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Alberto Blest Gana «historiador de Chile»

Giuseppe Bellini





La gran figura de la narrativa realista, o romántico-realista si queremos, en América, es la del chileno Alberto Blest Gana. Es un nombre señero, un escritor seguramente dotado. Nace el 4 de mayo de 1830 en Santiago de Chile y su vida se divide entre la profesión de las armas, la docencia superior, la creación literaria y la actividad diplomática; ésta última lo obliga a vivir lejos de su país por largos años, desde 1866 hasta 1920, año en que Blest Gana muere, en París, el 9 de noviembre. Sus noventa años de existencia cubren un período fundamental de la historia chilena, el de la consolidación del país como nación independiente, a través de luchas internas y guerras contra los estados confinantes, y el de su estructuración y formación intelectual. En 1843 se inaugura la Universidad de Chile, que dirige el venezolano Andrés Bello y pronto llegan a Santiago personalidades de la talla intelectual de un Sarmiento, un Alberdi, un Mitre, proscritos argentinos de la dictadura de Rosas. Paulatinamente la nación chilena se va transformando y modernizando, con la introducción del ferrocarril y el telégrafo. Surgen nuevos círculos literarios, se fundan periódicos y revistas.

A pesar de las complicaciones internas -sublevación del coronel Urriola contra el gobierno Bulnes (1851), de la escuadra chilena contra Balmaceda (1891), un terremoto que, el 16 de agosto de 1906, destruye Valparaíso -y externas- guerra contra la Confederación peruano-boliviana (1836), con la ocupación chilena de Lima (1838), batalla de Yungay (1839), que decide en favor de Chile la contienda, una nueva guerra contra España (1865), con el bombardeo de Valparaíso de parte de la escuadra española (1866), guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia (1879-1884) y nueva ocupación de Lima (1881) -la república va afirmando su estructura de estado soberano.

Desde Chile y luego desde París, Blest Gana es testigo de tanto acontecimiento. En su observatorio parisino presencia otros acontecimientos internacionales: la Comuna, el segundo Imperio, con Napoleón III, la guerra franco-prusiana y en fin la primera Guerra Mundial.

Estos dramáticos acontecimientos, sin embargo, no dejan huella en su obra narrativa. La atención del escritor se centra exclusivamente, en el ámbito histórico, en lo nacional.

La actividad literaria de Alberto Blest Gana comienza en época temprana. Asombrosa es su capacidad creativa. En pocos años publica numerosas novelas, primero por entregas, en revistas y periódicos. En 1855 comienza la publicación de Engaños y desengaños y Los desposados, en la «Revista de Santiago»; en 1858 la «Revista del Pacífico» publica El primer amor y en el mismo año La fascinación; como suplemento de «El Ferrocarril» aparece la novela breve Juan de Arias. Otra novela breve, Un drama en el campo, ve la luz en 1859 en la revista «La Semana». Pero su primera afirmación Blest Gana la obtiene con La aritmética del amor, que premia en 1880 la Universidad de Chile.

Las novelas y narraciones anteriores a la novela premiada no revelan más que a un novelista prometedor. El que había empezado como poeta romántico, ha dejado a un lado definitivamente la poesía. La lectura de Balzac y de Stendhal lo ha llevado hacia el Realismo. Un influjo inicial de Walter Scott es rápidamente superado y con él el sentimentalismo propio de la novela romántica, de la que, sin embargo, quedan huellas en sus novelas, especialmente en lo recatado de las escenas de amor. Blest Gana afirmó que su conversión de la poesía a la narrativa fue repentina, debida a la lectura-descubrimiento de Balzac:

un día, leyendo a Balzac, hice un auto de fe en mi chimenea, condenando a las llamas las impresiones rimadas de mi adolescencia, juré ser novelista y abandonar el campo literario si las fuerzas no me alcanzaban para hacer algo que no fuesen triviales y pasajeras composiciones.1



Su obra narrativa es el testimonio más relevante de una feliz decisión, en la que el maestro Balzac fue su guía constante, pero discreta, porque no aplastó al discípulo, ni éste quiso dejarse aplastar, movido sobre todo por su natural gusto. Hay quien le reprocha al escritor chileno no haber alcanzado al maestro, porque no ahondó demasiado en situaciones y personajes. Pero Blest Gana conservó su originalidad y sus libros se leen hoy todavía con gusto, como obras si no perfectas sí significativas de un momento muy alto de la narrativa hispanoamericana. Acertadamente ha notado Hernán Poblete Varas las fallas del novelista chileno frente a Balzac, que había convertido «en su evangelio de novelista», a pesar de lo cual «jamás logró calar tan hondo como él en la tarea de desentrañar el mundo que les servía de escenario»2.

Y sin embargo, Alberto Blest Gana fue un notable pintor de la sociedad de su tiempo, en vías de grandes transformaciones. Conservador, fundamentalmente, no cabe duda, tenía un sentido moral que le hacía ver claramente y denunciar los desequilibrios que creaba el dinero, única fuerza capaz de dar categoría a una sociedad en la que convivían las grandes familias terratenientes y comerciantes de la Colonia y los que deseaban encontrar una situación propia en la nueva estructura económico-política de la nación independiente. El mismo Blest Gana escribe en su novela Martín Rivas:

Así es que el joven capitalista era recibido en todas partes con el acatamiento que se debe al dinero, el ídolo del día. Las madres le ofrecían la mejor poltrona en sus salones; las hijas le mostraban gustosas el hermoso esmalte de sus dientes y tenían para él ciertas miradas lánguidas, patrimonio de los elegidos; al paso que los padres le consultaban con deferencia sus negocios y tomaban su voto en consideración, como el de un hombre que en caso necesario puede prestar su fianza para una especulación importante.3



El repudio por el dinero no le hacía por cierto olvidar al novelista su imprescindible necesidad. Le guiaba también su experiencia personal, pues, literato ya famoso, nunca alcanzó un gran bienestar. De aquí sus recriminaciones a propósito de lo poco que contaba el valor del artista, en una sociedad entregada exclusivamente a la producción de bienes materiales. Sólo su incorporación en la diplomacia mejorará las condiciones del escritor, sin influir mínimamente sobre sus ideas.

La fama le llega pronto a Blest Gana. De 1853 a 1860, año en que La aritmética del amor recibe el premio mencionado, el narrador ha ido demostrando significativamente sus posibilidades de novelista. Al comienzo el costumbrismo asoma todavía, en cuadros breves, en colaboraciones saltuarias, y hasta en sus primeras novelas y novelitas. La revelación verdadera, plena, es La aritmética en el amor, con la que venia improvisamente a dar consistencia a una novela chilena, antes prácticamente inexistente, a pesar de la buena voluntad de autores folletinescos. El mismo Victoriano Lastarria había sido un costumbrista de escaso valor y pésimos fueron los demás autores, como Manuel Bilbao, a quien se debe El Inquisidor mayor (1852), novelón muy de la época.

El triunfo literario le acarrea a Blest Gana otros honores, entre ellos la designación a miembro de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Chile. Su discurso de ingreso es significativo; lo pronuncia el 3 de enero de 1861 y en él nos explica su teoría literaria: clásicos y modernos son la fuente necesaria de las lecturas para llegar a una nueva literatura que tenga verdadero valor estético y filosófico; función de las letras es civilizar, estudiar el corazón humano para transmitir al lector provechosas lecciones «ya sea por medio de la pintura de cuadros históricos, elegidos con juicioso tino, ya por el auxilio de la ficción, que fácilmente se presta al servicio de las buenas ideas»4. Y añade:

Sin disputa la novela de costumbre es la más adecuada. Por la pintura de cuadros sociales llamará la atención de todos los lectores; por sus observaciones y la filosofía de su estudio adquirirá la simpatía de los pensadores, y por las combinaciones infinitas que caben en su extenso cuadro despertará el interés de los numerosos amigos del movimiento y de la intriga.5



La teorización resulta frecuentemente reductiva de la libertad del artista. No cabe duda de que en sus líneas fundamentales Blest Gana sigue las ideas expuestas con ocasión de su incorporación a la Facultad de Humanidades, pero reservándose, en realidad, una gran libertad de acción. La misma naturaleza de sus novelas mayores, Martín Rivas y Durante la Reconquista especialmente, nos lo muestran atento al interés que la trama debía despertar en el lector. Lectores de entregas, antes que del libro en volumen, puesto que esta operación de unificación, y limadura, la realizaría más tarde el autor, cuando diplomático en París y ya abandonada la creación artística.

La novela que se publica por entregas debe a la fuerza llamar la atención del lector, animarle a la lectura y a comprar el periódico o la revista. Era una atracción finalizada a la mayor venta y consiguiente ganancia. Debido a esto la intriga es parte determinante en la obra de Blest Gana; una acción que se complica en escenas, en pasiones, que se resuelve en bien estudiadas pausas, en remansos sin mucha trascendencia, a veces, pero que encadenan al lector, le hacen desear la continuación. Pensemos en los lectores chilenos de la época: ¿quiénes serían? Pocos ilustrados y muchas mujeres de situación acomodada. La difusión del género epistolar nos confirma que las mujeres de familia bien, las jóvenes especialmente, sabían leer y escribir, además de tocar el piano y bordar o pintar. Por eso la «Revista Católica» había podido gritar al escándalo contra Una escena social, que interpretaba como una lección de inmoralidad por su fatalismo y las escenas amorosas que definía «impúdicas pinturas», pues habrían podido tener un efecto pernicioso sobre las «castas doncellas» que leían «El Museo», revista que publicaba la novela de Blest Gana. Una inocente novela primeriza, en realidad, de 1853, amargada por amores infelices, diseminada de epístolas románticas, con un final espectacular: el suicidio del amante arruinado, la intervención de un segundo hombre que, enfermada y luego muerta la protagonista, cuidará bondadosamente de su hijo.

Lo que llama la atención, en ésta y en sucesivas novelas de Blest Gana, como Engaños y desengaños y La fascinación, es la feliz disposición descriptiva del autor, atenta a los tipos, sobre todo femeninos, vistos, es verdad, más en su exterior que en su dimensión interna, pero igualmente vivos.

Entre las novelas que Alberto Blest Gana escribe en París, durante su primera estancia en la capital francesa, poco hay que destacar. En Engaños y desengaños, Los desposados, El primer amor, La fascinación, el clima parisino, la visión consabida de la vida en la ciudad, los temas de las relaciones sentimentales y sociales representan una suerte de evasión bastante superficial. Con La aritmética en el amor el narrador nos da, al contrario, una vigorosa demostración de su valor de escritor, creador y narrador original, a pesar de la repetición de un tema: la conveniencia económica en la elección del amor. El fruto de su observación de la sociedad francesa se funde, en esta novela, con la denuncia de una inquietante realidad nacional. Su concepción irónica y desilusionada choca con un mundo viejo, de gran conservadurismo, dominado por un afán negativo de «establecerse», de fundar o aumentar su propia riqueza económica. Las debilidades humanas, es lógico que en semejante mundo salgan a flote prepotentemente. Mujeres listas y víctimas predestinadas; hombres calculadores y aventureros decididos a todo se dan la mano para subir las gradas de una sociedad todavía cerrada. El juicio del jurado que premió la novela destacaba los méritos del autor bajo el aspecto moral, afirmando que él había hecho resaltar «la fealdad del egoísmo y la belleza de la virtud, haciendo pasar delante de sus lectores un cierto número de personajes que simbolizan la degradación o la elevación moral». Lo cual, ciertamente, entraba en las intenciones del escritor, el cual quería pintar críticamente una sociedad, pero que sobre todo respondía al deseo de ofrecer un gran mural de la vida capitalina. «Novela de costumbres» es el subtítulo de La aritmética en el amor, una novela extensa, en la que el autor se muestra dueño de una técnica hábil, propia de las grandes intrigas. Tupida trama, en la que se refleja el intrincado período de transformación de los países hispanoamericanos, llegados apenas a la independencia, en busca todavía de equilibrio y estabilidad.

Lo que más sorprende en las páginas de Alberto Blest Gana es lo natural de su escritura, donde ironía y humor se alían a una espontánea disposición del escritor hacia sus personajes. El período corre suelto. No encontramos grandes novedades estilísticas, ni elaborados aparatos retóricos. Es una prosa que se podría definir tranquila, de difícil sencillez, ciertamente, que el novelista ha alcanzado plenamente. El pintor de grandes lienzos diluye sus colores, destaca personajes y situaciones, difumina lejanías. Se ha dicho que Blest Gana no tiene mucha sensibilidad para captar el paisaje, lo cual parece en buena parte cierto; pero su paisaje preferido es urbano, un conglomerado donde la naturaleza entra abundante. Le interesa describir la ciudad, ponerla como telón de fondo que resalta más a los personajes, numerosos y varios, acaso demasiado elementales, de una sola dimensión, repetitivos, pero que reflejan eficazmente una realidad humana de una época y un ambiente bien determinados. No faltan descripciones de casas y palacios, de plazas y jardines, sobre todo de «interiores». Hay que acudir a Blest Gana para saber cómo se vivía en el Santiago de su época, cuáles eran las costumbres, como se vestían sus habitantes, cuales los usos privados y las fiestas públicas.

En todo esto Blest Gana es observador agudísimo. Si sus personajes son limitados y repetidos como dimensión interior, resultan bien dibujados exteriormente, forman una gran masa, hombres y mujeres, y acentúan la impresión de conjunto de una sociedad en movimiento. No molesta siquiera, en las obras de Blest Gana, su reiterado dirigirse al lector para hacerlo partícipe de sus ideas, de sus reflexiones, de sus observaciones, pues las intervenciones son rápidas, a veces llenas de sorna, de humor y subrayan el desarrollo de la acción, destacan las situaciones, siempre recordándole al mencionado fruidor de la novela que de ésta, precisamente, se trata y que el fin de ella es hacerle pasar un rato agradable, además de recordar un momento histórico o humano, argumento de la trama.

Por otro lado, este dirigirse a quien lee obtiene una inmediata implicación y hace más viva y actual la novela. El lector, en efecto, se siente un personaje más, vive el ambiente, las situaciones de los héroes de quienes está siguiendo los sucesos, se identifica con su historia y al mismo tiempo, como es el caso de Martín Rivas y Durante la Reconquista, con la historia patria. Los acontecimientos de la guerra, las complicaciones de la vida política, son fundamentales dentro del cuadro que el narrador nos ofrece de la sociedad chilena.

Ya hemos definido a Blest Gana un feliz y dotado observador, pintor de tipos y caracteres, de interiores ciudadanos o campesinos, de paisajes urbanos, sobre todo, pero también del campo. En Martín Rivas, su novela más importante según muchos críticos, que se publica en el diario «La Voz de Chile», entre mayo y julio de 1862, aparecen claramente estas relevantes cualidades. Para conocer la vida y la sociedad del momento en el país, hay que acudir a esta obra, cuya acción el escritor sitúa desde el comienzo claramente: «A principios del mes de julio de 1850, atravesaba la puerta de la calle de una hermosa casa de Santiago, un joven de veintidós a veintitrés, años»6. Ya lo tenemos todo: este joven será el protagonista y el símbolo de una sociedad fundada sobre sanos principios.

Los acontecimientos políticos entran decididamente para marcar el tiempo de la novela. Asistimos, así, al motín del 20 de abril de 1851, guiado por el coronel Urriola, apoyado por la «Sociedad de la Igualdad», y a su sangriento fracaso en el barrio santiaguino de «La Cañada», lugar donde vivió el novelista.

En el motín está implicado el personaje principal de la novela, Martín Rivas, el mismo que a principio de junio de 1850 cruzaba el umbral de la casa de don Dámaso Encina, hombre que se había enriquecido explotando la ingenuidad del padre del joven, a quien estaba destinado a devolver su riqueza a través del matrimonio de su propia hija con él. La carta final de Martín, fechada 5 de octubre de 1851, al regreso de su obligada fuga por revoltoso, da noticia del rápido y feliz desarrollo de los complicados enredos amorosos presentados en la novela: el petimetre don Agustín, ridículo en su marcado afrancesamiento, se casa por fin con Matilde, muerto en el motín Rafael San Luis, ya pretendiente de ella; la larga serie de los lances de amor-desamor entre Leonor y Martín es superada y el joven entra en la familia Encina encargándose de todos los negocios de don Dámaso, quien «con más libertad de espíritu» podría entregarse ya «a las fluctuaciones políticas que esperaba le diesen algún día el sillón de senador. Pertenecía a la numerosa familia que una ingeniosa expresión califica con el nombre de tejedores honrados, en los cuales la falta de convicciones se condecora con el título acatado de moderación»7.

En breve, ésta la trama del libro. Pero la lectura de Martín Rivas ofrece un caudal inmenso de aciertos. En lo negativo, repetimos aquí, la escasa dimensión interior de los personajes; pero en lo positivo mucho hay que subrayar, y ante todo la eficacia de las descripciones de paisajes urbanos, de interiores de viviendas y de fiestas. Blest Gana poseía un notabilísimo sentido cromático, que manifiesta sobre todo en la presentación de personajes femeninos. La belleza adorna eficazmente las casas de la llamada «aristocracia del dinero»8, contra la que van las pertinaces reservas del escritor:

[...] Entre nosotros el dinero ha hecho desaparecer más preocupaciones de familia que en las viejas sociedades europeas. En éstas hay lo que llaman aristocracia del dinero, que jamás alcanza con su poder y su fausto a hacer olvidar enteramente la oscuridad de la cuna; al paso que en Chile vemos que todo va cediendo su puesto a la riqueza, la que ha hecho palidecer con su brillo el orgulloso desdén con que antes eran tratados los advenedizos sociales. Dudamos mucho que éste sea un paso dado hacia la democracia, porque los que cifran su vanidad en los favores ciegos de la fortuna afectan ordinariamente una insolencia, con la que creen ocultar su nulidad, que les hace mirar con menosprecio a los que no pueden, como ellos, comprar la consideración con el lujo o con la fama de sus caudales.9



La familia de don Dámaso es una de éstas y «se distinguía por el gusto hacia el lujo»10. Las mujeres de la casa lo manifiestan en sus ricos trajes, y es aquí donde luce el cromatismo de Blest Gana, por ejemplo en la descripción de la bella Leonor sentada en un rico sofá:

Magnífico cuadro formaba aquel lujo a la belleza de Leonor, la hija predilecta de don Dámaso y de doña Engracia. Cualquiera que hubiese visto a aquella niña de diecinueve años en una pobre habitación habría acusado de caprichosa a la suerte por no haber dado a tanta hermosura un marco correspondiente. Así es que al verla reclinada sobre un magnífico sofá forrado en brocatel celeste, al mirar reproducida su imagen en un lindo espejo al estilo de la Edad Media, y al observar su pie, de una pequeñez admirable, rozarse descuidado sobre una alfombra finísima, el mismo observador habría admirado la prodigalidad de la naturaleza en tan feliz acuerdo con los favores del destino. Leonor resplandecía rodeada de ese lujo como un brillante entre el oro y pedrería de un rico aderezo. El color un poco moreno del cutis y la fuerza de expresión de sus grandes ojos verdes, guarnecidos de largas pestañas; los labios húmedos y rosados, la frente pequeña, limitada por abundantes y bien plantados cabellos negros; las arqueadas cejas, y los dientes, para los cuales parecía hecha a propósito la comparación tan usada con las perlas; todas sus facciones, en fin, con el óvalo delicado del rostro, formaban en su conjunto una belleza ideal, de las que hacen bullir la imaginación de los jóvenes y revivir el cuadro de pasadas dichas en la de los viejos.11



Frente a la muchacha, en logrado contraste que resulta ventajoso para ambos personajes: Martín Rivas, moreno, de «regular estatura y bien proporcionadas formas», el bigote pequeño y negro, ojos también negros y que «llamaban la atención por el aire de melancolía que comunicaban a su rostro»; una persona, en fin, con «cierto aire de distinción que contrastaba con la pobreza del traje, y hacía ver que aquel joven, estando vestido con elegancia, podía pasar por un buen mozo a los ojos de los que no hacen consistir únicamente la belleza física en lo rosado de la tez y en la regularidad perfecta de las facciones»12.

El atractivo de Martín Rivas, su éxito, está, más que en la denuncia social, en el reflejo de ambiente y en la historia de amor que nos cuenta. Fernando Alegría ha definido la novela «una de las historias más bellas del romanticismo hispanoamericano»13, declarándola superior a Amalia de Mármol por fuerza descriptiva, dinamismo y sabor local, aunque menos honda que ésta psicológicamente14. Martín Rivas, no cabe duda, es una novela viva, que marca un tiempo, sin ser marcada por el tiempo. Su vitalismo reside en la fuerza convincente del diálogo, en particular, además que en lo logrado de las descripciones. Los lances de amor le dan al libro el atractivo de una agradable comedia de costumbres, sobre un fondo de historia patria irrepetible en otras latitudes. Lo que Blest Gana le debe a Le roman d'une jeune homme pauvre de Feuillet y a Le rouge et le noir de Stendhal, desaparece frente a la perfecta ambientación localista. Chile y su gente son los que viven y se mueven en Martín Rivas y Alberto Blest Gana, fundando con este libro la novela verdadera de su país, fija para siempre un momento vital y turbulento de su formación, dominado, sin embargo, por altos ideales, que expresa en forma no retórica, con un sentido profundo de la nacionalidad.

Novela social y novela sentimental, romántica por sus amores, Martín Rivas confirma, en una acepción positiva, la acusación de Fernando Alegría en torno al «épico localismo» de Blest Gana15. Si le falta al novelista chileno la penetración psicológica de Balzac y de Stendhal16, es cierto que no le falta la capacidad para captar los grandes momentos de la transformación de su país. Por eso, es para los chilenos el gran novelista nacional y, más ampliamente, para los que no pertenecen a su patria, un escritor que se lee, se sigue leyendo, sin aburrimiento, atraído el lector por el interesante cuadro de la época y la soltura del estilo.

Apreciaciones que valen por varias de las obras de Blest Gana, que publicó posteriormente a Martín Rivas -El ideal de un calavera (1863), Venganza (1864), Mariluán (1864), La flor de la higuera (1864)- y especialmente por Durante la Reconquista (1897), Los trasplantados (1904), El loco Estero (1909), Gladys Fairfield (1912), que pertenecen a la época más madura del narrador, en la que tiene parte determinante su experiencia francesa. Dentro del citado y extenso grupo de novelas, Durante la Reconquista se presenta, a mi parecer, como su realización más significativa. Frecuentemente se ha hablado, a su propósito, de obra maestra. Trátase de una novela particularmente extensa, donde Blest Gana desarrolla una interesante historia sentimental, a la par que una historia del progreso político de Chile, con una intensa participación personal.

Ya en Martín Rivas la serie de los personajes y la referencia a la historia reciente de Chile anunciaba en el autor una suerte de Pérez Galdós chileno, sin la ambición cíclica y omnicomprensiva de los «Episodios Nacionales». Su sentido de la historia, su atención por el gran teatro de la escena nacional hace de Alberto Blest Gana un escritor vivo, anclado en la realidad.

Lo mismo ocurría en El ideal de un calavera, que apareció por entregas en «La Voz de Chile», a partir de agosto de 1863 hasta el mes de diciembre del mismo año. Se trata de una novela de gran interés, también desde el punto de vista de su estructura, pues comienza desde el final, la muerte del protagonista por fusilamiento: Abelardo Manríquez, un oficial que participa en el motín de Quillota. El final se salda con la escena inicial.

Interesante, en la novela mencionada, es también el estudio de la vida en las mansiones señoriales del campo y de la capital. La atención con que el novelista describe usos, costumbres, mueblario, es de gran utilidad para penetrar la vida de los chilenos en la época, así como la vida rural, con sus ritos como la «aparta». Los personajes, especialmente Abelardo, resultan vivos, calavera éste, sin escrúpulos, pero siempre atractivo: no se le aprueba, pero se le sigue siempre con interés, hasta con simpatía, y sus burlas y sus lances divierten al lector. Cuando lo encontramos de nuevo, después de sus fracasadas tentativas de casarse con una acaudalada muchacha de la burguesía rural, mucha agua ha pasado bajo los puentes, y es el momento de su pérdida, pues otra enamorada burlada hace que lo envíen como oficial al Ejército Restaurador, que desde Quillota marchará contra las tropas del general boliviano Santa Cruz. Se verifica aquí el motín y luego el escarmiento, después del asesinato del ministro Portales, con el fusilamiento de los oficiales comprometidos, entre ellos el héroe de nuestra novela.

Un libro rico en matices, eficaz documento de una realidad que va del campo a la ciudad, con observaciones acertadas en torno al carácter y los sentimientos de los personajes, y de notable dinamismo, con marcada incidencia en lo real. Le faltó, en su momento, la merecida resonancia, debido, según algunos, al tremendo desastre que el 8 de diciembre de 1863 se verificó en Santiago: el incendio de la iglesia de la Compañía, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, con unas dos mil víctimas. Salían en esos días las últimas entregas de la novela.

Su máximo esfuerzo creativo lo realiza Alberto Blest Gana en Durante la Reconquista. Pasan más de veinte años antes de que el nuevo libro aparezca; son años en los que el escritor se dedica a la diplomacia, representando a Chile en Londres y París. La novela se publicó, precisamente, en París, por los Garnier Frères, en 1897, un libro «que sobrepasa, muy lejos, las dimensiones interiores de las primeras obras. Más que una novela -escribe Poblete Vara- es un enorme friso en que está representada una sombría etapa en la lucha de Chile por su libertad»17. El mismo Fernando Alegría, siempre tan controlado, estima que ésta es la mejor novela histórica hispanoamericana del siglo XIX18, y con plena razón. Blest Gana da aquí lo mejor de sí mismo.

Se ha reprochado a Durante la Reconquista su exagerada extensión, y sin embargo el lector no experimenta cansancio por tantas páginas, sino más bien lamenta, al final, que haya acabado. La prosa del narrador chileno, pulcra, sencilla, conquista, como conquistan la intriga, los personajes, positivos y negativos, serios o humorísticos y hasta caricaturales, buenos y malos, del bando realista, o independentistas y patriotas. El autor demuestra en esta novela sus notabilísimas capacidades de escritor, de intérprete de la historia patria, en un fresco de grandes proporciones, atestado de personajes, animado por infinitos sucesos, vivo por la dimensión humana de sus protagonistas, esta vez sí estudiados atentamente en su psicología.

En el deprimente escenario del desastre de Rancagua, de 1814, y la restauración de la dominación española, poco a poco toma cuerpo, con la obra vengadora de los «godos», un espíritu de reacción que tendrá como resultado la oposición abierta al extranjero, con montoneras y guerrillas, propiciando la victoria del ejército libertador, guiado por el general San Martín y el general O'Higgins, que, procedente de Argentina, el 14 de febrero de 1817 vence en Chacabuco a las tropas españolas y entra en Santiago.

Con la batalla de Maipú, Chile alcanza, en 1818, su plena independencia. La epopeya nacional va consignada en las páginas de la extensa novela de Blest Gana. Durante la Reconquista se abre con una imagen prometedora: «Desde las cumbres nevadas de los Andes, el sol, como enamorado de la tierra, la abrazaba»19. Es un sol que abre a la esperanza. Los vencidos y oprimidos siguen creyendo en el día del rescate. En tanto la represión se hace de día en día más dura; poco a poco Santiago se transforma en un infierno, donde dominan la delación y la violencia, la prisión y la muerte.

El amor es elemento fundamental de la intriga. Vuelven, sin embargo, acentuados, los temas del arribismo, la tentativa de alcanzar una posición económica respetable a través de la seducción femenina -Violante de Alarcón-, y el amor que resiste a todo viento contrario, hasta el trágico desarrollo -Trinidad Malsira y el «godo» coronel Hermógenes Laramonte-, o bien que vive oculto y al fin estalla, cuando ya la muerte está alargando su garra sobre los protagonistas -Abel Malsira y Luisa-, sin que falte el aventurero popular, múltiple enamorado -el roto Cámara-. Las diversas historias sentimentales viven, en la novela, debido el contraste, se desarrollan entre verdad y artificio, corren entre insurgentes y «godos», son románticamente infelices por incomprensión mutua o debido a la suerte y la situación política. De todos modos, embellecen la novela, la vuelven atractiva y dan mayor relieve al telón de fondo, la historia nacional.

En Durante la Reconquista, Alberto Blest Gana revela su plena madurez artística. Su conocimiento de las pasiones humanas es profundo y sus personajes salen del esbozo para caracterizarse íntimamente. Las mujeres, por ejemplo, no son ya figuritas de atractiva apariencia, y los hombres no son títeres. Hasta el malo de San Bruno, personaje decididamente antipático, es perfectamente construido, entre fanatismo y honradez, en su actuación de soldado fiel al rey. Artífice de tantas persecuciones contra la familia Malsira, sobre todo por vengarse, odioso por consiguiente para el lector, acaba por morir como un héroe, negándose a salvarse cuando la batalla de Chacabuco.

Blest Gana sigue con dimensión muy humana sus personajes, reservándonos muchas sorpresas. Así, por ejemplo, más que Abel Malsira, personaje positivo en el bando de los insurgentes, convence Manuel Rodríguez, quien representa para los vencidos la esperanza viva en la libertad. Vida a la novela la dan más, se diría, que los protagonistas mencionados, otros personajes numerosos de menor categoría: el sargento mayor Robles y su ayudante Cámara, entre ellos, ambos supérstites de la derrota de Rancagua. El dúo vive una convencida fantasía de la patria por fin libre. Cámara es el pícaro, el roto chileno, en una palabra el pueblo, con todas sus astucias, su arrojo y su amor por la libertad. El mayor Robles es el soldado que no acepta la derrota y sigue combatiendo una guerra individual, que es la de la libertad de la patria, con heroísmo sencillo, el mismo que demuestra frente al pelotón de fusilamiento: «¡Soldados! -gritó con voz entera-, apunten al pecho, todos verán cómo sabe morir el mayor Robles. ¡Viva la patria!»20.

Fácil sería tachar de retóricos estos episodios: al contrario, resultan convincentes dentro del clima en que la novela se desarrolla. Blest Gana narra, en Durante la Reconquista, la epopeya de su pueblo, comparándola implícitamente con la de España contra los árabes, pero sin tonos altisonantes: hace historia describiendo amores, multiplicando los tipos humanos que marcan la variedad del mundo chileno, valiéndose no pocas veces del humor para subrayar la tragedia. Nadie podrá olvidar a las dos viejas hermanas, doña Cleta y doña Catita, siempre fisgoneando y hablando mal de todos, ancladas en un modelo imposible de enamorado que la peste les arrebató en tiempos lejanísimos, puesto que haya existido. Ni las «pegatas» de los hermanos Campesano, o la charla del mulato José Retamo, la figura caricatural del oidor don Anacleto, el humanamente cobarde don Jaime Bustos: una galería singular de tipos vivos, incluyendo a las mujeres del pueblo, tipos como el ya citado Cámara, savia picaresca de toda la novela.

Hay que destacar también, en Durante la Reconquista, además de una gran sensibilidad por el paisaje, la descripción convincente de personajes y ambientes, nunca prolija, y la capacidad del novelista para presentarnos escenas adecuadas a los momentos cumbre de la historia. Con gran originalidad Blest Gana reconstruye la singular batalla de Rancagua entre chilenos y españoles, a través de la hiperbólica evocación de Cámara, a quien el mayor Robles cede la palabra. Es uno de los pasajes más intensos e interesantes de la novela, de los más logrados, pues la historia se nos presenta como a través de una lupa, la visión popular, frente a un público rural atento, silencioso y de escasas reacciones, más sensible a la suerte de los caballos que a la de los hombres. Momento épico y trágico que se resume en dos personajes, cobrando a través de ellos dimensiones excepcionales, como se conviene a un momento decisivo de la historia nacional21. Igual de convincente el final victorioso que tiene por protagonistas a San Martín y a O'Higgins: en una prosa adecuada, que parece acompañar la avanzada de los libertadores, el escritor logra una síntesis eficaz, donde vibra el amor a la patria22.

En 1904 Blest Gana publica su última novela significativa, Los trasplantados, denunciando, con hábil juego de intrigas, duramente, la dispendiosa vida y el desarraigo de los ricos chilenos en París. Sigue a esta novela, en 1909. El loco Estero, donde el narrador revive sus propias experiencias vitales, insertadas en una trama fantástica. Es el último texto de relieve del narrador chileno, vuelta a la infancia, a su país, desde la lejanía francesa, interesante, más que como obra de ficción, como texto que nos aprende noticias inéditas sobre la vida de un escritor siempre tan reservado por cuanto lo concierne.

Gladys Farfield, de 1912, es la última fatiga literaria de Alberto Blest Gana. Aparece la novela cuando ya ha muerto su esposa, que siempre lo había ayudado como fiel secretaria en su tarea de escritor, y a ella la dedica, denunciando un vacío que le hará imposible ya seguir creando ficciones. El tema es sencillo: una aventura sentimental que no llega a consumarse.

Entre romanticismo y realismo Alberto Blest Gana construye su decidida originalidad, transformándose en un maestro de la narrativa hispanoamericana y dando a los temas de su tierra un alcance por vez primera internacional.





 
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