Sobre el relato breve y sus nombres. Evolución de la nomenclatura española de la narración breve desde el Renacimiento hasta 1850
Borja Rodríguez Gutiérrez
Sociedad Menéndez Pelayo
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Resumen: En el siglo XIX el cuento adquiere auténtica dimensión literaria. Sin embargo no existe aún una definición común del término y la narración breve adopta multitud de nombres, según el gusto o capricho del autor. El artículo analiza, en primer lugar, los problemas terminológicos que tiene la palabra cuento para designar a la narración breve y en concreto su uso para referirse, bien a una narración de transmisión oral, bien a una historia de carácter fantástico, independientemente de su extensión, o bien a una manifestación no literaria. En segundo lugar analiza la evolución histórica de la definición del género de la narración breve, dividiéndola en dos partes: hasta 1800 y desde 1800 hasta 1850. La conclusión es que los autores que escribían cuentos de 1800 a 1850 carecían de una base teórica para comenzar su actividad literaria. El concepto de narrativa acababa de asomarse a las teorías literarias de la época pero la diferenciación de género entre novela y cuento no estaba ni insinuada.
Palabras clave: Cuento. Narración. Narrativa. Géneros literarios. Romanticismo.
Abstract: In the 19th century the short story acquires authentic literary dimension. Nevertheless a common definition of the term does not exist and the short story adopts multitude of names, according to the taste or caprice of the author. The article analyzes, first, the terminological problems that the word «cuento» to designate to the brief story and in I make concrete his use to refer, well to a story of oral transmission, well to a history of fantastic character, independently of his extension or to a not literary manifestation. Secondly he analyzes the historical evolution of the definition of the kind of the short story, dividing her in two parts: until 1800 and from 1800 until 1850. The conclusion is that the authors who were writing shorts stories from 1800 to 1850, were lacking a theoretical base to begin his literary activity. The concept of narrative finish of appearing to the literary theories of the epoch but the differentiation of kind between novel and short story was not insinuated.
Key Words: Short Story. Story. Narrative. Genres. Romanticism.
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En el siglo XIX el
cuento adquiere auténtica dimensión literaria.
Según Mariano Baquero Goyanes hay que diferenciar entre dos
cosas: la primera, la aparición de la palabra
«cuento» en la lengua castellana, y la
utilización de esa palabra para designar relatos breves de
tono popular y carácter oral, y otra muy distinta: la
aparición del género que solemos distinguir como
cuento literario, precisamente para diferenciarlo del tradicional.
Este existía desde muy antiguo, en tanto que la decisiva
fijación del otro, del literario, habría que situarla
en el Siglo XIX (Baquero Goyanes, 1988, pp. 105-106). Esta opinión del
máximo especialista en nuestro cuento decimonónico es
corroborada por otros autores que apuntan conclusiones parecidas.
Según Enrique Pupo-Walker «hacia
fines del XIX comienza a definirse la poética del
cuento»
(Pupo-Walker, 1973, p. 12). Lo cual no hace sino confirmar la
opinión que ya había avanzado Juan Valera: «Habiendo sido todo cuento al empezar las
literaturas, y empezando el ingenio por componer cuentos, bien
puede afirmarse que el cuento fue el último género
literario que vino a escribirse»
. (Valera, 1907, pp.
8-9).
Todavía a
principios del Siglo XX se mantiene una cierta indefinición
del término. Menéndez Pelayo, en el capítulo
IX de sus Orígenes de la Novela: «Cuentos y
Novelas cortas» utiliza indistintamente las palabras cuento y
novela (en el sentido italiano de novella) para denominar las narraciones
breves. Así, refiriéndose al libro Silva
Curiosa de Julián de Medrano, Don Marcelino dice lo
siguiente: «Hay en el libro dos
narraciones tan mal forjadas y escritas, que sin gran
escrúpulo pueden atribuirse al mismo Julián de
Medrano. Una es cierta novela pastoril... La otra... es un
largo cuento de hechicerías y artes
mágicas...»
(Menéndez Pelayo, 1943, III,
123). Y hablando de Contos e historias de proveito e exemplo, del
autor portugués Gonzalo Fernández Trancoso: «Llegando a los cuentos propiamente
dichos, a las narraciones algo más extensas, que
pueden calificarse de novelas cortas...»
(ibíd., p. 144)
(Los subrayados son míos).
No cabe duda de que las narraciones de longitud breve han recibido una gran cantidad de nombres distintos, a veces sin una definición clara. Por contra, el término «cuento» aparece asociado a significados diferentes del relato breve: transmisión oral, carácter no literario, o temática fantástica.
El término cuento aparece en general asociado a la narración oral. Menéndez Pelayo recoge la obra del portugués Francisco Rodríguez Lobo, Corte na aldea e noites de inverno (1619), en la que Rodríguez Lobo en los diálogos X «De la materia de contar historias en conversación» y XI «De los cuentos y dichos graciosos —145→ y agudos en la conversación», diferencia entre los Cuentos y las Historias, entendiendo como tales a las novelas al estilo italiano. En las novelas se usa más
(ibíd., pp. 150-152) |
Consejos, como se ve, para el hombre que quiere mantener una conversación elegante e ingeniosa
Rodríguez
Lobo es quizás quien más claramente explica el
carácter oral del término cuento, pero hay otros
ejemplos. Sebastián Mey, en el prólogo de su
Fabulario en que se contienen fábulas y cuentos
diferentes de 1613 recomienda «que
las madres y las amas no cuenten a los niños patrañas
ni cuentos que no sean honestos»
. (ibíd.,
p. 153). Juan de Timoneda en el prólogo de El
Patrañuelo advierte a sus lectores, en su
«Epístola al amantísimo lector»
(Timoneda, 1979, p. 19) |
Se trata de cuentos por que el autor los escribe para que luego sean contados, eso sí, sin perder su gracia. Y Cervantes, en El Quijote, nos habla de El curioso impertinente como novela, pues fue encontrada escrita, mientras que la historia de Marcela y Grisóstomo es calificada como cuento, al ser narrada de viva voz por Pedro.
—146→Este concepto de
que el cuento se caracteriza, ante todo, por la transmisión
oral aparece hasta bien entrada la segunda mitad del Siglo XIX. Ese
parece ser el que le da Bécquer al comienzo de «El
Rayo de Luna» de 1862: «Yo no
sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que
parece historia»
. Y Narciso Campillo, en 1872, explicaba
de esta manera los orígenes de la novela:
(Campillo, 1881, p. 223) |
Es pues la forma
de transmisión lo que diferencia a cuento y novela para
Campillo. Si la transmisión es oral es cuento, si es escrita
es novela. Una vez que la narración está escrita es
novela independientemente de sus dimensiones. Por ello Campillo no
habla en su obra de la narración breve bajo ninguno de sus
nombres: toda la narración en prosa está englobada en
su libro bajo el nombre de novela. No deja de ser curioso esto
viniendo de un autor que cultiva con asiduidad el
cuento1.
Esta diferenciación entre cuento y novela por el
carácter oral del cuento se advierte también en las
memorias de Julio Nombela. Recuerda este autor que en su infancia
era muy aficionado a las «historias y cuentos» que le
contaban sus familiares sobre todo los cuentos más
fantásticos (Nombela, 1976, pp. 26-27). Pero cuando evoca
sus inicios literarios en la narración breve habla de
«novela de breves dimensiones»
(ibíd., p. 296) o comenta que un amigo suyo
publicaba «episodios históricos
novelescos»
en El Museo de las Familias
(ibíd., p. 453).
La oralidad del
cuento lleva a que sea considerado como extraliterario y poco
culto: no apropiado para literatos. Así lo vemos en el
Libro de erudición poética de Luis Carrillo.
Al abordar el tema de la Historia, Carrillo expresa las excelencias
de este género, el más noble, en su opinión,
de todos los de la prosa: «Es la Historia
muy cercana a la poesía y en cierta manera a verso suelto, y
por ello usando de palabras más remotas y de figuras
más libres y licenciosas evita el enfado de los
cuentos»
(Carrillo y Sotomayor, 1613, p. 139) (El
subrayado es mío). La valoración negativa del cuento
puede verse en otras obras como una Sátira contra la
literatura chapucera del tiempo presente de Juan Pablo Forner,
en la que el autor dice despreciar las —147→
objeciones de «algunos lectores
criticones / entre los que de cuentos se alimentan»
(Forner, 1844, p. 190), y se lamenta del estado de la literatura y
la cultura en su tiempo en que «Castillos
en el aire se fabrican / Llamase docto al forjador de
cuentos»
(ibíd., p. 192). No es de
extrañar por lo tanto que el Padre Terreros en su
Diccionario Castellano incluya la siguiente
definición de cuento: «Se dice
también algunas veces por narrativa inútil y discurso
despreciable»
. (Terreros, 1786, t. 1, p. 572).
Juan Valera colaboró en el Diccionario enciclopédico hispanoamericano que comenzaron a editar en 1887 los editores barceloneses Montaner y Simón, con un artículo sobre el cuento que fue incluido en el tomo XIV de sus obras completas, a modo de prólogo. (Valera, 1907, pp. 5- 13) Valera pretende definir el cuento por exclusión. En principio cuento era lo que se contaba. En la antigüedad no se escribía pero se imaginaba. El origen del Universo y la vida de los dioses fueron los primeros cuentos que dejaban de serlo cuando se creían, y volvían a ser cuentos cuando dejaban de creerse. Al aparecer la escritura algunos cuentos se recogieron y fueron la materia prima de la religión, otros lo fueron de la poesía y otros los de la historia. Los que no fueron recogidos de ninguna manera quedaron como los cuentos vulgares, populares, una «ficción involuntaria» sin intención ni interés literario. Al ser oral su transmisión no forman parte de la literatura.
Antes del cuento literario, del cuento escrito, apareció otro género literario, fundado en el cuento, pero que no es el cuento; la novela.
Valera encuentra
tres especies de cuentos principales: los de «maravillas,
encantos, y cosas sobrenaturales», los de amor, y los breves
y humorísticos que él denomina
«chascarrillos» -al estilo de Rodríguez Lobo-.
Los últimos no merecen el calificativo de literarios, y los
segundos «sobre todo cuando no hay en
ellos elemento sobrenatural, son novelas en compendio, novelas en
germen»
. Son los primeros, los de «asombros y
prodigios», los que han permanecido como cuentos.
Valera, como vemos, no se fija en la extensión, sino en el elemento de fantasía, para definir cuento y novela. Novela es pura y simplemente la novela realista; la fantasía y el vuelo de la imaginación llevan a calificar a la narración en cuestión como cuento. Tal vez sea éste el sentido que Menéndez Pelayo (1949, p. 417) utiliza al calificar de «entretenido cuento» a La Campana de Huesca de Antonio Cánovas del Castillo, una novela que en edición de bolsillo de 1976 llena 254 páginas de letra pequeña y apretada.
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No es posible encontrar una definición clara del género en las distintas obras de preceptiva e historia literaria. Los nombres se mezclan y las definiciones no coinciden en uno y otro autor de tal manera que a la altura de 1800 los autores que se enfrentaron a la narración no tenían clara, en modo alguno, ninguna conciencia de género.
Miguel de Salinas escribe en 1541 su Retórica en lengua castellana, la primera obra de ese género que se compuso en español. En esta obra como en muchas otras retóricas las indicaciones son para la oratoria y las menciones que se hacen a narración, fábula, apólogo, etc., son para su inclusión en el discurso. Solo mucho más adelante la retórica tendrá en cuenta los escritos en prosa (y muchas veces para catalogarlos como géneros inferiores a la oratoria).
Ya aparece en
Salinas el concepto de narración que se va a
repetir en sucesivas retóricas y que es la primera
manifestación teórica sobre un género
literario en prosa narrativa. Para Salinas «la narración pone delante de los
ojos lo que pasa, siempre tirando a persuadir ser verdadero lo que
cuenta»
(Casas, 1980, p. 68). La
narración puede estar más o menos cercana al
propósito de que se trata, es decir al elemento del cual se
quiere convencer al oyente; la más cercana es la
narración propiamente dicha y la más lejana
se llama digresión. El concepto de Salinas de
narración es muy amplio e incluye lo que ahora
consideramos modo narrativo y lo que consideramos modo descriptivo.
Así el capítulo IX habla «De la
narración o manera de dar cuenta de la cualidad y
particularidades de la persona», el capítulo X
«De la narración o pintura del lugar», («Cuando damos cuenta de algún lugar como
es provincia ciudad, monte, región, [...] debemos procurar
que sea así como si, estando en el mismo lugar,
trajésemos por la mano al que lo oye»
), el
capítulo XI «De la narración o pintura del
tiempo» y el capítulo XII «De la
narración de cualquier cosa en general»
(ibíd., pp. 76 a 84). Hay que hacer notar que
Salinas usa como sinónimos narrar, pintar, dar cuenta y
contar. Los atributos fundamentales de la narración son
tres:
(ibíd., p. 86) |
—149→
Este concepto de narración, que se va a repetir en otros autores más o menos matizado pone en relación la oratoria con el cuento que será de esta manera utilizado como ejemplo por los oradores, sobre todo por los sagrados, tal como se podía ya ver en la Disciplina Clericalis del Siglo XI. También va a dar al cuento más breve un carácter moralizante y pedagógico, del cual se desprenderá con mucha dificultad y no totalmente, pues en buen número de cuentos sigue presente hasta nuestros días.
Los retóricos que escriben después de Salinas difieren varias veces de sus ideas, pero ninguno llega a diferenciar entre narración y descripción. La mezcla teórica de estos dos elementos se mantiene, por lo menos, hasta el período que finaliza nuestro estudio.
En 1589 Juan de Guzmán, en su Retórica, habla de los elementos de la oratoria. No discrepa de la idea que tiene Salinas de narración, aunque concreta un poco más las circunstancias de su uso y distingue entre un modo narrativo y un modo dialogado. Para Guzmán la fábula es un género narrativo que existe dentro de la oratoria. Hay dos tipos de fábulas: de narración y de diálogo. Todas las fábulas se componen de dos partes: narración y admonición, que es la consecuencia que se debe sacar de la historia. Menciona también Guzmán la «Chria» o Sentencia, un género narrativo más breve aún que la narración. Se trataría de una anécdota de un hecho o dicho famoso.
Alonso
López Pinciano publica en 1596 Philosofia antigua
poética. Aquí el concepto de
fábula es muy diferente del de Guzmán. Se
corresponde no con un género o subgénero determinado,
sino con elementos modernos de la teoría literaria como
argumento y trama. La fábula de
López Pinciano aparece, por lo tanto, tanto en la
épica como en la tragedia o en la comedia. Su
carácter principal es la verosimilitud. «Las ficciones que no tienen imitación y
verosimilitud no son fábulas, sino disparates»
(López Pinciano, 1596, p. 166). Continúa aún
más el estudio de la fábula diferenciando
dentro de ella entre argumento y episodio. El
argumento sería lo fundamental de la historia y los
episodios elementos secundarios que se pueden eliminar sin
que esto afecte al argumento: «Episodio
es un emplasto que se pega y despega a la fábula»
(ibíd., p. 172). El episodio es pues un
relato breve, que sirve para adornar el relato principal:
más propio para López Pinciano de la épica que
de la tragedia o de la comedia. El episodio
(término que usarán los cuentistas de la primera
mitad del XIX) adquiere de esta manera una cierta identidad propia:
«La epopeya es una rosa abierta, y el
pezón y cabezuela es la fábula, y las hojas son los
episodios que la ensanchan y florecen, y así como las hojas
penden de la cabezuela, los episodios penden de la
fábula»
(ibíd., p. 172). Por lo
tanto, de la misma manera, que los episodios deben estar
unidos a la fábula tan livianamente que en
cualquier momento puedan eliminarse de la historia sin dañar
al conjunto, por lo mismo su constitución interna no puede
depender de su unión con la fábula y de esta
manera adquieren una casi independencia y autonomía. En
realidad, es el cuento en verso lo que López Pinciano llama
episodio.
Habla
también López Pinciano del apólogo.
Lo considera una «especie poética menor», junto
con la Sátira, la Égloga, la Elegía y el
Epigrama. El elemento fundamental que lo distingue es su
intención moralizante: «Poema
común, el cual debajo —150→
de la narración fabulosa enseña una pura
verdad»
(ibíd., p. 506). Si bien
está hablando de especies poéticas es interesante
señalar que en su definición usa la voz
narración en el sentido de relato.
Baltasar de Céspedes escribió El Humanista en 1600 aunque la obra no se llega a imprimir hasta 1784. Céspedes considera a la fábula como el género que engloba todas las obras de ficción (Céspedes, 1784, p. 72) y usa la voz cuento para referirse a aquello que se cuenta o relata sin que en ello intervenga forzosamente la invención o la creación literaria (ibíd., p. 73).
El Cisne de
Apolo de Luis Alfonso de Carvallo (1602) vuelve a considerar a
la fábula como un género narrativo si bien
sea en verso. Pero Carvallo parece entender que
fábula viene de fabuloso. Según él
las ficciones se dividen en verosímiles e
inverosímiles: parábolas y
fábulas. «Las
verosímiles son las que cuentan algo que, si no fue, pudo
ser o podrá suceder y estas han de ser muy aparentes y
semejantes a verdad [...] De estas usaron los Hebreos,
llamándolas parábolas [...] las fábulas son de
casos que no sucedieron en aquella forma que se cuentan, ni pueden
suceder formalmente»
. (Carvallo, 1602, p. 21). Prosigue
Carvallo dividiendo las fábulas en dos clases, las visibles
y corpóreas (las Metamorfosis de Ovidio) y las
intelectuales y metafísicas (cuando se presenta a personajes
abstractos como el amor, la soberbia, la virtud...) También
es muy diferente su visón del episodio, que
él sitúa dentro de la historia y que es «fingir lo que pudo suceder y acaso
sucedió no contando lo contrario de ello»
(ibíd., p. 134). Puede hacerse esto porque al
historiador le es permitido añadir cosas que no sean
ciertas, siempre que con arte estén escritas e insertadas y
no sean radicalmente falsas: «también se usa contar algunas ficciones
en estilo histórico, ya por la moral [...] ya por ejemplo,
entretenimiento y gusto»
(ibíd., p. 134).
Esta concepción del episodio sería luego
aprovechada por los cuentistas románticos.
De 1604 es la
Elocuencia española en Arte de Bartolomé
Jiménez Patón. Aquí el término de
fábula está mucho más cerca del
criterio de Juan de Guzmán, si bien está más
definida. Se trata de un «exemplo fingido» cuyos
misterios están muy encubiertos, porque no tienen un solo
sentido sino muchos. Jiménez Patón contrapone la
fábula, culta y valiosa con el cuento que
para él es género sin valor: «Como dice Horacio son cuentos para viejas, gente
rústica y que poco sabe»
(Jiménez
Patón, 1604, p. 107). Clasifica las fábulas
en cuatro tipos: las que son totalmente inventadas y con muchos
significados; las que mezclan mentiras con verdades, y que son
propias de la poesía; las que son más reales y
parecidas a la historia, y aquellas cuyo significado «está totalmente solo en la superficie y
es invención de vejezuelas locas»
(ibíd., p. 108). Otro elemento que trata
Jiménez Patón es la narración. Se
trata de un recurso de la oratoria, «una
cosa importante y provechosa para lo que se quiera persuadir... ha
de ser breve clara y que se pueda creer... Si dijéramos
mentiras [en la narración] las ordenaremos de forma que
parezcan verdades»
(ibíd., pp. 113-114).
Parece, pues, que Jiménez Patón encuentra a la
fábula como un género más literario
(en tanto que permite más elaboración para darle
significados encubiertos) que la narración, que
concibe como un instrumento de la retórica y para la que
recomienda las mismas tres características que Salinas:
brevedad, claridad y verosimilitud. Especies diferentes, por lo
tanto.
Francisco de
Cascales, en sus Tablas poéticas, de 1617, vuelve a
la noción de fábula que ya vimos en
López Pinciano: «Fábula es
imitación de una acción de uno, entera y de justa
grandeza»
(Cascales, 1779, p. 23). Ahora bien, precisa su
concepto de imitación, diciendo que imitación es
tanto retratar un hecho como ha pasado o como podría haber
pasado, de forma verosímil. La acción, por lo tanto,
puede ser sacada de la historia o inventada por el poeta. El hecho
importante es la verosimilitud. Por ello Cascales, que admite que
puede practicarse la épica en prosa (ibíd.,
p. 109), rechaza los libros de caballerías, que están
fuera de la poesía, por su inverosimilitud
(ibíd., p. 130). Ahora bien, es importante su
admisión de la épica en prosa, puesto que
también admite los episodios de la épica a la manera
de López Pinciano, y con ello tendríamos una
formulación teórica más o menos parecida al
cuento moderno. También habla de narración
como intercalación en la epopeya de una exposición de
cosas que han pasado o que podrían haber pasado. Saca la
narración de la oratoria y la introduce en
géneros literarios más próximos a la moderna
narrativa.
El Diccionario de Autoridades de la Real Academia Española incluye todos los nombres que hasta el momento hemos encontrado y otros más que pueden servir para la narración breve. Se sigue observando aquí la falta de criterios fijos sobre la narración breve, que dan lugar en muchos casos a ambigüedades y confusiones o a definiciones incorrectas: el D. A. (Diccionario de Autoridades) da «narración» como significado de relación, y «relación» como significado de narración. De los nombres hasta ahora apuntados por los retóricos hay las siguientes definiciones.
Narración | Relación puntual de alguna cosa. |
Episodio | Lo mismo que Digresión; vicio de la elocuencia que alguna vez puede ser artificio o necesidad y se comete cuando el Orador o Historiador sale o se aparta de su principal asunto. |
Apólogo | Especie de fábula moral en que se introducen de ordinario a hablar los brutos, plantas y otras cosas inanimadas, con ánimo de divertir y enseñar a un mismo tiempo. |
Fábula |
Ficción artificiosa con que se pretende encubrir o disimular
alguna verdad. Cuento o narración de cosa que no es verdad ni tiene sombra de ella, inventada para deleitar, ya sea con enseñanza o sin ella, las primeras se llaman apólogas y las segundas milesias. |
Parábola | Narración de algún suceso que se conoce o se finge del cual se intenta sacar alguna moralidad o instrucción alegórica por comparación o semejanza. |
Pero además de estos nombres el diccionario incluye otros que pueden ser utilizados también para referirse a la narración breve.
Conseja | Cuento, patraña, fábula que se inventa o refiere para sacar de ella alguna moralidad o para diversión y pasatiempo. |
Cuento | Relación de alguna cosa, ordinariamente llaman así a las consejas que se cuentan para divertir a los muchachos. —152→ |
Fabulación | Narración o cuento, mentiroso o fingido. |
Historia | Fábula o enredo. |
Novela | Historia fingida y texida de los casos que comunemente suceden o son verosímiles. |
Relación | Narración o informe que se hace de alguna cosa que sucedió. |
La doctrina del D. A. es como vemos confusa y contradictoria. No acepta episodio como un género narrativo ni protonarrativo. Las sucesivas definiciones hacen moverse en círculos al consultante. Parábola, relación, fábula y fabulación llevan a narración pero narración vuelve a relación y allí se cierra el camino. Por su parte fábula va a cuento, éste a conseja y conseja es definida como cuento o fábula. La definición de apólogo no coincide con la de las fábulas apólogas. Hay géneros que son definidos como referentes a cosas que sucedieron (relación) y otros que «no son verdad ni sombra de ella» (fábula) aunque tanto fábula como relación son definidas como narración. En resumen una confusión generalizada que va a ser la constante sobre el género de la narración breve en la primera mitad del XIX.
En cuanto a otras voces que van a ser utilizadas para nombrar a la narración breve, o bien no aparecen en el diccionario (anécdota, crónica, historieta, relato) o bien aparecen con otros significados (balada, ficción, leyenda, romance y tradición).
La
Poética de Luzán (1737) menciona dos de los
conceptos que estamos manejando: episodio y
narración. No admite, como Cascales, la posibilidad
de una epopeya en verso: «según mi
opinión y la común de los autores más
clásicos, tampoco será epopeya ninguna obra escrita
en prosa, por faltarle el esencial requisito del verso;
dígolo porque me acuerdo haber visto un librillo intitulado
Historia trágica del Español Gerardo, a
quien se le añade el nombre de epopeya»
(Luzán, 1789, t. II, pp. 267-268). -Toda la novela
española se resume para Luzán en esa Historia
trágica del Español Gerardo, al parecer. El
Lazarillo, Cervantes, Quevedo, Mateo Alemán no
existían para él-. Luzán comparte con
López Pinciano y con el propio Cascales el concepto de
episodio. Distinta es la idea que tiene de
narración: «Narración es la parte principal de la
Epopeya [...] siendo las otras partes como preludios de ella.
Allí se ve toda la acción entera, con un principio,
medio y fin, con sus episodios y circunstancias, enredos y
soluciones...»
(ibíd., t II, pp.
334-335). Es decir que su concepto de narración
está muy cerca del de fábula de López
Pinciano.
La
Rethórica de Mayans aborda el tema de las obras
narrativas de forma muy diferente. Para él todos los
escritos en prosa que cuentan alguna historia, sea esta verdadera o
falsa son narración: «Narración es
relación, información o exposición de lo que
sucedió, o se finge que sucedió» (Mayans, 1757,
t. I, p. 288). Narración es, por tanto, historia y
novela. No encuentra diferencias entre ellas más allá
de ser cierto o falso el asunto del cual se habla. La
narración exige un desarrollo, una sucesión de
acontecimientos, porque si el desarrollo falla, no hay
narración, hay sentencia (Mayans pone como ejemplo de
sentencia: «El diablo engañó a Eva»).
Cuando se hace narración de acontecimientos que no han
sucedido se trata de narración fingida. Dentro de
la narración fingida Mayans diferencia dos clases: el
apólogo y la historia fingida.
Apólogo es una «ficción alegórica de cosas
absolutamente imposibles, tratadas como si fuesen verdaderas para
instruir el ánimo»
(ibíd.. t. I,
p. 312). La historia fingida puede tratar de cosas
posibles o imposibles y se caracteriza porque se representa en una
fingida ordenación de tiempo. Como ejemplos de
—153→
historia fingida valen tanto los cuentos de El Conde
Lucanor (ibíd., t. I, p. 346), como el
Persiles o el Quijote (ibíd., t.
I, p. 384). No hay conciencia de diferencia entre narración
breve y narración larga.
Esta misma falta de conciencia de género podemos apreciar en la obra póstuma del colaborador de Feijoo, Fray Martín Sarmiento. El tomo 1 (y único publicado por entonces) de sus Memorias para la Historia de la Poesía y poetas españoles (1775) define a los cuentos de El Conde Lucanor como 49 Historietas o novelas.
Dos años después, en 1777, Antonio de Capmany hablaba en su Filosofía de la Elocuencia de apólogo y de parábola. Se tratan ambos de narraciones breves con fines moralizantes:
(ibíd., pp. 522-523) |
Con anterioridad a
Capmany solo Céspedes, Jiménez Patón y
Rodríguez Lobo habían usado la palabra
cuento, y los dos últimos indicando su
carácter no literario y preferentemente oral. Por primera
vez aparece aquí el reconocimiento teórico de la
existencia del cuento escrito, aunque todavía centrado en el
apartado moralizante. Pero en 1786 el mismo Capmany encuentra que
«el autor [de El Conde Lucanor],
debajo de una graciosa fábula moral, enseña a los
hombres»
(Capmany y Montalau, 1786, t. I, p. 34). Aunque
de acuerdo con su definición el libro de Don Juan Manuel no
contendría fábulas, sino parábolas y
apólogos. No hay conceptos claros y fijos del género.
Ahora bien de las indicaciones de Capmany se pueden extraer dos
conclusiones: ha hecho falta llegar a 1777 para que algún
preceptista reconozca la existencia de las colecciones de relatos
breves, que, sea cual sea el título que lleven, han ido
apareciendo desde el Calila y Dimna; y todavía, a
finales del XVIII, el cuento se mueve, casi exclusivamente, en el
ámbito pedagógico y moralizador.
De 1786 a 1788
aparecen los tres primeros tomos del Diccionario
Castellano del Padre Terreros, una de las obras de autor
individual más ingentes de la literatura española. En
él encontramos diversas voces para referirse al relato
breve: apólogo, conseja, cuento, cuento de viejas,
fábula, historia, historieta, narrativa, narración,
novela, parábola, y relación. La
doctrina literaria que sigue el Padre Terreros es fundamentalmente
la de Mayans a quien cita varias veces como fuente. Afirma
explícitamente que es inútil intentar diferenciar
distintos géneros dentro de la narrativa:
—154→ «Algunos
han distinguido la fábula del cuento y de la novela; pero en
realidad, lo mismo es uno que otra ya más larga, ya
más breve»
(Terreros, 1786, t. 2, p. 140). Lo
más curioso de su doctrina es sin duda la siguiente
definición de novela:
(ibíd., t. 2, pp. 675-676) |
Aquí novela parece englobar a todo tipo de creación literaria, incluyendo formas teatrales (comedia y entremés) y poéticas (sátiras y cantares). Es importante observar que se dan como sinónimos fábula, cuento e historieta. Por otra parte Terreros va a seguir un camino inverso al que siguieron la mayoría de los preceptistas para estudiar la novela: su inclusión en la épica. Más detalladamente las definiciones que nos ofrece Terreros son las siguientes:
Apólogo | Fábula moral o instrucción que se saca de alguna fábula inventada para este efecto. |
Conseja | Cuento, fábula. |
Cuento | Lo mismo que
fábula, novela, narrativa de alguna cosa falsa, agradable y
divertida. -Se dice también algunas veces por narrativa inútil y discurso despreciable. -Se toma también por historia. |
Episodio | Digresión, historia o acción que por incidente introduce un Poeta, Orador o Historiador ligándolo con lo principal. |
Fábula | Cuento, novela o narrativa falsa, embuste. |
Historia | También se toma por algunas narrativas particulares y aún falsas. |
Historieta | Llaman comunemente a una historia pequeña, en que hay mucho de amoroso o fingido. |
Narración | En la Retórica es exposición de los hechos que han pasado o como si hubieran pasado. |
Narrativa |
Sinónimo de narración. -Cuento que se da de alguna historia o caso que ha sucedido. |
Parábola | Instrucción alegórica fundada sobre alguna cosa verdadera o verosímil de la naturaleza, o de la historia para sacra alguna moralidad por medio de la comparación de alguna otra cosa que se quiere hacer entender al pueblo o gente ruda. |
Relación | Narrativa, cuento que se da de alguna cosa. |
Relato | Lo mismo que narrativa o cosa que se relata. |
Romance | Llaman también a historias y libros de caballerías. En Castilla se dice comunemente Libros de caballerías y la voz Romance se queda comunemente para el verso. |
La doctrina de Terreros es mucho más coherente que la de los académicos del Diccionario de Autoridades, excepto su curiosa definición de novela. La base es la definición de narración (narrativa) que recoge de Mayans y a la que remiten muchas otras definiciones. Evita así los círculos que ya vimos en el D. A.
Anécdota, balada, crónica, ficción, leyenda y tradición aparecen en el Diccionario de Terreros pero aún no han adquirido su significado referente a la narración.
Los tratadistas, retóricos y lexicógrafos españoles hasta 1800 han hablado, como hemos visto de apólogo, conseja, cuento, episodio, fábula, historia, historia fingida, historieta, narración, narración fingida, narrativa, novela, parábola, relación, relato, romance y sueño. Esta multitud de nombres, que en un momento u otro se refieren al relato breve, no mantienen su significado, sino que cambia en cada autor el concepto al cual se refiere. En cuanto al relato breve estamos en un momento de indefinición que se va a mantener en los diccionarios de la época 1800-1850 que van a seguir la ruta marcada por el Diccionario de Autoridades, sin tener en cuenta las propuestas del Diccionario del Padre Terreros, y en los tratadistas, que no conseguirán llegar a una propuesta común.
Ángeles Ezama Gil (1995), en un muy documentado artículo, ha revisado la noción de relato breve en las preceptivas literarias del Siglo XIX. Según Ezama los preceptivistas españoles siguen el modelo de Hugo Blair, Lectures on Rhetoric and Belles Lettres (1783) traducido por José Luis Munárriz con el título Lecciones sobre la Retórica y las Bellas Letras (1798-1801), y, en menor medida el de Charles Batteux, Cours de belles lettres ou principes de littérature (1763), cuya traducción es realizada por Agustín García de Arrieta, Principios filosóficos de la literatura o curso razonado de bellas artes y buenas letras. (1797-1805)
Hay que decir que estos dos teóricos no aportan grandes novedades. Batteux no habla de los géneros narrativos en prosa y es su traductor, García de Arrieta quien incluye un apartado específico sobre el tema, y Blair los engloba a todos en un género historia ficticia que no parece diferenciarse mucho de la historia fingida que proponía Mayans.
Las conclusiones del estudio de Lezama son que durante el Siglo XIX no hay una conciencia teórica de la existencia de un género específico de narración breve. Se engloba a toda la literatura narrativa en prosa en un sólo género y, con mucha frecuencia, se considera al cuento como una forma más primitiva, más propia de sociedades cercanas «a la barbarie». (Y por lo tanto menos literaria, sigue utilizándose la voz cuento con tono peyorativo). En muchos tratadistas se sigue encontrando la concepción del cuento como una forma de transmisión oral, así como su intención didáctica y moralizante.
Hay que anotar el intento que a principios del Siglo XIX realizan Juan Andrés y Francisco Sánchez para introducir el término romance para referirse a la narración larga en prosa y reservar novela para la breve. El abate Andrés (1784-1799) explica que las novelas son «pequeños romances» en las que se expone un solo hecho y que —156→ guardan una relación con los romances largos (que se corresponden a nuestras actuales novelas) como el que existe entre una drama en un acto y una comedia completa. Sánchez, pocos años más tarde, en sus Principios de Retórica y Poética, divide el libro en dos partes; en la de retórica, además de los conceptos tradicionales de la retórica se dedican los últimos capítulos a la Historia, a la Filosofía y a las Cartas. El Capítulo XVI habla «de los Romances y Novelas»
(Sánchez, 1805, p. 135) |
El origen de este género narrativo lo remonta a muy antiguo: cuentos indios, persas y árabes, griegos (jonios y milesios) etc... Ya hemos visto, como más adelante, Narciso Campillo recoge esta teoría de los orígenes de la novela y de forma implícita también Marcelino Menéndez y Pelayo, que comienza los Orígenes de la novela hablando del Calila y Dimna, del Sendebar, del Barlaam y Josafat.
En el apartado de
Poética, Sánchez sigue consignando los
apólogos como «una
alegoría cuyos personajes son, por lo común,
animales»
(ibíd., p. 189), las
parábolas, cuando no son animales, y los episodios de la
épica que son «acciones subordinadas a la
principal» (ibíd., p. 207); deben ser cortos
y tratar temas diferentes de los del asunto principal. La novedad
de su preceptiva, como se ve estriba exclusivamente el nombre de
romances, aunque hay que recordar que en 1793 Pedro
Montengón subtituló su novela el Rodrigo
como Romance épico. Russell P. Sebold que ha
defendido el carácter romántico de esta novela de
Montengón, anota en relación con este
subtítulo que en 1834, en su discurso de entrada en la Real
Academia Española, el Duque de Rivas habla de los «admirables romances de Walter Scott»
(Sebold, 1992, p. 105).
De 1820 es el
Discurso sobre la literatura española del Abate
Marchena. Marchena contempla a toda la narrativa como un solo
género: «Al lado de las historias
se colocan las novelas que son cuentos de sucesos fingidos, [...]
los cuales por lo mismo de no ser verdaderos han de ser
verosímiles»
(Marchena, 1896, t. 2, p. 327).
Aunque, neoclásico de corazón, como dice
Menéndez Pelayo, se lamenta de que no hay guías
antiguos que den sobre la novela «juiciosas y acertadas reglas»
(ibíd., t. 2, p. 329). Como ejemplos de novelas
habla de Rinconete y Cortadillo, de El coloquio de los
perros, de Guzmán de Alfarache, o de El
Diablo Cojuelo.
En 1845
Alcalá Galiano utiliza indistintamente las palabras novela y
cuento hablando de la literatura del Siglo XVIII.
Refiriéndose a Voltaire, Alcalá Galiano decía
lo siguiente: «...al tiempo que
escribía su historia se entretenía en componer
novelas y cuentos. [...] No eran sus cuentos lo que algunas novelas
modernas en que —157→
se ven tratadas todos los asuntos que más ocupan a la
sociedad»
(Alcalá Galiano, 1845, p. 8). O hablando
de los orígenes de la novela: «La
novela [...] en el Siglo XIV dio fuentes muy notables en el famoso
Decamerón de Bocaccio, aunque bien mirado no pasa
esta obra de ser una colección de cuentecillos
picarescos»
(ibíd., p. 16).
La cuarta edición del D. R. A. E (Diccionario de la Real Academia Española), primera publicada en el siglo XIX (1803) ofrece una doctrina sobre la narración breve que no aporta significativas diferencias sobre la existente en el D. A. (Diccionario de Autoridades). Las voces cuento, fantasía, novela, parábola y relación aparecen con la misma definición que en 1726. Otras ofrecen muy pocas variaciones.
Apólogo | Especie de
fábula moral en que se introducen de ordinario a hablar los
brutos, plantas y otras cosas inanimadas, con ánimo de
divertir y enseñar a un mismo tiempo. (D. A.) -Especie de poema en el cual debajo de una narración fabulosa se enseña una pura verdad. (D. R. A. E.) |
Conseja | Cuento,
patraña, fábula que se inventa o refiere para sacar
de ella alguna moralidad o para diversión y pasatiempo.
(D. A.) - En el D. R. A. E. la definición es idéntica con la única diferencia de que desaparece «patraña». |
Fábula | Cuento o
narración de cosa que no es verdad ni tiene sombra de ella,
inventada para deleitar, ya sea con enseñanza o sin ella,
las primeras se llaman apólogas y las segundas
milesias. (D. A.) -Narración inventada para deleytar con enseñanza o sin ella, las que enseñan se llaman apólogas y las que no milesias. (D. R. A. E.) |
Historia | Fábula
o enredo. (D. A.) - Fábula, cuento o narración inventada (D. R. A. E.) |
Narración |
Relación puntual de alguna cosa. (D. A.) - Relación de alguna cosa. (D. R. A. E.) |
Son leves cambios de estilo que no solucionan el gran inconveniente que ya vimos en el D. A. y que se mantienen en el D. R. A. E. de 1803: los círculos cerrados a los que nos llevan las sucesivas definiciones. Los vicios que ya anotamos en el D. A. siguen plenamente vigentes en 1803: la confusión es la norma. La razón fundamental es la inexistencia de una definición que sirva de base al resto, mientras que en el Diccionario del Padre Terreros esa función la cumplía la palabra narración que rompía el círculo de sinónimos.
Los principales
cambios que podemos apreciar son la aparición de una nueva
significación de episodio, así como la
presencia de la voz historieta inexistente en el D.
A. Episodio aparece ya en el sentido que le
habían dado los preceptistas retóricos: «Acción secundaria y como extraña
respecto de la principal de un poema, pero con dependencia
conexión y enlace con ella, para hacer más vario,
adornado y divertido el tono de la fábula o el
asunto»
. Historieta, por su parte es «cuento o fábula, mezcladas de alguna
aventura o cosas de pica importancia»
.
Las posteriores ediciones que el D. R. A. E. publica a lo largo del siglo no van a modificar estas definiciones.
La línea
del D. R. A. E. es la que se impone. Un ejemplo es el
Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana de Vicente
Salvá (1846). Salvá no cambia las definiciones de la
Academia. Pero hace una nueva aportación, buena muestra del
impacto de la actividad de los narradores románticos. Se
trata de la voz leyenda, hasta entonces definida como
«lo que se lee» y a la que Salvá añade
una definición entre corchetes (lo que indica que es
adicción suya): «Ahora se da este
nombre a la novela o cuento en prosa o verso que refiere sucesos
históricos o fabulosos de la Edad Media»
.
Los editores Gaspar Y Roig publicaron dos tomos en los años 1853 y 1855 con el título de Diccionario Enciclopédico de la Lengua Española. Aunque ya cae fuera de la época que nos proponemos estudiar, por muy pocos años, resulta interesante para nuestro estudio ya que entre sus redactores figura Ventura Ruiz Aguilera, y entre sus «revisores» José Amador de los Ríos. Es decir: se trata de un diccionario de plena respetabilidad científica y académica, al menos en el campo de la literatura. Pues bien: la confusión persiste. Las definiciones de las voces que venimos analizando son las mismas que las del D. R. A. E. de 1803 con el añadido de la definición de leyenda de Salvá.
Se encuentran, por lo tanto, los autores que escriben cuentos de 1800 a 1850, sin una base teórica para comenzar su actividad literaria. El concepto de Narrativa acaba de asomarse a las teorías literarias de la época pero la diferenciación de género entre novela y cuento no está ni insinuado. No hay «conciencia de género», es decir, los autores no son conscientes de estar cultivando un género con unas características específicas. Esto hace que haya narraciones breves de muchas formas y facturas, a veces más aproximadas a la novela corta, a lo que ahora consideramos novela corta, y otras a la «short story» tal como Eichenbaum la definía en 1925:
(Eichenbaum, 1980, p. 151) |
Y otras veces encontraremos cuentos folclóricos, poemas en prosa, fragmentos que no llegan a constituir un relato, etc.
Los nombres recuperados por los románticos como conseja o relación, o introducidos como leyenda, balada o tradición, no responden a una tipología clara sino al gusto del sabor antiguo y medieval de esos términos. En una sola revista, el Semanario Pintoresco Español encontramos, de 1832 a 1857, narraciones breves con los siguientes títulos: veinticinco cuentos, seis cuentos populares, tres cuentos de vieja, un cuento histórico, diecisiete novelas, dos novelas históricas, una novela —159→ de costumbres, una novela ejemplar, una novela en miniatura, dieciocho leyendas, ocho baladas, una balada en prosa, nueve episodios, ocho historias, siete tradiciones, cuatro anécdotas históricas, tres crónicas, dos recuerdos históricos, dos fantasías, una parábola, una fábula, una conseja, una aventura, un rasgo histórico y una costumbre caballeresca. Y en otras fuentes podemos encontrar relatos («1534. Relato» de Jacinto de Salas y Quiroga. en No me olvides, 1837), o apólogos («Las Viruelas. Apólogo». en Variedades de Ciencia, Literatura y Artes, 1804. Páginas 361 a 364).
Una profusión y confusión terminológica que viene de una indefinición teórica.
- Alcalá Galiano, Antonio (1845): Historia de la literatura española, francesa, inglesa y alemana en el Siglo XVIII. Lecciones pronunciadas en el Ateneo de Madrid. (Redactadas taquigráficamente por Nemesio Fernández Cuesta y corregidas por el autor). Madrid. Imprenta de la Sociedad literaria y tipográfica.
- Baquero Goyanes, Mariano (1988): Qué es la novela. Qué es el cuento, Murcia. Cátedra Mariano Baquero Goyanes. Universidad de Murcia.
- Campillo, Narciso (1881): Retórica y Poética o Literatura preceptiva, Madrid. Librería de Hernando.
- Capmany y Montalau, Antonio (1786): Tesoro Histórico-crítico de la Elocuencia Española, Madrid. Antonio de Sancha. 5 tomos.
- ——. (1826): Filosofía de la Elocuencia, Gerona. Antonio Oliva. 1826.
- Carrillo y Sotomayor, Luis (1613): Obras de Don Luis Carrillo, Madrid. Luis Sánchez.
- Carvallo, Luis Alfonso de (1602): Cisne de Apolo, Medina del Campo. Juan Godínez de Millis.
- Cascales, Francisco de (1779): Tablas poéticas, Madrid. Antonio de Sancha.
- Casas, Elena (ed.) (1980): La Retórica en España, Madrid. Editora Nacional.
- Céspedes, Baltasar de (1784): Discurso de las letras humanas, llamado «El humanista» que según D. Nicolás Antonio escribió en el año 1600 D. Baltasar de Céspedes, [...] que sale a la luz la primera vez por D. Santos Diez González. Madrid. Antonio Fernández.
- Diccionario de autoridades (1964): Edición facsímil. Madrid. Gredos.
- Diccionario de la lengua Castellana. Compuesto por la Real Academia Española (1803): Cuarta edición. Madrid. Viuda de Joaquín Ibarra.
- Diccionario enciclopédico de la lengua española (1853): Madrid. Imprenta y librería de Gaspar y Roig. 2 tomos (Tomo 1 1853 y tomo II 1855).
- Eichenbaum, B. (1980): «Sobre la teoría de la prosa» en Teoría de la literatura de los formalistas rusos, Madrid. Siglo Veintiuno.
- Ezama Gil, Ángeles (1995): «El relato breve en las preceptivas literarias decimonónicas» España contemporánea, 8, 2. 41-51.
- Forner, Juan Pablo (1844): «Sátira sobre la literatura chapucera del tiempo presente» en Obras de Juan Pablo Forner, recogidas y ordenadas por D. Luis Villanueva, Madrid.
- Guzmán, Juan de (1589): Retórica, Alcalá de Henares. Juan Íñiguez de Lequerica.
- Jiménez Patón, Bartolomé (1604): Elocuencia española en arte, Toledo. Thomas de Guzmán.
- —160→
- López Pinciano, Alonso (1596): Philosophia antigua poética, Madrid. Thomas Iunti.
- Luzán. Ignacio de (1789): La Poética, Madrid. Antonio de Sancha.
- Marchena, José (1896): Obras literarias de José Marchena. (El Abate Marchena), Sevilla. Imprenta de Rosci.
- Mayans y Siscar, Gregorio (1757): Rethórica, Valencia. Herederos de Gerónimo Conejos. 2 tomos.
- Menéndez Pelayo, Marcelino (1896): «Introducción a las obras literarias de José Marchena» en Obras literarias de José Marchena. (El Abate Marchena), Sevilla. Imprenta de Rosci.
- ——. (1943): «Cuentos y novelas cortas» en Orígenes de la novela, Tomo III. Santander. Aldus. Edición Nacional de las obras completas de Menéndez Pelayo.
- ——. (1949): Estudios sobre el teatro de Lope de Vega, Tomo III. Santander. Aldus. Edición Nacional de las obras completas de Menéndez Pelayo.
- Nombela, Julio (1976): Impresiones y recuerdos, Madrid. Tebas
- Pupo-Walker, Enrique (ed.) (1973): El cuento hispanoamericano ante la crítica, Madrid. Castalia.
- Sánchez, Francisco (1805): Principios de Retórica y Poética, Madrid. Imprenta de la Administración del Real Arbitrio de Beneficencia.
- Salvá, Vicente (1852): Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana, Tercera edición corregida y mejorada. París-Méjico. Garnier Hermanos-José María Andrade.
- Sarmiento, Fray Martín (1775): Memorias para la Historia de la Poesía y Poetas Españoles, Madrid. Joaquín Ibarra.
- Sebold, Russell (1992): De ilustrados y románticos, Madrid. El Museo universal.
- Terreros y Pando, Esteban de (1786): Diccionario Castellano con las voces de Ciencias y Artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina e italiana, 4 tomos. Madrid. Imprenta de la Viuda de Ibarra. 1786, 1787, 1788. Madrid. Imprenta de Benito Cano. 1793.
- Timoneda, Juan de (1979): El Patrañuelo, Madrid. Editorial Libra.
- Valera, Juan (1907): Obras completas. Tomo XIV. Cuentos, Madrid. Imprenta alemana.