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XIII

Anhelos de resurgimiento pedagógico.

Propósitos de reformas pedagógicas y de educación popular llevados por Costa al movimiento político nacional de 1899.

     1.§ Sobre reforma de la educación nacional. Las reformas que reclama la educación nacional corresponden: -unas, al Estado; -otras, al profesorado; -otras, a los estudiantes; -otras, a las familias de éstos; -otras, a la opinión general.

     Aquí vamos a limitarnos a las primeras, o sea, a las que se debe pedir al Estado; y, entre ellas, a las que consideramos inmediatamente gacetables, que son las que pueden interesar de momento a la Asamblea.

Bases generales

     1ª. Lo primero y más urgente, en todos los órdenes de la enseñanza, es la reforma del personal existente y la formación de otro nuevo. Este es el gran problema; podríamos decir casi que el único. Programas, métodos y organización deben venir después, porque no tendrían valor alguno sin el maestro. Todas las reformas que se intenten, sin contar con órganos adecuados para realizarlas, serán inútiles y aun contraproducentes. Para formar con rapidez el personal y mejorar el existente, sólo hay un camino, aconsejado por todos los políticos y gobernantes de larga vista en épocas análogas a la actual, y seguido por todos los pueblos que han querido salir de la barbarie (Japón), o han tenido miedo de atrasarse (Francia): enviar a montones la gente a formarse y a reformarse, a aprender y a educarse en el mejor medio posible del extranjero. El medio es el factor más poderoso, más de fondo y rápido para la formación y la reforma del individuo. Es indispensable ir a recoger, para volver aquí a sembrar. Toda reforma fundamental y que ha dejado rastro, aunque sea efímero, en la educación española, procede de gente que ha vivido y se ha formado fuera: desde el humanismo de Luis Vives, hasta las escuelas de párvulos de Montesino. La primera base, pues, de la reforma, y sobre todo, en las circunstancias actuales, por lo urgente de la necesidad, consiste en enviar masas de gente al extranjero.

     Preferible será enviarlas con dirección, con tino y con plan razonado; pero es muy preferible enviarlas de cualquier modo a no enviarlas. Dos categorías de personas se debe, sobre todo, enviar: a) Los que se dedican al profesorado, en cualquier orden; b) Los que cultivan la investigación científica.

     2.ª En íntima relación con la anterior: para toda reforma, interna o externa, en programas, planes, métodos, organización, etc., no debe haber más que una fórmula: hacer lo que hacen otros pueblos. Es inútil y ridículo meternos a inventar el termómetro. Nuestra gran falta consiste en habernos quedado fuera del movimiento general del mundo, y nuestra única salvación está en entrar en esa corriente y en hacer lo mismo que hacen las demás naciones. Somos, en enseñanza, como en casi todo lo demás, una excepción, y hay que dejar de serlo.

     3.ª Es indispensable llevar a los ánimos el convencimiento de que, para intentar cualquier reforma en nuestra educación, se necesita, en unos órdenes, como, la primera enseñanza y la popular («Artes y Oficios»), gastar muchísimo más dinero del que ahora se gasta; y en otros (segunda enseñanza y superior), gastar algo más, pero sobre todo administrar mejor lo que ahora se gasta.

     4.ª Hay que acabar con la eterna lucha de partido, político-religiosa, que hace infecunda toda reforma en la enseñanza. Base de concordia sería la neutralización de la enseñanza pública en todos sus grados. Lo más urgente, lo indispensable en este punto, es poner a salvo la conciencia del maestro de escuela, que hoy no se respeta, dejándole en libertad de enseñar o de no enseñar el Catecismo. En el último caso, lo haría el párroco u otra persona.



Reformas especiales

Primera enseñanza.

     1.º La primera reforma, ineludible, que ha de realizarse, antes, no ya de poner mano, pero ni de pensar siquiera en ninguna otra, es la de pagar todo lo que se debe a los maestros (9.036.503, 46 pesetas en 30 de Septiembre de 1897. -Gaceta de 15 de Febrero de 1898.)

     2.º Pago directo del Estado a los maestros, por lo menos en todas las provincias que han tenido atrasos, sacándolo de ellas.

     Hay que advertir que los atrasos datan desde principios del siglo, y que cuantas medidas se han dictado para evitarlo han resultado inútiles o casi inútiles lo que obliga a pensar que la raíz del mal es honda, y que, para evitarlo, hay que tomar otro camino. En general, los Municipios pequeños no pueden con la carga, porque representa el 10, el 20 y hasta el 30 por 100, de sus gastos; mientras que, en las poblaciones de gran vecindario, los gastos de primera enseñanza significan una pequeñísima parte de lo presupuesto. Ayuntamientos hay, de los de menos de 100 habitantes, en los que cada uno de éstos satisface más de 6, 8 y 10 pesetas para primera enseñanza; mientras que, en algunas capitales de provincia y poblaciones grandes, el gasto por habitante, no llega a una peseta, y el término medio no excede de 1,95 pesetas. Esta injusta desigualdad debe borrarse, encargádose el Estado del pago de la primera enseñanza. (Datos de la Estadística de 1880.) Lo complicado de este problema obliga a pensar, y a discutir si sería conveniente establecer el impuesto directo escolar, como en Inglaterra.

     3.º Aumento de las dotaciones inferiores del magisterio, hasta llegar, progresivamente, pero en un plazo breve, al mínimum de mil pesetas.

     Considérese que, de los 15812 maestros (Estadística de 1885, última publicada), hay 14828 con sueldos que no pasan de 1.100 pesetas, y de ellos 787 no pasan de 125 al año; 1784, de 250; 5031, de 500, 3067, de 625; 2745), de 825, y 1414, de 1100. El resto oscila hasta 2500. Y lo mismo pasa con las maestras. Las dotaciones superiores, que perciben los maestros de las grandes poblaciones, no es necesario por hoy aumentarlas. Son todavía cortas, si se las considera en absoluto; pero, relativamente a la situación de los demás maestros, que son la inmensa mayoría, pueden por ahora, pasar. Esto hay que estudiarlo individualmente, porque hay muchos que, por virtud de las retribuciones y otras causas, están bastante bien.

     Lo indispensable es dar siquiera un modesto jornal a todo maestro, y hacer desaparecer la odiosa desproporción entre los grandes y los pequeños sueldos, cuando la función de todos es la misma y el resultado casi idéntico.

     4.º Aumento considerable del número de escuelas o, mejor dicho, de maestros para atender a los niños, que hoy no pueden asistir por falta de aquéllos, y para evitar el error en que el Gobierno incurría en la última discusión del Presupuesto, afirmando con gran tranquilidad que no estamos tan mal, porque tenemos tanto número de escuelas como Inglaterra (!); sin considerar que aquí llamamos escuela a un grupo de niños con un maestro, y allí cada escuela tiene muchas (pero muchas) clases, y, por tanto, que la medida debe estar en el número de maestros, en el de alumnos y en el presupuesto. En España hay, en cifras redondas, 30.000 maestros de todas clases ocupados en las escuelas, en Inglaterra y Gales, hay 130.773. Asisten en España, es decir, están inscritos, que son muchos más de los que realmente asisten, 1.104.779, y quedan sin asistir 2.438.816 (últimos datos oficiales, Gaceta del 26 de Marzo de 1895); en Inglaterra, 5.507.039. En España, el presupuesto municipal, provincial y del Estado (1897-98) de la primera enseñanza, es de 26.674.847 pesetas, y en Inglaterra, donde, como es sabido, la iniciativa privada toma tanta parte todavía en la enseñanza, primaria, las subvenciones del Parlamento se elevan a 6.728.419 de libras esterlinas (Report del Consejo de educación de 1897), exclusivamente para las escuelas primarias. Y en todo esto no entran para nada Escocia ni Irlanda. Pero el Ministro aseguraba que estábamos casi lo mismo que Inglaterra; y los diputados y el país, tan conformes. Sin aumentar artes el número de escuelas, de maestros y de locales, sería grave conflicto pretender que asistieran los dos millones y medio de niños que hoy no asisten. Por eso se comprende que sea letra muerta, (y por fortuna) la enseñanza obligatoria de la Ley del 57, así como todos los decretos para hacerla efectiva; todos dados con gran prosopopeya y desconocimiento absoluto de la realidad.

     5.º Aumento de la edad escolar obligatoria, hasta los trece años cumplidos.

     6.º Reorganización de las escuelas rurales, llevando a ellas, con sueldos personales, a los mejores maestros que lo soliciten, los cuales ascenderán en sus puestos: con arreglos convenientes de horas, para favorecer la asistencia de los niños que tienen necesidad de trabajar en el campo, como pasa en las naciones del Norte.

     7.º Fomento de las escuelas de párvulos, según el sistema Froebel.

     8.º Desarrollo de las escuelas de adultos (que ahora son casi inútiles), para acabar rápidamente al menos con los analfabetos. Según el censo oficial de 1887, hay 11.945.871 analfabetos, o sea el 68,01 por. 100 de la población, aunque en esta cifra, están incluídos los niños menores de seis años.

     9.º Acabar, en todas las poblaciones donde haya por lo menos tres maestros, con el sistema mutuo o mixto, que para el caso es lo mismo, y que somos los únicos en mantener como una ignominiosa excepción en Europa; procediendo a organizar las escuelas en secciones graduadas, con un máximum de 40 a 50 alumnos, todos en el mismo grado de cultura. Y creación de nuevas escuelas o secciones donde el contingente de alumnos exceda.

     10. Todo lo relativo a mejora de los programas y métodos, introducción de nuevas enseñanzas, como, por ejemplo, el trabajo manual, etcétera, será absolutamente inútil decretarlo, mientras no se den condiciones para ello. De aquí, como ya se ha dicho, que las reformas más urgentes sean las relativas a la formación de nuevo personal y al mejoramiento del existente.

     11. En cuanto a la formación, se necesita crear, ante todo, un curso central para directores, profesores de las escuelas normales e inspectores. Este curso debería constituirse con todas aquellas personas de superior cultura, que en el país han dado muestras más relevantes de entender los problemas pedagógicos y de saber lo que ocurre acerca de ellos en otros países. Por lo que toca a los alumnos, concurso abierto a todo el mundo, sin necesidad de títulos; pero muy riguroso y muy práctico. Número muy reducido de admisiones, que no excediesen de treinta, por ejemplo; y aun de éstos, para ir descartando luego. Disfrutarían becas, o pensiones muy módicas. Los estudios, en el curso, serían puramente profesionales, pedagógicos y de carácter práctico, durante dos años o menos, e inmediatamente pasarían otros dos años, pensionados también modestamente, y bajo la inspección del profesorado del curso central, al extranjero. A su vuelta, se les confiarían las direcciones y clases vacantes en las normales y las inspecciones, no debiendo proceder a reformar nada, sino en la medida del personal disponible para ello. El curso seguiría funcionando con promociones cada dos años, y su carácter habría de ser en todo realmente superior y universitario.

     12. El Estado no debe formar cada año más maestros que los que necesite para sus escuelas: se impone, por tanto, el número limitado de alumnos normalistas y la reducción del de Escuelas Normales, sin contemplación a las egoístas exigencias de localidad.

     13. Aumento de inspectores, formados por el procedimiento dicho, hasta conseguir que todas las escuelas sean inspeccionadas todos los años, una vez al menos.

     De entre ellos y los directores y profesores normales, deberían salir más tarde los inspectores generales que, por ahora, podrían ser las personas que en el país hayan dado más señales de conocer los problemas de educación y enseñanza. Estos, como todos los demás cargos, aun los puramente administrativos de la enseñanza, deben ser técnicos y ajenos a la acción de los partidos políticos.

     14. Para mejorar en lo posible y rápidamente el personal existente, el profesorado del curso central escogería el personal que estimase más apto entre los maestros actuales, les daría una preparación breve e intensiva, no de contenido, sino pedagógica, en algunos meses, especie de instrucciones concretas (como se hizo en Francia en los cursos complementarios del Museo Pedagógico), y los enviaría en grupos de a dos o tres por regiones, a modo de misioneros, para que en las cabezas de partido fueran reuniendo a los maestros y diciéndoles prácticamente qué es lo que en las condiciones actuales podrían hacer con objeto de mejorar su enseñanza. Estas misiones, durante muchos años, deben constituir una función permanente, de que las Normales y la inspección se habrían de encargar, cuando funcionen debidamente.

     Creación inmediata de Bibliotecas pedagógicas en las cabezas de partido. Selectas, pequeñas, baratas y con ejemplares dobles (por lo menos), para que circulen entre todos los maestros de los pueblos.

     Pero recuérdese bien que todo esto, sin ir acompañado, y más bien, precedido del aumento de las dotaciones inferiores y del pago al día, es letra muerta y tiempo perdido.

Segunda enseñanza.

     Necesita fundamentalmente organizarse conforme al modelo de la de todos los pueblos cultos que en lo esencial es el mismo:

     1º Ha de durar de ocho a diez años, ni uno menos; de suerte que ningún alumno pueda comenzar sus estudios superiores y profesionales hasta los diez y nueve o veinte años.

     2.º Ha de ser integral, abrazando todo lo que hoy necesita saber un hombre culto. Y los estudios han de marchar todos a la vez, desde el principio al fin. Nada de asignaturas que duren uno, dos ni tres años.

     3.º La organización y régimen han de ser esencialmente educativos, semejantes a los de la escuela primaria. Cada profesor pasará de tres a cuatro horas con sus alumnos, enseñándoles a trabajar, dirigiendo sus excursiones, juegos, etc. como hace el maestro de escuela.

     4.º Organización de la enseñanza normal, teórica y práctica, para el profesorado secundario. Tal vez, utilizando en parte el Doctorado de las Facultades.

     5.º Supresión radical de los exámenes por asignaturas. Cada profesor en su curso decide si el alumno ha de pasar o no al inmediato.

     6.º Educación física, de verdad. Juegos y gimnasia (pero no aprendida de memoria, entre «nociones de Fisiología»).

     7.º Ensayo de régimen tutorial, a la manera inglesa, para ir sustituyendo lentamente a los actuales Colegios de internos.

Enseñanza superior.

     1.º Restauración del espíritu corporativo de las Universidades, mediante la autonomía universitaria.

2.º Pensiones o becas, muy modestas siempre, a profesores y estudiantes para trabajar en el extranjero, enviando el mayor número posible de unos y de otros. Mejor sistema sería, o en combinación con el anterior, la creación de plazas fijas en el extranjero, bajo dirección permanente, viniendo a formar a modo de escuelas especiales en París, Londres, Berlín, Atenas, y modificando en este sentido la actual Academia de Roma. Todo muy modesto, como en Francia.

     3.º Organización de escuelas prácticas, de trabajo, en cada Facultad.

     4.º Organización inmediata de una Escuela de Estudios superiores, formada por el mismo procedimiento que el Curso central de la enseñanza primaria, es decir, escogiendo las personas que reconocidamente han dado muestras de trabajo sólido, de investigación personal, en cualquier ramo; muy pocas. El trabajo sería exclusivamente de investigación, con poquísimos alumnos y muy escogidos. Todo esto, para suplir; mientras los doctorados puedan llegar a organizarse de este mismo modo, cosa hoy imposible.

     5.º Creación de la enseñanza de la Pedagogía en las Universidades, para los alumnos que se dedican al profesorado, siempre por el mismo sistema: primero, sólo en una Universidad, y enviando personas fuera, a prepararse, para proveer las demás. Esta cátedra había de ser en forma de Seminario pedagógico, como se hace especialmente en Alemania, con escuela práctica para la formación del profesorado de Institutos y Universidades.

     6.º Métodos prácticos; excursiones, trabajos personales y fomento de los medios de trabajo al alcance del alumno; laboratorios a su disposición; bibliotecas modernas y circulantes; Revistas en gran número.

     7.º Influjo social de la Universidad: extensión universitaria, como en Inglaterra y en todas partes ya.

     8.º Para la economía y el mejor arreglo, acumulación de cátedras y amortización de vacantes.

     9.º División de las cátedras numerosas: máximum de alumnos.

     10. Disminución de exámenes, empezando por suprimir el actual sistema de los anuales por asignaturas. Exigencia muy superior a la actual en todos los trabajos de licenciatura y doctorado, que habrían de ser forzosamente de investigación y estudio personal.

     11. Régimen educativo:. permanencia de los alumnos en la Universidad, durante los intermedios de las clases, en vez de estar en la calle; organizando, por cursos y separadamente, para evitar la masa, sus salas de trabajo, de lectura y de conversación, y sus juegos y diversiones. Continuar, de verdad, su educación física. Establecimiento de patronatos para velar por su vida y conducta. Organización de hospedajes honorables para estudiantes y de cantinas o restaurantes económicos, en la misma Universidad, como en el extranjero. Fomentar entre aquellos la vida social y la preocupación por el problema de la miseria, encaminándolos a obras de reforma social. Despertar la solidaridad entre ellos: asociaciones y corporaciones, para todos los fines. Y concluir por darles paulatinamente cierta participación, cada vez mayor, y consiguiente responsabilidad, en el régimen y vida de la Universidad misma.

12. Desarrollo y generalización de las colonias escolares de vacaciones, en todos los grados de la enseñanza.

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Nota. Todas las reformas dichas deben entenderse igualmente por lo que toca a la educación de la mujer, que importa no separar de la del hombre.

     2.º Sobre supresión de Universidades. En nuestra Asamblea de Zaragoza se propuso por los delegados de Sevilla y de Cádiz, el cierre de seis Universidades; y la proposición fue bien acogida. En el programa de la Cámara Agrícola del Alto Aragón, la reducción era todavía más radical(55). Con tal motivo, un profesor y publicista eminente, el Sr. D. Adolfo Posada, ha publicado un notable, artículo, titulado: ¡Universidades, a defenderse!, en que plantea a aquellos cuerpos docentes este dilema: o defenderse, renovándose, conquistando la opinión, compenetrándose con la vida nacional, o acabar de una vez por morirse del todo.

     Si la opinión (dice el Sr. Posada no considera excesivo lo propuesto por la Asamblea de Productores, no es porque estime que tenemos demasiadas Universidades, sino porque no cree en ellas, porque las conceptúa fracasadas, porque no ve palpablemente los beneficios que reportan. Si se las ataca, si la opinión las ve con indiferencia, a ellas corresponde la mayor parte de la culpa, por no haberse dado cuenta a tiempo, de los deberes que les imponía la vida de las sociedades modernas, por no haber hecho lo que las Universidades inglesas, instituciones anticuadas y decadentes ayer que han sabido renovarse con nueva savia y conquistar por ese medio el amor entusiasta de las clases mismas populares.

     Para hacer abogados, médicos, farmacéuticos y doctores en ciencias, letras o filosofía (sigue diciendo el Sr. Posada), efectivamente, son demasiadas diez Universidades en España. Pero es que además de ser escuelas profesionales y centros de alta cultura, las Universidades tienen otra misión: la de llevar su acción educadora a esferas más amplias que la de las aulas, obrando directamente sobre la sociedad mediante lo que se ha llamado extensión universitaria, generalizada ya en el extranjero e iniciada aquí por el profesorado de Oviedo. A los anuncios de supresión, importa que contesten, no con intrigas ni con desdenes, sino acometiendo resueltamente la obra de su reconstitución según los ideales que impone la vida de las modernas democracias, y convirtiéndose en uno de los instrumentos más eficaces de regeneración nacional.

     §3.º La reforma pedagógica en los programas de regeneración. - ¿Quién duda ya a estas horas de que, en primer término, la causa más inmediata de nuestra catástrofe ha sido la ignorancia? Por ignorantes somos pobres e inmorales, y por ignorantes hemos dado y estamos dando al mundo uno de los espectáculos más vergonzosos de la historia. Pues todavía hay algo más desconsolador y deprimente que esta ignorancia: la incapacidad en que, después del desastre, nos hallamos para salir de ella.

     Fieles a toda nuestra imbécil política contemporánea, por milagro se ha visto a la educación y a la enseñanza figurar, como no sea vergonzantemente, arrinconadas y a última hora, en vísperas ya casi de la ruina, en ninguno de los innumerables y rimbombantes manifiestos de partido, y, como consecuencia de este criminal abandono, no tenemos hoy conciencia clara, ni de nuestro atraso brutal -que no merece otro nombre-, ni de la magnitud e intensidad del remedio que exige; y por carecer de esa conciencia es por lo que nos falta corazón para indignarnos y voluntad para decidirnos inmediatamente, a barrer tanta miseria.

     He aquí los hechos. ¿Qué es lo más saliente, casi lo único, que a la opinión pública, en sus timoratos ensayos de reforma(56), se le ha ocurrido pedir para salvar la primera enseñanza? ¡Hacerla obligatoria! ¡Felicísima ocurrencia y admirable simplicidad! Si no hiciera llorar de dolor, debería hacer desternillar de risa. Pero los respetables peticionarios, ¿ignoran todavía que la instrucción primaria es obligatoria en España desde 1857, por «solemne» ley del reino? Y cuando, a pesar de las multas que la misma ley establece, y confirman no sólo el Código penal, sino multitud de disposiciones ministeriales tan bien intencionadas como miopes, hay todavía a la fecha, de entre los cuatro millones (no completos) de niños de tres a doce años que el censo señala, dos millones y medio que no reciben enseñanza de ningún género, -¿no es hora ya de pensar, para perseguir la ignorancia, en algún remedio más eficaz que el consabido tópico de la enseñanza obligatoria, de que con tanto éxito venimos disfrutando hace ya cuarenta años?

     Y hacen bien esos dos millones y medio de niños en no ir a la escuela, y sus padres obran cuerdamente en no enviarlos(57). Porque si mi día se les ocurriese obedecer nuestras sabias leyes, perderían el tiempo y, lo que es más grave, la salud, como pierde ya ambas cosas gran parte de sus aplicados compañeros. Perderían el tiempo, porque no hay en España ni escuelas en que meterlos, aunque fuese almacenados, ni suficiente número de maestros para educarlos de verdad; y perderían la salud, porque los que malamente cupiesen, irían a envenenarse en el pestífero ambiente de unos locales infectos, donde hoy mismo están ya hacinados los niños que asisten: y con el tiempo y la salud perderían también la alegría y la despierta curiosidad que, en estas condiciones, no tardan en cambiarse en rutina servil y en horror a la escuela.

     Mientras no haya maestros, pero muchos maestros, dignamente retribuídos, eso sí, según sus merecimientos; y locales, pero muchos locales, baratos, limpios y aireados; y mientras no se gaste en ello muchísimo más dinero del que ahora se gasta, todo quedará lo mismo que está, aunque sigamos recreándonos con la música celestial de la enseñanza obligatoria. Bonito recurso, sobre todo práctico y positivo, para regenerar la educación del pueblo, cuando tenemos 800 maestros con menos de 125 pesetas de sueldo (¡los hay con 75!); más de 2.000 que cobran sólo 250, 8.000 que no pasan de 500, y... ¿a qué seguir? ¿No es esto ya bastante sangriento? Si no se puede gastar nada para poner remedio a estos bochornos y «hacer país» por el único camino que hoy se conoce, callémonos y desesperémonos en silencio: pero que aprendan los novísimos reformadores que hay algo más de substancia que pedir y más inmediato que la enseñanza obligatoria y gratuita.

     Y en la superior, ¿á qué se aspira? ¡A la disminución de Universidades! No se puede ser, ni más modesto en las pretensiones, ni más ciego. ¿Es por economía? ¡Pues si las Universidades -vergüenza da decirlo- son casi una fuente de ingreso para el Estado! Será, sin duda, que nuestras grandes desdichas nos vienen de nuestra mucha ciencia, que tenemos plétora de saber y nos sobran focos de cultura... Que no son las Universidades tales focos, esto ya es sabido; que están mal -aunque ni un ápice peor que todos los demás organismos-; tan rematadamente mal, que es permitido dudar de si padecería algo la cultura del país el día en que todas se cerrasen. Suprimanse en buen hora, pero todas; pues por cerrar unas cuántas, ¿van a alcanzar las restantes el vigor científico, la vitalidad corporativa y el influjo social de que hoy carecen? Es más fácil echar cuentas regeneradoras, a ojo de buen cubero, que señalar los medios de reanimar nuestras moribundas Universidades. Y, sin embargo, o hay que sanearlas de raíz, enviando maestros y estudiantes a aprender a vivir donde hay vida, o dejarlas morir poco a poco, creando nuevos organismos que puedan llegar a hacer lo que ellas no hace. La supresión de algunas, ¿qué remedia?

     Y en la esfera oficial, el mismo desconocimiento, idéntica falta de adecuación entre necesidades y remedios. ¿Qué se ha hecho, al cabo, en este año terrible? Unas cuantas reformas de pormenor, cambios de nombre, provisiones de vacantes, aumento o disminución de exámenes, asignatura o año más o menos. Todo, como si estuviéramos en el mejor de los mundos pedagógicos, y como si no fueran los principios mismos y las bases lo que hay que remover.

     De formación del personal, sólida, científica rápida, intensa, como pide la urgencia del caso, por ser la única garantía de éxito de toda reforma, nada. De intento, al menos, de transformación del actual mecanismo, externo, rutinario, aparatoso, desmoralizador (porque todo él está hecho para el examen y el título), en obra viva, íntima y verdaderamente educadora, nada. De inspiración, siquiera de lejos, en aquellos elementos que han formado la indiscutible, «superioridad de los anglo-sajones», nada. Nada, por último, de seguir en planes, métodos, programas, la senda por donde han ido los pueblos superiores, y sin entrar por la cual continuaremos siendo, frente a ellos, una excepción vergonzosa.

     En cambio, el mismo engañoso convencionalismo de siempre, igual fomento del pseudo-patriotismo, de la eterna y falsa leyenda que nos ha perdido. ¿Se puede concebir que en la anterior discusión del presupuesto, ya en plena guerra y en medio del desastre, haya el Gobierno sostenido que no estamos tan mal en primera enseñanza, puesto que allá nos vamos con Inglaterra en número de escuelas? Pues pasó: ¡y sin protesta! He aquí ahora las cifras, para juzgar del fundamento. Maestros: en España, 30.000, para unos 18 millones de habitantes; en Inglaterra y Gales (sin Escocia ni Irlanda), 130.000, para otros tantos-; alumnos: 1.100.000, por 5.500.000-; gastos, ¡26.500.000 pesetas, por 1,58 millones de francos!

     ¿No hay razón para afirmar que, con tales elementos, hace falta un milagro para sacarnos de este pantano?(58). -Manuel B. Cossío.

. . . . . . . . . .

     La enseñanza oficial necesita evidentemente de una radicalísima reforma, que varíe por completo su viciosa orientación actual. El fin de los estudios debe ser la vida práctica y la utilidad social, no la posesión de un título o de un diploma que, o sirva de escarnio para el huérfano de protección, o de especiales condiciones, abandonado a su desgracia y expuesto a la miseria, o hinche la vanidad de aquellos más afortunados, que escalan con esas alas de papel posiciones oficiales de ostentoso brillo, constituyendo un vano y estéril mandarinato.

     ¿Hay que suprimir Universidades? Pues suprímanse todas, pero no para hacer economías en el presupuesto, sino para gastar mucho más que ahora en la obra nacional y patriótica de hacer hombres trabajadores y hombres sabios, en vez de estudiantes atormentados en el mes de Mayo por ese surmenage del repaso apremiante, o alumnos libres aprovechados, vivientes almacenes de apuntes y programas, que son el orgullo de su mamá, porque se han hecho abogados en dos convocatorias.

     La decadencia intelectual de España consiste sencillamente en que las Universidades son centros más administrativos que científicos. Se busca el título y no el saber. Se apetece la sanción oficial del diploma y no la utilidad práctica del propio y personal trabajo. Se examina mucho y se enseña poco.

     La reforma es, por consiguiente, bien sencilla, y no estriba en hacer supresiones ni barbaridades. Sino en arreglar las cosas de manera que los profesores examinen poco y enseñen mucho(59). Antonio Royo Villanova.

     §4.º Reflexiones sobre educación, por el Profesor Mr. Webster. -En cuanto a educación, paréceme que están ustedes en lo cierto, queriendo reducir el número de Universidades. Hay ya en España demasiada gente dedicada a las profesiones liberales, políticos, escritores, empleados, vagos y cesantes. Y digo más: para mí, la educación actual adolece de un gran defecto, y no sólo en España, sino que también en Francia, Inglaterra, casi en todas partes: por lo menos, la educación primaria es demasiado literaria, asunto de libros, no encaminada a la a la conducta de la vida. En vez de enaltecer la verdadera dignidad de una vida de trabajo manual, industrial o agrícola inspira más bien menosprecio hacia ella. En la misma Inglaterra es ya difícil encontrar un buen trabajador del campo que cuente menos de sesenta años: la nueva generación sabe leer y escribir, puede suministrar buenos tenedores de libros, dependientes de comercio, empleados, etc.; pero no saben cosa alguna de trabajos de agricultura. Y, sin embargo, un buen labrador que hace brotar con el trabajo de sus manos un par de matas de hierba o de espigas de trigo e lugar de una, hace mucho más por la verdadera prosperidad de la patria que el que escribe artículos de periódicos o mediocres novelas o va a obstruir las filas ya demasiado apretadas de los empleados civiles o políticos.

     Lo que falta a la educación primaria actual es la dirección del espíritu práctico hacia el trabajo manual. En vez de eso, despierta demasiado a menudo gustos e inclinaciones que los alunmos no han de poder ver satisfechas en su vida. Toda la tendencia de la educación actual, todo el esfuerzo de los maestros se dirige a exagerar el valor y el mérito de una vida literaria, sedentaria o puramente intelectual, inspirando aversión a la vida activa y laboriosa. La educación literaria debe ser una ayuda al trabajo manual o un alivio a sus fatigas; una recreación. El trabajo debe ser la verdadera ocupación; lo demás, un accesorio. La ciencia debe mejorar y perfeccionar el trabajo, pero no evilecerlo ni mirarlo de arriba a bajo. Después de todo, como se ha dicho, es la fuerza del trabajo servido por la ciencia lo que hace la prosperidad de una nación o de un pueblo. Perdóneme estas observaciones. He sido profesor y he predicado con el ejemplo, procurando hacer de mis discípulos hombres de carácter y de trabajo(60).

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