900 colocaba la primera piedra del hermoso edificio donde hoy se encuentran establecidas las escuelas municipales de la ciudad. Elemento importantísimo para llegar a este resultado fue la cooperación entusiasta de D. Mariano Sanz y Zabala alcalde de Cartagena, que tiene por artículo de fe el que la regeneración de la Patria sólo se obtiene en la conveniente educación de las generaciones nuevas; así es que este hombre de gran cultura puso su saber y su influencia oficial al servicio de esta empresa civilizadora.

     Lo radicaba el triunfo completo de estas aspiraciones en que la población escolar dispusiera de un hermoso e higiénico edificio: esto supone el cuerpo con órganos dispuestos para un plan de enseñanza integral; pero la reforma pedía también un alma, un espíritu que encarnado en ese cuerpo, formara la escuela completa, con una pedagogía y una higiene que se armonizaran en el ideal de la educación, y en esta parte importantísima del proyecto, el Sr. Martínez Muñoz estableció comunicación mental con D. Joaquín Costa, al que pidió sus opiniones y sus consejos en todo el plan de la reforma.

     Desde el momento mismo en que fue consultado el coloso aragonés, incorporó su pensamiento a esta grandiosa obra, que él calificó de nacional afirmando que todos los escritores que en España podían representar el avance ideal de los progresos realizados por la Pedagogía en otras naciones, debían cooperar a la obra intentada y ya entonces en proyecto de próxima realización. Y, no solamente dio su parecer el Sr. Costa en los puntos consultados, sino que indicó otras personas a quienes debía consultarse para asegurar el éxito de la empresa, que, siendo de utilidad inmediata para Cartagena, había de extenderse a otros pueblos, por lo que el ejemplo enseña y propaga.

     Comienza esta incorporación del pensamiento de la cultura pedagógica del Sr. Costa a las escuelas graduadas el año 1900, y vamos a copiar una carta del sabio pedagogo, donde se elogia el proyecto, donde indica las personas que deben ser consultadas, y donde expone sus juicios sobre la importancia del maestro en las labores escolares:

     «Sr. D. Enrique Martínez Muñoz. -Muy señor mío: Felicito a ese Ayuntamiento por su patriótica iniciativa, y a El Eco de Cartagena por el concurso eficaz y desinteresado que se dispone a prestarle, esparciendo tan fértil semilla por toda la Península; y a usted por la noble sinceridad de su carta, que he leído con verdadera satisfacción.

     »Muchas gracias a la ciudad por la parte que me toca como español. Muchas gracias en especial a usted por el honor que me dispensa invitándome a asociar mi humilde persona a la regeneración de la escuela, y por los detalles que se sirve darme de su proyecto, que bien puede decirse fausto. Es claro que cuando se han acordado de mí no olvidarán a D. Francisco Giner de los Ríos, D. Manuel B. Cossío, D. Agustín Sardá, D. Juan Uña, D. Alfredo Calderón, D. Ricardo Rubio, D. Pedro de Alcántara García, don Adolfo Posada, D. Pedro Dorado Montero, Azcárate Unamuno, Gómez Ferrer, Manjón, Cajal, Sánchez de Toca, Pardo Bazán Altamira, Aniceto Sela, Piernas Hurtado, etc. Supongo, además, que el Ayuntamiento no se preocupa sólo del edificio, sino también principalmente de los maestros, que son, en el orden de prelación, el primer factor; y, por lo tanto, que atenderá, mientras se construye aquél, a la formación de éstos, mandando algunos al extranjero, después de hacer estación en Madrid, donde ya, por fortuna, existen pedagogos y centros pedagógicos de calidad europea. Mandándolos fuera, digo, no sólo para que aprendan la técnica (los libros son insuficientes), sino, sobre todo, para que formen su espíritu. En eso, más que en nada, ha de consistir la lección que Cartagena dé a las demás municipalidades y al Estado. Puesto en gastar, vale más gastar en eso que en un pabellón más añadido al edificio; y sin eso, los miles gastados en ladrillo y menaje darían bien escaso fruto, de lo que tenemos ejemplo. Nada se adelantaría con tener cálices de oro cuando los sacerdotes son de palo. Lo contrario es lo que vale, cuado no pueden ser de oro las dos cosas. -Me ofrezco a usted con la mayor, etc. -Joaquín Costa

     Esta carta, en la que su autor elogia a Cartagena por su patriótica iniciativa y por el ejemplo que la reforma significa para el impulso de la pedagogía práctica nacional; en la que se expone la relación bastante completa de los pedagogos a quienes podía consultarse, y en la que se expresan los juicios del Sr. Costa sobre la importancia del personal en las labores escolares, dio motivo a que D. Enrique Martínez Muñoz sometiera a la aprobación del escritor ilustre el plan educativo que comprendía el espíritu informador de la enseñanza y los medios que habían de ponerse en práctica para llegar al ideal defendido por Costa.

     La carta, o más bien Memoria, que fue sometida a su aprobación, abarcaba todos los puntos correspondientes al plan, medios y procedimietos que habían de utilizarse para realizar el ideal perseguido y para asegurar el éxito de la empresa; y por la importancia que para el crédito de estos esfuerzos, que merecen ser imitados, tiene la aprobación de hombre de tanta autoridad, copiarnos la siguiente carta, que demuestra el acierto con que fueron tratadas todas las cuestiones que interesan a una escuela según el pensamiento progresivo que Costa representa en la pedagogía española:

     «Sr. D. Enrique Martínez. -Distinguido amigo: Celebro que sea usted el promovedor, y que tenga previsto lo de formación del personal. No habrán olvidado en el programa general ni en los planos, locales cubiertos al aire libre, cubiertos sobre pies derechos, para la enseñanza técnica, simultánea con las demás, que es punto capitalísimo de la reforma. Veo que las escuelas de Cartagena no son un producto artificial, sino resultado de la coincidencia de un educador y de un alcalde europeo. Pocas poblaciones, si alguna habrán logrado esa fortuna. Aradezco mucho los detalles que me da sobre la génesis del proyecto, próximo a ejecución, los cuales me han interesado mucho, dejándome adivinar que Cartagena tiene un pedagogo serio, un pedagogo que es al propio tiempo un hombre y un patriota, que ha formado conciencia del crítico momento presente y de su misión, y voluntad firme de corresponder a ella. Celebro haber hecho relación con usted y me felicito, no de que busque usted inspiración en nuestra Reconstitución y europeización, que eso es una hipérbole, sino de que hayamos coincidido en las líneas generales del problema pedagógico que es casi decir del problema nacional, porque eso supone garantía de acierto para lo que es obra de usted y para lo que fue tentativa nuestra. -Me repito de usted, etc. -Joaquín Costa.»

     El espíritu del gran pedagogo quedó relacionando a la obra de Cartagena, que mereció sus elogios en distintos trabajos, y citando se inauguraron las obras de estas escuelas escribió aquel su hermoso artículo que es manifestación brillante de la importancia que el Sr. Costa, concedía, a estas cuestiones y del noble entusiasmo que produjo en su alma de patriota, la iniciativa, dada por Cartagena en estos caminos de la cultura nacional.

     El artículo a que nos referimos, y que publicó El Eco de Cartagena, en su número extraordinario de 8 de Diciembre de 1900, no puede quedar fuera de las páginas de este libro, porque en él está en resumen el pensamiento de Costa en lo que llamaba política pedagógica, y es clara expresión de la importancia que concedía a la escuela como elemento poderoso para reconstituir el espíritu nacional.

     He aquí dicho artículo:

     § 4. «¿Covadonga, Gibraltar! -Hace pocos días, un periódico de Madrid daba noticia de un hecho que ha debido poner de alarma, a los políticos y servir de despertador al país, ya que el toque de somatén partido no ha mucho de allende el Atlántico, se perdió en el camino, sin que llegase a nosotros más del ligero eco, ya apagado, de Zaragoza. Según aquella noticia, en la bahía de Algeciras, suelo español, vecino de Gibraltar, viven 78.000 súbditos españoles, repartidos en cinco poblaciones, españolas también. Para el servicio de instrucción de esas cinco poblaciones mantiene España siete escuelas: Inglaterra treinta. A las escuelas que mantiene España asisten unas cuantas docenas de niños; las que sostienen y regentan los ingleses cuentan los alumnos por millares...

»Una asociación de ideas, bien natural, me ha traído a la memoria el triste recuerdo de dos invasiones transfretanas, una material y remota, otra espiritual y presente; me ha recordado que allí mismo, en la bahía de Algeciras, desembarcó hace doce siglos aquel Tárik ben Zuyed que dio nombre a Gibraltar y rindió la Península, más que a los califas de Oriente, a las tribus de berberiscos del África Septentrional; y que desde el día siguiente de expulsada ésta de la Península, ha vuelto a invadirnos calladamente, sin que nosotros nos percatásemos de tal invasión, haciéndonos de su progenie por la psicología, deslizándonos el turbante por debajo del sombrero de copa, ingiriéndonos su fatalismo, colonizándonos el cerebro, transformando por el patrón de las suyas nuestras instituciones, reduciéndonos a ser otra vez una nación medieval, trasladando el Estrecho de Gibraltar al Pirineo. Y este recuerdo me ha hecho reflexionar que, por causa de aquella nueva invasión y retroceso, hemos caído desechos al primer leve choque con una acción que iba con su tiempo, alumbrada por todos los fulgores del siglo XIX; me ha hecho reflexionar que una invasión así, del continente negro sobre el continente de la luz, contradice toda la historia de Europa y sus sentimientos y sus intereses, y, que Europa no puede consentirla; y que por eso la reconquista se hará indefectiblemente, tomando por punto de partida la única Covadonga eficaz en esta clase de reparaciones históricas, que es la escuela; la escuela española, si queremos y llegamos a tiempo; la escuela inglesa, en otro caso. Es un dilema que la historia ineluctablemente nos plantea, y a que por dicha no podemos escapar.

     »Cartagena está dando una lección a España, y yo me descubro ante Cartagena. Sería preciso que su ejemplo cundiese, que se propagase con la rapidez de un fuego de pólvora. Porque los momentos apremian. Si los contribuyentes españoles tienen ya conciencia clara de la Patria y de su situación, que no parece que la tengan, aquellos 200 millones que se trata de pedirles para artillería y acorazados los reservarán para las escuelas, para los maestros, para los niños. De lo contrario, esos niños no llegarán a ser soldados de un Sancho Abarca el aragonés, de un Pelayo el asturiano: seguirán regidos por el Tarik interior, que es ya más de la mitad de su ser, y; Pelayo lo será John Bull, y la reina Victoria montará el alazán de la Reina Católica y recibirá del Rey Chico las llaves de Granada, que es decir ya de toda la Península.»

     §5. «El Estrecho de Gibraltar(45). -Ríos hay en el planeta que miden doble anchura que el Estrecho de Gibraltar; por ejemplo, el río de las Amazonas, y, sin embargo, sus dos riberas pertenecen a una misma nación; en esos ríos, desde una orilla no se alcanza a ver la opuesta, y desde las plazas de Españas se distinguen perfectamente las costas de Marruecos; hay istmos en la tierra que dividen uno de otro dos sistemas geológicos; una flora de otra flora, un clima de otro clima; por ejemplo, el istmo pirenaico; pero el Estrecho de Gribraltar no separa nada; a pesar de él, como si tal accidente no existiera, los estratos del suelo africano se continúan en nuestro suelo peninsular, Ávila y Calpe son hermanas, y se hallan pobladas de una raza de simios que presenciaron el estruendoso rompimiento del istmo prehistórico y la desaparición de toda una fauna hispano-africana, que a este lado del Estrecho quedó prendida entre las mallas del subsuelo, y que al lado de ella logró salvar hasta hoy, alguna de sus especies.

     »Iberia es una provincia botánica de África viviendo en ella espontáneamente, como en su propia patria, toda la flora transfretana, encontrándose en Andalucía especies desconocidas en Europa y comunes en el Sahara; la meteorología marroquí y la meteorología española forman una misma, y sola meteorología; los labradores de aquende y allende cultivan unas mismas plantas, siembran y siegan en unas mismas épocas, padecen sus mieses y ganados por igual el azote de la sequía y el de la langosta.

     »España y Marruecos son como las dos mitades de una unidad geográfica; forman a modo de una cuenca hidrográfica, cuyas divisorias extremas son las cordilleras paralelas del Atlas al Sur y del Pirineo al Norte, entrambas coronadas de nieves perpetuas, y cuya corriente central es el Estrecho de Gibraltar, a la cual afluyen, de un lado, en sus pesadas caravanas, los tesoros del interior del continente africano, y del otro, en sus rápidos trenes de vapor, los tesoros del continente europeo. Lo repito: el Estrecho de Gibraltar no es un tabique que divide una de otra casa; es, al contrario, una puerta abierta por la Naturaleza para poner en comunicación las dos habitaciones de una misma casa.»

     §6. A los maestros de Madrid(46). -A los beneméritos profesores de las escuelas municipales de Madrid Sres. D. Valentín Ulecia, D.ª Teresa G. Molero, D.ª Elena Muñoz, D. Ricardo López, D. Vicente H. Tudela, D. Alfonso B. Alfaro y D. Germán Lizondo, junta directiva de la asociación de maestros de Madrid.

     Señores de todo mi respecto y afecto: Recibo la elocuente comunicación de ustedes, en que se sirven hacer mérito de algunos conceptos míos del artículo sobre escuadra, favorables a la causa de la primera enseñanza y de su profesorado, y me excita a salir de mi forzada reclusión para interesar a la opinión pública en pro de un cambio de organización de las escuelas de niños, que las transforme de unitarias o individualistas en graduadas, a la europea, camino único de hacer nación y que la patria española se redima.

     »Nunca agradeceré bastante a ustedes la confianza que su bondad y el desconocimiento de la persona les inducen a depositar en mí y los términos lisonjeros en que lo hace. Por desgracia, su buen deseo les engaña en lo que a mi respecta, y creo que también en lo que respecta al medio escogitado, para que su pensamiento de reforma gane la Gaceta y penetre y se difunda en la realidad.

     »1.º En primer lugar, las propagandas son aquí cosa exótica, y resultan perfectamente ociosas y estériles cerca de la opinión; no son sólo los políticos, también ella se ha hecho a las voces, como los gorriones de vega, y al más previsor y fervoroso apóstol lo escucha como quien oye llover. Refiérense ustedes -y no valga el ejemplo más que por lo inmediato- a mi escrito sobre la ley de escuadra, materia de sumario: que yo sepa, dos solas Asociaciones populares, una de Cádiz y otra de Málaga, se han hecho cargo de él, es decir, una por cada veinticuatro provincias, que es bastante poco; y aunque esto pudiera explicarlo sobradamente la circunstancia de tratarse de una cosa mía, en la ocasión presente tengo por cierto que habría sucedido otro tanto si hubiese llevado la firma más autorizada del país. Nadie ha sentido curiosidad de leerlo, fuera de tres o cuatro docenas de personas sueltas, y ha quedado inédito, tal como lo dejó el Gobierno o quienes fuesen, y no ha tenido que ocuparse el autor de imprimirlo y montar una oficina que lo pusiera en circulación. Y no es que lo diga como si me hubiese causado extrañeza; a mis años y a mis desengaños debo conocer el paño, y ya en el mismo escrito hube de curarme en salud. También los periódicos adversos al malhadado proyecto clamaron en el vacío, sin rizar siquiera la superficie de este mar muerto de la «sociedad» española, y eso que se trataba de defenderse, de reaccionar contra una dictadura insolente, que se trataba de rechazar un gasto improductivo de 1.000 a 2.000 millones de pesetas, que vienen a agravar la deuda nacional, ya tan dilacerante y africanizadora!; ¡se trataba de nuestra seriedad ante el mundo, comprometida gravemente en tan criminal empresa de gobierno!; ¡se trataba de atajar la horrenda serie de los Trafalgares y Santiago de Cuba! ¡Conque figúrense que se hubiese tratado de cosa menos aparente, tal como la reorganización de las escuelas primarias!

     »2.º En segundo lugar, aunque hubiese posibilidad práctica de sacudir a la opinión e interesarla, sucede que entre las clases gobernadas y los gobernantes existe absoluto divorcio, no conociéndose sino para maldecirse y ultrajarse. No lo digo yo; lo ha dicho repetidamente el Sr. Maura, con Silvela y Montero Ríos, y lo ha hecho bueno hace dos meses, al defender el proyecto de ley de escuadra, diciendo en substancia: «La opinión lo detesta, pero me place a mí, y eso basta». ¡Convencer a un político que padece asombros de sí propio! Sería menos difícil convencer a uno de los reyes de piedra de la plaza de Oriente. Bastaría que la opinión lo pidiese para que él contestase: «Yo contrario».

     »3.º ¡Que no acaba todo en el Sr. Maura! ¡Que hay más políticos que él dentro del régimen! Verdad es, por desgracia; pero nos los sabemos a todos de memoria, así antes como después de los grandes desastres nacionales, ninguno de ellos vemos que mejore al jefe conservador ni abra el menor resquicio a la esperanza.

     »Antes de 1898: en una Conferencia mía del Círculo de la Unión Mercantil, año 1900, sobre el tema «Quiénes deben gobernar después de la catástrofe» (contra mi costumbre, hoy tengo que citarme), resumía cierta argumentación en estas palabras, que hacen aquí al caso: «No cabrían en una galera, no arrastrarían dos parejas de bueyes las resmas de papel repletas de saber práctico y positivo que han pasado de esos Congresos y Asambleas, mítines y conferencias a los despachos de los ministros en veinticinco años, y que los ministros no se han tomado el trabajo de leer. Los que concibieron y elaboraron aquellos planes de reforma, la experiencia ha acreditado que tenían razón: todo lo que ha sucedido estaba en ellos previsto y descontado: leyéndolos ahora se ve que si los gobernantes, ya que no se les ocurría nada, ya que no tenían el don de consejo, hubiesen prestado oído al consejo del país, España no se habría hundido, y, antes al contrario, habría progresado y estaría en camino de ser una gran Potencia, y los Estados Unidos se habrían guardado de ponerse a tiro e Inglaterra de expedirle la partida de defunción.»

     ¿Y de qué sirvió todo eso? Responde el Sr. Moret: en treinta años no se hizo nada. Responde el Sr. Maura: España sigue inconstituida y lo tiene todo por hacer.

     Después de 1898: pasma lo que se ha discurrido, hablado, acordado, suplicado, revuelto y escrito desde dicho año en Asambleas, Congresos, mítines, conversas, proposiciones, instancias, programas, conferencias, entrevistas de Comisiones con Ministros y Cámaras legislativas: toda una pirámide de Egipto, que solamente puede apreciar que haya tomado activa parte en esa activa práctica. ¿Y de que ha servido? De lo que decía el Sr. Maura hace ahora doce meses a las mayorías parlamentarias: «Hemos entrado en el noveno año del desastre, y aún no hemos hecho nada.» De lo que decía por el mismo tiempo el Sr. Salmerón en el Congreso: «En todos los órdenes de la vida, desde la fecha del desastre, España ha retrocedido.»

     Con tal experiencia ¿a qué seguir perdiendo más tiempo; a qué seguir golpeando la roca, obstinados en que ha de manar agua?

     4.º Últimamente, no he de ocultar que me causa una repugnancia invencible el cuadro vergonzoso, humillante y desconsolador que presenta nuestra vida pública, testimonio patente de que si España ha perdido el pulso, es porque no merecía vivir; en lo alto, los culpables de la caída, deshonra y ruina de la Patria apoderados todavía de ella y de su patrimonio, gozando las ventajas y los esplendores del poder, abajo, de rodillas ante ellos, la víctima, orando incensando, suplicando, implorando cobarde y lacrimosamente como una gracia, revolución en los presupuestos, reforma de las Escuelas y Universidades, autonomía municipal, policía de abastos, soberanía de la opinión, sufragio universal, elecciones honradas, servicio militar obligatorio sin redención, retraimiento de Marruecos y de Marina, etc., cuando lo que cumplía es que la cuitada se alzase, por fin, altiva e indignada, y tomase por propia mano lo suyo, que es todo eso, y castigase a los detentadores, en toda la medida de su merecimiento. No me explico la actitud sumisa y pasiva de la víctima para con sus expoliadores y secuestradores; ¿por qué, en vez de, echarlos, y encartarlos, contemporiza y parlamenta con ellos y los respeta en sus usurpados puestos; para qué los quiere, qué falta le hacen? Como no me explicaría que en un medio social tan abyecto, que de tal manera se desprecia a sí mismo, hubiese quien tomara en serio el instrumento de la propaganda a la inglesa le reconociese la más leve chispa de virtualidad.

     Desde el fracaso de las mal orientadas Asambleas de Zaragoza, no he transigido nunca con ese estado de depresión y rebajamiento de la opinión, y no iría ahora a aconsejarle que lo hiciese respecto de tal o cual reforma y ni abstenerme de afeárselo. La propaganda pedagógica (como cualquiera otra) Habría de trocarse desde el primer instante en propaganda política, dirigida a renovar totalmente el personal gobernante de los últimos treinta años.

     Por desgracia, también este recurso, o si se quiere método, camino, ha agotado todas sus posibilidades. Hasta hace poco, la comunicación de ustedes habría podido contestarse, dentro del criterio que vengo manteniendo, con esta perentoria alternativa: «No más solicitudes ni propagandas: desde el Poder, o desde ninguna parte. ¡Señores maestros, señores agricultores, señores industriales y comerciantes, señores intelectuales, o rebelarse o resignarse!» Hoy, el primero de estos dos términos ha hecho lastimosamente bancarrota, por causa de los partidos populares mismos, y ya no ha lugar a la opción: quiérase o no, el partido de la resignación ha triunfado y se impone en toda la línea. España no completará, no afinará ni europeizará en proporciones apreciables sus instituciones docentes; no reformará sus escuelas, fuera de la Gaceta; no hará hombres, no se regenerará a sí propia. Las campañas a que el celo patriótico y profesional de ustedes me invita se resolverían en un puro predicar en desierto. Y en mí ya no sería constancia, sino isidrismo. Iría más solo que Don Quijote por los yermos de la intelectualidad española, sin compañía y sin escudero, porque ahora los Sansón Carrasco y los Sancho Panza, desde los bancos de la escuela se van derechos a los Ministerios, donde se reparte la menestra y se dan las ínsulas, que es, con excepciones contables por los dedos, cuanto ambiciona la «juventud» de nuestra decadencia, más vieja que los viejos. Con gran sentimiento mío, me es imposible acudir a su llamamiento, porque he tocado y he visto.

     No pensarán ustedes por esto que he mudado de actitud o de convicción con respecto a las escuelas de niños y a su profesorado. Donde estaba, sigo. Van corridos más de nueve años desde que suscribí el mensaje de la Cámara Agrícola, del Alto Aragón al país, fecha 13 de Noviembre de 1898, uno de cuyos números está así concebido: «Y condición esencial y previa por parte del legislador, ennoblecer el magisterio, elevar la condición social del maestro al nivel de la del párroco, del magistrado, del registrador.» En la semana última, un catedrático del Instituto de Tarragona, D. Pedro Laperena, recordaba en una de sus conferencias pedagógicas, según leo en El Progreso, cierta nota mía, ya casi antigua, en que ponderaba la urgencia de enderezar la realidad en el sentido de la etimología, poniéndose el maestro a la cabeza de la sociedad, y, «por de pronto, al nivel del juez, del magistrado, del párroco, del catedrático, del ingeniero...» En tal convicción me ratifico ahora, y lo único que añado es la seguridad de que eso, y mucho menos que eso, será siempre en España una utopía, en tanto no lo vistan de carne, sin permiso suyo, sus herederos del exterior...

     Ya les oigo preguntarme como sobresaltados: ¿qué quiere decir con eso?

     ¡Ay! España -fíjense, la mitad de lo que hace diez años era España- se quedó ocupando el lugar que había correspondido a Cuba hasta 1898. Hace pocos días se publicaba en Lérida el mitin conversa de los maestros de Tárraga, y en una página de él recordaba yo que para elevar el número de escuelas de aquella isla desde 300 a 8.000 casi repentinamente, que para aumentar el haber de los maestros a 10.000 y 12.000 reales de entrada(47), igualándolo con el de los maestros norteamericanos, fue preciso que la bandera española fuese arriada en las seis provincias y que entrase a gobernar una nueva raza.

     Ahí tienen ustedes la respuesta.

     ¿Absoluta? Sí, absoluta; sin aquella alternativa, que todavía en 1900 admitía en mi artículo «¡Covadonga-Gibraltar!», escrito para un extraordinario, a propósito de la escuela graduada de Cartagena, tomando pie de las escuelas inglesas del Campo de Gibraltar, frecuentadas por millares de niños españoles. Han pasado siete años, y con no haber hecho España nada, nosotros hemos retrocedido, Inglaterra ha proseguido sus avances sobre España, la Historia ha seguido dando la razón a Salisbury...

     »Este recuerdo, decía en aquel artículo (y perdóneme esta últitna autocita), me ha hecho reflexionar que, por causa de aquella nueva invasión y retroceso, hemos caído de hecho al primer leve choque con una nación que iba con su tiempo, alumbrada por todos los fulgores del siglo XIX; me ha hecho reflexionar que una invasión así, del continente negro sobre el continente de la luz, contradice toda la Historia de Europa y sus sentimientos y sus intereses, y que Europa no puede consentirla; y que, por eso, la reconquista se hará indefectiblemente, tomando por punto de partida la única Covadonga eficaz en esta clase de reparaciones históricas, que es la escuela: la escuela española, si queremos y llegamos a tiempo; la escuela inglesa, en otro caso. Es un dilema que la Historia ineluctablemente nos plantea y a que por dicha no podemos escapar(48).



     »Cartagena está dando una lección a España, y yo me descubro ante Cartagena. Sería preciso que su ejemplo cundiese, que se propagase con la rapidez de un fuego de pólvora. Porque los momentos apremian. Si los contribuyentes españoles tienen ya conciencia clara de la Patria y de su situación, que no parece que la tengan, aquellos 200 millones que se trata de pedirles para artillería y acorazados los reservarán para las escuelas, para los maestros, para los niños. De lo contrario, esos niños no llegarán a ser soldados de un Sancho Abarca, el aragonés, de un Pelayo, el asturiano; seguirán regidos por el Tárik interior, que es ya más de la mitad de su ser; y Pelayo lo será, John Bull, y la reina Victoria montará el alazán de la Reina Católica y recibirá del Rey Chico las llaves de Granada, que es decir ya de toda la Península(49)».

También entonces se trataba de 200 millones para construcciones navales y artillería. Acabamos de ver cómo esos 200 millones, salvo que para buques nada más, sin cañones ni pertrechos, y sólo para empezar, han sido votados a cargo del país por poderes ilegítimos, pero a los cuales no diré que el país se somete, sino que deja hacer. Mientras tanto, el jefe del Gobierno, señor Maura, rechazaba tercamente un aumento de 5 millones que la Cámara baja quería consignar en el presupuesto de Instrucción pública, fundándose: ¡en que falta plan para invertirlos, en que no sabe lo que habría de hacer de ellos! ¡Hablen ustedes de regeneración en un país donde esto puede suceder! Adviertan que se trata de un político maduro, «legislador» desde sus mocedades, con vocación decidida de gobernante, que ha percibido de los contribuyentes un capital en sueldos y cesantías por que estudiase los problemas nacionales, y que, sin embargo, ha dejado pasar los ocios de la oposición sin estudiarlos; que ha solicitado o aceptado carteras ministeriales y la jefatura del Gobierno, aunque no tenía preparación sobre lo más esencial de la gobernación pública; se trata de un político tan estrecho de conciencia, que en vez siquiera de suplir o compensar aquel abandono culpable de atrás, forzando ahora el estudio desde el poder, no bien encuentra un rato libre, lo destina a cazar o a pintar, lo mismo que si España tuviese resueltas sus cuestiones fundamentales como Inglaterra, como Holanda, como Alemania, y todo marchase como sobre ruedas, emulando al otro, de quien tampoco ha podido nunca decirse que soltara un día la escopeta y tomara en su lugar un libro que lo capacite para el acertado ejercicio de su «función»; se trata de un político que en su anterior etapa de mando aprobó y dejó llevar a la Gaceta un decreto por el cual se elevaba el haber mínimo de los maestros a 1000 pesetas, cosa que implicaba un aumento total de bastante más de cinco millones, y que ahora, dejado aquel decreto sin efecto por los liberales del Sr. Montero (¡valientes liberales!), no se cuida de reponerlo y colocar en él esa corta suma, lo cual daría a entender que en aquella ocasión procedió a tontas y a locas, sin saber lo que hacía y por qué lo hacía, si no es que ha obrado así irreflexivamente en aquella sazón y además en ésta; se trata, por último -y esta es la más negra- de un político en quien todo el régimen se agota, porque el señor Maura es el hombre representativo por excelencia, lo que España podía dar de sí en esta negra hora, siendo tales para cual aquellos que han pensado o piensan que, en un país que destina para gastos de primera enseñanza en cuarenta y nueve provincias una suma equivalente a la quinta parte de lo que gasta en igual atención la sola ciudad de Nueva York, que en un país rezagado de tres o cuatro siglos y que para reponerse en los carriles de la Historia y reincorporarse a la corriente de la civilización, necesitaba algo más que alfabetizarse, necesitaba mudar de cabeza- el estado de las cosas va a cambiar, el resurgimiento de la nacionalidad va a ser un hecho, porque se aumente en 5 millones el actual presupuesto de enseñanza: ¡que es lícito arrojar 25 millones anuales de extraordinario al Moloch del mar, con tal que se compense ese desangre con una transfusión de 5 millones por la vía de instrucción pública!

     No faltarán a la causa nobles y desinteresados valedores, pero... Pongan ustedes, si quieren, su zapato en la ventana; yo no creo ya en Melchor, Gaspar, ni Baltasar. Verán ustedes formarse, incluso Ligas para la enseñanza a uso de Inglaterra para mí, no pasarán de ser lo que han sido aquí siempre: una buena voluntad, tentativas de la realización del quiero y no puedo, materia a lo sumo de una nueva retórica, émula de la antigua en derredor del vocablo «libertad», que dejó las cosas como estaban, si tal vez no peor. La última de esas Ligas, promovedoras del progreso pedagógico y de la cultura nacional que me retrae la memoria, se constituyó en una reunión celebrada, en el Ateneo de Madrid, por iniciativa, creo, del Sr. Salvador, y bajo la presidencia accidental del Sr. Azcárate; hízose nombramiento de presidente, y ahí hubo de acabar todo: en los cuatro o cinco años transcurridos hasta la fecha no he leído ni oído decir que volviera a convocarse a los ligueros una segunda vez. Sistema de pura casta española. Otra reunió de buenos patriotas acaba de celebrarse, hace cuatro o cinco días, en la Universidad Central, por iniciativa, y bajo la presidencia del señor Ortega Munilla, con objeto de crear un organismo permanente de propaganda y de defensa, independiente de la acción oficial, que solucione el problema de la enseñanza y vele por los intereses de la educación nacional. Estén ustedes seguros de que la nueva Liga no será la última.

     ¿Pues entonces, qué?, me preguntarán ustedes quizá.

     Por parte de los profesionales, para quienes, esto puede ser un deporte, y un noble deporte, lo mismo que están haciendo ahora. Por parte mía, como en general de los que tienen otro oficio y alientan parecidas convicciones, fundadas en razón y experiencia, nada; aguantar mi vela, que no es esa, ver pasar las horas, hacer votos por que me equivoque, no empeñarme en pelear obcecadamente contra el hado, como aquel temerario de Diomedes contra Júpiter en el sitio de Troya. Ustedes han cumplido y cumplen como buenos preocupándose de su misión social, deliberando entre sí, conviniendo un plan o programa y buscando adecuado Cirineo que les ayude a ponerlo en ejecución, siquiera esta vez hayan equivocado la dirección de la carta. Yo, en su caso, habría hecho eso mismo que su celo y su buen sentido les han aconsejado.

     Graus, 1908.

     §7. Lo que corresponde hacer a los profesores españoles. -Por el año de 1903, un catedrático de Agricultura de cierto Instituto asturiano, pensó en explicar a los 27 maestros públicos de niños del pueblo una conferencia semanal de Agricultura en su cátedra, con sencillos experimentos después, tales como ensayos de tierras y abonos, reconocimiento de plantas espontáneas, manejo de maquinaria agrícola, y experiencias de abonos y variedades de semillas. Para estos últimos efectos se contaba: o con los huertos de junto a las escuelas o con la muy grande probabilidad de conseguir que los propietarios cederían el terreno preciso.

     Una casa industrial de maquinaria, la casa Gartzeizt, ofrecía los aparatos necesarios al caso experimental; D. Amadeo Cros, de Barcelona, los abonos.

     El Ayuntamiento veía con grandes simpatías el proyecto.

     Se dieron ocho o nueve conferencias; se establecieron algunos campos de experimetación en las aldeas. Con los maestros iban ya a escuchar las lecciones algunos labradores. El catedrático andaba un poco desorientado sobre la manera de continuar en su tarea para que resultara fructuosa y con la mayor utilidad práctica posible. Pensó etonces en escribir a D. Joaquín Costa, del que había recibido, con motivo de otros trabajos de folklore, estímulos, alientos y consejos, inspirándolos en aquella grande benevolencia con que el egregio pensador aragonés trataba a todos, pero singularmente a los que distinguía con su afecto.

     Como respuesta a tal consulta, D. Joaquín Costa escribió la carta siguiente:

«Madrid, 14 de Marzo de 1903.

     Mi querido amigo: Dos líneas al correr de la pluma. Mi aplauso entusiasta y caluroso a su obra: hace usted extensión universitaria en vivo: hace lo que deberían hacer, cada uno en su especialidad, todos los profesores de España; no es que haya emprendido un camino recto: ha emprendido el camino. ¿Que es sólo? No importa; siempre es uno quien inicia; pronto serán ustedes legión. Algunos maestros, verbigracia, el de Montañana, en Zaragoza, han principiado a lanzarse en esa vía.

     Mi opinión: que se limite a lo que ahora hace: 1.º, para que se forme usted, hasta dominar el hecho local y la técnica, merced a una experiencia inmediata y seguida de varios años; 2.º, para que la institución arraigue, formando un núcleo vivo, que lo haga deseable en otras poblaciones de la provincia, por la vista directa, por la comunicación oral de los resultados, etc. Conviene no extender demasiado la atención de usted, sino que se concentre para que eso o sea muy vivo y obre a manera de levadura. ¡Lástima que no pueda emprender desde luego sus experiencias y enseñanzas en país seco y de secano, en la Mancha, Extremadura o Alto Aragón!

     Triunfante la República, mi pensamiento sería, si en mi mano estuviese, que un hombre como usted, con voluntad probada, a quien la cosa le había salido de dentro, se pusiera a la cabeza de una organización general de esa clase de enseñanzas, que pudiera ir al extranjero a injertar sobre lo propio adquirido, pensamientos y experiencias de los extraños, llevando consigo discípulos que formen apostolado y permitan transformar en poquísimos años (con las escuelas de gañanes y las escuelas agrícolas militares), la agricultura española y en general nuestra Economía nacional.

     Sólo deseo que no desmaye usted con estar el país tan atrasado, ya no tanto que reciba nadie eso con burlas, y antes bien ha de obtener usted recursos muy pronto hasta por suscripción pública.

     Más adelante podrá usted iniciar al lado de eso la obra de los huertos comunales, acaso ahí mismo. Pero esto no es de ahora. Es posible que dentro de un par de años, si a usted le parece, fuese yo a ese pueblo a hablarles a los obreros y a las clases acomodadas de lo de los huertos comunales.

     Veo con profunda emoción lo que me dice usted de la actitud de los obreros con respecto a sus lecciones de Química popular. Ayer me lo han confirmado con respecto a toda la Extensión Universitaria donde existe, incluso en Valencia. Esas clases me son profundamente simpáticas: en ellas está la sociedad del porvenir; ellas y las clases escolares son el único terreno donde puede sembrarse y de donde ha de venir la salud: sólo ellas toman la vida honradamente y en serio.

     La vehemencia que usted pone en todo, le ha dictado juicios en que anda complicada mi persona con resplandores épicos, hijos exclusivamente de su fantasía creadora. Esa parte de su carta descubre su afición a los cantares del pueblo en que éste idealiza y abrillanta la realidad fría y desconsoladora de nuestro bajo mundo. Como descubre la mucha voluntad que de antiguo me tiene y el agradecimiento que le debo.

     Tributo a usted el que puedo, y con deseos de poder corresponder, me suscribo una vez más su devoto invariable amigo, Joaquín Costa

     § 8. Creación de maestros, en sentir del señor Perojo. -La piedra fundamental de todo plan y sistema de Educación estriba y descansa en la cuestión, que así debe llamarse, muy especialmente para España, de los maestros.

     Es importante, importantísimo, y así lo hemos consignado, el método, de lo que por lo regular apenas si se hace mención, siendo como es primordial y anterior a la condición, número y situación de los maestros, por cuanto que el método es, como ya dijo un ilustre pensador, el maestro del maestro.

     Es asimismo de capitalísima gravedad la humillante y depresiva condición en que al maestro se ha colocado en España, y de la cual, no es sólo de la más estricta justicia sacarle y redimirte, restableciéndole en el alto puesto que su noble y alto ministerio requiere, sino, que sin esa justa y apremiante rehabilitación, todo intento de Educación jamás podrá perder la envilecedora mezquindad a que, al presente, la tenemos condenada.

     Veamos ahora la otra magna cuestión, en lo que al maestro se refiere, y que hemos dicho que es de un orden material, cuestión que se pone también en primer término como medio de rehacer y regenerar nuestra Educación primaria.

     Esta otra cuestión es la del aumento en el número de maestros.

     He aquí un punto en que sin discrepancias todos coincidimos y comulgamos.

     Todos estamos conformes en que necesitamos más maestros, y que el número que ahora tenemos, que no llega a veinticinco mil, es exiguo e insuficiente.

     Lo regular y correcto es sólo pedir más número y limitar la aspiración, poniéndola como ideal, casi como un sueño, en la cifra de dos mil o dos mil quinientos anuales.

     Para nosotros, bien lo llevamos probado con lo que sobre esta materia ya hemos escrito; antes que el número mismo, colocamos y anteponemos el Método y la Profesión. Y al hacerlo así no nos hemos circunscrito a establecer la gradación que en el orden lógico se debe seguir para la eficacia y finalidad de todo sistema de Educación, sino que hemos querido que el lector desapasionado llegue por sí mismo a encontrar la clave que tantos y tantos entendimientos esclarecidos no quieren o no han querido ver: mientras en España no se rectifiquen en la Instrucción Primaria el sistema y métodos de Enseñanza, y en tanto que al maestro no se lo ennoblezca y rehabilite, el problema del aumento en el número de maestros será siempre una verdadera quimera.

     Y será utopia, porque ese aumento señalado de dos o dos mil quinientos más todos los años no resuelve nada por de pronto en cuanto al número, aparte de que aún significa menos, si en la hipótesis de que con eso se colmara la necesidad numérica, venían los nuevamente formados a mantener el statu quo normal profesional, por que sucedería entonces, como dice Quick, lo que ante la retina del pobre ciego encendiendo una o dos bujías más para sacarle de las tinieblas en que se hallaba.

     Necesitamos en España setenta mil maestros o más y necesitamos tenerlos pronto, en diez, doce o quince años, cuando más. Con dos mil sólo de aumento anualmente, apenas si iremos cubriendo las bajas y vacantes que por ley inexorable de la realidad se producen en los veinticinco mil existentes.

     Nos encontramos dentro de un círculo vicioso -pero muy semejante a aquel que formulaba Fígaro cuando preguntaba: «¿En España no se escribe porque no se lee, o no se lee porque no se escribe?»

     Para ser maestro en España, en la situación presente, hay que tener el alma de apóstol, decidirse a seguir la carrera de mártir y que la vocación ahogue los estímulos más vivos en el corazón humano, o ser un alcornoque y pensar en una escuela como quien sueña con una cartería o un estanco de tabaco. Tenemos maestros de gran mérito y valer, de entusiasmos y alientos bastantes para demostrarnos la vida horrible que arrastran de humillación y martirio moral; pero los más, en número inmenso, son verdadero rebaño de máquinas pasivas, que por fuerza y por necesidad simultanean la escuela con menesteres bajos y antipedagógicos. Ni la suerte de los primeros, ni el cuadro deprimente de los segundos, es espejo en que desee mirarse el que puede guiar el curso de su existencia por otros senderos.

     El dilema de Fígaro, aplicado al caso que estamos tratando, tiene una contestación categórica. En España no hay maestros porque sólo lo son los que no pueden ser otra, cosa.

     Este es el hecho. Esta es la realidad. Y mientras esto exista, en España no podremos tener los maestros que se necesita.

     Hagamos la rehabilitación del maestro. Reintegrémosle en su posición social. Dignifiquemos la profesión igualándola a la santidad de su misión, y que el español que ejerza ese respetable ministerio no tenga, como hoy cuado dice que es maestro de escuela, que velar la voz cual si declarase ser algo que puede ser causa de risa; sino que sea éste, al contrario, título de honor, modelo y ejemplo que todos quisieran seguir, y a miles de miles tendremos los aspirantes y pretendientes.

     Entre los medios mecánicos para aumentar el número de maestros, el que más garantías ofrece es el sistema del pupil-teacher, como en Inglaterra se llama, o élève-maître, como se dice en Francia.

     Ese sistema procede de Holanda. Cuando en Inglaterra comenzó a adquirir grandes proporciones el desarrollo de su educación primaria, por efecto del auxilio material de subsidios y subvenciones en metálico facilitados a las escuelas, las cuales debían su origen, no al Estado, sino a la iniciativa particular de los dos grandes Comités o Sociedades religiosas, con ese mismo gran desarrollo coincidía la decadencia del sistema de enseñanza que en todas aquellas escuelas se seguía, el sistema mutual o monitorial, que con ambos nombres es conocido, y cuya implantación ha hecho inmortales los nombres del Dr. Bell y de Lancaster.

     El Comité del Consejo de Educación no tenía en dichas escuelas más que la inspección secular de la enseñanza que se daba, y, según la eficacia y celo de esta instrucción graduaba la cuantía de las subvenciones que había de otorgar, valiéndose, para estimar éstas, de los informes y Memorias que le hacían los inspectores que, dependiendo de ese Centro oficial, visitaban los establecimientos escolares.

     Estos informes coincidían todos en la necesidad de reformar el sistema, introduciedo la escuela graduada en vez de la unitaria, y en la supresión de los monitores. Esto sucedía desde el año de 1844. Después de largos estudios, de viajes por las escuelas de Europa, y de premios y concursos, para buscar la manera de aumentar el número de maestros, se optó por el régimen que se practicaba en Holanda, y en 1846 se impuso como condición para las escuelas que habían de optar al auxilio oficial.

     El sistema consiste en convenir o contratar con chicos que han terminado los años de escuela, que ya han cumplido los trece o catorce de edad y que desean consagrarse al magisterio, un arreglo o convenio por cinco años, durante los cuales ayudan y secundan al maestro en todas sus funciones, subdividiendo el trabajo de éste o de sus auxiliares. Recibían por esto los alumnos un sueldo anual, que empezaba en diez libras y llegaba después, progresivamente, hasta veinte, o sean cien duros, que recibían en los dos últimos años. El maestro, a su vez, en horas extraordinarias, instruía y preparaba a estos alumnos, teniendo, por su parte, una indemnización por este trabajo.

     Al terminar ese período de cinco años, y después de un examen, iba el alumno, si aspiraba al grado superior de maestro, y pensionado con lo que se llamaba Becas de la Reina, otros dos años a un colegio normal superior.

     Este sistema es una prolongación del monitorial, pero sin sus defectos e convenietcs y el único y mejor para multiplicar el número de maestros, estimulando la vocación de los que se sienten inclinados a la enseñanza desde la escuela y fortaleciendo sus aptitudes y facultades docentes de un modo práctico y teórico.

     Actualmente, se ha suprimido la parte activa del maestro, y el alumno concurre a la escuela y simultanea esa asistencia con la del colegio normal.

     Después de Inglaterra, Francia ha seguido el mismo procedimiento, y ahora también lo implanta Alemania, como única y sola solución para resolver el conflicto de la falta de maestros, conflicto que existe en todas partes y que sólo se puede resolver por ese medio, o, como hacen en los Estados Unidos, entregando la educación primaria exclusivamente, a la mujer, en la cual hay que reconocer disposiciones excepcionales para la primera enseñanza, y que no sin fundamento atribuía, el ilustrado escritor Sr. Maeztu al instinto de la maternidad.

     Creemos después que es un complemento indispensable favorecer todo lo que se pueda la visita de las escuelas extranjeras o la estancia en ellas, especialmente las inglesas y escocesas, prusianas y suizas, dejando que vayan a estudiarlas y conocerlas todos los maestros posibles; unos, directa y totalmente subvencionados por el Estado o corporaciones, por uno o dos años; otros, con media pensión o comisión y por menos tiempo, con el fin de que vean y sepan lo que son en esos países el maestro, los métodos de enseñanza y la escuela.

     También es un medio el de las habilitaciones para el que tenga ya un título académico, pero con la obligación de residir después seis meses o un año en el extranjero, en Inglaterra, Prusia o Suiza, asistiendo, naturalmente, a sus establecimientos escolares.

     Por último, en Inglaterra pasa actualmente de ciento diez y ocho el número de extranjeros -americanos, alemanes, franceses, suizos y españoles (éstos no bajan de cinco o seis)- que están enseñando en centros oficiales y que cobra honorarios que paga el contribuyente inglés. En Norte América y Canadá existe también un número considerable de extranjeros que, en Universidades y colegios públicos, comparten la enseñanza con el profesorado nacional. Francia, tan exclusivista, Francia la chauviniste, los tiene también en número considerable, y ha convenido y pactado, además, con Inglaterra, Alemania e Italia, dejar las clases de estas lenguas, en sus liceos y Universidades, a los profesores nativos de esos países que les quieran mandar.

     ¿Por qué no hemos de hacer nosotros otro tanto? ¿Por qué, sobre todo, no convenir, por períodos cortos o largos, que diez, veinte o más pedagogos, viniesen a darnos y enseñarnos lo que tanta falta nos hace que se enseñe y se sepa, como son métodos, procedimientos, organización, orden y disciplina escolar?

     §9. Costa a Castelar. -El diario de Madrid, Iberia, correspondiente al 19 de Febrero de 1870, publicó la carta que nuestro autor dirigió a don Emilio Castelar, la cual iba encabezada con el siguiente comentario: «La juventud de Madrid ha dirigido la siguiente y notable carta al eminente orador republicano Sr. Castelar, protestando contra algunas frases ofensivas a la dignidad de la Patria, pronunciadas por el Diputado de la minoría en su último discurso.

     »A grandes comentarios se presta este razonado escrito, que pone de relieve las apasionadas frases del célebre discurso a que se hace referencia. Nosotros, que somos los primeros en reconocer las grandes dotes oratorias que distinguen al Sr. Castelar, lamentamos profundamente que la intransigencia y el espíritu de partido den por resultado aseveraciones de esta índole, en mengua de la historia patria, y del orgullo nacional(50).

     »He aquí este importante documento:

     Ilustre orador: La juventud va a hablaros en nombre de la Patria, porque no quiere hacerse cómplice de ciertos laudatorios arranques, tan comunes como impropios, en boca de un genio. Vamos a protestar, porque nuestro silencio pudiera traducirse en asentimiento.

     Vuestro último discurso os hace digno de un aplauso, pero también de una reconvención.

     Vuestros talentos pertenecen a vuestra Patria, y no a la patria de los franceses. Esto, bien lo sabéis; y, sin embargo, parece que os habéis empeñado en la tarea de dar tanto lustre a Francia, que a su lado España queda como un pigmeo.

     Pasado, presente y porvenir, todo lo sacrificáis a Francia: ideas, propaganda y acción, todo lo concedéis y atribuís a Francia. A su lado, España queda como un satélite que pudiera desaparecer del sistema sin perturbarlo. Por esto protestamos, porque no es así como se nos alienta.

     Porque Víctor Hugo ha llamado a París el cerebro del mundo, vos llamáis a París la capital del género humano. Lo mismo pudisteis llamarla cuna de toda tiranía y semillero de todas nuestras desgracias. Parece imposible que el altivo ibero pueda degenerar en ferviente y aun ciego apologista de los eternos detractores de su Patria.

     Decís que Francia es la sucesora de Roma, y hacéis mal. No ha muchos meses atribuíais esta sucesión a España, citando enumerabáis incidentalmente «los tres pueblos más fabulosamente grandes de la historia, el pueblo griego, el pueblo romano y el pueblo español». Entonces hablabais sin pasión: ahora cantáis bajo la influencia de los aplausos de Tours; preferimos creer al Castelar de entonces, porque no es ciertamente Francia la nación de las grandes legislaciones y de las grandes conquistas. De los Usatges y del Fuero Juzgo, de Fivaller y Lanuza, de las Cortes y de los fueros, de Pelayo y Roger de Lauria, de Jaime I y del Campeador, de Gonzalo de Córdova, conquistador de Europa; de Alburquerque, conquistador de Asia; de Cisneros, conquistador de África; de Cortés, conquistador de América; de Quirós, descubridor de Australia... Ese pueblo francés tan grande, sucesor, para vos, de Roma, ¿dónde y para cuándo guarda sus Cincinatos y Duilios, sus Daoizes y Méndez Núñez, sus Numancias y Zaragozas?

     Presentáis a todos los pueblos que luchan por su independencia, desde Rusia a Francia, dirigiendo su vista y sus recuerdos a España. ¡Y decís que habéis necesitado ir a preguntar a París cómo se muere por la libertad y cómo se vence a los tiranos!

     No ignoráis que tres hechos determinan el principio de este periodo histórico: la revolución de los Estados Unidos, la revolución francesa y la revolución española. Así son en el orden de los tiempos.

     ¿Cómo se deberán colocar por orden de importancia? ¿A cuál debe más la Humanidad? Tanto valiera preguntar cuál de tres eslabones era el principal en una cadena: tanto valiera preguntar qué es lo más importante y necesario en el hombre, si el cerebro, el corazón o el alma.

     La primera revolución de España con este siglo dio la libertad a la Europa; la segunda dio la libertad a la América... «Si todo el Nuevo Mundo se hace republicano, decía Chateaubriand en 1822, perecerán todas las monarquías de Europa.» ¿Por qué no contraponéis en vuestros eruditos y elocuentísimos discursos, esos grandes hechos de nuestra historia a los grandes hechos de la historia de otros pueblos?

     Mereceríais bien de la juventud y de la Patria si escribierais un libro sobre la Influencia de las revoluciones españolas en la general Revolución, porque, es preciso decirlo, el mayor número la desconoce, no sabiendo ofrecerse a su admiración otra cosa que las revoluciones de la vecina Francia. No sería ésta, seguramente, la que llevara la mejor parte si se estudiara ese tema con detenimiento e imparcialidad.

     Parece cosa rara que no se haya tenido en cuenta esto: que cuando una nación extraña tiene que intervenir en nuestra política es como en 1823, para contener la democracia que amenaza la testa de los reyes; y que cuando una nación extraña tiene que intervenir en la política francesa es, como en 1815 y 1870, para libertarla del despotismo que amenaza la vida de los pueblos. En el espacio de medio siglo se han dejado imponer los franceses dos imperios, y dos veces los alemanes han debido llegar a París para espantar con sus bayonetas al águila traidora, cuyas garras no supieron ni siquiera roer sus víctimas. ¿Y diréis que Francia es la madre cariñosa de la libertad, la idea cosmopolita universal?

     Dos veces, en los siglos VIII y XVI, ha salvado España la civilización europea de la cicuta del Alcorán. Cuando la historia elaboraba sus progresos en las tinieblas de la Edad Media y en los albores del Renacimiento, esta nación hidalga, tan noble por su sangre como por sus desgracias, era su único centinela y amparo... ¡Y hoy le vuelven la espalda sus mismos hijos por correr tras de una cobarde prostituta!

     España ha llevado, con el cristianismo y con su sangre de fuego, la revolución a Occidente y a Oriente; y con Palafox y Riego la libertad a Europa y América. No oscurezcáis con vuestras adulaciones las glorias de nuestros padres: no encarnéis la idea de civilización en el espíritu de Francia; y si reconocéis que nos hallamos en período de decadencia, no contribuyáis a apresurarla con vuestras omisiones que tenemos derecho de llamar culpables.

     Si queréis borrar los odios de nacionalidad los límites de raza, no regaléis a nadie el cetro de lo pasado, ni queráis iluminar la frente de un pueblo con el incendio de otro pueblo. Si es vuestro propósito alentar a la Francia republicana contra Guillermo, haced salir de vuestra lira himnos guerreros de Tirteo y no las femeniles adulaciones de Virgilio.

     Con este objeto, sin duda, recordáis en vuestro discurso a Fitche alentado a los alemanes contra Napoleón; y a Víctor Hugo despertando a los franceses contra Napoleón; citáis también a Byron luchando en favor de la dependencia de Grecia... ¡pero olvidáis a Espronceda luchando por la indepedencia de Polonia!

     La Juventud os ruega, la historia os exige que os acordéis algo más de la patria de los españoles y algo menos de la patria de los franceses.

     Y sobre esto no queremos añadir otros detalles que pudiéramos, como aquel, por ejemplo, en que hacéis de la elocuencia patrimonio exclusivo de franceses. El hecho de vuestra personalidad desmiente la afirmación de vuestras palabras. Francia ha tenido un Mirabeau, España tiene un Castelar: sólo que el primero respetaba más a su patria que el segundo.

     Admiramos vuestros talentos, pero quisiéramos admirar también vuestro patriotismo. Perdonad si hemos sido duros, porque hablamos en nombre de la patria, «Las palabras amargas -dice Masdeu- en hombres que ven a su nación injustamente maltratada, son sensibles; en una contienda contra una ación ciegamente venerada más de lo que merece, son bien naturales; en ocasión que se procura desarraigar una preocupación común, son tal vez necesarias.»

     Os saludan en nombre de la juventud española:

     Por los estudiantes, J. Costa. -A. Mata. -P. Fuertes. -(siguen las firmas.)

. . . . . . . . . .

     El Sr. Castelar, por toda contestación a la patriótica carta que acabamos de insertar, pronunció, a los pocos días de recibir la misiva, un discurso del cual tomamos los siguientes hermosos párrafos(51):

     «.. No me cansaré de aconsejar a todos los partidos, a todos los reformadores que rindan culto al patriotismo, que eleven a su antiguo vigor el culto a la patria por la patria.

     Negar las estrechas relaciones del hombre con la naturaleza exterior, sería negar lo evidente. El Universo nos nutre, no sólo con los alimentos de cada día, sino con la luz, con su calor, con su electricidad, con sus gases, con todos los elementos de vida contenidos en su fecundo seno. Así debemos amar a la naturaleza como a una madre próvida y fecunda, a cuyos pechos vivimos, y que nos mantiene, y nos acaricia, y nos mece en sus amorosos brazos. Aquel que no comprende, por ejemplo, las delicias del campo; que no ha visto amanecer desde lo alto de una montaña; que no ha oído en los profundos valles por la noche el cántico del cuclillo o de la rana; que no ha pasado aluna siesta estival entre los chirridos de las cigarras, que no ha respirado el aliento de la tempestad, ni ha sentido caer sobre su frente las gotas del rocío; jamás comprenderá toda la poesía de la vida.

     Cada hora tiene su goce: cada estación su encanto. El paisajista nunca os reproducirá la savia que corre por las hojas del árbol en la primavera, o el vuelo de la golondrina que vuelve del África y roza con sus alas cansadas la linfa del arroyo. La abrigada estufa no puede dar al pobre naranjo prisionero la alegría que le da el jugo bebido en la tierra, al sol esplendente, al aire libre en las orillas del Guadalquivir o del Turia. El campo, el mar, el monte, el llano, el árbol, el ave, guardan tesoros de tesoros de vida y emociones, oxígeno para nuestros pulmones, color para vuestra sangre, alimentos sabrosísimos para vuestro estómago, y emociones para el sentimiento, inspiración para la fantasía, ideas para la mente.

     Cada hombre lleva en su rostro su ósculo indeleble de la tierra donde ha nacido. El germano es hoy rubio como en los tiempos de Tácito, y pálido el astur como en los tiempos de Estrabón. Si entre las ruinas de Roma veis erguirse la pastora que vuelve de llevar la comida al gañán de los búfalos, miradla; y aunque la fiebre de las Pontinas haya desfigurado su rostro, encontraréis en las escultóricas facciones los rasgos que acusan a las destronadas madres de los héroes. La poesía y la elocuencía griegas se comprenden tanto por el genio de sus poetas y de sus oradores, como por el olivo y el mirto de los bosques de Colona y el lentisco del Eta y del Pindo, y la adelfa del Cytiso, y la ola que muere, coronada de espumas que la luz esmalta, en las armoniosas plazas del Pireo, donde resuena eternamente el coro de la sirena y eternamente se balancea la cuna de los dioses.

     Si de esta suerte el calor de la patria llega hasta el fondo del alma, ¿quién dejará de amarla? Abreviado compendio es el hombre del Universo. Minerales somos, minerales son nuestros huesos. Vegetales somos, y de la respiración del vegetal vivimos. Nuestros pulmones y nuestra sangre tienen calor propio como los apartados soles. La red de nuestros nervios se agita como un aspa al choque de la electricidad. La partícula de hierro escondida en las entrañas de la tierra o el fósforo diluido en las estelas del mar, pasa por el movimiento eterno y la trasustanciación universal a los lóbulos de nuestro cerebro. No hay sino ver a los animales inferiores para notar cuán estrecho parentesco tenemos, así con los seres animados, como con los seres inanimados, en todas las escalas misteriosas de la creación.

     El Universo es el hogar de la vida, y la patria es el Universo del corazón. No me digáis que preferís otras tierras a la tierra de nuestros padres. Siempre me ha conmovido el sacratísimo lugar donde mis abuelos yacen durmiendo el sueño eterno; porque he creído que aquellos huesos eran como las raíces por donde estoy ligado a tierra, como los eslabones de la cadena que me tiene unido a mis pasados tiempos. ¡Hermanos míos, amad sobre todo en el mundo a la patria!

     ¡Oh! La patria, la patria. En ella se contiene todos nuestros recuerdos y todas nuestras esperanzas. De ella se alimenta, toda nuestra vida. No hay lugar como el lugar unido por las lágrimas que le ha costado a nuestra madre nuestro ser. No hay en el planeta aire como el aire que ha recogido los primeros suspiros del pecho, ni templo como el templo donde se han disipado las primeras oraciones del alma. Los primitivos recuerdos que acariciáis, los primeros objetos que miráis, las primeras ilusiones y los primeros amores que sentís, los amigos de la infancia, los próximos parientes que han dirigido vuestros pasos, el libro en que habéis deletreado, el papel de los palotes, el manjar de vuestros primeros años, la escuela del pueblo, el huerto de la casa paterna, el viejo mueble donde habéis visto dibujarse la sombra de vuestros mayores; todo esto, consagrado por vuestra inocencia, forma como el paraíso de la vida, en el que el mal no se conoce, ni apenas el dolor.

     Pero la patria no es solamente vuestro hogar y vuestro pueblo; la patria es vuestra nación. Un agregado de familias, una raza que pone en común sus aspiraciones, sus recuerdos, su historia, sus leyes, no explican la idea de la nación. Es algo más. Es un organismo superior, es una personalidad altísima, es un espíritu más elevado que el espíritu individual y el espíritu de familia; es una dilatación del ser y de la vida. El espíritu nacional ¡ah! lo sentis al través de los siglos; lo veis al través del espacio. El tiempo, la historia, la tierra misma, las afinidades de raza lo forman, como la Física, la Química, la Biología vivientes del planeta forman y componen los organismos. Explicadme si no por qué preferís vuestra humilde Sagunto a todo el genio de Aníbal; vuestro pobre Viriato a toda la gloria de Roma; vuestro motañés de Roncesvalles, con su cuerno al cinto y su primitivo grito éuskaro en los labios, al poder de Carlo Magno; vuestras toscas milicias castellanas al esplendor de Damasco y de Bagdad; morir con Daoíz y con Velarde a triunfar con Murat y con Napoleón.

     Los antiguos sólo veían los muros de su ciudad. Más allá de Cartago, de Tiro, no había sino tierra de conquista, viveros de esclavos. Cuando una ciudad caía, caían sus dioses, sus leyes; y así, a una derrota preferían sus habitantes la muerte. El Dios más espiritual del Oriente era Dios de la montaña de Sión. A las orillas de apartado río no lo veían sus hijos. Para nosotros la patria se extiende, se dilata por toda la nación. Y su espíritu, el espíritu nacional, es como una atmósfera que envuelve nuestra alma. Aunque no tuviéramos otra razón para creer en el espíritu nacional, tendríamos la razón del lenguaje. No podéis pensar ni emitir vuestro pensamiento sino valiéndoos de la palabra. Por muy entendido que seáis en lenguas clásicas o en lenguas extranjeras, no sabéis pensar sino en vuestra lengua propia. Y el uso os obliga a que amoldéis los pensamientos más abstrusos, las ciencias más nuevas, las series de ideas más originales al genio de nuestra lengua; prueba evidente de que la patria penetra con su ser hasta lo más profundo de vuestro ser, con su alma hasta lo más íntimo de vuestra alma. Y así todos los pueblos han adorado a sus oradores, a sus poetas, a sus filósofos, a sus escritores de genio, porque en sus obras traen y conservan algo más que su ciencia y su arte; traen y conservan el genio nacional.

     Y este genio se perpetúa a través de los siglos, como se perpetúa el carácter. Séneca ha escrito en latín; el último de los Abdibitas ha escrito en árabe; Góngora ha escrito en castello. Pues son tres poetas hermanos, y sus dramas, sus elegías, sus poemas revelan el mismo genio a través de los siglos, el genio que se evapora de las tierras de Andalucía, de las orillas del Guadalquivir, de las sierras de Córdoba, exuberante, hiperbólico, audaz, pujantísimo, asiático, ardiente como nuestra tierra y como nuestro cielo, como la sangre que corre por nuestras venas, como las pasiones de nuestro pecho, como las tempestades de ideas que estallan tonantes en nuestras escondidas almas. Pues si desde el aire que respiramos hasta las calidades o los defectos que tenemos pertenecen a nuestra patria, ¿por qué no amarla con exaltación, con delirio? Todo muere en nosotros cuando muere la nación. Mirad si no al judío en la historia antigua y al polaco en la historia moderna. Amarga hiel se ha mezclado a su pan. Negra sombra se ha extendido de generación en generación. Pongamos, sobre todo la patria. Si te olvido, que pierda antes la memoria; si prefiero algo en el mundo a tí, que se me seque el corazón; si profano con malos pensamientos o con palabras indignas tu armoniosa habla, que se me pegue la lengua al paladar, y que muera mil veces si he de darte un dolor o de inferirte un agravio. ¡España, madre mía!»

     § 10. Las armas de Aragón, Cataluña, Navarra y Valencia en el escudo patrio. -Excmo. Señor D. Francisco Serrano.

     Muy señor nuestro y de nuestra más alta consideración: en nombre de los estudiantes aragoneses, navarros, catalanes y valencianos de la Universidad Central, de los Colegios de Medicina y Farmacia, y de las Escuelas de Agricultura y de Ingenieros, venimos a pediros favor cerca del Gobierno. Nos dirigimos al duque de Serrano y no al presidente del Gabinete, porque no somos hombres de política, pero sí jóvenes que amamos ante todo y sobre todo las glorias y el honor de nuestra patria.

     Hemos tenido ocasión de ver en la Gaceta de Madrid que han sido arrancados del escudo que simboliza la nacionalidad española los cuarteles de Aragón y de Navarra, y que en cambio han aparecido en el mismo las armas de Saboya.

     Cual haya sido nuestra sorpresa, cual haya sido nuestro dolor, cual haya sido nuestra vergüenza, podéis comprenderlo recordando la historia de la Península. Hemos dudado si sería broma inocente del editor o intencionado mandato del ministro; pero el escudo sigue un día y otro día al frente de aquel diario, y nos ha vencido la evidencia. La memoria de Aragón ha muerto. ¡Saboya y Aragón no cabía en su escudo y Aragón ha sido sacrificado!

     Ya en otra ocasión vimos borrar el nombre de un buque de la armada -Sagunto- que recordaba una de las más preciadas hazañas de nuestra patria, y escribir encima el nombre de un príncipe italiano -Amadeo- que ninguna gloria significaba para nosotros. El hombre se sobrepuso al pueblo; sin embargo de esto, ocultamos nuestra angustia en el fondo del alma, porque una protesta entonces hubiera podido atribuirse a oposición de bando, y por otra parte la juzgamos innecesaria; el nombre de Sagunto despide rayos de tan inmenso brillo, que deben leerlo los ciegos aun al través de la pintura que lo encubre.

     Entonces callamos por prudencia. hoy sería criminal nuestro silencio. Entonces se trataba de una hoja de nuestra historia: hoy se trata de nuestra historia toda. Entonces se trataba del nombre de una personalidad: ahora se trata del escudo de una familia. Entonces se trataba de un buque que es un pedazo de la nación: ahora se trata de un escudo, que es el alma entera de la patria. ¿Cómo habíamos de reposar tranquilos sin acusar la injusticia y sacudir la afrenta?

     Lo que no quiso hacer Felipe II, el rencoroso, en el siglo XVI; lo que no se atrevió a hacer Napoleón, el traidor, en 1809; lo que no hubiera hecho el traidor Cabañero el 5 de Marzo, eso ha sabido hacer el Gobierno de Septiembre. Proclamó la España con honra y principia por afrentar el blasón de la mitad de España. Ha profanado lo más santo que tiene un pueblo, que son sus recuerdos. Ha menospreciado a un pueblo -¡al pueblo aragonés!- por adular a un rey -a un rey de Saboya.

     ¿Con qué derecho impondrá tributos, exigirá quintas, enviará funcionarios, despachará órdenes a esas provincias bajo un escudo extranjero?

     ¿Y qué dirán los extraños cuando contemplen el escudo reformado de la Gaceta? ¡Qué han de decir! ¡Qué dirían los Reyes Católicos si levantaran su frente del sepulcro y oyeran al duque de Serrano que les decía mostrándoles el nuevo escudo: «¿Reconocéis la túnica de vuestro hijo?»

     El pueblo más libre de la tierra, el que sí supo arrojarse a las llamas como en Sagunto y Zaragoza, jamás aprendió a rendirse a los invasores: el pueblo de la guardia devota de Sertorio y de los almogávares de Roger de Flor; el pueblo de las Hermandades de la Unión y de las Cortes de Borja; el país clásico de los fueros y de las libertades; el pueblo del si non, non y de los Justicia; el pueblo de Fivaller y Lanuza, de Palafox y Agustina; el pueblo de Zaragoza y de Gerona, cuyos nombres invocaban en sus aflicciones, Rusia en 1812 y Francia 1870; ese pueblo de quien aprendieron libertad las naciones y abnegación los hombres, es rechazado y desconocido en nombre de un reinado de libertad, y al amparo de los principios de la democracia.

     También el clero castellano rechazó a Aragón en el siglo X, prefiriendo una reina libre a don Alfonso el Batallador. También la nobleza castellana rechazó a Aragón en el siglo XVI, prefiriendo una reina loca a Don Fernando el Católico. Faltaba un Gobierno democrático que hiciese otro tanto, y ese Gobierno ha sido nuestro Gobierno, prefiriendo la cruz híbrida de Saboya a las sangrientas barras de Wifredo(52).

     Y, sin embargo, antes que los blasones de Aragón y Navarra, debió borrar los de León y Castilla.

     Navarra hizo de Castilla un reino con Fernando I; Aragón hizo de Castilla una gran nacionalidad con Fernando V. De las dos grandes batallas de la Reconquista castellana, Calatañazor y Las Navas, Navarra decidió el éxito de la primera, Aragón el de la segunda.

     Y sin embargo, Castilla escupe al rostro de los que la formaron y engrandecieron.

     Las barras de Aragón regalaron un día a la Corona de Castilla el reino de Murcia, otro día, el reino de Sicilia, otro día el reino de Navarra; y , sin embargo, el escudo de Castilla arroja de su lado esas barras en otro tiempo tan temidas por italianos y franceses, por asiáticos y africanos, esas barras que hicieron tributarias a las orgullosas repúblicas de Génova y Venecia, a Milán y Florencia, que dieron leyes y reyes a Atenas, que fueron el espanto de Constantinopla, que conquistaron tantas islas y reinos, que supieron detener un ejército de 200000 cruzados de todas las naciones cristianas en el paso de Perthús, nuevo Termópilas, en que ni siquiera faltó un Sphialtes.

     Pero ¿y cuál es el sentido de esa inovación? Ninguno, no tiene sentido; la Asamblea nombró su rey, pero España no se ha federado con Italia. Eso no puede continuar así.

     Es imposible; el Gobierno de Madrid no puede deshacer en un día lo que han elaborado los pueblos y los siglos. Castilla no se anexionó a Aragón; Aragón se federó con ella. No la tomó como señora, sino como esposa, y al aproximarse esas dos mitades de España para realizar la gran síntesis del siglo XVI, Castilla, empobrecida por los Trastámara, recibió como dote de su esposo las Baleares, Sicilia, Córcega, Calabria, el Rosellón, sus derechos a Navarra, Nápoles y Atenas, la costa de Berbería y su dominio sobre el Mediterráneo.

     Es imposible; y sin embargo ha sucedido, y no han protestado las provincias. ¿Están dormidas? ¿Qué hacen Zaragoza la heroica, Huesca la vencedora Barcelona la reina del mar, Pamplona, Vitoria, Tarragona, Gerona, Ecus, Alicante, Barbastro, Lérida, Teruel, Calatayud, Tortosa, Logroño... qué hacen que no previenen el menos precio de hoy y la abyección de mañana?

     Ayer nos arrebataron las libertades: hoy nos arrebatan los recuerdos; quizá mañana nos arrebaten el suelo de la patria. El alud principia por un copo de nieve. La juventud que tiene el presentimiento del porvenir, quiere deshacer ese copo antes que se convierta en montaña.

     Os hemos escrito, duque de Serrano, para rogaros que influyáis en este sentido cerca del Gobierno, y sea desagraviada la justicia. Las barras son el alma en el escudo de España; el vacío que ellas dejan no se llena con ningún escudo de la tierra, porque el alma de Aragón es inmensa. Decid al Gobierno que restituya las cosas a su antiguo estado; haced que repare el agravio inferido a la mitad de España, mejor dicho, a la España entera.

     Hacedlo, duque de Serrano, si no por respeto a Wifredo, en memoria de Prim; no se diga que lo que aquél levantó lo derribó éste. Bastantes maldiciones han caído sobre la frente de esta sombra ilustre; no permitáis que las madres de los que cayeron en los Castillejos la evoquen un día de su sepulcro para gritarle: «Caín, ¿qué has hecho del escudo de tu patria, teñido con la sangre de nuestros hijos?»

     Decid al Gobierno que no vacile, que no piense que el tiempo consagrará su impremeditación de un momento. Los pueblos que olvidan su pasado, mueren, y Aragón no puede morir sin que muera España. Aragón sentirá el frío del desprecio y sacudirá su sueño, ese sueño que espanta a los tiranos.

     Aragón no puede morir como Polonia; puede resucitar como Hungría.

     Si el Gobierno se niega, recordadle que hace dos siglos y medio, Cataluña se proclamó en República independiente, por haber violado sus fueros un ministro imprudente, el duque de Olivares. Y si algún día le dicen que Aragón se ha constituido en República independiente, que no vaya con sus soldados a conquistarla, porque quien escupe sobre la bandera de un pueblo libre, no tiene derecho a pisar el polvo sacado de su suelo. El Manzanares arroja de sí al Ebro, enhorabuena; mas no pretenda enturbiar sus claras ondas con los aluviones del Guadarrama.

     Recordadle también que el estandarte que ondea en este momento sobre sus palacios significó en sus tres barras rojas y amarilla los tres pueblos unidos de Aragón, Cataluña y Valencia; y que si borra en el escudo nacional los cuarteles de estas provincias, debe también rasgar aquella bandera y enarbolar una nueva, formada con los colores de Castilla y Saboya.

     Devuélvanos nuestra bandera, despídanos, enhorabuena, si se lo consiente España, que aún encontraremos en los archivos el texto de nuestras libertades, y en el corazón las virtudes de nuestros antepasados. Con esto fundaremos allí el reinado de la moralidad y de la justicia, volveremos a ver el Mediterráneo cubierto por millones de velas catalanas, se llenará, la costa de puertos y el interior de caminos, respetarán las naciones el escudo que ha pisoteado un ministro, pediremos sus aguas a los ríos y su patriotismo a los hombres para que prosperen los desiertos campos de Aragón y Valencia que el fisco nacional esteriliza, esparciremos otra vez por el mundo semillas de verdadera libertad, y Dios marchará delante de nosotros bendiciendo nuestros destinos.

     Os saludamos respetuosamente, Joaquín Costa.(Siguen las firmas).

Madrid, Abril 1871.

     §11. ¡España!, ¡Aragón!. -No podemos resistir la inclinación a publicar los siguientes hermosísimos fragmentos que tomamos de unas notas inéditas que escribiera hace cuarenta y seis años el malogrado Costa, en 1869, y que prueban una vez más su intenso amor por la patria grande y por la patria chica; entusiasta cantor de sus pasadas grandezas.

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     ¿Cuál fue tu patria? Iberia. Esta fue España, la que ha trazado a la Europa el camino de la colonización; que, con los PP. Maceta y Cateldino, estableció en América la primera República; que tuvo marina antes que Venecia y paseó el Atlántico antes que Inglaterra; que adquirió libertades antes que Suiza y creó Universidades antes que Alemania, que llevó a la obra del Renacimiento las enciclopedias de San Isidoro, de Lulio y de Feijóo, siglos antes que el enciclopedismo asomara en Francia; que fundó la Sociedad Cooperativa (Sociedad de Cosuenda) antes que naciera el pauperismo, e inventó con los pósitos el crédito agrícola antes que existiese la ciencia económica; que dio aliento a genios tan fecundos como Orígenes, asombro del mundo, tales como Lope de Vega el Abulense y el Doctor iluminado; que dio, en una palabra, tanta luz al mundo, que estuvo a punto de abrasarlo, y fue preciso que Dios enviase a Torquemada para obscurecer con su letal aliento el espectáculo de aquel árbol inmenso, cuyas raíces abrazaban los mares como una red infinita, y cuyas ramas aprisionaban el sol, que parecía un fruto brotado de su seno...



. . . . . . . . . .

...Aragón, el ídolo de mi alma después de Dios, patria adorada donde han nacido mis primeras ilusiones y mis primeros tormentos; que tiene su Moratón en Roncesvalles y su héroe, sobre todos los héroes, en Jaime I, y su Filopemen y su Aecio en Lanuza, y su Vicente de Paul en Ponce de León, y su historiador en el P. Ramón de Huesca, y su jurista en Augustino, y su romancero en Argensola, y su sacerdote en Pedro de Luna, y su representante en el Cielo en San Vicente, y su espíritu civilizador en la floreciente Universidad Sertoriana, tal vez la primera de Europa después de Roma, y su espíritu independiente en sus famosas Cortes, las primeras del mundo (Parlamento de Caspe), que tiene su drama escrito en los muros de tierra de Zaragoza, y su gloriosa epopeya en la nunca bien ponderada Expedición a Oriente, y su misteriosa leyenda en la Campana de Huesca, y su cuadro sublime en aquella guardia devota de Sertorio, que se suicidó por no sobrevivir a la traición de Perpena... pero que te temen porque recuerdan que cuando la Europa entera, enmudeció ante sus ejércitos, tú sólo tendiste el arco para probarle que esos ejércitos no eran invencibles; patria cuyas montañas repiten aún en perceptibles ecos los últimos gritos de nuestros padres que nos ordenan eterno odio a sus inhumanos verdugos... patria mía, terror y rival de Roma, escollo de toda invasión extraña, tierra clásica del arrojo, de la independencia, de la generosidad y de la constancia, país que sería patria de Leónidas y de Alejandro si estos personajes no hubieran nacido en Grecia... ¡yo te saludo! y así te veas tan feliz como lo fue la federación hebrea antes de olvidar a su Dios y doblar la rodilla ante los reyes(53)

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Año 1892:

     § 12. Centenario de Colón. Un muerto festejando a otros muertos(54). -El Centenario de Colón y de su excelso apostolado de descubridores, me suena a entierro de gloria. Nos dejaron primera potencia colonial, y aquella solemnidad nos encuentra siendo la última. Las colonias inglesas, son 95 veces más extensas que Inglaterra; las colonias holandesas, 45 veces más extensas que Holanda; las colonias portuguesas, 20 veces más extensas que Portugal, cuatro veces más extensas que España; las colonias francesas, cinco veces más extensas que Francia; las colonias españolas no suman ni una vez siquiera la extensión de España. Tenemos menos colonias que Inglaterra, menos que Holanda, menos que Francia, menos que Alemania, menos que Portugal. España no se ha cuidado de adquirir ninguna en tierra firme, no obstante habérsele brindado para ello las más propicias coyunturas, así en África, (Guinea superior, ensenada de Biafra, golfo de Aden) como en Asia (Tonkín). Todas sus colonias son insulares, y aun de las islas no posee las más extensas, como Madagascar, Borneo, Sumatra, Nueva Guinea y Nueva Zelanda, y antes bien, lo que en una de ellas, Borneo, poseía, lejos de ensancharlo, como pudo, hasta crear un robusto imperio lo renunció incautamente en 1876. Con lo que gastó en el centenario de Calderón, habría podido adquirir muy holgadamente en el África ecuatorial una superficie de tierras fertilísimas doble que la de España, y salvar las posesiones portuguesas del África austral, que medían cuatro veces el área de la Península, entre las desembocaduras del Zaire, del Cunene, del Limpopo y del Rovuma, y presentarse en el Centenario de Colón como una de tantas potencias vivas que hablan colaborado en la gran empresa de exploración del continente negro, que tomaba activa parte en la formación de la historia contemporánea y se preparaba a comunicar su sangre y su espíritu a nuevas nacionalidades, sucesora digna de aquella raza de semidioses del Renacimiento. Lejos de eso, asistimos a aquella solemnidad cargados de títulos los más afrentosos: la llave del mar Mindoro, Borneo, cedida gratuitamente a Inglaterra, y en poder de comerciantes ingleses y de inmigrantes chinos las Filipinas; la soberanía sobre las Carolinas orientales, abdicada; el camino estratégico de Oriente por el mar Rojo, en dominio de otros, cerrado a nuestras naves en ocasión de guerra; el puerto de Santa Cruz de Mar Pequeña por España en el papel y el puerto de Tarfaya por Inglaterra en la realidad, al costado de las Canarias; Argel y Túnez a la obediencia de Francia; Marruecos, más lejos de España que de Londres y Berlín; el Tonkín francés, Camarones alemán, el Congo belga, Egipto inglés, Masana italiano; el África portuguesa hipotecada o secuestrada por Inglaterra; expulsada nuestra bandera irremediablemente y para siempre de la ensenada de Biafra y de todo el continente africano, esta última reserva para los futuros desenvolvimientos étnicos de las razas europeas, el Reino Unido dilatándose por Venezuela América central, y los Estados Unidos por territorio de Méjico, como dos manchas de aceite; Portugal abofeteado por la diplomacia británica en 1890 y Chile por la diplomacia yankee en 1891, sin que España hiciese ademán siquiera de defenderlos... Con tal hoja de servicios personales, el hidalgo más linajudo se habría avergonzado de desempolvar los pergaminos heredados y ostentar las glorias de sus mayores. Pero nosotros somos de otra pasta. El popular adagio «dejemos padres y abuelos y por nosotros seamos buenos», nos pareció sátira y lo tradujimos al revés: así hemos podido hacer desfilar sin sonrojarnos, por delante de Europa, congregada en la rada de Huelva, eso que si para la España histórica es un timbre de gloria, para nosotros es un testimonio de capacidad. Y consiste en que perdimos hace largos años nuestra orientación en el mundo y quedamos como fuera del tiempo. Todos los días tráenos el telégrafo los ecos regocijados de la campana de la Rábida marcando los diversos momentos de aquella epopeya gigante obrada por los españoles del Renacimiento; mas ¡ay! esos repiques resuenan en mis oídos, avivados por la pena, como el lúgubre tañido de la campana de Velilla anunciando la muerte de una nacionalidad.

     ¿No habrá quién la resucite? ¿Será hado que Europa haya de celebrar dentro de cien años, junto con el Centenario de Colón, el centenario de España?

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