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ArribaAbajoSección II

¿Estudia la Metafísica todas las cosas según sus propios conceptos?


1.- Razón que nos hace dudar.

De lo expuesto en la sección precedente parece deducirse que a esta ciencia le compete el tratar de todo ente y según todo concepto de ente, porque la ciencia que tiene por objeto total de su estudio un género cualquiera ha de estudiar también todas las especies en él incluidas, como puede verse en la filosofía. La razón es que de lo contrario tal ciencia no se adaptaría totalmente a su objeto, pues éste sería más amplio que ella. Por consiguiente y por igual razón, la ciencia que tiene como objeto total al ente, ha de versar también sobre todo lo que bajo el ente se contiene.

Pero contraría tal conclusión el que si así fuese sobrarían todas las demás ciencias, especialmente las que investigan las naturalezas peculiares de las cosas, ya que la Metafísica sola desempeñaría suficientemente sus respectivos oficios.

2.- Una primera opinión.

Presentamos este problema, para -al solventarlo- explicar más clara y precisamente la materia sobre que versa la Metafísica, señalando sus límites y fronteras.

Egidio soluciona la cuestión en el lab. 1, Metafísica, cuest. 22, y en el principio de los Analíticos Posteriores, afirmando que la Metafísica estudia todas las cosas y sus propiedades hasta las últimas especies o diferencias. Semejante opinión patrocina Antonio Miranda en el libro 13 de la Destrucción de todas las luchas, sec. 6 y 7. El mismo, consecuentemente, sostiene también que las demás ciencias no son totalmente diversas de la Metafísica, sino partes de ella, o más bien, que todas son partes de una ciencia: pero que el uso común las distingue y numera como muchas por comodidad y utilidad para su aprendizaje -así, en efecto, se enseñan y aprenden como diversas- y que esto procede de la diversidad de las cosas.

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Tal opinión puede fundamentarse en primer lugar con la autoridad de Aristóteles, lab. 1 de la Met., c. 2, donde dice de la Metafísica que es una ciencia universal, porque examina todas las cosas; y en el lab. 4, al principio, donde enseña que esta ciencia discute universalmente del ente, añadiendo al fin del text. 2: «Así como para un objeto y todo lo que bajo él se contiene, hay un solo sentido, así también esta ciencia sola estudia al ente en cuanto ente, a sus especies, y a las especies de sus especies». Lo mismo en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores, c. 23, en que declara que a idéntica ciencia pertenece considerar el todo y las partes, esto es: el género y las especies, o los predicados universales y especiales; y en el lab. 6 de la Met., c. 1, donde dice que la Metafísica estudia la esencia de todas las cosas.

4.- Fundamento.

En segundo lugar, con un argumento podría defenderse así: no repugna que se dé una ciencia que estudie de este modo todas las cosas; por consiguiente, se ha de dar tal ciencia, ya que no hay que multiplicar y distinguir las ciencias sin causa, y también porque el entendimiento adquiere las ciencias del modo más perfecto que puede, y más perfecto es adquirir unida la ciencia de todas las cosas que dividida. Ahora bien, tal ciencia no puede ser otra que la Metafísica, que es la más noble y universal de todas las que naturalmente pueden existir.

El primer antecedente se prueba porque la facultad intelectiva que versa de este modo sobre el ente en cuanto ente, y la que desciende a todos los conceptos propios y específicos de los entes es una misma, y siendo así, puede adquirir un hábito de ciencia, que le haga fácil y rápido el conocer todo ente de la misma manera, puesto que tal hábito ha de ser tan universal como la potencia misma, so pena de no poderla disponer bien con perfección a todos los actos necesarios para la ciencia perfecta. Así, v. gr., para la ciencia perfecta no basta saber qué es cada cosa; es necesario también saber distinguirla de las demás, por ejemplo: el hombre, del león y del ángel, y lo mismo en los otros casos. Ahora bien, esto ninguna ciencia puede proporcionarlo fuera de la que estudie universalmente todas las cosas según sus propios conceptos que son los que las diversifican; porque no se puede conocer la diversidad entre los extremos, si no se conocen ambos según los propios conceptos en que se distinguen, cosa de por sí evidente y enseñada por Aristóteles, lab. 3 Sobre el Alma, cap. 2.

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Y basándome en esto, construyo un tercer argumento: si algo hay que pudiera obstar a esta universalidad de la Metafísica, sería el que no todas las clases de entes prescinden de materia según el ser; y esto de ninguna manera obsta, porque es forzoso afirmar que la Metafísica desciende a tratar de las nociones o esencias de muchos entes que de ninguna manera pueden existir sin materia. La Metafísica, en efecto, divide al ente finito en los diez primeros géneros de predicamentos; divide también a la substancia en material e inmaterial, porque no podría pasar a la substancia inmaterial sin haberla distinguido de la material, y ni esta distinción podría hacer sin antes indicar la noción y la esencia de la substancia material, cosa que, por consiguiente, cae de lleno en la función de la Metafísica; más aún, como nosotros conocemos lo inmaterial al modo de una privación, necesitamos saber antes qué se entiende por substancia material o materia, para entender después por su defecto qué es lo inmaterial. Y así, por ejemplo, Aristóteles en los libros 7 y 8 de la Met., diserta expresamente de la substancia material y de sus principios intrínsecos, que son la materia y la forma.

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Idéntico argumento se puede poner en el accidente, y lo mismo en las cualidades, relaciones, etc. Sin embargo, algunos primeros géneros ofrecen una dificultad especial porque se refieren exclusivamente a la materia, como son la cantidad, el hábito y la situación; pero sus nociones propias son a pesar de todo estudiadas por la Metafísica, que de lo contrario no presentaría una división completa del ente, cosa que a ninguna ciencia fuera de ella puede pertenecer.

En cuarto lugar, hemos de suponer o que la Metafísica es un hábito simple o que es la suma de muchos cuasi-parciales. Si nos inclinamos a lo primero, hemos también de afirmar necesaria y consecuentemente que la Metafísica considera exclusivamente la noción de ente en cuanto tal, sin bajar a ningún detalle o noción menos universal del ente, lo cual es completamente falso, como consta por lo dicho en la sección anterior y se aclarará más con lo que expondremos después. Prueba la consecuencia el que un hábito simple no puede estudiar una noción común en sí y con prescindencia de lo demás y al mismo tiempo descender a las particulares, como en la siguiente sección explicaremos.

Si aceptamos lo segundo, a saber: que la Metafísica consiste en un hábito formado por varios hábitos parciales, la misma razón habría para constituir una sola ciencia con el tratado del ente en cuanto ente y de ciertos entes determinados que con el de todos en particular; porque ambas cosas se pueden hacer con igual facilidad con la agregación de muchos hábitos.

7.- Refutación de la opinión precedente por medio del testimonio de Aristóteles.

Esta opinión es rechazada por casi todos los autores como ajena a la mente de Aristóteles y muy poco conforme a la verdad. En efecto, el mismo Aristóteles expresamente en el lab. 1, cap. 2, al decir, que «el hombre sabio lo sabe todo», añade «en cuanto es posible que lo sepa uno que no tiene el conocimiento de cada ciencia en particular»; y más abajo, al explicar esto mismo dice que «el que tiene una ciencia universal sabe en cierta manera todo aquello que se incluye en lo universal». Dice «en cierta manera» porque esas cosas no las conoce simplemente y según sus notas propias en virtud de tal ciencia, sino sólo en cuanto contenidas bajo un universal.

Más claramente, en el lab. 4, al principio, distingue esta ciencia de las otras, «porque estudia al ente como tal y también aquellas cosas que por sí mismas están contenidas en él; las demás ciencias no estudian universalmente al ente en cuanto es ente, sino que separando alguna de sus partes ven lo que a ella conviene; por ejemplo, las matemáticas». Distingue, por tanto, esta ciencia de las otras que tratan de entes particulares; por consiguiente, ésta no considera las partes del ente que las otras ciencias separan.

Lo mismo repite en el libro 6, desde el principio, donde divide en tres las ciencias especulativas, en filosofía, matemáticas y teología natural; distinguiéndolas ya por la abstracción de sus objetos, ya también y consecuentemente por las cosas de que tratan, ya por último, por su método de avance y demostración, como después declararemos. Y esta división de las ciencias especulativas es la que han seguido todos los intérpretes de Aristóteles y casi todos los filósofos, como más extensamente se expone en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores.

8.- La Metafísica no es la única ciencia. Otras ciencias diversas de la Metafísica, logran omnímoda evidencia basándose en sus principios propios. Prueba de esto en las matemáticas.

Es, pues, la segunda opinión admitida por todos, que la Metafísica no considera todos los entes en todos sus grados o aspectos específicos, como los considera el filósofo o el matemático. Por esto dice Averroes, lab. 2 de la Física, comentario 22, que la Metafísica considera la materia sólo en cuanto es ente; mientras la física la considera en cuanto es sujeto de alguna forma; y casi lo mismo repite en el lab. 4 de la Met., comentario 9, y a propósito de los otros pasajes de Aristóteles ya citados. Con él coincide Santo Tomás al comentar estos mismos pasajes y Boecio en el libro Sobre la Trinidad, en el problema de la división de las ciencias, artic. 4-6.

La razón que hay contra la primera opinión se puede exponer así: de tres maneras se puede entender que esta ciencia contempla todas las cosas según sus propiedades peculiares: primero, de modo que no sea ella sola sino también las demás ciencias las que puedan especular sobre ellas, pero esto de tal suerte que el conocimiento que se adquiera por medio de las otras ciencias no sea verdadera y propiamente científico sino de un orden inferior, y solamente se llame ciencia en sentido vulgar por tener cierta certidumbre meramente sensitiva o de credibilidad humana; algo así como se llama ciencia a una ciencia subalterna cuando está sin la subalternante. Y si se interpreta en esta forma la opinión precedente, es falsa ante todo porque se basa en una noción equivocada de la subalternación que guardan las demás ciencias respecto de la Metafísica, problema que agitaremos luego; y segundo, porque supone que ninguna de las ciencias distintas de la Metafísica tiene evidencia propia basada en sus propios principios, lo cual es totalmente falso.

Que se suponga esto segundo es manifiesto, porque si las otras ciencias tuvieran verdadera evidencia, nada les faltaría para ser verdaderas ciencias; y así sería erróneo negar que su conocimiento propio sea real y propiamente científico. Ni menos claro es que tal suposición sea falsa, porque va contra la experiencia; ya que las matemáticas, por ejemplo, tienen principios propios evidentes y conocidos por sí mismos, basándose en los cuales avanza con demostraciones también evidentes sin apoyarse en testimonio alguno o credibilidad humana, como es patente, sino únicamente en la evidencia que se impone al entendimiento. Tampoco se apoya en los sentidos, porque -absolutamente hablando- hace abstracción de la materia sensible y, por consiguiente, también de todo efecto sensible, y si alguna vez usa de figuras visibles es sólo a fin de que la mente perciba con exactitud los términos de los principios, y pueda así después valorar con precisión su conexión intrínseca.

9.- En la filosofía.

Aunque no tenga tanta evidencia como en las matemáticas, la filosofía tiene, sin embargo, también su propia evidencia a ella proporcionada, porque de suyo no se funda en la autoridad humana, y si en algún momento lo hace, entonces en eso deja de ser ciencia y se convierte en mera fe y opinión; y por otra parte, tampoco una conexión con la Metafísica la trasladaría de categoría ni la haría más evidente. Por consiguiente, la filosofía de por sí se funda en la evidencia de sus principios, evidencia que no obtiene primariamente de la Metafísica, sino del hábito de los principios.

Y si alguno objetase que esta evidencia en la filosofía es sólo «a posteriori» y basada en efectos conocidos mediante los sentidos, le confesaríamos que en nosotros así sucede generalmente a causa de nuestra imperfección; pero que esto no influye para nada en la cuestión que tratamos, porque esas cosas físicas que tan imperfectamente conocemos ayudados de la filosofía, no se conocen más perfectamente ni con mayor evidencia por la Metafísica. Y si hay algunas cosas naturales que el entendimiento humano unido al cuerpo pueda conocer mejor de lo que las conoce, como de hecho las hay, en esas podemos esperar de la Metafísica una mayor evidencia; pero de por sí también la filosofía podría darla, porque aunque tiene su punto de partida en los sentidos, no siempre se funda en ellos, sino que los utiliza solamente como ministros del entendimiento en la percepción de la naturaleza de las cosas, la cual conocida, pasa inmediatamente a elaborar demostraciones «a priori» basadas en principios evidentes por sí mismos y por sus términos. Y como no es posible excogitar otro modo con el cual por medio de la Metafísica sea factible aumentar la evidencia o perfección de la ciencia de las cosas naturales, la objeción intentada resulta enteramente gratuita.

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Otra manera de entender que la Metafísica trate de todos los entes bajo todos sus aspectos, es suponer que la Metafísica, como ciencia universalísima que es, abraza todo esto en virtud -por así decirlo- de su fuerza y eficacia, sin que esto obste a que las demás ciencias puedan de modo propio y peculiar -aunque también científico y en su campo perfecto- estudiar una parte de este objeto. De manera que podríamos concebir la relación de la Metafísica a las demás ciencias, algo así como la de la causa universal a la particular, o la del sentido universal al particular, en las cuales hay diversidad entitativa de los términos junto con inclusión del particular en el universal, aunque no al contrario.

Tal explicación, sin embargo, no tiene nada de probable, primero porque, como se, puede deducir del raciocinio que acabamos de hacer, para la demostración de los objetos propios de la física o de las matemáticas no hay método alguno naturalmente posible más perfecto que el que utilizan ya las ciencias particulares; y, por consiguiente, esas ciencias particulares distintas serían superfluas y sin objeto, si existiese una universal que descendiese a todas las cosas. En segundo lugar, no hay que imaginar a estas ciencias como facultades o potencias independientes, sino como hábitos de una misma facultad, que los ha de adquirir con los actos propios, haciéndose mediante ellos más ágil para el ejercicio de otros actos semejantes; de manera que si la Metafísica contemplara, por ejemplo, las cosas naturales bajo sus aspectos peculiares como tales, no realizaría tal investigación por actos más elevados que los que podría emplear la filosofía al tratar de estos mismos objetos, porque ni en cuanto a ellos gozaría de mayor evidencia, ni de principios más altos -no habiendo, por consiguiente, razón alguna para multiplicar estos hábitos que tratarían de unas mismas cosas- ni la misma potencia necesitaría otro hábito que le facilitara el ejercicio de tales actos, pues para esto poseería ya la filosofía.

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Y queda todavía una tercera forma en que se puede entender la proposición que analizamos, a saber: confundiendo todas las ciencias con la Metafísica, de tal manera que las denominaciones o conceptos de matemáticas, filosofía y Metafísica adquieran para nosotros el valor de denominaciones o conceptos parciales de una sola ciencia total. La discusión de esta interpretación sería más propio hacerla al tratar el problema de la división de las ciencias consideradas en cuanto hábitos o cualidades, que al tratar el del objeto, que es el que ahora nos ocupa. Con todo, lo antes dicho demuestra suficientemente que la Metafísica, considerada bajo el punto de vista del concepto objetivo que le corresponde, no trata de todos las cosas en particular, porque el mero hecho de que el entendimiento se ocupe de las cosas naturales ya nos basta para dictaminar que ha traspasado las fronteras de la Metafísica y se mueve en el campo de la filosofía o de las matemáticas. Algo así como no porque entre la memoria y el entendimiento no haya distinción real, sino solamente una basada en el objeto formal respectivo, vamos a decir -hablando estricta y formalmente- que la memoria se ocupa de las cosas en cuanto presentes; al contrario, afirmamos que se ocupa únicamente de las pretéritas en cuanto tales.

Y prescindiendo por ahora -después lo retomaremos brevemente- de la solución que se dé para explicar el modo en que cada una de esas tres ciencias: filosofía, matemáticas y Metafísica, es por sí misma una, añadiré tan sólo que de suyo es increíble que todas ellas constituyan verdadera y propiamente una única ciencia humana. Primero, porque casi todos los filósofos afirmaron lo contrario como evidente. Segundo, porque las tres tratan de cosas totalmente diversas y casi sin contacto en lo que les es peculiar. Tercero, porque difieren mucho en su método: así el filósofo apenas se aparta de lo sensitivo, el metafísico utiliza en su avance principios universales y enteramente abstractos, y el matemático guarda un término medio. Esta diferencia se origina del tan trillado triple modo de abstracción de la materia. Y si estas tres ciencias son mutuamente distintas, no menos distinta es la Metafísica de las otras dos, que ellas entre sí; porque lo abstracto de materia que constituye su objeto, está mucho más alejado de todas las demás cosas que cualesquiera de ellas entre sí, tanto por la perfección entitativa, cuanto por la abstracción, el método de raciocinio y lo arduo y sutil de la misma ciencia en sí. Por tanto, así como todos están contestes en admitir que las matemáticas difieren de la filosofía por la diversidad de su abstracción y de su método, lo mismo y con mucha mayor razón, habrá que admitir de la Metafísica respecto a ellas dos.

Por consiguiente, la Metafísica no trata de todas las cosas de que las otras ciencias se ocupan, según esa manera peculiar que cada una tiene de estudiarlas.

12.- Opinión que se ha de adoptar. Primera tesis. El ente se puede concebir como un todo actual y como un todo potencial.

Por fin, expondremos la opinión verdadera que se ha de adoptar; pero para proponerla y confirmarla con más exactitud y al mismo tiempo para saber con más claridad de qué cosas vamos a tratar en este raciocinio, la repartiremos en varias tesis.

Afirmo, pues, en primer término, que aunque la Metafísica considere al ente en cuanto es ente y las propiedades que le conviene por serlo, sin embargo, no se queda en la noción precisa y como actual del ente en cuanto tal, sino que baja a considerar también algunos de sus inferiores, según sus nociones peculiares. Toda esta tesis consta por lo dicho en la sección anterior; su primera parte -esto es, la del ente en cuanto ente- puede corroborarse con lo aducido antes al tratar de la segunda opinión; y la segunda, se confirma con lo dicho a propósito de la primera opinión, y la explicaremos luego un poco más.

Sólo hay que advertir aquí que lo que dicen los dialécticos acerca del género, que se puede considerar como un todo actual o como un todo potencial, o lo que es lo mismo: como abstraído por una abstracción precisiva -esto es, solamente según aquello que su noción formal incluye actualmente en el concepto objetivo así abstraído- o por una abstracción total, como cuando se abstrae como un todo potencial que incluye en potencia a los inferiores; esto -digo- que los dialécticos afirman del género, se puede aplicar a su manera al ente en cuanto ente, pues también él tiene su noción formal cuasi-actual que puede considerarse como conceptualmente abstraída, e inferiores a los que de algún modo incluye conceptualmente en potencia. Ahora bien, cuando se asigna alguna noción común como objeto adecuado de una potencia o hábito, no siempre se la asigna en cuanto es un algo actual y totalmente abstraído con abstracción formal, sino también en cuanto de alguna manera incluye a los inferiores; así, por ejemplo, decimos que el ente natural o la substancia material es el objeto adecuado de la filosofía, no sólo según la noción abstracta de substancia material como tal, sino también según las nociones peculiares de las substancias inferiores materiales: la corruptible o la incorruptible, etc. Lo mismo, por consiguiente, cuando se dice que la Metafísica trata del ente en cuanto es ente, no hay que pensar que se supone al ente absoluta y formalmente abstracto, excluyendo a todos los inferiores según sus nociones propias, porque esta ciencia no se ocupa únicamente en la consideración de esa noción formal actual; por tanto, hay que entenderlo en cuanto de alguna manera incluye a los inferiores.

13.- Qué nociones trata la Metafísica en particular, y cuáles caen fuera de su ámbito.

Afirmo en segundo lugar, que esta ciencia no considera todos los conceptos o esencias de los entes en particular, o en cuanto son tales, sino solamente aquellos que están contenidos dentro de su forma propia de abstracción.

Tal es la mente de Aristóteles y de los autores que citamos en la segunda opinión, y la de otros que escribieron acerca de esto.

Todos distinguen tres clases de abstracción en las ciencias especulativas y reales -de este tipo son las tres antes enumeradas: física, matemáticas y metafísica-, porque en las demás ciencias, sean ciencias morales o prácticas, la unidad de su objeto se considera con otra norma y en otra forma, unas veces por el fin que tiene la misma ciencia y otras por su método; mas de esto trataremos en otra oportunidad.

Aquellas tres ciencias, pues, convienen en una forma común de abstracción, porque todas se ocupan de las cosas tomadas universalmente, pero difieren en la abstracción cuasi-formal y precisiva que hacen de la materia porque la filosofía aunque hace abstracción de lo singular, sin embargo, no la hace de la materia sensible -esto es: de la materia que está sujeta a accidentes sensibles- y hace de ella uso en su tipo de raciocinio. Las matemáticas, en cambio, abstraen conceptualmente de la materia sensible, pero no de la inteligible, porque la cantidad, por más que se abstraiga no se puede concebir sino como una cosa corpórea y material. La Metafísica, finalmente, decimos que abstrae de la materia sensible e inteligible, y no sólo conceptualmente, sino también en cuanto al ser, porque los conceptos del ente que considera se hallan de hecho sin materia; y ésta es la razón de que en su concepto propio y objetivo de suyo no incluya a la materia. De esta triple abstracción y de la división de estas tres ciencias basada en ella, se trata ex profeso en los libros de los Analíticos Posteriores. Por el momento bástenos saber que esta norma para la división de las ciencias es la que hasta ahora se ha encontrado ser más apta; y por otra parte parece ser muy conveniente porque siendo así que estas ciencias tratan de las cosas mismas y son las más especulativas, echando por esto mano de la abstracción para la constitución del objeto cognoscible que ha de ser el término de sus demostraciones, con toda razón de la diversificación de las abstracciones se deduce la diversificación del objeto cognoscible como tal. Por esto, la abstracción en cuanto tiene su fundamento en el mismo objeto se suele llamar razón formal «sub qua» del objeto en cuanto cognoscible.

Además, tanto con más perfección es inteligible una cosa, cuanto mayor abstracción hace de la materia; y lo mismo, cuanto más inmaterial es el objeto de un conocimiento y, por consiguiente, más abstracto, tanto más cierto será éste; por consiguiente, con toda legitimidad del diverso grado de abstracción o inmaterialidad se colige la diversidad de objetos cognoscibles y de ciencias.

Y esto supuesto, ya es fácil entender y probar nuestra proposición: ninguna ciencia, en efecto, traspasa los límites de su objeto formal o razón formal «sub qua» de su objeto y todas estudian íntegramente todo cuanto se encierra en él; por consiguiente, la Metafísica considera todos los entes o nociones de entes comprendidos en el ámbito de su abstracción peculiar, pero no va más allá porque lo demás es ya campo de la física o de las matemáticas.

14.- La Metafísica estudia la noción de substancia y accidente en cuanto tales. ¿Qué se entiende por abstraer de materia según el ser?

Para entender mejor esto, afirmo en tercer lugar que la Metafísica bajo la noción de ente considera la noción de substancia en cuanto tal, y también la de accidente.

De esto no hay quien dude porque se deriva del nociones abstraen de materia según el ser. En efecto, como dijimos más arriba y explica Santo Tomás en el Prólogo de la Metafísica, no solamente se dice que abstraen de la materia según el ser las nociones del ente que nunca se realizan en la materia, sino también las que pueden realizarse en cosas inmateriales, pues esto basta para que en su noción formal no incluyan ni exijan de suyo materia alguna. A esto se añade que tales nociones son cognoscibles y capaces de tener atributos que les sean adecuados y propios y que no quedan incluídos en el territorio de ninguna otra ciencia, perteneciendo, por tanto, al de ésta, ya que un entendimiento humano perfectamente dotado no puede carecer de tal conocimiento.

De manera que así como la filosofía cuando ha estudiado ya las diversas especies de substancias materiales, estudia también la noción común de substancia material con sus principios adecuados y sus propiedades; y después de tratar de las diversas clases de vivientes, estudia la noción común de viviente como tal, con sus principios privativos y con sus propiedades; así también la ciencia humana -valga este nombre- después de considerar los diversos grados y nociones de entes, debe necesariamente extender su estudio a la noción común de ente; y después de contemplar las diversas substancias y accidentes, es preciso que se ocupe de la noción común de substancia y accidente; y esto no lo puede hacer si no es valiéndose de esta ciencia universal y príncipe.

15.- Otras nociones del ente cuyo estudio pertenece a la Metafísica.

Y -para no repetir lo mismo- aplíquense idénticas consecuencias a todas las demás nociones comunes que bajo el concepto de ente, substancia y accidente, se pueden de tal manera abstraer que no haya dificultad en que se realicen en cosas extrañas a materia, como son las nociones de ente creado e increado, las de substancia finita e infinita, y asimismo las de accidente absoluto o respectivo, de cualidad, acción, operación o dependencia y otras semejantes.

Nótese, con todo, que si bien se pueden abstraer muchas nociones comunes a las cosas materiales e inmateriales, cuyo estudio según el principio expuesto debería pertenecer a la Metafísica -por ejemplo: la noción común de viviente que puede prescindir de lo material y de lo inmaterial; la noción común de cognoscente e inteligente; la de ente necesario o incorruptible, incluida en el objeto de esta ciencia-; sin embargo, como muchas de estas nociones en nuestro modo actual de conocer no son captables sino por los diversos grados de almas, nada hay que pueda la Metafísica añadir razonablemente a lo que se dice en psicología, y por esto reservamos a esta ciencia el tratar de todos los predicados que se toman de las operaciones de la vida y son comunes.

16.- El estudio de los predicados comunes, exclusivos de las cosas inmateriales, pertenece a la Metafísica.

En segundo lugar, se sigue «a fortiori» que pertenece a esta ciencia el tratar en particular de todos los entes o nociones de entes que no se hallan más que en las cosas inmateriales, como v. gr. la noción común de substancia primera o increada, del espíritu creado, y de todas las especies o inteligencias que bajo él se agrupan. Hay que advertir solamente que estas substancias, sobre todo las creadas, no se pueden conocer sino muy imperfectamente; a lo sumo por ciertas nociones comunes y conceptos negativos, pero nunca por sus propias diferencias específicas. Con todo, en la medida en que son cognoscibles, su contemplación -como dijimos- pertenece a la Metafísica. En efecto, propiamente y de por sí a la física no le pertenece; a lo más le pertenecería por algún concepto común extrínseco y no muy cierto, a saber, en cuanto que los ángeles son los impulsores de los orbes celestes; pero de suyo y cuanto al conocimiento de la esencia y propiedades de las inteligencias que es naturalmente adquirible, escapa a los recursos de la física por ese enorme distanciamiento de los sentidos que hace esta investigación tan difícil y elevada.

Pertenece, por consiguiente, a la Metafísica que perfecciona al hombre por su lado más sublime y en aquello en que su felicidad natural consiste en gran parte, a saber, en la contemplación de las cosas más elevadas, como dijo Aristóteles en el lab. 10 de la Ética, c. 7.

17.- La noción común de causa, sus cuatro clases, y sobre todo las correspondientes causalidades son materia de la Metafísica.

En tercer lugar se colige de lo dicho que es incumbencia de la Metafísica tratar de la noción común de causa, de cada clase de causa como tal, y de las causas o esencias causales primeras y principales que originan todo el universo. Expliquemos cada una de estas cosas.

En primer término, la noción de causa y la de efecto en cuanto tales de suyo son comunes a lo material y a lo inmaterial, y así en Dios, que es lo sumo de lo inmaterial, se realiza la noción de causa; y en los ángeles, la de efecto; y es común y esencial a todos los entes creados en cuanto finitos el emanar de alguna causa, al mismo tiempo que -sean materiales o no- les compete alguna clase de actividad o causalidad que responde a una noción común.

Y tal noción de causa no sólo prescinde de materia según el ser por su noción común sino aun considerada según las diversas maneras especiales de causalidad, ya que, en efecto, ni la noción de causa eficiente de sí exige materia, ni mucho menos la noción de fin. Y lo mismo pasa con la noción de agente libre o que se determina a sí mismo, y con la de causa ejemplar o de causa que opera movida por un prototipo o idea propia. Y aun las causas material y formal que en cuanto realizadas en las substancias parecen no hacer abstracción de la materia, también la hacen, en cuanto por su noción común prescinden de la substancia y del accidente. Por tanto, a la Metafísica toca el distinguir entre estas clases de causas y explicar los conceptos de cada una.

Además, como es sabiduría y la más alta de las ciencias naturales, a ella incumbe también el estudiar las primeras causas de las cosas, o mejor dicho, las primeras nociones causales en la causa primera; tales son las nociones de causa eficiente y final, que consideradas según su máxima perfección ni exigen o suponen materia ni otro género alguno de causa, ni involucran imperfección alguna, sino que primariamente y por sí mismas se hallan en la causa primera que es Dios. Lo contrario sucede en las nociones de materia y forma, que necesariamente suponen otra causa anterior -a lo menos, eficiente y final- de donde procedan, razón por la cual no se colocan entre las causas o nociones causales que llamamos simplemente primeras, y así su exacto conocimiento no pertenece a la Metafísica más que en lo que se refiere a sus nociones comunes, y no en lo que atañe a los objetos en que se realizan, que son la materia y la forma substancial; porque, aunque la Metafísica haga alusión a estas cosas, es a la filosofía a la que pertenece su conocimiento integral.

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Finalmente, hay que notar a propósito de esto, que el estudio de las causas por diversos títulos y razones es privativo del metafísico. En efecto, si consideramos en cuanto entes al poder de causar, o a la causalidad misma, o a la relación que de ella resulta, vemos que todo esto pertenece a la Metafísica como objeto suyo, aunque no total -como muchos dijeron y lo indicamos arriba- sino sólo parcial, porque estas cosas son únicamente determinados entes o modos del ente que no agotan la amplitud total del ente.

Si, en cambio, consideramos la noción de causa o potencia causal en orden a la misma causa, es decir, en cuanto es una propiedad o atributo de eso que llamamos causa, entonces el estudio de la causa pertenece a la Metafísica no por ser su objeto o parte de él, sino por ser un atributo propio de ese objeto o de una parte de ese objeto.

Y así, esta ciencia que debe estudiar a Dios, estudia consecuentemente en Él la noción de primera causa final, eficiente y ejemplar; y al ocuparse de los ángeles, investiga qué potencialidad causal tienen en los demás entes; y cuando trata de la substancia en cuanto tal, ve qué causalidad ejerce sobre el accidente, y así en las demás cosas.

Por último, si consideramos la noción de causa en orden a los efectos, es decir, en cuanto su conocimiento es necesario para conocer exactamente los efectos, también su estudio pertenece a la Metafísica, aunque no como objeto ni como propiedad de este objeto, sino como principio o causa del objeto o de una parte de él.

19.- El estudio del alma racional ¿es materia de la Metafísica?

Dos dificultades están latentes en lo dicho. Una es sobre el alma racional: su estudio -se la considere como ente o como causa- ¿pertenece o no a la Metafísica?

El alma racional, en efecto, es una substancia inmaterial y, por tanto, abstrae de materia según el ser, y consecuentemente también en sus nociones mas particularizadas. Por este concepto, pues, podría parecer que el estudio del alma racional pertenece a la Metafísica; lo que Aristóteles da la impresión de confirmar en el lab. 1 de las Partes de los Animales, c. 1, al decir que el físico no se ocupa de la consideración de todas las clases de alma.

A esto se opone, sin embargo, que el alma racional aun en cuanto racional, es una forma natural esencialmente orientada hacia la materia y, como tal, principio de sus operaciones, aun de aquellas que ejecuta mediante el cuerpo y consideradas del modo peculiar con que el hombre las ejecuta.

Este problema se suele tratar detenidamente al principio de la Psicología, y sobre él se puede consultar al Card. Toledo, en la segunda cuestión introductoria.

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Por ahora contentémonos con decir brevemente que el estudio sobre el alma se ha de reservar para la parte última y más perfecta de la filosofía natural. Ante todo, porque la ciencia que trata del hombre en cuanto es hombre es una ciencia física, y el tratar de las partes esenciales es incumbencia del mismo investigador a quien toca estudiar el todo.

Además, aunque el ser del alma es por sí mismo subsistente y separable de la materia en cuanto a la unión actual con ella, no lo es por lo que se refiere a la aptitud y orientación hacia la materia, y consiguientemente tampoco lo es el conocimiento perfecto de su esencia, propiedades y operaciones; ahora bien, todo conocimiento basado en la materia es físico; no hay, por tanto, duda alguna que el conocimiento del alma en cuanto a su substancia, a las propiedades que de suyo le son propias, al modo o estado de existencia y operación que tiene en el cuerpo, pertenece al filósofo de la naturaleza.

Cuanto al estudio del estado que tiene el alma separada y de su manera de operar en él, muchos piensan que pertenece a la Metafísica; opinión que parece muy probable porque bajo este aspecto el alma prescinde completamente de la materia y no es posible inquirir nada de ella en cuanto se halla en ese estado si no es mediante una analogía con las demás substancias inmateriales; sin embargo, como la perfección de la ciencia exige la consideración íntegra y completa del objeto, es más natural tratar esto en la filosofía, tanto más que el dividir en partes tratadas en diversas ciencias el estudio del alma y sus estados es causa de mucha confusión y difusión de la materia. Por esto nos abstendremos en esta obra de tratar del alma racional sea separada, sea unida al cuerpo.

Por una razón semejante diremos muy poco de los ángeles, puesto que de su estudio y tractación se ocupan con todo derecho los teólogos y repetir aquí todo lo que ellos dicen sería una cosa ajena a la ciencia natural y, por consiguiente, también a nuestra intención; y por otra parte, delinear a grandes rasgos este asunto o tratarlo imperfectamente sería de poca o ninguna utilidad.

Lo mismo casi, podríamos decir del conocimiento de Dios; con todo como con la luz natural se pueden alcanzar muchas más cosas de Dios que de las inteligencias, y este conocimiento natural de Dios es muy necesario para la perfección de la Metafísica, diremos algo de Él manteniéndonos dentro de los límites en que los filósofos se suelen mover, o la razón natural queda confinada.

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La segunda dificultad versaba sobre las nociones comunes de la substancia material y de las otras cosas que incluyen la materia o no pueden existir sin ella; de ella tratamos en los argumentos y al dar sus soluciones quedará aclarada.

22.- Respuesta a las razones de la opinión contraria.

La primera razón de duda expuesta al principio la damos por solucionada con lo dicho. No es necesario, en efecto, que la ciencia que se ocupa de una noción universal, descienda en particular a todas las cosas que se contienen en ella; basta solamente que se extienda a todas las que participan de esa misma noción cognoscible o de la misma abstracción. Y aunque considerando la conveniencia real en la noción común de ente, parezca que no hay más razón en determinados entes particulares que en otros para incluirlos según sus nociones propias en esta ciencia; sin embargo, considerando la conveniencia en la abstracción de la materia según el ser, que rige entre las nociones especiales de algunos entes y la noción común y abstractiva del ente, ciertamente que ya se ve razón suficiente para que esta ciencia descienda a determinados entes particulares con exclusión de otros.

23.- Exposición de un pasaje difícil de Aristóteles.

Con lo dicho anteriormente, queda refutada la base aristotélica de la primera opinión; lo que se quiere indicar, en efecto, al decir que la Metafísica estudia de un modo universal al ente, es que estudia el concepto abstracto de ente, en cuanto ente, y todo aquello que con él conviene en la misma abstracción y aspecto cognoscible. Lo mismo, al decir que trata de todas las cosas, se entiende en cuanto son entes y en cuanto enseña los principios generales y comunes a todas ellas.

Con todo, las palabras del lab. 4, text. 2, donde se dice que es propio de esta ciencia la consideración del ente y de sus especies y de las especies de sus especies, parece involucrar una especial dificultad.

Algunos opinan que esto se ha de entender con restricción, es decir, sólo de las especies próximas y remotas del ente cuya cognoscibilidad cae bajo la misma abstracción.

Pero es mejor la respuesta de Santo Tomás y otros antiguos a quienes sigue Fonseca, que solventan la cuestión construyendo de otro modo la frase de Aristóteles que la traducción antigua expresa así: «El estudio de todas las especies del ente en cuanto es ente es propio de un solo género de ciencia, y el de las especies de las especies». En esta lección las palabras «el de las especies de las especies» son equívocas, porque o bien se pueden juntar de manera que entre sí se determinen y se refieran al ente y a las especies de ente -sentido que adopta claramente la traducción de Argirópolis, y es el asumido en la dificultad - o bien se pueden separar y referir a cosas diversas, a saber a las especies de las cosas cognoscibles y a las especies de las ciencias, como lo dio a entender exactamente Fonseca traduciendo de este modo: «Pertenece a un mismo género de ciencia el estudio de todas cuantas especies de ente existen, y el de las especies a las especies». Así el sentido sería: el ocuparse de un modo común y general de las especies del ente pertenece a un solo género de ciencia; el estudiar las diversas especies de entes según sus propias y específicas nociones de objeto cognoscible es ya obra de las diversas especies de ciencias; versión que viene a confirmar nuestra opinión.

En efecto, si por «una ciencia» entendemos estrictamente un género común de ciencia, de este pasaje se deduce que la contemplación de todos los entes según todas sus nociones específicas no es objeto de ninguna ciencia considerada específicamente sino del género común de ciencia especulativa; mientras que el estudio de los objetos particulares cognoscibles según sus propias nociones, corresponde a las ciencias específicas. Y si por «un género de ciencia» entendemos «ciencia genérica por su objeto», tal cual es, por ejemplo, la Metafísica, deduciríamos lo mismo de este pasaje que tal ciencia no debería considerar todas las especies del ente sino es bajo la noción común de ente o de substancia, mientras que las ciencias especiales estudiarían las especies del ente según sus nociones propias y específicas.

24.- Una ciencia humana adquirida única, no puede abarcar todas las cosas cognoscibles según sus propias nociones.

A la segunda dificultad respondemos que es imposible que una sola ciencia humana adquirida por los actos propios del ingenio humano, lo perfeccione universalmente en relación a todo lo que es cognoscible y bajo todos los aspectos posibles. De lo contrario, en efecto, no sólo las tres ciencias especulativas -filosofía, matemáticas y metafísica-, sino también las morales y racionales y, en una palabra, todas se fundirían en una sola ciencia que constituiría la perfección total del entendimiento humano; lo cual es sencillamente increíble, porque siendo tan diversos, particulares y distintos, y tan independientes entre sí los actos y raciocinios del ingenio humano, no es verosímil que todos puedan concurrir a generar una ciencia única.

Tampoco es cierto que esto se requiera para juzgar de la diversidad de las distintas cosas que se atribuyen a las diversas ciencias -hecho a que el argumento alude- porque cada ciencia al proporcionarle el conocimiento de su objeto pone al entendimiento en suficiente disposición para distinguirlo de las demás cosas, con tal que las demás cosas sean conocidas; por consiguiente, no hay dificultad en que dos ciencias se ayuden y colaboren en la formación de juicios del tipo discutido, sobre todo si una proporciona el medio cuasi-formal y la otra -valga el término- presenta la materia a que se ha de aplicar ese medio. Y esto es lo que ocurre en el caso propuesto; en efecto, para que el entendimiento juzgue y demuestre que una cosa es diversa de otra -por ejemplo, un caballo de un león- toma de la Metafísica el medio formal que es la noción de diversidad, o sea qué es ser diverso, y lo aplica o atribuye al caballo y al león cuyos conceptos o nociones ha tomado de la filosofía; sin embargo, por ser el medio algo así como la forma de la demostración, a esta demostración se la considera Metafísica, y en este sentido se dice que es función de la Metafísica el manifestar la diversidad en las cosas; y en el mismo se afirma que demuestra las esencias de las cosas, porque el medio para la demostración de una esencia como tal, es metafísico, porque la Metafísica es la que suministra la noción de esencia como tal.

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A la tercera dificultad responden algunos preconizando la distinción de una doble noción de Metafísica. Una, como ciencia particular, según la cual niegan que tenga contacto con lo material en cuanto tal. Otra, como arte común y signífero de las demás ciencias o artes; tal función le atribuye Aristóteles en el Proemio que comentamos y en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores, c. 17, text. 23, donde, como todos exponen, por «ciencia señora de todas las demás» designa a la Metafísica. Según esta otra noción dicen que la Metafísica se ocupa de las cosas materiales, en cuanto tales, y aun de la misma materia en cuanto es pura potencia pasiva; y si a esto se objeta que una ciencia no puede traspasar las fronteras de su objeto, responden con esta misma distinción que esto es verdad de la ciencia en cuanto es una ciencia particular, pero no en cuanto es un arte común.

Con todo tal distinción y tal respuesta exigen una mayor explicación. Esas dos nociones, en efecto, en el hábito de la Metafísica no se distinguen realmente como dos partes suyas distintas en la misma realidad, sino sólo conceptualmente, y por nuestra abstracción precisiva basada en conceptos inadecuados. Porque no decimos que la Metafísica es una ciencia universal y que proporciona los principios universales mediante los cuales puede ayudar a las otras ciencias, sino por la única y misma razón de ser su objeto el más abstracto y universal; por tanto, es imposible que ella ejerza estas funciones separadamente -por así decirlo- o mediante diversas partes suyas; sino que al contrario, al mismo tiempo que estudia con perfección su objeto propio, alcanza todo ese exceso de perfección que tiene sobre las demás ciencias y les proporciona toda la utilidad que puede proporcionar. Por consiguiente, la distinción propuesta es meramente conceptual, y así por ninguno de estos dos aspectos le es lícito a la Metafísica transcender los límites de su objeto formal.

Robustece esta conclusión el que si la Metafísica, por esa universalidad que se atribuye, trascendiera su abstracción y pasara a ocuparse de las cosas materiales en cuanto tales, por este lado no tendría ya ni límites ni fronteras, y debería descender a todos los objetos de las demás ciencias considerados según todas sus nociones propias, de lo cual se seguirían todos los inconvenientes enumerados antes en la refutación de las otras opiniones. La consecuencia es evidente, porque si la razón de señalar este límite no es la noción formal del objeto, no hay ninguna otra razón para señalarlo; y además, si la Metafísica tuviera algún punto de contacto con el objeto propio de la filosofía -para determinarlo, por ejemplo- lo tendría también con el de todas las demás ciencias y aun dentro del ámbito mismo de la filosofía debería estudiar todas las especies de entes naturales, con el fin de que si acaso hubiere muchas filosofías, delimitase bien los objetos de cada una; y si fuere una sola, explicase cómo de tantas cosas se forma un solo objeto.

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Mi parecer, por consiguiente, es que la Metafísica bajo ningún concepto traspasa propiamente los límites de la noción formal de su objeto; ni tiene contacto alguno con lo material, sino es en cuanto de algún modo se inserta en su abstracción; ni finalmente es universal o auxiliar de las otras ciencias sino es en cuanto por el mismo hecho, agota en toda su amplitud la capacidad de su objeto.

Expliquemos mejor todo esto: en primer lugar afirmo que la Metafísica no se ocupa de la noción de substancia material ni de otras semejantes que no se realizan fuera de la materia, sino es en cuanto su conocimiento propio es necesario para determinar las divisiones generales del ente en los diez géneros supremos y otras del mismo tipo, hasta la designación de los objetos propios de las otras ciencias. Esto es, en efecto, función de la Metafísica, como se deduce de los libros 6, 7 y 8 de la Metafísica, ya que esto a ninguna otra ciencia puede pertenecer -cosa suficientemente clara por sí misma- y además, porque sin estas divisiones no podría la Metafísica conocer exactamente su objeto ni según la noción común de ente, que siendo como es análoga, no se conoce con bastante claridad, hasta tanto que no se han determinado los modos a que se puede contraer; ni según las nociones propias y especiales de que por sí mismas la Metafísica ha de hacer un estudio exhaustivo, porque tales nociones no pueden ser perfectamente conocidas sino se las separa y distingue de las demás.

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En segundo lugar, afirmo que del hecho que las nociones universales estudiadas por la Metafísica sean transcendentales de manera que compenetren las nociones propias de los entes, resulta que cuando el metafísico se pone en contacto con determinadas categorías de entes que incluyen materia para separar de ellas las categorías que de por sí y directamente le pertenecen, considere por abstracción en aquéllas, nociones y propiedades que son comunes a los entes que hacen abstracción de materia y que convienen también específicamente a los mismos entes materiales en cuanto tales. Así pasa, por ejemplo, cuando la Metafísica divide la substancia en material e inmaterial, sea para asumir después la noción propia y realizar el estudio de la substancia inmaterial; sea por pertenecer a toda ciencia el estudiar en alguna forma las partes propias de su objeto, como se expone en el lab. 1, Poster., c. 23. Y una vez dada esta división, por sí y directamente se ocupa ya de la substancia inmaterial, tratando todo lo que de ella es cognoscible sin excepción alguna; en cambio, con la substancia material procede de otro modo, estudiándola solamente en cuanto es necesario para distinguirla de la inmaterial y para conocer todos los predicados metafísicos que le convienen en cuanto material, como por ejemplo el que sea compuesta de acto y potencia, y con qué tipo de composición; que sea ente de por sí uno, y otros semejantes.

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En tercer lugar, respondemos en forma al argumento: la Metafísica no considera en particular todos los entes, porque jamás trasciende la abstracción propia de su objeto; considera, con todo, algunas de sus categorías genéricas que se insertan en la materia, pero esto sin renunciar a su abstracción, porque para ello las abstrae de la materia en cuanto sujeta al movimiento y al sentido, y sólo las considera bajo las nociones comunes de acto o forma, de potencia, y otras semejantes; y si de alguna manera roza sus nociones propias, esto lo hace nada más que indirectamente y en orden a su propia abstracción, es decir, para explicar cómo se realizan en ellas los predicados comunes y trascendentales, y qué distinción rige entre ellas y las otras categorías o géneros que verdaderamente y en realidad prescinden de materia.

Y esto es lo que Aristóteles quiso expresar en el lab. 4 de la Met., text. 5, al decir: «Atribución es del filósofo poder especularlo todo, porque si esto no lo hace el filósofo ¿quién será el que investigue si es lo mismo Sócrates y Sócrates sentado o si lo uno es contrario a lo otro?», etc. A la Metafísica la llama filosofía por antonomasia, y afirma que a ella pertenece el estudio en común de la diversidad de las cosas, porque identidad y diversidad son afecciones del ente; y para declarar esto utiliza el ejemplo predicho que tal vez buscando cierta obscuridad puso en un individuo, siendo así que la ciencia no desciende hasta los individuos, como se demuestra en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores, c. 7; y en el lab. 3 de la Met., c. 13.

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El cuarto argumento es verdaderamente arduo, porque toca la difícil cuestión de cuál es la unidad de la ciencia, cuestión que en este lugar no podemos tratar con precisión; en la siguiente sección, con todo, la esbozaremos esquemáticamente.




ArribaAbajoSección III

¿La Metafísica es una ciencia?


1.- La Metafísica es propia y verdaderamente ciencia. Definición de la Metafísica.

Explicado ya el objeto de la Metafísica, nos será fácil exponer su noción esencial; pero como la esencia y la unidad de una cosa o se identifican o están intrínsecamente unidas, deberemos explicar al mismo tiempo su unidad, sobre todo tratando como tratamos de la unidad específica, pues sobre la numérica no hay discusión posible ya que es evidente que en los diversos individuos esta ciencia se multiplica numéricamente como cualquier otro accidente. Asimismo es indudable que en un mismo individuo no se multiplica respecto de los mismos objetos; ahora, el si respecto de diversos se distingue o no, y por consiguiente se puede o no multiplicar en el mismo individuo, es problema cuya solución está supeditada a la cuestión anterior de la unidad específica o esencial.

Y como esta unidad queda exactamente declarada por el género y la diferencia -la especie se compone en efecto del género y la diferencia- suponemos, ante todo, que la Metafísica es verdadera y propiamente ciencia, cosa cierta y por sí misma evidente como lo enseñó Aristóteles al principio de la Metafísica y en otros muchos pasajes, y se deduce además de la definición de ciencia expuesta en el lab. 1 de los Analíticos Posteriores y en el lab. 6 de la Ética, cap. 3, a saber: que ciencia perfecta y «a priori» es el acto cognoscitivo o hábito que nos proporciona un conocimiento cierto y evidente de las cosas necesarias por sus propios principios y causas; caracteres todos que se realizan en la Metafísica en sí misma considerada y por razón de su objeto y así no hay duda que en sí misma considerada sea ciencia, aunque tal vez en nosotros ni siempre, ni bajo todo concepto, llegue al grado y perfección de ciencia. Consta, por lo tanto, que pertenece al género de ciencia.

Más aún, de lo dicho podemos además deducir fácilmente que pertenece al género de ciencia especulativa, como lo dice Aristóteles en el lab. 1 de la Met., cap. 2, y en el lab. 2, cap. 1, porque estudia temas especulativos en grado sumo y no orientados a la práctica, lo cual declararemos mejor más adelante al explicar sus atributos.

Finalmente, lo antes expuesto nos demuestra también que es esencialmente distinta de las demás ciencias especulativas y reales, como por ejemplo de la filosofía y las matemáticas; de donde se sigue que tiene como tal cierta unidad, que le proviene del objeto que acabamos de estudiar. Bajo este aspecto se puede definir la Metafísica como la ciencia que contempla al ente, en cuanto ente, o en cuanto prescinde de materia según el ser.

2.- ¿Es la Metafísica una en especie subalterna o en la especie ínfima?

El problema, pues, por resolver se reduce a lo siguiente: ¿esta unidad es genérica o específica, y consiguientemente la diferencia tomada de la relación al objeto total antes determinado, es subalterna de modo que bajo ella puedan asignarse otras específicas, o es indivisible y última?

Muchos se inclinan a lo primero; y su opinión puede fundamentarse ante todo en que en el objeto que hemos establecido pueden señalarse varias abstracciones: en primer lugar está el doble prescindir de la materia según el ser o necesariamente o sólo permisivamente, lo cual parece bastar para variar la especie, del objeto cognoscible como tal, y consiguientemente también la ciencia. Después, entre las cosas que existen necesariamente sin materia, parece que a lo menos la abstracción de Dios, acto totalmente puro y que prescinde de toda composición aun Metafísica, es muy distinta de la abstracción de las otras inteligencias, que aunque carecen de materia con todo son compuestas y tienen atributos muy diversos. Se pueden, pues, colocar bajo la unidad general de la Metafísica por lo menos tres ciencias distintas en especie: una que se ocupe del ente en cuanto ente y que a lo más descienda hasta los conceptos comunes de substancia y accidente y a los nueve géneros que bajo ellos se contienen; otra que trate de las inteligencias creadas, y otra que solamente se ocupe en la contemplación de Dios. Porque así como en Él sólo consiste la felicidad natural, parece que se ha de dar alguna ciencia natural que según su noción última y específica estudie a Dios sólo.

Ni faltará tal vez quien divida esta ciencia en diversos miembros según los diversos grados de abstracción en los mismos conceptos comunes de ente en cuanto ente, o de substancia en cuanto substancia, y así de otros.

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En segundo lugar, argumento de este modo: si esta ciencia es una, lo será principalmente cuanto al hábito de formar juicio resultante de sus actos en la mente. En efecto, es cierto que las especies inteligibles de que hace uso esta ciencia son muchas y no sólo una; asimismo consta que sus actos son muchos y variados, ni sólo numérica sino también específicamente diferentes, porque ¿quién dudará que es muy diverso el acto por el que formamos este juicio: «todo ente es uno» o «la unidad es una afección del ente», que el que nos sirve para formar este otro juicio: «las inteligencias son individuales», u otro parecido? Por consiguiente, si se puede hablar de unidad específica en la Metafísica, es únicamente en relación al hábito de formar juicios. Ahora bien, tampoco en relación a él se da; luego, de ninguna manera se da.

Prueba la menor el que si este hábito fuera uno específicamente, sería o totalmente simple en su entidad respecto al objeto (pasamos por ahora en silencio la composición que podrían hacer de la intensidad sola o de la radicación en un sujeto) o una cualidad compuesta; y ninguna de estas dos hipótesis parece ser admisible.

La primera, porque como el hábito de la Metafísica prepara para juicios tan diversos y cosas tan distintas, no se ve que habiendo de conmensurarse a esos mismos actos pueda tender a todos ellos o llevarlos a cabo por una misma y simple cualidad.

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Otra demostración de esto se podría construir así: el hábito de la Metafísica se adquiere primeramente por un acto que versa en un objeto, por ejemplo, en esta conclusión: «todo ente es verdadero» u otra semejante; después se aumenta por otros actos y se extiende, a otras conclusiones muy diversas, y en este aumento es necesario que se la añada alguna realidad o entidad ya que no es posible entender un aumento real sin una adición real. Ahora bien, esta adición no basta que sea una mera intensificación, porque el aumento no procede solamente de una diferente participación del sujeto gracias a una radicación cada vez mayor de la misma forma en él, sino también de parte del hábito por un mayor acercamiento al objeto; por consiguiente, se requiere una adición que afecte al mismo hábito y que le añada algo con lo cual abarque un nuevo objeto y una nueva conclusión, doctrina claramente expuesta por Santo Tomás al hablar de los hábitos en general, Suma Teológica, 1, 2, cuest. 52, art. 1 y 2. Luego, no puede este hábito considerado en relación a toda la extensión de su objeto, ser totalmente simple.

El que no pueda ser compuesto y al mismo tiempo verdaderamente uno específicamente, se prueba ante todo porque lo primitivamente adquirido en el hábito por un acto de una especie y lo añadido después por otro acto específicamente distinto, difieren también específicamente; luego, de su unión no resultará un hábito específicamente uno. El antecedente es claro, porque los actos generadores son específicamente distintos e inclinan a actos correspondientemente distintos específicamente; además, la razón para establecer una distinción entre los actos segundos es la misma que hay para establecerla entre las inclinaciones que perduran al modo de acto primero, y que tienden a actos semejantes a los que las han producido, siendo, por lo tanto, proporcionadas y acomodadas a ellos; finalmente, si no existiese una distinción específica entre las dos cosas dichas, tampoco la numérica sería necesaria, bastando un aumento meramente intensificativo.

En cuanto a la consecuencia anterior se prueba porque de dos cualidades específicamente distintas no puede formarse una cualidad de una sola especie.

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A esto último se podría objetar que las dos cualidades componentes no se diferencian en especie totalmente sino de un modo parcial y que así de ellas podría resultar una cualidad íntegra, simplemente una, como de partes heterogéneas. Pero la realidad es todo lo contrario: pregunto, en efecto, ¿qué tipo de composición es éste? O es por una real y verdadera unión de esas cualidades (que se llaman parciales) no sólo en el mismo sujeto, sino también entre sí; o es por la mera unión en el mismo sujeto. Y ninguna de las dos cosas se puede admitir. La primera, porque no se ve cómo se puede entender o explicar satisfactoriamente; efectivamente, ¿qué clase de unión sería ésa? Hay dos posibilidades: primera, que se unan por inmediata conjunción, y esto es absurdo porque tal unión no se verifica sino entre cosas que guardan entre sí una relación de potencia a acto, o de forma a materia, o de accidente a sujeto, o de término a terminable; ahora bien, en este caso los dos hábitos no guardan entre sí ninguna de las proporciones enumeradas, lo cual se deduce con evidencia de que cada uno se orienta por sí mismo a su objeto y no necesita ninguna otra cosa que le sirva de término o que lo ponga en acto. Otra posibilidad sería que se uniesen por una especie de continuación en un término común como se cree que se unen los grados de intensidad, pero esta clase de unión es también muy difícil de entender. Porque, en primer lugar, sería necesario señalar algún término indivisible, en que se unieran las dos cualidades, cosa al parecer imposible ya que ese término también debería orientarse hacia un objeto, pero no puede orientarse hacia ninguno porque ni tiende al mismo tiempo hacia los dos objetos de los hábitos parciales o de los actos que los engendraron, ni hay razón alguna para que tienda más a uno que a otro, ni se puede imaginar un nuevo objeto a que tienda siendo así que ningún otro es conocido o juzgado por esos actos.

Además, en los actos no se puede buscar tal unión, ni tal término indivisible en que se unan; de lo contrario todos los actos de la Metafísica podrían juntarse en uno solo y unirse realmente, lo cual es ininteligible; por consiguiente, tampoco en el hábito se encuentra tal unión, ya que nada puede estar en el hábito sin estar en los actos. Ahora bien, si los actos no están entre sí unidos, no tienen de dónde ni con qué llevar a cabo esta unión.

Estas razones valen aun en el caso de suponer los dos hábitos particulares de la misma naturaleza y especie. Si difiriesen en especie, se podría añadir una cuarta razón, a saber, que las cosas que se diferencian en especie no pueden por sí mismas ser continuas, ni tener un propio término común.

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Y sí para evitar estas dificultades se afirmara que esas cualidades sólo componen un hábito por la reunión en el mismo sujeto, se seguiría: primero, que no habría verdadera unidad en esta ciencia sino sólo accidental gracias al sujeto, sobre todo si estas cualidades -como parece más probable- se distinguen en especie; segundo, que de todos los hábitos de las ciencias se formaría una sola ciencia por la reunión en el mismo sujeto.

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En los argumentos propuestos se agitan dos dificultades o problemas. El primero -¿es la Metafísica una sola ciencia específicamente?- es propio

y peculiar de este lugar. El segundo -¿es una cualidad simple o compuesta en cuanto abarca diversos objetos?- es general y en la misma forma se presenta en todas las ciencias y en casi todos los hábitos adquiridos.

8.- Diversas opiniones.

Sobre el primer problema, que es propio de este lugar, algunos piensan que la Metafísica no es una sola ciencia específica sino genéricamente, y que por lo menos incluye en sí las tres especies ya dichas, a saber: la que trata de Dios, que prescinde totalmente de la materia y de todo rastro de materia -así podría denominarse toda composición- y de toda mutación y cambio; la que trata de las inteligencias creadas que si bien no prescinden de todo cambio ya sea local, ya intelectual y volitivo, prescinden sí, intrínseca y esencialmente de la materia y del movimiento físico; y la que trata del ente, que sólo por abstracción prescinde de materia según el ser.

Por otra parte esto no contradice la división de las ciencias especulativas propuesta por Aristóteles en física, matemáticas y Metafísica, porque tal división no es en últimas especies, sino en subalternas, como consta por el caso de las matemáticas que contienen en si diversas ciencias.

9. -La Metafísica es una sola ciencia específicamente.

Con todo debemos afirmar -con la opinión más común- que la Metafísica es una sola ciencia específicamente.

Eacute;sta parece ser la mente de Aristóteles en todo el Proemio, o cap. 1 y 2, lab. 1, de la Metafísica, donde habla de esta ciencia como de una especie y a ella, como si fuese una sola e idéntica, atribuye nombres y propiedades que en parte le convienen según que se ocupa de Dios y de las inteligencias -por ejemplo el de teología o ciencia de Dios, y primera filosofía- y en parte según que se ocupa del ente en cuanto ente y de sus primeros atributos y principios -por ejemplo el de ciencia universal y Metafísica. Y por abrazar todo esto y contemplar los primeros principios y las causas últimas de las cosas, la llama «sabiduría».

Además, en el lab. 4, donde parece tratar expresamente del objeto de la Metafísica, afirma que es una y que estudia todas las cosas en cuanto prescinden de materia; y tanto del raciocinio que construye para demostrarlo como del modo de proponerlo, se deduce claramente que afirma que es una específicamente. Fuera de que a menudo dice indiferentemente que el ente en cuanto ente es su objeto total, y que su parte principal es la substancia o bien como tal, o bien la inmaterial y primera, v, gr., en el lab. 4, c. 2 y 3, y lab. 7, c. 1; y en el lab. 12, donde expone la doctrina sobre Dios y las inteligencias y añade que ella es la parte principal de esta ciencia, hacia la cual en cierta manera se orientan las demás.

Finalmente, en el lab. 6, cap. 1, y en el lab. 11, c. 6, establece que la prescindencia de la materia según el ser, constituye la razón formal adecuada bajo la cual se considera el objeto de la Metafísica. Ahora bien, si la ciencia que trata del ente en cuanto es ente, se distinguiese de la que trata del ente inmaterial y en la realidad separado de materia, no participaría propia y perfectamente de una prescindencia de este tipo, ni trataría de las primeras causas de las cosas, ni tendría las demás características que Aristóteles atribuye a la Metafísica.

Casi con el mismo argumento concluye Santo Tomás, Suma Teológica, 1, 2, cuest. 57, art. 2, que la sabiduría natural es solamente una, mientras que los hábitos de las demás ciencias son muchos; unidad que es necesario interpretar en el sentido de unidad específica, pues genéricamente también las otras ciencias gozan de unidad. Ahora bien, esta sabiduría no es otra cosa que la Metafísica, ni se puede decir que solamente merece el nombre de sabiduría aquella parte o sumo conocimiento de la Metafísica que trata de Dios, porque ella tomada así aparte, no considera los primeros principios comunes a todas las ciencias, ni los confirma y robustece, cosa que es una de las propiedades de la sabiduría. Y asimismo la primera parte de la Metafísica que estudia al ente como tal, no considera en cuanto tal todas las causas más elevadas, y, por consiguiente, sola tampoco realiza el concepto propio de sabiduría. Es, por tanto, necesario que una misma ciencia abarque todas estas cosas.

Idénticamente se expresa Santo Tomás en el comentario a los lugares citados de Aristóteles y principalmente en el prólogo de la Metafísica, y lo mismo sienten los demás expositores antiguos y modernos.

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La razón en que se basa esta manera de ver es que no hay ningún fundamento para esta multiplicación de las ciencias; y, por otra parte, todas las cosas que se tratan en Metafísica están tan unidas entre sí que resulta embarazoso atribuirlas a diversas ciencias, sobre todo teniendo en cuenta que por razón de la misma abstracción todas son cognoscibles bajo el mismo respecto. Así, aunque Dios y las inteligencias en sí mismas consideradas parezcan estar colocados en un grado y orden más elevado, sin embargo, en cuanto entran en el campo de nuestra investigación, están inseparablemente unidos a la consideración de los atributos transcendentales.

Como confirmación se puede aducir también que la ciencia perfecta de Dios y de las substancias separadas, nos proporciona el conocimiento de todos los predicados que en ellos se encuentran y por consiguiente también el de los predicados comunes y transcendentales; razón que no vale en el caso de las ciencias inferiores, por ejemplo, de la filosofía, que aunque considera la substancia material, sin embargo, no por eso estudia los predicados comunes y transcendentales que en ella se encierran, ya que siendo una ciencia inferior no puede pretender conocer los predicados más abstractos y difíciles sino que ha de suponerlos conocidos mediante otra ciencia superior. En cambio, la ciencia que trata de Dios y de las inteligencias, como es la suprema de todas las naturales, no supone nada conocido mediante otra ciencia superior, y en sí misma incluye cuanto es necesario para el conocimiento perfecto de su objeto, en la medida que esto es posible con la luz natural; por consiguiente, la misma ciencia que trata de estos objetos especiales, considera al mismo tiempo todos los predicados que les son comunes con los demás, ahora bien, esto es precisamente el contenido total de la Metafísica; luego ella es una sola ciencia.

11.- Respuesta a la primera objeción.

Y con esto queda resuelta la primera objeción que al principio proponíamos: hemos, en efecto, explicado cómo el que la prescindencia de la materia según el ser sea la llamada permisiva o la necesaria no varía específicamente la categoría del objeto cognoscible, tanto por la conexión ineludible que une tales cosas y predicados entre sí, como por pertenecer al mismo orden de ciencia y certidumbre.

Además, esa diversidad de prescindencia se encuentra sólo en las diversas representaciones lógicas, y una diversidad de este tipo, si no se le añade otra razón de más fuerza, no basta para fundamentar una diversidad de ciencias; de lo contrario, las ciencias se multiplicarían proporcionalmente al número de predicados comunes abstraíbles de los inferiores, y habría tantas ciencias específicamente distintas cuantas especies de cosas; lo cual, por lo general, no se admite.

12.- ¿Es un solo hábito la Metafísica?

A la segunda objeción, no podemos aquí responder expresamente, porque -como ya he dicho- el problema que en ella se agita es común a todas las ciencias, y tal vez más abajo al tratar de la cualidad lo examinaremos. Entretanto, digo brevemente que me parece muy difícil querer defender que el hábito de la Metafísica es una cualidad simple, o de tal modo compuesta que resulte de las varias entidades parciales unidas entre sí con una unión real y verdadera; dificultad que salta inmediatamente a la vista con todo lo que se propuso en el argumento demás arriba. Por esto, es mejor decir que está ciencia consta de cualidades o hábitos parciales, de los cuales se puede afirmar que forman una sola ciencia no por la mera agregación accidental resultante de la adherencia a un mismo sujeto, sino por esa especie de subordinación y dependencia que entre ellos se establece en relación al objeto en que se ocupan, que es el mismo; no hay, en efecto, ninguna necesidad de que en todas las cosas se encuentre idéntico tipo de unidad. Si ahora alguno preguntase qué clase de subordinación y dependencia es ésta, se le puede responder que consiste en la relación a un mismo objeto, el cual incluye ciertamente cosas diversas y presenta distintas propiedades demostrables, pero de tal manera conexas entre sí que el avance científico en unas depende del de las otras y el conocimiento de unas ayuda al de las otras bajo el mismo tipo y modo de saber y ciencia. Pero todo esto, como dije, requiere un examen y discusión más detenidos, que reservaremos para su propio lugar.