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ArribaAbajoLa clemencia


Heureux le Prince empli de pieuses pensés.


VICTOR HUGO                




Iba tendiendo su luctuoso manto
   La noche oscura y fría,
      Sin que templase un tanto
La opacidad de la región vacía,
El rayo de la luna macilento  5
Ni el trémulo fulgor de las estrellas;
      Pues, cual rastro sangriento,
De un sol de invierno las rojizas huellas
Surcaban sólo el negro firmamento.

   Tristes también las calles parecían  10
De la opulenta villa coronada,
Do circulando multitud callada,
Sólo semblantes serios se veían,
      Que presentir hacían
      Algún grave suceso,  15
Pronto explicado por las roncas voces
      Que esparcieron veloces
      Por el gentío espeso
Los vendedores de volantes hojas,
Gritando por doquier: «Causa y sentencia  20
»Del coronel Rengifo y compañeros,
      »Que a los rayos primeros
»Del nuevo sol terminan su existencia.»

      Pasan de mano en mano
      Los públicos papeles,  25
Y -aunque no haya quizá pechos crueles
Que al contemplar destino tan tirano
Puedan negar a los dolientes reos,
Víctimas de políticos errores,
Un suspiro, una lágrima piadosa-  30
Siguen los transeúntes sus paseos,
Su fúnebre pregón los vendedores,
Y la noche su marcha silenciosa.

Las horas vuelan entre tanto; cesa
      La agitación del mundo,  35
      Y entre la sombra espesa
Do el silencio por fin reina profundo,
Derramando narcótico beleño
      -Que a descansar convida
De los rudos afanes de la vida-  40
Desciende en alas de la noche el sueño.
   Mas, ¡ah!, tan honda calma
No aduerme, no, pesares sin consuelo
-Que apenas puede resistir el alma,
      Y en su prisión austera  45
Gimen los tristes que el postrer desvelo
Sufriendo están en el infausto suelo
Donde el sepulcro abierto les espera.

Vida y vigor devolverá a natura
      La claridad febea,  50
      Y ellos en la luz pura
Sólo verán su funeraria tea
¡Oh! ¿Qué pincel tan fúnebres colores
      Puede tener, que alcance
A bosquejar siquiera los dolores  55
Que así cercanos al tremendo trance
De cada cual el corazón devora?
No sólo ve la muerte, la vigilia
      -De espectros crëadora-
Presenta allí la mísera familia...  60
La esposa, el padre, el hijo a quien adora!

¡Oh, pobre infante, cuya blanda cuna,
      De la esperanza nido,
      La pérfida fortuna
-Que oyó propicia su primer vagido-  65
Deja con luto de orfandad cubierta!...
¡Oh, pobre infante, que en el pecho tierno
      Verá la herida abierta,
Que de su vida con brotar eterno
La senda regará triste y desierta!...  70

Mas ¿qué puedes hacer, padre infelice?
¡Fuerza es morir!... Con pavorosos ecos
      Tu corazón lo dice...
Y esa luz bella -que a tus ojos, secos
Por insomnio crüel la aurora envía-  75
Te lo dice también. Morir es fuerza;
No esperes, no, que su guadaña tuerza,
Piadosa a tu dolor, la parca impía.

Fuerza es dejar el hijo abandonado,
       La esposa desvalida,  80
       El padre desolado,
¡Ay! y a la madre tierna, encanecida
Por años de virtud. -De esa existencia,
Que ella ha cuidado con afán prolijo,
Infatigable amor, santa paciencia,  85
¿Qué cuenta le darás, ¡funesto hijo!?
¿Qué cuenta le darás en tu conciencia?...
...................................
   Repentino rumor se eleva y crece
      En la mansión sombría:
      Crujiendo se estremece  90
La férrea puerta, que ostentar debía
-Cual la del reino del eterno llanto
Del rudo Dante la inscripción tremenda;
      Y trémulos -en tanto
Que abre a sus pasos la temida senda-  95
Los sentenciados, que entre mil dolores
Por conservarse sin flaqueza luchan,
Ya los redobles fúnebres escuchan
Con que a morir los llaman los tambores.
Llegó el instante, ¡oh Dios! -Pero ¿qué anuncia  100
La voz que el nombre de Isabel pronuncia,
      Mientras cual bella aurora
-Que las tristes tinieblas desvanece
      Y a los campos colora
En la lóbrega estancia que ilumina,  105
Tierna beldad de súbito aparece,
Vertiendo luz de compasión divina,
Que en sus azules ojos resplandece?...

¡Es ella! ¡Sí! ¡Miradla!... Pura y bella,
      De sus plantas reales  110
      Sienta la leve huella
De la horrible capilla en los umbrales.
El ángel santo de piedad la guía,
La majestad del solio la acompaña,
      La siguen a porfía  115
Las esperanzas y el amor de España,
Y huye a su aspecto la discordia impía.
¡Llega, virgen real! Tu planta imprime
      En la mansión del duelo
      Ejerce la sublime  120
Prerrogativa que te otorga el cielo
Perdona como él, y que la historia
De los monarcas, con tu ejemplo egregio,
Legue a tus sucesores la memoria
De que -al usar tan noble privilegio-  125
La diestra augusta que perdón concede
      Recoge en cambio gloria,
Que a otra ninguna compararse puede.

   La tuya, ¡oh Isabel!, la tuya hermosa
      En esos rostros mira,  130
      Do tu mano piadosa
Secó el llanto cruel: ella respira
En esas vidas que arrancó a la tumba
Tu corazón magnánimo; se extiende
      En ese que retumba,  135

Víctor inmenso, que el espacio hiende,
Y aún brilla en el cadalso que derrumba.

      La tuya el laurel santo
      No hace nacer con riego
De hirviente sangre y congojoso llanto,  140
Sino de amor al fecundante fuego;
Y el que la ensalza, sublimado canto,
No es el que ensayo con humilde tono
      De mi lira en los sones;
Sino el que se alza en tiernas bendiciones  145
      Hasta tu excelso trono.

Feliz en él por dilatados días
      Goza, joven augusta,
      Las santas alegrías
Del poder bienhechor. La frente adusta  150
De la justicia tu piedad suavice;
Que el rigor nunca la nefanda tea
      De la venganza atice;
Y justa siempre y perdurable sea
La voz universal que hoy te bendice.  155




ArribaAbajoEl canto de Altabiscar


   Súbito se alza un grito en las montañas
De los valientes euskaldunes. Presta
Todo su oído el bravo echeco-jauna,
Que de su noble hogar guarda la puerta.
-¡Qué es eso!, exclama- y se levanta al punto  5
Su perro fiel, irguiendo las orejas.
¡Escuchad! ¡Escuchad cual sus ladridos
De Altabiscar en derredor resuenan!
Pero un ruido mayor, más espantoso,
Parte veloz de lo alto de Ibañeta,  10
Y va, de monte en monte retumbando,
A ensordecer las solitarias crestas.
¡Es la voz de un ejército que avanza!
Otras mil, otras mil responden fieras,
Del ronco cuerno al áspero sonido,  15
Entre montes, peñascos y malezas.
¡Los nuestros son! -El bravo echeco-jauna
Salta blandiendo la acerada flecha.
-¡Con él todos!... ¡Mirad! Sobre esas cimas
Móvil bosque de lanzas centellea,  20
Y en medio, sus colores ostentando,
Majestuosas ondulan las banderas.
¡Oh!... ¡Qué bajan!... ¡Qué vienen!... ¡Qué desfilan,
Cual lobos a caer sobre su presa!...
¡Qué guerrero tropel!¡Cuéntalos, mozo!  25
-Diez... quince... veinte... veinticinco... treinta...
¡Y otros tantos!... ¡Y cien!... Se pierde el número,
Porque son más, señor, que las arenas.
-¿Qué importa? Venid todos, ¡euskaldunes!
De cuajo arrancaremos estas peñas,  30
Y sobre el vil enjambre de enemigos
Las lanzarán nuestras nervudas diestras.
¿Qué vienen a buscar a nuestros montes
Esos hijos del Norte en son de guerra?
¿Entre ellos y nosotros puso en balde  35
El mismo Dios una muralla eterna?
¡Caiga sobre ellos, caiga desplomado
Todo este monte, piedra sobre piedra!
¡A una todos!... ¡Así! -Se anubla el aire;
La tierra cruje; los peñascos ruedan;  40
Jinetes y caballos confundidos
Con sus despojos los breñales siembran;
Y palpitan las carnes aplastadas,
Chorros brotando, que en el suelo humean.
¡Cuántos huesos molidos!¡Cuánta sangre,  45
En la que el sol medroso reverbera!...
-¡Huid si aún podéis, reliquias miserables!
El que aún tiene bridón métale espuelas,
Y corra como ciervo perseguido
El que aún conserve para hacerlo fuerzas.  50
¡Huye con tu pendón, rey Carlo-Magno,
Que el rico manto entre las zarzas dejas,
Mientras el viento en remolinos barre
De tu casco rëal las plumas negras!
¿Qué aguardas? ¿A quién buscas? Tu sobrino,  55
El que rival no tuvo en la pelea,
Tu famoso Roldán, bravo entre bravos,
¡Allí tendido entre los muertos queda!
Ya huyen veloces, ¡euskaldunes!... ¡Huyen!...
¿Do sus lanzas están? ¿Do sus enseñas?  60
¡Cuál huyen!... ¡Oh! ¡Cuál huyen!... ¡Cuenta, mozo!
¿Cuántos los vivos son que aún aquí restan?
¿Veinte?... ¿quince?... ¿diez?... ¿ocho?... ¿siete?... ¿cinco?...
-No, señor. -¿Cuatro?... ¿dos?...- ¡Ni uno siquiera!
Todo acabó. -Valiente echeco-jauna,  65
Llama a tu perro; vuelve do te esperan
Los tiernos hijos, la querida esposa,
Y en tu cuerno de buey guarda las flechas;
Que ya en el campo, herencia de tus padres,
Puedes dormir tranquilo sobre de ellas.  70
¡Pronto la noche tenderá su manto,
Y acudiendo de buitres nube espesa,
Se cebarán en carnes machacadas,
Esparciendo las blancas osamentas,
Que en polvo convertidas por los siglos  75
Darán abono a nuestra agreste tierra!




ArribaAbajoAl árbol de Guernica



Tus cuerdas de oro en vibración sonora
      Vuelve a agitar, ¡oh lira!,
Que en este ambiente, que aromado gira,
Su inercia sacudiendo abrumadora
      La mente creadora,  5
De nuevo el fuego de entusiasmo aspira.

¡Me hallo en Guernica! Ese árbol que contemplo,
      Padrón es de alta gloria
De un pueblo ilustre interesante historia
De augusta libertad sencillo templo,  10
      Que -al mundo dando ejemplo-
Del patrio amor consagra la memoria.

Piérdese en noche de los tiempos densa
      Su origen venerable;
Mas ¿qué siglo evocar que no nos hable  15
De hechos ligados a su vida inmensa,
      Que en sí sola condensa
La de una raza antigua e indomable?
Se transforman doquier las sociedades;
      Pasan generaciones;  20
Caducan leyes; húndense naciones
Y el árbol de las vascas libertades
      A futuras edades
Trasmite fiel sus santas tradiciones.
Siempre inmutables son, bajo este cielo,  25
      Costumbres, ley, idioma...
¡Las invencibles águilas de Roma
Aquí abatieron su atrevido vuelo,
      Y aquí luctuoso velo
Cubrió la media luna de Mahoma!  30
Nunca abrigaron mercenarias greyes
      Las ramas seculares,
Que a Vizcaya cobijan tutelares;
Y a cuya sombra poderosos reyes
      Democráticas leyes  35
Juraban ante jueces populares.
¡Salve, roble inmortal! Cuando te nombra
      Respetuoso mi acento,
Y en ti se fija ufano el pensamiento,
Me parece crecer bajo tu sombra,  40
      Y en tu florida alfombra
Con lícita altivez la planta asiento.

¡Salve! ¡La humana dignidad se encumbra
      En esta tierra noble
Que tú proteges, perdurable roble,  45
Que el sol sereno de Vizcaya alumbra,
      Y do el Cosnoaga inmoble
Llega a tus pies en colosal penumbra!

¿En dónde hallar un corazón tan frío
      Que a tu aspecto no lata,  50
Sintiendo que se enciende y se dilata?
¿Quién de tu nombre ignora el poderío
      O en su desdén impío
Tu vejez santa con amor no acata?

Allá desde el retiro silencioso  55
      Donde del hombre huía
-Al par que sus derechos defendía-
Del de Ginebra pensador fogoso,
      Con vuelo poderoso
Llegaba a ti la inquieta fantasía;  60

   Y arrebatado en entusiasmo ardiente
      -Pues nunca helarlo pudo
De injusta suerte el ímpetu sañudo-
Postró a tu austera majestad la frente
      Y en página elocuente  65
Supo dejarte un inmortal saludo.

La Convención francesa, de su seno,
      Ve a un tribuno afamado
Levantarse de súbito, inspirado,
A bendecirte, de emociones lleno  70
      Y del aplauso al trueno
Retiembla al punto el artesón dorado.

Lo antigua que es la libertad proclamas...
      -¡Tú eres su monumento!-
Por eso cuando agita raudo viento  75
La secular belleza de tus ramas
      Pienso que en mí derramas
De aquel genio divino el ígneo aliento.

Cual signo suyo mi alma te venera,
      Y cuando aquí me humillo  80
De tu vejez ante el eterno brillo,
Recuerdo, roble augusto, que, doquiera
      Que el numen sacro impera,
Un árbol es su símbolo sencillo.

Mas, ¡ah! ¡Silencio! El sol desaparece  85
      Tras la cumbre vecina,
Que va envolviendo pálida neblina...
Se enluta el cielo... El aire se adormece...
      Tu sombra crece y crece
¡y sola aquí tu majestad domina!  90




ArribaAbajoAl pendón castellano



   ¡Salve, oh pendón ilustre de Castilla,
Que hoy en los muros de Tetuán tremolas,
Y haces llegar a la cubana Antilla
Reflejos de las glorias españolas!
   La media luna -que ante ti se humilla,-  5
Recuerda ya que entre revueltas olas,
De la raza de Agar con hondo espanto,
Se hundió al lucir el astro de Lepanto.

   Y esa morisma -de la Europa afrenta-
Que el rugido olvidó de tus leones,  10
Hoy al golpe cruel -que la escarmienta,-
Forjando en su pavor fieras visiones,
   De siete siglos a la luz sangrienta
Juzga que mira alzarse entre blasones,
-Sus turbantes teniendo por alfombras,-  15
Del Cid, de Alfonso y de Guzmán las sombras.

   ¡Oh! ¡sí! contigo van, por ti pelean
Esos nombres augustos; de su gloria
Los rayos en tus pliegues centellean,
Como fulguran en la hispana historia.  20
   ¡Que así triunfantes para siempre sean
Símbolos del honor y la victoria,
La civilización mirando ufana,
Que hoy te hospeda Tetuán, Tánger mañana!




ArribaAbajoPolonia

Traducción libre de Víctor Hugo




   Sola al pie de la torre, donde la voz tonante
Resuena pavorosa de tu señor fatal,
Cuya siniestra sombra parece por instante
Designarse en la piedra del silencioso umbral;

   Pronta a ver al esposo trocarse en asesino,  5
Pálida, y hasta el suelo doblada la cerviz
Vencida, encadenada, te ofreces al destino,
Bella y triste Polonia, por víctima infeliz.

    A falta de tus hijos, miro tus manos puras
El crucifijo santo con fervor estrechar...  10
¡Mancharon los Basquiros tus regias vestiduras,
Y en ellas sus sandalias grabaron al pasar!

   A intervalos te llegan palabras de amenaza,
Y de pisadas duras escuchase rumor,
Y un sable allá reluce, y un hierro que te enlaza  15
Al muro, por do corre tu llanto de dolor.

   ¡Polonia sin ventura! los brazos descarnados
Y la abatida frente te miro levantar,
Y los llorosos ojos, hundidos y empañados,
Hacia la Francia vuelves con tímido mirar.  20

   Un grito de tu pecho tristísimo desprendes:
-¡Oh Francia, hermana mía! -te escucho repetir:
Ansiosa tus miradas por el camino tiendes,
Y esperas ¡ ay! y esperas... ¡y a nadie ves venir!




ArribaAbajoA Francia

Al tratarse de la traslación de los restos de Napoleón a París




   Bástete ¡oh Francia! la atronante gloria
Con que llenó tus ámbitos el hombre;
Bástete ver en inmortal historia
Unido al tuyo su preclaro nombre.
Bástete la memoria  5
De aquellos grandes días
En que a su voz la Europa estremecías,
Y deja al mundo ese sepulcro austero
Donde el hado severo
Guarda al gigante de ambición y orgullo,  10
Entre esas peñas áridas y solas;
Mientras el mar -con turbulento arrullo-
Quiebra a sus pies las espumantes olas.

   ¡Déjale allí! Sin comitiva, aislado
Duerma en su roca solitaria y fría  15
El rey sin dinastía...
No en panteón estrecho sepultado,
De París oiga el bacanal rüido,
Entre vulgares reyes confundido.

   ¡Déjale, que supuesto es Santa Elena!  20
Los nombres poderosos
De Wagram, de Austerliz, Marengo y Jena
No volverán los ecos silenciosos,
La paz turbando de la tosca tumba,
A que no presta con sus alas sombra  25
El águila imperial, ni el hueco bronce
Por saludarla omnívomo retumba
Pero allí el mundo mírala, y se asombra
Del misterio que muda le revela;
Pues el fantasma inmenso,  30
Que entre cielo y abismo allí suspenso
Cumple quizás designios soberanos,
Es de la humana historia un monumento,
Que a pueblos y a tiranos
Dé alta lección, terrífico escarmiento!  35




ArribaAbajoEl porqué de la inconstancia

A mi amigo...




   Contra mi sexo te ensañas
Y de inconstante lo acusas;
Quizá porque así te excusas
De recibir cargo igual.
    Mejor obrarás si emprendes  5
Analizar en ti mismo
Del alma humana el abismo,
Buscando el foco del mal.

   Proclamas que las mujeres
(Cual dijo no sé quién antes),  10
Piensan amar sus amantes
Cuando aman sólo al amor;
   Que el vago ardor del deseo
Se agita constante en ellas;
Mas pasa sin dejar huellas  15
Su preferencia mayor.

   ¡Ay, amigo! no te niego
Verdad que tan sólo prueba
Que son las hijas de Eva
Como los hijos de Adán.  20
   A entrambos el daño vino
De la funesta manzana,
Y a toda la raza humana
Sus tristes efectos van.

   ¡Mísera raza!... su mengua  25
Sufre, pero no la entiende;
Y aún sueña y hallar pretende
Bienes que torpe perdió.
   Tras ellos ciega se lanza,
Girando en vértigo insano...  30
Mas nunca su empeño vano
Ni aun en sombra los gozó.

   Amor pide, dicha busca,
Y a esperar loca se atreve
Que en vaso corrupto y breve  35
Apague el alma su sed;
   Pero ella su afán inmenso
Siente perenne, profundo,
Y rompe lazos del mundo
Como el águila la red.  40

   En balde en la extraña lucha
De su cansancio y su anhelo
Le agrada tomar el velo
Que la presenta el error,
   Y en los pálidos fantasmas,  45
-Que agranda ilusa ella sola
Se finge ver la aurëola
De la dicha y del amor.

   ¡Resbala pronto la venda!
¡Resbala y ve -con despecho-  50
Que vuela, en humo deshecho,
El fulgor de su ilusión!
   Pues no cabe en ser que piensa
Que eterno el engaño sea
Aunque inmortal es la idea  55
Que seduce al corazón.

   No es, no, flaqueza en nosotros,
Sí indicio de altos destinos,
Que aquellos bienes divinos
Nos sirvan de eterno imán,  60
   Y que el alma no los halle,
-Por más que activa se mueva
Ni tú en las hijas de Eva,
Ni yo en los hijos de Adán.

   Unas y otros nos quedamos  65
De lo ideal a distancia,
Y en todos es la inconstancia
Constante anhelo del bien.
   ¡De amor y dicha tenemos
Sólo un recuerdo nublado;  70
Pues su goce fue enterrado
Bajo el árbol del edén!

   Jamás ¡oh amigo! ventura
Ni amor eterno hallaremos...
Pero ¿qué importa? ¡esperemos!  75
Porque es vivir esperar;
   Y aquí -do todo nos habla
De pequeñez y mudanza
Sólo es grande la esperanza
Y perenne el desear.  80




ArribaAbajoEn la muerte del laureado poeta señor don Manuel José Quintana



   Cantos de regocijo y de victoria
Nuestras voces alzaron aquel día
Que regia mortal mano te ceñía
Mezquino lauro de terrestre gloria:

   Y hoy que a la voz de tu Hacedor acudes,  5
A recibir la fúlgida diadema
Que la inmutable Majestad Suprema
Guarda en la eterna patria a las virtudes

   Hoy nuestra flaca condición humana
Su aliento en vano a remontar aspira  10
¡No le es dado arrancar, noble Quintana,
Ni un tierno adiós de la enlutada ¡ira!

   Que aunque la Fe con resplandor divino
La densa noche del sepulcro alumbre,
Y la Esperanza hasta la excelsa cumbre  15
Vuele, mostrando tu triunfal camino;

   Aquí -al mirar tus fúnebres despojos
A la tierra volver- sólo nos queda,
Con tu corona, que la España hereda,
¡Duelo en el corazón llanto en los ojos!  20




ArribaAbajoA un amigo

Encargado por la dirección de un periódico de la crítica de una comedia sátira



   ¡Cómo! ¿Tan gran perturbación te asedia
Porque te ordenan -con rigor y prisa
Juicio crítico hacer de una comedia?
   ¡Por Dios, que al ver a tu ánima indecisa
En trance tal (perdona si te enfado),  5
Cualquiera puede reventar de risa.
   ¿Imaginas tal vez, pecho cuitado,
Que para censurar una obra de arte
Has menester de un gusto delicado?
   ¿Qué talento tampoco ha de faltarte,  10
Ni juicio, ni instrucción, ni orden que guíe
A ver y a examinar parte por parte?
   Juro, si piensas tal, que me desvíe
para siempre de ti, como de un zote,
Por más que tierna tu amistad porfíe.  15
   ¿Hay, por ventura, estulto monigote,
Ignorante rapaz, coplero oscuro,
Que por cosa tan nimia se alborote?
   ¿Hay quien no sepa dar un golpe duro
Aún a la misma virginal Talía,  20
Con fuerte brazo y corazón seguro?
   Si no lo emprendes tú, por vida mía
Que no sin cascabel quedará el gato,
Y su pena tendrá tu cobardía;
   Pues no has de ver expuesto tu retrato  25
En baratillos mil, ni en gacetillas
Te han de llamar ilustre literato.
   Para crear de ingenio maravillas,
Desvélense Gallegos y Quintanas,
Y Hartzenhusches, y Vegas, y Zorrillas.  30
   Tú -sin recurso de las nueve hermanas-
Si esa tu indigna timidez sacudes,
Nombre a la par de sus ingenios ganas.
   Y trabaje Bretón, que -sin que sudes
Para agradar, con su feliz constancia-  35
Que te has de ver más popular no dudes.
   ¡Eh! ¡Dispón el papel! Poco en sustancia
Te conviene decir: moja la pluma,
Y comienza a escribir con arrogancia.
   «Juicio crítico.» ¡Bien! ¡Como la espuma  40
Tu gloria va a crecer! -Mas ¿qué diremos?
-Para empezar y terminar, en suma,
   Basta elegir entre los dos extremos
Y exclamar: -«La comedia es un dislate.»
O -«¡hay en ella doquier rasgos supremos!»  45
   Lo primero es mejor: loar a un vate
Que adquiere gloria o acumula plata,
Es, yo lo afirmo, insigne disparate.
   Otra cosa ha de ser cuando se trata
De inofensivo autor o gente nuestra  50
¿Quién a los suyos con rigor maltrata?
   Mas para caso tal, nula es tu diestra,
La juzga bien el que escribió la obra,
Y sus mismos elogios das por muestra.
   Mas miro que renace tu zozobra:  55
¿Qué mosca te picó? Dilo y escribe,
Que para meditar tiempo te sobra.
   -Quiero saber si el juicio se suscribe.
   -¿El juicio suscribir?... Loco te creo:
¿Quién duda igual sin delirar concibe?  60
   Muy ignorante estás, por lo que veo,
De la crítica que hay en nuestra España,
O es que naciste para ser pigmeo.
   No se firma jamás cuando con saña
Se le zurra a un autor, que capaz fuera  65
De contestar con fabuleja extraña
   ¿Zapatero?... -¡Cabal! Mas la parlera
Fama, divulga el recatado nombre,
Por la voz de una turba vocinglera.
   Esa turba es de amigos; no te asombre;  70
Ellos dirán: -«La crítica es sublime:
La hizo Fulano.» Y cátate grande hombre.
   ¿Qué te habrá de importar que desestime
Tu censura el autor, que docta gente
Exclame con dolor -y esto se imprime?  75
   Tú no por eso abatirás la frente,
Y el vulgo, que verá tu aire triunfante,
Acatará tu fallo reverente.
   -Mas lo habré de fundar. -¡Calla, ignorante!
¿A qué viene pensar en fundamento,  80
Si tu edificio debe ser flotante?
   ¡Es mala comedia! Aquí está el cuento.
Es mala, y basta... porque yo lo digo;
¡Estilo pobre... pésimo argumento!
   -Mas como del aplauso fui testigo,  85
¿He de afirmar que el público se engaña?
¿Del voto general me haré enemigo?
   -No; pero puedes deslizar con maña
Que llenaba el local una pandilla
De amigos del autor; o que en España  90
   El mostrarse cortés no es maravilla,
Y que a esta condición -tan oportuna-
Alto triunfo debió mísera obrilla.
   Puedes decir también que allá en su cuna
Tuvo el autor benéfica influencia  95
De alguna estrella o de la misma luna;
   Mas que, en medio de todo, es por esencia
Un zopenco, un estúpido, un ilota,
Que sólo alcanza de agradar la ciencia.
   -¡No es poco, por mi vida! Pero nota  100
Que sólo comenzado el juicio tengo.
-Pues no habrás de añadir ni aun una jota.
   Bueno está como está; yo lo sostengo;
No hay para qué meternos en hondura:
Lo esencial dicho está, y a ello me atengo.  105
   Eso de analizar empresa es dura,
Y nadie tan sin miedo criticara
Si exigiese razones la censura.
   Si saber demandase, cosa es clara
Que tanto parlanchín folletinista  110
Temblar al comenzar, de pies a cara.
   Mas por milagro un diario se conquista
La pluma de algún crítico discreto,
Y siempre encuentra a la ignorancia lista.
   Ella le saca del perenne aprieto,  115
Y, ora mime al autor ora le zurre,
Nunca el arte infeliz halla respeto.
   Si sesudo lector rabia o se aburre
Del necio elogio o torpe vituperio,
Otro, por diversión, a ellos recurre.  120
   Y ni estólidos faltan, que al criterio
Del intruso censor la frente inclinen,
Por ejercer de su eco el ministerio.
   Corre, pues, ¡vive Dios!, no te acoquinen
Los descontentos que doquier pululan;  125
Mas los necios serán que te apadrinen.
   Adula o pega a tu placer: circulan,
Buenos o malos, los escritos todos
Que en las activas prensas se acumulan.
   Nuestra patria feliz por varios modos  130
Protege a los audaces, y aún levanta
A muchos, ¡ay!, que estaban entre lodos.
   Así nuestra cultura se adelanta,
Y a fe que los quejosos escritores
Se divierten también en gresca tanta;  135
   Pues ya entusiasmo encuentren, ya rigores,
Del oso bailarín hacen recuerdo,
Y al escuchar dicterios o loores
Saben si es mono el que los dice, o cerdo.




ArribaAbajoLas siete palabras

Y María al pie de la cruz




   Al cielo ofreciendo del mundo el rescate,
Con clavos sujetas las manos divinas,
Ciñendo sus sienes corona de espinas,
Se ostenta en los brazos del leño Jesús.
   A diestra y siniestra dos viles ladrones  5
Reciben la pena que al crimen se debe;
Mas ¡sólo en el Justo se ensaña la plebe,
Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

   La túnica sacra con grita sortean
En frente al suplicio los fieros sayones,  10
Y el pueblo inconstante con torpes baldones
Denuesta al que ha sido su gloria y salud.
   Ya nadie recuerda sus hechos pasmosos,
Del bien -que hizo a todos- cada uno se olvida,
Celebran su muerte, calumnian su vida...  15
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

   «Si Dios es tu Padre»-por mofa le dicen-
«Desciende, y entonces tendremos creencia.
Los oye el Cordero con santa paciencia,
Y ya de sus ojos nublada la luz,  20
   Los alza clamando: -¡Perdónalos, Padre!
Lo que hacen ignoran, perdónalos pío.-
Con roncas blasfemias responde el gentío,
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

   Sed tengo -murmura la Víctima augusta;  25
Vinagre mezclado con hiel le presentan...
Sus labios divinos la esponja ensangrientan,
Y ríe y se goza la vil multitud.
   En tanto del Mártir se hiela la sangre
Cubriendo su frente con nublos espesos  30
Le tiemblan las carnes, le crujen los huesos
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

   -¡Mujer, ve tu hijo! la dice, y señala
En Juan a la prole de Adán delincuente.
-¡Ahí tienes, oh hombre, tu Madre clemente!-  35
Mirando al Apóstol añade Jesús.
   Tal es el legado que alcanzan los mismos
Que son de su muerte causantes insanos:
Les da para el cielo derechos de hermanos...
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!  40
   Mirando del Cristo la suma clemencia,
De aquel que a su diestra comparte el suplicio
Conmuévese el alma, que el gran sacrificio
Ya en él ejercita su inmensa virtud:
   -«De mí note olvides -le dice- en tu reino.»  45
Jesús premia al punto su fe meritoria;
-Conmigo- responde -serás en la gloria...-
Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

   Mas ¡ay! ya el instante se acerca supremo:
Ya el pecho amoroso con pena respira:  50
Inclinase el rostro que el ángel admira,
Y eleva la muerte su fiera segur.
   -¡Oh Padre divino! ¿por qué me abandonas?
La voz espirante pronuncia despacio:
Su queja doliente devora el espacio...  55
¡Y está allí la Madre al pie de la Cruz!

   -¡Todo es consumado! -Mi espíritu ¡oh Padre!
Recibe en tus manos -clamó el moribundo.
Retiemblan de pronto los ejes del mundo,
Los cielos se cubren de oscuro capuz,  60
   Se parten las piedras, las tumbas se abren,
Sangriento un cadáver se ve suspendido...
¡De Adán el linaje ya está redimido!
¡Y aún queda la Madre al pie de la Cruz!




ArribaAbajoAl nombre de Jesús

Soneto



   Es grata al caminante en noche fría
La alegre llama del hogar caliente:
Grata al que corre bajo sol ardiente
La fresca sombra de arboleda umbría:
   Grato, como dulcísima armonía,  5
Para el sediento el ruido de la fuente,
Y grato respirar en libre ambiente
Para quien sale de mazmorra impía.
   Es grata, en fin, la lluvia al campesino;
Grata al guerrero belicosa fama;  10
Y grato el natal suelo al peregrino:
   Pero más que aire, sombra, fuente, llama,
Lluvia, patria, laurel, ¡Jesús divino!
Tu nombre es grato al corazón que te ama.




ArribaAbajoA Dios

Soneto



   ¿No es delirio, Señor? Tú, el absoluto
En belleza, poder, inteligencia;
Tú, de quien es la perfección esencia
Y la felicidad santo atributo;
   Tú, a mí -que nazco y muero como el bruto-  5
Tú, a mí -que el mal recibo por herencia-
Tú, a mí -precario ser, cuya impotencia-
Sólo estéril dolor tiene por fruto...
   ¿Tú me buscas ¡oh Dios! Tú el amor mío
Te dignas aceptar como victoria  10
Ganada por tu amor a mi albedrío?
   ¡Sí! no es delirio; que a la humilde escoria,
Digno es de tu supremo poderío
Hacer capaz de acrecentar tu gloria!




ArribaAbajoLa pesca en el mar



   ¡Mirad! ya la tarde fenece...
      La noche en el cielo
      despliega su velo,
      propicio al amor.
La playa desierta parece:  5
      Las olas serenas
      salpican apenas
      su dique de arenas,
      con blando rumor.

Del líquido seno la luna  10
      su pálida frente
      allá en occidente
      comienza a elevar.
No hay nube que vele importuna
      sus tibios reflejos,  15
      que miro de lejos
      mecerse en espejos
      del trémulo mar.

¡Corramos!... ¡quién llega primero!
      Ya miro la lancha...  20
      Mi pecho se ensancha,
      se alegra mi faz.
¡Ya escucho la voz del nauclero!
      que el lino despliega
      Y al soplo le entrega  25
      del aura que juega,
      girando fugaz!

¡Partamos! la plácida hora
      llegó de la pesca,
      y al alma refresca  30
      la bruma del mar.
¡Partamos, que arrecia sonora
      la voz indecisa
      del agua, y la brisa
      comienza de prisa  35
      la flámula a hinchar!

      ¡Pronto, remero!
      ¡Bate la espuma!
      ¡Rompe la bruma!
      ¡Parte veloz!  40

      ¡Vuele la barca!
      ¡Dobla la fuerza!
      ¡Canta y esfuerza
      brazos y voz!

      Un himno alcemos  45
      jamás oído,
      del remo al ruido
      del viento al son,

      y vuelve en alas
      del libre ambiente  50
      la voz ardiente
      del corazón.

Yo a un marino le debo la vida,
y por patria le debo al azar
una perla -en un golfo nacida-  55
      al bramar
      sin cesar
      de la mar.
Me enajena al lucir de la luna
con mi bien estas olas surcar,  60
y no encuentro delicia ninguna
      como amar
      y cantar
      en el mar.
Los suspiros de amor anhelantes  65
¿quién ¡oh amigos! querrá sofocar,
si es tan grato a los pechos amantes
      a la par
      suspirar
      en el mar?  70
¿No sentís que se encumbra la mente
esa bóveda inmensa al mirar?
Hay un goce profundo y ardiente
      en pensar
      y admirar  75
      en el mar.
Ni un recuerdo del mundo aquí llegue
nuestra paz deliciosa a turbar:
libre el alma al deleite se entregue
      de olvidar  80
      y gozar
      en el mar.
¡Presto todos!... ¡Las redes se tienden!
¡Muy pesadas las hemos de alzar!
¡Presto todos, los cantos suspendan,  85
      y callar
      y pescar
      en el mar!




ArribaAbajoCuartetos escritos en un cementerio



   He aquí el asilo de la eterna calma,
do sólo el sauce desmayado crece...
¡Dejadme aquí: que fatigada el alma,
el aura de las tumbas apetece!

Los que aspiráis las flores de la vida,  5
llenas de aroma de placer y gloria,
no piséis el lugar do convertida
veréis su pompa en miserable escoria:

mas venid todos los que el ceño airado
del destino mirasteis en la cuna;  10
los que sentís el corazón llagado
y no esperáis consolación alguna.

¡Venid también, espíritus ardientes,
que en ese mundo os agitáis sin tino,
y cuya inmensa sed sus turbias fuentes  15
calmar no pueden con raudal mezquino!

Los que el cansancio conocisteis, antes
que paz os diesen y quietud los años
¡Venid con nuestros sueños devorantes!
¡Venid con vuestros tristes desengaños!  20

No aquí las horas, rápidas o lentas,
cuenta el placer ni mide la esperanza:
¡quiébranse aquí las olas turbulentas
que el huracán de las pasiones lanza!

Aquí, si os turban sombras de la duda,  25
la severa verdad inmóvil vela:
aquí reina la paz eterna y muda,
si paz el alma fatigada anhela.

Los que aquí duermen en profundo sueño,
insomnes cual nosotros se agitaron...  30
Ya de la muerte en el letal beleño
sus abrasadas sienes refrescaron.

Amemos, pues, nuestra mansión futura,
única que tenemos duradera
¡Que ilusión de la vida es la ventura,  35
mas la paz de la muerte es verdadera!




ArribaAbajoA las estrellas

Soneto



   Reina el silencio; fúlgidas en tanto,
luces de paz, purísimas estrellas,
de la noche feliz lámparas bellas,
bordáis con oro su luctuoso manto.
   Duerme el placer, mas vela mi quebranto,  5
y rompen el silencio mis querellas,
volviendo el eco unísono con ellas,
de aves nocturnas el siniestro canto.
   ¡Estrellas, cuya luz modesta y pura
del mar duplica el azulado espejo!  10
si a compasión os mueve la amargura
   del intenso penar porque me quejo,
¿cómo, para aclarar mi noche oscura,
no tenéis ¡ay! ni un pálido reflejo?




ArribaAbajoA él



   Era la edad lisonjera
en que es un sueño la vida,
era la aurora hechicera
de mi juventud florida,
en su sonrisa primera:  5
   cuando contenta vagaba
por el campo, silenciosa,
y en escuchar me gozaba
la tórtola que entonaba
su querella lastimosa.  10
   Melancólico fulgor
blanca luna repartía,
y el aura leve mecía
con soplo murmurador
la tierna flor que se abría.  15
   ¡Y yo gozaba! El rocío,
nocturno llanto del cielo,
el bosque espeso y umbrío,
la dulce quietud del suelo,
el manso correr del río.  20
   Y de la luna el albor,
y el aura que murmuraba,
acariciando a la flor,
y el pájaro que cantaba,
todo me hablaba de amor.  25
   Y trémula, palpitante,
en mi delirio extasiada,
miré una visión brillante,
como el aire perfumada,
como las nubes flotante.  30
   Ante mí resplandecía
como un astro brillador,
y mi loca fantasía
al fantasma seductor
tributaba idolatría.  35
   Escuchar pensé su acento
en el canto de las aves:
eran las auras su aliento
cargadas de aromas suaves,
y su estancia el firmamento.  40
   ¿Qué ser divino era aquél?
¿Era un Ángel o era un hombre?
¿Era un Dios o era Luzbel...?
¿Mi visión no tiene nombre?
¡Ah! nombre tiene... ¡Era él!  45

   El alma guardaba tu imagen divina
y en ella reinabas ignoto señor,
que instinto secreto tal vez ilumina
la vida futura que espera el amor.
   Al sol que en el cielo de Cuba destella,  50
del trópico ardiente brillante fanal
tus ojos eclipsan, tu frente descuella
cual se alza en la selva la palma real.
   Del genio la aureola, radiante, sublime,
ciñendo contemplo tu pálida sien,  55
y al verte, mi pecho palpita, y se oprime,
dudando si formas mi mal o mi bien.
   Que tú eres no hay duda mi sueño adorado,
el ser que vagando mi mente buscó,
mas ¡ay! que mil veces el hombre, arrastrado  60
por fuerza enemiga, su mal anheló.

   Así vi a la mariposa
inocente, fascinada
en torno a la luz amada
revolotear con placer.  65
   Insensata se aproxima
y le acaricia insensata,
hasta que la luz ingrata
devora su frágil ser.
   Y es fama que allá en los bosques  70
que adornan mi patria ardiente,
nace y crece una serpiente
de prodigioso poder,
   que exhala en torno su aliento
y la ardilla palpitante,  75
fascinada, delirante,
corre... ¡y corre a perecer!
   ¿Hay una mano de bronce,
fuerza, poder, o destino,
que nos impele al camino  80
que a nuestra tumba trazó?
    ¿Dónde van, dónde, esas nubes
por el viento compelidas?...
¿Dónde esas hojas perdidas
que del árbol arrancó?  85
   Vuelan, vuelan resignadas,
y no saben donde van,
pero siguen el camino
que les traza el huracán.
   Vuelan, vuelan en sus alas  90
nubes y hojas a la par,
ya los cielos las levante
ya las sumerja en el mar.
   ¡Pobres nubes! ¡pobres hojas
que no saben dónde van!...  95
pero siguen el camino
que les traza el huracán.




ArribaAbajoA****



   No existe lazo ya: todo está roto:
plúgole al cielo así: ¡bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.

   Te amé, no te amo ya; piénsolo al menos.  5
¡Nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido; el corazón respire.

   Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano...  10
mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

   De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible  15
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

   ¡Quísolo Dios y fue: gloria a su nombre!
Todo se terminó: recobro aliento.
¡Ángel de las venganzas! ya eres hombre...
ni amor ni miedo al contemplarte siento.  20

   Cayó tu cetro, se embotó tu espada...
Mas ¡ay! ¡Cuán triste libertad respiro!
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada,
y en honda y vasta soledad me miro.

   ¡Vive dichoso tú! Si en algún día  25
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.




ArribaA la poesía


   ¡Oh tú, del alto cielo,
precioso don al hombre concedido!
¡Tú, de mis penas íntimo consuelo,
de mis placeres manantial querido!
¡Alma del orbe, ardiente Poesía,  5
dicta el acento de la lira mía!
   Díctalo, sí; que enciende
tu amor mi seno, y sin cesar ansío
la poderosa voz -que espacio hiende-
para aclamar tu excelso poderío;  10
y en la naturaleza augusta y bella
buscar, seguir y señalar tu huella.
   ¡Mil veces desgraciado
quien -al fulgor de tu hermosura ciego-
en su alma inerte y corazón helado  15
no abriga un rayo de tu dulce fuego!
Que es el mundo sin ti templo vacío,
cielos sin claridad, cadáver frío.
   Mas yo doquier te miro;
doquier el alma estremecida siente  20
tu influjo inspirador. El grave giro
de la pálida luna, el refulgente
trono del sol, la tarde, la alborada...,
todo me habla de ti con voz callada.
   En cuanto ama y admira  25
te halla mi mente. Si huracán violento
zumba y levanta el mar, bramando ira;
si con rumor responde soñoliento
plácido arroyo al aura que suspira...,
tú alargas para mí cada sonido  30
y me explicas su místico sentido.
   Al férvido verano,
a la apacible y dulce primavera,
al grave otoño y al invierno cano
embellece tu mano lisonjera;  35
que alcanza, si los pintan tus colores,
calor el hielo, eternidad las flores.
   ¿Qué a tu dominio inmenso
no sujetó el Señor? En cuanto existe
hallar tu ley y tus misterios pienso;  40
el universo tu ropaje viste,
y en su conjunto armónico demuestra
que tú guiaste la hacedora diestra.
   ¡Hablas! Todo renace;
tu creadora voz los yermos puebla:  45
espacios no hay que tu poder no enlace
y, rasgando del tiempo la tiniebla,
de lo pasado al descubrir ruinas,
con tu mágica voz las iluminas.
   Por tu acento apremiados,  50
levántanse del fondo del olvido,
ante tu tribunal, siglos pasados;
y el fallo, que pronuncias transmitido
por una y otra edad en rasgos de oro,
eterniza su gloria o su desdoro.  55
   Tu genio independiente
rompe las sombras del error grosero;
la verdad preconiza; de su frente
vela con flores el rigor severo,
dando al pueblo en bellas creaciones,  60
de saber y virtud santas lecciones.
   Tu espíritu sublime
ennoblece la lid; tu épica trompa
brillo eternal en el laurel imprime;
al triunfo presta inusitada pompa;  65
y los ilustres hechos que proclama
fatiga son del eco de la fama.
   Mas si entre gayas flores
a la beldad consagras tus acentos;
si retratas los tímidos amores;  70
si enalteces sus rápidos contentos,
a despecho del tiempo, en tus anales
beldad, placer y amor son inmortales.
   Así en el mundo suenan
del amante Petrarca los gemidos,  75
los siglos con su canto se enajenan;
y unos tras otros -de su amor movidos-
van de Valclusa a demandar al aura
el dulce nombre del cantor de Laura.
   ¡Oh! No orgullosa aspiro  80
a conquistar el lauro refulgente,
que humilde acato y entusiasta admiro
de tan gran vate la inspirada frente;
ni ambicionan mis labios juveniles
el clarín sacro del cantor de Aquiles.  85
   No tan ilustres huellas
seguir es dado a mi insegura planta...
mas -abrasada al fuego que destellas-,
¡oh, ingenio bienhechor!, a tu ara santa
mi pobre ofrenda estremecida elevo,  90
y una sonrisa a demandar me atrevo.
   Cuando las frescas galas
de mi lozana juventud se lleve
el veloz tiempo en sus potentes alas,
y huyan mis dichas como el humo leve,  95
serás aún mi sueño lisonjero,
y veré hermoso tu favor primero.
   Dame que pueda entonces,
¡Virgen de paz, sublime poesía!,
no transmitir ni en mármoles ni en bronces  100
con rasgos tuyos la memoria mía;
sólo arrullar, cantando mis pesares
a la sombra feliz de tus altares.