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ArribaAbajoLibro Sexto


ArribaAbajoCapítulo I

Que el adelantado don Pedro de Alvarado va con su armada, la vuelta del Perú, y desembarca la gente en la bahía de los Caraques, y se resuelve de ir al Quito.


Vuelta la orden del Rey, que tanto había esperado don Pedro de Alvarado, y solicitado el obispo don Sebastián Ramírez, para que no impidiese a don Francisco Pizarro sus descubrimientos, aunque, como queda referido, el Rey mandaba, que el adelantado enviase sus navíos a Poniente, o navegase a las Islas de la Especería, conforme a la instrucción, que dio desde el principio, ordenando, que no entrase en ninguna parte descubierta por otros, ni que estuviese dada en gobernación, como ya eran mayores las nuevas de las riquezas del Perú, y ya se veían efectivamente grandes muestras de ellas, no se quiso apartar de su primero propósito, pareciéndole tan bien, que daba en ello mucho contento a la gente que lo deseaba; y entretanto que el armada acababa de aprestarse, envió a García Holguín, caballero de Cáceres, en un navío, para que tomase lengua de lo que había, y de lo que era la tierra, y halló tan grandes corrientes, y los   —344→   vientos tan contrarios, que no pudo pasar de Puerto Viejo, adonde entendió, que el adelantado don Francisco Pizarro andaba en la sierra, y tuvo grandes avisos de la riqueza, y prosperidad de la tierra.

Volvió García Holguín con este aviso, y halló, que el adelantado don Pedro de Alvarado estaba ya en el puerto de la posesión, y que tenía consigo al piloto Juan Fernández, de quien se dijo, que había andado con Sebastián de Belalcázar, y que fue uno de los que se volvieron de Caxamalca, el cual le había informado, que se tenía entendido, que en el Quito había grandes riquezas, y que aquella provincia no estaba ocupada por don Francisco Pizarro, ni caía en su distrito, con que se le había acrecentado la voluntad de hacer su jornada por aquella parte. Y ya se hallaba don Pedro de Alvarado con quinientos soldados muy bien armados, que llevaban docientos y veinte y siete caballos; y aunque había hecho diligencia por navíos, hasta enviar a Guatemala a comprar uno del Almoneda de Pedrarias, que allí se hacía, tuvo mucha falta de embarcación, porque se dejaron de embarcar más de otros docientos hombres; y los principales, que iban en esta armada, eran Gómez de Alvarado, y Diego de Alvarado, hermanos del adelantado, Garcilaso de la Vega, don Juan Enríquez de Guzmán, Luis de Moscoso, Lope de Idiaquez, Alonso de Alvarado; Gómez de Alvarado, de Zafra, Alonso de Alvarado Palomas, el capitán Benavides, Pedro de Añasco, Antonio Ruiz de Guevara, Francisco de Morales, Juan de Saavedra, Francisco Calderón, Miguel de la Serna, Francisco García de Tobar, Juan de Ampudia, Pedro de Puelles, Gómez de Estacio, García Holguín, Sancho de la Carrera, Pedro de Villarreal, el licenciado Caldera, Pedro de Villarreal, Diego Pacheco, Christóval de Aiala, Lope Ortiz de Aguilera, Juan de Rada, natural de Navarra, hombre de ingenio no vulgar, y otros muchos caballeros, y personas de cuenta, cuyos nombres no se hallan.

Salida esta Armada del Puerto de la Posesión, navegaron treinta días, hasta reconocer el, cabo de San Francisco en un grado de la equinocial, a la parte del Norte;   —345→   y aquí mostró Alvarado, que fuera su deseo pasar de la otra parte de Chincha, adonde se acababan los límites de la gobernación de don Francisco Pizarro, pareciéndole, que no deservía en ello al Rey; pero la gente iba muy inclinada al Quito, y la navegación salía trabajosa, por las muchas corrientes, por lo cual hubieron de sacar los caballos en la Bahía de los caraques, porque se morían, y allí habló el adelantado a la gente, mostrando, que por su acrecentamiento había gastado tanto, y emprendido aquella jornada, encargándoles la concordia, y fidelidad, como de ellos lo esperaba; y nombró por maese de Campo a Diego de Alvarado; por capitanes de caballos, a Gómez de Alvarado; Luis de Moscoso, y a don Alonso Enríquez de Guzmán; y de infantería, a Benavides, y a Mateo de Lescano; alférez general, a Francisco Calderón; capitán de la Guarda, Rodrigo, de Chaves; justicia Mayor, el licenciado Caldera, y Alguacil mayor, Juan de Saavedra. Hechas estas provisiones, se acordó, que los navíos fuesen a Puerto Viejo, y que la gente marchase por tierra; y el adelantado pasó con algunas caballos a Manta, pueblo, a donde se halló mucha riqueza, cuyo señor tenía una grande esmeralda, que los naturales adoraban, aunque nunca pareció, ni la mina de las esmeraldas, que hay en aquella tierra. Y el adelantado mandó al piloto Juan Fernández, que fuese navegando por toda la costa del Perú, hasta pasar los límites de la gobernación de don Francisco Pizarro, y que habiendo descubierto los puertos de ella, dejase señales de haberlo hecho, y tomada posesión, por auto, y testimonio de escribano, volviese con relación de todo, porque todavía echaba de ver; su exceso de meterse en gobernación ajena, contra lo que el Rey mandaba. Y con esto despachó los navíos, para que volviesen a Nicaragua, y Panamá por más gente, y el volvió al ejército, diciendo la mucha riqueza, que un indio refería, que había en el Quito, ofreciéndose de servir de guía, hasta aquella provincia, con lo cual se alteraron tanto los ánimos de todos, que se arrepintió el adelantado de haberlo dicho, porque no pudo después apartarlos de aquel propósito; cosa, que causó su perdición; y es gran prudencia   —346→   de un capitán saber disimular sus pensamientos, porque para él es gran bien tener a las gentes suspensas, tanto importa en un gobernador la prudencia, y las demás partes necesarias, para saber hablar, y callar, lo que para conseguir sus designios conviene.

Comenzando, pues, su camino, en dos jornadas llegaron a un lugar de ramadas; adonde sintieron alguna necesidad de agua. Pasaron la provincia de Xipixapa, a un pueblo, que tomaron descuidado, y le llamaron del Oro, por el mucho que hallaron, y plata, y joyas de esmeraldas, grandes, finas, y ricas, que por no conocerlas, no las estimaban; pero un platero, disimuladamente, compró muchas, por poco valor. Halláronse también armas de planchas de oro, para armar cuatro hombres, claveteadas con clavos del mismo oro, y con laonas de cuatro dedos de ancho, y los morriones con muchas esmeraldas, y todo les parecía poco, por lo mucho, que esperaban hallar en el Quito. Llegaron a otro lugar, que pusieron de las Golondrinas, por las muchas que hallaron, y allí se desapareció la guía, que les puso en mucha confusión, porque no sabían la tierra. El capitán Luis de Moscoso salió a descubrir, y halló dos pueblos, el uno dicho Vacain, y el otro Chionana, adonde se halló mucho bastimento, y se tomaron algunos indios, a los cuales, cuando los castellanos no lo podían impedir, se comían los indios, que se llevaban de Guatemala, para el servicio; y hallándose muy confuso Pedro de Alvarado, por no tener noticia de aquellas tierras, mandó a su hermano Gómez de Alvarado, y al capitán Benavides, que el uno fuese descubriendo al Norte, y el otro a Levante, con alguna gente de pie, y de a caballo, descubrió Benavides el pueblo de Dable, y Alvarado el de Guayal, adonde halló leones; y pasando adelante, llegó hasta la provincia de Mejor, adonde algunos indios que huían, y otros que resistían; pero luego eran rotos. De los que se prendieron hubo algunos que se ofrecieron de guiar al Quito; y queriendo enviar esta nueva a su hermano, supo que los indios habían muerto a un castellano, que se llamaba Juan Vásquez, y herido a otro, que por codicia   —347→   de robar, se habían desmandado; y porque los castellanos tuvieron por particular conveniencia no disimular estas cosas, aunque ligeras, y sucedidas por culpa de los suyos. Enviaron gente a castigar la muerte de Juan Vásquez, al cual hallaron cortada la cabeza, y no a los indios; y Gómez de Alvarado quiso volver a dar cuenta a su hermano del buen recado que hallaba de guías, para ir al Quito; también volvió Benavides con la misma razón, y esta quiso seguir el adelantado, y caminaron has ta el Río de Dable.

Una de las provincias de Puerto Viejo es la de Chumbo, de los mismos usos, y costumbres, trajes, y religión, que las demás del Perú; de esta provincia al catorce leguas de camino áspero, hasta llegar a un río, desde donde en balsas van a salir al paso, que llaman de Guaynacaba desde donde hay doce leguas a la Isla de la Puná, los indios de la provincia de Santiago de Puerto Viejo no viven mucho, por ser la tierra mal sana, son de medianos cuerpos, poseen fertilísima tierra, hay gran cantidad de melones, y otras frutas, y legumbres de Castilla, hay muchos puercos castellanos, y de los de la tierra, con el ombligo al espinazo, hay muchas perdices, tórtolas, palomas, pavas, y faisanes, y otro gran número de aves, zorras, leones, tigres, y culebras, y aves de rapiña, muchas arboledas y espesuras, y muchas pesquerías. En esta costa, sujeta a Puerto Viejo, y Guayaquil, hay dos maneras de gente, porque desde el cabo de Pasaos, a donde comenzaba la gobernación de don Francisco Pizarro, son los hombres labrados en el rostro, y las mujeres, y vestidos de mantas, y camisetas de lana, y algodón, con joyas de oro, y chaquira. Sus casas son de madera, cubiertas de paja. En tiempo de Inga, padre de Guaynacaba, fueron sus capitanes a sujetar estas provincias de Puerto Viejo, y los atrajeron a la obediencia de los ingas, por amor; y después de haber Topa Inga visitado la tierra, dejó capitanes, y personas, que los enseñasen la religión, y la policía, y la agricultura; y en pago de este bien, los mataron; y el Inga, por estar ocupado en otras cosas, disimuló esta crueldad para otra   —348→   ocasión, después acudió Guaynacaba en persona y aunque le mataron gente, los puso en sujeción, fueron grandes agoreros, y los mayores religiosos de toda la tierra del Perú; y muchos entendieron, que el demonio era falso, y malo, y le obedecían más por temor, que por amor; y engañados una vez por el demonio, y otras por los sacerdotes, los traían sometidos a su servicio, sacrificaban algunos de sus comarcanos, con quienes tenían guerra; la inmortalidad del alma, la creían, aunque tomaron de los ingas el adorar el Sol, sacaban a los hijos tres dientes de arriba, y tres de abajo, porque les parecía que hacían servicio grato a Dios. Sus matrimonios eran como los del Cuzco, salvo que no querían la novia virgen. Hereda el hijo del padre, y si no el segundo hermano, y por el consiguiente las hembras, tenían muchos cueros de hombres, embutidos de paja, y ceniza, eran de sus enemigos, y los tenían por triunfo, e memoria de sus victorias. Los Capitanes Pacheco, y Olmos, cuando gobernaron estas provincias, quemaron algunos sométicos, con que los espantaron de manera, que dejaron este gran pecado.




ArribaAbajoCapítulo II

Que don Pedro de Alvarado prosigue su viaje, buscando caminos para el Quito; y los trabajos, que padecía el ejército.


Habiendo don Pedro de Alvarado llegado al río Dable, y no hallando gente, envió cuadrillas a descubrir caminos, y salió también el capitán don Juan Enríquez; y a diez leguas topó con un lugar grande, con abundancia de bastimentos de maíz, raíces, y pescado, que   —349→   fue alegre nueva para Alvarado, porque la gente padecía mucha hambre, y había enfermos; y por compasión, el mismo adelantado se apeó de su caballo, y puso en él a un doliente, con cuyo ejemplo muchos hicieron lo mismo; porque da gran contento el hacer bien, y el ejemplo de superior es la verdadera ley. Llegados al lugar, que estaba rodeado de tantas ciénagas, que a ser invierno no pudieran entrar en él, se refrescaron, y aliviaron del trabajo del camino, y de la hambre algunos días; y porque no había camino cierto para el Quito, salieron escuadras a descubrir, y volvieron, diciendo que por todas partes no hallaban sino ríos, y ciénagas; lo cual, y ver mucha gente enferma de modorra, que sacaba a los hombres de juicio, angustiaba al adelantado; porque tal doliente hubo, que con su espada salió haciendo desatinos, y mató un caballo, en tiempo que en el Perú valían a tres, y a cuatro mil pesos. Salió de nuevo don Juan Enríquez, y después de haber pasado muchos ríos, ciénagas, y gran espesura de monte, halló un lugar, adonde por haberse puesto en resistencia, mataron algunos indios; y los otros, atónitos de los caballos, huyeron. Dieron aviso al adelantado, que llegó con el campo, y con la comida que hubo, se esforzaron algo, aunque murieron, en los días que allí estuvieron, algunos enfermos, y entre ellos este capitán don Juan Enríquez de Guzmán. Estando todos muy confusos, porque los indios no daban luz del camino del Quito, y porque Francisco García de Tovar era hombre diligente, salió con cuarenta caballos; y llevando un reloj, para no perderse en la montaña, se metió por aquellas grandes espesuras, cortando arboledas, y abriendo camino, llamándose dichoso, al que cabía lugar enjuto, para dormir las noches en algunas ramas. Y saliendo de las espesuras, hallaron un río, que pasaron, porque había muchos céspedes enredados en el agua; y poco después hallaron un lugar de veinte casas, con vitualla, y noticia de que adelante había más poblaciones. Y no dando crédito a los indios, siguieron su camino al Norte; descubrieron, al cabo de dos días, una gran población, con muchos sembrados, de que enviaron aviso al adelantado, con alguna carne de venado,   —350→   porque ya no comían ninguna, y siempre morían, y adolecían algunos castellanos. Salió el ejército del lugar, y en estos días, que iba caminando a juntarse con Tovar, había esparcido el aire tanta ceniza, o tierra del volcán, que reventó cerca del Quito, que parecía que lo echaban las nubes, creyendo algunos, que debía de ser algún gran misterio, por divina voluntad, la dificultad de los caminos cansaba los caballos, y afligía a los indios de Guatemala, de manera, que se iban muriendo. Llegados al río, aunque la gente de a pie pudo pasar, por estar todo ocupado de aquella yerba, no podían pasar los caballos, que no fue menor angustia que la pasada; pero la necesidad, que ha sido mayor maestra en las partes de las Indias, que en otras, los abrió los ojos, para que cortando mucha rama, atada con bejucos, y después a los céspedes, aunque no era trabajo para gente tan afligida. Al fin, hicieron puente de más de trecientos pasos de largo, y veinte de ancho; y estando en duda, si sería segura para los caballos, se soltó uno, y lo pasó corriendo, y volvió adonde había salido, con que quedaron fuera de la sospecha, y duda en que se hallaban. Llegado el adelantado al lugar de Francisco García de Tovar, que así le decían, por haberle él descubierto, en tanta necesidad, don Pedro de Alvarado envió a descubrir, y dieron en, un pueblo, llamado Chongo, y de los naturales entendieron, que a cuatro jornadas estaba un gran pueblo, que se decía Noa. Salió el adelantado con la mayor parte de los caballos, y ordenó al licenciado Caldera, que con el ejército le siguiese, encomendandole mucho los enfermos, porque en curar de ellos mostró siempre este capitán particular caridad. Llegó, pues, el adelantado, al río Chongo, grande, y poderoso, y halló, que los naturales estaban de la otra parte armados, para defender el paso, y con gran vocería tiraban con hondas, y hacían terribles demonstraciones de resistir valerosamente. El alférez real, Francisco Calderón, determinadamente se arrojó al agua con su caballo, enderezándose a los indios, siguiéronle otros caballeros, con la misma determinación, y con gran dificultad, y peligro pasaron el río. Los indios tiraban sus piedras, y dardos, y hirieron a Juan de Rada, y a su   —351→   caballo, y muy cuitados, y tristes, porque ni la dificultad del río, ni su resistencia hubiese podido impedir aquel paso, en que tenían puesta su esperanza, se pusieron en huida. Llegado al pueblo el adelantado, aguardó al licendiado Caldera, y luego salió Diego de Alvarado con algunos infantes, y caballos, a descubrir al Norte, por unas sierras; seguíale el adelantado con otra Tropa, y con el demás resto del campo iba caminando el licenciado Caldera, marchaba Diego de Alvarado por espesuras tan sombrías, y espantosas, que era cosa temerosa, y anduvieron todo un día sin ver campaña, y allí pasaron la noche; y aunque padecían gran sed, y descubrían a los lados quebradas, por donde iban, arroyos de agua, no podían salir, ni los caballos, que iban cansados, dejaran de perecer, por las malezas y bajadas, caminaron el día siguiente con la misma angustia, y trabajo, hasta que toparon con un cañaveral de cañas, más gruesas que el muslo de un hombre, y allí se les dobló su fatiga, y aflicción, viendo que se acrecentaba la sed, y faltaba el agua, adonde naturalmente se juzgaba, que la debía de haber; con todo eso, por ser ya tarde, convenía quedar allí la noche; pero Dios, que por su misericordia, en las mayores necesidades socorrió siempre a los castellanos, que anduvieron en estos trabajosos descubrimientos, quiso, que cortando un negro de aquellas cañas, para hacer un rancho, halló, que un cañuto tenía más de media arroba de agua, muy clara, y sabrosa, porque cuando llueve, entra por las aberturas de los nudos de las cañas, y cortando más, tuvieron bastante recado para la gente, y para los caballos.

El siguiente día siguieron su camino al Norte, y a puesta del Sol dieron, con mucha alegría, en una gran campaña, y acrecentó el contento ver manadas de ovejas, y un lugar, adonde se hacía mucha sal, para contratación. Los indios, que sabían la ida de los castellanos, teniendo por locos a hombres, que a tales trabajos se ponían, no los osaron aguardar. Descansaron los castellanos, y Diego García de Alvarado, envió Melchor Valdés, a dar aviso al adelantado, de lo que había descubierto,   —352→   con veinte y cinco ovejas, y alguna sal. El adelantado, y el licenciado Caldera iban caminando con tan extrema hambre, que tenían por buena comida los caballos que se morían, ni dejaban culebra, ni lagarto, y otras bascosidades, y con grandísimo dolor de los amigos, cada día morían castellanos, indios, y negros; y a tanto extremo llegó esta desventura, que el alférez Francisco Calderon determinó de matar una galga; que tenía muy estimada, para regalar a sus amigos, en tan urgente necesidad, y con un riñón de ella se purgó el capitán Luis de Moscoso, que iba enfermo, teniendo por más sabroso regalo, que una gallina. En fin, se topó Valdés con el adelantado, y fue grande el consuelo de los enfermos, con la carne de las ovejas, mucha parte de la cual se envió a los que llevaba el licenciado Caldera, y fue grandísimo el entender, que Diego de Alvarado había aportado a tierra rasa, y llana, con que tomaron esfuerzo, para llegar cuanto antes.




ArribaAbajoCapítulo III

Que el gobernador don Francisco de Pizarro, en el valle de Xaquixaguana hizo quemar a Chialiquichiama, capitán general de Atahualpa, y entra en el Cuzco, con notable sentimiento de los indios.


Entre tanto que don Pedro de Alvarado, peleando con la hambre, y con la sed, iba en demanda del Quito, don Francisco Pizarro, que ya se había juntado con Hernando de Soto, y con el mariscal Almagro en la Sierra del Vilcaconga, proseguía su camino al Cuzco, por haber sido avisado, que Chialiquichiama, a quien llevaba preso, hizo gran demonstración de alegría, por haber visto divididos   —353→   los castellanos; cuando iban la vuelta de la sierra, y que había enviado aviso de ello al Quizquis, para que como valiente capitán no perdiese tan buena ocasión de matar a sus enemigos, y cobrar la libertad de la patria, juntándose con brevedad con los que habían peleado en la sierra, mandó, que le tuviesen a buen recado, y envió algunos caballos, para que procurasen impedir, que el ejército del Quizquis, no se juntase con el otro. Después de esto fue avisado don Francisco Pizarro, que Chialiquichiama traía apretadas inteligencias con el Quizquis, y que a su instancia se había juntado aquella multitud, con fin de procurarle poner en libertad. Con estos avisos estaba don Francisco Pizarro muy perplejo, de una parte juzgaba, que siendo su principal fin asentar, y fundar aquel nuevo imperio, era para ello muy útil la fama de la clemencia, la cual traía a los súbditos a obediencia, y ganaba el amor de los comarcanos, y era el verdadero, y más firme fundamento del reino. De la otra consideraba, que este era hombre inquieto, de gran valor, y reputación con los suyos; y que pues estando preso tenía ánimo para maquinar lo que se decía, si aconteciese conseguir la libertad, había de ser el mayor estorbo, que podía tener para llevar adelante sus empresas; y con esta suspensión de ánimo acordó, de quitársele de delante, y luego le mandó quemar, aunque pareció a algunos cosa fuerte; pero los que siguen las razones del Estado, a toda cierran los ojos; y don Francisco Pizarro decía ser peligroso, no asegurar la vida, y estando de quien se estaba en duda, que guardaría la fe. Tuvo este capitán gran autoridad con Atahualpa, y por él venció cinco batallas dijeron los indios, que si se hallara en Caxamalca cuando la prisión del Inga, no salieran los castellanos la empresa. Los indios, sintiendo mucho que los castellanos se iban acercando al Cuzco, y que habían de ocupar aquella hermosa ciudad, cabeza de tan gran imperio, porque entre ellos había antigua opinión, que el que la dominase, quedaría general señor de todo; allende de la destruición, que conocían que se les aparejaba, volvieron a los sacrificios, para ver si aplacarían sus dioses, y acordaron de probar la fortuna con los castellanos en   —354→   un paso estrecho del Valle de Xaquixaguana, pegado a la sierra más oriental; y siendo avisado el gobernador de esta resolución, con acuerdo de los capitanes, ordenó, que el mariscal don Diego de Almagro, Hernando de Soto, y Juan Pizarro, con la mayor parte de los caballos, fuesen para hacer frente a los indios, y buscar oportuna ocasión de deshacerlos, y que lo demás de la gente los seguiría él. Las referidos tres capitanes salieron a ejecutar lo que se les había mandado; y acercándose a los indios, escaramuzaban con ellos, haciendo algunas acometidas, y picándolos con las lanzas, con muerte de muchos. Mango inga Yupanqui, Hijo de Guaynacaba, a quien todos decían, que con mayor derecho pertenecía el reino, salió del Cuzco con algún número de orejones, para juntarse con los suyos; y viendo que era imposible, que saliesen con lo que deseaban, y que a los castellanos no se podía impedir la entrada en el Cuzco, determinó de irse al Gobernador, que le recibió con mucha alegría, y mandó, que de todos fuese honrado, y respetado. De esta resolución de Mango hicieron gran sentimiento los indios, y desesperadamente se fueron a quemar el Cuzco, y esconder los tesoros que había. Fue avisado de esto el Gobernador, y ordenó luego, que Hernando de Soto, y Juan Pizarro, lo fuesen a estorbar; y aunque usaron diligencia, ya los indios habían saqueado el gran Templo del Sol, adonde había innumerables riquezas, y llevándoselas, y las sagradas vírgenes, y pusieron fuego en algunas partes de la ciudad; y entendiendo que los castellanos los seguían, se salieron con toda la gente moza, hombres, y mujeres, no dejando sino la vieja e inútil, pero los castellanos pusieron gran cuidado en matar el fuego.

El valle de Xaquixaguana es llano, entre cordilleras de sierras, no es muy ancho, ni largo. Había en este valle muy sumptuosos aposentos, adonde los reyes iban a deleitarse, y entretenerse, cuando se querían apartar de los negocios del Cuzco, y tenían grandes magacenes, y muy proveídos de bastimentos. Hay, desde el valle al Cuzco, cinco leguas, y pasa por allí el gran camino de   —355→   los ingas: del agua del río, que nace cerca de este valle, se hace un gran pantano, que dificultara mucho el paso, si los ingas no hubieran mandado hacer una muy fuerte, y ancha calzada, con paredes a los lados, tan fuertes, que es maravillosa cosa; era este valle muy poblado. Dase en este valle muy bien el trigo, y hay muchos ganados castellanos, algunas veces ha acontecido estar deshecha la puente de este río, que llaman de Abancay, y le pasan metido un hombre en un cesto, caminando por una maroma, que esta asida en dos pilares de las dos riberas, con más de cincuenta estados de distancia, tirando el cesto un indio con una soga; y es cosa de admiración el peligro en que aquellos hombres se ponen en aquellas indias, porque la mayor parte de los ríos se pasan de esta manera, o de otras tales.

Llegado don Francisco Pizarro al Cuzco, entró en aquella poderosa, y gran ciudad por el mes de octubre, de este año; y luego los castellanos comenzaron, sin impedimento alguno, a escuriñar las casas, hallaban gran cantidad de ropa, y mucho oro, y plata en grandes vasijas, y tejos, y joyas de diversas manera, y mucha cantidad de aquella chaquira, de indios tan estimada, y plumajería; y el Gobernador mandaba, que todo se pusiese en común, para que fielmente sacado el quinto del Rey, a cada uno se diese lo que justamente le pertenecía. Los yanaconas robaron mucha parte, y otros indios amigos, porque los castellanos, casi enfadados de ver tanto tesoro, no lo estimaban; y con todo eso, como se ha dicho, fue mucho más lo que se escondió; y sola la ropa que se robó, afirmaron, que valía dos millones. Quiso luego el Gobernador distribuir el tesoro, de lo cual, sacado el quinto, se hicieron 480 partes, muchos dijeron que cada parte montó cuatro mil pesos, otros dicen dos mil, y seteciento marcos de plata, de la pedrería no se hizo caso, cada uno tomaba lo que quería, y pocos la plata, sino fueron los más cuerdos. Don Francisco Pizarro, no olvidado el servicio de Dios, iba poniendo cruces por todos los caminos, y en el Cuzco derribó los ídolos, y limpió la ciudad de aquella idolatría, y señaló lugar adonde fuese   —356→   honrado el Altísimo Dios, y su Santo Evangelio predicado; y con gran solemnidad, por ante escribano, y testigos, tomó posesión por el invictísimo Rey de Castilla, y de León don Carlos, primero de este nombre.




ArribaAbajoCapítulo V

De la guerra, que hacían los capitanes Quizquiz y Yrruminavi a don Francisco Pizarro, en el Cuzco; y a Sebastián de Belalcázar en el Quito.


Asentado lo que toca a la religión en el Cuzco, coma mejor se pudo en aquel principio, y fundado pueblo de castellanos, con su concejo, conforme a los usos, y costumbres de Castilla, supo don Francisco Pizarro, que Quizquiz, y otros capitanes, con increíble dolor de ver a los castellanos apoderados de su ciudad, tenían gran multitud de gente de mitimaes, y de otras naciones, llorando sus hados, quejándose de sus dioses, que de tal manera habían permitido la disipación de su religión, de los templos, y cosas sagradas, la perdición de sus haciendas, y destierro de sus casas, con pérdida de sus mujeres y hijos, y muertes de tantos hombres, gemían por los ingas, maldecían a Guascar, y Atahualpa, que con sus pasiones, y diferencias , dieron lugar a que sus enemigos pudiesen ocupar el imperio; andaban entre ellos los Guamaraconas, descendientes de aquellos, que habitando los pueblos de Carangue, Otabalo, Cayambe, y otros de las comarcas del Quito, el inga Guaynacaba degolló a tantos, que se tiñó una laguna de su sangre, y habían salido tan valerosos, que eran privilegiados: el Quizquiz los representó, «que pues la mayor parte de   —357→   Chinchasuio estaba ya ocupado de los castellanos, que sería bien volverse al Quito, para vivir en los campos, que sus padres labraron, y ser enterrados en sus sepulturas»; y juró por el soberano Sol, y por la sagrada tierra, «que si le tomaban por capitán, y eran fieles, que los llevaría a sus tierras, y moriría por el amor de ellos». Respondieron, «que eran contentos de tomarle por capitán, con que se volviese a tentar la fortuna con los castellanos; y que si perdiesen, irían luego a sus tierras, como decía». Con esta determinación, el otro principal capitán, que se llamaba Incarabayo, con los demás capitanes, y los orejones, llamaban gente, aderezaban armas, y se ponían a punto para la guerra.

Habiendo llegado el capitán Sebastián de Belalcázar a Panzaleo, le dijo un indio, «que había tanto oro, y plata en el Quito, que todos sus caballos no se podrían llevar la veintena parte», con que se alegraron tanto los soldados, que ya les parecía, que habían de ser más ricos, que los de Caxamalca; y los indios, aunque Belalcázar los había desbaratado, siempre iban haciendo rostro; y en una quebrada, algo áspera, cerca del Quito, se hicieron fuertes, con buenas trincheas, desde donde tiraban piedras, y dardos, que hicieron reparar a los castellanos; pero acometiendo la trinchea ordenadamente, la ganaron, y los indios se retiraron al Quito, dando grandes voces a los del pueblo, que le desamparasen, y se fuesen, a la sierra; llegado Yrruminavi, habló a las vírgenes de los templos, y a muchas señoras de las mujeres de Guaynacaba, Atahualpa, y otros señores, que allí habían quedado, y las dijo: «Que ya venían los enemigos, vencedores, iban para entrar en el pueblo, que por tanto mirasen por sí, porque si allí se detenían, no podían esperar, sino toda deshonra, y muerte, de tan perversos enemigos», muchas se salieron luego del pueblo; otras, que serían como trecientas, con las mujeres de servicio, dijeron, «que en aquel lugar querían aguardar la fortuna buena, o mala, que los dioses las quisiesen dar». Airado Yrruminavi de tal respuesta, injuriándolas con afrentosas palabras, bárbaramente las mandó matar a todas,   —358→   y se salieron los indios del lugar, llevándose cuanto pudieron, y dejando encendido el fuego, para que se quemasen los reales palacios; entró Belalcázar en el Quito, sin dificultad, adonde se le fueron a juntar muchos Yanaconas, para servirle, y asimismo gran número de mujeres, entendiose luego en buscar con diligencia el tesoro, y ninguno se halló, fue grande la tristeza, y melancolía de los soldados, por hallar vana su esperanza, después de tantos y tan grandes trabajos preguntaba Belalcázar a los indios, y con cuidado inquiría «¿adónde estaba aquel gran tesoro, de que tantas nuevas habían dado?» y maravillados respondían: «Que no sabían, y que Yrruminavi lo debió de esconder». Túvose luego aviso, que a tres leguas del Quito, el capitán Yrruminavi se había hecho fuerte; y porque Sebastián de Belalcázar era hombre de ingenio, que en habiendo ocasión de trabajar no sabía tener quietud, ordenó al capitán Pacheco que con cuarenta infantes de espada, y rodela, fuese de noche a echar de allí aquellos indios, porque juzgaba sería poca reputación suya, que ni aún a muchas leguas hubiese nadie, que le osase hacer rostro; y como Yrruminavi tenía multitud de espías, dejó el puesto que tenía, y con diligencia se pasó a un pueblo, dicho Yurbo. Sabida esta mudanza, mandó Belalcázar al capitán Rui Díaz, que fuese contra él con sesenta castellanos, de lo cual también fue avisado Yrruminavi, porque había muchos Yanaconas en el Quito, que de todo le daban aviso.

Yrruminavi, que por vía de Yanaconas supo la salida de los referidos capitanes, con relación de que los que quedaban en el Quito eran los peores, y casi todos enfermos, teniendo esta por alegre nueva, y dando luego cuenta de ello al señor de la Tacunga, que se decía Tucomango, y a Quimbalembo, señor de Chilló, se juntaron con él con más de quince mil hombres; y caminando con diligencia de Quito, llegaron a lada guarda de la noche, adonde por aviso de los Cañaris, confederados de los castellanos, ya se sabía esta movimiento; y porque se habían puesto centinelas fuera de un foso, que había en el Quito, que para su seguridad habían hecho los   —359→   ingas, sintiéndose el ruido, mandó Sebastián de Belalcázar, que los caballos saliesen a la plaza, y puso la infantería en lugar conveniente, sin tocar cajas, ni trompetas; y con todo esto, conociendo los indios, que habían sido sentidos, daban grandes voces, con amenazas, conforme a su costumbre; y los Cañaris, sus enemigos, salieron a ellos, y peleaban, viéndose unos a otros, por el fuego de algunas casas de la campaña, adonde lo habían puesto; llegado el día, se retiraron, y dando en ellos los caballos hicieron gran matanza, siguiéndolos hasta meterlos en la montaña de Yumbo, de donde se huyó Yrruminavi, quedando todo cuanto tenía de vasos de oro, y plata joyas, ropa, y otras preseas, en poder de los castellanos, con muchas mujeres hermosas; y como los indios, que estaban en el Quito eran muy solicitados, para que descubriesen los tesoros, dijeron, que debía de estar parte de ello enterrado en Caxambe, salió Belalcázar con la gente, por darles satisfacción, y porque entendiesen que no era menor su sentimiento de haberse hallado frustrados de la esperanza de los tesoros del Quito; llegando a un lugar llamado Quioché, junto a Puritaco, no hallando en él hombre ninguno, sino mujeres, y niños, porque los hombres andaban en el ejército enemigo, los mandó matar a todos, con motivo de que sería escarmiento, para que los otros se volviesen a sus casas; flaca color para satisfacer a crueldad, indigna de hombre castellano; halláronse diez cántaros de fina plata, dos de oro, de subida ley, cinco de barro esmaltados, y entremetido en ellos algún metal, con gran perfección; y estas victorias todas fueron conseguidas por la extrema diligencia, y valor de Belalcázar, prompto, y resoluto en todo, y que con mucha industria advertía, y tenía a los soldados en fe, y constancia, y obediencia.



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ArribaAbajoCapítulo VI

De lo que se ofrece que decir de la provincia de San Francisco del Quito.


La ciudad de San Francisco del Quito está a la parte del Norte, en la provincia inferior de los reinos del Perú, tiene casi setenta leguas de longitud, y veinte y cinco, o treinta de latitud; está en unos aposentos reales de los ingas, que fueron ennoblecidos por Guaynacaba, y de aquí tomó el nombre la ciudad, es sitio sano, más frío que caliente, tiene su asiento en un hoyo que hacen unas sierras adonde está arrimada, entre Norte y Poniente, tiene por comarcanas a las ciudades de Puerto Viejo y Guayaquil, que están de ella a la parte de Poniente; de sesenta hasta ochenta leguas, y al Sur tiene las ciudades de Loja, y San Miguel, la una ciento y treinta; y la otra ochenta, a su Levante tiene las montañas y nacimiento del río, que en el Océano llaman Mar Dulce, que es el más cercano al Marañón, y la Villa de Pasto, y a la parte del Norte, la gobernación de Popayán, está la ciudad metida debajo de la línea equinocial, tanto que pasa a siete leguas, críanse en su tierra todo género de ganados y de bastimentos de Castilla, como pan, frutas, y aves; y la disposición de la tierra es muy alegre, y parece a la de Castilla en la yerba, y en el tiempo porque entra el verano por abril y marzo y dura hasta noviembre y se agosta la tierra como en Castilla; los naturales de la comarca son más domésticos, bien inclinados, y sin vicios, que otros de la mayor parte del Perú; son medianos de cuerpo, grandes labradores; vivían con los mismos ritos que los ingas, aunque no con tanta policía; hay muchos árboles calientes adonde se crían muchas frutas de la tierra y de Castilla y viñas y todo es mucho y muy bueno; hay cierta manera de especia que llaman canela que llevan de las montañas que están a la parte de Levante que es una fruta a manera de flor que nace en grandes árboles,   —361→   y es como aquel capullo de las bellotas salvo que es leonado y tira al negro y es tan sabroso como la canela; pero no se come sino en polvo porque en guisados pierde la fuerza, y es cálido y cordial y aprovecha para dolor de ijada, tripas, y estómago; hay mucha cantidad de algodón de que se visten, había muchas de las ovejas de la tierra, carneros, venados, conejos, perdices, tórtolas, palomas, y otras cazas; hay papas que es mantenimiento como criadillas de tierra y es pan con sabor de castaña, produce una yerba como amapola; hay otro bastimento que llaman Quimba que tiene la hoja como bledo morisco y echa una semilla menuda blanca y también colorada que se come guisada, como arroz y hacen de ella bebida.

Hay otras muchas semillas y raíces para sustentarse; pero el provecho del trigo las hace olvidar y de la cebada; los naturales hacen brebajes como los flamencos la cerveza, salía el gran camino que se ha dicho de esta ciudad, al Cuzco y otro que salía del que llegaba a Chile que está como mil y docientas leguas del Quito; y en estos caminos había a tres y cuatro leguas hermosos palacios; fue el Quito por aquella parte, la primera población del Perú y es siempre muy estimada, fundola Sebastián de Belalcázar, y diola el nombre de San Francisco en memoria del adelantado don Francisco Pizarro, capitán general, y gobernador del Perú, y desde entonces, por la misericordia de Nuestro Señor, se comenzó a predicar el Santo Evangelio, y la conversión de los naturales que ha ido adelante con mucha felicidad. Yo aquí pongo otra vez en consideración, atenta la pasada narración, e inclinación, que estos naturales tenían a sus ritos, por tantos años de ellos recibidos y las costumbres que tenían y la resistencia que hicieron, si fuera imposible introducir la fe católica con sola la predicación de los religiosos, antes que la tierra se allanara, y los indios se domesticaran, con el mucho conocimiento, trato, y conversación de los castellanos, aunque los viejos eran de gran impedimento; y porque adelante se dará más cumplida noticia de todo, no se dice más en este lugar.





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ArribaAbajoLibro séptimo


ArribaAbajoCapítulo XIV

Que el capitán Sebastián de Belalcázar proseguía en los descubrimientos de las provincias equinociales.


Entretanto que lo referido pasaba en el Cuzco, y en la ciudad de Los Reyes, Sebastián de Belalcázar, considerando, que la ciudad de Riobamba tendría mejor asiento en el Quito, acordó de mudarla con el nombre de San Francisco, como se dijo, desde donde con la buena gente que tenía de los primeros castellanos, y de los de Guatemala que con él se quisieron quedar, salió algunas veces contra los indios que le hacían guerra, y los ganó muchos peñoles, y fuertes que habían hecho; y saliendo, acaso a correr Juan de Ampudia, natural de Xerez, y sabiendo adonde estaba Zopezopagua, con sus parientes le envió a rogar, que se acomodase al tiempo y fuese amigo de los castellanos, sin dar lugar a que se usase con él de rigor, respondió: Que lo deseaba; pero que temía su crueldad, y la poca palabra que mantenían. Respondió Ampudia: Que le prometía, que no seria así, sino que se le cumpliría lealmente lo que se le prometiese. Zopezopagua, por una parte temía, que le habían de apretar por el oro y plata escondido, pues los castellanos no buscaban otra cosa; y por otra no se hallaba seguro, porque ya los naturales no se guardaban ley, ni parentesco, no pretendiendo más de conservarse con los vencedores; y así estaba confuso, sin saber qué determinación había de tomar; pero sabiendo Ampudia adonde se hallaba, fue con seis caballos, y le hubo a las manos, aunque algunos dicen, que él se fue de su voluntad; y llevándole,   —363→   salieron al camino a obedecer, Quingalimba, y otros capitanes, llevando buenos presentes de ganados.

Yrruminavi, habiendo sido echado de muchos Peñoles, y otros lugares fuertes, procuraba juntar gente para continuar la guerra; pero todos se hallaron muy cansados, y querían vivir en sosiego; y al fin hubo quien dio aviso a Sebastián de Belalcázar, de donde se hallaba; envió a él algunos caballos, halláronle con poco más de treinta hombres y muchas mujeres con las cargas de su bagaje, dieron en ellos de repente, huyeron los que pudieron; Yrruminavi se escondió muy triste en una pequeña choza y la guía le conoció, y avisó a valle, que le prendió sin mostrar el indio punto de flaqueza con que se acabaron las guerras del Quito; y Belalcázar para saber del oro y plata que escondieron, los dio crueles tormentos; pero ellos se hubieron con tanta constancia, que le dejaron con su codicia; y él, inhumanamente, los hizo matar, porque no desistiese su ánimo de la primera impresión que había concebido.

Salió en este tiempo el capitán Tapia de la provincia de Chinto, por orden de Belalcázar, a descubrir la parte del norte con treinta caballos, y treinta Infantes; y pasando por diversos pueblos, llegó al río de Angasmayo y volvió con relación de lo que había hallado, diciendo que en Tucale hicieron alguna resistencia; en la Tacunga tomó Luis Daza un indio extranjero, que dijo ser de una gran provincia llamada Cundirumarca, sujeta a un poderoso señor que tuvo los años pasados una gran batalla, con ciertos vecinos suyos, muy valientes, llamados los Chicas, que por haberle puesto en mucho aprieto, había enviado a éste, y a los otros mensajeros a pedir ayuda a Atahualpa, a tiempo que andaba en la guerra con Guascar; y que había respondido que lo haría en desembarazándose de ella y que entretanto anduviesen con él y que de todos sus compañeros solo este escapó en Caxamalca, y se había ido al Quito con Yrruminavi; y preguntándole diversas cosas de su tierra, decía la mucha riqueza de oro que en ella había, y otras grandezas, que ha sido causa de haber muchos emprendido aquel descubrimiento del Dorado, que hasta ahora   —364→   parece encantamento. Sebastián de Belalcázar, oída la relación del indio, ordenó a Pedro de Añasco que con cuarenta caballos y otros tantos infantes fuesen con él a descubrir su tierra que afirmaba estar doce jornadas, y no más, y con gran deseo de aquella riqueza pasaron Guallabamba, y caminaron entre los pueblos de los Quillacingas, y atravesaron por ásperos caminos, y montes cerrados, y temerosos, y no hallaron nada de lo que buscaban. Salió, dende a pocos días, por orden del mismo Sebastián de Belalcázar, que no sabía reposar, el capitán Juan de Ampudia para ir con buena compañía de caballos en seguimiento de Pedro de Añasco, y le halló, y tomó toda la gente a su cargo, e intentó otros descubrimientos porque no parecía cosa conveniente que dejasen de reconocer toda la tierra de sus confines, y penetrarla, hasta topar con el fin de ella.




ArribaAbajoCapítulo XV

Que Sebastián de Belalcázar salió de Quito, hacia las provincias de la Mar del Sur, y fundó la ciudad de Santiago de Guayaquil; y trata de Túmbez, y la Puna.


Queriendo Sebastián de Belalcázar abrir camino del Quito a la costa de la Mar, y asegurarle para la contratación, salió él mismo; y aunque tuvo algunos reencuentros con los indios, excusando todo lo que pudo la guerra, como en ella era ya muy experimentado. Viendo los naturales que no ganaban nada, y que había castellanos en el Quito, en San Miguel, y Puerto Viejo, como Belalcázar procuraba de llevarlos a obediencia por buenos modos, se dejaron persuadir, y pacificar, y acordó de fundar un pueblo que llamó Santiago de Guayaquil, nombrando   —365→   alcaldes, regidores, y los demás oficiales que se requieren para que un consejo o república sea bien compuesta; y dejando por gobernador a uno de los alcaldes, que se llamaba Diego Daza, se volvió al Quito; los que quedaron en Santiago de Guayaquil se dieron tanta priesa a enriquecer que por ser muy molestos e importunos no los pudieron sufrir los indios; y estando divididos, acordaron en sus juntas que para ello tuvieron de matarlos; y tomando las armas, lo hicieron, sin que escapasen más de cuatro o cinco que con su caudillo Diego Daza llegaron al Quito, de donde volvió con el capitán Tapia que no los pudo sujetar hasta que con buen número de gente fue el capitán Zaera. Más adelante de Puerto Viejo, hacia el Poniente, se fundó esta ciudad de Guayaquil; y luego que se entra en sus términos están los indios Guancavilcas que se sacaban los dientes por sacrificio; y teniendo Topa Inga Yupangui todo el reino pacífico mandó a sus capitanes que fuesen corriendo de largo la costa, y procurasen de poner en su servicio a todos los pueblos a ella, pacífica, y amorosamente; y algunos pueblos que querían conservar su libertad los mataron; y por otras ocupaciones reservó el hacer resentimiento de ellos hasta mejor ocasión; y sucediendo por su muerte en el imperio su hijo Guaynacaba, en una jornada, que hizo por los Llanos, llegó a Túmbez, y mandó hacer en aquel puerto una fortaleza, so color de la enemistad de los Tumbecinos, con los de la Isla de la Puná; y acabada, junto a ella se puso el Templo del Sol, con sacerdotes, y vírgenes Mamaconas, y lo demás conveniente para el servicio de las cosas sagradas; y afirman que allí llevaron a Guaynacaba un león y un Tigre, y que mandó que se guardasen en aquella fortaleza que debieron de ser los que echaron al capitán Pedro de Candía, cuando don Francisco Pizarro, con sus trece compañeros, andaba por aquella costa. Proveyó el Inga a esta fortaleza de Gobernador, y guarnición, y hizo grandes depósitos, y magacenes y había en ella muchos plateros que labraban vasos grandes, y chicos, y joyas de oro y plata, para el servicio del templo, y del Inga; y las mujeres del templo hilaban, y tejían ropa finísima, como en todos los demás templos.

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En habiendo Guaynacaba ocupado a Túmbez, envió a mandar a Tumbála, señor de la Puná, que le obedeciese y contribuyese; y pesándole de trocar la preciada libertad, por tan terrible yugo, pues no solo se había de contribuir con las haciendas, sino con las mujeres, e hijas, y tener en casa extranjeros, y consentir fortaleza, se hubo de acomodar con la necesidad, aunque con fin de cobrar la libertad lo más antes que pudiese; para lo cual comenzó sus pláticas secretas con los amigos, y vecinos. Pasó en este tiempo Guaynacaba a la Puná, adonde fue muy servido. Poco tiempo después, hechos grandes sacrificios, deseando también muchos de la Tierra Firme vivir como sus pasados, y como siempre es el dominio extranjero muy grave, y pesado, hicieron su confederación con los de la Puná, y mataron a los del presidio, y robaron quanta era de los orejones. Este caso sintió mucho Guaynacaba; y no lo queriendo dilatar, envió ejército contra esta gente, que mató, con diversos géneros de muertes, muchos millares de hombres, empalados, ahogados, ahorcados, y de otras maneras; y acabando el castigo, mandó Guaynacaba, que los hombres que tenía destinados para ordenar las cosas para eterna memoria compusiesen cantares y romances, y los hiciesen aprender, para que se cantasen en tiempos de tristeza; y mandó que por el río de Guayaquil (que es muy grande) se hiciese una calzada, que no se acabó; y esta se llamó el paso de Guaynacaba; y cuanto a la naturaleza de la tierra, usos y costumbres; es como en las demás partes, de que se ha tratado.

La Isla de Puná, que está muy cerca de Túmbez, tendrá más de diez leguas de contorno, hubo en ella antiguamente más de doce mil indios guerreros, y eran ricos, porque hacían sal, y la vendían a Guayaquil, y pasaba al Quito, hasta Cali, y contrataban algodón, con que estaban ricos; y por causas livianas tenían guerras con sus comarcanos, y cruelmente se mataban, y robaban; y Topa Inga no los sojuzgó enteramente, hasta que lo hizo Guaynacaba. Es gente de mediano cuerpo, y morena; andan vestidos ellos, y sus mujeres, y traen grandes   —367→   vueltas de Chaquira por el cuerpo, y otras joyas, por andar galanes. Hay en esta isla grandes florestas, frutas, y mantenimientos, aves de todos géneros, no tiene agua dulce, y el invierno se sustenta de agua llovediza, y para el verano no tienen sino un pozo solo, y el ganado no bebe sino de tres a cuatro días, porque haya para todos, y tiene muchos venados, que con los salitrales engordan, y la ternera es tan buena como la de Panamá, y los cabritos mejores que en otra parte; van a sembrar a la Tierra Firme, y por agua dulce tienen buen puerto para dar monte, y limpia playa; y cuando Atahualpa se declaró contra su hermano Guascar, con grandes diligencias que hizo, procuró llevar a su devoción a los de la Puná, porque las provincias del Tito, que los castellanos dicen Quito, no podían pasar sin la sal de aquella isla, que entraba en la tierra, navegada en canoas, y balsas, hasta chimbo, por el río arriba, con la creciente de la mar. El señor de la Puná, acordándose de los malos tratamientos recibidos de los del Cuzco, en tiempo de Guaynacaba, como siempre los forzados y afligidos desean mudanza de gobierno, pensando mejorar con la novedad, sin considerar los daños venideros, porque tampoco querían perder el interés de la contratación, acordó de admitir la confederación, y dar obediencia a Atahualpa, y como Caribes, y corsarios robadores, sin temor de ofensa ninguna, porque tenían fortificada la isla con un muro en las surgideras, a donde las balsas enemigas no podían tomar tierra, con muchos fuertes de tierra, piedras, y madera, salieron a hacer la guerra a todos los de la comarca, a los cuales eran insensísimos; y en esta ocasión permitió Dios que llegasen los castellanos. Eran los señores de esta isla muy llorados, cuando morían, y los enterraban como los otros del Perú con criados, mujeres, y hijas. Eran dados a la religión, y vicios, y tenían oráculos del demonio; tenían los templos en partes ocultas y en las paredes esculpidas cosas espantables, sacrificaban animales y aves, y a veces hombres tomados en guerra. En la Isla de la Plata, que está cerca de esta, tenían un grande y devoto templo, a donde ofrecían muchas cosas de oro, y plata, y ropa: nace   —368→   en los términos de Guayaquil mucha cantidad de zarza parrilla, que sale como zarza, y por todos sus ramos echa unas pequeñas hojas; y muchos acudieron a beber el agua de este río, hinchados y llagados, que volvieron a sus casas sanos y libres de dolor; en muchas partes de las Indias hay esta raíz, pero la mejor es de Guayaquil y la de la Puná.




 
 
Fin del Libro Séptimo.
 
 


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ArribaAbajoLibro Décimo


ArribaAbajoCapítulo XI

Que continua la relación de las cosas que hay para la vida humana en la provincia de San Francisco del Quito; y lo que han mejorado después de la entrada de los castellanos.


Está, como se ha dicho, la ciudad del Quito, debajo de la línea equinocial, y dicen que el día de San Bernabé, que era el solsticio, estuvo antes de la reformación del año solar (que es a 23 de junio) el hombre sin sombra: el vino, aceite, especería, y otras cosas de Castilla, van desde la mar el río arriba en balsas, y desde el desembarcadero se llevan recuas, y asimismo la sal, y el pescado, hasta el Quito, que son cuarenta leguas; los indios hacen sus mercados, a donde los castellanos se proveen de lo que han menester, entre ellos no tienen peso, ni medida, sino que su contratación es trocar una cosa por otra, a ojo, los castellanos se rigen por el peso, y marco de Ávila, y la hanega es algo mayor que en estos reinos. Los tratos y granjerías de la tierra de más de la labranza, y crianza, son, mucho queso de oveja, vaca y cabra, mantas de Algodón, paños blancos, negros y pardos, frazadas, sombreros, jerga, sayal, alpargates, y jarcía para navíos, cordobanes, sillas de brida, y gineta. Algodón en pelo, y estameñas blancas; hay mucho lino aunque se hila poco, hay muchas lanas, ingenios de azúcar, hay mucho número de oficiales castellanos de   —370→   todos oficios, y los que se sabe que son casados, son compelidos a venir a hacer vida con sus mujeres; la ciudad tiene pocos propios, tiene ejidos y los pastos son comunes, pasa por medio de la ciudad una gran barranca o quebrada, tiene puentes por todas las calles, la tierra es arenisca, y a medio estado se halla peña, el asiento no es húmedo; y el intento que tuvo Sebastián de Belalcázar, fue ponerla en sitio fuerte, para poderse defender de los indios, que eran muchos, y los castellanos pocos. Repartidos los solares, hicieron sus casas lo mejor que pudieron, cubiertas de paja; ahora sacan sus cimientos tres palmos encima de la tierra, y hacen las paredes de adobes con sus rasas de ladrillo, con las portadas de piedra, y las cubren de teja; tiene la ciudad tres plazas grandes, y cuadradas delante de la Iglesia Mayor, y de los monasterios de Santo Domingo, y San Francisco, y las calles son anchas, y derechas, y habrá más de cuatrocientas casas, y cada día crecen; la Iglesia mayor está muy bien labrada, es templo espacioso con tres naves, el monasterio de Santo Domingo, hecho de limosna, es muy sumptuoso, tiene sus casas de ayuntamiento, y de la chancillería, con sus corceles, y otras casas del público; y las principales, que son muchas, tienen de ordinario dos, y tres cuartos, con su patio, huerta y corral; los materiales se hacen cerca, y cuando más lejos, a tres leguas, y los llevan en carros, habiéndose quitado del todo el común uso del cargarse los hombres, aunque en la descarga de Guayaquil andan algunos voluntarios, ganando su vida, que no se les ha podido persuadir, que tomen otro oficio, y en efecto, también en Castilla, y en todo el mundo se cargan los Ganapanes, y faquines. Está proveída esta ciudad de armas, como coracinas, cotas, y escaupiles de algodón, que han valido mucho para las flechas emponzoñadas; hanse hecho petos y espalderas, y celadas de cuero de toro, que resiste a la lanza, y espadas, las armas de hierro, y de acero duran mucho, porque la tierra no es húmeda; han usado unas coracinas de laonas de   —371→   cuerno para infantes, que duran más que el hierro, y acero, y defienden tanto como los escaupiles de algodón, que fatigan mucho, porque el algodón en lo frío es frío, y en lo caliente es fuego, y muchas veces se han encalmado los hombres por tomar un alto, o hacer alguna cosa de priesa; y en sustancia, en esta ciudad se hace muy buena pólvora, y cuerda, y buenas rodelas de duelas de palma tostada, tejidas con algodón; hácense lanzas, y picas de todas maderas, y hácense de bejucos, que salen correosas, y fuertes, y se tienen por mejores que las otras; por todos los caminos hay tambos, o ventas a cinco y seis leguas, bien proveídas de mantenimientos, y a precio barato, conforme al arancel que han puesto las justicias. La Iglesia Mayor comenzó el primer obispo que fue don Garci Díaz Arias, y acabole el obispo don Francisco Pedro de la Peña, porque mandó el Rey, que la tercera parte del gasto pagase la ciudad, la otra los indios de su distrito, y la otra pagó Su Majestad. Hay otras dos iglesias parroquiales, que la una se llama San Sebastián, y la otra San Blas, y las casas episcopales están en la Plaza Mayor, junto a la Iglesia Catedral, que está bien proveída de ornamentos para el culto divino, y no tiene fábrica, sino que cuando es menester, se juntan los vecinos, y lo reparten entre ellos, sin que se pida limosna. Ya se dijo, que Santo Domingo está acabado, los otros monasterios de San Francisco, y la Merced se van labrando; la Orden de San Francisco ha hecho provincia al Quito, que antes se regía por Custodio, hay en esta Orden de los naturales, Frailes de buena vida, y ejemplo, y así mismo en las otras. El factor, tesorero, contador, y veedor de la real hacienda, residen en la ciudad, la cual no tiene más libertad, ni franqueza, que las otras de las Indias, la mayor parte de los habitadores son castellanos; hay algunos portugueses, y extranjeros; porque a todos admite, y da lugar la nación castellana, que en esto es más liberal, y excelente, que ninguna otra, aunque a indias no puede pasar otra nación, en los términos de esta ciudad son muchas lenguas que se hablan, y por la general del Cuzco, que introdujeron los ingas, se entienden todos, excepto los pastos, que es lengua   —372→   dificultosa; la general es buena, y fácil de aprender, especialmente después que se ha compuesto un arte para ello, habrá en el distrito de la ciudad cincuenta mil indios tributarios, antes más que menos, y cada día crecen, porque están muy descansados y relevados.




ArribaAbajoCapítulo XII

Que prosigue las cosas de la provincia de San Francisco del Quito.


Viven estos naturales apartados en sus parcialidades; son amigos de sus casas, y naturaleza; nunca la dejan, sino por mal tratamiento de sus caciques; son de buena estatura y natural; aprenden cualquier oficio que se les enseñe; son de medianas fuerzas, muy haraganes, mentirosos, y amigos que se les trate verdad, noveleros, e inconstantes; presentándolos por testigos, dicen cualquier falsedad; viven mucho, porque hay hombres, y mujeres de a noventa y cien años; casi siempre están borrachos; ninguna estimación tienen, ni policía de gente de razón; tienen agudeza en granjerías, y para trabajar conviene algunas veces compelerlos a que hagan sus labranzas para sustentar a sus mujeres, y hijos: junto a la ciudad habrá dos mil indios poblados, que viven con más razón; es su hábito una camiseta sin mangas, tan ancha de arriba como de abajo, brazos y piernas decubiertos; una manta cuadrada de vara, y tres cuartas, que sirve de capa; traen el cabello largo; y para poder ver sin que les embarace, atan una cuerda a la cabeza; los caciques, y principales, y los yanaconas, traen sombreros; solían traer ojotas, que solo guardaban la planta del pie; ahora   —373→   usan alpargates; su cama es un petate o estera de junco grueso, echado sobre paja, y cubierto con dos mantas; sus joyas son collarejos de chaquira, o de oro, o de plata, cuentas coloradas, y de hueso blanco, brazaletes de lo mismo; su ajuar es una piedra de moler el maíz, y ollas, y tinajuelas para hacer el vino, que llaman azua, y vasos para beber, a manera de cubiletes, que cabrán media azumbre. Cuanto a su religión gentílica, y a sus adoratorios y sepulturas, y creencias, bastantemente se dice en esta historia, la que tenían. Para oír la ley evangélica, son llevados por fuerza; suelen los viejos decir, cuando los predican los sacerdotes, que aquello se enseña a los muchachos, que ya ellos son viejos, y no podrán acabar con sus corazones, que crean lo que les dicen; y en el artículo de la muerte muchos piden el bautismo, porque nuestro Señor, de ellos tiene misericordia. La mayor fiesta, que estos naturales hacen, es una general junta de la comarca, que dura cinco, o seis días, no haciendo de día, y de noche sino beber, cantar y bailar, haciendo muchos corros de a cien personas cada uno, y quedan tan cansados, que han menester días para volver en sí; en los mortuorios hacían grandes llantos, y llevaban a enterrar en un barbacoa en hombros, y a modo del baile andaban, paraban, y volvían pasos atrás llorando; de manera que para llegar a una sepultura de un tiro de ballesta de distancia tardaban tres horas. El más estimado entre ellos era el cacique; luego el más valiente, y el que mejor labranza hacía; porque como lo gastaba en dar de comer, y beber a los otros, era el más rico, y más querido, su cuenta era por media luna, y una y dos Lunas, y los castellanos, para entenderse con ellos, tratan por esta cuenta; la mejor casa es la del cacique, que es como bohío, a manera de Iglesia, allí hacen presencia y se juntan a fiestas, y placeres, que todas son con beber; sus casas son muy muy pequeñas, de cuarenta, o cincuenta pies en largo, cubiertas de paja; las paredes de tapia; lo que más estiman, son sus joyas, las mantas, y hachas de cortar leña; no tienen provisión de más cosas de aquellas que no pueden excusar; si uno es principal, siéntase en tringa, que es silla, y sino en el suelo; su ordinario   —374→   mantenimiento es el vino de maíz cocido y todo lo cuecen con ají, y sal, y lo cogen al derredor de sus casas; sus ordinarias granjerías, son comprar algodón, y hacer mantas, y adonde hay obrajes, beneficiar la lana, y hacer paños, frazadas, sayal, jerga, y sombreros, que todo se lo han enseñado los castellanos; crían gallinas, y puercos; hacen alpargates, cinchas, jáquimas, cabestros, y cordaje; la herramienta con que labran la tierra son palas de recia madera de cinco y seis palmos en largo, y como uno de ancho, con su empuñadura, para dar mayor golpe, y son mejores que azadones porque desmenuzan más tierra. Por meterse unos en las tierras de otro, suele moverse una parcialidad contra otra, y descalabrarse muy bien. Nunca ordenaron escuadrones para pelear, sino en gruesas bandas socorrer a la parte flaca; sus armas son lanzas, tiraderas con estolica, macanas, y flechas, y la peor arma es la honda, en la cual son tan diestros, que pocas veces yerran. Tenían los caciques sus capitanes, a los cuales obedecían los indios de su parcialidad, y ya tienen alcaldes ordinarios, y alguaciles indios, que en las causas criminales prenden, y remiten a la justicia ordinaria de la ciudad, porque no tienen jurisdicción para más cosas de expediente ordinario. De los tributos que pagaban a los ingas, se trata en otro lugar; los que ahora pagan a sus encomenderos, son conforme a lo que el Rey tiene tasado, y paga cada uno, de lo que tiene, y viven más descansados, porque era incomportable la vejación, que recibían con la antigua, y ordinaria servidumbre personal; de tal manera, que les faltaba tiempo para hacer sus labranzas, ni vivían con el sosiego, y seguridad que hoy viven, los tesoros que hay en los enterramientos, los indios no los quieren descubrir, antes padecerán mil tormentos, que hacerlo, ni ellos se aprovechan de ellos. A los castellanos se ha permitido que los busquen, con que ante todas cosas pidan un factor real, que se halle presente, por el quinto que se ha de pagar al Rey, por su derecho. En algunas partes hay ganado de la comunidad, la lana benefician de común, y el valor se echa en un arca de tres llaves, y de allí se saca para comprar las cosas necesarias para el   —375→   obraje, y para ornamentos, y para algunos pobres, y viudas, que no tienen quien les haga sus labranzas; y son proveídos de maíz de un depósito que para este efecto tiene la comunidad. Las tierras entre los naturales están conocidas cuyas son; y el principio para aprehender propiedad, y posesión, fue señalarlas el cacique; y con haberlas antes rompido, y cultivado, son amparados en ellas, y los pleitos más ordinarios son sobre posesiones de tierras, y con probranzas y averiguaciones, hechas sobre las mismas tierras, en un momento se acaban. Es gente viciosa, y que no se afrenta de serlo, después de muerto no al para ellos mayor infamia, que cortarles el cabello; y no se precian de ningún género de virtud. Los mestizos tienen buen talle, aunque en algo se diferencian de los castellanos; son comúnmente noveleros, chismeros, mentirosas, y glotones, aunque hay muchos virtuosos.




ArribaAbajoCapítulo XIV

De las gobernaciones de los Quijos, o la Canela, e Iguarsongo; por otro nombre, de Juan de Salinas.


Para descubrir el río grande de la Magdalena, y otras provincias comarcanas, y las que entendía, que confinaban con ellas, envió el gobernador Sebastián de Belalcázar, a diversos capitanes con buenas tropas de gente, y entre los otros que pasaron la gran cordillera, fue el capitán Gonzalo Díaz de Pineda, que entró en la tierra de los Quijos, y la Canela, y fue el primero, que lo hizo, y la reconoció, y refirió, que de la otra parte de ella había riquísimas provincias; y esta relación movió a Gonzalo Pizarro, por deseo de honra, y de provecho, para entrar   —376→   a su descubrimiento, de donde no sacó más, al cabo de muchos meses, de haber padecido su gente trabajos de hambre, y de cansancio, y otras dificultades, cuales no se alcanza que ningunos hombres jamás hayan sufrido, como particular y exactamente se dirá en su lugar. Y lo que se puede referir de los quijos, se dirá aquí, por no partir esta historia en muchos pedazos. Y mucho después estando las cosas del Perú en sosiego; el marqués de Cañete, don Hurtado de Mendoza, ordenó a Gil Ramírez Dávalos, que el año de 1557, había poblado a la ciudad de Cuenca, y tenía la tierra, en quietud, que pasase a pacificar los quijos, y que poblase en esta gobernación, la cual cae en la jurisdicción, y distrito de la Real Audiencia de San Francisco del Quito, y está al Levante de esta ciudad, y al mediodía tiene la gobernación de Yguarzongo, por otro nombre Juan de Salinas, al Norte a Popayán, la tierra que corre hasta la Mar del Sur, y al Oriente las provincias del dorado, su altura de la equinocial, no llega a un grado, tiene de largo poco menos de cuarenta leguas, y menos de veinte de ancho. Toda la tierra de esta gobernación es muy caliente, y muy lloviosa, áspera, sin trigo, y poco maíz; tiene aquellos árboles que parecen canela, que comida en polvo, sabe a ella, y de otra manera pierde el sabor, y hay las ordinarias frutas del Perú, y particularmente son más preciadas las granadillas de esta provincia, que ningunas otras; hanse dado naranjas, y limas, y hortalizas de Castilla; cogen mucho algodón, y de ello se labra ropa bien fina, y también sacan oro; rígense por un gobernador, que es proveído por el Visorrey, y hay en esta provincia cuatro ciudades de castellanos; la primera es Baeza, que fundó Gil Ramírez Dávalos, caballero natural de Baeza, en Castilla, año de 1559. Está dieciocho leguas de la ciudad de San Francisco del Quito, como al Sueste, y en esta ciudad reside el Gobernador. Ávila, al Norte de Archidona, que es la tercera; y la cuarta Sevilla, que llaman del oro. Toda la gobernación, es del obispado de San Francisco del Quito, y los naturales reciben bien las cosas de la fe; tienen lengua propia, y usan la general del Perú; en su vestido, costumbres,   —377→   y religión, eran como los demás sus comarcanos, y han disminuido por enfermedades generales; y porque en la pacificación fueron algo inquietos, queriendo como nación de la otra parte de los Andes, mostrar su fiereza, y aún después de dada la obediencia, se volvieron algunas veces a inquietar, hasta que reconocidos de su hierro, viven con sosiego, gozando de los bienes de la justicia, y de la paz; y por la otra parte, Hernán Pérez de Quesada, que del Nuevo Reino salió a descubrir; llegó al valle de la Canela, y volvió, habiendo pasado casi los mesmos trabajos, que Gonzalo Pizarro, y salió a la Villa de Timaná.

Y para acabar con el distrito del Audiencia de San Francisco del Quito, queda la gobernación de los Pacamoros, o Bracamoros, e Iguarsongo, dicha por otro nombre de Juan de Salinas, y son sus límites, y términos, cien leguas, que se le señalaron al Oriente, desde veinte leguas más adelante de la ciudad de Zamora, que es la misma cordillera de los Andes, y otras tantas, Norte Sur; y es buena tierra, en temple, y disposición para trigo, y para todo género de semillas, y de ganados de ricas minas de oro, y se hallan granos muy grandes, y se ha sacado muy gran provecho del oro. Tiene esta provincia cuatro pueblos, que fundó el capitán Juan de Salinas Loyola, siendo su Gobernador. El primero, la ciudad de Valladolid, en siete grados de la equinocial, y a veinte leguas de la ciudad de Loza al Sueste, pasada la cordillera de los Andes.

El segundo, la ciudad de Loyola, o cumbinama, que está como diez y seis leguas al oriente de Valladolid. La tercera es la ciudad de Santiago de las montañas, cincuenta leguas de Loyola, como al oriente, y en esta comarca de Santiago, se halla más cantidad de oro, que en las otras, y es muy subido de ley, aunque no llega a lo de Carabaya en el Perú, ni a lo de Valdivia en Chile, porque esto suele pasar de veinte y tres quintales y medio; y porque de las diferencias del oro, que se halla en pepita, polvo, y en piedra, tratamos particularmente en nuestra Descripción General de estas Indias, se acabará en lo que toca esta gobernación de Iguarsongo, con   —378→   que los naturales de ella en sus inclinaciones, ingenios, costumbres, lengua, hábito y religión, y en todas las demás cosas fueron, y son como los otros, y que el capitán Juan de Salinas, demás de haber gastado mucho de su hacienda en pacificarlos, usó de mucho valor, prudencia, e industria.





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ArribaAbajoLibro Octavo


ArribaAbajoCapítulo VI

De la gran necesidad, que pasaban los soldados de Chile, y que Gonzalo Pizarro comenzó el descubrimiento de la Canela y pasó adelante.


[...]

Partió Gonzalo Pizarro con los poderes del Marqués su hermano, como se dijo, para ser gobernador de las provincias de abajo, abusando de la facultad, que tenía para renunciar en uno de sus hermanos, o quien quisiese, la gobernación del Perú entera, y no para dividirla. Llegado, pues, Gonzalo Pizarro a la ciudad del Quito, habiendo estado primero en San Miguel, Puerto Viejo, y Guayaquil, fue también admitido en el Quito; y entre tanto que iba caminando, llegó nueva a Los Reyes, que Pascual de Andagoya se había entrado en Cali, y por lo mucho que pesó de ello al Marqués, proveyó por gobernador de esta ciudad, y de Ancerma a Isidro de Tapia, por apretada inteligencia con Antonio Picado, secretario del Marqués; pero no tuvo efecto este negocio, y aunque fuera a ello el Tapia, no le recibieran, porque Jorge Robledo era quisto, y se hallaban bien con él. Gonzalo Pizarro, habiendo entrado llanamente en la gobernación, parecía, que ya quedaba puesto bastante impedimento a Sebastián de Belalcázar, cuando habiendo conseguido el cargo de aquellas provincias en Castilla, volviese a ellas, porque la intención del Marqués era, que nadie, con provisiones del Rey, ni sin ellas, gobernase un palmo en aquel Nuevo Mundo, como lo mostró con don   —380→   Diego Almagro y con Diego de Alvarado. Y siendo hombre enemigo de reposo, por la información que Pedro de Añasco dio de los intentos de Sebastián de Belalcázar, en descubrir el valle, que llamaban del Dorado, y por la información que le dio Gonzalo Díaz de Pineda, que había entrado en la provincia de la Canela, y de los Quijos, y que más adelante se decía, que se hallaban tierras muy ricas, adonde andaban los hombres armados de piezas, y joyas de oro, y que no había sierra ni montañas, deseando de hacer alguna empresa, digna de mucha gloria, y ocupar mucha gente moza, y valerosa, que había en aquellas provincias, determinó de hacer la jornada, y comenzó a proveer de caballos, armas, y de todo lo demás que convenía, y en pocos días juntó doscientos y veinte soldados de a pie, y de a caballo, y nombró por su maese de campo a don Antonio de Rivera, y por su alférez general a Juan de Acosta. Estando, pues, todo a punto, ordenó a don Antonio de Ribera, que se fuese adelante con la vanguardia, a esperarle en la provincia de los Quijos; y dejando en el Quito en su lugar al capitán Pedro de Puelles, partió Gonzalo Pizarro, publicando, que hacía esta jornada, algunos acudieron por hallarse en ella, y entre otros Francisco de Orellana, caballero de Trujillo, con treinta caballos fue en seguimiento de Gonzalo Pizarro, el cual habiendo partido del Quito, y atravesado una sierra nevada muy fría, adonde se murieron más de cien indios de frío, caminó por una tierra de grandes ríos, y arboledas despoblada, y abriendo camino con hachas, y machetes, hasta el valle de Zumaque, treinta leguas del Quito, adonde hallaron poblaciones y vitualla.

Orellana, como iba tanta gente adelante, pasó grande hambre en aquellas treinta leguas, y al fin se juntó con Gonzalo Pizarro, y le hizo su teniente general; y habiendo consultado sobre lo que se había de hacer, se acordó, que Gonzalo Pizarro fuese adelante con setenta infantes rodeleros, arcabuceros, y ballesteros, por ser tierra fragosa, y comenzó su camino al Oriente, llevando guías de la tierra; y habiendo caminado algunos días, llegó a topar con los árboles que llamaban canelos, que   —381→   son a manera de grandes olivos, y echan unos capullos grandes con su flor, que es la canela, cosa perfecta, y de mucha sustancia; y árboles tales no se habían visto en todas las Indias, y en todas aquellas provincias contrataban con aquella canela; la gente vivía en pequeñas y ruines casas, y apartadas, y era de poca razón, tenían muchas mujeres y Gonzalo Pizarro preguntó, si sabían, que en otra tierra ¿hubiese de aquellos árboles? Dijeron, que no; y que tampoco sabían de la tierra que había adelante, porque no conocían sino la que habitaban en aquellas espesuras, y que fuese adelante, que por ventura, habría quien le diese la razón que pedían; y enojado Gonzalo Pizarro de que no le respondían, como deseaba, los volvió a preguntar, y porque siempre estaban en el mismo propósito, los mandó atar, y que con fuego los atormentasen; y no solo mataron algunos de aquellos tristes con fuego, pero despedazados de los perros, quejándose dolorosamente que morían sin culpa, y que sus padres, ni ellos no habían ofendido en nada; y mohíno Gonzalo Pizarro de no hallar camino por donde pasar adelante, y que de los indios no pudiese tener luz, fue a dormir en una playa de un río, y fue tanta la lluvia, que creció el río de manera, que si las centinelas no avisaran, se ahogaran todos; retirados a unas barrancas, sin esperanza de hallar camino para ninguna parte, acordaron de volver atrás, para ver si hallarían el que deseaban.




ArribaAbajoCapítulo VII

Que Gonzalo Pizarro con grandes trabajos proseguía su descubrimiento, y que Francisco de Orellana se apartó de Gonzalo Pizarro y se fue río abajo.


Muy arrepentido iba Gonzalo Pizarro, de hacer emprendido descubrimiento tan a ciegas, pues desde el   —382→   Cuzco o desde más arriba pudiera descubrir con más luz que la que llevaba, y con todo eso, sin dar a entender su ánimo, le daba muy grande a la gente; y volviendo al pueblo de Zumaque, no quiso, que fuesen sino al pueblo de Ampua, cuatro leguas de él, y antes toparan con un río, que por su hondura no hubo remedio de vadearle, ni pasarle, y llamando a los indios, pasó en canoas el señor del lugar, al cual hizo Gonzalo Pizarro muy buen acogimiento, y le dio peines, tijeras, y otras cosillas, que los bárbaros mucho estiman: pidioles razón de los caminos, y poblaciones que adelante había, y arrepentido de haber ido allí, porque sabía el mal tratamiento hecho a los otros indios, porque no respondieron a su gusto; por no se ver en aquel peligro (aunque mintiendo) dijo, que adelante había grandes poblaciones, con muy ricos, y grandes señores. Alegres los castellanos con estas nuevas mandó Gonzalo Pizarro, que mirasen por aquel señor, que no se les fuese, y que lo hiciesen con disimulación, y aunque él lo echaba de ver, también disimulaba; y queriendo pasar el río por la parte más angosta, gran número de aquellos indios montañeses con sus armas se pusieron a defenderlo, pero haciéndoles tirar algunos arcabuzazos, viéndose morir de muertes tan súbitas, con grandísima grita desampararon la defensa. Llegaron los castellanos a unas grandes campañas raras, pero luego se veían los montes, y con pequeñas poblaciones, y poca comida. Ordenó Gonzalo Pizarro, que fuesen allí los que habían quedado en el otro pueblo; llegados, mandó a don Antonio de Ribera, que fuese a descubrir, y a veinte leguas después de haber pasado grandes montes, espesos, halló un pueblo, que se llamaba Varco, con alguna comida. En teniendo este aviso Gonzalo Pizarro, fue con todo el campo, y el cacique se turbó de ver a los castellanos, y a los caballos, y quiso huirse, echándose en el río; por lo cual le mandaron echar prisiones, y a otros dos que habían ido de paz, y que habían dado noticia de las grandes poblaciones, también llevaban consigo, aunque no iba preso.

Los indios, que vieron presas a sus caciques, con muchas canoas fueron armados a procurarles la libertad,   —383→   pero poco les aprovechó; y pareciendo, que aquel río, que se había descubierto, que era muy grande, y que iba a entrar en el que llamaban Mar Dulce, que salía a la Mar del Norte, y que faltaba el servicio, que habían sacado del Quito, que no le hallaban en la tierra, sería bien labrar una barca, para llevar el bastimento. Diose cargo de ella a Juan de Alcántara, y brevemente fue hecha; caminando el río abajo se topaban algunos pueblos, y cantidad de yuca, maíz, y guahabas, que no era poca ayuda; pero las muchas ciénagas que había, y atolladeros, les daban trabajo, y por esto les era forzoso caminar con trabajo por el mismo río, porque de aquellas ciénagas se hacían los esteros tan hondos que convenía pasarlos a nado con los caballos, y algunos se ahogaran con sus dueños. Los indios de servicio buscaban las canoas escondidas, y hacían puentes de árboles, y se valían lo mejor que podían, y de esta manera anduvieron por aquel río abajo cuarenta y tres jornadas, y cada día hallaban uno, o dos de aquellos esteros, y ya se comenzaba a sentir el trabajo de la hambre, porque cinco mil puercos que sacaron del Quito, ya eran acabados. Los caciques presos, por miedo de la muerte, decían que adelante habría tierra poblada, y un día que les pareció que había descuido, se echaron con la cadena en el río, y se pasaron de la otra parte, sin que los pudiesen tomar; y porque siempre afirmaban los indios, que a quince jornadas se hallaría un gran río, mayor que aquel, con grandes poblaciones, y mucho bastimento, mandó Gonzalo Pizarro a Francisco de Orellana, que fuese a reconocerlo con sesenta soldados, y que con brevedad volviese con la barca llena de bastimento, pues veía la gran falta en que se hallaban, y que él seguiría con el campo el río abajo, y que por la mucha necesidad en que quedaban, de él solo fiaba la barca.

Partió Francisco de Orellana con su barca, en la cual iba ropa de Gonzalo Pizarro, y de algunos, que la quisieron enviar adelante, fue algunos días navegando sin hallar poblado, y al cabo dieron adonde lo había, y quisieron volver adonde habían salido; pero parecíales cosa   —384→   imposible, por haber trescientas leguas; y justificando Orellana esto con algunas razones, se determinó de pasar adelante, y dio en aquel gran río del Marañón, o Mar Dulce, como algunos le nombran, y lo que en este viaje le sucedió, se dirá adelante.

Gonzalo Pizarro, ido su teniente, quedó en grande angustia, por la hambre, por las continuas lluvias, por los esteros, por las espesuras, y otras dificultades, sin saber adonde, ni por donde iban caminando al Oriente. Y como hallasen tanta maleza sin poblado, aguardaban la vuelta de Orellana, y por no perecer de hambre, comían los perros, y los caballos, sin que se perdiese gota de sangre. En este tiempo hallaron una isla, que hacía el río, y enfrente de ella en la Tierra Firme, a la parte a donde habían de ir los castellanos, había grandes ciénagas, y atolladeros, que era imposible andar por ellos. Y los que se precían de saber esto, afirman, que para dar en la buena tierra, que descubrió Orellana, se han de hacer barcos, y balsas muy grandes, para pasar los caballos, y que han de llevar mucho mantenimiento, y que irán por el río sin ningún peligro, y llegarán a grandísimas poblaciones. Y como Gonzalo Pizarro se vio en tanto trabajo, envió al capitán Mercadillo con algunas canoas, que llevaban a ver si hallaba rastro de Orellana, volvió al cabo de ocho días, sin ninguna luz de él; cosa que a todos dio mucha pena, teniéndose por perdidos, porque ya no comían sino hierbas; y frutas silvestres no conocidas, y los caballos y perros, con tanta regla, que antes les acrecentaba la hambre.



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ArribaAbajoCapítulo VIII

Que prosigue la trabajosa jornada de Gonzalo Pizarro.


Hallándose Gonzalo Pizarro en esta terrible congoja, determinó, que el capitán Gonzalo Díaz de Pineda volviese en las canoas, a reconocer si hallaba bastimento, y rastro de Orellana; y habiendo navegado algunos días, hallaron, que aquel río entraba en otro más poderoso; y vieron quebradas, y cortaduras de machetes, y espadas, y conocieron que había estado allí Orellana. Y como su deseo de hallar comida era grande, acordaron de subir aquel río arriba, y al cabo de diez leguas los deparó Dios muchas labranzas de yuca, y cargando con ellas las canoas, volvieron a los castellanos, que estaban tan des[c]aecidos, que no pensaban vivir, y viendo el socorro, dieron a Dios muchas gracias. Había veinte y siete días que allí estaba Gonzalo Pizarro con esta necesidad, comiendo hojas de árboles, hierbas, y las sillas de los caballos, y los arzones cocidos, y tostados, en la lumbre, y la yuca luego se repartió, y la comían sin lavarla, y limpiarla; y sabido que estaba cerca, juntaron las canoas, y atadas fuertemente unas con otras, pasaron el río con poco trabajo, porque iba manso. Y como la hambre era tanta, un castellano, llamado Villarejo, comió una raíz blanca, algo gruesa, y en gustándola, se volvió loco; llegados a donde estaba la yuca, hicieron alto, y aunque fue notable remedio, ya los castellanos iban con mucha angustia, dolientes, y descoloridos, que era cosa de gran compasión; y como les faltaba el servicio, rallaban la yuca con las púas de unos árboles, que las echaban espesas, e menudas, y hacían su pan más sabroso, que si fuera de Alcalá. Esta yuca procedió de que habiendo vivido los indios antiguamente en aquellas campañas, siendo su principal mantenimiento la yuca, tenían de ella tan grandes sementeras; y siéndoles necesario desamparar la tierra, por   —386→   la guerra que los hicieron sus enemigos, quedaron aquellos yucales desiertos.

Habiendo descansado ocho días en aquel lugar, y satisfecha la hambre, aunque de mucho comer de la yuca murieran algunos castellanos, y otros se hincharon de manera que no se podían tener en pie, Gonzalo Pizarro teniendo por muerto a Orellana, y a sus compañeros, quiso salir de allí, caminando el río arriba, para ver si Dios le deparaba alguna buena tierra, o camino para volver adonde había salido. Llevaba los enfermos en los caballos, aunque iban tan flacos, que no eran de provecho, agarroteados, porque no se podían tener; y los sanos iban adelante, cortando la maleza para abrir camino con los pies descalzos. Otros también sanos iban en la retaguarda, para que nadie se quedase, proveyendo Gonzalo Pizarro a todo, como capitán cuidadoso, y de gran ánimo, como lo mostró bien en esta jornada; porque cuando no fuera su diligencia y constancia, y el ejemplo que con su propia persona daba, con que se animaba la gente, muchos días antes hubieran todos perecido. Al cabo de cuarenta leguas que anduvieron por los yucales, llegaron a una pequeña población, sin intérprete, ni forma de entenderse con los moradores; los bárbaros, espantados de ver a los castellanos, desde unas canoas hablaban, y rescataban comida, echándola en tierra, por peines, cuchillos, y cascabeles, y otras cosas tales, que siempre llevaban los castellanos a los descubrimientos, otros ocho días anduvieron el río arriba por semejantes poblados, pero después no hallaron ni poblado, ni camino, para ninguna parte, y por señas se lo decían los indios, porque su contratación era por el río. Estaba Gonzalo Pizarro con mucha angustia, porque no sabía en qué tierra estaba, ni qué derrota podía tomar para salir al Perú, o otra parte, y platicando con don Antonio de Ribera, Sancho de Carvajal, Villegas, Funis, y Juan de Acosta, determinó de enviar a Gonzalo Díaz de Pineda a descubrir por el río arriba en dos canoas bien atadas. Partido Gonzalo Díaz con un arcabuz, y una ballesta, seguía Gonzalo Pizarro con gran trabajo, porque todos iban descalzos   —387→   de pie, y pierna, sino los que de las corazas de las sillas habían hecho abarcas, y demás de que por ser el camino de montaña, y lleno de troncones, y árboles espinosos, llevaban los pies con grietas, y las piernas heridas con las púas, iban la mayor parte enfermos, y con cámaras, por la mucha Yuca que habían comido, y con todo eso convenía abrir el camino con machetes, lloviendo tan de ordinario, que casi todos iban desnudos por caérseles los vestidos a pedazos de sus cuerpos; y de esta manera, unos llevando estos inmensos trabajos con gran paciencia, encomendándose a Dios; y otros con menos anduvieron cincuenta y seis leguas sin hallar poblado, ni cosa que comer sino la yuca que habían sacado, y frutas silvestres de mal gusto, y fue cosa digna de mucha admiración que estos soldados con la desesperación no diesen en algún motín, y por tanto fue más loable su constancia, fe, y sufrimiento. Y hallándose un día muy afligido Gonzalo Díaz, pareciéndole, que no hallando ningún remedio al cabo de tantas leguas, era cierto su acabamiento; y saliendo a tierra, considerando su miseria, y juzgando, que por la espesura grande, era imposible, que Gonzalo Pizarro pudiese llegar allí, a hora de vísperas vieron que bajaban por el río una canoa y tras ellas otras catorce, o quince, con ocho hombres en cada una, con sus armas, y paveses.

Con la vista de las canoas Gonzalo Díaz tomó el arcabuz, y Diego de Bustamante la ballesta, y emparejando los indios, que iban descuidados, con el arcabuz mataron a uno, y con la jara de la ballesta hirieron a otro en el brazo, que se la sacó, y arrojó al que se la tiró. Los indios con mucha grita arrojaron muchos dardos, y tiraderas, y volviendo a cargar los castellanos, mataron a otros dos indios, y tomando sus espadas, y rodelas, fueron a ellos; los indios, caminando el río abajo, se les iban, por lo cual volvieron a tomar el arcabuz, y la ballesta, y los seguían tirando. Los indios admirados de ver cómo los mataban, se echaron al agua y desampararon las canoas, y los castellanos hallaron comida en ellas, y dieron gracias a Dios, porque había días que se   —388→   sustentaban de hierbas, y raíces. Aquellos indios habían salido de un pueblo, que estaba apartado de la ribera, y un indio que pasaba, descubrió la canoa de Gonzalo Díaz, y fue a dar aviso, y salieron aquellas canoas a prenderla, y sucedió lo que se ha dicho. Gonzalo Díaz, y Bustamante, hicieron cruces en los árboles, para que llegando Gonzalo Pizarro, conociese que habían estado allí el día siguiente amaneció muy claro, y descubrieron grandes sierras, y dieron gracias a Dios, creyendo, que era la cordillera del Quito, o las que están junto a Popayán, o Cali, y hallaron piedras en un raudal del río, cosa que no habían visto en trescientas leguas. Volvieron el río abajo a buscar a Pizarro, que iba caminando con increíble angustia, y afán, porque de novecientos perros, ya no quedaban más de dos; uno de Gonzalo Pizarro, y otro de Antonio de Ribera, y cada día morían soldados. Y Gonzalo Díaz desde el río oyó el ruido que llevaban, talando y abriendo camino, y aguardó a Gonzalo Pizarro que iba en la retaguarda, ayudando a los más necesitados, para que nadie se quedase; y dándole cuenta de todo, lo oyó con gran alegría; y aquí se dejará esta jornada, pues no sucedió en ella otra cosa hasta el fin del año presente.





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ArribaAbajoLibro noveno


ArribaAbajoCapítulo II

Del viaje que comenzó el capitán Orellana por el río, que llaman San Juan de las amazonas, hasta salir a la Mar del Norte.


Queda dicho atrás, como prosiguiendo Gonzalo Pizarro su descubrimiento, por no hallar tierra, ni disposición para poblar, conforme a lo que pretendía, envió por el río, al capitán Orellana, el cual unos dicen, que sin licencia se apartó de Gonzalo Pizarro, y otros, que con su voluntad continuó la navegación, y descubrimiento del río, con un barco, que se había hecho, y canoas, que a los indios se habían tomado; y caminando (según dicen) con propósito de volver con vitualla, si la hallase al ejército, anduvo 200 leguas; y viéndose tan empeñado, que no podía volver atrás, prosiguió su viaje, hasta salir a la Mar del Norte, en el cual le sucedió lo siguiente. El segundo día que salieron, y se apartaron de Gonzalo Pizarro, pensaron perderse en medio del río, porque el barco dio en un madero, y rompió una tabla; pero estando cerca de tierra vararon el barco, y le aderezaron, y volvieron al viaje, andando veinte, y veinte y cinco leguas cada día por la corriente, entrando muchos ríos por la banda del Sur, y así caminaron tres días, sin ver poblado; y acabándose el mantenimiento que llevaban, y viéndose tan lejos de Gonzalo Pizarro, en viaje tan incierto, en esta confusión tuvieron por mejor de pasar adelante con la corriente, encomendándose a Dios, por   —390→   medio de una misa, que dijo el padre Carvajal, religioso dominico, como se dice en la mar; siendo ya tanto su aprieto, que no comían sino cueros de cintas, y suelas de zapatos, cocidas con algunas hierbas; y esto sucedió hasta fin del presente año; y por no partir esta historia en tantas partes, se pasará adelante con este viaje. A ocho de enero del año siguiente, estando muy ciertos de la muerte, oyó el capitán atambores de indios, con que se alegraron, pareciendo, que ya no podían morir de hambre, y estando muy sobre aviso, al amanecer, andadas dos leguas, descubrieron cuatro canoas de indios, que luego dieron la vuelta, y descubriéndose un pueblo con mucho número de indios a punto para defenderse, el capitán mandó a toda la gente que saliese a tierra muy en orden, y con cuidado de no desamparar el uno al otro. Con la vista del pueblo, estos afligidos soldados tomaron tanto ánimo que acometiéndole con valor, los indios le dejaron con mucha comida, con que satisfacieron a la excesiva hambre, estando con cuidado, porque los indios, dos horas después de medio día volvieron pasmados en canoas, a ver lo que aquello era. El capitán los habló en lengua indiana, que aunque no del todo, le entendieron, que los aseguraba, y llegados, los dio algunas cosillas de castilla, y rogó, que llamasen al señor, el cual fue muy lúcido, y con los halagos, dádivas, y buen recibimiento quedó contento, y ofreció lo que hubiese menester; y porque no se le pidió sino comida, al momento hizo llevar mucha abundancia de pavas, perdices, pescados y otras cosas. El siguiente día llegaron otros trece señores, a los cuales se hizo el mismo acometimiento; iban empenachados, y con joyas de oro, y patenas en los pechos; hablolos muy cortésmente el capitán Orellana, pidiolos obediencia para la Corona de Castilla, y se la dieron; y en su nombre tomó posesión.

Y como conoció la buena voluntad de los indios y que de buena gana le proveían, estando la gente descansada, conociendo el peligro en que se iba en aquel barco, y canoas, saliendo a la mar, propuso de hacer otro bergantín;   —391→   y según refiere el padre fray Gaspar de Carvajal en este lugar, uno de aquellos señores dio noticia de las amazonas, y de las riquezas que abajo había, y de otro rico, y poderoso señor de la tierra de adentro. Comenzada la obra del bergantín, no se halló dificultad sino de clavazón; pero quiso Dios, que dos hombres hicieron lo que jamás aprendieron, y otro tomó a su cargo el carbón. Hicieron luego unos fuelles de borceguíes, y todo lo demás, unos acarreando, otros cortando, y otros haciendo diversas cosas, en que el capitán era el primero a poner las manos. Labrados más de dos mil clavos en veinte días, detención que les fue dañosa, porque se comieron la vitualla, que adelante les aprovechara; y andadas hasta allí doscientas leguas, en nueve días, y sin siete compañeros, que de la hambre pasada murieron, determinaron (por no cansar más a los indios) de partirse día de Nuestra Señora de la Candelaria, y a veinte leguas se juntó con aquel río otro menor, por la mano derecha, el cual venía tan crecido que en el juntarse con el río mayor, peleaban con tanta fuerza las unas aguas con las otras, que pensaron perderse. Salidos de este peligro, en otras doscientas leguas, que caminaron, no hallaron ningún lugar, y pasaron grandes trabajos, y peligros, hasta llegar a unas poblaciones, adonde los indios estaban muy descuidados, y por no alborotar, mandó el capitán, que saliesen veinte soldados que los rogasen por comida, de la cual llevaban gran necesidad. Los indios holgaron de ver a los castellanos, y los dieron mucha comida de tortugas, y papagayos, y el capitán se fue a otro pueblo de la otra parte del río, adonde no se le hizo resistencia; antes le dieron bien de comer; y caminando a vista de buenos pueblos, otro día se llegaron al barco cuatro canoas; y ofrecieron al capitán tortugas, y buenas perdices, y mucho pescado, el cual los dio de lo que tenía; y con esta, y con ver que los entendía, quedaron tan contentos, que convidaron al capitán a ver a su señor, que se llamaba Aparia, el cual ya venía en algunas canoas; salieron los indios a tierra, y los Cristianos,   —392→   y llegado el señor Aparia, el capitán Orellana le hizo buen acogimiento, y un razonamiento, tocante a la Ley de Dios, y a la grandeza de los Reyes de Castilla, i todo lo oyeron los indios con mucha atención. Preguntó Aparia, que si iban a ver las amazonas, que en su lengua dicen coniapuyara, que es lo mismo que grandes señores, mirasen que eran pocos, y ellas muchas; y continuando sus pláticas, el capitán pidió, que llamasen a todos los señores de la comarca; y habiendo venido veinte, volvió a lo mismo, y acabó diciendo, que todos eran hijos del Sol, y que como tales los habían de tener por amigos, con que ellos se holgaron, y proveyeron muy bien de vitualla; y mucho más se holgaban de hablar con el capitán; el cual, tomada posesión de la tierra, puso una cruz en un lugar alto, de que los indios mostraban admiración, y contento.




ArribaAbajoCapítulo III

De lo que iba sucediendo al capitán Orellana en el viaje, y descubrimiento de este río de las amazonas.


Viendo el capitán Orellana el buen tratamiento que se le hacía, acordó de hacer allí el bergantín, y quiso Dios que se halló en la compañía un entallador, que aunque no era su oficio, fue de mucho provecho. Cortada, y aparejada la madera, con mucho trabajo, que pasaron estos hombres con mucha alegría, en treinta y cinco días le echaron al agua, calafateado con algodón,   —393→   y breado con pez, que dieron los indios. En este tiempo llegaron al capitán cuatro indios, de muy grandes cuerpos, enjoyados, y vestidos, con los cabellos hasta la cinta, y con gran humildad, poniendo mucha comida delante del capitán, dijeron que un gran señor los enviaba a saber quien eran aquellos extranjeros, y ¿Adónde iban? dioles el capitán de los rescates que llevaba, que estimaron en mucho, y los habló en la forma que hacía hablado a los demás, y con esto se fueron, y en este lugar se pasó toda la Cuaresma, y con dos religiosos que iban en aquella compañía, se confesaron todos los cristianos, y los predicaban, y animaban a padecer con ánimo constante aquellos trabajos, hasta ver el fin de ellos. Acabado el nuevo bergantín y reparado el barco, que fue de nueve goas, bastante para navegar por la mar, salieron a veinte y cuatro de abril de este asiento de Aparia, y caminaron ochenta leguas sin hallar indios de guerra, y luego dieron en despoblados, y el río iba de monte a monte, no hallando adonde dormir, ni pescar, y caminando, con sustentarse de hierbas; algún maíz tostado, a seis de mayo llegaron a un asiento alto que parecía hacer sido poblado, y allí pararon a pescar, y sucedió, que el entallador, que tan provechoso fue para la fábrica del bergantín, tiró con su ballesta a una iguana, que estaba en un árbol junto al río, y saltó la nuez de la caja, y cayó en el río, y un soldado, llamado Contreras, echó un anzuelo en una vara, y sacó un pescado de cinco palmos, y como era tan grande, y el anzuelo pequeño, fue menester sacarle con la mano, y abierto se halló en el buche la nuez de la ballesta. A doce de mayo llegaron a las provincias de Machiparo que son de mucha gente, y confinan con otro señor, llamado Aomagua, un día por la mañana descubrieron muchas canoas con indios de guerra, armados de altos paveses de conchas de lagartos, y cueros de manatí, y danta, tocando atambores, y dando grita, amenazando, que habían de comer a los cristianos, los cuales juntando sus navíos, se pusieron a punto, para lo que pudiese suceder, aunque aconteció una gran desgracia, que fue hallar húmeda la pólvora; por lo cual no pudieron servir los arcabuces.   —394→   Los indios acercados desembrazaban sus arcos, y las ballestas los hacía algún daño, y con todo eso como les iba llegando gente de socorro, hacían gallardos acometimientos, y de esta manera fueron río abajo peleando hasta un lugar, en cuyas barrancas estaba mucha gente, a pesar de la cual y de las canoas, saltó en tierra la mitad de los castellanos, y llevaron los indios hasta el pueblo, que pareciendo grande, y la gente mucha, volvió el alférez a dar cuenta al capitán, que defendía los navíos, que aun los indios de las canoas los acometían.

Sabido que en el pueblo había mucha cantidad de comida, mandó el capitán a un soldado, llamado Cristóbal de Segovia, que con doce compañeros la fuese a tomar, y cargando de ella, acudieron sobre él más de dos mil indios; pero acometiolos con sus compañeros con tanto ímpetu, que los hizo retirar, y cobró su comida, y con dos compañeros heridos se iban con ella; pero revolviendo los indios, porque por momentos acudían muchos de las poblaciones, apretaron a los castellanos, e hirieron a otros cuatro, y queriéndose retirar adonde los navíos estaban, Cristóbal de Segovia dijo, que no pensasen aquello porque no convenía dejar a los indios con victoria, ni ponerse en tanto peligro con la retirada, y haciéndolos valerosa resistencia, en fin se retiraron salvos. Entretanto por dos partes otro gran número de indios había ido a dar en los bergantines, a cuya al arma salieron a ellos, y llevándolos de retirada, vieron el aprieto en que se hallaba Cristóbal de Segovia; y habiendo peleado más de dos horas, quiso Nuestro Señor ayudar a los castellanos, habiendo hecho cosas maravillosas algunos, de quien no se esperaba mucho, que fueron Cristóbal de Aguilar, Blas Medina, y Pedro de Ampudia. Retirados los indios, se mandó curar a los heridos, que eran diez y ocho, y no tenían otra cura, sino ensalmo, y todos sanaron, salvo el Ampudia, natural de ciudad Rodrigo, que murió de las heridas en ocho días; y en esta refriega se echó de ver, cuanto vale el ejemplo del capitán, porque Orellana, no por gobernar dejó de pelear, como   —395→   cualquiera soldado, aliende de que su buena disposición, y talle, su edad floreciente, la promptitud en ordenar, y proveer, daban grande ánimo a los soldados. Y pareciendo al capitán que no convine estar peleando con los indios, ni aquello servía de nada; acordó de seguir su viaje, y embarcada buena parte de comida, y desamarrados los navíos, cargaron más de diez mil indios, los de tierra (como no podían ofender) daban mucha grita, y por el río con muchas canoas, haciendo grandes acometidas, con mucho atrevimiento, y de esta manera siguieron, toda la noche hasta el amanecer, que se vieron entre muchas poblaciones, por lo cual (cansados de la mala noche) los castellanos determinaran de irse a comer a una isla despoblada, en la cual tampoco pudieron reposar, por la multitud de indios, que saltaban en tierra. Y por esto acordó el capitán de alargarse, aunque siempre le seguían ciento y treinta canoas en que habría ocho mil indios, en, las cuales andaban cuatro o cinco hechiceros, todos encalados, echando ceniza de las bocas, y agua con hisopos, y con el estruendo de sus atambores, cornetas, bocinas, y grita, era cosa temerosa ver lo que pasaba, y sino hubiera arcabuces, y ballestas, fuera imposible salvarse, porque llegando los indios muy determinados de barloar con los navíos, yendo delante su general, un arcabucero llamado Cales, le apuntó, y dio en los pechos, y viéndole muerto, acudieron a él todos, con que los navíos tuvieron lugar de salir a lo ancho del río, y con todo eso le siguieron, sin dejarlos descansar dos días y dos noches, y de esta manera salieron de las poblaciones de aquel gran señor, llamado Machiparo. Habiéndose quedado las canoas, llegaron a un pueblo, en cuya resistencia estaban algunos indios; y pareciéndole al capitán que convenía reposar cuatro días de los trabajos pasados, mandó zabordar los navíos, y disparando los arcabuces, y ballestas, los indios dieron lugar, y salió en tierra, y ganó el pueblo.



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ArribaAbajoCapítulo IV

Que el capitán Orellana prosigue el descubrimiento del río, que también llaman de su nombre.


En el referido pueblo se detuvieron tres días comiendo a discreción, y porque pareció, que de él salían muchos caminos reales, el capitán no se quiso detener mas, y desde Aparia (según la cuenta que llevaban) hasta este pueblo, habían andado trescientas y cuarenta leguas, las doscientas de despoblado, y habiendo embarcado mucho bizcocho, que los indios tenían de maíz, y de yuca, y muchas frutas, salieron de este lugar el domingo después del Ascensión, y a dos leguas de camino hallaron que entraba en el río otro más poderoso, y que en su entrada tenía tres islas, por lo cual le llamaron el río de la Trinidad, y había muchas poblaciones, y la tierra parecía muy buena, y fructífera, y todavía salían a ellos tantas canoas, que los hacían navegar por medio del río. Otro día descubrieron un lugar pequeño de muy linda vista, y aunque lo defendieron se entró, y en él se halló mucha vitualla, y una casa de placer, con muy buena loza de tinajas, cántaros, y otras vasijas vidriadas, y esmaltadas de todas colores muy vivas, con muy buenos dibujos, y pinturas, y allí dijeron los indios que todo aquello había la tierra adentro, con mucho oro, y plata, y hallaron dos ídolos tejidos de palma, por extraña manera, de estatura de gigante, con ruedas en los molledos de los brazos, y, pantorrillas, a manera de arandelas; también hallaron en este pueblo oro y plata, y como su intención, no era sino el descubrimiento, y salvar las vidas, no trataron de otra cosa. Salían de este lugar dos caminos reales, y el capitán anduvo como media legua por ellos, y hallando, que se ensanchaban más, volvió, y mandó que la gente se embarcase, y continuase su camino, porque en tierra tan poblada no   —397→   convenía estar de noche; y habiendo caminado más de cien leguas por esta tierra tan habitada, siempre por medio del río, por apartarse de los indios, llegaron a la de otro señor, llamado Paguana, adonde los indios eran domésticos, y daban de lo que tenían, y había ovejas de las del Perú; la tierra era abundante, y con muy buenas Frutas.

El día de la fiesta del Espíritu Santo, pasaron a vista de un gran pueblo de muchos barrios, y en cada barrio su desembocadero al río, adonde había mucha gente; y visto que los navíos se pasaban, se embarcó la gente en sus canoas, y por el d año que se les hacía con las ballestas, y arcabuces se volvieron. Otro día llegaron a otro pueblo, adonde se acabó el señorío de Paguana, y tomaron comida; y entraron en el dominio de otro señor de gente guerrera, cuyo nombre no supieron, y víspera de la Trinidad tomaron puerto en un pueblo, adonde los indios se defendían con grandes pavesas, y a su pesar entraron el pueblo y se proveyeron de comida, y luego por la mano izquierda vieron que entraba un río con el agua negra como la tinta, que en más de veinte leguas, por su fuerza hacía raya en la otra agua, sin mezclarse con ella, y vieron muchos pueblos, aunque no grandes, y entraron en uno, adonde hallaron mucho pescado, aunque fue menester ganar una puerta de una muralla de madera, que cercaba todo el lugar; y siguiendo su camino, pasaron por muy grandes poblaciones, y provincias, proveyéndose de comida; y cuando iban por la una vianda del río, por su anchura no veían la otra. Llegaron a un lugar adonde se tomó un indio, que dijo, que el señorío era de las amazonas, y en él hallaron una casa, adonde había muchas vestiduras de plumas de diversas colores, que vestían los indios para celebrar sus fiestas, y bailar. Pasaron luego por otras muchas poblaciones, estando los indios gritando, y llamando en la ribera, y a siete de junio tomaron tierra en un pueblo, sin resistencia, porque no había sino mujeres, y cargaron de mucho pescado que hallaron, y por las muchas importunaciones de los soldados, por ser víspera de Corpus Christi, acordó de   —398→   quedar allí; a puesta de sol vinieron los indios del campo, y hallando tales huéspedes, procuraron de los echar con las armas, pero los castellanos resistieron, y los maltrataron, y con todo eso el capitán Orellana quiso que la gente se embarcase, y prosiguió su camino, descubriendo siempre tierras pobladas, hasta topar otra gente más mansa, y pasando adelante descubrieron un gran pueblo, en el cual vieron siete picotas con cabezas de hombres clavados en ella, por lo cual la llamaran la provincias de las picotas; de este pueblo bajaban caminos empedrados con árboles de frutas puestos por los lados; y otro día hallando otro lugar de la misma manera, por la necesidad de comida hubieron de entrar en él, y los indios, por dejarlos desembarcar se escondieron, y cuando los vieron en tierra, los fueron a acometer, yendo delante su señor, o capitán; pero un ballestera le encaró, y derribó, con que todos huyeron, y hubo lugar de tomar comida de maíz, tortugas, patos y papagayos.

Con la buena provisión de mantenimientos que llevaban, se fueran a descansar en una isla, y de una india de buena razón, que aquí tomaron, se entendió, que la tierra adentro había muchos hombres como los castellanos, y dos mujeres blancas, con un señor, que los había llevado el río abajo, y se entendió, que podía ser de los de Diego de Ordás, o Alonso de Herrera, y navegando por poblaciones, sin tocar en ninguna, porque llevaban comida; al cabo de algunos días llegaron a otra gran población, por donde dijo la india, que se había de ir adonde estaban los cristianos; pero como no era su fin aquel, pasaron adelante. Salieron dos indios en una canoa, y estuvieron mirando los bergantines, y aunque los llamaron, no quisieron entrar, y al cabo de cuatro días fueron a tomar un pueblo, adonde los indios no se defendieron, y hallaron maíz, y avena de Castilla, de la cual los indios hacían vino a manera de cerveza, y hallose una bodega de este vino, y buena ropa de algodón, y un adoratorio con armas para la guerra, colgadas, y dos mitras, a manera de las obispales, tejidas de colores; y conforme a su costumbre; se fueron a dormir,   —399→   desde este pueblo a un monte de la otra banda del río, adonde acudieron muchos indios con canoas a inquietarlos.

A veinte y dos de junio descubrieron muchas poblaciones a la mano izquierda del río, y no pudieron pasar a ellas por la gran corriente. Miércoles siguiente hallaron un pueblo, por medio del cual pasaba un arroyo, y tenía una gran plaza, en él hallaron vitualla, y siempre descubrían lugares, que eran de pescadores, y en doblando una punta del río, descubrieron adelante muchos y muy grandes lugares, que estaban avisados de la ida de estos castellanos, y los salieron a recibir por el agua con mala intención; el capitán Orellana llamaba a los indios, y los ofrecía rescates, y cosillas; pero ellos se burlaban, y adelante había multitud de gente en diversas tropas. El capitán mandó, que los navíos se enderezasen adonde la gente estaba, para buscar comida, pero fue tanta la flechería que tiraron, que habiendo herido a cinco personas, y entre ellas al padre fray Gaspar de Carvajal, el capitán Orellana dio mucha priesa en zabordar con los navíos, y echar la gente en tierra, adonde pelearon los indios animosa, y porfiadamente, sin hacer caso de los muertos, y heridos; afirma el padre Carvajal, que se defendieron tanto estos indios, por ser tributarios de las amazonas, y que él, y los demás vieron diez, o doce de ellas, que andaban pelando delante de los indios, como capitanes, tan animosamente, que los indios no osaban volver las espaldas, y al que huía delante de las castellanos, le mataban a palos. Estas mujeres les parecieron muy altas, membrudas y blancas, con el cabello muy largo, trenzado, revuelto a la cabeza, en cueros, cubiertas sus partes secretas, con sus arcos, y flechas en las manos, de las cuales los castellanos mataron siete o, ocho, que fueron las que vieron, por lo cual huyeron los indios. Esto de las amazonas lo refiero, como lo hallé en los memoriales de esta jornada, reservando el crédito al albedrío de cada uno, pues no hallo, para ser estas mujeres amazonas, sino el nombre que estos castellanos las quisieron dar. Y porque acudía mucha   —400→   gente de los otros pueblos en su ayuda, se embarcaron con diligencia, y se alargaron, juzgando, que hasta aquel día tenían andadas mil e cuatrocientas leguas, sin saber lo que había hasta la mar, y aquí se tomó un indio trompeta de hasta treinta años, que refería muchas cosas de la tierra adentro; y cuanto a las amazonas, muchos juzgaron, que el capitán Orellana no debiera dar este nombre a aquellas mujeres que peleaban, ni con tan flacos fundamentos afirmar, que había amazonas, porque en las Indias no fue cosa nueva pelear las mujeres, y desembrazar sus arcos, como se vio en algunas islas de Barlovento, y Cartagena, y su comarca, adonde se mostraron tan animosas como los hombres.




ArribaAbajoCapítulo V

Del fin del descubrimiento del río de Orellana.


Hechos a lo largo del río, a poco trecho descubrieron un gran pueblo, y a importunación de los soldados, el capitán fue a él por tomar vitualla, aunque decía, que si bien no parecían indios, estaban emboscados, y así fue, que en llegando a la ribera, se descubrieron infinitos, que dieron una gran ruciada de flechas, y cuando no llevaran su pavesada, hecha desde la tierra de Machicaro, recibieran mucho daño, aunque fue muy grande el haber herido al padre fray Gaspar de Carvajal de un flechazo en un ojo, de manera que le perdió, cosa, que a todos dio mucha pesadumbre, porque este padre, demás de ser muy religioso, con su ánimo, y prudencia ayudó mucho en estos trabajos. La multitud de la gente, y las muchas poblaciones, que no distaban media legua unas de otras, así en la banda del sur del río, como en   —401→   la que se podía comprehender de la tierra a dentro, dieron conocimiento al capitán Orellana, de los peligros en que se había de ver; por lo cual acordó de recoger su gente, y no aventurarla a cada paso. Aquí tuvieron particular cuidado de considerar las calidades de la tierra, que pareció templada, y fértil. Los montes eran encinales, y alcornocales, con bellotas, y robledales; la tierra alta con muchas sabanas, y mucha caza de todos géneros, y llamando a esta provincia de San Juan, que tenía más de ciento y cincuenta leguas de costa poblada, porque en su día entraron en ella; caminaban por medio del río, hasta que dieron en muchas islas, que pensaron ser despobladas, de las cuales (en descubriendo a los navíos) salieron sobre doscientas piraguas, en cada una treinta, y cuarenta indios, lucidos con diversas divisas, con muchos atambores, trompetas, órganos, que tocaban con la boca, y rabeles de tres cuerdas, y con gran grita acometieron a los bergantines; pero las ballestas y arcabuces detuvieron su ímpetu, y en tierra había grandísimo número de gente con los mismos instrumentos. Las islas parecieron altas, fértiles, y muy graciosas, y les pareció que la mayor tendría cincuenta leguas de largo, y caminando los bergantines, siguiendo siempre las piraguas, no pudieron tomar bastimento. Salidos de aquella provincia de San Juan, cuando vieron que los dejaron las piraguas, acordaron de descansar en un robledal, y por un vocabulario, que el capitán Orellana había hecho, hizo muchas preguntas al indio que prendieron, del cual supieron, que aquella tierra era sujeta a unas mujeres, que vivían de la misma manera que amazonas, y eran riquísimas; poseían mucho oro, y plata; tenían cinco casas del sol, planchadas de oro, que las casas eran de piedra, y las ciudades muradas, y tantas particularidades, que ni me atrevo a creerlas, ni afirmarlas, por la dificultad que me pone saber, que las relaciones de los indios en estas cosas, siempre salieron inciertas, y que habiendo el capitán Orellana confesado, que ya no entendía a estos indios, en tan pocos días no parece que pudo ser su vocabulario tan copioso, y cierto, que tantas menudencias se pudiesen entender de este indio, y así creerá cada uno lo que le pareciere.

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Habiendo descansado en el robledal, prosiguieron su viaje, pensando no hallar más poblado; pero por la banda izquierda del río descubrieron poblaciones en tierra alta, grandes, y vistosas, y no quiso el capitán que se llegase a ellas, por no dar ocasión a los indios, pero sin ella salieron muchos hasta la mitad del río, mirando los bergantines como espantados, y dijo el indio que estas tierras, que tenían más de cien leguas, eran del señor Caripuna, que tenía mucha cantidad de plata; y hallando un pequeño lugar, por tomar vitualla saltaron en tierra, y los indios en la defensa mataron a Antonio de Carranza, natural de Burgos, y aquí descubrieron que los indios usaban la yerba ponzoñosa, y reconocieron la repunta de la marea, y pasando adelante, queriendo el capitán que se descansase, paró en un monte, y se hicieron barandas a los bergantines, para la defensa de las flechas emponzoñadas, y aunque allí se quisieron detener dos, o tres días, comenzaron a ir canoas, y gente de tierra. Afirma el padre Carvajal, que un ave los siguió más de mil leguas, y que en este asiento muchas veces gritó hui, hui, y que otras veces, cuando llegaban cerca de poblado, decía huis, que significa casas, y cuenta otras cosas maravillosas, y que en este asiento los dejó, que nunca más la vieron; y caminando un día entero, llegaron a otras islas pobladas, y conocieron, con mucho regocijo, la marea, y a poco trecho descubrieron un brazo del río no muy grande, del cual salían dos escuadrones de piraguas, que rabiosamente, y con gran alarido acometieron los bergantines, y las barandas fueron aquí de mucho provecho; pero cuando los indios probaron las ballestas y arcabuces, se apartaron, no quedando los castellanos sin daño, porque mataron a García de Soria, natural de Logroño, de una herida de flecha, que no entró medio dedos, porque era envenenada, y así murió en veinte y cuatro horas. Era esta tierra muy poblada de un señor, llamado Chipayo, y cargando de nuevo la multitud de las piraguas sobre los bergantines, que iban navegando, el alférez de un tiro de arcabuz mató dos   —403→   indios, y de miedo del trueno cayeron muchos en el agua; un soldado, llamado perucho, vizcaíno, derribó a un principal, con que las piraguas se pararon y dejaron los bergantines.




ArribaAbajoCapítulo VI

Que continua el fin del descubrimiento del río de Orellana; y que el capitán sale a la mar, y aporta a la isla de Cubagua.


Por las muchas poblaciones de la mano derecha se pasaron a la izquierda del río, que no las había, aunque bien echaban de ver, que lo interior de la tierra era muy poblado, y descansando tres días en esta ribera, envió el capitán soldados, que a lo menos una legua anduviesen por la tierra, y la reconociesen, y presto volvieron, diciendo que la tierra era buena, y fértil, y que habían visto mucha gente, que les parecía que andaban a caza, y desde aquí comenzaron a hallar tierra baja, y muchas islas pobladas, por las cuales se metieron para tomar de comer, y nunca más pudieron volver a tomar la Tierra Firme por ninguna ribera, hasta la mar, y les pareció, que debieron de caminar por entre estas islas como doscientas leguas, todas las cuales subía la marea con mucha furia, y mucha más; y caminando su acostumbrado viaje, llevando falta de comida, vieron un lugar, y fueron a él, y el mayor bergantín tomó bien el puerto, el otro topó en un madero, y rompiendo una tabla se anegó; salieron a tomar comida, y fueron tantos los indios que cargaron, que hicieron retirar a los cristianos a sus navíos, estando el uno anegado, y el otro en   —404→   seco, porque había bajado la marea. En esta gran necesidad, y peligro mandó el capitán Orellana, que la mitad de los compañeros peleasen, y la otra mitad pusiesen el navío grande en floto, de manera que nadase, y adobasen el menor navío; quiso Dios que esto se hizo con diligencia, echándole una tabla, y que al mismo tiempo, al cabo de tres horas que se trabajaba, los indios dejaron de pelear, y todos se embarcaron con alguna comida, que de allí sacaron, y se fueron a dormir en mitad del río. Otro día pararon en un monte, adonde estuvieron diez y ocho días, para adobar mejor los navíos, porque fue necesario hacer clavos, y padeciendo mucha hambre, los socorrió Dios con una danta tan grande como una mula, que sacaron ahogada, que iba por el río, y della se sustentaron cuatro, o cinco días.

Llegados cerca de la mar hicieron sus jarcias, y cordeles de yerbas, y velas de las mantas en que dormían, y en esto tardaron catorce días, no comiendo sino lo que cada uno mariscaba, y mal proveídos salieron de este asiento a ocho de agosto del año de 1541, fueron a la vela guardando las mareas, llevando por rejones unas piedras, que muchas veces, cuando volvía la marea, volvían a tras; pero quiso Dios sacarlos de estos peligros, porque caminando por tierra poblada, los indios los daban maíz, y raíces, y los trataban bien; metieron agua en sus bergantines, en cántaros, y tinajas, y cada uno el maíz que tenía tostado, y raíces, y de esta manera se apercibieron para la mar, adonde la ventura los quisiese echar, sin piloto, ni aguja, ni otra cosa para poder entender la navegación ni sabían por qué parte, ni rumbo, habían de echar. Afirmaron los dos padres religiosos, que en este viaje se hallaron, que toda la gente de este río es de mucha razón, y de buenos ingenios, lo cual parecía así, por las obras que hacen de bulto, dibujos y pinturas de todas colores muy vivas. Salieron de la boca del río por entre dos islas que había, de la una a la otra cuatro leguas. Parecioles, según juzgaron desde arriba, que la boca del río tendría cincuenta leguas, y que metía el agua dulce en la mar más de veinte leguas, y que   —405→   crece y mengua cinco, y seis brazas. Y salieron a veinte y seis de agosto del año de 1541, con tan buen tiempo; que ni por el río, ni por la mar tuvieron aguaceros; navegaban por la mar a vista de tierra de día y de noche, guardándose de ella, y vieron muchos ríos que entraban en la mar, y habiéndose apartado el barco pequeño del grande una noche, nunca más le pudieron ver, y al cabo de nueve días de navegación, se metieron en el golfo de Paria; y aunque remaron siete días no podían salir, y su comida no era sino fruta, a manera de ciruelas que llaman hogos, y con este trabajo los sacó Dios por las Bocas del Grago, y al cabo de dos días que salieron de aquella cárcel, sin saber adonde estaban, ni adonde iban, ni lo que de ellos había de ser, aportaron a la isla de Cubagua a once de septiembre, habiendo dos días que había llegado el bergantín pequeño. En Cubagua fueron muy bien recibido, y regalados, y desde allí acordó el capitán Orellana de venir a dar cuenta al Rey de tan gran descubrimiento, certificando, que no era el río Marañón, según dijeron los de Cubagua, y muchos le llaman, el Dorado; y según el padre Carvajal refiere, navegaron por él mil y ochocientas leguas, contando las vueltas que hace.