11
La Vie de Saint Alexis, pág. 23. Tengo también en cuenta la edición de M. Perugi, Ginebra, 2000, donde no deja de apelarse (pág. 116) a la creencia de que la tradición oral puede examinarse con los mismos criterios «qui président à la critique de textes»
.
12
Por no alegar la Commedia dantesca o libros igualmente manoseados, léase la conclusión de Alberto Blecua tras el estudio minucioso de La transmisión textual de «El Conde Lucanor», Universidad Autónoma de Barcelona, 1980, pág. 9, y comprobar que «entre los varios miles de variantes»
no hay medio de «demostrar con seguridad absoluta la presencia de un error separativo en las ramas altas»
. Las situaciones similares se dan continuamente; no, en cambio, la franqueza del estudioso.
13
No obsta a una apreciación de esa índole recordar, por ejemplo, que en España el Manual de crítica textual, Madrid, 1983, de Alberto Blecua, dedicaba ya dos capítulos a «La transmisión impresa», o que fue en el kibbutz de mi llorado maestro Giuseppe Billanovich donde Conor Fahy habló por primera vez en Italia de «bibliografia testuale» y publicó el seminal volumen de sus Saggi..., Padua, 1988, por las mismas fechas en que Pasquale Stoppelli divulgaba una valiosa compilación de estudios sobre la Filologia dei testi a stampa, Bolonia, 1987, desgraciada pero significativamente nunca reeditada. El interés por el asunto en ámbitos que previamente no se lo habían prestado se observa bien en el creciente espacio que le reserva Alfredo Stussi del Nuovo avviamento agli studi di filologia italiana, Bolonia, 1988, págs. 35-48, a los Fondamenti di critica testuale, Bolonia, 1998, págs. 40-42 y 301-326 (con una óptima contribución de Neil Harris), o en el capítulo (VI, de Lilia E. Ferrario) que le dedica G. Orduna, Ecdótica. Problemática de la edición de textos, Kassel, 2000.
14
Siempre inteligente y divertido,
sobre sapientísimo de omni re ecdotica
(vid. nn. 29, 33 y 63), Michael D.
Reeve se excusaba una vez: «Codicologists
must forgive me if by “manuscript”
I usually mean “witness to a
tex”, “instantiation of a text”»
(en
Filologia classica e filologia romanza, pág.
450). No son los codicólogos, sino
los bibliógrafos quienes perdonarán
de mil amores al admirado amigo.
15
Es particularmente revelador el artículo de J.-F. Gilmont «Printers by the Rules», The Library, serie sexta, II:2 (junio de 1980), págs. 129-155, ahora compendiado, entre otros estudios suyos, en Le livre et ses secrets, Lovaina-Ginebra, 2003, págs. 59-67.
16
Recojo una acotación de M.
Miglio, «Dalla pagina manoscritta
alla forma a stampa», La Bibliofilia,
LXXXV (1983), págs. 249-256,
cuando contrapone «al rigoroso rispetto
-per quanto è stato possibile
finora controllare- del testo ricevuto»
por parte de «il tipografo che
opera in Italia»
y la «più forte indipendenza
nei confronti del testo ...
nei tipografi d'oltralpe»
(256 y n.
13); pero creo que la supuesta diferencia,
como apunta el distinguido
estudioso, depende mucho del estado
de la cuestión a principios de los años
ochenta y, desde luego, tiene que ver
más con la lengua del texto que con
el lugar de trabajo del impresor. No
es el momento de extenderse sobre
el apasionante tema de la diversidad
de la errata tipográfica en latín, en
italiano y en los otros romances.
17
No se han aprovechado suficientemente al propósito las indicaciones de moralistas y teólogos; vid. sólo V. Romani, Il «Syntagma de arte typographica» di Juan Caramuel ed altri testi secenteschi sulla tipografia e l'edizione, Manziana, 1988, págs. XII-XVI, 46-48, pasaje también incluido en F. Rico, ed., Imprenta y crítica textual en el Siglo de Oro, Valladolid, 2000, págs. 280-282, y ahora en la edición y traducción del Syntagma por Pablo Andrés, Soria-Madrid, 2004, págs. 128-133.
18
La más actualizada bibliografía sobre el original en la imprenta europea se hallará en Sonia Garza, «La cuenta del original», en Imprenta y crítica textual en el Siglo de Oro, págs. 89-95. Para Italia, el trabajo básico (1989) de Paolo Trovato, «Per un censimento dei manoscritti di tipografia in volgare (1470-1600)», reimpreso puesto al día en su libro L'ordine dei tipografi. Lettori, stampatori, correttori tra Quatro e Cinquecento, Roma, 1998, págs. 175-195, se va aumentando con contribuciones como S. Bionda, «La copia di tipografia del Trattato dei governi di Bernardo Segni [...]», Rinascimento, XLII (2002), págs. 409-442 (bibliografía, n. 7).
19
Entre las contribuciones recientes, y aparte los trabajos de conjunto sobre la imprenta manual, señalo el capítulo IV («A house of errors») de D. McKitterick, Print, Manuscript and the Search for Order, 1450-1830, Cambridge, 2003, págs. 97-138. Para España, T. J. Dadson, «La corrección de pruebas (y un libro de poesía)», en Imprenta y crítica textual en el Siglo de Oro, págs. 97-128 (y ahí mismo R. Chartier, pág. 250). Para Italia es fundamental el estudio de Paolo Trovato Con ogni diligenza corretto. La stampa e le revisioni editoriali dei testi letterari italiani (1470-1570), Bolonia, 1991; muchas indicaciones de detalle en una buena visión global trae B. Richardson, Print and Culture in Renaissance Italy. The Editor and the Vernacular Text, 1470-1600, Cambridge, 1994, y Printing, Writers and Readers in Renaissance Italy, Cambridge, 1999.
20
Además del básico artículo de
Gilmont (n. 15), vid. por ejemplo
L. Baldachini, «La parola e la cassa. Per una storia del compositore nella
tipografia italiana», Quaderni storici,
XXIV:3, núm. 72 (diciembre de
1989), págs. 679-698 (674), o la puntual
explicación de Alonso Víctor de
Paredes, Institución y origen del arte de
la imprenta y Reglas generales para los
componedores (1680), ed. Jaime Moll,
Madrid, 1984 (y 20022, corregida
y aumentada), fols. 42v-43: «Observado
está en este arte que los tres
primeros pliegos que salen de la
prensa en cualquiera libro son de los
oficiales»
, corrector, componedor y
prensista, «porque si después se halla
algún yerro o yerros en lo impreso»
el culpable «lo enmiende o lo vuelva
a imprimir por su cuenta»
.