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IV

Misión del Clero en el progreso.

Año 1867:

     Entre los diferentes ensayos agrícolas verificados en la isla de Billancourt que formaban parte de la Exposición Universal de París en 1867, hemos visto a jóvenes sacerdotes dirigir con sus mismas manos la marcha de un arado, en cuyo perfeccionamiento se habían ocupado. En el misino palacio del Campo de Marte, hemos tenido ocasión de examinar un portento de mecánica, el Meteorógrafo del P. Secchi, como también unos trabajos interesantísimos sobre una nueva ciencia, la. Hidrogeología, por el abate Richard, un nuevo e ingenioso sistema de colmenas por el ábate Sagot, etc, etc. Todo esto nos prueba, no ya que el estado eclesiástico simpatiza con los inventos, sino que viene en apoyo de lo que muchos han dicho y demostrado, a saber: que nadie como el Sacerdocio puede dar un fuerte impulso a nuestra civilización. Autoridad divina, abstracción de cuidados terrenales, conocimientos elevados, tiempo sobrado para el estudio, recuerdos gloriosos en la historia de las ciencias, relaciones íntimas con el pueblo; todo esto son condiciones a más no poder favorables para hacer progresos, para preguntar a la Naturaleza e investigar sus leyes, para combinar medios morales y aun del orden físico que tiendan a mejorar la condición de los mortales. ¿No entraña en su ministerio esta misión que Jesucristo les confirió cuando les dijo: Ite, docete omnes gentes? El verdadero sacerdote que dirige un pueblo por el camino del cielo, no olvide que el hombre tiene que asimilar algo más que la palabra de Dios; y, por eso, al mismo tiempo que predica virtud y moral, debe tener en cuenta las necesidades inferiores de su grey, e imbuirla en el espíritu de aquellos sabios refranes nacidos en el seno de la época más religiosa: Dios ayuda a quien se ayuda; a Dios rogando y con el mazo dando(16).

     Bajo este concepto, el cura párroco debe ser la Providencia en los pueblos pequeños, con especialidad en aquellos que carecen de profesor. ¡Cuán radiante y cuán bello aparece el sacerdote en el concepto de la patria, si después de haber orado al Eterno por todo su pueblo, si después de haber predicado la palabra de Dios y anatematizado el vicio, se apresta a distribuir a los pequeñuelos sentados en la puerta del templo o bajo la parra del jardín, el pan saludable de la institución, que no pueden recibir por otro conducto! ¿No es, a la verdad, una figura sublime el sacerdote rodeado de niños cual otro Jesús en Jerusalén, exhortando al pueblo a recibir la instrucción que él mismo ofrece? Si es una obra de misericordia enseñar al que no sabe, ¿en qué otra cosa pueden ejercitar mejor su misión de paz, de caridad y de progreso, que en reunir por las noches en su casa a los hombres del pueblo, para enseñarles, con el amor que le distingue y con la autoridad de que está revestido, los principios de la sana moral entrecortados con las páginas del silabario?... ¡Cómo rebosará de júbilo su alma viendo desaparecer de sus ovejas la ignorancia a la par que la inmoralidad! La instrucción bien dirigida por las huellas del Evangelio, consigue el verdadero progreso que anhelamos y es la salvaguardia de la moral; así como la instrucción anticristiana del industrialismo moderno conduce a las utopías, al olvido del alma y de la religión, a pauperismo, a un desquiciamiento social(17).

     La cuestión de progreso por el Sacerdocio, es una cuestión digna y muy digna de que no se olvide. A este efecto, convendría ya desde luego introducir en el programa de los Seminarios Conciliares un curso de Pedagogía con un buen sistema de enseñanza para los adultos, y otro curso, o mejor dos, de Agricultura teórica y práctica(18) que los pusiera en estado de estudiar la reforma y perfeccionamiento del cultivo particular a cada localidad, y, por consiguiente, los medios de mejorar la condición física y moral de los pueblos. Mens sana in corpore sano. Cuando no hay pan en el hogar, así como cuando la estupidez y la ociosidad ocupan el sitio de la actividad y de la ilustración, el orden público no cabe en los límites de lo posible, las enfermedades andan a la orden del día, y la moral se ve amagada de grandes peligros.

     Hace ya bastantes años, se estableció(19) en el Jardín Botánico de Madrid, una Escuela Normal de Agricultura para la enseñanza de los Padres Escolapios y de otros eclesiásticos que habían de ser profesores en los Seminarios Conciliares. ¿Por qué no se había seguido tan excelente sistema?... A fines del siglo pasado, cuando la vecina Francia se destrozaba en medio de la revolución más espantosa que registra la Historia, el clero español colaboraba en el famoso Semanario de Agricultura y Artes, monumento precioso de nuestra Bibliografía agrícola, cuyas enseñanzas, salidas en su mayor parte de sacerdotes, eran comunicadas a los pueblos a quienes interesaba, por el intermedio de esos mismos celosos pastores. Estamos convencidos de ello: nadie como el sacerdote puede aportar mayor óbolo a la obra iniciada de nuestra civilización; y deber suyo es, puesto que Jesucristo puso a su cuidado la felicidad de los pueblos.

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