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Exploraciones arqueológicas en Perales de Tajuña

Romualdo Moro





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Sobre la carretera de Arganda á Carabaña y á 2 Km. de Perales, término medio á Tielmes, se levanta larga cordillera, cuyo frente al Mediodía, presenta un tajo vertical en la mayor parte de su extensión dando una altura como de 40 m. De su base se desprende violento ribazo, del que, bajando á la carretera que lo liga, pueden contarse 24 m. más de altura sobre los 40 antes citados. Forma tranquilo é inmenso lecho, rica vega, por cuyo centro serpentea el río Tajuña, que refresca y engalana tan privilegiado suelo; y estas vegas, que se pierden entre las sinuosidades de   —227→   agrestes colinas, debieron ser elegidas para explotar su bondad, en remotas épocas; como la verdura de sus montañas, alimento de los ganados de aquellas gentes, cuyo pastoreo era su principal elemento de vida.

Como primera prueba, señalaremos las cuevas de Perales de Tajuña y Tielmes, que han sido ya objeto de exploración1, anterior á la mía, y requieren otra ú otras de mayor duración y dispendio. En su frente el peñasco, antes señalado en Perales, presenta un conjunto interesantísimo para los aficionados á la prehistoria. La montaña está perforada por el hombre en distintos términos, hasta llegar á una altura de 18 m.; y de una en otra, ó aisladamente, constituían un pueblo con más de 50 viviendas que se aprecian hoy. Por eso á tan extrañas habitaciones y alturas, y visto el cataclismo que sucedió en aquel frente para quedar en el actual aislamiento aquel lugar, excitaba el interés de hacer reconocimientos tanto en las cuevas más altas, donde indudablemente nadie osó llegar en nuestros días de afición, como entre los escombros, por los que aquel pueblo pudo ser sorprendido al derrumbarse, si confió demasiado en la quietud de la tierra. En ese caso bajo aquellos disformes témpanos de sulfato de cal que rodaron al llano bajándose con parte de las habitaciones que en sí contenían, están sepultados fragmentos del uso de aquellas gentes.

Mientras 6 hombres levantaban sólido andamio, para llegar á las habitaciones altas (las bajas, hasta el tercer término, habían sido registradas ya), 19 peones abrían zanjas, buscando el suelo firme á través de todas las capas artificiales que se presentaron, y otros 3 desalojaban un pozo de extraña forma que mide 1,20 m. de largo por 0,60 de ancho, situado en el centro de una de las cuevas del primer término. A 7 m. de profundidad observó el peón que estaba abajo, que por uno de sus lados, rodaban las piedras á gran profundidad. Creí haber descubierto el objeto de aquel pozo en tal sitio, que no debía ser otro, á mi entender, que una vía de comunicación á otras habitaciones ocultas con las   —228→   tierras caídas de la montaña. Bajé abajo, y arrimados ambos contra las paredes forzamos las tierras que nos servían de base y que se hundieron de golpe. Perdimos de vista el fondo y cuando se despejó el polvo que produjo la caída, sondeamos desde arriba 18 m. Bajamos de nuevo al fondo y como no hubiera ninguna otra cavidad que la perpendicular, no fué difícil pensar que se trataba exclusivamente de un pozo, pero un pozo que precisaba, para obtener agua en el llano, seguir bajando por aquella temeraria estrechez, en que se respiraba con tanta dificultad, lo menos á 55 m. En un saliente que al paso hacía una curva, observé ronchas del roce de cordeles; y cierto ya, de que estaba sobre un pozo en cuyo fondo, se supone cuál puede ser el contenido, y ante la dificultad de seguirle, dadas sus condiciones, con harto pesar, retiré la gente, no sin antes cubrirle con fuertes maderos, piedra y tierra, para evitar alguna desgracia cierta.

Terminado el andamio al segundo día, penetré en un grupo de chozas, perfectamente labradas, con el albañil Saturnino García y el carpintero Félix Redondo. Las tres cuevas que constituían un grupo, la primera de la izquierda, se interna en el peñasco 8 m., por 4 y 2 de altura. En el centro un pilote perfectamente labrado sirve de apoyo al techo, que prolongado hasta el fondo de la pared, constituye división interior. Delante de la puerta de entrada á esta, que es de las más completas, hacia la derecha, una puerta de elegantes proporciones, da paso á otra habitación análoga, con escasas variantes. Por el interior un agujero irregular da comunicación á esta con otra tercera, deshecha en su mayor parte, por derrumbamiento del frente. A los lados de todas las puertas hay ondeadas cajas como para sentar marcos de madera y extrañas maneras de cerrar por dentro. En casi todos los techos de las cuevas, no lejos de la puerta, tienen anillos calados á guisa de colgantes ó traba de seguridad. Una de las puertas y división interior, estaba perfeccionada con adobes de barro crudo, de 0,60 m. por 0,10 de espesor. En los huecos bajos, donde hubo sentado el marco de puerta, quedaban hincadas varias cuñas de pino-tea, labradas con hacha de piedra ó mal afilada de hierro; abundaban en el interior cantos de pedernal y calizos extraños en aquel lugar. Las paredes interiores que no conservaban revoque   —229→   para igualar los surcos paralelos del martillo, soltaron grandes montones de ligero sulfato que al removerlo para conocer el suelo primitivo de la caverna, dificultaba la respiración. Y nada más; ni una vasija, ni un arma, ni un signo en las paredes y lo mismo todas las demás.

En las trincheras se avanzaba, revolviendo tierras, siempre mezcladas con abundante cerámica, que me confundía, puesto que dominaban cascos vidriados, con colores y dibujos de nuestros días; pero también salían tejas romanas, fragmentos de sílex de forma artificial y restos de huesos humanos y animales mezclados sin orden. Como á 300 m. de este sitio, en la divisoria de los términos de Perales y Tielmes, descubrí tres sepulturas de forma romana. De este campo, cuando la carretera abrió su explanación, revolvieron muchas sepulturas; dentro de una de ellas fueron encontrados un ánfora de barro y no sé qué otro objeto que están en el Museo Arqueológico Nacional, más algunas monedas de las cuales adquirí tres de D. Mariano López, vecino de Tielmes.

Y como quiera que además de los fragmentos de cerámica y sílex hallados en mis excavaciones, adquirí también en Perales un hacha de piedra de D. Pedro Alarcón Cañaveras encontrada en el mismo sitio, y en el vecino pueblo de Tielmes varias herramientas de piedra también, cedidas unas por D. Millán Rey del Castillo, otras por D. Mariano López y D. Santiago Lescuarens, vecinos de Tielmes; y como quiera también que en Tielmes, sobre el Cerro de los Mártires, como en Perales, hay viviendas y muestras abundantes de sílex por la mayor parte de aquellos montes, es de creer: 1.º la existencia de los hombres de la edad de la piedra, cuyo vestigio descubren los siglos sobre los abatidos cerros ,y esas aéreas viviendas necesarias acaso por los asaltos de otras tribus vecinas: 2.º, las sepulturas halladas en la divisoria de Perales y Tielmes, la cerámica y monedas que asoman por todas partes del país, pueblo romano que hubo debajo de las mismas cuevas de la peña, arruinadas tal vez por el peso de la montaña que rodó hasta el llano; y por último, esas cuevas más bajas del peñasco habitadas no há mucho y abandonadas por otras poco más cómodas y menos ventiladas, de que se sirven hoy buena   —230→   parte de gentes del país, que puede llamarse á boca llena, y es en realidad, tan troglodítico, como si nada hubiese medrado desde los tiempos en que lo vió y recorrió Sertorio.

No me ha sido posible, con tan escaso tiempo como el de que disponía, examinar las cuevas de Carabaña, en las que se fijó D. José Cornide2 para encontrar «todas las circunstancias con que Plutarco refiere la acción de Sertorio», valiéndose de famoso ardid para domar á los Caracitanos, ribereños del Tajuña (Tagonius), fortificados ó guarecidos en un grande y elevado monte que tenía muchas cuevas ó agujeros. Las cuevas del monte entre Tielmes y Perales de Tajuña que he visitado no miran al septentrión, sino al oriente; y así, por mucho polvo que levantasen los soldados Sertorianos, cuando soplaba fuertemente el cierzo, no habrían aquí logrado que, entrándose por las cuevas, sofocase á los moradores. Mas desde luego observaré que la disposición del sitio y su fortificación, aunque ruda y primitiva, debía ser naturalmente inexpugnable.

El Sr. Zóbel3 ha llevado á Caravaca las monedas acuñadas con la inscripción Inscripción (Carabaca) ó Inscripción (Carabacom). Fuera de la semejanza del nombre, no veo motivo para tal reducción. En favor de Carabaña, Tielmes y Perales, villas escalonadas sobre la margen derecha del Tajuña, milita, como dejo probado, la circunstancia de ser este el territorio de los Caracitanos, y en él sin duda alguna hay que buscar la situación de la ciudad carpetana, que Ptolemeo denominó Caracca, y el Ravenate colocó4 no lejos de Complutum (Alcalá de Henares), sobre el camino que, vadeados el Tajuña y el Tajo, guiaba á Sigobriga (Cabeza del Griego), hacia el encuentro del Guadiana.





Madrid, 5 de Febrero de 1892.



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