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II

Esperanza en el porvenir(5).

     La filosofía de la perfectibilidad indefinida no es la ilusión, es la befa de la especie humana. . . . . . . . . . El progreso indefinido y continuo es una quimera la desmentida por la historia y la naturaleza bajo todos conceptos; pero el perfeccionamiento relativo local y temporario está atestiguado como una verdad.

Alf. De Lamartine.

Año de 1866:

Muy Ilustre Señor:

Señores:

     Si la inteligencia, al elevarse, sobre todo lo humano para cumplir sus destinos y acercarse más a la naturaleza, del Criador, se aparta de la materia, de este accesorio que el hacedor supremo le ha unido para que mejor desempeñe las funciones que le asignara su infinita sabiduría; si la inteligencia, digo, prescindiendo de materialidades, eleva su misterioso vuelo hasta contemplar atónita el infinito, no tarda mucho en descender de su incalculable altura para animar la naturaleza, aplicándola los productos que creara su inagotable manantial de concepciones. Y he aquí los resultados de esa saludable fusión del espíritu con la materia, de la inteligencia con el trabajo; los fines de Aquél que todo lo preside, se ven cumplidos de este modo, pues el hombre a quien creó semejándole a sí mismo y constituyéndole en rey de la Creación, el hombre discurre e inventa por medio de sui inteligencia, y ésta, ayudándose luego de la materia, pone en práctica esas creaciones y esos inventos. La ciencia que directamente emana del entendimiento humano, de nada serviría por sí sola a pesar de su sublimidad rnajestuosa; de nada serviría tampoco el arte mecánico con sus arraigadas y estacionarias rutinas, envuelto entre la obscuridad de la ignorancia, entre las tinieblas de una práctica errónea; pero ved aquí hermanados el alma con el cuerpo, el espíritu con la materia, la inteligencia con el trabajo, la ciencia con el arte; helos amistosamente unidos, ayudándose mutuamente cual solícitos amigos, y he aquí por resultado de los productos que ambos elaboran, la civilización y el progreso. Aquí nos viene involuntariamente la idea de si este progreso es indefinido, como lo han dicho varios filósofos, o tiene acaso un límite ante el cual vengan a estrellarse infructuosamente todos los esfuerzos humanos. Veamos. El mundo marcha y seguirá marchando, y el que osado se opusiera a su impetuoso torrente, seria por él arrebatado. Porque ¿de qué no es posible el ingenio humano? En virtud de esos grandiosos descubrimientos que nos admiran, y a veces anonadan, formados al apoyo de nacientes teorías, de pocos años a esta parte, podrá nuestra imaginación tal vez calcular la altura a que se elevará un día.

     El Hacedor del Universo, el Supremo Artífice, al hacer al hombre y colocarle sobre el nivel de los demás seres, le dotó de un alma, en que dejó entrever algún reflejo de su Divinidad. Desde entonces el hombre se constituyó en fiel y perpetuo observador de los fenómenos de la naturaleza, estudió sus efectos, los aplicó a sus usos, y práctico más tarde en la observación y examen de sus leyes, ensanchó el límite de sus aspiraciones de tal modo, que se atrevió a dirigir sus miras adonde antes le hubiera parecido imposible y hasta absurdo.

     El hombre, en efecto, investigó el curso de los astros, y por medio de su conocimiento pudo internarse en los mares guiándose por su reflejo; el hombre midió la inmensidad del de la tierra, y del espacio, la distancia a los cuerpos planetarios y el maravilloso girar de esos completos mundos; el hombre, al descubrir la propiedad misteriosa del imán, lo aplicó a una aguja, y trazando un círculo en su alrededor, se lanza en la inmensidad de los mares, cuya procelosa anchura había arrostrado hasta entonces, formando por su medio caminos rectos y fijos al través de la obscuridad y de las tempestades; el hombre, con un poco de carbón y algunas partículas de azufre y salitre, se crea un combustible devastador que pulveriza los montes, agujerea las cordilleras y eleva a grandes alturas globos de hierro que esparcen la desolación y la muerte entre sus enemigos; el hombre ha inventado el microscopio y otros instrumentos para agrandar la potencia de sus sentidos, y ha examinado la estructura y organización hasta de los animales infusorios, de ese nuevo mundo que silencioso se escapaba a sus investigaciones; el hombre, por medio del agua encerrada en una vasija y elevada a cierta temperatura, combina un poderoso motor que traspone con la velocidad del viento objetos y personas y mueve pesos y máquinas que necesitaban mil y mil brazos; la atmósfera, propiedad exclusiva antes de las aves, ha quedado de su dominio; la tierra se ve visitada en lo más recóndito de sus avarientas entrañas, y hasta el mar es asaltado en sus más profundos abismos por ese incansable viajero de la tierra; y, ¡oh poder del ingenio humano!, el hombre penetra audaz en las tempestuosas nubes donde se fragua el rayo abrasador, sorprende allí la electricidad, la aplica a sus usos, y por su medio anula las distancias, comunicándose los hombres de uno a otro polo y a través de los precipicios más horribles y de los océanos más embravecidos, en un transcurso de tiempo fuera de medida. ¿Y cuántos prodigios no obra diariamente el hombre por los adelantos de la química? ¿Y cuántos no descubre a todas horas en la física desde que Arquímedes, con sus repetidas observaciones y continuos estudios, expuso el primero de los fundamentos de esta gran ciencia? ¿Y cuánto no ha adelantado en las matemáticas, en la filosofía, en la historia natural, en todo, en fin, cuanto es capaz de su inteligencia? Y la literatura, astro relumbrante, fulgor que se desprende de nuestra alma espiritual y pura, destello que irradia del solio del Altísimo, la literatura ha tomado una y mil veces variadas formas, ora avanzando, ora retrocediendo en su carrera refulgente, siguiendo las vicisitudes de la raza humana; ¿qué hubiera sido de las ciencias sin la palabra escrita? ¿Cómo hubiera bastado la memoria de los hombres sin el concurso de ese eco universal de la inteligencia, eco eterno del hombre, de ese ser expresivo, que, a pesar de su infinita pequeñez, se eleva desde su nada hasta el infinito, porque acumulando ideas, verdades y sentimientos por medio de la literatura, sigue sin cesar a las generaciones? Existen fragmentos hallados al acaso en la India, Persia, Egipto y otros países, restos preciosos a cuyo través caliginoso y turbio distinguimos todavía algunos períodos grandiosos para la literatura, períodos tan grandes o más que el nuestro, que desaparecieran relegados al olvido, para ser sustituidos por otros que marchan al mismo fin; el globo no es más que un osario de civilizaciones sepultadas, que algún gemido de su literatura nos ha descubierto o recordado, pero eran civilizaciones bárbaras, y permítaseme esta antítesis en vista de su propiedad. Nosotros marchamos por el verdadero camino del adelanto; el hombre hoy empieza a usar de su prerrogativa de rey de la Creación; ya todo es obra suya, todo está sujeto a su examen e investigación, nada se escapa a su talento y penetración extensa y casi divina... pero no se crea por eso que el círculo del saber humano está ya agotado; nada de ello existe; el hombre posee un alma, y esa alma no conoce la inercia, sino que sigue las prescripciones de su Criador. «¡Oh, alma, soplo del Hacedor del mundo, ve y cumple con los altos destinos que te están confiados; destello de la Divinidad, ve, discurre y elévate sobre los pensamientos mezquinos de las pasiones; fulgor de la Omnipotencia, ve, que tú eres el rey de la Creación y todas sus leyes están bajo tu dominio para que las examines!»

     Pero esto no obstante, el hombre no es Dios, la criatura nunca puede igualarse con su Criador. ¡Mentidos los filósofos que han sentado absurdas teorías de un soñado proceso indefinido, de una perfectibilidad continua de la especie humana! Nada nace en este mundo, ni aun el genio. Que señalen pruebas o indicios de que esto es así, pues años hace que existe el mundo. Excepto en las industrias puramente mecánicas nacidas de la inteligencia, que tanto cambian las costumbres de las naciones sin alterar el fondo de su civilización, lo demás todo sigue lo mismo. Las ideas, las pasiones, el genio, las instituciones, la ventura pública, los órganos, la constitución física y moral, las necesidades, la felicidad, son lo mismo hoy que hace cinco mil años, y en este concepto fue como dijo el sabio: Nada hay nuevo bajo el sol. Hasta ese progreso relativo y local, esos adelantos basados en la observación y producto de tantos siglos, esos inventos que en otro tiempo se hubieran calificado de milagros, ya que no de obras de Satanás, tienen marcado un fin que nos es dado divisar. No sabemos la distancia que podrá abarcar el hombre, pero conocemos todos y hasta evidenciamos sin esfuerzo de la imaginación que en el horizonte de nuestra carrera hay trazado por el dedo de la Providencia un non plus ultra, un límite, fijo, al cual está adherida una barrera insuperable para el hombre. ¡Sólo Dios sabe sus secretos!, y no nos empeñemos en comprenderlos. Vosotros, sabios, los que arribéis a esos limites, ¡deteneos!... no seáis imprudentes... estáis al borde de un abismo... contemplad... adorad... admirad y no expliquéis... perded la esperanza de pasar esos límites... os acercáis a un gran secreto... al otro lado está Dios... ¡y no se sorprende el pensamiento de Dios... Querer pasar más adelante sería obstinarse en dar por sí solos y sin el hilo de Ariadna con la cueva del Minotauro.

     Dejando, sin embargo, a un lado esas que no pasan de ser utopías en las ideas que no llegan a las cosas, el hombre debe trabajar, pero mucho e incesantemente, para aproximarse a esos límites del progreso, que sin duda están todavía muy lejanos. Trabaja ardorosamente el hombre, cuyo genio se afana, y se enardece al canto de la civilización. Hoy, que todo marcha a paso de gigante, el pararse un minuto es retroceder cien leguas. Y ¿cómo nosotros, que sentimos arder en nuestra alma el fuego general que devora nuestro espíritu, habíamos de estacionarnos y cruzar los brazos sin adherirnos al movimiento general y con peligro de ser aplastados? Era imposible; nos hemos unido y hemos constituido una Sociedad, con el nombre de Ateneo Oscense, y que bien pudiera llamarse Sociedad de Hermanos del pueblo. No creáis, señores, que viene con pretensiones de ilustrar las altas clases del mundo literario, ni viene a escalar las murallas del Parnaso, ni trata de resolver ninguna de las cuestiones pendientes en diversos ramos del progreso humano, ni siquiera pretende discutir las elevadas y abstractas teorías físicas, teológicas, filosóficas o de otro género; sus deseos son más humildes y sus aspiraciones más modestas; pero no por eso cree sean menos útiles. Ningún edificio puede nacer sin haberle principiado por los cimientos; cimientos tiene el progreso como los tienen todas las cosas, y estos fundamentos, sin los que no puede avanzarse un paso, son los que ha venido a formar el Ateneo que hoy principia; diseminará principios, si, pero principios que, ensanchados más tarde, darán óptimos frutos. No quiere el Ateneo formar el bosque, cubriendo el terreno de follaje; sólo busca, y tal vez conseguirá la fusión en un solo miembro, del obrero de la inteligencia, y el obrero del trabajo; no pueden existir el uno sin el otro, y, cual las humildes hierbecillas crecen lozanas al abrigo de las corpulentas encinas, así ambos prosperan y se engrandecen a su sombra, mutua. Al tratar el Ateneo de ilustrar al pueblo por medio del mismo pueblo; al tratar, digo, de diseminar la ilustración entre los artesanos, agricultores y demás, cree prestar un gran servicio a la localidad, pues pretende de esta manera, alimentar el árbol por sus raíces.

     Así, pues, jóvenes, ¡esperanza en el porvenir!, que vuestras rutinas desaparecerán corridas y avergonzadas a la imponente voz de los profesores que bien pronto resonará en este recinto; ¡esperanza!, que bien luego los rudimentos de la ciencia abrirán vuestros ojos obscurecidos, y veréis a su través un mundo nuevo que no estaba a vuestros alcances, y que no ejerzan imperio ni fluencia de ningún género sobre vuestro ánimo las espinas que encontrar podáis en el camino; no hay en todo el catálogo de hombres célebres, que han ilustrado su época, uno solo que haya adquirido la gloria y el bienestar, sin un trabajo penoso e incesante; además, el trabajo y el estudio honran al que los ejerce, no así la ociosidad, que hace repugnantes a sus adoradores. Sí; el hombre ocioso es un monstruo, que lejos de favorecer a la sociedad la perjudica en eminente grado. El trabajo y el estudio son bienes que ningún punto de contacto tienen con los llamados bienes de fortuna; son bienes que no pueden arrebatar los robos, ni las guerras, ni los incendios: ¡desgraciado el que fija su porvenir en la inconstante rueda de la suerte porque llega el día de la adversidad, y su irresistible ímpetu no deja en pie sino el recuerdo de los perdidos bienes y la perdida educación!

     ¡Jóvenes! Amad el trabajo y el estudio, porque son bienes que jamás se agotan; amadles, porque son amigos inseparables que en la fortuna como en la desgracia, irán siempre a vuestro lado, y derramarán sobre vuestro corazón el bálsamo de la felicidad, de la alegría y del consuelo; ¡ay de aquél que desprecie mis consejos, qué amargas lágrimas de desconsuelo derramará a su recuerdo, pero cuando sea demasiado tarde! Y no nos avergoncemos, artesanos, de ser hijos del trabajo salidos del pueblo, que la nobleza no consiste hoy día en polvorosos y roídos pergaminos, sino en la hidalguía de proceder y sentimientos, en la virtud, en la instrucción, en la honradez y en el trabajo. Alentémonos, pues, y trabajemos, que ancho campo se abre a nuestra sedienta imaginación; aprendamos mucho, siquiera sean sólo los cimientos de la ciencia, y del trabajo; estudiemos con ahínco, bebamos ansiosos la ciencia, que tan pródigamente se esparce por doquier, pues nosotros, señores, debemos contribuir a demostrar a la faz del mundo que los españoles son civilizados y no salvajes, y que su genio es tan capaz como el de cualquier extranjero.

     Nuestro Ateneo ha merecido una cariñosa acogida y una predilección que le honra de las celosas autoridades y de nuestro digno Prelado, a quienes dirigimos los más sinceros afectos, en nombre de todos los socios y de todos los amantes del bien. Que sigan solícitos con su adhesión hacia el Ateneo, y éste, en unión con otros establecimientos y fundaciones de su clase, podrá esparcir a manos llenas las semillas del bien, de la virtud y del saber; su apoyo necesitamos y también el de todas las personas celosas del adelanto que anima el mundo, y no dudamos que nos lo prestarán, siquiera sea sólo en virtud de los sentimientos altamente filantrópicos de que ha surgido esta Sociedad.

     ¡Venid, pues, vosotros los que anheláis beber en las sabrosas fuentes de la sabiduría, y que un día mostréis que el Ateneo no fue un sueño vano de hombres despiertos o una utopía irrealizable, sino un pensamiento grandioso, nacido en humildes cabezas que sólo respiraban amor por sus hermanos compatriotas. Pero deteneos, vosotros los que forjándoos en vuestra imaginación corrompida pensamientos contrarios al nuestro, nos babéis prodigado los dictados de orgullosos y ambiciosos de gloria, deteneos vosotros, los que con sonrisa irónica habéis mirado nuestro Ateneo como una paradoja sin solución o como un sueño de acaloradas fantasías; no nos importa; arrostraremos impávidos, pero siempre con dignidad, siempre con desdén, toda clase de injurias que nos dirijan los necios: sentiríamos, sí, que se nos dirigiese cargos por personas de ilustración y criterio, por aquello de que

                     Si el sabio no aprueba, malo;
Si el vulgo aplaude, peor;

pero estamos seguros de que así no será. También Colón era señalado como loco por los que tenían la cabeza en desvarío: también Galileo fue sentenciado a ser quemado por los que no eran capaces de subir a la altura de su genio; también los niños de los Samienos insultaban a Hornero, porque decían que éste obstruía los caminos de la isla, recitando sus versos de puerta en puerta. ¡Y qué! ¿Hemos nosotros de ser más que ellos?! No; tal vez se nos acusa, de lo que no somos. ¡Qué, poco saben el daño que hacen las personas que, desconociendo su misión, se ríen de todo sin enseñar nada! ¡Envidiosos! ¿No sabéis que vuestro ensañado encono se estrellará contra el escollo del bien general, y que vuestros gritos, parecidos, a los del rabioso can encerrado en una jaula, no pueden hacernos el menor daño? Lección recibiréis pronto en que se turbará vuestra descarada osadía; vuestras malignas burlas y vuestra errada opinión quedarán luego mudas y extáticas ante el espectáculo del amor, y la solicitud con que veréis que el pueblo educa al pueblo, el artesano al artesano y el amigo a su amigo. Desistid, pues de vuestro proceder indigno, pues veis claramente la desigualdad en la lucha; pero no obstante de esto, si algún mal intencionado, revistiéndose de la máscara de la ficción y de la hipocresía, se internare en este recinto a compartir con nosotros, para burlar luego nuestros actos o desbaratar nuestros planes, ¡tiemble por sí! pues sentirá la venganza de sus remordimientos, y al desprecio general le seguirán mil anatemas fulminados por boca de todos aquellos que han creído ver, y con razón, en nuestro propósito, un medio de ilustrar convenientemente a la clase más numerosa, pero desgraciadamente más falta de conocimientos de la sociedad.

     Nuestro pensamiento es puro, emanado del fondo de nuestro deseo por la fraternidad y el progreso, no lleva en sí ninguna mira de, interés particular, así es que nuestra conciencia está tranquila; diré más, satisfecha, con nuestro pensamiento, y por tanto, no tenemos necesidad de bajar la cabeza ni humillarnos ante ninguno. Marchemos, pues, y con la cabeza erguida, que es el distintivo de la virtud y bien obrar. Que nos inculpen, ¿qué nos importa? Estamos ciertos de obrar bien, y esto nos basta; que en cambio de nuestras fatigas y desvelos, atraigamos sobre nuestras cabezas ingratitudes y sinsabores, ¿qué nos importa? Bástanos la satisfacción interior que nos resulta de nuestro modo de obrar, y al fin la mayoría, la generalidad, siempre conoce lo bueno y hace justicia al que la tiene. Obremos bien y no nos acordemos de la recompensa.

     Así, pues, adelantemos, y que cedan livianos los obstáculos que pudieran impedir nuestra marcha. ¡Atrás los sombríos espectros que amenazan envolver a la Sociedad! ¡Paso a la juventud por cuyas venas corre el sagrado fuego de la fraternidad, de la ciencia y de la patria! ¡Paso a la juventud, que sólo se cuida de marchar en alas de la civilización! ¡Atrás la rutina y los errores que obscurecían las mentes del pueblo! ¡Paso a los jóvenes que, ardientes y enérgicos, van en busca de la ignorancia, para derribarla, de la ciencia para ensalzarla! Corramos, señores, volemos todos a ilustrarnos, porque esta es la prerrogativa más noble que le plugo concedernos al Criador.

He dicho.

Huesca, 6 de Enero de 1866.

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