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ArribaAbajo

La soledad

1860





I


ArribaAbajo    Las fatigas que se cantan
son las fatigas más grandes,
porque se cantan llorando
y las lágrimas no salen.




II


ArribaAbajo    Al ver en tu sepultura
las siemprevivas tan frescas,
me acuerdo, madre del alma,
que estás para siempre muerta.




III


ArribaAbajo    Los mundos que me rodean
son los que menos me extrañan:
el que me tiene asombrado
es el mundo de mi alma.




IV


ArribaAbajo    Los que la cuentan por años
dicen que la vida es corta;
a mí me parece larga
porque la cuento por horas.




V


ArribaAbajo    Cuando dices un embuste
la sangre salta a tu cara:
no digas más que verdades,
porque es tu sangre encarnada.




VI


ArribaAbajo    Pasé por un bosque y dije:
«aquí está la soledad...»
y el eco me respondió
con voz muy ronca: «aquí está.»

   Y me respondió «aquí está»
y sentí como un temblor,
al ver que la voz salía
de mi propio corazón.




VII


ArribaAbajo    Dos males hay en el mundo
que es necesario vencer:
el amor de uno a sí mismo
y el rencor de la mujer.




VIII


ArribaAbajo    Al darme la muerte, ingrata,
a ti misma te castigas,
pues tu castigo mayor
es quedarte con dos vidas.




IX


ArribaAbajo    Yo me marché al campo santo
y a voces llamé a los muertos,
y para castigo mío
los vivos me respondieron.




X


ArribaAbajo    Eres muy niña y ya clavas
en tu pañuelo alfileres:
ya dejan ver desde niñas
su inclinación las mujeres.




XI


ArribaAbajo    Dentro de un tropel de penas
tengo mi cuerpo metido,
y nadie me da socorro
por más que a voces lo pido.




XII


ArribaAbajo    Al verme triste a tu lado
no me preguntes qué tengo;
tendría que responderte,
y yo acusarte no quiero.




XIII


ArribaAbajo    Yo tenga hecha con el cielo
una escritura perpetua
de no marcharme del mundo
hasta que la muerte venga.

    Y hasta que la muerte venga
esperaré sin quejarme,
sólo por ver en el mundo
dónde concluyen los males.




XIV


ArribaAbajo    No hagas daño, compañero,
ni a los que daño te hicieren,
porque aquel que a hierro mata
casi siempre a hierro muere.




XV


ArribaAbajo    La muerte ya no me espanta;
tendría más que temer
si en el cielo me dijeran:
has de volver a nacer.




XVI


ArribaAbajo    Si mis ojos no te dicen
todo lo que el pecho siente,
no es porque se están callados;
es porque no los comprendes.




XVII


ArribaAbajo    Puedes hacer lo que quieras,
que a nada me opongo yo;
pero comprar mi dinero
con tu querer... ¡eso no!




XVIII


ArribaAbajo    Yo no sé lo que yo tengo,
ni sé lo que me hace falta,
que siempre espero una cosa
que no sé cómo se llama.




XIX


ArribaAbajo    Yo propio juez de mi causa
he venido a sentenciar,
que yo la muerte merezco,
tú la muerte... y algo más.




XX


ArribaAbajo    Las estrellas que en el cielo
brillan con gran claridad,
¡cuántas noches de fatigas
las he querido contar!

    Las he querido contar
sin llegarlo a conseguir,
que tengo los ojos malos
de llorar y de reír.

    De llorar, cuando me acuerdo
que Dios de mí te apartó;
de reír, al acordarme
que pronto iré junto a Dios.




XXI


ArribaAbajo    De mirar con demasía
se me han cegado los ojos,
y ahora que ciego me encuentro
es cuando lo veo todo.

    Y ahora que lo veo todo,
estoy viendo de continuo
el mundo y sus desengaños
pasar dentro de mí mismo.




XXII


ArribaAbajo    Si me quieres como dices,
¿por qué te apartas de mí?
agua que va río abajo,
en la mar viene a morir.




XXIII


ArribaAbajo    No os extrañe, compañeros,
que siempre cante mis penas,
porque el mundo me ha enseñado
que las mías son las vuestras.




XXIV


ArribaAbajo    Hace ya muy largos años
que en todas partes te veo,
pero no tal como eres,
sino según mi deseo.




XXV


ArribaAbajo    Di a tu madre que sin falta
me venga a hablar esta noche,
que la quiero, una por una,
contar tus malas acciones.




XXVI


ArribaAbajo    Mirando al cielo juraste
no me engañarías nunca,
y desde entonces el cielo
sólo con verte se nubla.




XXVII


ArribaAbajo    En un calabozo oscuro
sufro penas sobre penas,
y a fuerza de estar a oscuras,
se ha vuelto mi pena negra.




XXVIII


ArribaAbajo    Al saber que me engañabas,
fuime a la orilla del mar;
quise llorar y no pude,
y en ti me puse a pensar.

    En ti me puse a pensar,
y por fin llegué a entender
cómo una mujer que quiere
puede olvidar su querer.

   Puede olvidar su querer;
y al ver que esto era verdad,
mis lágrimas se perdieron
en lo profundo del mar.




XXIX


ArribaAbajo    Tu aliento es mi única vida,
y son tus ojos mi luz;
mi alma está donde tu pecho,
mi patria donde estás tú.




XXX


ArribaAbajo    Del fuego que por tu gusto
encendimos hace tiempo,
las cenizas sólo quedan,
y en el corazón las llevo.




XXXI


ArribaAbajo    Pobre me acosté, y en sueños
vi lleno de oro mi cuarto:
más pobre me levanté
que antes de haberme acostado.




XXXII


ArribaAbajo    ¿Cómo quieres que yo queme
las prendas que me has devuelto,
si el corazón me lo has dado
tú misma cenizas hecho?




XXXIII


ArribaAbajo    El pájaro que me diste,
preso lo tengo en su jaula,
y el pobre de día y noche
se muere, y por eso canta.




XXXIV


ArribaAbajo    Llevas escrito en tu cara
que tienes mal corazón,
y es tan poca tu vergüenza
que aún vas por donde yo voy.




XXXV


ArribaAbajo    Madre mía, compañera,
madre mía ¿dónde estás?
te llamo en el cementerio
y no quieres contestar.

    No me quieres contestar,
cuando te vengo a pedir
el alma que te llevaste
al separarte de mí.

    Al separarte de mí
me diste un beso de adiós,
y en tus labios toda mi alma,
madre mía, se quedó.




XXXVI


ArribaAbajo    Si os encontráis algún día
dentro de la soledad,
no pidáis consuelo al mundo,
porque él no os lo puede dar.




XXXVII


ArribaAbajo    Sé que me voy a perder
y ya sé que estoy perdido,
y solamente me pesa
que no te pierdas conmigo.




XXXVIII


ArribaAbajo    Tengo deudas en la tierra,
y deudas tengo en el cielo:
pagaré allá con mi alma;
ya pago aquí con mi cuerpo.




XXXIX


ArribaAbajo    En sueños te contemplaba
dentro de la oscuridad,
y cuando abriste los ojos
todo comenzó a brillar.

    Todo comenzó a brillar,
y entonces te llamé yo:
cerraste al punto los ojos,
y la oscuridad volvió.




XL


ArribaAbajo    Cuando te estoy contemplando
quisiera poner en ti
en una, cuantas miradas
desde que vivo perdí.




XLI


ArribaAbajo    Antes piensa y después habla,
y después de haber hablado,
vuelve a pensar lo que has dicho,
y verás si es bueno o malo.




XLII


ArribaAbajo    Entre un rosal y una zarza
nació una flor amarilla,
con tantas y tantas penas
que se murió el mismo día.




XLIII


ArribaAbajo    He preguntado llorando
a mi pobre corazón,
si es mentira su alegría
y si es verdad su dolor.

    Y si es verdad su dolor,
y se ha puesto a suspirar,
diciéndome en sus suspiros:
es mentira y es verdad.




XLIV


ArribaAbajo    Cuando se llama a una puerta
y ninguna voz responde,
es señal de que en la casa
son muy ricos o muy pobres.




XLV


ArribaAbajo    Todo el que la piedra tira
y esconde después la mano,
es, aunque no lo parezca,
el más malo de los malos.




XLVI


ArribaAbajo    Cuando pasé por tu casa,
«¿quién vive?» al verme gritaste,
sólo con la mala idea
de, si aún vivía, matarme.




XLVII


ArribaAbajo    Yo no sé dónde he leído
que toda la vida es sueño;
y para ver si es verdad,
a solas vivo despierto.

    A solas vivo despierto,
y he sacado en consecuencia
que por la noche se vive,
y que de día se sueña.




XLVIII


ArribaAbajo    Dicen que te metes monja,
yo no lo quiero creer,
porque una cosa te falta
que yo nunca te daré.




XLIX


ArribaAbajo    Por Dios, mujer, no me mires
con los ojos entreabiertos,
porque así me dices sólo
la mitad de tus secretos.




L


ArribaAbajo    Todos los sabios del mundo
han sacado en consecuencia,
que el dinero y las mujeres
se parecen en la mezcla.




LI


ArribaAbajo    Cuando el frío de la muerte
a helar comience mi sangre,
te llamaré en voz muy alta
para que vengas a hablarme.

    Y cuando estés a mi lado
me dirás lo que ya sabes...
y así se concluirán
de una vez todos mis males.




LII


ArribaAbajo    El querer es una hoguera
que en nuestro pecho se enciende;
por eso cuando queremos
toda nuestra sangre hierve.




LIII


ArribaAbajo    «Desde Granada a Sevilla,
y desde Sevilla al cielo...»
pero no tú, desalmada;
tú irás antes al infierno.




LIV


ArribaAbajo    ¡Ay pobre de mí, que a fuerza
de pensar en mis vecinos,
me he salido de mi casa
olvidándome a mí mismo!




LV


ArribaAbajo    Ánimo, corazoncito,
vuelve a recobrar la vida,
que aún te quedan en el mundo
muchas penas escondidas.

    Muchas penas escondidas,
y entre ellas ¡ay! la más negra:
la de hallarte día y noche
a solas con tu conciencia.




LVI


ArribaAbajo    En el cielo hay una estrella
que corre hacia todas partes,
mirando si hay en el mundo
dos corazones iguales.




LVII


ArribaAbajo    Levántate si te caes,
y antes de volver a andar
mira dónde te has caído
y pon allí una señal.




LVIII


ArribaAbajo    Si yo tuviera el dinero
de los que a mí me han vendido,
ellos fueran menos pobres
y yo sería más rico.




LIX


ArribaAbajo    Por la noche pienso en ti,
y en ti pienso a todas horas;
y mientras tanto yo viva,
vivirá en mí tu memoria.

    Vivirá en mí tu memoria,
a la vez triste y alegre,
pues has sido mujer buena,
lo cual rara vez sucede.




LX


ArribaAbajo    Me desperté a media noche,
abrí los ojos, y al ver
que tú estabas a mi lado,
volví a dormirme y soñé.




LXI


ArribaAbajo    Yo me asomé a un precipicio
por ver lo que había dentro,
y estaba tan negro el fondo,
que el sol me hizo daño luego.




LXII


ArribaAbajo    Me han dicho que hay una flor,
de todas la más humilde:
flor que quisiera yo darte,
flor llamada «no me olvides.»




LXIII


ArribaAbajo    Las pestañas de tus ojos
son más negras que la mora,
y entre pestaña y pestaña
una estrellita se asoma.




LXIV


ArribaAbajo    Por Dios, mujer, no te escondas
ni te pongas colorada:
lo que acabo de decirte
es lo que todos te callan.




LXV


ArribaAbajo    Yo no podría sufrir
tantas fatigas y penas,
si no tuviera presente
que la causa ha sido ella.




LXVI


ArribaAbajo    Los cantares que yo canto
se los regalo a los vientos,
y uno no más, uno solo,
guardo hace tiempo en secreto.

    Y aquí lo guardo en secreto,
para cantárselo a solas
al que me quiera explicar
el por qué de muchas cosas.




LXVII


ArribaAbajo    No vayas tan a menudo
a buscar agua a la fuente,
que si a la orilla resbalas
se enturbiará la corriente.




LXVIII


ArribaAbajo    Niño, moriste al nacer;
yo envidio el destino tuyo:
tú no sabes lo que hay
desde la cuna al sepulcro.




LXIX


ArribaAbajo    Di, mujer, ¿qué estás haciendo?...
¿no te ha dado Dios razón
para ver que si me engañas
nos engañamos los dos?




LXX


ArribaAbajo    Cada vez que sale el sol
me acuerdo de mis hermanos,
que sin pan y con fatigas
van a empezar su trabajo.

    Fatíganse en el trabajo
mientras el sol los alumbra,
y del trabajo descansan
cuando se quedan a oscuras.




LXXI


ArribaAbajo    Has pasado junto a mí
sin decirme «adiós» siquiera;
justamente hoy hace un año
que yo te dije quién eras.




LXXII


ArribaAbajo    Olvida, pues tú lo quieres,
cuanto los dos hemos hecho;
mas sé una vez generosa
y déjame los recuerdos.




LXXIII


ArribaAbajo    Por mi gusto en la corriente
no sé lo que entré a buscar,
y sin sentir me ha llevado
la corriente hasta la mar.




LXXIV


ArribaAbajo    Te he vuelto a ver, y no creas
que el verte me ha sorprendido:
mis ojos ya no se asustan
de ver lo que otros han visto.




LXXV


ArribaAbajo    Sé que me vas a matar
en vez de darme la vida:
el morir nada me importa,
pues te dejo el alma mía.




LXXVI


ArribaAbajo    Yo me he querido vengar
de los que me hacen sufrir,
y me ha dicho mi conciencia
que antes me vengue de mí.




LXXVII


ArribaAbajo    Yo pedí licencia a Dios
que me dejase quererte,
y Dios, al ver mis fatigas,
me la otorgó para siempre.

    Me la otorgó para siempre;
y cuando dije «te quiero»,
se presentaron los hombres
y a mi querer se opusieron.




LXXVIII


ArribaAbajo    En lo profundo del mar
hay un castillo encantado,
en el que no entran mujeres,
para que dure el encanto.




LXXIX


ArribaAbajo    Me he equivocado al decirte:
por ti me muero, bien mío;
quise decirte, y perdona,
que tan sólo por ti vivo.




LXXX


ArribaAbajo    Al verte cerca de mí,
dudo yo mismo si sueño;
sueño de noche contigo,
y creo que estoy despierto.




LXXXI


ArribaAbajo    Escuchadme sin reparo;
mis palabras son verdades:
nunca miréis con desprecio
al que mendiga en la calle.

    El que mendiga en la calle
es el más digno de lástima,
porque además de ser pobre
lo va diciendo en voz alta.




LXXXII


ArribaAbajo    Ni en la muerte he de encontrar
la quietud que me hace falta;
por eso, cuando me miro,
tengo de mí mismo lástima.




LXXXIII


ArribaAbajo    En verdad, dos son las cosas
que el mundo entero gobiernan:
el oro, por lo que vale,
y el amor, por lo que cuesta.




LXXXIV


ArribaAbajo    Mujer, ¿quién pudo anunciarte
lo que el corazón te pide?
Nunca te hablé, y con tus ojos
cuanto deseo me dices.




LXXXV


ArribaAbajo    Cuando el reloj da las horas,
dice a todos sin reparo:
al rico, que ande deprisa;
al pobre, que ande despacio.

    Y el pobre que anda despacio,
con sed y hambre en el camino,
suele a veces llegar antes,
mucho antes que el más rico.




LXXXVI


ArribaAbajo    Cada vez que paso y miro
el sitio donde te hablé,
volviendo al cielo los ojos
digo llorando: ¡aquí fue!




LXXXVII


ArribaAbajo    Ahora me vienes diciendo
que el tiempo pierdo contigo;
¿cómo se puede perder
lo que nunca se ha tenido?




LXXXVIII


ArribaAbajo    Mira si he soñado cosas
en esta noche pasada,
que he soñado que era un sueño
aun lo mismo que soñaba.




LXXXIX


ArribaAbajo    Que me engañara una vez,
lo comprendo... ¡pero dos!
por fuerza el hombre que quiere
pierde toda su razón.




XC


ArribaAbajo    ¡Adiós!... De muerte es la herida
que abriste en el pecho mío:
el puñal hiere mejor
cuanto más brillante y fino.




XCI


ArribaAbajo    Dices que hablo mal de ti,
y esa noticia no es cierta;
si quiero, puedo hablar mal,
mas no lo hago por pereza.




XCII


ArribaAbajo Vengo delante tu reja
a darte el último adiós;
y aunque lloro, no te asustes,
porque tranquilo me voy.

    No te asustes, compañera,
que los hombres como yo;
si lloran, es de alegría,
si ríen, es de dolor.




XCIII


ArribaAbajo    Morid contentos, vosotros
que tenéis por compañeras
dos madres que os acarician:
la Humildad y la Pobreza.




XCIV


ArribaAbajo    Si os atormentan fatigas
sin saber de dónde vienen,
no os apuréis por saber,
al irse, dónde se vuelven.




XCV


ArribaAbajo    Por ver si me quito el frío
que al verte me entró ayer noche,
me voy a poner al sol,
que es el hogar de los pobres.




XCVI


ArribaAbajo    «Por el camino rëal
va caminando a lo lejos
un hombre que se parece
al amante que yo espero.»

    Así cantaba la niña
cuando el amante iba huyendo;
que en el camino rëal
los amantes son viajeros.




XCVII


ArribaAbajo    En una noche de luna
fuime a la orilla del río,
llevando la negra pena
que siempre llevo conmigo.

    La pena que iba conmigo
tanto aumentó mi fatiga,
que me paré a contemplar
cómo las aguas corrían.

    Y en las aguas que corrían
miré mi propio retrato,
al resplandor de la luna,
pasar tembloroso y pálido.




XCVIII


ArribaAbajo    Cuanto más pienso en las cosas,
mucho menos las comprendo;
por eso cuando te miro
te estoy viendo y no lo creo.




XCIX


ArribaAbajo    Como un rayo corre, vuela,
y dile a quien me ofendió,
que hace un año que le espero
para vengarme mejor.




C


ArribaAbajo    Aunque nos den que sentir
siempre corremos tras ellas,
porque al cabo las mujeres
¡son tan malas y tan buenas!




CI


ArribaAbajo    Tened preso el corazón
como a un pájaro en su cárcel,
porque si a escaparse llega
volará hasta que se canse.

    Cuando de volar se canse,
vendrá caídas las alas...
¡Y el corazón vuela siempre
en alas de la esperanza!




CII


ArribaAbajo    La campana da las doce;
las doce el eco repite;
las doce el sereno canta
y un día más se despide.




CIII


ArribaAbajo    Sé que tengo que morirme,
y aún no me he puesto a pensar,
cuando la muerte me llame,
lo que habré de contestar.




CIV


ArribaAbajo    Compañera, yo estoy hecho
a sufrir penas crüeles,
pero no a sufrir la dicha
que apenas llega se vuelve.




CV


ArribaAbajo    Cuando te mueras te haré
un cantar de muchas coplas,
para que aprendan los vivos
a respetar tu memoria.

    Y si alguno no creyera
lo que en mi cantar yo ponga,
le mandaré al otro mundo
para que allí te conozca.




CVI


ArribaAbajo    Te ríes cuando te digo
que eres causa de mis males:
¡Pobre mujer! ni siquiera
a tiempo reírte sabes.




CVII


ArribaAbajo    Me has hecho esperar dos horas,
las más largas de mi vida;
horas en que hemos forjado,
yo esperanzas, tú mentiras.




CVIII


ArribaAbajo    ¡Cuántas veces me he parado
en medio de mi camino,
y he vuelto la vista atrás
porque al pasar no te he visto!




CIX


ArribaAbajo    Tú misma cortaste ramas
del árbol que yo planté;
las echastes a la lumbre,
y no querían arder.




CX


ArribaAbajo    Cuando vayas por el mundo
yo te daré el pasaporte,
y en las señas personales
te pondré «mujer» sin nombre.




CXI


ArribaAbajo    Muerte que causan los celos
es la peor de las muertes,
porque más se ama la vida,
cuantos más celos se tienen.




CXII


ArribaAbajo    Los elementos son cuatro:
agua y aire, tierra y fuego;
y en otro mundo sin nombre
hay otros cuatro elementos.

    En él el agua son lágrimas,
el aire vanos deseos,
el fuego continuas luchas,
la tierra remordimientos.




CXIII


ArribaAbajo    Te callas porque conoces
que yo sé toda tu historia;
¡qué cierto es aquel refrán
que dice: quien calla, otorga!




CXIV


ArribaAbajo    Te he visto por la mañana,
y te he visto por la noche,
y siempre te he visto igual,
es decir, mintiendo amores.




CXV


ArribaAbajo    A la ventana me asomo
por ver la gente que pasa;
y por eso digo a veces
que da al mundo mi ventana.




CXVI


ArribaAbajo    Esperanza de mi vida,
¿por qué te alejas de mí
llevándote las promesas
que no llegaste a cumplir?

    Cuando ves que ansioso tengo
los ojos fijos en ti,
esperanza de mi vida,
¿por qué te alejas de mí?




CXVII


ArribaAbajo    Ahora que me estás queriendo,
yo no te puedo querer:
las cosas buenas no llegan
a tiempo ninguna vez.




CXVIII


ArribaAbajo    La noche oscura ya llega;
todo en el sueño descansa,
y tan sólo el corazón
dentro del pecho trabaja.




CXIX


ArribaAbajo    Tú me miras, yo te miro,
y así los dos nos miramos:
tú me preguntas quién soy...
yo sigo mirando... y callo.




CXX


ArribaAbajo    Hay cuentos que no son cuentos
y que son una verdad;
escucha si no, morena,
el que te voy a contar.

    «Se quisieron una hora:
no se olvidaron jamás...»
una hora es una vida...
es cuento, pero es verdad.




CXXI


ArribaAbajo    Negro está el cielo allá arriba
negros tus ojos, muy negros,
y mi corazón, morena,
como tus ojos lo tengo.




CXXII


ArribaAbajo    Fuego sale de mi pecho,
fuego brota de mis ojos,
al ver que tú eres de nieve
cuando la mano te cojo.




CXXIII


ArribaAbajo    Te quería con el alma,
y por eso tengo celos
al pensar que os enterraron
juntos en el cementerio.




CXXIV


ArribaAbajo    Me quieres echar del mundo,
lo cual no me importa nada,
porque me da el corazón
que este mundo no es mi casa.




CXXV


ArribaAbajo    A la luz de las estrellas
yo te vi, cara de cielo;
por eso cuando te miro,
de las estrellas me acuerdo.




CXXVI


ArribaAbajo    Que te compren no me extraña,
que te vendas... ¡eso sí!
y lo que menos comprendo
es que no te extrañe a ti.




CXXVII


ArribaAbajo    Tenía los labios rojos,
tan rojos como la grana;
labios ¡ay! que fueron hechos
para que alguien los besara.

    Yo un día quise... la niña
al pie de un ciprés descansa:
un beso eterno la muerte
puso en sus labios de grana.




CXXVIII


ArribaAbajo    Por fuerza me he vuelto loco
sin saber cómo ni cuándo,
puesto que estoy tan perdido
que me busco y no me hallo.




CXXIX


ArribaAbajo    Vivir, cuando justamente
naciste para morir...
¿cómo vivir, cuando llevas
la muerte dentro de ti?




CXXX


ArribaAbajo    Me hieres con un puñal,
yo con mi pluma te hiero;
mi pecho queda encarnado,
y el tuyo se queda negro.




CXXXI


ArribaAbajo    Si yo pudiera arrancar
una estrellita del cielo,
te la pondría en la frente
para verte desde lejos.




CXXXII


ArribaAbajo    ¿Quién eres? -Ya ni me acuerdo.
¿De dónde vienes? -No sé.
¿A dónde vas? -Qué sé yo.
¿Qué haces aquí? -¡Qué he de hacer!




CXXXIII


ArribaAbajo    ¡Ay de mí! Por más que busco
la soledad, no la encuentro;
mientras yo la voy buscando,
mi sombra me va siguiendo.




CXXXIV


ArribaAbajo    Dos amantes se juraron
guardar por siempre un secreto;
y por guardarlo mejor,
dicen que ambos se murieron.




CXXXV


ArribaAbajo    Lo que tuve ya se fue;
lo que tengo está perdido;
si lo que espero no llega,
¡pobre de ti, cuerpo mío!




CXXXVI


ArribaAbajo    Es tanto lo que te quiero,
que hasta quiero tener penas,
si, cuando yo te las cuente,
te has de divertir con ellas.




CXXXVII


ArribaAbajo    Allá arriba el sol brillante,
las estrellas allá arriba;
aquí abajo los reflejos
de lo que tan lejos brilla.

    Allá lo que nunca acaba,
aquí lo que al fin termina;
¡y el hombre atado aquí abajo
mirando siempre hacia arriba!




CXXXVIII


ArribaAbajo    Guárdate del agua mansa,
y guárdate de los hombres
que, sin conocerte a ti,
a todo el mundo conocen.




CXXXIX


ArribaAbajo    Eres de lo ajeno avara,
y pródiga de lo tuyo,
cosas que no se comprenden
porque son cosas del mundo.




CXL


ArribaAbajo    Caminando hacia la muerte
me encontré con tu querer,
y por morir más a gusto
seguí el camino con él.




CXLI


ArribaAbajo    Hay víboras en la tierra,
manchas negras en el sol;
centellas hay en el cielo,
y envidia en el corazón.




CXLII


ArribaAbajo    Todo hombre que viene al mundo
trae un letrero en la frente,
con letras de fuego escrito,
que dice: ¡reo de muerte!




CXLIII


ArribaAbajo    Me mata poquito a poco
el querer que yo te tengo:
no te asustes, compañera,
pues por lo mismo te quiero.




CXLIV


ArribaAbajo    Los que quedan en el puerto
cuando la nave se va,
dicen, al ver que se aleja:
¡quién sabe si volverá!

    Y los que van en la nave
dicen, mirando hacia atrás:
¡Quién sabe, cuando volvamos,
si se habrán marchado ya!



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