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Potpourri. Silbidos de un vago (Anuario Bibliográfico de la República Argentina 1883, n.º 474)

Alberto Navarro Viola

Claude Cymerman (Comp.)

Manuel Prendes Guardiola





Ningún libro ha alcanzado en Buenos Aires el éxito ruidoso de los Silbidos de un vago, de que se hizo en breve tiempo una segunda edición; ni ha originado mayor contradicción de opiniones, a extremo de llegar la prensa a enconarse personalmente con su autor, el doctor Eugenio Cambaceres, descubierto a poco andar, y hasta a declarar alguno la obra, con errado alarde de suficiencia, producto mefítico de la literatura pornográfica.

Quédome entre los muy pocos que defienden su bondad, y me creo inhibido de discutir apreciaciones puramente personales; pero me explico a la vez muchos de los acerbos cargos contra el autor y la obra dirigida, por el hecho de ser muchas también las personas a quienes la terrible sátira del vago ha desnudado en público.

Los silbidos no constituyen una novela, propiamente tal; y sería difícil hallarles colocación en las clasificaciones literarias comúnmente adoptadas.

Son una charla, una causerie como dirían los franceses, sobre asuntos sociales, recordando actos más o menos olvidados y pintando individualidades, más o menos disfrazadas. Escrito en estilo ligero, suelto, en estilo familiar de persona inteligente e ilustrada, nada más, tiene todo el atractivo de una conversación de salón salpicada de chistes y anécdotas auténticas, de chismes y reminiscencias constantemente interesantes.

Sainte-Beuve ha dicho, hablando del Arthur de Guttinguer: «L'auteur, qui est auteur aussi peu que possible, écrit en prose comme onferait dans des lettres charmantes à un ami», y no encuentro expresión más aplicable, ni más apropiada para dar perfecta idea de esa amena conversación de 400 págs. que todo lector desea continuar, sintiendo, al terminar el último capítulo, que lo abandone tan pronto una visita de tal modo empapada en los variados accidentes de nuestra actividad social.

Puede bien que yo peque de exagerado, mas no tengo por qué negar que siempre he considerado la chismografía de salón como uno de los solaces más agradables y fecundos de la inteligencia.

Hay en los capítulos descosidos del vago caracteres admirablemente descritos, retratos que parecen fotograbados de inapreciable valor, y que aproximan la obra a la moderna escuela realista. La carta que describe la vida en la estancia será siempre una joya literaria, y cabe ofrecer de modelo de fina sátira la farsa política en cuatro actos. La escena del baile, especie de revista de tipos, trae a la memoria la encantadora narración Les Soupers de Daphné, de Meusnier de Querlon, «le seul des littérateurs du XVIIIème siècle -dice Nodier- pour lequel je puisse avouer sans orgueil quelque sympathie d'étude et de destinée». Como la analogía es notable, cúmpleme declarar que no existe en América ejemplar alguno de las primitivas ediciones de esa obra, y la reciente, de la casa Kistemaekers, apareció simultáneamente con los Silbidos. Acaso en esa parte fuera fundado afirmar que estos pertenecen a la categoría de libros llamados de llave, porque requieren, para los extraños al país o a la época, explicación o indicación de los personajes.

Del detalle de la frase, mucho bueno podría hacer resaltar de comparaciones felicísimas y llenas de novedad. En la traslación fotográfica de un conocido político, del cual pinta el carácter acre, áspero, agrio y presenta su forma oratoria cuando «después de dolorosos pujos de alumbramiento las palabras salen a empujones, en grupos informes de ocho o diez, mirándose las caras o dándose la espalda, de pie, de costillas o de cabeza», «me hace acordar -agrega- a los chorros del limón, cuando caen sobre una ostra viva». Pienso para mí que esas dos líneas valen un libro.

En cambio de estas bellezas de detalle, hay exceso de incorrección y abuso de expresiones extranjeras, que el autor debiera limitar.

Bien venido sea el segundo volumen anunciado de una obra genuinamente argentina, que hace época en nuestra literatura embrionaria; y los que no ven objeto en la difusión de tan agradables páginas, esencialmente cáusticas, tengan presente con L. de Balzac que «il doit y avoir des livres pour occuper et pour instruire; il doit y en avoir pour délasser et pour plaire: l'esprit a besoin des uns et des autres. Cultivons les oliviers et les vignes, mais n'arrachons pas les myrthes et les rosiers».





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