Promete estar muy animado el té baile que el
próximo día de Reyes proyecta celebrar el Casino de Santiago.
Debido al gran número de inscripciones para el mismo la junta directiva
nos ruega le pongamos en conocimiento de los señores socios a fin de que
se inscriban antes del sábado a las nueve de la noche, que serán
cerradas las listas.
92
El Compostelano, 26-VII-1935.
C. Sánchez Rivera (Diego de Muros) resume las
actividades y la historia de la Sociedad cuando para dar noticia del homenaje
que la directiva del Casino le hizo para celebrar su nombramiento como cronista
de la ciudad:
Este propósito de un homenaje fue nacido, sin duda,
por el afecto, afecto éste nacido en el medio siglo que como socio
figuramos en sus listas. Pero, sin duda, más aún al pensar que
desde 1898 a 1938, o sean 40 años cumplidos, hemos sido su cronista en
El Eco de Santiago, en cuyas
múltiples y extensas crónicas que en sus columnas se guardan
hemos dado cuenta la brillantez de sus saraos, asaltos, bailes, conciertos de
música selecta, exposiciones de Arte, fiestas de caridad en beneficio de
los desheredados de la fortuna, entre ellas la ofrenda de preciosas y valiosas
muñecas regaladas por distinguidas señoritas de la buena sociedad
compostelana. Y triste recuerdo, en vísperas de serles entregadas, en
diciembre de 1921, destruyó un incendio todo el interior del edificio,
conservándose únicamente el mobiliario del famoso Salón
Amarillo, que tantos recuerdos guarda desde 1873 en que se inauguró este
edificio destinado, pues hasta esa fecha, y desde 1843, en que se fundó
el Casino con el nombre de «Recreo de Santiago», había
estado instalado en el Palacio del Marqués de Bendaña, hoy el
Vizconde de San Alberto, Plaza del Toral.
(C. Sánchez de Rivera [Diego de Muros],
Notas Compostelanas,
Historia-Tradiciones-Leyendas-Miscelánea, Santiago, Librería
y Editorial Sucesores de Galí, s. f., págs.
XIX-XX)
93
En la Sección de Modas de
El Eco de Santiago del 17 de julio de
1935 reproducía una fotografía cuyo pie decía:
Para un baile en el estío véase como esta
linda señorita luce con elegancia una espléndida
guarnición de flores, ejecutada en Ámbar que causará un
agradable efecto sobre un vaporoso traje de baile.
94
A. Pérez Lugín,
La Casa de la Troya, Santiago,
Librería «Galí», 76.ª edición, 1964,
págs. 123-124.
95
Ya hemos dicho que el Santiago que refleja
«Compostela» es una ciudad llena de niños y muchos de ellos
pobres, pidiendo. Este aspecto era motivo de preocupación y denuncia,
tanto por lo que suponía de explotación infantil, como por las
consecuencias sociales que ello generaba, ya que estos niños explotados
se convertían potencialmente en los vagos del mañana. Así
El Eco de Santiago publicaba el
artículo titulado «INSISTIENDO Sr. Alcalde: ¡Esos
niños!...»:
Hace algún tiempo, no mucho pero sí el
suficiente para que se pusiera remedio al mal, denunciamos en estas columnas el
deplorable espectáculo que a diario ofrecen en nuestras calles esas
turbas de criaturas dedicadas a la mendicidad que asedia al transeúnte
colgándosele de la chaqueta o enredándose en las piernas.
Esas tiernas criaturas condenadas a cargar desde la infancia
con el madero del dolor, son las más de las veces instrumentos ciegos
que obedecen al mandato de gentes desaprensivas a las que no les une
ningún vínculo sanguíneo y que solo los utilizan como
medio inicuo de explotación para mover la compasión de gentes que
no pueden ver sin inmutarse a esos seres ateridos, cubiertos de andrajos que en
medio de la calle imploran una limosna para llevar a sus «padres».
Es muy doloroso que así se trafique con la inocencia de esos
pequeñuelos a los que se obliga a pulular por las calles hasta avanzadas
horas de la noche, porque no pueden retirarse a sus domicilios, o a los de sus
explotadores, entretanto no tengan determinada cantidad.
El Sr. Alcalde puede, si quiere, con los agentes a sus
órdenes poner remedio a este problema de la mendicidad infantil, con lo
cual contribuiría a atajar un mal crónico que desemboca casi
siempre en la vagancia, progenitora de maleantes y delincuentes que llenan las
cárceles y siembran el terror en la sociedad.
Es una labor de profilaxis social a la que el señor
alcalde no puede negarse, castigando a esas personas desaprensivas que arrojan
en medio del arroyo a esas criaturas para despertar la conmiseración de
las gentes. Para esos entes que no saben de sentimientos y que solo se sirven
de los pequeñuelos para explotarlos, hay adecuadas sanciones, y para
esos desgraciados chiquillos debe haber refugios o Casas de Misericordia que
les priven de los tratos de quienes se llaman sus padres y no se portan
siquiera como padrastros.
Puesto el dedo en la llaga y el pensamiento en las doctrinas
del Crucificado, solo cabe esperar una solución de quien puede
hacerlo.
(El Eco de Santiago,
11-VI-1935)
96
El Pueblo Gallego, 29-VI-1933.
Véase María Esther Rodríguez Losada,
A época da IIª República
vista por Carlos Maside, Santiago, Xunta de Galicia, 1989, pág.
55.
97
El Pueblo Gallego, 3-VI-1933.
Véase María Esther Rodríguez Losada,
A época da IIª República
vista por Carlos Maside, Santiago, Xunta de Galicia, 1989, pág.
53.
98
A. Pérez Lugín,
op. cit., pág. 25.
99
Es la misma idea que encontramos a fines del siglo XIX en la
novela de José R. Carracido:
Arrastrado a venerar la aristocracia de las profesiones no
reparaba en la trascendencia de su función social. En la esfera
eclesiástica los párrocos eran para él la plebe de la
clase, sin importarle cosa alguna que no fuesen los encargados directamente de
la cura de almas, atendiéndolas y vigilándolas en sus necesidades
y conflictos desde que les ministraban el agua de gracia en las fuentes
bautismales para ingresarlas en la comunión de los fieles, hasta que con
el viático y el óleo santo las depuraban del pecado
disponiéndolas para el goce de la eterna bienaventuranza, nada de esto
consideraba, pero en cambio los canónigos, cuya misión se limita
a la contemplativa y ornamental del rezo solemne de las horas canónicas,
eran para nuestro bedel los sacerdotes distinguidos. El canónigo sentado
en un sitial, rico por lo primoroso de la talla, sin apenas levantar la voz,
porque hasta sus pulmones están suplidos por los de los salmistas
mercenarios que desde el facistol dilatan por las amplias naves de la Catedral
las robustas entonaciones del canto llano, era tipo incomparablemente
más selecto que el miserable cura de aldea enseñando la doctrina
a sucios y harapientos niños en el atrio de su iglesia o sufriendo los
rigores de una noche tormentosa para sacramentar a un moribundo, llegando en
esta exageración nobiliaria hasta lamentar el origen plebeyo de los
canónigos modernos en cuyas sepulturas no pueden esculpirse las riquezas
heráldicas que aún hoy se admiran en la sección del
claustro donde los antiguos fueron enterrados.
(José R. Carracido,
op. cit., págs.
43-44)
100
El conocimiento que don Ángel tiene de los
canónigos de entonces era muy directo, pues al fin y al cabo él
era sobrino de don Juan Antonio Rodríguez Villasante, uno de los
personajes más singulares del Cabildo compostelano del siglo pasado. Su
figura se agranda en mi imaginación por los versos que recitaba mi
querido profesor de Historia en el Instituto Gelmírez, don Manuel
Fernández: «Don Calixto, es el hombre más listo, que en el
mundo se ha visto, después de Cristo. Pero vino Villasante, y le puso el
pie delante». De hecho ambos personajes estaban tan vivos en la ciudad
que Torrente Ballester se inspira en ellos para su personaje de don
Procopio:
Después que se marchó [don Procopio] reclamado
por sus obligaciones quedé pesando en él, y sobre todo, en
cómo había aparecido y constituido en personaje. El origen de su
figura es, desde luego, la de don Calixto, un clérigo torpón que
fue mi profesor de Arqueología, pero muy mejorada: don Calixto
sabía poco y de una manera arbitraria, memorística y confusa, y
tenía, además una gran panza de comilón y unas manos
enormes llenas de sabañones en invierno, en tanto que don Procopio me
resultaba esbelto e incluso elegante, y sus manos eran finas, y su saber
parecía tocado de cierta gracia intelectual...
(Gonzalo Torrente Ballester,
op. cit., pág. 61)
El recuerdo de don Calixto aflora en otros párrafos de
la novela de Torrente, como por ejemplo cuando dice que «nombrar a Hegel
en la universidad es como nombrar a Satanás» (Ibidem, pág. 375), pues como me contó en una
ocasión don Antonio Bonet Correa, a él lo suspendió don
Calixto en la convocatoria de junio de la asignatura de Historia del Arte, por
nombrar a Hegel. Claro está que cuando en septiembre don Calixto le
preguntó por los impresionistas, él no tuvo ningún reparo
en manifestar que eran unos artistas libertinos que iban contra el poder
establecido rompiendo con todas las normas establecidas por el buen gusto, el
decoro y el arte, lo que le valió la calificación de
«notable».