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Tenia Moctezuma entre sus palacios uno que llamaba del duelo o de la tristeza, porque en él pasaba el tiempo del luto siempre que moría, alguna persona de su familia. Todas las paredes de aquel extraño edificio eran de mármol negro, y según dice Solís al describirle, solo tenía la luz necesaria para ver su oscuridad.

 

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Era una creencia, popular que Chimalpopoca, tercer rey azteca, perseguido por el odio del poderoso emperador Tepaneca, quiso inmolarse antes que atraer sobre sus vasallos la cólera de aquel enemigo formidable. Hízose degollar efectivamente en el altar de su dios Huitzilopchtli, ofreciese en holocausto a la libertad de su pueblo. ¡Rasgo de heroísmo sin ejemplo en la historia de los reyes!

 

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Los embajadores mejicanos llevaban una flecha en la diestra a guisa de insignia: si iban de paz, la punta de la flecha se inclinaba al suelo; si de guerra llevábanla en alto.

 

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Mictlanteuctli, que significa Señor de las tinieblas, o según otros caballero del obscuro palacio, era el dios de Mictlan, o sea el infierno. Según las creencias mejicanas, los cobardes, los impíos y los asesinos iban a habitar después de la muerte aquel lugar de tinieblas, del cual no podían volver a salir. ¡Notable semejanza la que existe entre todas las religiones!

 

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Luilon equivale o villano, canalla, y aun expresa más que ambas voces castellana.

 

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Cacumatzin se gloriaba con razón de tener por ascendientes a aquellos dos grandes príncipes chichimecas. Nezahualcoyot fue el Solon de Anáhuac: promulgó ochenta leyes, entre ellas una que ordenaba no pudiese durar más de sesenta días ningún proceso, ya fuese criminal, ya civil. Aquel monarca fue además astrónomo, poeta y orador, debiéndole Tezcuco la indisputable superioridad que alcanzó por su civilización entre todos los reinos que formaban parte del mejicano imperio.

Su hijo y sucesor Nezahualpili se distinguió tanto por su talento como por su severa justicia. Como bruto condenó a muerte a uno de sus hijos por haber infligido las leyes del Estado, y a pesar de la desesperación de su esposa y de las súplicas del pueblo, aquella terrible sentencia fue públicamente ejecutada.

Estos dos grandes reyes, como todos los de Tezcuco, eran descendientes de los chichimecas, tribus que emigrando, según se cree, de las regiones del Norte, aparecieron en el Anáhuac antes que no nahuatlacas.

De todos los pueblos habitadores de aquellos países, el más antiguo después del tulteca, era chichimeca, así como el más moderno era el azteca, fundador del imperio mejicano.

 

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El jaguar, según creemos haberlo dicho ya, es una fiera de la América la más carnívora que se conocía en aquellos países antes de la conquista.

 

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Luilones ya hemos dicho que equivalía a villanos canallas.

 

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Micoatl, que quiere decir, según Clavijero, camino de los muertos, pero más exactamente a nuestro entender campo de la muerte, era un llano de bastante extensión que servía de cementerio general a los mejicanos. Excepto los emperadores, cuyas cenizas, según indicios, se conservaban en los templos, todos los muertos eran sepultados en aquel campo, donde se veían innumerables sepulcros en forma de pirámides, y dos teocalis consagrados al sol y a la luna.

 

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Las ceremonias de las exequias se limitaban a depositar los parientes algunas joyas y el retrato del difunto en el sepulcro que le estaba destinado. En seguida los teopixques llevaban el cadáver a la pira, que era de maderas odoríferas, y lo quemaban con muchas aromas. Recogían las cenizas en una copa de plata o de oro y la colocaban en la tumba, que cerraban después al compás de un canto fúnebre, en el cual imploraban al sol y a la luna para que alumbrasen siempre con serena luz el solitario campo de los muertos. También se enterraban algunas veces, en los últimos tiempos del imperio, cadáveres enteros, que colocaban sentados cubiertos de sus mejores galas; pero era más general la costumbre de quemarlos.