Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Anterior Indice Siguiente




ArribaAbajoArgumento de la X Cena

 

FELIDES pregunta a SIGERIL si es verdad la resurrección de CELESTINA, y después manda apartar a PANDULPHO y a él para escrivir una carta a POLANDRIA, y los criados burlan dél. Y íntrodúzense:

 
 

FELIDES, PANDULPHO, SIGERIL.

 

FELIDES.-  ¿Qué cosa es, Sigeril? ¿Es verdad que ha resuscitado aquella honrrada dueña?

SIGERIL.-  Por Nuestra Dueña, señor, yo la vi, y media ciudad a la redonda; si es fantasma o no, no lo sé, mas ver quán santa viene y predicadora no lo podrías creer.

FELIDES.-  Según esso, ¿no querrá entender en mis negocios?

PANDULPHO.-  Mal conoces, señor, roncerías de putas viejas hechizeras; con aquella sardina piensa ella pescar la trucha, pues sabes que no se toman truchas...; todos aquellos ardides nascen de la mucha esperiencia. Quien espantasse las perdizes quando vienen a la red ¿paréscete, señor, que tomaría alguna? Poco sabes de achaque de trama; ¿vistes acá a nuestra ama? Pues la mejor trama que ella puede tramar es con yproquesía y santidad urdir para texer sus telas, que con este hilado podrá ella mejor urdir tu tela con Polandria que el de las madexas texó el de Calisto y Melibea.

FELIDES.-  No pensé yo, Pandulpho, que tan sabio eras; mucho me has alegrado en gran manera en oýrte. Mas mira, que quiçá con la mudança de Celestina y su muerte habrá mudado las costumbres.

PANDULPHO.-  ¿No sabes tú, señor, que muda la piel la raposa, mas su natural no despoja? ¿No te acontece venirte de confessar un santo y de aý a tres días tornarte de otro pelo? ¿Qué piensas que es aquello? Lo que quiere el philósopho, que la costumbre sea otra naturaleza. Por tu vida, señor, quien me quitase a mí de tener dos o tres mugeres a ganar, la vida me quitasse; y assí lo hará quien quitare a Celestina, sobre ochenta años de canonizada y sabia alcahueta, dexallo agora de ser. Quanto más que yo te tramaré el hilado esta noche con Quincia de suerte que no se pueda errar la tela.

FELIDES.-  Assí te lo ruego yo; y tú, como más sabio, me harás mañana venir acá a Celestina, para que por todas partes se combata la fortaleza y veamos por dónde se entra más presto.

PANDULPHO.-  Descansa señor, que assí se hará; y yo me quiero yr a entender en adereçar armas y lo más necessario.

SIGERIL.-  Mira, por tu vida, pues hablas en armas, no hagas algún desvarío con que borres lo bien hecho.

PANDULPHO.-  No tengas miedo.

SIGERIL.-  No he miedo, mas he recelo.

FELIDES.-  Ora, que yo salgo por fiador que Pandulpho haga esto con toda cordura y seso. Y dame tú, Sigeril, papel y tinta, y escriviré una carta para Polandria, para que vaya a punto Pandulpho, si hallare dispusición en Quincia para quererla llevar.

PANDULPHO.-  No me paresce mal consejo.

SIGERIL.-  Señor, ves aquí la tinta y el papel.

FELIDES.-  Apartaos vosotros allá.

PANDULPHO.-  Mira, mira Sigeril, quán trasportado está nuestro amo, con su pluma en la mano y los ojos embelesados.

SIGERIL.-  Paresce a San Juan, quando lo pintan en la ysla de Patmos.

PANDULPHO.-  Quita el Sant y acertarás en el Juan, que, por Nuestra Dueña del Antigua, otra salida supiera yo dar a aquella carta, que pienso que con filosofías y retóricas ha de quedar tan entendida, leýda, como antes que se leyesse. Mira, hermano, cómo se está ryendo entre sí.

SIGERIL.-  Alguna buena razón deve de haver acertado, que se goza en pensalla. Mal año para Tulio, que llegue a su escrivir.

FELIDES.-  Pandulpho, mi fiel criado, ¿ves aquí esta carta? Yo te prometo buenas albricias si me traes respuesta della.

PANDULPHO.-  Con esse descuydo en mi cuydado puedes, señor, dormir, que yo voy a entender en lo que cumple.

FELIDES.-  Dios vaya contigo y te guíe.



ArribaAbajoArgumento de la XI Cena

 

PANDULPHO va al concierto con QUINCIA y se desposa con ella, y han efeto sus amores; y le da la carta de POLANDRIA, y él se va muy alegre. Introduzénse:

 
 

PANDULPHO, QUINCIA.

 

PANDULPHO.-  Ora es ya de yr a mi concierto, yr quiero. No quisiera yo noche tan escura porque es peligro para huyr, porque no vee hombre por dónde va hasta que ha dado de narizes. Ora ya estoy cerca, quiérome santiguar. ¿Qué diablo es aquello que está cabe la puerta de Paltrana?; no sea el diablo que me engaña, no me estén aguardando para me matar, no haya por ventura Quincia descubierto la celada; mas creo que no hará, que yo la vi de buen temple ayer. Ora yo quiero llegar; válame Dios, parésceme que entro en agua fría según se me ataja el huelgo y se me espeluzan los cabellos. Quiérome tornar y dar al diablo estos amores. Mas ¿qué dirá Quincia, si por ventura sale, sino que de covarde lo dexé?, que para con mi amo no me faltarán mentiras. Ora quiero llegar, que por donde vengo todo queda seguro, y a la primera boz mis pies me han de valer, si no me toman en medio; ora encomiéndome a Dios y llego. ¿Qué diablos es aquesto que está en el portal, que tanto suena?; ¿si son armas? Quiero escuchar. Llevas parescen, Quincia deve de ser que viene al concierto. Quiérome bien certificar que no me engañe el oýdo, que muchas vezes se engaña.

QUINCIA.-  Ce, señor, ¿estás aý?

PANDULPHO.-  Ella es; por Nuestra Dueña, el alma me ha tornado al cuerpo y la sangre a las venas. ¡O señora de mis entrañas y de mi vida!, desesperado me tenías, pensando que no havías de venir.

QUINCIA.-  ¡Ay, señor!, vete, por tu fe, que por no quedar en falta contigo vine, que, por cierto, aún los de casa no están acostados.

PANDULPHO.-  ¡Guayas, y qué nuevas son éstas para mí!

QUINCIA.-  ¿Qué dizes?

PANDULPHO.-  Digo que tú no devieras de venir hasta que durmieran; porque, sí te sienten, será forzado con muerte suya procurar tu libertad.

QUINCIA.-  Ay, por Dios, no digas tal, que ya pienso que estarán acostados; y di presto lo que me quieres.

PANDULPHO.-  Señora mía, lo que quiero es, que voto a tal, que estoy perdido por tus amores, y que hayas piadad de mí.

QUINCIA.-  Ay por Dios, señor, que te dexes desso, que no soy yo de las que piensas, quanto más que agora me tratan casamiento. Por tu vida, que te vayas y que no me disfames.

PANDULPHO.-  ¿Con quién?

QUINCIA.-  No lo puedes saber.

PANDULPHO.-  Bien hazes en encubrirlo, que por vida del rey, que si me lo dixeres, que no se casara él contigo, que yo lo casara antes con su madre, la tierra, digo.

QUINCIA.-  ¿Y esso, señor?, ¿assí quieres mi honrra y mi provecho?

PANDULPHO.-  ¡O, despecho de la vida con tal honrra y provecho!; esso sería que por no enterrar a él que me enterrasen a mí. Sabe, señora de mi alma, que no te conviene tomar a otro esposo si no es a mí, si quieres gozalle, por vida tuya.

QUINCIA.-  Yo, señor, sería la dichosa.

PANDULPHO.-  Pues no está más que en esso; ábreme, amores, y darnos hemos las manos.

QUINCIA.-  No querría que entrasses en lo vedado.

PANDULPHO.-  Yo te voto a tal que descortesía ninguna no rescibas de mí.

QUINCIA.-  Ay, señor, no quería después que me burlasses.

PANDULPHO.-  Señora mía, yo te juro a ésta, que es cruz, y al sepulcro de San Vicente de Ávila de no te hazer burla ninguna.

QUINCIA.-  ¿Haráslo assí?

PANDULPHO.-  Sí juro; y ora abre.

QUINCIA.-  ¡Ay, que no oso, por mi vida!

PANDULPHO.-  Ora, mis ojos, abre, que yo te boto a tal de en mi vida cobrar otra esposa.

QUINCIA.-  Ora dame la mano, por entre las puertas, de ser mi esposo y de no hazer nada contra mi voluntad, y yo te abriré.

PANDULPHO.-  No sea algún concierto de tomarme, para tenerme en tanto que salen a matarme.

QUINCIA.-  ¿Qué dizes, Pandulpho, señor?

PANDULPHO.-  No digo sino que encomiendo al diablo estas puertas, que están tan juntas que no me cabe la mano, que aun las manos te daré.

QUINCIA.-  Yo sacaré la mía, que es más delgada.

PANDULPHO.-  Bueno es esto, no deve haver trayción; ora dacá la mano.

QUINCIA.-  ¿Otórgaste por mi esposo?

PANDULPHO.-  Sí, otorgo.

QUINCIA.-  Y yo por tu esposa. Y aguarda un poco, yré a ver si duermen todos para abrir.

PANDULPHO.-  Ora va, y mira bien en eso. Bueno va esto, por Nuestra Dueña, que tengo buena noche. ¡O hideputa el diablo, cómo me huelgo!; que voto a la cruz de Caravaca, más hermosa moça no hay en la ciudad; y creo que Dios ha sido causa deste casamiento, por apartarme de le ofender con Palana y otras tales borrachas. Ya viene, plega a Dios de guardarme de trayción. ¡O, pese a tal, ¿qué es esto? ¡Muerto soy!, no es tiempo desperar. Ora quiero escuchar; no viene nadie tras mí, quiero tomar. ¿Es ella la questá a la puerta? Sí, ella es, que tocado tiene; mas quiero bien a defuera mirar, no sea capacete o celada para me meter en ella.

QUINCIA.-  Ce, señor Pandulpho, llégate acá.

PANDULPHO.-  Ella es, seguro está el campo.

QUINCIA.-  Señor, ¿por qué te fuiste a tanta priessa?

PANDULPHO.-  Señora, fui tras uno que me pateó, para castigalle.

QUINCIA.-  Pensé, cuytada de mí, que te havías espantado quando quité el aldava, que se me soltó de las manos y hizo ruydo en dar en las puertas.

PANDULPHO.-  Espantadizo es el potro, cierto, para se espantar dessas pocas cosas, si más espantado no fuesse el que se me fue por pies.

QUINCIA.-  ¡Ay, señor, mira por Dios, no te vea alguno entrar!

PANDULPHO.-  Cierra la puerta, amores, que no llevava él esse son, según huýa.

QUINCIA.-  Ora pues, siéntate al pie desta escalera en quanto cierro la puerta.

PANDULPHO.-  A bien me ha salido la huyda, pues la hize entender que hize huyr al otro. Ora, cosa del diablo es lo que suena de noche qualquier cosa; voto a tal, mil hombres no hizieran más ruydo que hizo aquella aldava. Hela aquí do viene. ¡O, mi alma, qué gozo me es tenerte abraçada y gozar de la tu boca!

QUINCIA.-  Señor mío, por tu vida, que aunque sea tu esposa, que fasta otra noche no me afruentes. ¡Ay señor, no seas tan porfiado!, cata que daré bozes.

PANDULPHO.-  Si tú dieres bozes, daré yo critos.

QUINCIA.-  ¡Ay, desventurada de mí, y qué mala cuenta he dado de mí! ¡O, mi padre y mi madre!, ¿qué diríades vos si tal supiéssedes que havía hecho? ¡O mi señora Paltrana!, ¿qué diríades vos de la mala cuenta que en vuestra casa he dado?

PANDULPHO.-  Amores míos, ¿para qué es esso?; ¿de qué sirven essos llantos? ¿Yo no soy tu esposo?

QUINCIA.-  Quítate allá, por Dios, no llegues a mí. ¡O, desventurada yo, mi virginidad perdida! ¿Ay, y cómo no me mato, haviendo perdido todo mi bien?

PANDULPHO.-  Ora, amores míos, por el crucifixo de Burgos, si esso hazes, de me yr donde jamás sepas de mí. Ora calla, mis ojos, ¿yo no soy tu esposo?

QUINCIA.-  Pues si assí no fuera, yo me matara.

PANDULPHO.-  Ora ya, amores de mi alma.

QUINCIA.-  Ora señor, suplícote que te vayas; y baste lo fecho.

PANDULPHO.-  Bueno sería esso.

QUINCIA.-  Ora déxame ya, por Dios, que me tienes muerta.

PANDULPHO.-  Ora, pues, perdonarme has.

QUINCIA.-  Ora déxame, que sí perdono, con que no me tratas más mal que me has tratado.

PANDULPHO.-  No más que a mis ojos, entrañas; y buélveme acá essa boquita de perlas.

QUINCIA.-  Ora vee aquí, déxame ya.

PANDULPHO.-  Ora, mis ojos, en ora maças, no estés enojada.

QUINCIA.-  ¿Paréscete, señor, que me has parado bonita?

PANDULPHO.-  Mi alma, no me culpes, que no ha sido más en mi mano. ¿Qué querías que fiziesse, estando con tal perla como tú? Ora, por tu vida, que me perdones.

QUINCIA.-  Ora, que sí perdono con tal que te vayas, que es ya muy tarde.

PANDULPHO.-  Alma mía, sí yré, si tú huelgas dello.

QUINCIA.-  Si tú estuviesses quedo, bien me hogaría yo contigo.

PANDULPHO.-  Ora, que sí estaré.

QUINCIA.-  Ora me huelgo yo contigo, que estás quedo y no me andas sobajando.

PANDULPHO.-  Amores míos, ¿quiéresme fazer una merced, que no menos que la vida me va en ello?

QUINCIA.-  Todo quanto tú mandares haré, como no me afrentes más esta noche.

PANDULPHO.-  Pues, mi coraçón, lo que has de hazer por mí es que des una carta de mi amo a la señora Polandria.

QUINCIA.-  ¡Ay, señor, por Dios, no me mandes tal cosa!

PANDULPHO.-  Por mi vida, que lo has de hazer.

QUINCIA.-  ¡Ay, por Dios!; ¿cómo osaré yo fazer esso?, que me matará en boquear gelo solamente.

PANDULPHO.-  Yo diré cómo. Di que Felides, yendo a la fuente, te rogó que se la diesses, y que él, de que no quesiste acetallo, te la arrojó y se fue, y que tú la tomaste porque nadie no la viesse; y desta manera podrás dársela, y mañana yo yré a la fuente a saber cómo la tomó.

QUINCIA.-  Dessa manera a mí me plaze de lo hazer, y te daré mañana la respuesta.

PANDULPHO.-  Yo, señora, te lo tengo en merced. Y quiérome yr, que es ya tarde.

QUINCIA.-  No te vayas tan presto, que aún no haze media hora que veniste.

PANDULPHO.-  Que se haga assí como lo mandas, mis ojos.

QUINCIA.-  Bueno es esso, señor, está ya quedo, por mi vida; si pensara que assí lo havías de hazer, no te rogara que no te fueras. ¿No estás ya cansado de maltratarme esta noche? Ora ya, baste lo fecho y vete, que no me ayude Dios si yo más te digo que no te vayas.

PANDULPHO.-  Amores de mi alma, harto se me haze a mí de mal apartarme de ti. He aquí la carta, y mañana, quando me dieras la respuesta, daremos forma en tornarnos a ver. Y los ángeles queden contigo, y abre passo la puerta.

QUINCIA.-  Y contigo vayan, señor. ¿Esto quedava por hazer? ¡Ay, Jesús!, ¿no estás ya farto de besucar?

PANDULPHO.-  ¡O, gozo singular! ¡O dichoso Pandulpho, que tal moça has alcançado! ¡La puta que la parió, qué piernas y cuerpo tiene! Alguna diferencia hay, por Dios, de las suyas a las de Palana, que no parescen sino dos cañahejas llenas de vello, que para barvas serían ásperas. Pues en la boca y olor, todo se le paresce. Voto a tal, en toda mi vida me tomen más allá; váyase para borracha, pues tal joya me tengo donde, sin offender a Dios, puedo passar la vida a mi plazer. Pardiós, hermosa dicha y recaudo he tenido en lo que mi amo me ha acomendado; desta hecha no se escusan las albricias, y la mitad dellas serán para Quincia, que es razón, pues es mi esposa, de dalle las donas. Y con esta buena ventura quiero echarme y reposar, y descansar lo que me queda de la noche, que bien lo he menester.



ArribaAbajoArgumento de la XII Cena

 

PANDULPHO viene a dar las nuevas a FELIDES y topa a SIGERIL, y hállanle trobando un romançe y burlan dél y entrando reprende PANDULPHO a FELIDES el estilo del trobar, y dale las nuevas; y después mándale que le vaya a llamar a CELESTINA y que quédasse con SIGERIL. Y entrodúzense:

 
 

PANDULPHO, SIGERIL, FELIDES.

 

PANDULPHO.-  Mucho me he dormido, tiempo es de yr a dar cuenta a mi amo de lo passado. A Sigeril veo, no le quiero dezir nada, porque no pierdan sazón las nuevas con andar en tantas manos.

SIGERIL.-  ¿Qué madrugar es éste, Pandulpho? Buenas nuevas devemos de retener, que tu gesto da señal, con las muestras de alegría del coraçón.

PANDULPHO.-  Anda acá, que delante Felides sabrás lo que es.

SIGERIL.-  Passo, passo Pandulpho, que paresce que vas a ganar beneficio según la priessa que llevas, que pienso que duerme Felides.

PANDULPHO.-  Assí lo vo yo a ganar, beneficio y aun beneficios por mi buena diligencia. Escucha, que paresce que no duerme, que hablando está consigo. Oye, oye, que para el cuerpo trobando está.

FELIDES
Ya el amor sus bivas llamas
en Felides las ponía,
quando el sol resplandeciente
de su Polandria encendida
su coraçón como estopas
con el espejo que vía
de su rostro divinal
que tiene en mi fantasía,
podiéndome assí quemar,
como el fenis se encendía,
para sacar otro yo
en la inmortal pena mía,
por sostenerme en las muertes
que me causa cada día.

SIGERIL.-  Romançe, por Nuestra Dueña, está haziendo.

PANDULPHO.-  Por el Corpus Domini, esto haze a estos cavalleros jamás alcançar muger, que todo el tiempo se les va en elevaciones; encomiendo al diablo la cosa que las mugeres entienden destas filosofías, ni se les da por ellas una paja; por mi fe, que creo que por ellas se dize que hablar claro Dios lo dixo.

SIGERIL.-  Por mi vida, que creo que aciertas en esso.

PANDULPHO.-  ¿Y cómo si acierto? Voto a la casa sancha, que se enloquecen con estas trobas, y lo que han de hazer en una semana no lo hazen en un año. Y piensan que como todo es mentira lo que les dizen en las coplas, que assí se las dizen en las palabras; y aun amostrarse muy penados, voto a la Verónica de Jaén, no puede ser mayor necedad, porque no lo tienen en nada. Y quiero entrar y desengañallo, que se me haze vergüença dexalle dezir tanta bovería.

FELIDES.-  ¡Sigeril!

SIGERIL.-  Señor.

FELIDES.-  Dame acá aquella vihuela, provaré a tañer y cantar un romance que tengo fecho.

PANDULPHO.-  Pesa a la vida que bivo, con tanta vanidad y elevación.

FELIDES.-  ¡O Pandulpho, que norabuena vengas! Bien te devía yr esta noche, que vienes hablando contigo.

PANDULPHO.-  Mejor, por cierto, que a ti con tus filosofías, que esto venía diziendo. ¿Para qué son, señor, essas coplas y essos romances?; que voto al Corpus Domini, que todos son latín para las mugeres; y otra cosa deste trobar no se saca ni tiene otro provecho, más que para desvanecer la cabeça y, muchas vezes, perder el seso y quedar sin sentido.

FELIDES.-  He, he, he; gracioso eres. Y di, loco, ¿qué mayor seso puede ser que perdello, en tanta razón como yo tengo para lo perder?

PANDULPHO.-  Mas ya creo que lo tienes perdido.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, Pandulpho?

PANDULPHO.-  Digo, señor, que todo es esso perder tiempo y dañar lo que tengo hecho.

FELIDES.-  Dime, ¿esso, cómo es?, que bien me paresce.

PANDULPHO.-  Es, que voto a la casa santa, que sin essas filosofías he gozado esta noche la más fresca moça de la ciudad. Y estáte tú aý haziendo romançes, que, por la vida del Turco, ya pienso que tiene leýda tu carta Polandria.

FELIDES.-  ¿Es possible tal cosa, mi Pandulpho?

PANDULPHO.-  Es tan possible, quanto impossible entender ella las razones de la carta, si llevan las elevaciones del romançe. Por el cuerpo de Mahoma, señor, si esto te huviera visto trobar, yo la resgaras y escriviera otra que hiziera algo más al caso.

FELIDES.-  He, he, he; gracioso es Pandulpho, por Nuestro Señor. ¿Qué le escrivieras, por mi vida?; que ya, de hoy más, por Nuestra Dueña, de te hazer mi secretario. ¿Passas por tal cosa Sigeril, hay tal hombre en el mundo como Pandulpho?

PANDULPHO.-  Pues no te rýas, señor, que voto a la casa sancha, que aquellos espejos que enciende el sol, y tu coraçón estopas, que todo es tascos por el cuerpo del Turco.

FELIDES.-  Hi, hi, hi; la mejor cosa es ésta que nunca he oýdo. Aunque otra ganancia no se saque destos amores sino ésta, yo doy por bien empleada mi pena.

PANDULPHO.-  Ríete tú, señor, que tú llorarás, si llevas esse camino hecho fenis que acava y comienças de nuevo, que assí començarás, voto a tal, quando pienses que acabas, para jamás acabar de concluyr tus amores, cargado de comparaciones y de envelesamientos. Da la diablo, señor, tal estilo, que yo que he tratado con mugeres toda mi vida sé cómo se han de seguir y alcançar; que no de balde dize el proverbio que quien las sabe, las tañe, como yo he tañido esta noche a Quincia, que queda, por cierto, tocada de manera que hará otra música que tu romançe en latín, tocado en la vihuela con sus comparaciones. Engáñate, señor, por mí, y mucho de mi coraçón y de mi alma y de mis entrañas quando escrivieres, y mucho de la buena osadía y desemboltura quando estés con ella; y déxate dessas trónicas, porque las mugeres son algo empachadas, y si nosotros no las desembolvemos assí nos estaremos hechos como ellas, dueñas, hasta el día del juyzio.

FELIDES.-  Por cierto, Pandulpho, que me contenta lo que has dicho, y de hoy más yo quiero seguir tu parescer. Y cuéntame cómo te aconteció con Quincia y cómo le diste la carta.

PANDULPHO.-  ¿Cómo, señor? Que por tu vida, que pienso que lo principal que la hizo rendírseme tan presto fue verme oxear seis o siete garçones que, con guitarras, me tenían ocupada la calle, y fue tanta su tardança que me obligaron a cometellos. Y fue de suerte que, si no se me hiziera de conciencia, media dozena de capas traxera para calças, que harto lugar me dieron ellos para ello, según el huyr llevavan.

SIGERIL.-  Maldita la verdad este vellaco dize; agora no le creeré cosa de quanto dixere.

FELIDES.-  Por cierto, gentil hazaña fue; y en más tengo tu buena conciencia que tu esfuerzo, porque yo lo tengo de días conoscido, y pocas vezes se casan osadía y buena conciencia. Mas, dexando aparte lo que toca a las armas, lo de los amores sepamos, que nos va más en ello.

PANDULPHO.-  En lo de los amores, fue que yo alcançé della lo que otro no havía alcançado, porque, por la Verónica, como su madre la parió estava; y hízome tanta conciencia que me desposé con ella, por no le ser en cargo.

SIGERIL.-  Válame Dios con persona tan católica.

PANDULPHO.-  ¿Qué dizes, Sigeril?

SIGERIL.-  Digo, que por cierto, que son grandes los misterios de Dios, pues en tan poco tiempo te ha mudado a hazerte tan santa persona.

PANDULPHO.-  No te maravilles desso, y toma exemplo en Sant Pablo. Y tornando a nuestro propósito, yo le di, señor, tu carta, y ella quedó hoy a la fuente de traerme respuesta de Polandria. Esto es lo hecho, y lo por hazer será alcançalla, si tú con tus retóricas no dañas mi filosofía natural.

FELIDES.-  Ora, Pandulpho, un sayo y una capa tú lo tienes cierto. Y pues tan buena dicha traes, en tanto que se faze hora a la tarde de yr a la respuesta de Quincia, tú me llama acá a Celestina, para que por muchos presto acometida Polandria no se hierre el cerco.

PANDULPHO.-  Yo, señor, voy; y te beso las manos por la merced del sayo y de la capa.

FELIDES.-  ¿Qué te parece, Sigeril, qué donoso ha estado este vellaco, panfarrón? Maldita la cosa de quantas dize deve dezir verdad; mas como quien echa lodo a la pared, vaya si apegare; si no, aý está la buena dueña de Celestina, que nunca faltó ni pienso que faltará quanto no faltare dinero, que para esso no me ha de faltar. Y dame la vihuela en quanto va Pandulpho, a ver si te contenta a ti las comparaciones, y dezirte he un villancico que tengo hecho.

SIGERIL.-  Señor, hela aquí.

FELIDES
Señora, no me matáys
si pensáis que me matáis,
porque más vida me dais.

SIGERIL.-  Por Nuestra Dueña, señor, a muger sentida que la hagas perder con tu boz y tañer, junto con tal letra.

FELIDES.-  ¿Paréscete bien, por mi vida?

SIGERIL.-  Por Dios, que por esta letra se dize que la letra con sangre entra, que no pienso que podrá ser menos que bañarse en sangre el coraçón de Polandria, si la oye.

FELIDES.-  No dirá esso aquel borracho de Pandulpho; mas ¿qué cosa es un necio que no entiende las cosas? Bien librados quedaran Virgilio y Homero, con otros tales, si se usara estonces la retórica del burdel que Pandulpho tiene aprendida.

SIGERIL.-  Dalo al diablo, señor, que es un majadero; y di la copla si la tienes hecha.

FELIDES.-

Pues oye:

Si pensáys con acabarme
que tengo assí de acabar,
pues yo no puedo engañarme
os quiero desengañar,
que nos queráys engañar
si pensáys que me matáys,
porque más vida me days.

SIGERIL.-  ¡O, válame Nuestra Dueña, con cosa tan buena y tan sentida! Por cierto, señor, que pienso que no tienes par en trobar.

FELIDES.-  Por cierto, que en este caso de amores, que pienso que es assí, mas no lo tengas en mucho que con la pena diga tan buenas cosas.

SIGERIL.-  Dentro está el asno.

FELIDES.-  ¿Qué dizes, Sigeril?

SIGERIL.-  Señor, digo que a un asno pondrá sentido tal música y razones.

FELIDES.-  Ora, yo me contento que te contente, porque, por cierto, tienes gentil sentido y biveza.

SIGERIL.-  Señor, bésote las manos por lo que dizes. Yo, señor, no siento mucho, mas tus cosas son tan sentidas que no les falta la virtud de Orfeo para traer las piedras y las aguas a sentillas, y abrir los infiernos a las oýr.

FELIDES.-  El infierno en que yo estoy querría que abriessen para mover a Polandria, que contino en él me atormenta.

SIGERIL.-  Por cierto, no pienso yo que será menos, según ella es sabia. Y hora es que te levantes, señor.

FELIDES.-  Pues dame mis vestidos, que no dizes mal (ni puedes dezillo, según tu abilidad, en cosa que dixeres); y mándame ensillar una mula, yremos a missa, y de yda y de venida, por casa de mi tía.

SIGERIL.-  Por casa de Paltrana, deves de dezir.

FELIDES.-  No por otra.

SIGERIL.-  No me paresce mal; assí se haga, señor, que aun a mí no me paresce mal Poncia, su donzella.

FELIDES.-  Por mi vida, pues, que non es malo que se hagan de un tiro dos cuchilladas, que mientra más moros más ganancia para mis amores.



ArribaAbajoArgumento de la XIII Cena

 

AREÚSA dize a CELESTINA que coman, que tarda CENTURIO, y ella dize que no es razón y venido, comen. Y viene PANDULPHO a rogar a CELESTINA, de parte de FELIDES, que vaya allá, y ella se escusa diziendo que no tiene manto con que salir. Y entrodúzense:

 
 

AREÚSA, CELESTINA, ELICIA, CENTURIO, PANDULPHO.

 

AREÚSA.-  Madre señora, y tú, prima, siéntate y comamos, que aquel desuellacaras desvergonçado de Centurio no vendrá acá.

CELESTINA.-  Hija, tiempo hay, más vale que aguardemos un poco, que es mala criança comer hasta que venga; no diga después que sobre cuernos, siete sueldos, que pagando la comida no le aguardamos.

AREÚSA.-  Duelos le dé Dios en su paga, si la hemos nosotros descotar aguardándole a él. Es verdad, que estará en alguna su hermita o devoto monasterio, si no, si viene a mano, metido en algún bodegón con otro tal como él, que yos seguro que no se descuyda él con lo que nosotros havemos comido.

CELESTINA.-  Hija, nunca juzgues las cosas a la peor parte, pues sabes que la yglesia no juzgó lo secreto.

AREÚSA.-  Hi, hi, hi; reýrme quiero, madre, de ti; dezir que juzgo por lo secreto, como si lo fuesse en lo que digo. ¿Préciasse él de otra cosa, sino de lo que todo el mundo y yo lo tacho?; ¿su vida es sino salir a las tavernas y bodegones? Que assí goze yo, que un tufo a vino tiene quando se llega a mí que estoy para lançar las tripas de asco. Pues ya que esta tacha tiene, en el buen rostro se sufre, que más costuras tiene en él y harpaduras que en la capa que trae a cuestas.

ELICIA.-  ¡Ay, prima!, y los hombres ¿para qué los quieres tú hermosos?, sino valientes, robustos y esforçados. ¿Hante de servir de damas de hombres, quando los huvieres menester para tal caso como la vengança que nos dio de Calisto?

AREÚSA.-  Si por esso que hizo no le hablasse, ¿havíale de hablar por sus ojos vellidos, el uno arrendado a la oreja y el otro a la boca?; que, en mi alma, no parece sino que quiere espantar niños.

CELESTINA.-  Hija, a un hombre esforçado todo se le ha de sofrir, que en un día meresce quanto le puedes dar; y esto de Calisto, pues lo supistes hazer, sabeldo callar, pues no va menos que la vida en ello; y callemos, que helo aquí do viene. ¡O, hijo Centurio!, tal me venga el buen año a casa qual tú me paresces. Ven acá, que abraçarte quiero.

AREÚSA.-  Ay, por Dios madre, no le favorescas, si no, no podremos hoy con él, que en lugar de reñir su descommedimiento y tardança le estás agora haziendo estos amores.

CELESTINA.-  Hago bien, sábete que no lo quiero mal; pues yo me lo abraçaré otra vez y aunque le pese. Y tú no le respondas ninguna cosa, que todo lo haze de celos de tu tardança. ¿Has celos, Areúsa, de mí?

AREÚSA.-  Bonito es, pues, el rostro de ángel para haver celos.

CENTURIO.-  Calla, ojos míos, que este jesto te paresce a ti como hecho de flores, que no te tengo por de tan mal conoscimiento; que bien sé que sabrás qué virtudes vencen, que por mi persona tomaste la toca más que por la lista; nunca pidas hermosura al cuerpo, quando no le falta la del ánimo y fortaleza.

AREÚSA.-  Ora sus, déxate ya, por tu vida, de filosofías y comamos.

CENTURIO.-  Por las reliquias de Meca, que me has primero de abraçar que a la mesa me sienta.

AREÚSA.-  Antes reventasse yo con lo que comiesse que tal hiziesse.

CELESTINA.-  Por cierto, sí harás.

AREÚSA.-  Déxame madre, que no lo tengo de hazer.

CELESTINA.-  Por cierto, aunque no quieras lo harás. Llega, hijo Centurio, y abráçala y bésala aunque no quiera.

CENTURIO.-  Tenla señora, y tú, Elicia, ténemele la cabeça.

ELICIA.-  Ya te la tengo, dale aquí mil besos.

CENTURIO.-  Témenela, ténmela, que me buelve la cabeça.

AREÚSA.-  Doy al diablo tal cosa, por Nuestra Dueña, de su boca a un jarro no hay diferencia. ¡Ay, Elicia!, ¿por qué hazes esso?, bonicos perfumes me pones, por Dios, a las narizes; y de ti, tía señora, me maravillo, y de tu saber.

CENTURIO.-  ¿Rýeste, mi alma? Voto a tal, que no te olía tan mal la boca como dizes.

AREÚSA.-  Mirad vos el desgraciadazo, con qué gracia lo dize. Reýme de mirarte esse jesto de carta de navegar, según las diversidades de aguas tienes en él.

CENTURIO.-  Yo te certifico que a mi madre que le pareciera mejor la diversidad del olor del vino que beví, que tal era él, que las de las aguas que dizes de mi rostro.

CELESTINA.-  Hijo, a todos nos sabe bien, y a ninguno no amarga comiendo y hablando; y dexémosnos ora de motes.

CENTURIO.-  Esso es lo que me contenta, y hágase assí; y siéntate madre, que yo ya estoy sentado, y Elicia se siente cabe mí y Areúsa cabe ti.

AREÚSA.-  Por cierto, por te hazer pesar yo me siente cabe ti, porque querías huyr de mí; y te tengo de comer quanto tuvieres delante.

CENTURIO.-  Buen dissimular es ésse.

CELESTINA.-  Hijo, bien dize Terencio, que las renzillas de los amantes es para confirmación de más amor.

CENTURIO.-  ¿Para qué me besas si te huelo mal? Desvíate allá, que huelo a vino.

AREÚSA.-  Por te hazer raviar lo hago.

CENTURIO.-  ¿Assí es la verdad?

AREÚSA.-  Alaçé, más que por la hermosura de tu rostro y boca tuerta, que paresce que estava hilando.

CELESTINA.-  Esso me paresce de perlas. Y hijos, entre col y col, lechuga, no sea todo retoçar, que la mesa más se puso para comer y bever.

CENTURIO.-  Todo es bueno, madre.

AREÚSA.-  ¿Dónde huviste este capón, Centurio? Si viene a mano, de algún bodegón lo cantusarías tú.

CENTURIO.-  De otra parte vino, que si lo supiesses quiçá no lo comerías.

AREÚSA.-  ¿De alguna vellaca, quieres dezir?; que no podía ser menos la que contigo tuviere amistad.

CENTURIO.-  De otra, por cierto, que presume tanto como tú.

CELESTINA.-  Hija, por tu vida, que me haze de ojo, no cures de respondelle.

AREÚSA.-  ¿Y qué la tengo de responder? Pluguiesse a Dios que tomasse ya pendencias con otra tal como él porque me dexasse, que por importunada le veo; y si viene a mano será la dama Palana, porque tal para tal, Pedro para Juan. Porque estos no saben conservar muger ninguna que sea de bien ni limpia, sino otras tales suzias como él y Palana.

CENTURIO.-  ¿Qué, Palana es fea?

AREÚSA.-  Y que sea hermosa y tú esforçado, ¿qué va en ello? ¿No sabes el proverbio?

CENTURIO.-  ¿Qué proverbio?

AREÚSA.-  Que la hermosura en la puta y la fuerça en el vellaco, que está perdida; quanto yo lo estoy con tenerte a ti, que a osadas, que los refranes viejos que todos son sentencias, pues perdido es quien entras perdido anda.

CENTURIO.-  ¿Y esso, señora; estoy yo burlando y tómaslo tú de veras? No llores, que voto a la casa santa, que estava burlando contigo.

AREÚSA.-  Buenas burlas, por Dios; si te vi, burléme, si no te vi, calléme. Después que ha dicho lo que ha querido, dize que estava burlando.

CELESTINA.-  Hija, por mi amor, que no te enojes y te tornes a sentar, que en mi alma y por el siglo de do vengo, que a todo quanto dixo me dava del ojo.

CENTURIO.-  Por Nuestra Dueña, que es assí. ¿Y yo qué te he dicho en comparación de lo que tú me has dicho a mí? Mas todo lo echo a burlas y en passatiempo.

ELICIA.-  Por mi vida, prima, que comas y no haya más; si no, en mi ánima, de no comer bocado.

AREÚSA.-  Come tú, prima, que yo no he gana, por mi vida, de comer.

ELICIA.-  Por mi vida, de no comer bocado si no comes; y no hayas enojo.

AREÚSA.-  Por tu vida, que si lo huviera gana, que yo comería, que no lo dexo por esso.

ELICIA.-  Por vida de mi tía Celestina, que has de comer esta pechuga de capón.

AREÚSA.-  ¿Para qué es hazerme fuerça? Si lo huviera gana ¿no lo comiera?

CELESTINA.-  Hija, ¿y tan poco quieres mi vida? Cata que me enojaré si no comes.

AREÚSA.-  Por te fazer plazer yo comeré, mas por Dios, que no lo tengo gana.

CENTURIO.-  Mejor será por te hazer a ti plazer, porque por Nuestra Dueña, que está el capón muy tierno y bueno.

AREÚSA.-  Por te hazer a ti pesar lo ago, porque no lo has hecho sino porque no lo comiesse, por te lo comer tú todo.

CELESTINA.-  Dame acá, hija, éssa que no derrama solazes y echaré el bastón a estas reñillas. Por Dios, hijo Centurio, que no conosces mal de vino, que tal me paresce éste. Prueva, hija Elicia.

ELICIA.-  Señor Centurio, pues mi prima no lo beve, prueva mis scamochos.

CENTURIO.-  Téngotelo, señora, en merced, y quiérolo hazer por te bever la gracia.

AREÚSA.-  Éssa no te beviera ella a ti, que maldita la que hoy has tenido.

CENTURIO.-  Señora de mis entrañas, ¿cómo tengo de tener gracia, faltándome para contigo? Mas alçarse han los mantelles, y darme has tu gracia por donde merezca tu gloria.

AREÚSA.-  Mal año para ti, que nunca tú lo verás en quanto bivieres. ¡Y aun palabras has tú dicho hoy para hallar gracia ni mereçer gloria!

CENTURIO.-  Señora de mi alma, las obras suplirán lo que faltaron las palabras.

AREÚSA.-  Desso estarás tú bien seguro de mí.

CELESTINA.-  Hijo, alçados los mantelles anden las manos, las lenguas estén quedas pues tanto dañan, y quitarse ha el nublado y hará claro y buen tiempo. Y escucha, que a la puerta llaman. Elicia, ve a ver quién es.

ELICIA.-  Señora tía, un criado de Felides llamado Pandulpho; dize que te quiere a ti.

CELESTINA.-  ¿Quién, hija?

ELICIA.-  Un criado de Felides llamado Pandulpho.

CELESTINA.-  No cayo en quién es Pandulpho.

CENTURIO.-  He, he, he.

CELESTINA.-  ¿De qué te rýes, hijo?

CENTURIO.-  Rýome, señora, de que mejor lo conociera Palana que no tú, porque está por esse gentil hombre.

CELESTINA.-  ¿Cúyo hijo es éste?

CENTURIO.-  Madre, ¿tú conosciste a Molejas, el ortolano?

CELESTINA.-  Sí conoscí.

CENTURIO.-  ¿Conosciste una hija suya que casó con Çurracas, el cortidor?

CELESTINA.-  Como a mí mesma; que por mi vida, para con nosotros, que yo la vendí tres vezes por virgen.

CENTURIO.-  Assí la pudieras vender doze.

CELESTINA.-  ¿Qué dizes, hijo?

CENTURIO.-  Digo que éste es su hijo, y el más fiero hombre que hay en esta cibdad, y gran amigo mío, que nos conoscemos allá de la santa gualtería. Entre, que no se perderá nada por él del solaz.

CELESTINA.-  Hija, dile que entre.

ELICIA.-  Señor Pandulpho, que subas.

PANDULPHO.-  Buena pro haga, señora y la compañía.

CENTURIO.-  ¡O hermano!, ¿y qué buena venida ésta?

PANDULPHO.-  A la señora madre quiero dos palabras.

CELESTINA.-  Hijo, ¿es cosa de priessa? ¿Levantarme he? Y si no, si en tanto tú ya alcançarás dos bocados y beverás una vez.

PANDULPHO.-  Señora, téngotelo en merced; yo aguardaré y tú come, que yo huelgo de te aguardar.

CELESTINA.-  Pues siéntate, hijo, y alcança dos bocados, por amor de mí.

CENTURIO.-  Sí, por mi amor, hermano, que tal persona como tú no haze poco al propósito de nuestro solaz.

PANDULPHO.-  Señor Centurio, voto a Mahoma, que tú puedes preciarte que tienes cabe ti la más gentil muger que yo he visto.

AREÚSA.-  Esso no le paresce a él, por cierto.

CENTURIO.-  Por mi vida, Pandulpho, ¿quál te paresce a ti más hermosa, esta señora o la señora Palana? La verdad, la verdad, por mi vida.

PANDULPHO.-  Por vida de los ángeles, no merece Palana descalçar a la señora Areúsa.

AREÚSA.-  Téngotelo en merced, señor, aunque no sea assí.

PANDULPHO.-  Señora, por mi vida, otra cosa no me queda más de lo que digo; y si fuere menester lo haga bueno a qualquier gentil hombre que lo contrario dixere, y aun, voto a tal, que le dé una arma de ventaja.

CENTURIO.-  Si como dexiste esso, dixeras lo contrario, comigo estavas en el juego; y voto al martiloxo, que te diera yo dos armas de ventaja con tanta justitia.

PANDULPHO.-  ¿Qué armas me dieras?

CENTURIO.-  Dos paveses de barrera.

AREÚSA.-  ¡Ay, calla ya, desgraciado!; ya me maravillava que por mí querías hazer cosa de afrenta.

CENTURIO.-  Voto a tal, si pensasse que huviesse quien me respondiesse, carteles públicos pusiesse por tu servicio. Mas bien sé que teniendo Pandulpho mi opinión no hay quien me ose responder, y por tanto no haré mucho en hazerte tan pequeño servicio.

AREÚSA.-  Ora déxate de fieros, por tu vida, y háblese en otra cosa.

CELESTINA.-  Hija, donde hay mugeres moças y gentiles hombres, como están aquí, no se escusan estas pláticas.

AREÚSA.-  Di, madre, gentil hombre, y no metas a Centurio en essa cuenta.

CENTURIO.-  Vengarte has querido, señora; por cierto, que más me precio yo de valiente hombre que no gentil, y ya creo que tú lo sabes si lo fuy en algo de tu servicio, quando el oxeo de los garçones que tú me mandaste.

AREÚSA.-  Ora, baste lo dicho.

CELESTINA.-  Hijo Pandulpho, dexada una razón por otra, ¿qué nuevas hay por allá?

PANDULPHO.-  Señora, agora no se habla otra cosa sino en tu resurreción.

CELESTINA.-  Hijos, assí es, con esso se passa el mundo; presto acaescerá otra cosa con que se ponga la mía en olvido.

PANDULPHO.-  Señora, tú dizes verdad, que hasta aquí no se hablava sino en la muerte de Calisto y Melibea, y agora, con tu venida, está ya olvidada.

CELESTINA.-  Hijo, bien sé que se ha dicho que tuve yo alguna culpa en essos amores. Aquel Dios que está en los cielos sabe la poca culpa que yo tengo en ello, que, para el siglo que los tiene y a nosotros espera, más inocente dello estoy que estáys quantos aquí estáys.

CENTURIO.-  Señora madre, ¿para qué lloras y dizes esso? Que assí se cree de tu santidad, no hay necessidad de juramentos.

CELESTINA.-  Hijo, ¿no quieres que llore, padeciendo mi honrra con tan falso testimonio? Mal siglo les dé Dios, allá donde están Pármeno y Sempronio, que ellos me lo levantaron; y si lo levantaron bien lo pagaron, acá con las vidas y allá lo pagan con las almas, que plega a Dios que no nos veamos como yo los vi. Y bien parescen, Señor, que estás en los cielos, tus justos juizios, que por esso permitiste que para purgar mi limpieza y inocencia tornasse a este siglo.

PANDULPHO.-  Por cierto, madre, si esso no te oyera, que según lo que se certificava, todo el mundo no me fiziera creer otra cosa.

CELESTINA.-  Hijo, mi amor, en otras cosas no me quiero alabar, que, mal pecado, yo me conozco por pecadora a Dios como todos lo somos, mas en esto de Calisto y Melibea, Él nunca me lo perdone si más culpa que tú no tengo.

CENTURIO.-  Trastócame essas palabras.

CELESTINA.-  ¿Qué dizes, hijo?

CENTURIO.-  Madre, digo que no son menester más palabras, que sin juramento serás creýda; y limpia essas lágrimas, y mira qué te quiere esse gentilhombre.

CELESTINA.-  Mal siglo, hijos, les dé Dios a señores y criados allá donde están, que tal han parado mi honrra, y pararan, si acá no tornara a dar mi desculpa.

ELICIA.-  Mas, por Dios, madre, dexando una razón por otra, ¿viste allá a Melibea?

CELESTINA.-  ¡Ándate aý a dezir donaires! Déxate, hija, de preguntar boverías; vila qual plega a Dios que no te veas. Y dexando esto, ven acá, hijo Pandulpho, y sabré lo que mandas. Hijo, por tu vida, que me perdones lo que he dicho, que con passión no hay quien tenga seso, y havréte sido enojosa con mi prolixidad.

PANDULPHO.-  Madre, antes he recebido merced en oýrte porque, por cierto, hasta aquí yo havía vivido contigo engañado.

CELESTINA.-  Pues, hijo, como crees en Dios, cree lo que te tengo dicho; y no estás engañado en el amor que me tienes, que para el siglo que nos sostiene, que tu agüelo Mollejas el ortelano no tuvo mayor amiga que a mí; y a tu madre Garatusa y a tu padre Çurracas ¡es verdad que poco conocimiento tuve con ellos, y que pocas vezes comí en su casa y ellos en la mía! Assí que, hijo, no me maravillo que del conocimiento passado se te engendrasse el amor que me tienes y te tengo; y aun, por tu vida, que me acuerdo que fui tu comadre quando te bautizaron.

PANDULPHO.-  ¿Que fuiste mi comadre?

CELESTINA.-  Espera, espera hijo, ¿tú no te llamas Pandulpho, el de la Cortiza?

PANDULPHO.-  No es otro mi nombre.

CELESTINA.-  Pues por vida tuya y mýa, que eres mi ahijado; mira si tienes razón para me querer. Y aun si tiempo huviera, yo te dixera cosas de grande importancia que entre tu madre, que haya gloria, y mí passaron; mas andar, quédense para otro día, que más hay días, hijo, que longaniças. Y di, ¿tu padre es bivo?

PANDULPHO.-  Señora, no, que días ha que murió.

CELESTINA.-  Hijo, con la edad y las muchas cosas que por mí passan tengo caduca la memoria, que ya me acuerdo, que por tu vida, que me hallé a su enterramiento; Dios le dé gloria, y a nosotros quando allá fuéremos. Y di lo que me quieres, que con plazer de te hablar y hablarte en los passados, los presentes tenía olvidados.

PANDULPHO.-  Señora, lo que te quiero es, de parte de mi amo, pedirte por merced que llegues a su posada, o a parte donde él te pueda hablar sin sospecha.

CELESTINA.-  Hijo, mi amor, ¿y qué sospecha puede haver de muger tan vieja como yo? Aun si fuera quando moça, razón tuvieras, que por mi vida, que para contigo, que pocas havía en el lugar de mejores gestos; y aunque otros tan estirados y ricos como tu amo me siguieron harto, aunque por tu vida y mía, que les aprovechó bien poco, que, aunque yo era algo desembuelta y graciosa, siempre de la honrra fuy muy recatada. Pero ya sabes, hijo, que dize el proverbio, que enoramala nace quien mala fama cobra, y de aquí se levanta la tos a la gallina, como lo de Calisto y otras tales cosas que me han levantado. Que en este mundo, quien mucho bive, mal pecado, mucho ha de ver y por mucho ha de passar; que en largo camino, hijo, por fuerça ha de haver barrancos, y en mucho tiempo muchas mudanças d'él se han de ver. Mas andar, passe, mundo es, por fuerça lo hemos de passar con las condiciones que lo tomaron los passados, y lo tenemos los presentes y lo heredarán los por venir. Mas, dexando esto, ¿qué me quiere tu amo?

PANDULPHO.-  Lo que te quiere es, según pienso, consuelo y consejo para un gran mal.

CELESTINA.-  Hijo, ¿y qué mal es el suyo?

PANDULPHO.-  Él te lo dirá allá, que yo no sé de más de ser embaxador.

CELESTINA.-  Hijo, si es mal de pena, yo holgaré de consolarle, porque Dios dizen los theólogos que es causa de los males de pena, y para esso son los buenos, y a esso vine al mundo, siendo apartada dél; mas si es mal de culpa no es de mi ábito ni de mi autoridad, porque en los tales no se halla Dios, y por tal razón no se deven hallar sus siervos.

PANDULPHO.-  Muy santa está la puta vieja conmigo; como si no cerniese y amasasse yo tan bien como ella, me quiere hurtar la hogaça.

CELESTINA.-  ¿Qué dizes, hijo?

PANDULPHO.-  Digo, mare, que ¿qué llamas males de pena?

CELESTINA.-  Hijo, muerte de padres, de madres, y de hijos y hermanos, pérdidas de haziendas, con otros desastres que, mal pecado, cada día passan por los hombres, donde hay necessidad de consejo y consuelo, exercitando una de las obras de misericordia, que es consolar los tristes.

PANDULPHO.-  Y el mal de los amores, madre, ¿no es mal de pena?

CELESTINA.-  He, he, he; hijo, esse mal más propio es de culpa de mirar y otras ocasiones; que la pena antes es remedio en los tales, pues sabe que el loco dizen que por la pena es cuerdo.

PANDULPHO.-  Esso, madre, es en mal de locura.

CELESTINA.-  Pues, hijo, ¿qué hallas tú en los amores para que no lo sea? Mi amor, no curo yo tales enfermedades, pues sabes un proverbio que dize, que quien de locura enfermó, que tarde o nunca sanó; y el consejo que para esso yo puedo dar es para apartar tales vanidades. Ya passó, hijo, esse tiempo de liviandades, y antes es de hazer penitencia de lo passado que de perseverar en lo presente y por venir, pues sabes que de los hombres es el pecar, mas diabólico el perseverar.

PANDULPHO.-  No adevines tú, madre, el mal de mi amo, que yo tampoco no lo sé; quando él te lo dixere, estonces, conforme al mal le pondrás la melezina.

CELESTINA.-  Bien dizes, hijo. Pues di tú al señor Felides que yo holgaré de hazer lo que él me manda, y hablalle he en un monesterio por más honestidad, sino que como vengo de tan largo camino, hallé tan mal recaudo en mi casa, que assí goze, que no tengo manto con que salir.

PANDULPHO.-  Ya la puta vieja quiere hincar el dado.

CELESTINA.-  ¿Qué dizes, hijo?

PANDULPHO.-  Digo, madre, que de noche puedes yr, que no te verá nayde.

CELESTINA.-  Hijo, no has tú dicho hoy cosas para salir yo de noche; quien tiene enemigos no le comple, mi amor, desmandarse ni andar de noche.

PANDULPHO.-  Madre, el hermano Centurio y yo yremos contigo, que, voto a la casa santa, toda la ciudad no sea parte para te enojar.

CELESTINA.-  Hijo, no quiero yo veros ni verme en esse peligro; por tu vida, que de noche todo el mundo no sea parte para llevarme. Basta, que haziendo manto yo yré donde digo, por tu amor y de esse señor; y no me llegues más a la mata.

PANDULPHO.-  Señora, pues voy a lo dezir a mi amo. Y quede Dios contigo.

CELESTINA.-  Y contigo vaya, hijo. Y si allá hay algún manto prestado, yo yré luego.

PANDULPHO.-  Y aun por esso ronceas tú, que bien sé de qué pie coxqueas. Señor Centurio y señores, Dios quede en vuestra guarda.

CENTURIO.-  Y vaya en la tuya.

CELESTINA.-  Para mi santiguada, que pienso que tengo un enfermo, con que le purgue de suerte que mudemos el pelo malo.

CENTURIO.-  ¿Cómo es esso, madre?

CELESTINA.-  Hijo, súfrete, que aún agora no se puede dezir, que si fuere menester tú lo sabrás.

CENTURIO.-  No me pena agora saberlo; más me querría que mandasses a Areúsa que nos fuéssemos a una cámara a passar la siesta.

AREÚSA.-  Esso no verás tú en tu vida.

CELESTINA.-  Tómala tú, hijo, y no estés en díselo tú.

CENTURIO.-  Assí lo quiero hazer.

AREÚSA.-  Ayúdame, prima Elicia, contra este desuellacaras, que me lleva por fuerça.

ELICIA.-  Ayudarte a llevar sí haré.

CENTURIO.-  Paréceme que te tengo acá.

AREÚSA.-  Porque me tomaste descuydada.

CENTURIO.-  Tía señora, si alguno me buscare, ya sabes que tengo justo impedimiento.

CELESTINA.-  Nunca pensé, hijo, que eras tan bovo y de tan poco saber, ¿no sabes que a buen entendedor, pocas palabras? Y tú, hija Elicia, cierra essa puerta y reposemos nosotras.

ELICIA.-  Madre, hecho es. Andacá a la cámara y descansarás, que te han dado hoy gran trato.



ArribaAbajoArgumento de la XIV Cena

 

PONCIA llama a POLANDRIA para que vea pasar a FELIDES y a sus criados, y burlan dellos; y QUINCIA le da la carta de FELIDES, y sobre ella passan grandes donaires. Y entrodúzense:

 
 

PONCIA, POLANDRIA, QUINCIA.

 

PONCIA.-  ¡Señora Polandria! ¡Çe, señora Polandria! Llégate aquí tras mí y verás un mi requebrado!.

POLANDRIA.-  ¿Quién es?; ¿Felides?

PONCIA.-  No, sino aquel gentilhombre que va tras él. ¡Ay Dios, y no me lo aojen! ¡Y qué bolver lleva acá la cabeça!

POLANDRIA.-  Está queda, no te abaxes, que me verán, que también el galán de su amo paresce que tiene torcidas las cervizes. Mira qué embelesado que van mirando acá; plega a Dios que no me hayan visto.

PONCIA.-  Ay señora, que todo no vale nada con estotro mal pesar; y rýese, por mi vida, mi duelo.

POLANDRIA.-  Deve destar tu enamorado.

PONCIA.-  Pues, guárdenos Dios, ¿agora lo viste? Por tu vida, señora, que el día que fuymos con mi señora a Santa María la Nueva disfraçadas, en todo el camino nunca hizo sino, desimuladamente, dezirme mil boverías.

POLANDRIA.-  Y el babusán de su amo, ¿viste qué mirar hazía desde la mula? Mas, por mi vida, ¿qué te dezía?

PONCIA.-  He, he, he; mil requebrejones.

POLANDRIA.-  ¿Qué, por vida de mi señora?; y dezirte he yo lo que passó en la yglesia después con su amo.

PONCIA.-  Por Dios, que me dixo: «Señora, no te tapes si quieres desconocerte, que juro a mi vida que por tu gracia de media legua eres conoscida; no abaxes tanto el sombrero, que por vida mía, que otro sol mayor lleves debaxo. Dexa, señora, a tus ojos hazer su oficio, que es matar, y no les quites tanto bien como me hazen con tal mal.» Y yo no hazía sino, quantas más boverías él dezía, abaxar más el sombrero y callar y andar; y ver cómo se sespivillava y estirava y rechaçava la espada no era sino gloria, tanto, que no pude estar sin reýrme una vez, y el asno, muy favorecido, dixo: «Aunque sea burlar de mí, señora mía, me huelgo, y bien es que rýas tú para templar lo que yo lloro en el mal que tú me fazes, que juro a la fe que te tengo que me tienes muerto de amores». Y aquí, pareciéndome que yva ya muy descubierto el requiebro, me junté contigo y con mi señora, y dexéle por majadero.

QUINCIA.-  Hi, hi, hi.

POLANDRIA.-  ¿De qué te ríes, Quincia?

QUINCIA.-  Rýome, que mala landra me mate si camino de la fuente me puedo defender desse moço despuelas.

POLANDRIA.-  ¿De quál, por tu vida?

QUINCIA.-  De gentil hombre que huyó la noche de la música.

PONCIA.-  Hi, hi, hi; mala muerte muera yo, si no deve haver concierto entre amo y criados de impetrar en todas nosotras.

QUINCIA.-  Pues, ¡si bien lo supiesses!

PONCIA.-  ¿Es assí, como yo digo? Di, por mi vida.

QUINCIA.-  Por mi vida, que ayer, yendo yo a la fuente, no me puede defender del galán de su amo, para que te traxesse, señora Polandria, una carta.

POLANDRIA.-  ¡Verés vos el loco, y qué atrevimientos y qué necedades!

PONCIA.-  Señora mía, no la atajes, que es la más linda cosa que nunca vi. Yo juro a mi vida que nos tienen ellos por alcansadas, a la cuenta que entrellos hazen; y di desso, hermana Quincia, que me mata de amores.

QUINCIA.-  Pardiós, desque me dixo mil retólicas que no las entendía más que essa pared, arrojóme una carta, y desque no la quise tomar, fuesse corriendo con el cavallo, y sus criados tras él; y porque no la hallassen toméla.

POLANDRIA.-  ¿Y no la rasgaste?

QUINCIA.-  Hi, hi, hi; sí rasgué.

PONCIA.-  Mejor me ayude a mí Dios que tú tal heziste, que no te tengo yo a ti por tan necia.

QUINCIA.-  Pardiós, dizes verdad, que no rasgué, mas escondíla entre los cantos.

POLANDRIA.-  Esso fue peor, ¿y allí la havías de dexar, para que la hallassen y viessen el entrevimiento de aquel loco?

QUINCIA.-  Pardiós, señora, porque no te enojes lo dixe, que en el seno me la traxe.

POLANDRIA.-  Tráela acá luego y rasguémosla, sus, en un punto; y no sepa él que tal cosa a casa traxiste.

QUINCIA.-  Pardiós, yo voy por ella, que ascondida la tengo.

POLANDRIA.-  ¿Passas, Poncia, por tal locura? Sí, que sus passadas de aquel loco por aquí, tan a menudo, no son de balde. Y para que veas, esse día que dizes que te fue es otro majadero diziendo esso que dixiste, el señor atreguado de su amo, al tiempo que llegué a tomar el agua bendita, hizo él que tomava la agua y apretóme un dedo, y después, en la missa toda, ponía las manos hazia mí como que pedía piadad, quando vía que no mirava nayde; estando alçando el frayle, fazía él señas que no adorava la hostia sino a mí, y desto no pude estar que no me sonrriesse de su necedad y eregía; y devía de pensar que ya estava todo acabado y atrevióse a escrivir el badajo. Y callemos, que no quiero que sepa esta moça tales atrevimientos, que ya siento que viene.

QUINCIA.-  Señora, he aquí la carta.

POLANDRIA.-  Tómala, Poncia, y rásgala.

PONCIA.-  Por Dios, señora, que havemos de ver las boverías primero, que no hay cosa en este mundo con que más huelgue que de ver cartas de amores, y más deste cavallero, que lo tienen por muy sabio.

POLANDRIA.-  No me parece a mí tal en sus atrevimientos. Mas lee, veamos qué porradas dize.

PONCIA.-  Lee tú, señora, que sabes mejor leer.

POLANDRIA.-  Mal año para él que yo tal haga.

PONCIA.-  Ora pues, en nombre de Dios, que yo comienço a leerla; y dize assí.

POLANDRIA.-  Cierra aquella puerta de la escalera, Quincia, no suba alguien.

QUINCIA.-  Hecho es, señora.

PONCIA.-  Bien dizen, letra de carta de amores, que assí goze yo, tu requebrada quiso ser, que no hay quien la lea; mas oye qué dize: «Señora tía».

POLANDRIA.-  Hi, hi, hi.

PONCIA.-  ¿Ya te rýes, señora?

POLANDRIA.-  Rýome que deve ser para mi señora essa carta, que la llama tía.

PONCIA.-  ¿Pues no dize assí?

POLANDRIA.-  Ora, muestra. Que no, en mal punto, sino «Señora mía».

PONCIA.-  Yo, pardiós, tía me pareció que dezía; mas oye más adelante: «Tú, mi querer y atrevimiento».

POLANDRIA.-  Anda noramala, que no dize assí, que no la sabes leer, sino «Tu merecer y mi atrevimiento».

PONCIA.-  Ha, ha, ha; qué gran donayre, por mi vida, que dizes verdad. Por tu vida, que la leas tú, señora, que yo no acierto.

POLANDRIA.-  Ora, dala acá, que assí lo havré de hazer. Y Quincia, guárdate del diablo, no lo digas a aquel loco, si no, no sería más menester para perder del todo el seso.

QUINCIA.-  Guárdeme Dios, señora, ¿y de dezillo havía?

POLANDRIA.-  Pues pone aquí la mano en la cruz, y tú también, Poncia. Y agora oýd: «Señora mía, tu merecer y mi atrevimiento te darán a conoscer la pena que a tu causa passo».

PONCIA.-  Pues ya, señora, que la lees, léela con toda la solenidad que se requiere.

POLANDRIA.-  ¿Qué solenidad?

PONCIA.-  Con sospiros y passiones.

POLANDRIA.-  Hi, hi, hi; ora que sea assí; y torno a començar por hazerte plazer: «Señora mía, tu merecer y mi atrevimiento te darán a conoscer la pena que a tu causa passo, pues mi osadía osa lo que tu valor niega; mas ni el fuego de tu vista puede dexar de quemar, ni el conocimiento de tu hermosura de ponerlo en mis entrañas y coraçón, con tanta fuerça quanta Dios para poder matar te puso, y con tan poco poder de mi parte quanto yo tengo para estorvar de no morir, haviendo mirado tu beldad, si en la fuerça della no templas, en la razón de matar, la que yo tengo para morir. Lo qual te suplico, no por no morir, pues no dexo de conocer la gloria que sería recebir la muerte de tales manos, mas para sostener en la vida la gloria de tal muerte, con padecella contino en ella, acompañada de tantas muertes como contino por tu causa passo, con las quales quedo aguardado, con la licencia de llamarme tuyo, el previlejo para no acabar, que de otra suerte se niega, si de tus hermosas manos no se permite; las quales besando mil vezes, acabo hasta que acabe en servicio mi obligación».

PONCIA.-  Por mi vida, señora, sentidas razones tiene, y con el son que tú les has dado, assí goze, que me ha puesto devoción.

QUINCIA.-  Assí goze yo, no entiendo más palabra que si no la huvieras leýdo.

POLANDRIA.-  Ni aun hay para qué entendellas; yo lo que has de entender sea que luego la quemes, y no sepa persona que tal passa; y alça la mano y santíguate, y no des más oýdos a aquel loco, segundo Calisto.

PONCIA.-  Y más agora, señora, que tenemos a Celestina.

POLANDRIA.-  Desso se guardará ella ya, que más me dizen que viene a dar consejo, que a ponello en tales liviandades.

PONCIA.-  Por esso dize el proverbio que de los escarmentados se hazen los arteros.

POLANDRIA.-  Poncia, toma tú essa carta y quémala luego.

PONCIA.-  Esso no haré yo.

POLANDRIA.-  ¿Qué dizes?

PONCIA.-  Que esso haré yo de buena voluntad. Y corre, corre señora, que ya tornan nuestros requebrajados.

POLANDRIA.-  Ay por Dios, no te assomes, no des lugar de más osadía a esse loco.

PONCIA.-  Acecha, señora, por mi vida, y verás quán embelesados tornan. Precioso es el paje, por mi vida, que va poniendo la mano sobre el coraçón, encogéndose como que le duele.

POLANDRIA.-  Y el ciguñal de su amo ¿qué haze en tanto? ¿aquel sospiro es suyo?

PONCIA.-  No de otri.

POLANDRIA.-  Assí goze, de lo acechar tras ti; mas tarde llegué, que ya passa. ¡A Santo Dios, y qué rodear la cabeça! ya queda por el campo. ¡O Santa María, quánta vanidad hay en los hombres! Déxalos, por tu vida, y vámosnos que es ya hora, que está mi señora sola; y lo dicho, dicho, Quincia.

QUINCIA.-  Señora, pierde cuydado.

POLANDRIA.-  Abre essa puerta y anda acá, Poncia.


Anterior Indice Siguiente