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ArribaAbajo Libro de las virtudes del indio

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Señor

Pocos ministros han ido a la Nueva España, ni vuelto de ella, más obligados que yo al amparo de los indios, y a solicitar su alivio; porque cuando me olvidara de las obligaciones de sacerdote, en cuya profesión es tan propio el compadecerse de los miserables y afligidos, no podía olvidarme de la de pastor y Padre de tantas almas como están a mi cargo en aquellos reinos, en la dilatada diócesis de los Ángeles, que, sin duda, cuando no en la latitud y extensión, en el número de indios llega a tener casi la cuarta parte de todo el distrito de aquella Real Audiencia de Méjico. Y claro está que no hay Padre tan duro de corazón que vea y oiga llorar, y lamentarse a sus hijos, y más siendo pobrecitos   —4→   e inocentes, al cual no se le conmuevan las entrañas, y se aflija y lastime, y entre a la parte de sus penas, pues aun el cuerpo (tanto antes difunto) de Raquel, ya reducido a polvo, lloró sin consuelo, con lágrimas vivas, la muerte de sus perseguidos hijos inocentes, por inocentes, por hijos y por perseguidos.

A esto se añade la confianza que Vuestra Majestad ha sido servido hacer de mí, para que le desempeñase del ardiente deseo que ocupa siempre el Real corazón y piedad de Vuestra Majestad al consolar y amparar a estos pobrecitos. Habiéndome honrado con la plaza de fiscal de Indias más ha de veinte años, en cuyo oficio principal es ser protector de los indios, y con la de consejero del mismo Consejo, que todo se emplea en su amparo, y en uno y otro oficio se jura el favorecerlos, y después con el cargo de visitador general de aquellos Tribunales de la Nueva España, cuyas primeras instrucciones se enderezan a aliviar y consolar a aquellos desamparados y fidelísimos vasallos, y con el de virrey y gobernador, que en sus principales instrucciones se le pone ley precisa a su defensa y conservación, y el de juez de las residencias de tres virreyes y electo metropolitano de Méjico, que todos son vínculos eficacísimos para obligarme Vuestra Majestad a que cuidase de un   —5→   punto tan importante, y de tanto servicio de Dios y de Vuestra Majestad, y que así al Consejo como a todos sus ministros, con decretos, cédulas y órdenes apretadas nos manda, solicita y exhorta que asistamos a este debido cuidado.

Y cuando tantas obligaciones no me pusieran en la ansía de su alivio y conservación, me ocupara todo en ella la experiencia y conocimiento práctico de las fatigas y descomodidades de estos pobres. Porque así como cada oficio de estos no bastara a conocer las tribulaciones y penas que padecen; pero todos juntos han hecho evidencia y conclusión en mí, lo que en otros no tan experimentados puede quedar en términos de duda. Porque los virreyes, por muy despiertos que sean en el cuidado de su ocupación, no pueden llegar a comprender lo que padecen los indios, pues en la superioridad de su puesto, llenos de felicidad, sin poderse acercar a los heridos y afligidos que penan, derramados y acosados por todas aquellas provincias, tarde y muy templadas llegan a sus oídos las quejas. Y como se halla acompañada aquella gran dignidad frecuentemente de los instrumentos y sujetos que se las causan, y de los que disfrutan sus utilidades a los indios, no sólo impiden el oír los gemidos y ver las lágrimas de los oprimidos y miserables, sino que los ponen en concepto de culpados,   —6→   siendo verdaderamente inocentes, y sobre consumirlos con penas, se hallan también mal acreditados de culpas.

Y así, para averiguar estas verdades, es mejor oficio el de visitador general del reino. Pero, ni este solo bastara, respecto de que la humana naturaleza y malicia en todos generalmente, como se vio en la primera culpa de Adán, aun dentro del Paraíso, en andándole a los alcances luego se arma y viste de disculpas, y valiéndose, unas veces de la fuerza, otras de la calumnia y otras del poder, procura que falten los medios a la pesquisa del visitador, y unas amenazando a los testigos, y otras a las partes, y otras al juez, y otras interponiendo dilaciones, diferencias y competencias entre las jurisdicciones e informando siniestramente al Consejo, no sólo se suelen librar del suplicio y pena que merecían sus excesos, sino que turban y obscurecen las probanzas del delito, y echan todos los cuidados sobre cualquiera juez y ministro celoso que trata de reformarlos y que no quiere componerse con ellos.

Por esto es más a propósito para conocer estos daños (aunque no para castigarlos) el oficio de prelado y pastor, el cual como por su ocupación se ejercita en apacentar sus ovejas, verlas y reconocerlas, llamarlas, enseñarlas y buscarlas por los pueblos y los montes, y de quien no se   —7→   recatan los interesados ni los lastimados tanto como del juez o visitador, porque siempre hablan al prelado con la confianza de padre, habiendo ya visitado tan dilatados términos de aquel reino con entrambas calidades y jurisdicciones, es cierto que aquello que de los unos oficios se ocultó a mi noticia, vine a comprender y reconocer fácilmente con los otros; con que este conocimiento y el que tengo de la piedad de Vuestra Majestad, y cuán grato servicio le haremos los ministros y prelados en darle motivos a hacer las leyes más eficaces en su ejecución, siendo en su decisión tantísimas, me ha obligado a tomar la pluma, y ofreceré a Vuestra Majestad lo más sucintamente que he podido, los motivos que están solicitando a la clemencia de Vuestra Majestad y santo celo de sus ministros, a que animen estas leyes y las vivifiquen con su misma observancia, usando de aquellos medios que más se proporcionen con la materia y el intento, pues no serán dificultosos de hallar. Porque las leyes sin observancia, señor, no son más que cuerpos muertos, arrojados en las calles y plazas, que sólo sirven de escándalo de los reinos y ciudades, y en que tropiezan los vasallos y ministros, con la transgresión, cuando habían de fructificar observadas y vivas toda su conservación, alegría y tranquilidad.

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Para esto me ha parecido que era buen medio proponer a Vuestra Majestad las calidades, virtudes y propiedades de aquellos utilísimos y fidelísimas vasallos de las Indias, y describir su condición sucintamente y referir sus méritos, porque todo esto hace en ellos más justificada su causa, y en Vuestra Majestad más heroica y noble la razón de su amparo, y después de haber referido sus virtudes y alegrado con ellas el ánimo real de Vuestra Majestad, describir en otro breve tratado sus trabajos, para solicitarle y promoverle su remedio, y en tercero, con la misma precisión ofrecerle los medios y remedios que pueden aplicarse a estos daños, no poniendo aquí cosa que no haya visto yo mismo y tocado con las manos, y aun estas mismas por diversas relacionas son por mayor notorias al Consejo de Vuestra Majestad; y tampoco acumularé a este discurso erudición alguna, sino que propondré a la excelente religión y piedad de Vuestra Majestad la sencilla relación de lo que conduce al intento.

Suponiendo, señor, que hablo primero y principalmente de los indios y provincias de la Nueva España, donde yo he servido estas ocupaciones que he referido, y no de otras, si bien las del Perú son en muchas cosas muy semejantes a ellas, aunque con alguna diferencia en la condición de los naturales. Porque estas dos partes   —9→   del mundo, septentrional y meridional, que componen la América, parece que las crió Dios y manifestó de un parto para la Iglesia, cuanto a la fe, y para la Corona Católica de España cuanto al dominio, como dos hermanos gemelos que nacieron de un vientre, y en un mismo tiempo y hora, y aun así en la naturaleza conservan el parecerse entre sí en innumerables cosas, como hermanos.

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ArribaAbajoCapítulo I

Cuán dignos son los indios del amparo Real de Vuestra Majestad, por la suavidad con que recibieron la ley de Cristo Señor Nuestro con el calor de sus Católicas banderas


Para Vuestra Majestad y su religión esclarecida, el mayor motivo es el de la fe, porque en la Corona y augustísima casa de Austria, más que en todas las del mundo, ha resplandecido esta excelente virtud con dichosísimos incrementos de ella por todo el orbe universal, siendo cierto que el celo de los señores Reyes Católicos, en cuyo tiempo se descubrieron las Indias, y el de los serenísimos reyes emperador Carlos V y su madre la señora reina doña Juana, en el cual se conquistó la Nueva España, y de los tres piísimos y catolicísimos Filipos, sus hijos y sucesores, en el cual se ha propagado, no se ha   —12→   movido a descubrir y conservar aquel dilatado mundo, sino sólo por hacer más extendida la fe y más gloriosa y triunfante la iglesia Católica.

Todas las naciones de Asia, Europa y África, han recibido, señor, la fe católica, no hay duda, porque hasta los últimos términos del orbe se oyó la voz evangélica por los Apóstoles Santos, sus primeros propagadores, publicada. Pero también por los anales eclesiásticos y los martirologios de la Iglesia, y por las lecciones mismas de las Canónicas Horas, y por la celebración de las festividades, se manifiesta cuánta sangre, de mártires costó el establecerla, y cuánta después el conservarla. Porque más de trescientos años se defendió la idolatría de la religión cristiana, y con la espada en la mano, con infinita sangre, conservó acreditada y falsamente adorada su errada creencia y culto.

No así, señor, en la América, en donde como unas ovejas mansísimas, ha pocos años y aun meses, como entró en ella la fe se fueron todos sus naturales reduciendo a ella, haciendo templos de Dios y deshaciendo y derribando los de Belial, entrando en sus casas y corazones las imágenes, y pisando y enterrando ellos mismos con sus mismas manos su gentilidad, vencida y postrada por el santo celo de la Católica Corona de Vuestra Majestad.

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Este, señor, es un mérito excelente y muy digno de ponderación, y de que la esclarecida y ardiente fe de Vuestra Majestad le reciba, lo estime, y que así en su Real piedad como en toda la Iglesia, hallen el premio que merecen estos natura les por tan grande suavidad, docilidad y sencillez con que recibieron nuestra santa fe.

Asimismo es constante por todos los anales y crónicas eclesiásticas y Padres de la Iglesia, que apenas la religión católica desterró la idolatría de todas las naciones de África, Asia y Europa, después de haberse defendido tan obstinadamente, cuando nacieron luego monstruos horribles de heresiarcas y herejías que molestaron y persiguieron la Iglesia, no menos poderosa y despiadadamente que la misma idolatría. Pues vemos que en tiempo del mismo Constantino Magno, padre y amparo de la Católica religión, ya Arrio, y poco después Eutichas y Macedonio y otros, envenenaron las puras aguas de la cristiana y verdadera doctrina y llevaron con perniciosos errores innumerables almas tras sí, y hasta el día de hoy poseen sus discípulos y beben y viven sus nefandísimos hijos y sucesores de aquella abominable enseñanza, y poseen con ella infamada muy gran parte de Europa y casi toda la Asia y África.

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No así esta cuarta parte y la mayor del mundo, la América, la cual, virgen fecundísima y constantísima, no solamente recibió la fe cristiana con docilidad y la romana religión con pureza, sino que hoy la conserva sin mancha alguna de errores o herejías, y no solo ninguno de sus naturales otra cosa ha enseñado que la católica religión, pero ni creído ni imaginado; de suerte que puede decirse que en esta parte del mundo se representa la vestidura inconsútil y nunca rompida de Cristo Nuestro Señor, que no permitió Su Divina Majestad fuese dividida en partes, sino que toda se conserva y se guarda entera para Dios y para Vuestra Majestad. Circunstancia muy digna de que los dos brazos, espiritual y temporal, el Pontífice Sumo y Vuestra Majestad, concurran al bien, amparo y favor de tan beneméritas provincias y cristianas como son las de América.



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ArribaAbajo Capítulo II

De lo que merecen los indios el amparo de Vuestra Majestad, por el fervor grande con que se ejercitan en la religión cristiana


A lo referido se llega el promover esta fe y conservarla los indios con muy hondas raíces de creencia y excelentes frutos de devoción y caridad. Porque si no es que en alguna parte, por falta de doctrina y de ministros, haya algunas supersticiones, es cierto que en todas las demás de este nuevo orbe son increíbles, señor, las demostraciones que los indios hacen de muy fervorosos cristianos, como se ve en las cosas siguientes que yo mismo he mirado y tocado con las manos.

Lo primero, en las procesiones públicas son penitentísimos, y castigan sus culpas con increíble fervor, y esto con una sencillez tan sin vanidad, que sobre ro llevar cosa sobre sí que cause   —16→   ostentación o estimación, van vestidos disciplinándose duramente, con incomportables cilicios, todo el cuerpo y el rostro, y descalzos, mirando una imagen de Cristo Señor Nuestro crucificado, en las manos, y tal vez, para mayor con fusión, llevan descubierta la cara, y esto con una natural sencillez y verdad, que a quien lo viere y ponderare, causa grandísima devoción y aun confusión.

Los demás van en las públicas procesiones todos, hombres y mujeres, con imágenes de Nuestro Señor Jesucristo crucificado en las manos, mirando al suelo o a la imagen con grande y singular humildad y devoción.

No hay casa, por pobre que sea, que no tenga su oratorio, que ellos llaman Santo Cali, que es aposento de Dios y de los santos, y allí tienen compuestas sus imágenes, y cuanto pueden ahorrar de su trabajo y sudor lo gastan en estas santas y útiles alhajas, y aquel aposento está reservado para orar en él y retirarse cuando comulgan con grandísima reverencia y silencio.

Un día antes que comulguen, señaladamente las indias, ayunan rigurosamente, y deseando que a la pureza del alma corresponda la del cuerpo, se ponen ropa limpia y se lavan los pies, porque han de entrar descalzos en la iglesia, y cuando vuelven de estar en ella perfuman los   —17→   santos de su casa en señal de reverencia, y aquel día, o se encierran a rezar delante de ellos o se están todo él en las iglesias, o visitan los templos de la ciudad o lugar donde se hallan, y todo esto con grande humildad y devoción, que nos da que aprender a los ministros de Dios.

En las ofrendas a la Iglesia son muy largos, porque nunca ellos reparan, en medio de sus trabajos, de sembrar para sus templos, y cuanto granjean es para ellos, y allí ponen su tesoro donde está su corazón. Finalmente, en habiendo pagado su tributo, todo lo demás lo emplean liberalmente en el divino culto y en sus cofradías, imágenes de santos, pendones, mitras, cera y cuanto promueve el servicio de Nuestro Señor, sin que por ellos se haga, comúnmente hablando, resistencia a esto, particularmente cuando ven que sus ministros tratan sólo de aumentar las cosas divinas en su doctrina, y no de granjear utilidades con ella.

Y en el sustento de los ministros de la Iglesia, religiones y sus ofrendas, son asimismo muy liberales, porque ellos son, señor, fuera de lo que Vuestra Majestad da de sus cajas, los que en toda la Nueva España sustentan los sacerdotes y religiones; ellas dan ración a los maestros de la fe, que de entrambas profesiones los doctrinan;   —18→   ellos les hacen frecuentes ofrendas; ellos les ofrecen los derechos de las misas; ellos son los que fabrican las iglesias, y esto lo hacen en cuanto ellos alcanzan y pueden, con mucha alegría, suavidad y liberalidad; y digo en cuanto ellos alcanzan, porque tal vez se les pide lo que no pueden, y entonces no hay que admirar que por qué no pueden no quieran, o lo hagan con disgusto y pesadumbre.

La humildad y respeto, señor, con que tratan a sus ministros y prelados, creciendo este en el afecto y demostraciones, cuanto ellos crecen en la dignidad, es admirable, besándoles las manos con grande reverencia, estando arrodillados o en pie en su presencia aguardando sus órdenes, allanándoles los caminos cuando van a sus visitas, previniéndoles comida, jacales y enramadas para su descanso, y procurando agradarles en todo con una solicitud y ansia atentísima.

La devoción y puntualidad en el rezar y decir la doctrina en voz alta es notable, y al irse a cantar a la misa y la división con que están en las iglesias apartados los hombres de las mujeres, asistiendo con admirable reverencia en los templos, los ojos bajos, el silencio profundísimo, las humillaciones, genuflexiones concertadas, las postraciones tan uniformes y el orden tan grande, que dudo mucho que haya religión tan perfecta   —19→   y observante que este exterior culto con mayor humildad te ejercite y ofrezca.

La piedad en el culto divino en que se explica la viva fe que en los indios vasallos de Vuestra Majestad está ardiendo, es grandísima. Y pocos meses antes que yo partiese de aquellas provincias, vino de más de cuarenta leguas, y por asperísimos caminos, un cacique llamado don Luis de Santiago, gobernador de Quautotola, doctrina de Xuxupango, a quien yo conocía desde cuando fui a visitar aquella provincia, el cual era hombre de ochenta años de edad, y que parece imposible que tuviese fuerzas para tan largo viaje, persona sumamente venerable y que había sido el padre y amparo de aquella tierra, y temblándole ya todo el cuerpo y las manos de vejez, me dijo: «Padre, bien sabes que cuanto he tenido lo he gastado en la iglesia de mi lugar (y era así todo lo que decía) y en la defensa de aquellos pobres indios para que los cortasen y no los llevasen más tributos de los que debían. Ahora, viendo que me he de morir muy presto, hallándome con ciento y cincuenta pesos, quería antes gastarlos en hacer un ornamento para mi iglesia del color que te pareciere; ruégote que hagas que así se ejecute, y que me des la bendición para volverme a mi tierra a morir». Y alabándole yo su piedad, di orden luego que se ejecutase   —20→   cuanto ordenaba, y conseguido esto volvió muy contento a morir a su casa, con haber hecho a Dios este servicio; de este género de afectos píos de estos pobrecitos, podía referir otros a Vuestra Majestad que confirmen su Real, generosísimo y piísimo ánimo para su más seguro amparo y protección.



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ArribaAbajo Capítulo III

De lo que merecen el amparo Real de Muestra Majestad los indios por la suavidad con que han entrado en su Real Corana, y su fidelidad constantísima


Así como estos fidelísimos vasallos de Vuestra Majestad son dignos de su Real amparo por la facilidad y constancia con que recibieron y conservan la fe, y el afecto y devoción con que ejercitan con excelentes actos de piedad, no lo merecen poco por la grande facilidad y prontitud con que se sujetaron al Real dominio de Vuestra Majestad y entraron a serle súbditos y vasallos, en que han excedido a cuantas naciones se han sujetado a otro príncipe en el mundo.

Porque como quiera que en sus principios no entraron en la Corona Real por herencia u otro de los comunes derechos, sino por elección de ellos mismos, que voluntariamente se sujetaron   —22→   al señor emperador Carlos V, y por la aplicación de la Apostólica Sede a la Corona de Vuestra Majestad por santísimos motivos, y una justa conquista y jurídica acción, para introducir estas almas en la Iglesia y apartarlos de muchas idolatrías y sacrificios humanos y otras barbaridades que les enseñaba el demonio, a quien servían, y como quien para sacarlos de aquella durísima esclavitud, los traía al suave dominio de Vuestra Majestad, y de hijos de ira y de indignación, por este medio los reducían sus católicas armas a la libertad de hijos de la Iglesia, y a gozar del honor de ser vasallos de su católica y religiosísima Corona, y de una excelsísima y devotísima casa, como la de Austria, claro está que es muy loable y ponderable, y que pone en grande obligación a Vuestra Majestad el haber hallado a estos naturales tan fáciles y dóciles a este bien y tan suaves a inclinar la cabeza al yugo de la Real dignidad y jurisdicción.

Porque así como Hernán Cortés le dijo a Motezuma, rey universal de la mayor parte de la Nueva, España, que le enviaba un gran príncipe y emperador, llamado Carlos V, a aquellas partes, para que no idolatrasen en ellas ni comiesen carne humana, y ni él ni sus vasallos cometiesen otras fealdades y vicios, y que le convenía ponerse debajo del amparo de aquel gran rey, y   —23→   servirle y tributarle, se redujo este grande y poderoso príncipe a juntar consejo y convocar sus sabios y reconocer los libros de sus errores y tradiciones antiguas, y hallando que les habían profetizado en ellas sus ídolos que de donde nace el sol, que es la Vera-Cruz, por donde vinieron de España los nuestros, les habían de venir unas naciones a quien habían de servir, se dispusieron luego Motezuma y sus reinos a ofrecer obediencia al invictísimo emperador Carlos V y pagarle tributo, y juntaron tesoro para remitírsele, y después que por diversas causas, más los vasallos de Motezuma que no él, quisieron apartarse de esta primera, obediencia; ya segunda vez conquistados y sujetos, no han intentado más apartarse de la Corona de Vuestra Majestad, sino que le obedecen y sirven con rendidísima obediencia y lealtad. Circunstancia de singular mérito, y que puedo inclinar a su grandeza a honrar, favorecer y amparar a estos naturales y fidelísimos vasallos.

Reconózcanse, señor, las historias y crónicas de todos los remos y provincias de Ensopa, que no se bailará ninguna en la cual, por fidelísimos que sean sus moradores, no hayan padecido muchas enfermedades políticas, frecuentes a los cuerpos públicos de las naciones, despertándose y levantándose guerras con sus reyes o gobernadores,   —24→   unas veces sobre privilegios, otras sobre tributos, otras sobre derechos o inteligencias de príncipes confinantes y poderosos, humores que revuelven los de los reinos, los cuales, sobre la sangre que costaron al conquistarlos, le hacen a la Corona derramar mucha al gobernarlos y conservarlos.

Y esta nobilísima parte del mundo, sobre haber costado a la de Vuestra Majestad y a España poquísima sangre, respecto de su grandeza, al sujetarse no ha costado ni gastado copia considerable al conservarse, y mucho más la de la Nueva España, que entre todas las da este Nuevo Mundo ha sido pacífica y leal.



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ArribaAbajo Capítulo IV

Del valor y esfuerzo de los indios, y que su lealtad y rendimiento a la Corona de Vuestra Majestad no procede de bajeza de ánimo, sino de virtud


Y porque es muy ordinario, señor, a las excelentes virtudes deslucirlas con el nombro de los vicios e inspecciones más vecinas, y llamar a la paciencia cobardía, y al valor crueldad, y a la livianidad galantería, y al celo santo, inquietud y ambición, y a esta docilidad de los indios le suelen llamar credulidad y facilidad, por dejarse sujetar a la Real jurisdicción y Corona de Vuestra Majestad, y así la llaman vileza y bajeza de ánimo, y poco entendimiento y discreción.

Debe advertirse que en esto no obraron estas naciones sólo por temor, ni son ni han sido tan pusilánimes ni desentendidos como han pretendido publicarlo por el mundo.

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Porque de la manera que estando Hernán Cortés, no sólo con trescientos soldados y diez y siete caballos, como a los principios estuvo cuando entró en la Nueva España, sino con mil y trescientos soldados y doscientos caballos que se le agregaron, con los que trajo Pánfilo de Narváez, no sólo le echaron de Méjico los de aquella ciudad y sus circunvecinos, que respecto de lo restante de la Nueva España eran muy pocos, sino que le mataron ochocientos hombres, y a él y a todos los demás los hirieron y obligaron a volver rotos y deshechos a Tlascala; es ciertísima que si a los principios no los recibieran como a huéspedes y a hombres admirables y como a dioses o Teules venidos de provincias no conocidas, y llenos de admiración y espanto de ver hombres con barbas y a caballo, en animales que nunca habían visto, y a los caballos y potros tan feroces que los veían como racionales acometer con orden unos, y otros mirando tan bien unidos y trabados los hombres con los caballos, que creían que eran de una pieza, y medio hombres y medio fieras, viéndolos embestir con tanta ferocidad, y reparando asimismo en lo que sus dioses les tenían dicho de que había a de venir a mandarlos naciones hijas del sol, por dónde él nace, espantados juntamente de las escopetas o mosquetes que resonaban   —27→   tanto, y viendo que con ellas mataban las gentes, sin ver con qué los mataban, por ignorar aquel secreto y oculta fuerza que arrojaba tan lejos aquellos pedazos de plomo, con que ellos pensaban que aquellos extranjeros eran dioses o Teules es que fulminaban rayos y mataban cuando querían y como querían.

Si a los principios, pues, señor, y luego que entraron los españoles, no les ocupara la admiración y curiosidad a los indios sino que todos se juntaran contra los nuestros, o tuvieran iguales armas o caballos, o se hubieran unido y conformado y no anduvieran divididos y en guerras sangrientas entre sí los tlascaltecas, de quien se valió Hernán Cortés con les mejicanos y los totonacos, con otras naciones, no puede negarse que el valor de los naturales fue grandísimo, y su resistencia hiciera en este caso muy peligrosa y dificultosa su conquista.

Porque sin embargo de ser la ventaja de las armas de los nuestros tan grande, que los indios peleaban con palos y piedras, y los otros con espadas y arcabuces, y los unos a pie y algunos de los otros a caballo, embestían los indios con grandísimo valor, y se juntaban y conjuraban cuatro y seis indios desarmados a coger un caballo y detenerle en su carrera estando armado el soldado sobre él, y le solían derribar y llevársele,   —28→   y hubo indio que de una cuchillada con una espada de madera le derribó del todo la cabeza a un caballo, y otro que habiéndole atravesado con una lanza el cuerpo, fue caminando con ella misma hasta llegar al soldado que la tenía empuñada, y herido y muriendo se la quitó de las manos, y en Méjico se defendieron tres meses, ya muy desamparados de los suyos, con grandísimo valor y haciendo sus asechanzas y emboscadas y engañando en ellas a soldados tan experimentarlos y valerosos como Hernán Cortés y los suyos, y padecieron increíble hambre y trabajos con grandísima fortaleza de ánimo; y el último rey, llamado Guatemuz, con ser de edad de veinticuatro años, después de haber defendido la ciudad con increíble constancia y fortaleza, cuando vio que ya no tenía gente, luego que retirándose le cogieron y llevaron a Hernán Cortés, y perdida del todo su corona, rendido delante de él se veía cautivo, le dijo: «Toma este puñal (sacándole de su lado) y mátame»; como quien dice que sin imperio y libertad le sobraba la vida.

De suerte que no hay que minorar el valor de los conquistadores de Nueva España, pues tan pocos con tan grande peligro y constancia sujetaron estas naciones a la Corona de Vuestra Majestad, ni el de los conquistados y naturales   —29→   indios de aquellas provincias, que admirados de ver gente tan nueva y nunca imaginada como aquella, obraban espantados y asombrados, divididos entre sí, y discordes, y como secretamente conducidos y guiados interiormente a entrar en la Iglesia por la fe y en la Corona de Vuestra Majestad para su bien.

Porque a la verdadera para ellos ver hombres a caballo y animales que embestían a los hombres; y tan asidos y trabados con los mismos hombres, que creían eran de una pieza el caballo y caballero, lo mismo que si a Europa viniesen naciones extrañas y nunca vistas ni imaginadas, que peleasen, desde el aire, y escuadrones volantes de pájaros ferocísimos contra quien no valiesen nuestras armas y arcabuces, que claro está que creeríamos los europeos que aquellos eran demonios, como creyeron los indios que los españoles eran Teules.

Ni tampoco debe causar admiración ni tener por menos a los indios porque una cosa tan impensada les admirase, pues esto es común a nuestra naturaleza y se halla en muchas historias, no sólo en naciones tan remotas de la común política como estas de América, tan tarde descubiertas y enseñadas, sino en otras muy, políticas, las cuales, antes de estar cultivadas y entendidas de las cosas y los casos e ilustradas con la fe, han   —30→   creído fácilmente cosas ligerísimas y vanísimas. Los españoles, señor, que son tan despiertos y entendidos, y nación tan belicosa y valerosa, que con ella conquistó Aníbal a Italia, y sin ella apenas se ha obrado cosa grande en Europa, pues Julio César y Teodosio, que fueron los más excelentes emperadores, el uno de los romanos y, el otro de los griegos, se sirvieron siempre de ella, y la primera a la cual comenzó a conquistar el imperio romano, y la última que acabó de conquistar fue España. Con todo esto, viniéndose huyendo Quinto Sertorio de Roma, un hombre fugitivo como éste, desde una cueva a donde estaba escondido, haciendo creer a los pueblos desatinos como que le hablaba una cierva al oído (a quien él había enseñado a que comiese en sus orejas poniéndole en ellas el alimento), salió de allí y nos engañó y sujetó, y se hizo capitán general y superior a esta nación, y con ella hizo bien peligrosa guerra a todo el imperio romano, que si ahora viniera cuando ya nuestra nación está del todo política, es cierto que el primer alcalde de aldea con quien topara en Castilla, y a quien quisiera persuadir esta maraña, le castigara por engañador y se acabara Sertonio.

Y asimismo es desdichado ejemplar el de los árabes y asiáticos y europeos, engañados con los embustes de Mahomet, que con ficciones sujetó   —31→   e infamó a aquellas naciones acostumbradas a mayor policía, inteligencia y perspicacia que no los indios, a los cuales cosas tan extraordinarias como las que veían y luego otras proporcionadas a la razón y prudencia y política, como las que les decían del señor emperador y de los cristianos, y de su sarta ley, y de sus católicas verdades, y la secreta fuerza que Dios en todo ponía para que aquellas dilatadas naciones se salvasen, pudo, sin nota de credulidad ni bajeza de ánimo, traerlos a la verdadera fe y dominio de la católica Corona de Vuestra Majestad, lo cual ellos mismos escogieron, votaron y recibieron, servicio y mérito digno de los favores y honras de Vuestra Majestad por las razones siguientes:

La primera, porque entraron en su dominio con poquísima o ninguna costa de plata y tesoros de la Corona de Vuestra Majestad, por lo que toca a la Nueva España, cosa que no ha sucedido en otras naciones conquistadas ni aun heredadas.

La segunda, porque sobre no haber costado plata, gastaron poquísima sangre de sus vasallos, respecto del número grande de naciones de indios que se sujetaron a la Real Corona, tan presto y con tan pocos conquistadores.

La tercera, porque desde que entraron en   —32→   ella no se ha visto sedición ni rebelión, ni aun desobediencia considerable de indios, en más de ciento treinta años, y lo que es más, rarísimas resistencias a la justicia ni a ministros, y esto ni aun afligidos tal vez y acosados de ellos.

La cuarta, porque en demostración de esta verdad, sucede quedarse un alcalde mayor con dos españoles en una provincia de veinte mil indios, y un beneficiado o religioso solos entre diez y doce mil indios muchos días y noches, y esto sin armas y descuidados, y mandándoles diversas cosas, y algunas duras y trabajosas, y obedeciendo sólo por el nombre Real de Vuestra Majestad, en virtud del cual los gobiernan con la misma facilidad, sujeción y suavidad, a dos mil leguas de Vuestra Majestad, que pudiera un indio a diez mil españoles.

La quinta, porque el amor que tienen, no sólo al servicio de Vuestra Majestad, sino a su Real persona, es grandísimo, y esto lo he experimentado diversas veces, y poco antes que saliese de mi iglesia para ésta corte, habiendo llegado nuevas de que en algunos reinos había vasallos rebeldes a la Corona de Vuestra Majestad, me escribió un indio cacique, llamado D. Domingo de la Cruz, vecino de Zacatian, una carta de grande pena, significando el cuidado con que estaba por haberle dicho que había quien hubiese   —33→   perdido el respeto a Vuestra Majestad, y yo le respondí asegurándole que se iban castigando los malos, y que todos estaban ya a los Reales pies de Vuestra Majestad, pidiendo que los perdonase. Y quien conoce la cortedad de los indios y el respeto que tienen a un prelado, conocerá cuán grande es el amor que a Vuestra Majestad tienen, pues rompe por el embarazo y encogimiento con que ellos suelen obrar.

Lo cual, señor, todo está diciendo cuán mansas ovejas son a la fe, y cuán suaves y finos vasallos a la Corona, y cuán dignos estos indios del amparo Real que siempre han hallado en la piedad de Vuestra Majestad y de los serenísimos reyes, señores nuestros y suyos, y en el de su Real Consejo y ministros superiores.



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ArribaAbajoCapítulo V

Cuán dignos son los indios de la protección Real, por las utilidades que han causado a la Corona de España


Así como los indios son los vasallos que menos han costado a la Corona, no son los que menos la han enriquecido y alimentado. Porque no puede dudarse que muchos de los demás reinos de Vuestra Majestad y de otras Coronas que hay en el mundo, aunque se consideren juntas, no igualan ni llegan a la menor parte de los tesoros que en tan breve tiempo ha fructificado la Nueva España en las minas del Potosí, Zacatecas, el Parral Pachuca, Guanaxuato y otras, y en los tributos, alcabalas, tercios de oficio y diversos géneros de renta, y esto sin hacer consideración de lo que mira al Perú.

Y aunque este excelente mérito y servicio a la Corona de Vuestra Majestad quieren algunos   —35→   extenuarlo con decir que por las Indias se ha despoblado España y se ha llenado de cosas superfluas, se puede responder fácilmente que no cuesta mucho a un reino otro, cuando le pide alguna gente y recibe hijos terceros o cuartos para formar colonias, y sujetarse a ellos y dejarse por ellos gobernar, enriqueciendo de paso sus vecinos y haciendo al reino poblador poderoso con tantos y tan frecuentes envíos como se remiten a España, no sólo de las rentas de Vuestra Majestad, sino de sus vasallos españoles de las Indias, a otros deudos, amigos y confidentes que dejaron en su patria.

Antes es muy loable y de gran mérito que cuando muchos Reinos, como los Países Bajos y otros de esta calidad, no han tributado renta considerable a la Corona, y ella les ha tributado gente, riquezas y sangre; y costado tantas guerras, hayan los de las Indias, sin costarle sangre, ni plata, ni oro, ofrecido cuanto la tierra ocultaba dentro de sus entrañas y veneros.

Y es muy cierto que si España no tuviera para consumir estos tesoros tantas guerras en Europa, estuviera abundando en riquezas, las cuales, aunque son la perdición de las costumbres y aún de los Reinos, si de ellas se abusare, pero siempre que con moderación y prudencia se usare de ellas, son el nervio de la guerra, la seguridad   —36→   de la paz y el respeto y reputación de los Reinos y Coronas. Pues con las riquezas se mantiene en autoridad la dignidad Real, se pagan los soldados, se fomenta el comercio, se ocupan los vasallos, se conservan los presidios, se defiende la Iglesia y a nadie condenan las riquezas, sino, el abuso y mal empleo de ellas, porque no son más que un indiferente instrumento de nuestra salvación o perdición si las gastamos en vicios, y de nuestra salvación si las damos honesto, santo, y cristiano empleo.

Y así las Indias, sus provincias y reinos, sobre merecer la merced que Vuestra Majestad les hace por no haber costado mucho a la Corona, la merecen por haberla enriquecido con tan copiosos tesoros, cuales nunca se vieron en el mundo, siendo suyo sólo el darlos y de los Ministros el lograrlos.

Y es, sin duda, que para las continuas guerras del señor Emperador Carlos V y serenísimos Felipe II y III, su hijo y nieto, y las frecuentes y pasadas que V. M. ha tenido para defender la Iglesia y la fe y su dignísima Corona y Casa, han importado tanto los socorros de las Indias, cuanto se puede fácilmente reconocer de los que han venido desde el año 1523 hasta ahora, y de los que han faltado cuando por algún accidente no han llegado, que ha causado dañosísimos efectos.



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ArribaAbajo Capítulo VI

De la inocencia de los indios y que se hallan comúnmente exentos de los vicios de soberbia, ambición, codicia, avaricia, ira, envidia, juegos, blasfemias, juramentos y murmuraciones


La inocencia es una privación de vicios y pasiones consentidas, que en su raíz hace a los hombres admirables, y por sus efectos y pureza de vivir, amables y dignos de protección con los Reyes y superiores. Y suponiendo que los indios son hombres y sujetos a las comunes miserias y pasiones de los hombres, es ciertísimo que respecto de otros naturales y costumbres se pueden llamar inocentísimos, porque ninguno los habrá tratado con atención y mirado con afecto pío y cristiano que no reconozca con evidencia moral que están libres en cuanto cabe en la humana fragilidad de cuatro vicios muy capitales y otros que   —38→   en el mundo suelen ser vehementísimos y los que más guerras, divisiones, discordias y pecados han causado.

El primero, es codicia, que no la conocen los, indios comúnmente, y rarísimos se hallarán que amen al dinero, ni que busquen la plata, ni la tengan más que para un moderado uso y sustento; ni juntan unas casas a otras, ni unas heredades a otras, sino que con parsimonia moderadísima vive cada uno contento con su estado.

Lo segundo, están libres de la ambición que es tan natural en los hombres, porque son poquísimos los indios que aspiren con vehemencia a los puestos de Gobernadores y Alcaldes que les tocan, antes hacen con mucha paz las elecciones; y si hay algunos que las revuelven, son mestizos que ya salen de su nación, y con eso de aquella sencillez y natural humildad o concitados de los doctrineros o Alcaldes mayores que, por conveniencias suyas, deseando que sea más uno que otro Gobernador los suelen poner en algunas diferencias con que acuden a los Virreyes en las elecciones. Pero lo común (si a ellos los dejan) es elegir al más merecedor del puesto, o porque sabe leer y escribir o por ser noble, y algunas veces por la presencia, eligiendo indios de buen aspecto y ostentación; y solía yo decir que en lagunas partes donde los dejaban obrar a su   —39→   gusto hacían los Gobernadores y Alcaldes por la cintura, porque al más grueso y corpulento (por tener mejor aspecto y presencia) hacían y elegían para estos puestos. Con tanta sinceridad y tan sin ambición obran en las elecciones.

Lo tercero, no conocen la soberbia, sino que son la misma humildad y los más presumidos de ellos en poniéndosele delante el español, aun el mulato y el mestizo o el negro, como corderos mansísimos se humillan o se sujetan y hacen lo que les mandan, y no hay nación en el mundo quo así cumpla el precepto de San Pablo a la letra: Subditi sateomni humanae creaturae. Sujetaos a toda criatura, como estos pobrecitos indios, cuya humildad, subordinación y resignación, antes ha de causar subordinación, deseo de su bien, descanso y alivio que hacerles más duro e intolerable el poder.

Lo cuarto, apenas conocen la ira, porque son templadísimos en sus disgustos, y no sólo tienen inimitable paciencia y silencio en sus trabajos, y es menester exhortarles a que vayan a quejarse a los superiores de muy terribles agravios, sino que con cualquiera cosa se quietan y tienen por su alivio el callar y padecer.

Estando en mi casa dos indios, que hice traer de la Misteca para ver como labraban unas piedras, y poderlo informar a Vuestra Majestad conforme   —40→   a cierto orden que me dio sobre esto, fueron un día a la plaza en tiempo que se levantaban dos compañías en la ciudad, y unos soldados, sin más jurisdicción que la de su profesión, les quitaron las tilmas, que son sus capas, por fuerza, y se quedaron con ellas, y ellos se volvieron a casa desnudos, y preguntándoles por las tilmas, respondieron que se las habían quitado, y sin pedirlas ni quejarse se estaban los pobrecitos desnudos, porque no traen más que la tilma y unos calzoncillos de algodón, y hasta que las rescataron estuvieron con un profundo silencio y paciencia, sin hablar palabra sobre ello, y a este respeto obran los pobres en sus trabajos, sino es cuando los alientan para que pidan justicia, que rarísimas veces lo hacen, sino introducidos de afectos ajenos que les animan a ello.

Lo quinto, ellos no conocen la envidia, porque no conocen la felicidad, ni hacen caso de ella, ni aspiran más que a vivir y a que se olviden de ellos, y como quiera que su ambición es ninguna, no puede ser alguna su envidia, ni los deseos los inquietan a tener más de aquello que les dan, ni les afligen o entristecen ajenas dichas, porque no llegan a pretenderlas ni procurarlas. Están remotísimos de juramentos, blasfemias, murmuraciones, juegos y prodigalidad; vicios tan frecuentes en otras naciones, porque los de este   —41→   género no se hallan sino en muy raros de los que habitan aquellas dilatadas provincias.

Mande Vuestra Majestad, le suplico, ver si nación que está por la mayor parte exenta de vicios tan capitales y tan vehementes, como soberbia, codicia, avaricia, ambición, envidia e ira, juegos, blasfemias y juramentos, puede llamarse más inocente que las otras, y digna del amparo de su rey y señor, y más tan católico y pío como Vuestra Majestad.



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ArribaAbajo Capítulo VII

De otros tres vicios de sensualidad, guía y pereza en que suelen incurrir los indios


En los otros tres vicios en que no pueden llamarse tan inocentes los indios, no puede negarse que son más templados que otras muchas naciones con quien no deseo hacer comparación ni es necesario; porque sólo es mi fin explicar los méritos del indio, tan remoto vasallo de Vuestra Majestad y que tan crecidos favores ha merecido siempre de su piedad, para que los continúe y honre con hacerlos eficaces con la ejecución de sus reales cédulas y leyes, sin notar naciones algunas, en todas las cuales es fuerza que haya inclinaciones buenas y otras reprobadas.

Porque lo primero, son muy templados en la sensualidad cuando no se hallan ocupados los sentidos, y embriagados o embargados con unas   —43→   bebidas fuertes que acostumbran, de pulque, tepache, vingui y otras de este género. Y aunque tienen entonces algunas flaquezas grandes, y al vicio de la sensualidad no hace menos grave el de la embriaguez; pero mal podíamos condenar comparativamente a estos miserables indios que pecasen e hiciesen (ocupadas y embarazados sus sentidos) lo que hombres muy hábiles, despiertos y políticos, pecan con todos sus cinco sentidos desocupados.

Y así, este primer vicio de sensualidad, se reduce en los indios frágiles al primero de gula, en el cual dejan de incurrir todos los indios cuanto al comer, porque son templadísimos; y cuanto al beber también es ciertísimo que se enmendarían fácilmente, si todos los pastores de sus almas y los alcaldes mayores, pusiesen en ello cuidado especial para reformarlos, como lo hacen algunos; porque en los indios no hay más resistencia, que un niño de cuatro años cuando se le quita el veneno de la mano y se le pone otra cosa en ella.

Y cuanto a la pereza, que es muy propia en ellos, por ser tan remiso y blando su natural, no hay que cuidar de exhortarlos a la diligencia y trabajo corporal: porque para este vicio están llenos de médicos espirituales y temporales doctrineros, y Alcaldes mayores que los curan con grandísima frecuencia, ocupándolos en diversas   —44→   granjerías, hilados, tejidos y todo género de artes y utilidades, en que consiste el fruto de los oficios con que en los que no son naturalmente diligentes se halla este vicio del todo desterrado.

Y de aquí se deduce, señor, una manifestación evidente de la virtud de los indios, pues de siete vicios capitales que traen al mundo perdido, se halla su natural, comúnmente hablando, muy exento y moderado, y rarísimos incurren en los cinco, que son: codicia o avaricia, soberbia, ira, ambición o envidia, y cuanto a la pereza, tiene tantos maestros para hacerlos diligentes, que se hallan del todo convalecidos, y la sensualidad sólo se reduce en ellos al tiempo que están ocupados los sentidos con la gula, y este vicio no le ejercitan en el comer, sino en el beber ciertas bebidas de raíces de hierbas que causan estos efectos con que vienen a hallarse libres de seis vicios capitales, en cuanto sufren nuestra frágil naturaleza, y del que les queda, en aquellos que lo incurren sólo son flacos en la media parte de este vicio, que es el beber, exentos del todo en la otra, por ser tan parcos en el comer, que parece que puede decirse, que de siete vicios, cabezas de todos los demás, sólo incurren en el medio vicio, cuando a los demás tanto nos afligen todos siete.

Compárense, pues, estos indios con las de   —45→   más naciones del mundo, en las cuales es tan poderosa la ira, que hay algunas donde han durado los bandos y guerras interiores entre linajes y naciones cuatrocientos y seiscientos años, como güelfos y gibelinos, y narros y cadels. Y en otras es tan poderosa la gula, que apenas salen de los banquetes: y en otras la sensualidad tan disoluta, que apenas perdonan lo más reservado y sagrado. Y en otras la ambición, que ha despertado innumerables guerras: y en otras la envidia y la soberbia tan terrible, que han querido sujetar todas las naciones circunvecinas y destruir por estos dos vicios las casas y coronas más católicas. En otras son tan frecuentes las murmuraciones, blasfemias y juramentos, que apenas se oyen otras palabras en gran número de gente. Y se verá, que respecto de los muchos vicios que afligen en el mundo a las naciones, vienen a ser los indios virtuosos e inocentes, y dignos (por su virtud) del amparo real de Vuestra Majestad.



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ArribaAbajoCapítulo VIII

De la pobreza del indio


Aunque la pobreza de los indios fuera totalmente necesaria, eran dignos de lástima y compasión, y ni aun de esta manera desmerecía la protección real de Vuestra Majestad, y el mandar que se aviven con su observancia las santas leyes que Vuestra Majestad ha establecido en su favor. Pero siendo esta pobreza en muchísimos de ellos voluntaria y elegida por un modesto parco y cristiano modo de vivir, sin codicia ni ambición, aún deben ser más amparados de Vuestra Majestad.

Entre los indios hay caciques, gobernadores, alcaldes, fiscales y que tienen muchas tierras que heredaron de sus pasados, y generalmente todos, como son tan mañosos y fructuosos, pueden recoger y acaudalar plata, frutos, alhajas y otras cosas que alegran y ocupan el corazón humano   —47→   con su posesión, y todavía son tan parcos, que su vestido, por la mayor parte, es una tilma que les sirve de capa, una túnica o camisa de algodón y unos calzones de lo mismo, y así a tres alhajas reducen comúnmente cuanto traen sobre sí, y son muy raros, y han de ser de los más nobles para traer sombreros y zapatos, porque ordinariamente andan descalzos y descubiertos. Conténtanse con un pobre jacal por casa, y en sus tierras, donde no hay sino indios, no tienen más cerradura en sus puertas que la que basta a defender la de las fieras, porque entre ellos no hay ladrones, ni qué hurtar, y viven en una santa ley, sencilla y como era la de la naturaleza.

Todas sus alhajas, exceptuando el Santo Cáliz, donde tienen imágenes de santos de papel, se reducen a un petate o estera de la tierra, sobre que duermen, que aún no es tabla, y un madero que les sirve de almohada y un canto que se llama metate, donde muelen un puñado de maíz, de que hacen tortillas que los sustentan, y éstas suelen ser en estos pobrecitos las de una dilatadísima y numerosísima familia.

Con este género de alhajas y pobreza viven tan contentos, y más que el poderoso y rico con las suyas, y no hay indio que teniendo esto se juzgue pobre ni pida limosna, ni se queje de la fortuna, ni envidie, ni pretenda, ni desee, y si los   —48→   conservaran en esta honesta pobreza y ejercicio, se tendrían por felices, y, sin duda alguna, en mi estimación lo fueran.

He oído decir a algunos religiosos de la seráfica Orden de San Francisco, graves y espirituales, mirando con pío afecto a estos indios, que si aquel seráfico fundador, tan excelente amador de la pobreza evangélica, hubiera visto a los indios, de ellos parece que hubiera tomado alguna parte del uso de la pobreza, para dejarla a sus religiosos por mayorazgo y para que sirviese a la evangélica que escogió.

Porque el más rígido religioso o ermitaño, vive en casas fuertes de cal, piedra y madera, porque así es conveniente para sus santos ejercicios; pero ellos viven en jacales de paja o de hojas de árboles.

Y el más pobre tiene una celda, un refitorio, coro, capítulo, claustros y huerta, porque así conviene a su profesión y a su espiritual consuelo y santos ejercicios; pero el indio no tiene más dilatación en su casa que los términos de los palos que la componen, y reciben sobre sí el heno o paja o hojas de árboles que les forman las paredes, que son doce o catorce pies de suelo, y si tienen más tierra es para trabajar, padecer y sudar sobre ella; y el más pobre tiene una tabla en qué dormir y por almohada un pedazo de sayal;   —49→   pero el indio duerme sobre el mismo suelo y un petate o estera grosera, y un pedazo de palo por cabecera.

Y el más pobre suele llevar unos zapatos de madera o sandalias, aunque otros andan descalzos; pero el indio siempre anda descalzo de pie y de pierna.

Y el más pobre tiene capilla con que cubrir la cabeza a las inclemencias del cielo; pero el indio no trae cosa en la cabeza, aunque llueva, nieve y apedree.

Y el más pobre come dos o tres potajes de pescado o legumbres; el indio unas tortillas de maíz, y si añade un poco de chile con agua caliente, ese es todo su regalo.

Y si bien es verdad que los trabajos del religioso perfecto los hace de inestimable valor y superiores a todo por el alto fin con que los padece, que es el de servir a Dios y seguir ta perfección evangélica, y esto se prefiere a lo demás y excede un trabajo moderado por estos, padecido a muchísimos mejores, sin este santo mérito; pero no por eso deja de ser amable, admirable y aun loable la pobreza de los indios, pues sobre ser cristianos, con que muchos aplicarán a Dios su pobreza, aunque no en tan esclarecida profesión como la regular, viven con esta frugalidad y modestia, pudiendo no pocos, dilatarse   —50→   mucho más, y siguen tan a la letra el consejo de San Pablo, y lo que el santo quiso para sí, cuando dijo: Habentes, alimenta et quibus tegamur his contentifumis. En teniendo con qué cubrir nuestros cuerpos y con qué sustentarnos, todo lo demás nos sobra, que es a la letra lo que observan estos pobres naturales.

Y así refiere el P. Reverendísimo Gonzaga, general de la seráfica Orden de San Francisco, ilustrísimo arzobispo de Mantua, que en Taguacan, un pueblo del obispado que yo sirvo, se aparecieron a un santo religioso de su orden de San Francisco y santa Clara, y le dijeron entre otras cosas: Indi paupertaten, et obedientian, el pacientan, quan vos professi estis exercent. Los indios ejercitan la pobreza, obediencia y paciencia que vosotros profesáis, como quien acreditaba y honraba la pobreza natural de los indios, con referirla a la evangélica, santa y seráfica de los religiosos, y se compadecía de aquella miseria material, deseando que la imitasen los indios en la aplicación espiritual con que están los hijos de tan excelente familia, para que le pareciesen en el mérito.

Y lo que es más admirable en mi sentimiento, señor, es que siendo tan pobres en su uso y afecto estos naturales indios, y tan desnudos, son los que visten y enriquecen el mundo, y en las   —51→   Indias todo lo eclesiástico y secular. Porque su desnudez, pobreza y trabajo, sustenta y edifica las iglesias, hace mayores sus rentas, socorren y enriquecen las religiones, y a ellos se les debe gran parte de la conservación de lo eclesiástico. Y cuanto a lo secular, su trabajo fecunda y hace útiles las minas, cultiva los campos, ejercitan los oficios y artes de la república, hace poderosos los de justicia, paga los tributos, causa las alcabalas, descansa y alivia los magistrados públicos, sirve a los superiores, ayuda a los inferiores, sin que haya cosa alguna desde lo alto hasta lo bajo en que no sean los indios las manos y los pies de aquellas dilatadas provincias, y si se acabasen los indios se acabarían del todo las Indias; porque ellos son los que las conservan a ellas, y como abejas solicitas, labran el panal de miel para que otros se lo coman; y como ovejas mansísimas ofrecen la lana para cubrir ajenas necesidades, y como pacientísimos bueyes cultivan la tierra para ajeno sustento; y ellos, señor, y yo, y todos cuantos bien los queremos y solicitamos su alivio, nos contentaremos con que padezcan, trabajen y fructifiquen, como sea con un moderado y tolerable trabajo y pena, y sólo represento sus méritos y virtudes para que Vuestra Majestad se sirva de ampararlos en el padecer intolerable.



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ArribaAbajoCapítulo IX

De la paciencia del indio


Entre las virtudes del indio más admirables y raras, es la de la paciencia, por dos razones principales: La primera, porque cae sobre grandísimos trabajos y pobreza. La segunda, porque es profundísima e intensísima, sin que se le oiga tal vez ni aun el suspiro, ni el gemido, ni la queja.

Cae sobre grandes trabajos, pues cuando su común vivir interior es tan pobre y miserable, ya se ve cual será la sobrecarga del padecer exterior. Porque sobre el descanso es tolerable la fatiga; pero sobre la misma fatiga otra fatiga, sobre un trabajo otro trabajo, sobre un azote otro azote, es padecer de suprema magnitud.

No refiero a Vuestra Majestad lo que padecen en este discurso, donde hablo de sus virtudes, por no mezclar con ellas ajenos vicios y porque sería preciso mortificar en él a los que   —53→   con bien poca razón los mortifican a ellos, y mi intento sólo es favorecer a los indios, si pudiere sin tocar ni desconsolar a los que a ellos lastiman y desconsuelan.

Sólo puedo asegurar a Vuestra Majestad con verdad, que ejemplo más vivo en el padecer cuanto a lo exterior, que el de estos naturales de los santos mártires y confesores, y de aquellos que por Dios padecen tribulaciones y penas, no me parece que se puede ofrecer a la consideración, y que yo los he deseado imitar y los miro y considero como espejo de una invictísima paciencia.

Pues por muchos y grandes que sean sus agravios, rarísimas veces tienen ira ni furor para vengarse, ni satisfacerse, ni aun se conmueven a ir a quejarse a los superiores, si no es que alguna vez lo hagan influidos o alentados de españoles, clérigos, religiosos o de otros de ajena condición, que ya lastimados de lo que padecen, ya por el celo de la razón; ya por el servicio de Vuestra Majestad y la conservación de ellos, ya por sus mismas utilidades o pasiones, les persuaden que se vayan a quejar.

Porque lo ordinario es padecer, callar y pasar, y cuando mucho, ausentarse de unas tierras, a otras y seguir el consejo del Señor, cuando dijo: Si en una ciudad os persiguen, huir a otra.

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Ni ellos buscan armas para vengarse, ni ellos vocean ni se inquietan ni se enojan ni se alteran, sino que consumen, dentro de su resignación y paciencia, todo su trabajo.

Si a ellos llega el Superior y les manda que hilen, hilan; si les mandan que tejan, tejen; si les mandan que tomen cuatro o seis arrobas de carga sobre sí y las lleven sesenta leguas, las llevan; si a ellos les dan una carta y seis tortillas, y algunas veces la carta sin ellas, y que la lleven cien leguas, la llevan; ni ellos piden su trabajo ni se atreven a pedírselo; si se lo dan, lo toman; si no se lo dan, se callan.

Si le dice a un indio un negro, que va cargado, que tome aquella carga que él lleva y se la lleve, y sobre eso le da golpes y le aflige de injurias, toma la carga y los golpes y los lleva con paciencia. Finalmente: ellos son, en mi sentimiento (por lo menos en este material), los humildes y pobres de corazón, sujetos a todo el mundo, pacientes, sufridos, pacíficos, sosegados y dignos de grandísimo amor y compasión.



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ArribaAbajoCapítulo X

De la liberalidad del indio


No parece, señor, que siendo tan pobres puedan ser liberales los indios, y después de ello, es constante que son liberalísimos, como si fueran muy ricos. Porque como quiera que esta virtud no la hace mayor la materia, sino el deseo, y en un príncipe suele ser menos dar una ciudad que en un pobre cuatro reales, y por eso Jesucristo, Señor nuestro, a la viejecita que ofreció al templo dos blancas, alabó más que a otros que con mucho menos afecto dieron muy grandes limosnas: así los indios, aunque cada uno no puede fructificar copiosamente, pero todos juntos es certísimo que lo dan todo y que obran con gran liberalidad.

Porque estos pobrecitos, como no conocen ni codicia, ni ambición, son partidísimos, y si   —56→   tienen dos puñados de maíz, con gran gusto dan el uno a quien te pide.

A todas horas están abiertas sus casas, para hospedar y ayudar a quien los ha menester, como no los atemoricen o vean alguna violencia, que entonces, si no pueden defenderlas, suelen dejarlas y desampararlas, e irse huyendo por los montes.

Al culto divino ya hemos dicho que ellos son quien le sustenta las ofrendas y los derechos de los curas, doctrineros, y todos los emolumentos ellos son los que los causan.

Jamás vana ver a sus superiores, de cualquier calidad que sean, ya eclesiásticos o seculares, que no les llevan gallinas, frutas, huevos, pescados, y cuando no pueden más, les llevan flores, y quedan consolados si las reciben y afligidos si no admiten sus presentes.

Andará un pobre indio cincuenta leguas cargado de fruta, o miel, o pescado, o huevos o pavos, que llaman gallinas de la tierra, u otros frutos de ella, sólo para que se lo reciban, y pedir alguna cosa que pesa, y vale menos que lo mismo que él ofrece, y que de derecho se le debía rogar con lo que pide, cuanto más dárselo pidiendo aquello que se le debe.

En prestar cuanto tienen no reparan, y no sólo lo que tienen, sino a ellos mismos se prestan,   —57→   y como sea con buen modo, a cualquier indio que se encuentre en la calle, si se le manda que lleve alguna carga, que barra o sirva en alguna casa y se esté sirviendo en ella uno o dos días, dándolo de comer, suele prestar su trabajo sin desconsuelo con cualquier motivo que para ello se le ofrezca.

Finalmente: sobre no tener los indios codicia, avaricia ni ambición, bien se ve cuán fácilmente serán liberales, como hombres que ni desean, ni adquieren, ni guardan, ni pretenden, ni granjean.



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ArribaAbajoCapítulo XI

De la honestidad del indio


Los indios, generalmente son honestos, y si no es que la turbación de los sentidos por las bebidas de raíces a que son inclinados, los arrebate, en las demás ocasiones proceden con grande modestia y circunspección.

Y siendo así, que no se entran religiosas las mujeres por su miseria, ni pueden por su pobreza y por no tener dote para ello, con todo eso se entran a los conventos con gran gusto las indias a servir voluntariamente, y allí viven con grandísima virtud entre las religiosas.

Los viejos es cosa muy asentada que en llegando a cincuenta años raras veces conocen mujer, aunque sea a la propia, porque tienen por liviandad el uso de las mujeres en la edad anciana.

Y en Cholula hay hoy una india principal,   —59→   llamada Juana de Motolina, que no sólo es doncella muy acreditada, sino que cría en su casa a su costa otras doncellas indias y vive con grandísima virtud.

Cuando hacen en algunas provincias sus tratados de casamientos, es con mucha modestia y circunspección, sin que se hallen presentes los novios, y cuando vienen estos al Tribunal eclesiástico a presentarse para las informaciones o a la iglesia a casarse y velarse, asisten con los ojos bajos, con sumo silencio y grandísima modestia.

El modo con que se explican los mancebos en su pretensión al casarse, es modestísimo y honestísimo. Porque el indio mancebo que pretende casarse con alguna doncella india, sin decirle cosa alguna, ni a sus deudos, se levanta muy de mañana y le barre la puerta de su casa, y en saliendo la doncella con sus padres, entra en ella, limpia todo el patio, y otras mañanas les lleva leña, otras agua, y sin que nadie le pueda ver, se la pone a la puerta, y de esta suerte va explicando su amor, y mereciendo, descubriéndose cada día más en adivinar el gusto de los suegros, obrándolo aun antes que ellos le manden cosa alguna, y esto sin hablar palabra a la doncella ni concurrir en parte alguna en su compañía, ni aun osar mirarla al rostro, ni ella a él, hasta que a los parientes les parece que ha pasado   —60→   bastante tiempo y que tiene méritos y perseverancia para tratar de que se case con ella, y entonces sin que él hable en ello lo disponen, y con esta sencillez y virtud obran con diversidad de ceremonias en esta materia, según las provincias donde se hacen los tratados.



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ArribaAbajoCapítulo XII

De la parsimonia del indio en su comida


El sustento ordinario del indio (siendo así que usan raras veces del extraordinario) es un poco de maíz reducido a tortillas, y en una olla echan una poca de agua y chile y la ponen en una hortera de barro o madera, y mojando la tortilla en el agua y chile, con esta comida se sustentan.

Al comer asisten con grandísima modestia y silencio, y gran orden y con mucho espacio, porque si son veinte de mesa, no se verá que dos pongan a un tiempo la mano en el plato, y cada uno humedece su corteza con mucho comedimiento y con una templanza admirable prosiguen despacio con su comida.

Si alguna vez comen más que chile y tortillas, son cosas muy naturales, asadas, y algunos guisados de la tierra; y entonces más lo hacen   —62→   por hacer fiesta a algún superior, ya sea secular, ya eclesiástico, como alcaide mayor o doctrinero, que no por regalarse a ellos mismos.

Y en otras ocasiones, con ser distintas, los he visto comer con grandísimo espacio, silencio y modestia; de suerte que se conoce que la paciencia con que lo toleran todo los tiene habituados a tenerla también en la comida, y no se dejan arrebatar de la hambre ni ansia de satisfacerla.

Y de esta parsimonia en el comer, resulta que son grandes sufridores de trabajos; porque a un indio, para andar todo el día, le bastan seis tortillas con la agua que hallan en los caminos, que viene a ser menos en el precio y gasto de su comida, de tres cuartos castellanos; de suerte que con menos de doce maravedís de gasto, andan diez y doce leguas en un día.



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ArribaAbajoCapítulo XIII

De la obediencia


Aunque en todas las virtudes son admirables los indios, en ninguna más que en la obediencia, porque como ésta es hija de la humildad, y ellos son tan humildes y mansos de corazón, son obedientísimos a sus superiores.

Lo primero, en ciento y treinta años que ha que se entraron ellos mismos con mucha humildad y resignación a la Corona Real de Vuestra Majestad, no se les ha visto un primero movimiento de contradicción a las órdenes reales, ni falta de respeto a su Real nombre, ni deslealtad, ni sedición, ni sombra, ni imaginación de semejante exceso.

Lo segundo, tampoco se les ha visto desobediencia a las justicias cuando ellas les han mandado, no sólo lo justo, sino lo penoso e injusto   —64→   como haya sido en alguna manera tolerable. Lo tercero, aun en lo injusto e intolerable les obedecen si no hay quien promueva sus quejas, y los apadrinan y alimentan para que pidan y se quejen en los Tribunales.

Lo cuarto, no han reclamado por sí mismos jamás a tributos que se les hayan impuesto, ni a cosa alguna que se les haya mandado de orden de Vuestra Majestad.

Lo quinto, ellos vivían por montes esparcidos, y se formó la cédula de las Congregaciones, y se redujeron a los pueblos, y se vinieron a ellos dejando su amada soledad y los montes donde se habían criado; después, reconociendo grave daño de esto, les ordenaron en algunas provincias habitaren chozas y jacales por los montes, y se volvieron de los pueblos a los montes, dejándose llevar un número infinito de hombres, mujeres y niños de naciones diferentes, de los montes al poblado, y del poblado a los montes, como manadas de mansísimas ovejas.

Lo sexto, a ellos los llevan al desagüe, calzadas, minas y otras obras públicas, y los reparten, y como unos corderos dejan sus casas y sus mujeres e hijos y van a servir a donde les mandan, y tal vez mueren allí o en el camino, y no se les oye una queja ni un suspiro, insensibles, no al conocimiento de la pena, ni dolor, que   —65→   bien lo conocen y ponderan, sino a su manifestación, ira, furor o impaciencia.

De esta obediencia podía referir a Vuestra Majestad infinitos ejemplos, si no fuera manifiesta a los Ministros de Vuestra Majestad y a su Consejo, en donde jamás se les ha oído a tantos agravios una queja, y si el celo de los Virreyes y Obispos y otros Ministros, con las órdenes que para esto tienen de Vuestra Majestad no los defienden y amparan, no hay que pensar que en ellos hay discurso en la obediencia, ni aliento a la repugnancia.



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ArribaAbajo Capítulo XIV

De la discreción y elegancia del indio


Cualquiera que leyere este discurso, señor, y no conociere la naturaleza de estos pobrecitos indios, le parecerá que esta paciencia, tolerancia, obediencia, pobreza y otras heroicas virtudes, procede de una demisión y bajeza de ánimo grande, o de torpeza de entendimiento, siendo cierto todo lo contrario.

Porque no les falta entendimiento, antes le tienen muy despierto, y no solo para lo práctico, sino para lo especulativo, moral y teológico. He visto yo naturales de los indios muy vivos y muy buenos estudiantes, y ha sustentado con gran eminencia en Méjico públicas conclusiones, un sacerdote que hoy vive, llamado D. Fernando, indio, hijo y nieto de caciques.

Son despiertos al discurrir, y muy elegantes en el hablar. Y cierto, señor, que andando por   —67→   la Nueva España visitando, he llegado a algunos lugares donde los indios me han dado la bienvenida, con unas pláticas, no sólo tan bien concertadas, sino tan elegantes, persuasivas y de tan vivas y bien concertadas razones, que me dejaban admirado.

Y en un lugar que se llama Zacatlán, un Gobernador indio dijo tantas razones, tan elocuentes, y con tales comparaciones, y tan ajustadas, ponderando la alegría que sentían de que su Padre y Pastor los fuese a visitar y consolar, y el sentimiento con que se hallaban de lo que habría padecido en la aspereza de los caminos, y diciendo, que como el Sol alumbra la tierra, así iba a alumbrar sus almas: y que como él no se cansa de hacer bien, ni su Prelado se cansaba de cuidarlos y ayudarlos, y que las flores y los campos se alegraban de la venida de su Padre y Sacerdote, y comúnmente casi todos hablan con mucha elegancia.

Y esta lengua sola de cuantas yo he penetrado y oído, habiendo corrido la Europa, aunque entre la griega ni la Latina tiene sílabas reverenciales y de cortesía, y que poniéndolas significa sumisión y quitándolas, igualdad, como para decir Tadre, se significa con la voz Tatl, y para decirlo con reverencia se dice, Tatzin; y Sacerdote se dice Teopixque, y con reverencia se dice,   —68→   Teopixcatzin, y de esta suerte en las mismas palabras manifiestan la cortesía y reverencia con que hablan.

Cuando tal vez vienen a hablar a sus Superiores en cualquiera materia que sea, o declamatoria quejándose, o laudatoria dándole gracias, dicen muy ajustadas y no superfluas razones, y muy vivas, y son muy prontos en sus respuestas, y tan despiertos, que muchas veces convencen a las naciones que andan entre ellos, y esto con grandísima presteza.

Fundiose una campana en la Catedral de los Ángeles, que pesaba ciento cincuenta quintales, y salió algo torpe al principio en el sonido, y afligiose un Prebendado, porque había sido Comisario de la obra, y díjole un indio oficial que la ayudó a hacer: No te aflijas, Padre, que luego que naciste, no sufriste hablar, y después con el uso hablaste bien; así esta campana ahora está recién nacida, en meneando muchas veces la lengua, con el uso hablará claro. Y fue así, que quebrantado el metal con el ejercicio de la lengua, salió de excelente voz.

En otra ocasión estaba un indio toreando, a lo que son ellos aficionadísimos, y habiéndole prestado un español cierta cantidad de maíz, que el indio había asegurado con fiadores, y viendo el acreedor al deudor muy frecuentemente en los   —69→   cuernos del toro, hacíale señas que se apartase, como quien tenía lástima de su peligro, y entendiendo bien el indio de dónde nacía aquel cuidado, se fue hacia dónde estaba su acreedor, y le dijo: ¿Qué quieres? ¿Qué me persigues? Déjame holgar. ¿No te he dado fiadores?

Yo les he oído hablar muchísimas veces, y nunca les he oído decir desatino ni desconcierto, ni despropósito, ni necedad alguna, ni por descuido, sino siempre siguiendo muy igualmente el discurso y siendo ellos tan humildes, y mirando con tanta reverencia a sus superiores, ya sean eclesiásticos, ya seculares, no ha venido jamás indio a hablarme en diez años que se haya turbado, ni equivocádose, ni cortádose, cosa que sucede tan comúnmente a todas las naciones cuando hablan con personas de respeto, sino que juntamente con la reverencia conservan una advertencia y atención de lo que hablan, obran y responden, como si fueran hombres muy ejercitados en negocios graves.



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ArribaAbajoCapítulo XV

De la agudeza y prontitud del indio


Cuando ellos defienden su razón, la representan con discursos vivísimos y la dan a entender de manera que convencen, de lo cual propondré aquí a Vuestra Majestad un caso bien raro.

Caminando un indio y otro vecino español, entrambos a caballo, acertaron a encontrarse en un páramo o soledad, y el rocín del vecino era muy malo y viejo, y el del indio muy bueno. Pidiole aquel hombre al indio que se le trocase, y el lo rehusó por lo que perdía en ello; pero como el uno traía armas y el otro no las traía, con la razón del poder y con la jurisdicción de la fuerza, le quitó el caballo al indio, y pasando su silla a él, fue caminando, dejando en su lugar al pobre indio el mal caballo. El indio volvió   —71→   siguiendo al español y pidiéndole que le diese su caballo, y el hombre negaba que se le hubiese quitado.

Llegaron con esta queja y pendencia al lugar, en donde el Alcalde mayor llamó a aquel hombre a instancia del indio, y haciéndole traer allí el caballo, le preguntó por qué se lo había quitado al indio. Respondió y juró que no se lo había quitado, y que era falso cuanto decía aquel indio porque aquel caballo era suyo, y él lo había criado en su casa desde que nació. El pobre indio juró también que se le había quitado y como no habla más testigos ni probanzas que el juramento encontrado de las partes, y el uno poseía el caballo y el otro le pedía, dijo el Alcalde mayor al indio que tuviese paciencia porque no constaba que aquel hombre le hubiese quitado el caballo. El indio, viéndose sin recurso alguno, dijo al juez: Yo probaré que este caballo es mío, y no de este hombre; díjole que lo probase, y luego quitándose el indio la tilma que traía, que es la que a ellos sirve de capa, cubrió la cabeza a su caballo que el otro le había quitado, y dijo al juez: ¿Dile a este hombre que pues él dice que ha criado este caballo, diga luego de, cuál de los dos ojos es tuerto? El hombre, turbado con la súbita pregunta, en duda respondió: del derecho; entonces el indio, descubriendo la cabeza del caballo, dijo:   —72→   pues no es tuerto; pareció ser así y se le volvió su caballo.

Bien parece, señor, que en una duda como esta y falta de probanza no se pudo hacer prueba más aguda, ajustada, delgada y que hasta se parece a la que hizo Salomón con las dos mujeres que pedían el hijo y faltándoles pruebas para fundar cada una su derecho, pidió la espada, que hirió el amor de la verdadera madre y sacó en limpio la verdad del juicio y él quedó acreditado de sabio.



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ArribaAbajoCapítulo XVI

De la industria del indio, señaladamente en las artes mecánicas


Y en errante a lo prácticos en las artes mecánicas son habilísimos, como en los oficios de pintores, doradores, carpinteros, albañiles y otros de cantería y arquitectura, y no sólo buenos oficiales sino maestros.

Tienen grandísima facilidad para aprender los oficios, porque en viendo pintar, a muy poco tiempo pintan; en viendo labrar, labran, y con increíble brevedad aprenden cuatro o seis oficios y los ejercitan según los tiempos y sus calidades.

En la obra de la Catedral trabajaba un indio que le llamaban siete oficios, porque todos los sabía con eminencia.

La comprensión y facilidad para entender cualquiera cosa, por dificultosa que sea, es rarísima,   —74→   y en esto yo no dudo que aventajen a todas las naciones, y en hacer ellos cosas que los demás no las hacen ni saber hacer con tal brevedad y sutileza.

A Méjico vino un indio de nación Tarasco, que son muy hábiles, y los que hacen imágenes de plumas, a aprender a hacer órganos, y llegó al artífice y le dijo que le enseñase y se lo pagaría; el español quiso hacer escritura de lo que había de darle, y por algunos accidentes dejó de hacerla en seis días, teniendo entre tanto en casa al indio. En este tiempo compuso el maestro un órgano de que tenía hechas las flautas, y sólo con verlas el indio poner, disponer, tocar y todo lo que mira al interior artificio de este instrumento, viniendo a hacer la escritura, dijo el indio que ya no había menester que le enseñase, que ya sabía hacer órganos, y se fue a su tierra e hizo uno con las flautas de madera, y con tan excelentes voces, que ha sido de los raros que ha habido en aquella provincia, y luego hizo otros extremados de diferentes metales, y fue eminente en su oficio.

A Atrisco, una de las villas del Obispado de la Puebla de los Ángeles, llegaron un español y un indio a aprender mímica de canto de órgano con el maestro de capilla de agacha parroquia, y el español en más de dos meses no pudo cantar la música de un papel, ni entenderla, y el indio   —75→   en menos de quince días la cantaba diestramente.

Hay entre ellos muy diestros músicos, aunque no tienen muy buenas voces, y los instrumentos de arpa, chirimías, cornetas, bajones y sacabuches los tocar, muy bien y tienen libros de música en sus capillas, y sus maestros de ella en todas las parroquias, cosa que comúnmente sólo se halla en Europa en las catedrales o colegialas.

La destreza que tienen en labrar piedras y la sutileza con que las lucen, puede cansar admiración, como consta a Vuestra Majestad por algunas que le he remitido, y son verdaderamente piedras preciosas y de excelente, color y virtud, de que tienen grande conocimiento, y de otras cosas naturales, como de las plantas, raíces hierbas, de que hacen remedios a diversas enfermedades con singular acierto.

Por no gastar, como son tan pobres, se valen de las mismas piedras para hacer de ellas las navajas y lancetas para sangrar, y hácenlas con notable facilidad, brevedad, sutileza, y de ellas usan con la misma expedición que nosotros con las más sutiles y bien labradas de acero.



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ArribaAbajo Capítulo XVII

De la justicia del indio


También en los pleitos que tienen entre sí son muy rectos y discurren muy bien en sus cabildos y con una muy natural agudeza.

En el obispado de la Puebla, a la parte que cae la costa del mar del Sur, había un mulato tuerto de malísimas costumbres, que andaba entre ellos como lobo entre las ovejas, haciéndoles grandísimas vejaciones y molestias, porque a más de hurtarles cuanto podía de su pobreza, les molestaba y violaba las hijas y las mujeres, y cometía otros delitos e insultos.

A este mulato debían de amparar algunos vecinos, y habiéndole hecho cierta información o proceso los alcaldes indios y probado estos delitos, le espiaron y tuvieron forma para cogerle, y en un monte le maniataron y allí le tomaron la confesión, y él confesó todo lo hecho, con que   —77→   trataron luego de su castigo entre todos los indios que había presentes, clamando el mulato que le dejasen primero confesar.

Decían algunos que era bueno ahorcarle luego, porque si venía el Padre (así llaman al doctrinero) a confesarle, sede quitaría y desterraría, y luego volvería a hacer otros insultos y a inquietar aquellos pueblos.

Otros indios decían que no era bien que muriese sin confesión, porque no se condenase, y que así se llamase al Padre para que le confesase. A esto repugnaron otros, porque creían que la habían de quitar, con que oído todo juzgaron los Alcaldes: «Que atento a que lo que le hacía daño y destruía aquel mulato tuerto para hacer tantas maldades era su propia vista, porque con ella codiciaba las mujeres y hurtaba cuanto veía, se le sacase el otro ojo, que ciego no haría mal y podría confesarse muy despacio y era menos que ahorcarle». Y luego trajeron un poco de cal viva y se la pusieron en la vista, se la quitaron del otro ojo que le quedaba, dejaron libre al mulato para que se fuese a confesar y después andaba entre ellos ciego, pidiendo limosna; se la daban y sustentaban por Dios, sin ningún género de ira, como si no les hubiera hecho agravia alguno.



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ArribaAbajoCapítulo XVIII

De la valentía del indio


Del valor de los indios se ha tratado arriba y referido como son muy activos, guerreros, fuertes y animosos cuando pelean; hoy no se han podido domar en la Nueva España, por fuerza, las naciones Chichimecas, Salineros, Tepeguanes, Tobosos y otras, y cuando tal vez ha prorrumpido en alguna parte (que son rarísimas) la desesperación por los agravios que padecían, en demostración de ira han obrado con grande valor y fortaleza.

En cualquiera cosa que les encomiendan son constantes y aun valerosos y mañosos; no reconocen miedo, señaladamente contra animales ponzoñosos, a los cuales cogen, y siendo vehementísima la ponzoña, porque al que hiere le mata en muy pocas horas, los toman los indios con las propias manos y tienen aliento   —79→   para sacudir las víboras sobre las piedras y hacerles despedir de sí el veneno de la boca a golpes y después las llevan consigo vivas y se rodean con ellas el cuerpo y el rostro, y a los animales feroces, como tigres y leones, los sujetan y cogen en lazos y de otras muchas maneras.

Rara cosa es, señor, ver, vencer y sujetar un indio desnudo y nadando, a un caimán que suele tener tres varas de largo, animal ferocísimo y atreverse en el agua, elemento de esta bestia, a ponérsele a caballo el indio, y aguardar que abra la boca y con grande presteza y sutileza entrarle una estaca o palo de media vara dentro de ella, con que cerrando el animal la boca se atraviesa, y con un cordelillo le saca de la mar a la tierra el indio como si fuera un pedazo de corcho, cosa de grande arte y resolución; porque yo he visto muchos de estos caimanes o cocodrilos, y, verdaderamente, sólo el verlos causa espanto.

Su valor, resolución y maña explica bien un caso que sucedió junto a Zacatecas, en donde había un bandolero, hombre de grandes fuerzas y valentía, a quien deseaba coger el corregidor y no había podido conseguirlo porque iba con tres o cuatro bocas de fuego y en buenos caballos, y por recelo de su gran valor no había quien se atreviese a embestirle. Habiendo un indio oído quejarse a un alcalde de la Hermandad   —80→   de que no podía prender a este hombre, le dijo el indio que si quería que se lo trajese maniatado, o vivo, o muerto; el alcalde, admirado, le dijo que se lo pagaría bien si lo traía vivo. Y el indio partiéndose de allí tomó un palo recio y proporcionado al intento, y se le puso debajo de su tilma o capa, y tomando sobre sus hombros un cacastle, que es como una grande cesta en que suelen llevar gallinas, puso en él media docena de ellas y se fue cargado caminando, y luego que llegó a dos leguas del poblado, salió a caballo el bandolero y le preguntó que a dónde iba. El indio le respondió que el Padre (que así llaman a sus doctrineros) le enviaba con aquellas gallinas a una estancia, y el bandolero, apeándose del caballo y haciendo descargar al indio, se bajó para sacar algunas y llevárselas consigo. Pero el indio, cuando le vio bajo y divertido en escoger las gallinas, sacó el palo que traía oculto consigo, y le dio tan fuerte golpe en el molledo del brazo que le derribó en el suelo, y luego con increíble presteza secundó con otro golpe en el otro brazo, y le baldó; y arrojándose sobre él, le ató las dos manos con un cordel que traía prevenido, y luego los pies y le arrojó sobre su propio caballo, y dentro de pocas horas entró por el lugar con el bandolero y le entregó a la justicia.

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Casos de estos de maña, resolución y valor, podían referirse no pocos a Vuestra Majestad.

También tienen muy grande ánimo para ponerse en cualesquiera peligros que se ofrezcan en los oficios que sirven, y en esto grandísima maña y habilidad, y cierto que en la fábrica de la catedral era cosa de admiración la presteza con que subían a andamios altísimos y se ponían sobre la punta de un madero de treinta o cuarenta varas, y muy despacio ataban los cordeles que ellos llaman mecates para poner otros pies derechos, hallándose tan en sí como si se pasearan por una sala. Y sucedió que estando uno de estos indios albañiles trabajando con este riesgo sobre la punta de un palo, viendo abajo un corrillo de hombres les voceó y dijo que se apartasen de allí, que podía él caer sobre ellos y matarlos, y ellos se apresuraron admirados de ver que en tan gran peligro les advirtiese del ajeno daño y que recelase más el que podía causar que el que muriendo podía padecer si cayera de aquel puesto, que era altísimo.

De todo lo cual se colige, señor, que las virtudes que yo he referido de esta nación, que miran a la paciencia, fidelidad, obediencia y reverencia a sus superiores, no nacen tanto de bajeza de ánimo cuanto que de una docilidad y suavidad de condición que debe de corresponder   —82→   al clima de la misma tierra, que es muy templado y suave; y por merced que Dios les hizo en criarles tan buenos y dignos de la protección Real de Vuestra Majestad por sus méritos y virtudes.



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ArribaAbajoCapítulo XIX

De la humildad, cortesía, silencio y maña del indio


De su humildad he manifestado largamente a Vuestra Majestad donde he tratado de la devoción y paciencia del indio; pero puedo volver a asegurar a Vuestra Majestad que si hay en el mundo (hablo de los efectos de la naturaleza, y no tratando de los de la gracia) mansos y humildes de corazón, son los indios, y que estos naturalmente parecen los que aprenden del Señor cuando nos dijo que aprendamos de su Divina Majestad a ser mansos y humildes de corazón. Por que estos angelitos, ni tienen, como se ha dicho, ambición, ni codicia, ni soberbia, ni envidia; y no es más humilde que ellos el suelo que pisamos.

A trabajo alguno no hacen resistencia considerable; si les riñen, callan; si les mandan,   —84→   obedecen; si los sustentan, los reciben; sino los sustentan, no lo piden. Cuando llamé a dos indios de la Misteca para ver cómo labraban las piedras que he referido, ordené a un criado se les diese cada día a cada uno dos reales y de comer y se cuidase mucho de ellos, y así lo hacía; pero un día, con otras ocupaciones, se olvidó el criado de, llevarles la comida al aposento donde estaban trabajando. Llegaron las cuatro horas de la tarde y no se había acordado que tales indios había en el mundo; y entonces, reparando el criado en ello, fue a llevarles de comer y los halló trabajando con la misma alegría que si les hubiese proveído convenientemente; y diciéndoles el repostero que por qué no habían salido del aposento a pedir comida, pues estaba abierto y podían andar por toda la casa libremente, se rieron, diciendo que no importaba; y con esta paz, humildad y resignación, obran comúnmente estos naturales.

La cortesía es grandísima, porque todos ellos son muy observantes en las ceremonias de reverencia y veneración a los superiores, y no se verá a ninguno que deje de estar atentísimo en este cuidado.

En llegando a donde está el superior, se arrodillan; siempre vienen a sus negocios diez o doce, y en diciéndoles que se levanten, lo hacen   —85→   y bajan los ojos los que acompañan al que ha de hablar, y éste sólo propone la causa y hace su razonamiento, y los demás callan como si fuesen novicios. Nunca se van sin besar la mano, y si se lo niegan se desconsuelan mucho, pero lo disimulan y callan, y al salir es con grandísimas sumisiones y humildades.

Entre sí nunca se hacen descortesía, sino que con una llaneza muy fraternal se tratan y respetan unos a otros, conociéndose las diferencias de los puestos y calidades.

El silencio es admirable, porque si están dos horas y más aguardando a entrar a hablar a alguien superior, aunque se hallen veinte o treinta indios juntos, como ordinariamente sucede, todos callan y se están en pie o sentados con un profundo silencio; y si hablan alguna cosa, es tan bajo que sólo se oyen los unos a los otros, y no otros circunstantes.

Y así no les he oído jamás vocear, sino que sólo usan de la voz conforme lo pide la necesidad. Rarísimas veces chancean ni se burlan unos con otros, y el reírse señaladamente entre españoles es tarde o nunca, y el manifestar vana alegría, sino que siempre obran con severidad y veras y atentos a lo que se les ordena, si bien cuando les hacen algún bien no dejan de descubrir muy decentes señales y afectos de alegría.

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No conocen jactancia, ni vanagloria, sino que aunque hagan excelentemente una cosa, y con destreza, brevedad, y curiosidad, no hacen más cuenta, ni estimación, que si no hubieran obrado cosa alguna, o la hubiera hecho un vecino.

Entre ellos, el hablar es preeminencia tan grande, que es señal de superioridad, como lo es de subordinación, y de obediencia el callar, y por esto delante de los superiores, así españoles, como indios, callan siempre los inferiores, si no son preguntados, en tanto grado, que para decir a uno Príncipe, y Mayor, y Cabeza de los otros indios, o españoles, lo llaman Tlatoani, que quiere decir, el que habla porque Tlatoa, quiere decir hablar, como quien dice, el que solo tiene jurisdicción para de hablar, y tan grande como esto es su silencio.

Tienen mucha reverencia los plebeyos a los nobles entre sí, y los mozos a los viejos, y estos son muy templados, y se precian de saber, y enseñar a los demás, y ordinariamente enseñan a los niños y niñas a rezar, y no se desprecian de ello, por nobles que sean.

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Muchos de estos viejos nobles son amigos de saber sucesos y acaecimientos públicos. Y yo fui a un lugar que se llama Zongolica, que está entre unas tierras y montañas muy ásperas, donde había un viejo de ochenta años, y que tenía traducidos en su lengua algunos pedazos de fray Luis de Granada, y muchos apuntamientos de historias. Y habiendo predicado un Predicador cierto ejemplo, y dicho en el sermón que había sucedido en Alemania, se llegó a él este viejo venerable, después de haber predicado, y le dijo: Padre, aquel caso que referiste en el sermón, dime ¿en qué Alemania sucedió, en la Baja o en la Alta? De suerte que allá en aquel cabo del mundo, donde ni tienen libros, ni noticias, ni letras, sino eterna servidumbre y soledad, sabía el viejo que había dos Alemanias.

En todo lo que son cosas mecánicas se hallan notablemente mañosos y diligentes, y en obrar lo mismo a menos costa, y con mayor brevedad hacen gran ventaja a cuantos he conocido.

Visitando mi diócesi, hube de detenerme por ser ya Semana Santa, en un lugar de menos de cuarenta indios, que se llamaba Olintla en medio de unas sierras muy altas de una provincia que llaman Totonacapa, y habiendo de consagrar el Santo Olio, y Crisma en su Iglesia, y hacer los demás Oficios, y los comunes de aquel santo tiempo, fue necesario que se hiciese monumento y tablado para la consagración, y que después todo se desocupase para los Oficios del Viernes Santo, y las órdenes que celebré el Sábado   —88→   Santo, y alegres los indios de haber de participar y asistir a aquellos santos ministerios, obraron con tanta facilidad, expedición y brevedad cuanto fue necesario al intento y con tan buena inteligencia en todo, que nos quedamos admira doc. Porque hicieron un monumento muy alto con muchas gradas, por donde pude subir a colocar el Santísimo, sin clavar tabla ninguna ni tener hierro, ni hachas, ni azuelas, ni clavos, ni tachuelas, ni instrumento aluno de los comunes de carpintería, y ataban unas tablas a otras y a los pies de madera sin cordeles, valiéndose de bejucos y otras cosas naturales, y con tan buena y segura disposición, que hicieron con igual seguridad los tablados y los deshicieron y volvieron a hacer otros en ocho o diez horas, como en la catedral los españoles, con diez doblada costa, tardándose seis u ocho días.



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ArribaAbajo Capítulo XX

De la limpieza del indio y de su paz


Pues sobre ser industriosos son notablemente limpios y aliñados, y en aquella pobreza con que viven no se les ve cosa desaliñada; porque como quiera que andan descalzos y que comúnmente no traen más que tres alhajas sobre sí, que son la tilma, la camisa o túnica, y unos calzones de algodón, con todo eso aquello mismo lo traen limpio y se lavan muchas veces los pies, y cuando han de entrar en la iglesia o en alguna casa, procuran lavárselos primero, y en las manos, rostro y cuerpo siempre andan limpios y tienen su baño para esto, que llaman temascales, y con este cuidado y limpieza crían a todos sus hijos.

Luego que nacen los hijuelos los llevan al río a lavar, y aun las madres, apenas los han echado de sus entrañas, cuando ellas también se van a lavar con ellos.

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Cuando van a la iglesia es mucho mayor su limpieza, y sucedía venir aquellos pobres indios con sus mujeres a oír misa habiendo andado dos y tres leguas por partes húmedas, lloviendo y con muchos lodos, y al entrar en la iglesia iban tan limpios y aseados que causaba admiración.

También entre sí es su trato común muy llano, y apacible y pacífico, y raras veces tienen pendencias, y si tienen algunas luego se quietan y se pacifican, y en las montañas y tierras que están más apartadas de nosotros viven con mayor quietud, porque no hay quien siembre rencillas ni divisiones entre ellos. Y finalmente, si no es por grande violencia o vehemente persuasión de extranjeros y gente ajena de la nación, raras veces se mueven a discordias, pleitos ni diferencias, aun cuando les hacen agravios más que comunes, por ser su condición sufridísima y pacientísima, y ellos muy humildes y mansos de corazón.



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ArribaCapítulo XXI

Respóndese a algunas objeciones que se pueden oponer


Bien sé que algunos podrán decir que también hay algunos indios mandoncillos, rigurosos, codiciosos y altivos, iracundos y sensuales y con otros vicios.

A que satisfago que yo no refiero en este discurso los naturales de cada individuo y persona, sino de toda la nación en común y hablando generalmente, a la cual y a su dulce y suave natural no debe desacreditar que entre ellos haya algunos hombres que, como hombres, se desvíen del común. De la manera que no se desacredita una religión entera con el descuido de particulares religiosos, ni el estado eclesiástico con las imperfecciones de cuatro o seis clérigos.

Lo que puedo asegurar a Vuestra Majestad   —92→   es que comúnmente los indios son de estos naturales, y que con mediano cuidado y doctrina, concurriendo la gracia de Dios, que nunca falta, y más a los pobrecitos, se les puede conservar en estas inclinaciones, y que si no es el vicio de sus bebidas compuestas de algunas raíces de yerbas, a que son muy inclinados, que es vicio nacional, como en Europa en unos reinos el ser soberbios, y coléricos y en otros fáciles y ligeros; en otros pusilánimes y mendigos; y en otros a ira, y bandos, y en otros a latrocinio; y en otros a la gula. Es certísimo que los indios están más lejos de lo principal, y peor de que se compone todo lo malo del mundo, que es soberbia, codicia, envidia, ambición, sensualidad, ira, gula en el comer, pereza (por accidente de los que cuidan de que trabajen) de juramentos, juegos, blasfemias, y finalmente de todos los vicios, si no es el de estas bebidas, que frecuentemente los turban, y ocupan los sentidos, que no las demás naciones. Porque en todos estos vicios que he referido, se hallan, si no del todo contenidos, muy libres, y de manera que apenas puede decirse que entre ellos hay codiciosos, ambiciosos, ni crueles, ni blasfemos, ni juradores, ni pródigos, ni avaros, ni los demás vicios, que hacen rigurosa guerra a la virtud.

  —93→  

Y también puedo asegurar dos cosas. La primera, que si entre ellos hay algunos ladrones, son los que se han criado, y viven con los que no son indios, sino entre nosotros, y otras naciones de Europa; y raras veces hurtan los indios, que no los guíen, encubran, y promuevan, y guarden las espaldas otros de otras naciones, y lo mismo digo cuando incurren en los demás vicios.

La segunda, que cuanto mira a estas bebidas, que es su mayor fealdad, las dejaran fácilmente los indios, si muchos superiores a quien toca cuidaran la tercia parte de quitarles este vicio, que otros cuidan de promoverlos a él. Pero como sobre el pulque, vingui, tepache, y otras bebidas impuras, ha puesto la codicia su tributo, y la bebida del indio, es la comida del juez, crece en el miserable la relajación, al paso que en el rico la codicia.

Sin que pueda dudarse, señor, que de la manera que debe la América a la Corina, y católicas armas de Vuestra Majestad, y a su esclarecida piedad, y de sus gloriosos antecesores, el haber desterrado de ella la idolatría y el comer carne humana, y otros abominables y nefandos vicios, que frecuentemente acompañan a la ciega gentilidad, le debería también, si quisiesen los ministros inferiores, el desterrar de los indios este vicio, el cual respecto de los otros, es ligero y   —94→   mucho menos vehemente para defenderse en él, por suplirle el beber estas bebidas ilícitas los indios, con otras mucho más sabrosas que son lícitas; con que este defecto en una naturaleza como la humana, tan llena de imperfecciones, no hace que los indios desmerezcan la gracia y amparo Real de Vuestra Majestad, y su conmiseración, y el mandar que se ejecuten eficazmente sus santas y religiosas leyes, y el gran número de órdenes y decretos que tiene dados para la conservación de tan leales y humildes vasallos, y de la Real y católica Corona de Vuestra Majestad. Ni se admirará que vasallo, ministro y sacerdote tan obligado a Dios y al servicio de Vuestra Majestad como yo, y Padre espiritual de tantos hijos de esta nación como tengo en estas provincias, haya procurado y procure esforzar la razón y alivio de estos sus pobrecitos y miserables vasallos de Vuestra Majestad, y solicite ahora su conservación y consuelo, y más cuando me consta cuán gran servicio hará en esto a Dios y a Vuestra Majestad.

El obispo de la Puebla de los Ángeles.







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