Una siesta que el sol más
encendido |
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en la luciente esfera |
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llegaba a la mitad de su
carrera, |
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envuelto o mal fajado entre unas
flores |
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(que fueron del abril madres
mejores, |
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que no la que proterva |
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desamparado le dejó en la
yerba), |
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un niño hallé,
hallé un hermoso infante, |
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tan de nacer en aquel mismo
instante, |
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que descompuse inquieto y
cuidadoso |
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el catre de las flores
oloroso, |
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por ver si en él acaso se
escondan |
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su madre, vergonzosa, si no
impía. |
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Mas él menos se
engaña,pues se queja |
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de la poca piedad de quien le
deja, |
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sirviéndole de lengua en sus
enojos |
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doliente llanto de divinos
ojos. |
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Suspenso y compasivo |
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en el pardo capote te recibo, |
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gozosa el alma, porque
imaginaba |
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que algún oculto bien en
él hallaba; |
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y aun todavía el alma lo
desea. |
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Llego pues al aldea, |
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donde como a hijo mío |
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con afecto y amor al niño
crío. |
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Mas apenas el sol las cumbres
dora, |
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disipando las perlas del
aurora |
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dos veces, cuando...(¡ay
triste! |
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mal el dolor resiste |
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el corazón turbado) |
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de un accidente fiero
arrebatado, |
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mi hija Acaya hermosa |
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en jazmín vuelve la
purpúrea rosa, |
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sin voz, sin pulsos, sin
acción viviente; |
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y en fin, todo mortal el
accidente, |
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me declara en la última
dolencia |
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que el niño que ha
criado |
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es tu hijo y mi nieto
desdichado; |
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que engañó tu palabra
su recato; |
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que te casaste luego, siendo
ingrato, |
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Señor, con la condesa |
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de Castilla; que viendo tu
promesa |
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mentida con ajeno casamiento, |
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tanto fue su dolor, tal su
tormento, |
300 |
que de infelice deshonor
moría. |
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¡Con qué dolor lo
digo! ¡Ay hija mía! |
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Quedó Ramiro pues (que
así se llama |
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el que naciendo escureció mi
fama, |
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si ya no es que, como rey
piadoso |
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honrándole, este mal hagas
dichoso), |
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con título quedó de
mi sobrino, |
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porque el valle de Aybar tuviese
dino |
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sucesor, ocultándole hasta
ahora |
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su origen, y siendo él quien
más lo ignora; |
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bien que sus generosos
pensamientos, |
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su valor, sus alientos, |
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con los demás afectos que le
rigen, |
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señas dan manifiestas de su
origen. |
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Es pues el que por suerte le ha
tocado |
315 |
el ser rey hoy y viste
coronado. |
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Su destino, su impulso, es a la
guerra; |
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no hay fiera tan indómita en
la sierra, |
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que en oyendo su voz no se
amedrente |
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y que de su presencia no se
ausente. |
320 |
Los árboles le tiemblan hoja
a hoja. |
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Y aun los riscos le temen si se
enoja. |
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En el curso veloz no hay quien le
iguale; |
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y si a luchar a la palestra
sale, |
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sólo cuando el ceñudo
bulto arrostra, |
325 |
el pastor más robusto se le
postra. |
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No hay resabio que tenga de
villano: |
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todo es cortés, altivo,
cuerdo, urbano. |
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El potro más cerril solo
él le doma. |
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Cuando la blanca o negra espada
toma, |
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un rayo vibra; cuando tañe y
canta, |
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los zagales suspende. Y se
adelanta |
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en todo de tal suerte, |
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que por lo sabio, lo galán,
lo fuerte, |
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en la esfera de rústico
él es solo |
335 |
el Héctor, el
Oráculo, el Apolo. |
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Ésta es, Señor, la
historia. Si los reyes |
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subordinarse deben a las
leyes. |
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¿Qué justicia,
qué ley, qué rey, qué fuero |
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depone el hijo que nació
primero? |
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Que nacer natural ello se
dice, |
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que a la ley natural no
contradice. |
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Y si la ley divina lo condena, |
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eso sólo es en pena |
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del inicuo pecado
contraído |
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en la generación; mas no
seguido |
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en la progenie, pues que noble
nace, |
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y al natural derecho
satisface. |
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Además que en virtud y
consistencia |
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de la palabra, puedes a tu
herencia |
350 |
justamente llamarlo, pues la
diste |
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de casamiento al tiempo que le
hubiste. |
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Y cuando juntamente eso no
sea, |
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hónralo como a hijo, porque
vea |
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el mundo tu clemencia y tu
justicia, |
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haciendo su fortuna más
propicia. |
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Mas si de hacerlo no tienes
intento, |
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no le conozcas, no, por
cumplimiento; |
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y esto quédese aquí,
que más le importa, |
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siendo su dicha corta, |
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vivir Ramiro, como hidalgo
honrado, |
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que ser hijo del Rey,
menospreciado; |
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bien que en tal caso suyo
será el duelo, |
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tuyo el rigor, y mío el
desconsuelo. |
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