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ArribaAbajo

La pereza

1870




ArribaAbajo   Hay una pereza activa
que mientras descansa piensa,
que calla porque se vence,
que duerme pero que sueña.

    Es como un leve reflejo
de la majestad suprema,
que eternamente tranquila,
sobre el universo reina.

    ¡Oh asilo del pensamiento
errante, dulce pereza;
mil veces feliz el hombre
que de ti goza en la tierra!




I


ArribaAbajo    Es tanta la confusión
que oculto dentro del pecho,
que ya no sé mis pesares
distinguir de los ajenos.

    Por eso cuando te pones
a contarme tus fatigas,
digo para mis adentros:
«¿pues no son esas las mías?»




II

ArribaAbajo    Voy como si fuera preso:
detrás camina mi sombra,
delante mis pensamientos2.




III


ArribaAbajo    Es una historia sencilla:
ella quería de veras,
y él de veras no quería.




IV


ArribaAbajo    Mira si estoy ya cansado,
que por el día me acuesto
y de noche me levanto.




V


ArribaAbajo    Para ver si se dormían,
encerré en mi corazón
de mis penas las mejores,
y mal la prueba salió.

    Mal la prueba me salió,
porque al continuo latir
del corazón, no pudieron
mis pobres penas dormir.




VI

ArribaAbajo       Desde la mañana3
       hasta la alta noche,
¡siempre luchando el cuerpo ya viejo
       con el alma aún joven!




VII


ArribaAbajo       Pesar como el mío
       yo no lo conozco:
entre las gentes no digo palabra,
       y hablo si estoy solo.




VIII


ArribaAbajo       Ya ha venido Mayo
       con lluvias y vientos;
llega tan triste, porque mis pesares
       le contó el invierno.




IX


ArribaAbajo    No son siempre tan humildes
las vïoletas que ocultas
entre la maleza viven.

    Ellas tienen su perfume,
y desde lejos te llaman,
por más que siempre se oculten.




X


ArribaAbajo    ¡Jesús, qué bonita eres!
si Dios te hizo, ¿cómo pudo
dejarte después de hacerte?




XI


ArribaAbajo    Vida y muerte, tierra y cielo,
triste noche, alegre sol;
cuanto en el mundo contemplas
con alegría o dolor;

    Todo, si me quieres bien,
me atrevo a dártelo yo...
pues de todo llevo un poco
dentro de mi corazón.




XII


ArribaAbajo    En la casita de enfrente
y en la casita de al lado,
viven mi novia y mi madre,
mi perdición y mi amparo.




XIII


ArribaAbajo    Mira que todos conocen
que no viéndonos de día,
nos hemos de ver de noche.




XIV


ArribaAbajo    ¡No me quieres dar un beso,
y me das el corazón
como si valiera menos!




XV


ArribaAbajo       ¡Qué a gusto sería
       sombra de tu cuerpo!
todas las horas del día, de cerca
       te iría siguiendo.

       Y mientras la noche
       reinara en silencio,
toda la noche tu sombra estaría,
       pegada a tu cuerpo.

       Y cuando la muerte
       llegara a vencerlo,
sólo una sombra por siempre serían
       tu sombra y tu cuerpo.




XVI


ArribaAbajo    Si abres la ventana un poco,
entrará un rayo de luz
a ver lo que hacemos solos.

    ¡Cierra, por Dios, la ventana,
que en la oscuridad las horas
nos parecerán más largas!




XVII


ArribaAbajo    ¡Cuándo me veré, chiquita,
sin quehacer, para quererte
todas las horas del día!




XVIII


ArribaAbajo       Vuelve esos ojitos
       al cielo, morena;
quiero que el cielo, curioso de verlos,
       a gusto los vea.




XIX


ArribaAbajo       ¡Con cuánto descaro
       la luna nos mira;
por una nube daría ahora mismo
       diez años de vida!




XX


ArribaAbajo       Anoche soñando
       decías bajito:
¡Cuánto me pesa tener que dejarte
       al fin del camino!




XXI


ArribaAbajo    ¡Ay! Si se murieran todos...
¡qué a gusto nos quedaríamos
en el mundo tú y yo solos!

    No sé si es amor o es odio;
¡pero no más por un día!
¡ay, si se murieran todos!




XXII


ArribaAbajo       ¡Contar los latidos
       de mi corazón!
cuentas son esas que van a ponernos
       tristes a los dos.




XXIII


ArribaAbajo    Otro cantar, que yo quiero
ver cómo entornas los ojos
cuando te falta el aliento.




XXIV


ArribaAbajo    Me llama holgazán tu madre;
¡como si el querer no fuera
una ocupación muy grande!




XXV


ArribaAbajo    Si me robaste el sentido,
no hay razón para que vayas
diciendo que lo he perdido.




XXVI


ArribaAbajo    Los cinco sentidos tengo
en ti puestos a la vez:
¡ay! ¡quién tuviera otros cinco
para ponerlos también!




XXVII


ArribaAbajo       Es el mar tres veces
       mayor que la tierra:
anda mareada, desde que lo sabe,
       mi pobre morena.




XXVIII


ArribaAbajo       Por más que lo veo,
       yo no me acostumbro
a ver tan cerca, cada vez más cerca,
       la pena del gusto.




XXIX


ArribaAbajo    Yo no quiero que madrugues,
sino que al rayar el alba
abras tus ojos azules.




XXX


ArribaAbajo    Con los ojos entornados
y los labios entreabiertos,
la vida me vas quitando.

    Con los labios entreabiertos
y los ojos entornados,
la vida me vas volviendo.




XXXI


ArribaAbajo    No me beses en la frente,
porque así no podré nunca
besarte cuando me beses.




XXXII


ArribaAbajo    Los cantares que yo escribo
bien sabes tú, compañera,
que antes los hago contigo.




XXXIII


ArribaAbajo       Sueño que de veras
       los dos nos queremos:
sueño que nunca nos hemos querido;
       ¡este sí que es sueño!




XXXIV


ArribaAbajo       El dulce sonido
       de tu voz alegre,
cuando te callas, se aleja despacio
       hasta que se pierde.

       Si de tu guitarra
       una cuerda hieres,
como una queja resuena en el aire
       que lenta se pierde.

       Pues donde esa queja
       y tu voz se mueren,
allí he soñado que nuestros amores
       irán a perderse.




XXXV


ArribaAbajo    Muerto ya, en el otro mundo
yo te seguiré queriendo,
con tal que se le parezca
un poco tu alma a tu cuerpo.




XXXVI


ArribaAbajo    Yo no puedo acostumbrarme
a ver mentir unos labios
hechos para las verdades.




XXXVII


ArribaAbajo    Tengo que hacer en el mundo
una cosa sin ejemplo;
te tengo que dar mi alma
para completar tu cuerpo.




XXXVIII


ArribaAbajo    Eres de tierra y no más;
pero mujer de una tierra
donde es inútil sembrar.




XXXIX


ArribaAbajo    Basta ya, basta de juegos;
pues si es verdad que me matas,
lo es también que no me muero.




XL


ArribaAbajo    ¡Qué frío va a parecerme,
acostumbrado a tus besos,
¡ay, el beso de la muerte!




XLI


ArribaAbajo    Mientras anoche me hablaste
de nuestro antiguo querer,
estuve tan distraído,
que lo que hablaste no sé.

    En verdad que no lo sé,
aunque me atrevo a decir
que lo que hablaste es mentira
desde el principio hasta el fin.




XLII


ArribaAbajo       Por tan poco, dices,
       no debo asustarme;
¡Ay! compañera, las cosas pequeñas
       componen las grandes.




XLIII


ArribaAbajo    Así me gusta, Mercedes;
que cuando puedes no quieras,
y quieras cuando no puedes.




XLIV


ArribaAbajo    Tanto me lloraste anoche,
que no sé lo que me pasa;
creo que se me han subido
a la cabeza tus lágrimas.




XLV


ArribaAbajo    Toda la noche he soñado
que volvías a quererme,
y he pasado todo el día
viendo que los sueños mienten.

    Y así dormido o despierto
lo mismo he visto cien veces,
hasta que al fin he soñado
la verdad: que no me quieres.




XLVI


ArribaAbajo    Ojos negros, labios rojos,
dientes blancos... no me basta,
morena, con eso sólo.




XLVII


ArribaAbajo    Ponte donde no te vea,
que, sin tenerlas al lado,
quiero pensar en mis penas.




XLVIII


ArribaAbajo    Vas tan enferma y caída,
que todos al verte dicen
por lo bajo: ¡Pobrecilla!




XLIX


ArribaAbajo       Por la calle arriba,
       por la calle abajo,
¡cómo enseñabas anoche ese cuerpo
       que yo guardé tanto!




L


ArribaAbajo       ¡Qué alegre está el campo,
       el cielo qué alegre!
aunque haya penas, ¡qué alegres están
       los que bien se quieren!




LI


ArribaAbajo       Ya se va acercando
       la muerte, la muerte...
de veras digo que sólo me pesa
       dejar de quererte.




LII


ArribaAbajo    Este profundo pesar,
sola tú que me lo diste
me lo podrías quitar.

    Ya ves si te quiero bien:
hasta para lo imposible
te creo yo con poder.




LIII


ArribaAbajo    Vengan a mí las fatigas:
más descansado en la muerte
cuanto más cansado en vida.




LIV


ArribaAbajo    No te comprendo, chiquita;
sólo te acuerdas de Dios,
cuando de Dios necesitas.




LV


ArribaAbajo    Las golondrinas ya vuelven,
y se irán y volverán...
¡Y tú la misma de siempre!




LVI


ArribaAbajo    ¡Qué quieres que yo te diga,
si al pensar en que eres de otro
recuerdo que has sido mía!




LVII


ArribaAbajo    Basta de llorar, mujer;
que lo hecho, ni Dios mismo
lo puede ya deshacer.




LVIII


ArribaAbajo       Es lástima grande
       que seas de otro;
¡qué acompañados los dos estaríamos
       ahora que estoy solo!




LIX


ArribaAbajo    Tengo arrugas en la frente
de tanto pensar en ti,
porque hasta mi pensamiento
se vuelve ya contra mí.




LX


ArribaAbajo    Quisiera a veces fingir,
porque se vence fingiendo;
y también quisiera a veces
no sentir como yo siento.

    Y hasta quisiera tener
odio, y no amor en el pecho,
al ver que en odio egoísta
se paga el amor sincero...

    Pero no temas, son humo
estos malos pensamientos;
y por más que a veces quiera
ser otro que soy, no puedo.




LXI


ArribaAbajo    He averiguado, aunque tarde,
que yo mismo voy echando
leña al fuego de mis males.




LXII


ArribaAbajo    Hasta mis ojos se acuerdan;
por eso, aunque estén cerrados,
te ven, causa de mis penas.




LXIII


ArribaAbajo       Que me hayas querido
       me causa tristeza;
pero me causa más grandes fatigas
       que ya no me quieras.




LXIV


ArribaAbajo    Cerca ya la muerte, quiero
figurarme que vendrás
sobre mi tumba olvidada
un día y otro a llorar.

    Harto sé, pues te conozco,
que no has de venir jamás...
pero al morirme, yo quiero
figurarme que vendrás.




LXV


ArribaAbajo    En la claridad vivía
en medio de tu querer;
a otro pusiste delante,
y en la sombra me quedé.




LXVI


ArribaAbajo    «Siempre más, nunca bastante;
hay placer mientras hay vida.»
Esto pensaba yo antes.

    «Nunca más, siempre ya menos;
ni hay vida ya ni placer.»
Esto pensaba yo luego.




LXVII


ArribaAbajo    La flor que me diste en tiempo
de amorosa intimidad,
la arrojo al mar, y se pierde
entre las olas del mar.

    Y este rizo que tu mano
cortó con amante afán,
lo arrojo al fuego, y el fuego
cenizas lo vuelve ya.

    Y tus continuas promesas
de eterna fidelidad,
las doy al viento que pasa
y se las lleva fugaz.

    Pero el recuerdo angustioso
¡ay! de tu engaño, por más
que se lo entrego a la tierra,
ella otra vez me lo da...

    Viento y fuego y mar se duelen
compasivos de mi mal,
y solamente la tierra
de mí no tiene piedad.




LXVIII


ArribaAbajo    El querer que yo te tuve
lo guardo en mi corazón,
porque entre cenizas siempre
se guarda el fuego mejor.




LXIX


ArribaAbajo    Si era cariño o costumbre,
no lo sé; pero recuerdo
que por las mañanas siempre
decía: «hoy no te quiero.»




LXX


ArribaAbajo       Por mí nunca temo
       la muerte que llega:
yo marcho a gusto; pero ¡ay pobrecitos
       de los que se quedan!




LXXI


ArribaAbajo    Vendrás con las manos juntas,
mujer, pidiendo perdón,
y al mirarte tan humilde
te daré la absolución.

    Y tú con la absolución
me engañarás otra vez;
y yo, olvidando tu engaño,
te perdonaré también.

    Te perdonaré otra vez...
por supuesto, que al final
el perdón se irá acabando,
pero el engaño jamás.




LXXII


ArribaAbajo       Yo no sé qué hacerme
       con mi corazón,
cuando lo guardo se pierde lo mismo
       que cuando lo doy.




LXXIII


ArribaAbajo    No me puedo acostumbrar,
compañera de mi cuerpo,
a no quererte ya más.




LXXIV


ArribaAbajo       Siempre que te veo
       con tu novia hablar,
digo bajito: ¡ay! ¡yo la quería
       mucho, mucho más!




LXXV


ArribaAbajo    «Yo canto el cantar eterno,
el cantar del querer bien;
canto el cantar de la vida,
porque vivir es querer.»

    Así en la noche que calla
para que se oigan mejor,
canta el ruiseñor sus quejas
con melancólica voz.

    Su compañera le escucha,
y, en el nido, sin dormir,
los pequeñuelos aprenden
en el querer a vivir.




LXXVI


ArribaAbajo    Las florecillas alegres,
¿por qué dices que no viven
cuando ves cómo se mueren?




LXXVII


ArribaAbajo    No tengo nada completo:
tanto le sobra a mi alma
como le falta a mi cuerpo.




LXXVIII


ArribaAbajo       Adiós, marineros,
       buen viaje llevad;
aquí me quedo solita y con penas
       grandes como el mar.




LXXIX


ArribaAbajo    Unas sé de donde vienen,
pero otras no sé de dónde;
y éstas son de mis fatigas
las que voy sintiendo doble.

    Es en verdad doloroso
verse, golpe sobre golpe,
herido por una mano
que entre las sombras se esconde.




LXXX


ArribaAbajo    Mi madre, mi pobre madre,
me dijo más de una vez:
«No basta que no hagas mal;
es preciso que hagas bien.»




LXXXI


ArribaAbajo    Más que de mis alegrías
soy avaro de mis penas,
porque éstas a todas horas
me hacen recordar aquéllas.




LXXXII


ArribaAbajo       ¡Silencio!... que duerme
       mi madre la siesta:
la pobrecita no duerme de noche
       para que yo duerma.




LXXXIII


ArribaAbajo       El agua menuda
       es la que hace barro,
que el agua recia no deja señales
       por donde ha pasado.

       Las penas pequeñas
       son las que hacen daño;
porque las grandes, o matan al pronto,
       o pasan de largo.




LXXXIV


ArribaAbajo    Aún estoy en el principio
cuando ya pienso en el fin;
por eso te digo a veces
que es un tormento el vivir.

    Es un tormento el vivir,
cuando el pobre cuerpo está,
al principio de la lucha,
rendido ya de luchar.




LXXXV


ArribaAbajo    Entre tanta y tanta estrella
una solamente es mía,
una no más... ¡y no es buena!




LXXXVI


ArribaAbajo    Mientras dura este vivir,
¿por qué tener más deseos
que los que se han de cumplir?

    Pienso en esto sin cesar
al ver que siempre deseo
lo que nunca he de alcanzar.




LXXXVII


ArribaAbajo       Por tan poco tiempo
       yo no sé qué hacer,
si deje a un lado la puerta del mundo,
       o llame otra vez.




LXXXVIII


ArribaAbajo       No te doy mi vida
       porque es poca cosa;
bastante tienes, si la llevas buena,
       con la tuya propia.




LXXXIX


ArribaAbajo       Estoy tan cansado
       que no puedo más;
hasta el quererte, lo digo de veras,
       pereza me da.




XC


ArribaAbajo    Gracias a Dios que te veo
sonreír, libre de penas,
y, el corazón en la mano,
ofrecerlo a quien lo quiera.

    Déjame decir al mundo
que aún hay ventura en la tierra:
ya que no tengo alegrías,
quiero cantar las ajenas.




XCI


ArribaAbajo    Si no fue verdad, sería
un deseo tan ardiente,
que los besos y el abrazo
te los di, aunque tú lo niegues.




XCII


ArribaAbajo    Yo me he gastado contigo,
para ver si me querías,
hasta lo que no he tenido.




XCIII


ArribaAbajo    Vete por el río abajo,
y a la orillita del mar
me encontrarás esperando.




XCIV


ArribaAbajo    Si corres tanto al principio,
llegarás antes de tiempo
al final de tu camino.

    Ve despacio, muy despacio,
que el principio es lo mejor
y también lo menos largo.




XCV


ArribaAbajo    ¡Pensar y nunca sentir!...
eso en la vida es lo mismo
que principiar por el fin.




XCVI


ArribaAbajo    De tu huertecillo hermoso,
las flores que más me gustan
son las que cogieron otros.




XCVII


ArribaAbajo       ¡Cómo he de sufrirte,
       mujer, de continuo,
si muchas veces no puedo, aunque quiera,
       sufrirme a mí mismo!




XCVIII


ArribaAbajo    Cielo, estrellas, luna y sol,
yo os contaría mis penas
si tuvierais corazón.




XCIX


ArribaAbajo   Mientras su cuerpo dormía,
su alma soñaba que el cuerpo
nunca más despertaría.

    Hasta que llegó la muerte,
y el alma siguió soñando
y el cuerpo durmiendo siempre.




C


ArribaAbajo    ¡Oh! Para herirme de muerte,
es tan cruël como injusto
herirme en los corazones
donde yo puse mis gustos!




CI


ArribaAbajo    Pienso, al caer de la tarde,
en las pobres compañeras
que otro tiempo fueron causa
de mis gustos y mis penas.

    De mis gustos y mis penas,
que viven en mi memoria
como vive la semilla
en la tierra hasta que brota.

   La semilla hasta que brota
sufre en silencio y trabaja,
lo mismo que los recuerdos
hasta que son esperanzas.




CII


ArribaAbajo    Se alza sobre un campo verde
una amapola orgullosa:
crece el trigo, y nadie sabe
dónde estuvo la amapola.




CIII


ArribaAbajo    Ponte a un lado de la gente,
que si te pones en medio
ni verás ni podrán verte.




CIV


ArribaAbajo       Sí, los ojos hablan:
       aún recuerdo yo
cómo, al morirte, tus ojos me dieron
       el último adiós.




CV



PRIMER CANTADOR

ArribaAbajo    Si por el mundo la encuentras,
dile que yo la perdono,
pero que no quiero verla.

SEGUNDO CANTADOR

    Piénsalo bien, y recuerda
que el perdón es, por lo menos,
el olvido de la ofensa.




CVI


ArribaAbajo    Después de haberse querido
no se volvieron a ver;
pero, al morirse, pensaron
él en ella y ella en él.

    Y así hablaron en voz baja
los dos por última vez:
-Yo te quise y aún te quiero.
-Yo te quise y te querré.




CVII


ArribaAbajo    Dormirás bien en la muerte,
corazón, porque en la vida
te siento despierto siempre.




CVIII


ArribaAbajo       Triste es separarse,
       y triste también,
cuando la ausencia es casi una vida,
       el volverse a ver.




CIX


ArribaAbajo    La Noche-buena del pobre:
oír la misa del gallo
que el rico mientras se come.




CX



CANTADOR

ArribaAbajo    Después de la tempestad,
¡que calma tan perezosa
tienen las olas del mar!

CANTADORA

    Si olvidara el corazón,
¡qué tranquilas esperanzas
soñaríamos tú y yo!




CXI


ArribaAbajo    No es envidia ni rencor,
ni es odio lo que yo siento
al ver que nací luchando,
y que luchando me muero.

    Es un sentimiento oculto,
mucho más hondo que aquellos;
es un conjunto de lástima
y de amor que yo me tengo.




CXII


ArribaAbajo    Loco le llaman las gentes,
loco, porque a voces dice:
«Soy esclavo de mí mismo.
¡Gracias a Dios que soy libre!»




CXIII


ArribaAbajo    Bastante castigo tiene
el que se quiere a sí propio,
con no saber lo que vale
el querer bien a los otros.




CXIV


ArribaAbajo    Como la quería tanto,
se dejó el hierro en la herida
para morir más despacio.




CV


ArribaAbajo    Si te persigue la suerte,
amigo, sufre en silencio;
y si la suerte no ceja,
resígnate... y serás bueno.

    Te aconseja uno que vive
resignado hace ya tiempo...
¡es verdad que se resigna
porque no hay otro remedio!




CXVI


ArribaAbajo    No te enorgullezcas tanto,
dice la hoja a la flor,
que de la misma semilla
hemos nacido las dos.




CXVII


ArribaAbajo    Ya voy creyendo de veras,
conforme pasan los días,
que la muerte es por lo menos
el descanso de la vida.




CXVIII


ArribaAbajo    Dijo la sombra a la luz:
de negra pena me muero
cuando no me miras tú.




CXIX


ArribaAbajo    Érase un rey y una reina,
y érase un paje muy bello;
tuvo amor la reina al paje,
y el rey se murió de celos.

    El cuento es viejo y sabido...
¡y en verdad que es mucho cuento,
que nunca han de amar las reinas
al rey, sino al paje bello!




CXX


ArribaAbajo    ¿Sabes dónde va a parar
la moda nueva de ayer
de subir tanto la saya
y bajar tanto el corsé?...

    Eres muy niña y ya sabes
todo lo que hay que saber,
todo, menos una cosa:
guardar para la vejez.




CXXI


ArribaAbajo    La mentira corre tanto
por alcanzar la verdad,
que en el impulso que lleva
siempre se la deja atrás.




CXXII


ArribaAbajo    Es triste, pero es seguro
que de los pesares viejos,
ni uno siquiera se marcha
mientras no llega otro nuevo.




CXXIII


ArribaAbajo    ¿Alegrías?... No las quiero
de esas que a todos alegran:
yo quiero las alegrías
que antes y después dan penas.




CXXIV



CANTADORA

ArribaAbajo    No puedo callar, no puedo;
mi corazón va a romperse
si no digo que te quiero.

CANTADOR

    ¡Por la salud de tu madre!...
eso se dice bajito,
para que no lo oiga nadie.




CXXV


ArribaAbajo    Aquel y el otro y el otro,
míralos bien, son avaros,
egoístas o ambiciosos.

    Es decir, hombres que piensan
sólo con el corazón,
y sienten con la cabeza.




CXXVI


ArribaAbajo    «Se ha muerto... Dios le perdone...»
dicen todos; y yo añado
bajito: «¡Dios y los hombres!»




CXXVII



PRIMER CANTADOR

ArribaAbajo    Le tengo miedo al querer,
porque he visto mucha gente
que se ha perdido por él.

SEGUNDO CANTADOR

    Quita el querer, y verás
cómo solamente encuentras
odio en todo lo demás.




CXXVIII


ArribaAbajo    Alta es del ciprés la copa,
pero también sus raíces,
aunque no se ven, son hondas.




CXXIX


ArribaAbajo       Al ver en la lumbre
       las cepas, me digo:
¿si de estas cepas que dan tan buen fuego
       habré yo bebido?




CXXX


ArribaAbajo    Un sabio dijo hace tiempo:
«El que se muere no da
lo suyo, sino lo ajeno.»




CXXXI



PRIMER CANTADOR

ArribaAbajo    Son ¡ay! mis recuerdos sombra
de la luz de mi esperanza:
la sombra no muere nunca,
y la luz pronto se apaga.

SEGUNDO CANTADOR

    Luz y sombra, todo es uno
si con el alma se miran,
y no son más los recuerdos
que esperanzas ya perdidas.




CXXXII


ArribaAbajo    ¡Ha de apagarse este fuego
que me alienta y me da vida,
y recuerdos y esperanzas,
y pesares y alegrías!

    ¡Y de un fuego tan ardiente
sólo quedarán cenizas,
sin un resplandor siquiera,
que dure tan sólo un día!...

    ¡Ay! ¡es muy triste, muy triste,
cuando una luz agoniza,
no saber dónde se pierde
su brilladora alegría!




CXXXIII


ArribaAbajo    Oigo a veces entre sueños
que alguien me dice: «¡tú mueres
para que yo viva eterna!»




CXXXIV


ArribaAbajo    Le dijo bajo al oído,
mientras sacaba el puñal:
«¡ya que me dejaste solo,
quiero que sea verdad!»




CXXXV


ArribaAbajo       Yo tenía amigos:
       todos se murieron...
¡ay! ¡cuánta falta me hacen ahora
       que me estoy muriendo!




CXXXVI


ArribaAbajo       ¿La tierra?... No olvides
       que tú de ella naces,
y de ella vives, y vuelves a ella
       cuando muerto caes.

       No mires al cielo
       siempre en tus afanes;
¡mira a la tierra, que enseñarte puede
       lo que aún no sabes!




CXXXVII


ArribaAbajo    Quiero seguir los consejos
que me dais, gentes honradas,
y a este corazón rebelde
cortarle a tiempo las alas.

    Vuestro soy hasta que muera...
pero, como última gracia,
dejadme otra vez querer,
otra vez no más, y basta.




CXXXVIII


ArribaAbajo    Eso que estás esperando
día y noche, y nunca viene;
eso que siempre te falta
mientras vives, es la muerte.




CXXXIX


ArribaAbajo    A medida que me acerco
a la muerte silenciosa,
duermo más, pero no sueño.




CXL


ArribaAbajo    El amor que el egoísta
tiene a su propia persona,
es como el humo del fuego,
que no calienta y ahoga.




CXLI


ArribaAbajo    De caminar ya rendido
me senté, al caer la tarde,
a la orilla del camino.

    Era un camino penoso,
tanto, que yo no podía
seguir caminando solo.

    Allí, triste y en silencio,
vi llegar la oscura noche
que despierta los recuerdos.

    Larga noche, en que mi alma,
mientras el cuerpo dormía,
con sus recuerdos velaba...

    Pasó la noche, y pasaron
otros días y otras noches,
porque el camino era largo.

    Y caminé hasta que un día
durmiose el cuerpo... ¡y aún duerme
mientras el alma vigila!



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