31
Miró, G., Obras Completas, Madrid, Biblioteca Nueva, 1943, 698.
32
Gordon, J. B., op. cit., 39.
33
Wilde, O., Complete Works, Londres: Collins, 1990, 923.
34
Ramos, V., op. cit., 578-79.
35
Johnson, R., El ser y la palabra en la obra de Gabriel Miró, Madrid: Fundamentos, 1985. Sobre la capacidad evocadora del lenguaje mironiano es también indispensable el clásico texto de Guillén, J. «Lenguaje suficiente: Gabriel Miró» en Lenguaje y poesía, Madrid: Alianza, 1969.
36
Johnson, R., op. cit., 33.
37
Ibíd., 11.
38
Larsen, K., op. cit., 73.
39
Un texto que explica muy gráficamente la capacidad de generación de realidades que tiene la palabra es el cuento «Los almendros y el acanto», incluido en el Libro de Sigüenza; en él, Sigüenza, paseando por un huerto, encuentra una mata de acanto y recoge algunos tallos para ornar su mesa; posteriormente, encuentra un mercader que le pregunta si padece mal de estómago, puesto que la hierba carnera que lleva en la mano -es decir, el acanto- sirve para remediar tales males. Sigüenza medita: «¡Hierba carnera el acanto! Y siguió el camino hacia la ciudad contemplando la planta arquitectónica, como si quisiera rendirle un amoroso desagravio. Pronunciaba "acanto, acanto" y la dorada Grecia se la presentaba dulce y risueña delante de su alma y de la planta; pero al lado, la voz del mercader de curtidos repetía: hierba carnera»
(Miró 1943: 615). El contraste entre los dos nombres de la planta remite a una doble realidad: la legendaria y la vulgar; aunque designan lo mismo, la connotación es diferente y aún antitética; ahí radica la capacidad generadora de realidad que es la palabra, que crea un mundo particular y distinto en cada momento.