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ArribaAbajoDibujos de «Compostela»

José Manuel B. López Vázquez



Universidad de Santiago

Francisco Vázquez Díaz, «Compostela», nos dejó una colección de 26 dibujos que constituyen el más amplio repertorio de imágenes conocido de la vida compostelana en los años finales de la Segunda República. El interés histórico de la serie es, en este sentido, excepcional, superando el artístico. Aunque debemos tener presente, y muy en cuenta, que es la tradición de géneros y clichés pictóricos la que está mediatizando la percepción que el propio «Compostela» tiene de las gentes y de la vida de su ciudad.

Precisamente el primer mérito de «Compostela» fue haber desplazado el foco de su interés desde la ciudad a las gentes. Las vistas de Santiago o de sus monumentos (en definitiva, los paisajes arqueológicos) eran si no abundantes, sí frecuentes, en nuestro arte, sobre todo a partir del triunfo de la estética regionalista.

Efectivamente: después de los precursores que constituyen los viajeros barrocos y, sobre todo, los románticos, Modesto Brocos inicia, a fines del siglo XIX, la moda de pintar los edificios compostelanos del natural, lo que llama, según su propio testimonio, poderosamente la atención entre sus conciudadanos que hasta entonces no habían visto cosa igual.

El fenómeno alcanza su culminación durante el primer tercio del siglo XX con los paisajes de atmósfera rembrandtesca de Tito Vázquez y, sobre todo, ya en los años finales de los veinte y los primeros años de los treinta, en la explosión de luz y color que son los óleos del primer Villafínez.

Pero, si exceptuamos los retratos, el tema de las gentes y costumbres de Santiago estaban casi totalmente inéditos en nuestro arte. Es cierto que a fines del XIX aparecen los primeros tipos, centrados fundamentalmente en los marginados sociales, como vemos en Las notabilidades de mi pueblo de José Garabal Louzao o en las representaciones de Campanachoca y la Pindonga realizadas por Vicente Valderrama Mariño o Guisasola, pero estos son ejemplos muy esporádicos que no se prodigan con más asiduidad en la primera década del siglo XX, en la que seguimos encontrando pocos ejemplos, entre los que destacan La noticia del día y As rexoubeiras de don Mariano Tito Vázquez. Este pintor también se interesa por el tema de los gritos, ilustrado a través del O neno de «El Eco de Santiago» representado voceando su mercancía. De hecho hemos de esperar a los representantes de la generación del 17, como Juan Luis, Corredoyra, Castelao, Asorey, y posteriormente a los más viejos de «os novos», como Eiroa, Maside..., para que el catálogo se amplíe notablemente, a finales de los años veinte y a principios de los treinta, como fruto tardío de la estética regionalista.

Es, precisamente, en este mismo ambiente en que debemos situar los dibujos de «Compostela». Su visión socarrona (retrancuda), entronca con la de Castelao o la de los trabajos de Asorey para el Salón de los Humoristas, mientras que la «ingenuidad» de su estilo, abandona las preocupaciones de depuración estilística que encontramos tanto en el arte del rianxeiro como en el del cambadés durante la segunda década del siglo, por un arte con menos oficio, como corresponde a la renovación estilística que vivía el arte español después del Salón de los Artistas Ibéricos, celebrado en 1925, y que también encontramos en su vertiente popular en los dibujos «primitivistas» de Castelao o en obras como el Rezo de Beatas y Beatiñas de Asorey.

Lo que no cabe duda ninguna es del carácter ingenuo de estos dibujos, muy apropiado a la finalidad de «divertimento» de artista que los dibujos poseen, y que no atañe sólo a su trazo infantil, acentuado por la técnica empleada en el manejo de los lápices de colores, que los convierte claramente en dibujos coloreados, ya que «Compostela» nunca dibuja con el color, sino que rellena con éste un dibujo previo. No, la ingenuidad estriba ya en la propia concepción de la imagen, con un punto de vista estrictamente frontal y con las figuras dispuestas en paralelo al plano del fondo, el cual, a su vez, como si se tratase de un decorado teatral, se cierra con una representación arquitectónica. Todo lo más «Compostela» intenta mover la imagen descentrando y rompiendo la simetría de la arquitectura del fondo y sólo en el dibujo Día de visita del Hospital, el descentramiento de la imagen se hace más acusado llegando a un acotamiento, al utilizar un punto de vista alto, que permite que las figuras del primer término aparezcan cortadas por la cintura.

A ello debemos añadir que no sólo no existen líneas de fuerza que estructuren la composición, sino que el principio compositivo es el de la mera agregación: la figuración (si exceptuamos Misa en las Ánimas) se conforma en grupos que se yuxtaponen al espacio definido a priori arquitectónicamente y que actúan totalmente independientes entre sí, sin intentar integrarse en el conjunto, bien sea por la fusión o bien por la contraposición con los otros grupos. Por otra parte, incluso recursos tradicionales para marcar la tridimensionalidad como es la disminución de los tamaños de las figuras en profundidad y, ya no digamos, el manejo de las líneas de fuga según las reglas de la perspectiva renacentista (véase por ejemplo los enlosados) brillan por su ausencia. En este contexto es, entonces, fácilmente explicable la despreocupación total por la captación de la luz. Y como consecuencia de todo ello es obvio el carácter ingenuo y sin oficio que desprenden los dibujos.

El Santiago cotidiano, con sus monumentos, rúas y casas, pero también con sus gentes queda convertido, en estos dibujos, en el escenario teatral (que nos recuerda a los utilizados en el momento en la representación de las zarzuelas o en las escenografías de Camilo Díaz), donde se destacan los protagonistas. El trasmundo que está trasmitiendo el escenario y los figurantes es el de una ciudad levítica y clasista en la que lo urbano convive simbióticamente, pero nítidamente diferenciado, con lo rural. Consecuentemente estamos ante una ciudad en donde ya no las ceremonias religiosas, sino el clero son omnipresentes, y las distintas clases sociales aparecen claramente separadas y diferenciadas principiando ya desde el mismo modo de vestir. En esta ciudad tan estratificada, el menor cargo de representación es un honor que insufla de vanidad a quien lo ostenta. Por ello, ya no los miembros destacados de las fuerzas vivas, sino los más humildes preceptores pavonean ostentosamente su cargo. Pero unos y otros sólo se relacionan de tú a tú (aunque ellos no apeen nunca el usted) con los que consideran sus iguales. Además los dibujos trasmiten también una ciudad, que a diferencia de la Compostela actual, aparte de curas, estaba llena de militares, señoritos, vendedores de todo tipo, niños y muchos pobres59. Finalmente si de la individualidad de los dibujos pasamos a su visión de conjunto, también apreciamos que la vida de la ciudad, como había sucedido en los siglos anteriores60, sigue girando en torno a dos grandes ejes: la Catedral y la Universidad.

Siguiendo el esquema de géneros pictóricos, que repito media la percepción que «Compostela» tiene de la ciudad, los dibujos pueden ser clasificados como escenas de costumbres, tipos, gritos y cuadros de historia. En ellos se pueden establecer además subgéneros. Como, por ejemplo en el primero, paseos, excursiones y ceremonias


Escenas de costumbres


Paseos

En el Santiago de los años treinta, el esparcimiento principal que disfruta las gentes que tienen tiempo para permitírselo es el paseo. El Paseo por antonomasia en la Compostela de entonces, era el de la rúa del Villar: desde las ocho de la tarde hasta las nueve y media o diez de la noche, familias burguesas, militares y estudiantes (obsérvese que es uno de los pocos dibujos en el que no figuran sacerdotes), conformaban una riada de ida y vuelta yendo de un cabo a otro de la calle.

A veces la marea de gente era tan asfixiante61 que era necesario buscar itinerarios alternativos. Quienes podían vencer con facilidad la creciente pendiente, o simplemente tenían ánimos para hacerlo, elegían entonces ir desde entrada de la Alameda hasta la «raya»62, subiendo por Bautizados (que por su estrechez para albergar a tanta gente se le llegó a denominar «el tubo de la risa»), Cantón del Toural, Huérfanas, Calderería, hasta el final del Preguntoiro y volver a empezar. Y quienes no estaban en edad de merecer y lo único que pretendían eran solazarse con la compañía y la conversación de un amigo mientras caminaban deteniéndose a cada paso, todavía podían elegir pasear por la rúa Nova e incluso dar vuelta a la Herradura adentrándose por el Paseo de los Leones, huyendo, eso sí, de cruzar por el Paseo de la Palmeras, si no se quería ser tildado de espantapájaros o de mala intención (como señala M. Rey Busto en su artículo «La vida en Compostela»63) por las parejas de enamorados que se sentaban en sus bancos.

Otro paseo famoso en Santiago era el de los Seminaristas, que también recoge «Compostela» en el dibujo fechado el 16 de junio de 1935. Las bondades que apartaba el paseo para los eclesiásticos que vivían en comunidad era tanta que gozaba no sólo de un alto predicamento, sino incluso pedigrí, pues estaba ya prescrita en la Regla de San Benito. El desfogue que permitía el paseo, se completaba con la práctica de deportes. Ello explica que del Seminario compostelano salieran extraordinarios jugadores de fútbol.

El paseo de los seminaristas era los jueves por la tarde. Filas larguísimas de futuros clérigos dispuestos por cursos y estatura (como recoge también el dibujo de «Compostela»), conducidos por el Director de Disciplina (el que lleva sotana, manteo y sombrero de teja), bajaban por la Costa Vella o la Costa Nova camino de Vista Alegre y O Pedroso. Otras veces (como parece que es este caso), el itinerario era el de la rúa del Villar, Alameda y los Campos de don Mendo (que antaño dieran albergue a la Exposición Regional Gallega de 1909 y que actualmente constituyen lo que los compostelanos seguimos llamando la Residencia y los neófitos «El Campus sur») hacia San Lorenzo.

Con su peculiar bonete cuadrado y teniendo buen cuidado de que sus becas rojas no volasen, de ahí que muchos hubieran de llevarse las manos a ellas para sujetarlas, los seminaristas debían soportar con estoicismo la burla de los compostelanos que les gritaban: «Cúa, cúa, mañá chove», como parece que están haciendo los niños del primer término del dibujo. Ante tales gritos, los «cúa-cúas» pasaban impertérritos, manifestando, según su carácter, más o menos orgullo y vanidad, y, mostrándose, por lo menos aparentemente, alejados de las tentaciones de la carne que el Mundo les ofrecía, representadas en el dibujo la grácil modistilla, que con su caja de repartir a la cadera, mira con interés hacia ellos, quizá tratando de reconocer un amor. En este sentido, otras burlas eran menos metafóricas64, como por ejemplo, las de una mujer de origen muradano, que a la altura de San Francisco les gritaba siempre a su paso: «¡Canto Xudas! ¡Canto Xudas!...», pero éstos eran verdaderamente casos excepcionales y anecdóticos.

Un tercer paseo era el de las Niñas de la Enseñanza, al que nos referiremos posteriormente y el de los Niños de coro en su traslado desde la Catedral al Seminario de Confesores de Raxoi, lo que actualmente conocemos como Pazo de Raxoi, en donde vivían.




Peregrinaciones y excursiones

El dibujo Peregrinación extranjera, fechado en julio de 1935, y en el que un sacerdote con manteo explica la Puerta Santa a un nutrido grupo conformado en realidad por individuos exóticos que funcionan como arquetipos entre los que no puede faltar el inglés de bombachos y la mujer de raza negra con el perrito, en principio, puede hacer referencia, sin más, a una de las peregrinaciones extranjeras que durante dicho año llegaron a Santiago. Así El Eco de Santiago recogía, el 7 de junio, la noticia de una Peregrinación Francesa, acompañada por el reverendo padre Olivier, señalando que tras celebrar misa en la Catedral:

... una vez finalizada esta prosiguieron su visita a la ciudad, recorriendo los monumentos que ayer no habían podido admirar.

Esta tarde, después de almorzar en el Hotel Compostela, en donde se alojan, marcharon en el magnífico ómnibus que traían, al valle del Ulla, para contemplar las bellezas de aquellos parajes y visitar el Palacio de Oca. Regresaron al anochecer. Mañana saldrá para Vigo.



A veces la peregrinación se confundía simplemente con turismo. Así el mismo periódico recogía, el 29 del mismo mes, la noticia de la visita de turistas ingleses y alemanes procedentes de los puertos de A Coruña (200), Vilagarcía de Arousa (500) y Vigo que

acompañados de varios guías intérpretes de los barcos en que viajaban, recorrieron todas los monumentos arquitectónicos de Compostela.



Aunque «Compostela» no pretende retratar a los personajes. Es posible que al representar al sacerdote que explica a los peregrinos la Puerta Santa tuviera en mente a don Jesús Carro García, la figura clave en la difusión de las peregrinaciones, pero también del turismo compostelano, en unos momentos en los que en la ciudad, con la marcha del Patronato Nacional del Turismo y la laicalización propuesta por los Gobiernos republicanos65, ambos conceptos eran fruto de debate y controversia.

Así, en unas fechas tan tempranas como las del 20 de abril de 1929, todavía bajo la monarquía, Carro publicaba en El Eco de Santiago un artículo en el que no sólo manifestaba la importancia de la industria turística por ser «la más remuneradora de todas», sino que proponía como idea fundamental para mantener dicha industria la de «atraer y retener», eslogan que todavía hoy sigue siendo perfectamente válido, cuando vemos que nuestros turistas apenas si están un día en la ciudad.

En otro artículo, publicado en El Faro de Vigo ya el 25 de julio de 1934, Carro, todavía es más explícito, pues además de abogar por la necesidad de hacer buenas campañas de propaganda, mejorar las infraestructuras y evitar los abusos a los turistas, plantea el problema no sólo de atraer y retener al turista, sino de recuperar al peregrino, en un momento en el que ideal laico, propiciado por la propia República, parecía imponerse definitivamente:

La propaganda de retener al turista no se ha hecho eficazmente. Hubo una tendencia más bien contraria. Triunfaron los partidarios de la propaganda de atracción, espejismo, sin mirar a las consecuencias del engaño. Y se atacó sañudamente la marcha del Patronato Nacional del Turismo. No servía para nada y se gastaba muchísimo. Los que opinaban así eran los mismos que se indignaban porque, queriendo limitar gastos, renunciaba a seguir sosteniendo una Exposición de arte contemporáneo. Y con estos criterios, se ha llegado al ideal de la mayoría de los organismos, no poder actuar por falta de energía. Y todos muy callados y muy contentos.

Hay, si se quiere hacer algo, que rectificar lo pasado. Poner cada cual, en su rincón un poco de trabajo y de sacrificio. No permitir que la carga sea solamente de unos cuantos, siempre los mismos, como si tuvieran ya una obligación.

Los compostelanos deben velar y trabajar por el engrandecimiento y prosperidad de su ciudad, monumentalmente una de las más importantes de norte de España. Tienen que fundamentarse en su propio esfuerzo, y ya que «Santiago» no es capital de provincia y nada puede esperar de sus enemigos. Estos han sabido aprovecharse de la tan consabida apatía compostelana, fomentada por ciertos elementos de influencia sobre de «no tocar» una aspiración tan justa como la de ser una provincia más de Galicia.

Por eso Santiago vive tan asfixiado, con licencia del carcelero, sin propia libertad e iniciativa. El que es inferior, en categoría, tiene siempre que someterse al superior. La mayoría de los compostelanos nunca pensaron en estas pequeñeces. No es extraño que otros sepan aprovecharse.

Santiago que es un punto marcadamente turístico, le conviene propagar y sostener el turismo individual, el viajero que viene a estudiar y a saturarse de un ambiente de tantos siglos de arte y de historia.

Es más: Santiago debe resucitar el movimiento de las peregrinaciones al Sepulcro del Apóstol. Volver a la devoción antigua y que su Santa Basílica sea visitada por peregrinos y romeros. Que se escuchen todas las lenguas conocidas. Venir con verdadera fe a postrarse ante el altar de Santiago y recordar la de nuestros antepasados.

Hay que confesar que se ha olvidado a Santiago. La devoción religiosa se ha encaminado por otras rutas. Ha sido maniobra peligrosa. Santiago, como su granito resiste, calla y espera. Su afamado santuario, en una región como la gallega, no podía concebirse por cerebros españoles. Y hubo sus dudas.

Ahora parece que la táctica se cambia. Se quiere hacer de Santiago un símbolo. Nuevo error. El Apóstol no puede tener otra significación que la que tuvo siempre y fomentaron sus romeros y peregrinos.

Hay que tener muy en cuenta esto. El santuario jacobeo ha de esforzarse, principalmente, en propagar la devoción de su Santo Apóstol. La ciudad ha de saber lo que refiere el Códice Calixtino en el capítulo XI del libro V: «... que los peregrinos de Santiago, ya pobres, ya ricos, por derecho han de ser recibidos y atendidos diligentemente».

Apliquemos las mismas palabras a todas los turistas que visitan nuestra ciudad, maravilla de arte y que se debe al culto del Apóstol Santiago el Mayor66.



Como consecuencia de la difusión de las ideas pedagógicas de la Institución de Libre Enseñanza, durante la República se hicieron cada vez más frecuentes las excursiones de escolares para recibir directamente las enseñanzas sobre el objeto o la naturaleza. Ellas estaban acompañadas de otras actividades que buscaban la formación integral del alumno, como eran las de los concursos literarios, las sesiones de cinematógrafo, las audiciones musicales y las competiciones deportivas67. A este nuevo clima educativo es precisamente a lo que parece remitir el dibujo Excursión escolar, Instituto X, que «Compostela» fecha en 1935.

La prensa recoge en dicho año una excursión

formada por cerca de un centenar de alumnos de siete escuelas nacionales del ayuntamiento de Ares, El Ferrol, dirigida por sus respectivos profesores68.



Otra del Instituto Jovellanos de Gijón69, y hasta dos del Instituto de Segunda Enseñanza de A Coruña, ambas a cargo del profesor don Ángel del Castillo:

Anteayer domingo, llegó a esta ciudad una excursión de estudiantes de cuarto de Bachillerato del Instituto de La Coruña.

Acompañaba a los escolares, el profesor de dicho centro don Ángel del Castillo.

Las excursionistas visitaron durante la mañana la catedral y el Palacio de Gelmírez, escuchando ante el Pórtico de la Gloria y otras obras artísticas e históricas dignas de mención las doctas explicaciones que sobre las mismas daba el Sr. Del Castillo, sólida autoridad en la materia.

Por la tarde continuaron la visita de los monumentos y de noche se improvisó en el Recreo Artístico un asalto que estuvo muy animado, quedando los excursionistas encantados de la gentileza de la sociedad que les proporcionó en sus salones un agradable momento de esparcimiento.

Cerca de las nueve los escolares, entre los que predominaba el bello sexo, salieron para la ciudad herculina, llevando una magnífica impresión de la grandiosidad monumental de Compostela70.



El domingo a las diez y media de la mañana llegó a esta ciudad una excursión formada por setenta alumnos de ambos sexos, de cuarto y quinto año de bachillerato, del instituto de La Coruña, la excursión fue organizada y presidida por el profesor Ángel del Castillo, a quien acompañaba su esposa. Visitaron los principales monumentos de Santiago. A las cinco de la tarde fueron obsequiados con un baile en el Recreo Artístico y a las diez de la noche regresaron a La Coruña71.



Sin embargo, es posible que el dibujo estuviera inspirado, a juzgar por la vestimenta veraniega, y las dos escenas de costumbres que la acompañan: la del canónigo conversando con los dos señores y la de la criada cortejada por los soldados (claramente diferenciable de un oficial porque lleva la borla roja)72, en otra excursión como la que el 31 de mayo, realizaron los alumnos del Instituto de Ribadeo:

Ayer estuvieron en Santiago 28 alumnos del Instituto de Ribadeo que verifican una excursión docente por toda Galicia dirigidos por los profesores D. Román Sarto, S.ª Manuela Molina Arboredo y D. Aniceto Covelo.

Esta excursión procede de La Coruña. Después de recorrer los monumentos compostelanos y después de ver funcionar el botafumeiro siguieron viaje a Vigo. Continuaron a Santa Tecla. Orense y Lugo, para regresar a Ribadeo73.



Pero el dibujo de «Compostela» nos dice mucho más. En vez de representar al profesor explicando un monumento, como puntualmente recogen que hacían las gacetillas periodísticas, el artista lo figura disertando ante la estatua de Rosalía que hacía unos pocos años se había colocado en el paseo de la Herradura. Ello nos está hablando de un tipo de profesor no sólo defensor de un conocimiento integral para sus alumnos, sino que además trata de inculcarles un profundo amor a Galicia, entonces plenamente vigente gracias al clima autonomista que se respiraba en una parte de la sociedad gallega, y que a menudo se simbolizaba paradigmáticamente en la figura de la poetisa compostelana. Es decir un tipo de profesor como los que arquetípicamente se aunaban en el Seminario de Estudos Galegos y cuyas ideas no serían muy distintas a las del sacerdote Carro García, también miembro de dicho Seminario, quien el primero de enero de 1936 abogaba por la necesidad de preparar no sólo el próximo año santo de 1937, sino también de celebrar como se merecían los centenarios de dos insignes santiagueses, como eran Rosalía de Castro y Antonio López Ferreiro:

Rosalía de Castro, la cantora de Galicia, nació el 21 de febrero de 1837. S. Antonio López Ferreiro, literato, historiador y arqueólogo, el 9 de noviembre del mismo año. Esas dos fechas no pueden pasar inadvertidas, para los que se estiman como verdaderos gallegos, Rosalía de Castro y López Ferreiro, dos símbolos, expresan un mismo ideal de libertad para su tierra. La canta Rosalía en hermosos versos, mientras el canónigo compostelano la da a conocer en sus concienzudos estudios históricos. Galicia, por lo tanto, tiene que celebrar con toda pompa los dos referidos centenarios. El de Rosalía poetisa del alma gallega; y el de don Antonio López Ferreiro, arqueólogo eminente y el autor más autorizado de nuestra historia regional74.



Los alumnos de segunda enseñanza son sustituidos por adultos en el dibujo que «Compostela» rotula como Cursillistas. Santiago era entonces, como ahora, una ciudad de cursillos. En los periódicos de la época se anuncian con frecuencia cursillos de todo tipo75. Sin embargo, el hecho de que estos cursillistas estén retratados ante el Colegio de San Jerónimo, en donde desde su creación en 1849, se albergaba la Escuela Normal, me lleva a pensar que estamos ante maestros y particularmente ante los desgraciadamente famosos cursillistas del 36. El dibujo de «Compostela» adquiere así un contenido ideológico mucho más profundo, pues más allá de una mera escena de costumbres, está incidiendo en uno de los temas cruciales del momento, como es el de la reforma de la Enseñanza.

Y es que, desde un primer momento, la República había basado su programa de cambio social e implantación de una nueva sociedad, en una ambiciosa reforma del sistema educativo. Para ello veía como imprescindible no sólo elevar el nivel cultural del país, sino también rescatar de las manos de la Iglesia la enseñanza. Lo cual llevó a un enorme esfuerzo dirigido tanto a la creación y dotación de numerosas escuelas como a la dignificación y formación del maestro como se recoge en las consideraciones del Decreto de 29 de septiembre de 1931:

Urgía crear Escuelas, pero urgía más crear Maestros, urgía dotar a las Escuelas de medios para que cumpliera la función social que le está encomendada, pero urgía más capacitar al Maestro para convertirlo en sacerdote de esta función; urgía elevar la jerarquía de la Escuela, pero urgía igualmente dar al Maestro de la nueva sociedad democrática la jerarquía que merece y merecerá haciéndole merecedor de ella76.



Las consecuencias prácticas será la implantación del «Plan Profesional» de 1931, desarrollado en el Reglamento de 1933 que establecía la formación del magisterio en tres periodos: uno de formación cultural en los institutos de segunda enseñanza (lo que entrañaba ya una novedad, pues ahora se exigía el título de bachillerato para acceder a una Escuela Normal), un segundo periodo, a partir de los 16 años, de capacitación profesional en las Escuelas Normales, y un tercero, de un año de duración, ejerciendo como alumnos-maestros en prácticas. Superadas estas fases, y sin tener que realizar oposición alguna, se les nombraba maestros en propiedad, con un salario de entrada de 4.000 pesetas

Como solución transitoria, mientras los maestros procedentes del nuevo plan no fueran suficientes, los maestros procedentes del plan anterior (1914) se seleccionaron, sustituyéndose las antiguas oposiciones -que, recordemos, habían sido suprimidas- precisamente por unos cursillos de selección profesional. Estos maestros son los representados en el dibujo, lo que explica su edad e incluso la incipiente calvicie de muchos de ellos. Estos cursillos de selección se realizaron en 1931, 1933 y 1936. Obviamente los representados en el dibujo son los del Cursillo del 36. Ellos tuvieron la desgracia de que los cogiera la guerra sin haber tomado posesión de su plaza y como el proceso de selección fue anulado por el franquismo, muchos tuvieron que esperar a poder hacerlo con la restauración de la democracia77, que les reconoció sus derechos.




Ceremonias

En una ciudad como Santiago en la que, como hemos dicho, la Universidad y la Catedral constituían el motor de su vida, dos ceremonias destacaban anualmente sobre todas: la inauguración del Curso Académico y la Ofrenda al Apóstol.

El dibujo que «Compostela» rotula como Apertura de Curso figura precisamente la primera. En vez del paraninfo, el artista eligió el momento de la recepción en el Salón Rectoral, quizá porque en ese año de 1935 se había suprimido la lección inaugural como recoge la prensa del momento:

La apertura del curso académico: En la Universidad facilitaron la siguiente nota «en conformidad con la Orden comunicada del Ministerio de Instrucción Pública fecha 9 de septiembre del año actual, el Rectorado ha dispuesta omitir la celebración de la sesión solemne de apertura de curso, si bien declaró no lectivo el día 1 de octubre. En consecuencia, las clases comenzarán el miércoles día 2.

El notable discurso que con motivo del nuevo curso académico ha escrito el ilustre catedrático de la Facultad de Medicina don Valentín Pérez Argiles acerca de "La esterilización sexual" se hará llegar a la Prensa, a los estudiantes y a todas las personas y entidades»78.



La visión que «Compostela» da del Salón Rectoral es fruto más de una impresión que de una representación veraz. Aunque tras la reforma de fines de los 60 llevada a cabo en el edificio central de la Universidad, el Salón Rectoral representado por «Compostela» ya no existe, podemos asegurar que esto es así, tanto por los testimonios de los profesores que conocieron dicho salón, como por el hecho de que estén colgados en la pared dos retratos en los que los personajes aparecen representados con muceta y birrete de los que no hay referencia alguna de su existencia en los inventarios de la Universidad.

La misma sugestión de conjunto más que de detalle lo tenemos en los personajes representados. En ningún caso estamos ante un auténtico retrato, ni tan siquiera ante una caricatura. Aunque podría haber, eso sí, sugerencias inspiradas en tal o cual personaje (por ejemplo, la corpulencia del profesor de Medicina en el lado izquierdo de la composición pudiera remitirnos al doctor Novo Campelo o el profesor de Ciencias que dialoga animadamente con el de Farmacia en el centro del dibujo, ante la atenta mirada del guardia civil, pudiera recordarnos a don Tomás Batuecas79), lo que realmente le interesa a «Compostela» es retratar los distintos estamentos que están representados en el acto. Ya he dicho anteriormente que la visión que constantemente nos remite «Compostela» en estos dibujos es la de una sociedad profundamente jerarquizada y en la que, más que el individuo, lo que importa es el cargo o la representación que ostenta.

«Compostela» representa entonces a los profesores universitarios presididos por su rector Montequi, definido por su traje académico de color negro. Los colores de las mucetas remiten a las facultades entonces existentes en la Universidad: amarillo Medicina, morado Farmacia, rojo Derecho y azul Ciencias y Filosofía y Letras. Dentro de este clima de mera impresión, «Compostela» no se paró a diferenciar las dos tonalidades de azul, oscuro y claro, que distinguen a las dos últimas facultades.

El Rector aparece cogiendo de las manos al alcalde compostelano (en estos momentos el radical socialista Vázquez Enríquez), caracterizado por el traje civil y el bastón de mando, y a un canónigo, que sin duda ostentaba en este caso la representación arzobispal o del Cabildo, y está, además, acompañado por un militar de infantería, el comandante en plaza. En el centro de la composición, totalmente de espaldas aparece representando un guardia civil, fácilmente reconocible por el tricornio que sostiene con su mano derecha, y aunque no veamos sus galones, podemos suponer que se trata del capitán a cuyas órdenes se encontraba el destacamento de Santiago. Finalmente, mezclado entre los profesores se representa un padre franciscano, posiblemente el superior del convento, cuya presencia como cargo de representación era entonces obligada.

La otra ceremonia, la Ofrenda al Apóstol, aparece recogida en el dibujo que «Compostela» identifica como Salida de la comitiva de la Ofrenda y data también en 1935. Dicha ofrenda, instaurada en 1643 por el rey Felipe IV, se celebraba y aún se celebra en la mañana del 25 de julio. Hasta la República la Ofrenda era presentada por el Rey o persona en la que él delegara, pero con el nuevo régimen, en la pugna que mantienen los representantes del Estado por desligarse de la Iglesia, el poder público, no sin disensiones entre los miembros de la Corporación compostelana, decayó de sus derechos a partir de 1934 y será la Archicofradía del Apóstol quien a partir de entonces la encargada de la ceremonia invitando a una institución a presentar la Ofrenda, convirtiéndose el acto en una manifestación del catolicismo más vehemente frente a un ambiente que siente como cada vez más hostil. En 1934 la Ofrenda la realizaron los Caballeros de la Orden Militar de Santiago, y en su nombre el obispo de Ciudad Real, prior de las Órdenes Militares, y en este año de 1935 la encargada fue Congregación de Caballeros de Nuestra Señora del Pilar, como recoge El Compostelano:

UN ENCARGO HONROSÍSIMO PARA LOS CATÓLICOS DE ARAGÓN

SE TRATA DE LA OFRENDA AL APÓSTOL SANTIAGO

LA HARÁN ESTE AÑO LOS CABALLEROS DEL PILAR

Con los anteriores títulos y en gruesos caracteres publica el importante diario de Zaragoza El Noticiero el siguiente suelto que con gusto reproducimos:

«La Archicofradía del glorioso Apóstol Santiago canónicamente erigida en la Catedral Basílica de Compostela, en el deseo de dar este año la mayor solemnidad posible a las fiestas patronales de dicha ciudad, se dirigió recientemente a la Congregación de Caballeros de Nuestra Señora del Pilar, de Zaragoza, invitando a éstos para que fueran en colectividad a la ciudad del Apóstol durante los días 24, 25, 26 y 27 del próximo mes de julio y ser ellos los encargados de hacer la tradicional Ofrenda llamada del Voto, en la festividad del día 25, pronunciando la invocación del Santo Patrón de España el presidente de los "caballeros" D. Manuel Gómez Arroyo.

A tan insigne invitación contestó la congregación de "caballeros" con el siguiente telegrama: "Con satisfacción plena le comunico (al señor presidente de la Archicofradía de Santiago) acuerdo unánime de la Junta Directiva Caballeros Nuestra Señora del Pilar, aceptar con honda emoción honroso cometido Ofrenda Santiago Apóstol. Ante Santo Pilar pediremos que Dios nos bendiga para que sepamos corresponder singular distinción. Fraternal saludo, Junta de la insigne Archicofradía. Manuel Gómez Arroyo".

Nuestro venerable Prelado el excelentísimo señor arzobispo de Zaragoza, ha acogido también la idea con el mayor entusiasmo ya que su realización será un acto muy trascendental de afirmación de fe católica.

Nos consta que con tal motivo los santiagueses prestarán la mayor cooperación a la Archicofradía para poder alojar y hacer grata la estancia en aquella ciudad a cuantos aragoneses y devotos de la Virgen del Pilar vayan allá el día 25 de julio, estrechando así los lazos de unión entre Zaragoza y Santiago, ciudades hermanas por sus fervorosas tradiciones...»80.





«Compostela» representa entonces lo que indudablemente era para él una ceremonia devaluada. Ante la atenta mirada de sólo dos niños, tras el pendón de la Archicofradía del Apóstol, caminan los cargos de representación entre los que se incluyen en el lugar de honor, el superior de los franciscanos (tocado, ahora, con sombrero) y, sorprendentemente, el capitán de la Guardia Civil. Luego los siete personajes que forman la presidencia y de los que el del centro sería Manuel Gómez Arroyo, el encargado de presentar la Ofrenda, acompañado por la directiva en pleno de la Liga de Amigos con los Caballeros del Pilar de Zaragoza. La poca importancia que desde los poderes públicos se concede a la comitiva viene resaltada, por el hecho de que ésta aparezca cerrada por dos simples guardias de seguridad en traje de diario.

El testimonio que El Compostelano nos ofrece de la comitiva es mucho más completo:

A las diez hicieron su entrada por la puerta del Obradoiro las Comisiones. Caballeros de Santiago Sres. Marques de Santa Cruz de Rivadulla, Vizconde de San Alberto, Conde Outrán, barones de Caricova, Campillos de Azara, Saenz de la Revilla, duques de Medina de las Torres y de Soma, con la mayoría de los concejales del Ayuntamiento y la directiva en pleno de la Liga de Amigos con los Caballeros del Pilar de Zaragoza, presididos por el encargado de pronunciar la ofrenda, D. Manuel Gómez Arroyo.

En esa entrada una Comisión de Canónigos recibió a dichas representaciones dirigiéndose al altar mayor y colocándose el Delegado encargado de pronunciar la Ofrenda del lado del Evangelio. Seguidamente organizóse la procesión en la que funcionó el botafumeiro, que fue la admiración de los zaragozanos, lo mismo que la solemnidad de los cultos celebrados en nuestra basílica81.



El testimonio de Vida Gallega y por la foto de Ksado que publica bajo el epígrafe «Como en el tiempo de las peregrinaciones»82, demuestran además que la llamada del Arzobispo maño de convertir el acto en «muy trascendental de manifestación de fe católica» tuvo una excepcional acogida. Cientos de aragoneses peregrinaron a Santiago acompañando a los oferentes el día 25, y cuya entrada en la Catedral por la Puerta de Platerías fue presenciada por cientos de personas y resaltada, incluso, a los sones de una banda de música

El obispo de Tui, administrador apostólico de la sede compostelana vacante desde la muerte de fray Zacarías, no desaprovechó la ocasión para hacer en su homilía de contestación a la ofrenda una «manifestación de fe católica», denunciando el ateísmo y la depravación que amenazaban a la sociedad española. El mensaje último de su discurso, que no era otro que el de los nostálgicos del antiguo régimen, resultaba obvio: la libertad mal entendida a la que abocaba el nuevo régimen no era sino libertinaje, impiedad y rebeldía aniquiladora y sus consecuencias de seguir así serían un nuevo castigo divino en forma de sangre y de fuego:

¡Ah miradla sobre el Pilar bendita entre todas las mujeres; y en sus brazos Jesucristo! De los labios de Jesucristo brotaron las palabras de Fe divina, consignadas en el Evangelio, dirigidas a sus Apóstoles y entre ellos a Santiago: «Tened por cierto que yo estoy con vosotros todos los días hasta la consumación de los siglos». Y de los labios de la Virgen, según piadosa y sólida tradición, salieron palabras semejantes, enderezadas a España.

Y Jesús cumplió su promesa y María también ha cumplido la suya, y la Fe de Cristo y su vida de esperanza y amor no se ha extinguido ni cuando en los primeros siglos el poder romano quiso anegarla en sangre de mártires; ni cuando en la edad media quisieron segarla las cimitarras de Mahoma; ni cuando quisieron apagarla el huracán helado de la seudo-reforma protestante y los extravíos alocados y lujuriantes renacentistas, ni tampoco pudieron ahogar la Fe y vida de Cristo las polvaredas seudo-científicas del filosofismo enciclopédico, ni más tarde el culto idolátrico, o casi, de la libertad mal comprendida y falseada; ni posteriormente en nuestros días la inundación horrenda de ateísmo, mezcla espantosa de rebeldías aniquiladoras y de lubricidades indignas del cristiano y en pugna con los prestigios más rudimentarios de la personalidad humana.

[...] Y concretando: vivamos vida cristiana viviendo crucificados con Cristo, enamorados de la Cruz y de la mortificación cristiana, en lucha con las pasiones abyectas de la carnalidad como nos lo amonesta San Pablo inculcando enseñanzas y preceptos del Maestro y Legislados divino. Crucifiquémonos todos para la gran cruzada recientemente emprendida contra la pública inmoralidad, que en forma tan asquerosa y terrible se manifiesta en las modas del vestir y en los salones de espectáculos y en las playas y en todo género de publicaciones de prensa. ¡Cuán horrendo es este diluvio de placeres obscenos que está descargando sobre la humanidad y sobre España! Tras de este diluvio de aguas podridas, pestenciales... ¡ay! no permita Dios que venga sobre nosotros un diluvio de sangre y de fuego...83



Mientras que oficialmente se desligaban de la Ofrenda (aunque la mayoría de los concejales compostelanos a título particular siguieron asistiendo a la comitiva), las instituciones republicanas pusieron el acento en convertir el día de la festividad del Apóstol en el día de Galicia. Con tal motivo el Ayuntamiento realizaba una procesión cívica que partiendo del Obradoiro se dirigía a la estatua de Rosalía en la Alameda. Ésta es la procesión que Compostela representa en el dibujo Fuerzas Vivas; Procesión cívica, datándolo en el año 1935. De esta procesión da noticia El Compostelano diciendo:

LA PROCESIÓN CÍVICA

Ésta salió pasada la una. No tuvo la concurrencia de años anteriores. Las representaciones que acompañaron al Ayuntamiento fueron también pocas. Redújose este acto a un discurso del alcalde accidental Sr. Méndez Bartolomé, expresando su amor a esta región84.



La razón de la menor afluencia lo encontramos en la noticia publicada en el Eco de Santiago:

EL DÍA DE GALICIA

En Santiago

Organizados por el Partido Galleguista, se celebrarán en nuestra ciudad, el próximo día 25 diversos actos de exaltación de Galicia.

Entendiendo el grupo compostelano que la procesión cívica a la estatua de Rosalía Castro ha llegado a degenerar en un acto frío de rutina oficial determinaron conmemorar el día de Galicia en una ceremonia de emotiva sencillez, que consistirá en visitar las tumbas de la dulce cantora del Sar -cuyo quincuagésimo aniversario de su muerte cumplióse el día 15 del actual- y de Alfredo Brañas.

El Grupo Galleguista de Santiago agradece a todos los ciudadanos sin distinción de matices políticos y religiosos, acudan el citado día 25, de nueve a diez de la mañana, al templo de Santo Domingo para ofrendar a la excelsa mujer compostelana y al fervoroso Brañas el homenaje de un pensamiento, de una alegoría o de una flor, según los sentimientos de cada oferente85.



Si para los galleguistas la procesión cívica se había convertido en un acto rutinario, y por lo tanto, rechazable, para otros sectores de la sociedad compostelana poseía, indudablemente, un claro matiz político sectario, por lo que también lo rechazaban. De ahí que en un momento en que la sociedad está bipolarizándose las «representaciones» que acudan a la procesión sean menos.

Las «representaciones» constituyen las «Fuerzas Vivas» de la ciudad. Éstas estaban formadas por todas las instituciones públicas y privadas, sociedades y asociaciones residentes en ella y eran convocadas bien por el alcalde o bien por el presidente de una de dichas instituciones o sociedades cuando había que tratar temas que atañesen al bien general, como negociar en Madrid servicios86, oponerse a la paralización de la construcción del ferrocarril Zamora-A Coruña87 o, simplemente, organizar homenajes88.

En el dibujo de «Compostela», a diferencia de lo que ocurría en el de Salida de la comitiva de la Ofrenda, la procesión tiene un carácter institucional de ahí que la abran los maceros y la cierre la guardia municipal en traje de gala. Tras los maceros va el pendón de la ciudad caracterizado por su heráldico color granate. A la izquierda de éste, como marca el protocolo, camina el secretario del Ayuntamiento, que entonces era don Manuel Rey Gacio. Aunque ya dije anteriormente que «Compostela» no se detiene en hacer retratos, ni tan siquiera caricaturas de los personajes, a veces llega a caracterizarlos a través de mínimas sugerencias, como ocurre en esta ocasión, en la que se define al Secretario por su baja estatura y por su barba, la cual, precisamente, le valdrá entre sus alumnos de la Facultad de Derecho el apodo de «El Cristo de Limpias». Luego presiden la procesión tres personajes con derecho a bastón de mando. En el centro el alcalde (en este caso el accidental señor Méndez Bartolomé), a la derecha el coronel que ostentaba el mando de la plaza y a la izquierda el rector de la Universidad, Montequi89, o persona en la que él hubiera delegado. Curiosamente falta el capitán de la Guardia Civil que sí estaba en la procesión de la Ofrenda y, lógicamente dado el cariz político que tenía la comitiva, no hay ni un solo representante de las instituciones eclesiásticas.

La cruzada de recristianización, llevada a cabo por las instituciones y sociedades católicas, y de convertir cada acto religioso en una manifestación de fe, llegó a todos los órdenes de la vida y, lógicamente, a todas las ceremonias religiosas. La del Corpus Christi retomó, si cabe con redomados bríos, el viejo carácter reivindicativo de catolicismo con que la había dotado la Contrarreforma, que la propugnó para defender, contra la tesis de los protestantes, la presencia real de Jesucristo bajo las especies sacramentales. En las parroquias gallegas nunca se había perdido la solemnidad de la festividad y el día del «Santísimo» era, más allá del día del Patrón, el de la gran festividad parroquial y el día por excelencia de manifestación de fe católica con el pretexto de la adoración de Jesús Sacramentado. A esta celebración alude, precisamente, el dibujo que «Compostela» rotula como Octava parroquial datándolo en 1936.

A los ocho días de la festividad del Corpus, celebrada solemnemente en la Catedral, cada una de las parroquias compostelanas celebraban, siguiendo turno de antigüedad, su octava parroquial. En el dibujo de «Compostela» la procesión acompañando al Santísimo ya se ha formado en el interior de un templo parroquial que no he sido capaz de identificar. Abre la procesión la cruz parroquial entre ciriales portados por el sacristán y los monaguillos. Detrás caminan dos filas formadas por algunos laicos portando velas y sacerdotes, siendo los últimos dos turiferarios aireando sendos incensarios. En el medio de las dos filas van dos pendones. El de delante, portado por un joven, es el de las juventudes de Acción Católica, caracterizado por su color blanco y su cruz verde. El de atrás (rojo, símbolo del amor divino, y con un guión en el que se adivina un ostensorio), seguramente que es el pendón de la cofradía parroquial del Santísimo Sacramento. Luego, seis varones notables vestidos de chaqué portan el palio, bajo el cual el párroco, flanqueado por el diácono (obsérvese la dalmática) y el subdiácono, lleva el viril con el Santísimo asiéndolo con el paño humeral, aunque éste, en un error de percepción de «Compostela», no aparezca volteado sobre los hombros del oficiante. Finalmente una inmensa comitiva de mujeres cierra la procesión.

Más allá de las simples apariencias hay dos hechos que llaman la atención. Primero la importancia que la «Acción Católica» tiene en los actos. Segundo la descompensación entre mujeres y hombres asistentes a la ceremonia. Quizá con ello «Compostela» nos esté trasmitiendo, no sé si consciente o inconscientemente, la idea, muy difundida entonces en la izquierda española, que la religión era fundamentalmente algo de curas y mujeres.




Costumbres

Sin embargo, en el dibujo Misa en las Ánimas, fechado en 1935, concebido como una mera escena de costumbres, «Compostela» se muestra mucho menos interpretativo y posiblemente más veraz dando testimonio de la afluencia de gente de toda condición social y sexo que los cultos católicos seguían manteniendo durante la República.

La Capilla de las Ánimas era uno de los lugares comunes a los compostelanos y más característicos de la vida cotidiana de la ciudad, ya que el hecho de que hubiera una misa cada media hora y su proximidad al mercado la convertían en un auténtico punto de encuentro en donde a diario se mezclaban los más diversos tipos que constituían la sociedad compostelana del momento. De hecho sabemos que Castelao, Juan Luis y Maside se acercaban a su atrio para disimuladamente tomar apuntes para sus dibujos. También «Compostela» conocía muy bien el lugar, al fin y al cabo, había nacido en una casa muy próxima a la iglesia, en el número 5 de la calle de la Algalia de Abajo.

Su visión de la salida de misa es entonces la de una babel de gentes y conversaciones. En su ingenuidad los dibujos de «Compostela» carecen del oficio necesario para trasmitir la captación de la gesticulación de los personajes, que tan desarrollada estaba en la pintura realista y anecdótica decimonónica. Sin embargo, Santiago aparece verazmente representada en la triple faceta de sus habitantes que pueden ser: de ciudad, de barrio y de campo. Aunque la gente de barrio tiende a confundirse con la del campo, no hay ninguna confusión entre ciudadanos y campesinos. Sus formas de vestir son completamente distintas independientemente de su condición social. Así al «fidalgo» del primer término, caracterizado por su sombrero (distinto tanto del chapeo circular y de ala ancha de los labriegos -véase el que porta la figura que está a su espalda acompañado por una mujer que ase un cesto y un niño- como de la boina que portan los labriegos y artesanos) y su pantalón corto con medias y zapatos con acicates, nunca lo confundiríamos con un «señor» de la ciudad, como el dandi que está al lado de la jamba derecha de la puerta o el lechuguino, que acompañado por una mujer, aparece en el extremo izquierdo del dibujo. En cambio sí podríamos confundir a la lavandera del primer término (con su cesta de la ropa sobre la cabeza y llevando de la mano a una niña), sin duda procedente de uno de los barrios compostelanos, con una labriega, pues su forma de vestir, con pañuelo a la cabeza, mantilla, cruzada sobre el pecho y anudada a la espalda, y mandil, es la misma que la campesina con el cesto en la mano a la que me acabo de referir, y semejante a la otra que portando una cesta sobre la cabeza está cruzando el quicio de la puerta. Pero en este momento todo el mundo distinguiría, como hace «Compostela», la cesta de ropa que porta la lavandera, mucho más estrecha y de mimbres, de la cesta que porta la campesina, mucho más ancha y de cintas de madera.

Todavía «Compostela» nos refleja una costumbre religiosa más de los compostelanos en el dibujo que él rotula como Bendición de las casas. Era una costumbre que permaneció hasta el Concilio Vaticano II. En la semana siguiente al domingo de Pascua, el párroco iba visitando una por una las casas de su feligresía para bendecirlas. «Compostela» escoge el momento en que el sacerdote se está desplazando de una casa a otra. Va acompañado por el sacristán que porta la cruz parroquial y el monaguillo que lleva el acetre con el hisopo con la mano derecha y sostiene una bolsa con la izquierda. Él sólo lleva el libro de oraciones en la mano izquierda, mientras que con la derecha sostiene un paraguas. Al parecer estamos ante el típico día desapacible de primavera, a juzgar no sólo por los paraguas que porta el párroco y otros personajes, sino por el hombre que en el último término se envuelve en su capa.

A cambio de la bendición el párroco recibía una limosna, lo que explica la bolsa que porta el monaguillo. Atrás, aunque quizá subliminalmente recordado por «Compostela», quedaba el tema de los diezmos a la Iglesia. En las casas del centro de Santiago, la limosna solía ser en metálico, pero en los barrios y en el campo solía darse en huevos. A ello parece aludir «Compostela» en su dibujo al colocar detrás del sacerdote a una familia de barrio, en que la mujer lleva un cestillo de huevos. Esta costumbre hacía que en las semanas siguientes en la Plaza de Abastos de Santiago hubiera una inflación de huevos, debidos precisamente «a los huevos del cura».

Por la numeración de las casas, siguiendo una ordenación creciente de izquierda a derecha (3, 5...) sabemos que estamos en el Santiago norte, en la que las grandes feligresías como San Miguel dos Agros, San Juan, etc., aunaban vecinos del centro, con los de los barrios e incluso los del campo. De hecho en el dibujo «Compostela» contrapone la familia del casco histórico a la izquierda, a la familia de barrio de la derecha, del mismo modo que la bolsa del monaguillo se contrapone al cestillo de la mujer, para manifestar las dos formas de la limosna: en metálico o en especie. Finalmente «Compostela» no desaprovecha la ocasión para darnos la representación de otro tipo popular, como es un cartero.

Otras dos escenas de costumbres sirven a «Compostela» para manifestar las enormes desigualdades de la sociedad santiaguesa. En el Día de visita del Hospital, los campesinos esperan, un jueves o un domingo, para entrar en el edificio. En la puerta una monja de las hermanas de la Caridad, a cuyo cargo estaba toda la intendencia del establecimiento, parece estar dando órdenes al ujier. Éste, estamos ya en la República, no porta ya la alabarda distintiva de que aquélla era una casa Real. El tema del Hospital Real había sido explotado por el arte compostelano finisecular, acorde con los gustos de la pintura española del momento de exponer la marginación social, realizando una pintura con mensaje social. Incluso Jenaro Carrero había obtenido el reconocimiento oficial en dos Exposiciones Nacionales con obras como Caridad o Víctima del Trabajo.

La imagen del reverso de la medalla en la vida santiaguesa era la feria de vanidades de lo más granado de la sociedad compostelana que eran los bailes del Casino. Éstos constituían el acto social por excelencia90 y, consecuentemente, aparecían incluso anunciado en los programas de Fiestas del Apóstol. La concurrencia era tanta que era preciso apuntarse91 y, al baile podían asistir no sólo los socios, sino también las personas a quien estuviera aquél dedicado. El de las fiestas patronales solía dedicarse a los forasteros. El celebrado en 1935 tuvo gran éxito como señala la gacetilla de El Compostelano:

EL BAILE DEL CASINO

El celebrado esa noche a favor de los forasteros resultó brillante. En él se demostró el interés de esa Sociedad de que todos sus actos tengan la mayor atracción posible para los socios y las personas a favor de quien se realizan.

Duró ese espectáculo, hasta cerca de la madrugada92.



En vez de representar el baile en el Salón Amarillo, «Compostela» elige un momento en que los participantes se disponen a entrar en el edificio, como en el Día de visita del Hospital también había representado el momento de espera en la calle de los visitadores. En esta ocasión, bajo la atenta mirada del conserje en traje de gala y algunos mirones, las mujeres formando grupos, vistiendo vaporosos trajes adornados con guarnición de flores como exigía la moda del momento93, se dirigen decididamente hacia la entrada de la sede social. Parece como si nada hubiera cambiado desde la descripción que hace Pérez Lugín en La Casa de la Troya:

-Figúrate, Gerardo, que aquí ninguna muchacha quiere ser la primera en presentarse en el baile, para que no digan si tiene o no ganas de bailar. ¡Y sí que las tienen, señor! De otro modo no irían. ¿Hay algo malo en ello? Pues para no caer en tan grave falta, todas envían al Casino o a los soportales de enfrente al papá, al tío, al hermanito, o a la criada, cuando carecen de aquellos otros adminículos, para que las avisen en cuanto hayan entrado dos o tres familias.

-Y aquella noche, por no ser ninguna la primera...

-Justo. Se quedaron todas en casita. Pero hoy no ocurrirá así, porque, para que no se vuelva a repetir el caso, van a reunirse en grupos unas cuantas muchachas e irán juntas, las primeras o las últimas. Así entre muchas, se reparte mejor la vergüenza94.








Tipos

Muchas veces, «Compostela» más que escenas de costumbres está retratando tipos populares. Así, la misma contraposición que veíamos entre el Día de visita del Hospital y el Baile del Casino la volvemos a encontrar entre los dibujos que «Compostela» rotula como Pobres de las Platerías y Casino de Santiago. En principio dos escenas de costumbres más, que cotidianamente se repetían en Santiago. Los pobres pidiendo en Platerías y la alta sociedad disfrutando del lugar de privilegio que suponía la terraza delante de su edificio social. Ésta podría ser una lectura de los dibujos. Sin embargo, al estar ambos dibujos relacionados a través de la pareja de niños pidiendo, parece que hay una contraposición conscientemente buscada por el artista entre dos tipos diferentes que entonces era frecuente ver confrontados en las viñetas de humor: los «desheredados de la fortuna» y la «buena sociedad»95.

Los dibujos de Compostela adquieren bajo esta perspectiva una carga social que alcanza todo su sentido a la luz del debate surgido durante la tramitación en el Congreso de los Diputados de la «Ley de Orden Público» a lo largo del mes de junio de 1933. Ya entonces, Maside le había dedicado por lo menos dos viñetas al tema. Bajo el epígrafe «Viñetas de la Revolución española» en una representaba a dos desheredados en la que uno decía al otro:

-Si somos unha república de traballadores ¿para quen fixeron esa Ley de Vagos?96



En el otro, un señor repanchigado en un sillón en el salón de una sociedad recreativa, se dedica a hacer aros con el humo del cigarro puro que se está fumando, mientras sostiene en la mano izquierda un periódico en el que se lee: «PROYECTO DE LEY DE VAGOS» e, indolentemente, piensa:

-Non é contra nós. Xa me parecía a min que a revolución respectaría-nos97.



En apoyo de esta interpretación basta decir que el tema de los pobres compostelanos como tipos populares había sido tratado por nuestro arte decimonónico como ya he dicho anteriormente. En cuanto a la interpretación de los desocupados del Casino como «los vagos» vendría justificada no sólo por la viñeta de Maside, sino por el testimonio de un octogenario profesor de la Universidad compostelana que al enseñarle el dibujo de «Compostela» exclamó:

-¡Anda, los vagos!



También los dibujos rotuladas como Claustro de la Universidad y Antes del coro, más que dos escenas de costumbres en la que los protagonistas esperan en los pasillos del claustro (universitario o catedralicio) para cumplir sus obligaciones: unos de asistir a clase y otros al coro, son pretexto para mostrar a dos tipos fundamentales en la vida compostelana (recordemos todavía dominada por la Universidad y la Catedral) como son la fauna universitaria y catedralicia.

En el primer dibujo vemos como en el claustro del viejo edificio universitario, delante de las aulas 3 y 4 en las que entonces se impartía la Licenciatura de Derecho, están representados desde los profesores al bedel, pasando por todo tipo de alumnos, sacerdote y oficial militar incluidos, así como ya un gran número de mujeres. Que «Compostela» haya elegido para representar a los universitarios el pasillo del claustro, en la zona dedicada a Derecho, mezclando a los alumnos con el saludo respetuoso a los profesores y la pregunta al bedel, contaba, por lo menos con el precedente de la descripción literaria recogida en La Casa de la Troya:

Los claustros de la Universidad estaban animadísimos aquella mañana, primera del curso académico. Formando corrillos al pie de las columnas, sentados en los bancos de piedra que hay a lo largo de las paredes o paseando por el claustro o el patio, charlaban alegremente los estudiantes. A la puerta del aula destinada a las clases del primer año agrupábanse, un poco asustados, los novatos, formando peñas por provincias -las viejas amistades del Instituto- observando con cierto envidioso respeto a los escolares de los otros cursos, sobre todo a los de segundo año, a quienes tomaban por alumnos del último, según el despectivo aire de superioridad con que los miraban. Los catedráticos eran saludados con cumplidos sombrerazos al pasar camino del cuarto de profesores, donde, hasta que sonaba la hora de ponerse la toga, se reunían, según la filiación político-universitaria de cada cual, en grupos que se miraban soslayadamente con recelo.

Sobre Rivas, el bedel, caían infinidad de preguntas, a las cuales contestaba secamente, dándose un tono atroz, con que sin duda quería sostener una superioridad necesaria para conservar el orden que allí nunca pensó nadie alterar98.



En la película muda basada en la novela, realizada en 1924, la escena se desdobló, sacando al exterior del edificio «el sombrerazo al profesor» y dejando para el interior, la entrada de los alumnos en el aula. A partir de entonces sobrevivió la duplicidad de imagen y en las fotografías que hace Ksado para las orlas, los estudiantes suelen aparecer fotografiados en las escaleras de entrada al edificio y charlando animadamente en el claustro. Ni más ni menos que como el dibujo de «Compostela».

En cuanto a la fauna catedralicia contaba con el precedente, para el caso de los canónigos, de la escultura humorística Caballeros Negros realizada por Asorey. Aquí aparecen representados, ataviados con el traje coral, en el centro del dibujo (es decir: en el lugar principal como corresponde a su cargo y es que en este dibujo quizá mejor que en ningún otro encontramos la jerarquización social a la que ya me referí anteriormente99) en el momento de encender el último cigarrillo antes de dirigirse al coro. Ni don Jesús Precedo ni don Ángel Rodríguez González100 fueron capaces de identificar a ninguno101, por lo que una vez más parece claro que «Compostela» retrataba tipos, más que individuos. En el extremo izquierdo del dibujo, se representan los niños de coro, con su sotana y bonete rojos y roquete blanco, acompañados por su monitor o preceptor que podía ser un seminarista ordenado o un sacerdote beneficiado de la Catedral. Detrás un sochantre (uno de los «trompas» que conformaban el conjunto de las chirimías) habla animadamente con uno de los guardianes de la Catedral que porta las llaves. En el otro extremo el diálogo es entre un sacerdote beneficiado (no viste traje coral como los canónigos y la borla de su bonete es negra y no verde como la de aquellos) y el pincerna, que además de vestirse con damasco y tisú y de cubrirse con peluca de rizos, porta un sombrero de teja y la pértiga con la que llama al público, durante la procesión coral, a guardar compostura y silencio.

Pero la sociedad compostelana no estaba formada sólo por universitarios y catedralinos, sino por muchos más estamentos. «Compostela» representa en el dibujo que titula Limpieza pública, al que gozaba de la consideración social más baja, que no era otro que el que formaban los barrenderos.

Aunque el de barrendero era un oficio desprestigiado, la limpieza e higiene de las calles constituía, por el contrario, un síntoma inequívoco del desarrollo y progreso de una ciudad. De ahí que ya en 1873 el Ayuntamiento compostelano hubiera creado un servicio público de limpieza, servicio que pasó por diversos avatares, incluso el de su privatización en 1908, y su posterior vuelta a la esfera pública, en 1918102.

Hasta la República, el punto máximo de la modernización del servicio lo constituyó en 1930, la adquisición por 10.000 pesetas, de un Ford T, acondicionado para tal fin con «la carrocería de limpieza completamente cerrada... dos puertas cerradizas sobre carriles para abrir a uno y otro lado según convenga. Cabina de madera de haya forma americana, con dos puertas, asientos y respaldo guarnecidos en semi-cuero, parabrisas articulado en una sola pieza», que sustituyó a los antiguos carros de la basura tirados por caballos. Este coche que llevaba la matrícula C-6074 es el que puede verse cortado a la izquierda del dibujo, acompañado por una patrulla formada por tres peones equipados con sus herramientas: pala, escoba de «xesta», escobilla con desatascador y caldero.

El guardia que aparece en segundo término nos recuerda los servicios prestados cotidianamente por la guardia municipal para la buena conservación de la limpieza e higiene de la ciudad multando, como recoge la prensa del momento, a los propietarios de las casas con desagües y cañerías en mal estado, a quienes arrojaban agua sucia por la ventana, a los que hacían aguas menores en lugares inapropiados y a los que tenían animales domésticos abandonados en la vía pública. Obsérvese en este sentido el perro, en el extremo derecho oliendo una deposición.

Sólo en una ocasión «Compostela» individualiza en una persona a un tipo, el de los ganchos, y lo hace en el dibujo que titula Sancho recomendando un médico a un gancho. Este Sancho era en realidad un maletero que al ver a la bajada de autobús a una pareja de campesinos, él con aspecto enfermizo y ella sólo con el cestillo de la comida en la mano (síntoma inequívoco de lo que venían a hacer a la ciudad), se dirige a ellos para recomendarles un médico, de la misma manera que también se recomendaban las pensiones o los hoteles.

El problema principal se le presentaba a los ganchos cuando el enfermo venía decidido a ir a un médico determinado, distinto al que para él actuaba de gancho. La picaresca entonces era variada para torcer la voluntad del enfermo. Para establecer contacto con el enfermo el gancho le había preguntado a qué médico iba. Si éste le respondía que al doctor tal. El gancho sentenciaba: «Élle moi bo médico» y se ofrecía a acompañarle para facilitarle las cosas. Al llegar al portal de la casa del médico elegido por el enfermo, el gancho le decía a éste que esperara un momento allí, que iba a ver si conseguía colarlo, con lo que él subía sólo hasta el piso de la consulta. Al cabo de un momento bajaba diciendo que el médico no estaba en la ciudad, llevando de este modo al enfermo al médico para el que actuaba de gancho.

Aunque posterior al dibujo, era, en este sentido, muy difundida por la ciudad la anécdota de un gancho al que el enfermo le dijo que iba a la consulta del doctor Moreu. Al llegar a la casa de la calle del Hórreo en la que dicho doctor consultaba, el gancho señalando la placa del galeno, le dijo: «-Mire o que lle pon aquí: o doutor morreu», con lo que ya pudo desviar al enfermo al médico para el que trabajaba.

Tres sugerencias más ofrecidas por el dibujo. Primera: parece que el lugar representado es la calle de la Senra y concretamente la casa en la que hoy está el banco de BBVA. En el interior del portal lo que se ve es precisamente el garito del despacho de billetes. Segunda: fechado en 1936, el dibujo está dando testimonio de la precariedad de la paz ciudadana, pues en su lado derecho, justo detrás del coche, se representa a un guardia de seguridad sosteniendo una «tercerola» (mosquetón corto), lo que era inusual a no ser en época de disturbios. Tercera: vuelven a aparecer los niños pidiendo y el cura.


Gritos

El tema de los vendedores que voceaban sus mercancías por las calles tenía un largo desarrollo en la historia del arte y había alcanzado gran difusión ya en el siglo XVIII en donde no había gran ciudad que no tuviera por lo menos una serie de grabados dedicados a tal fin. Es en esta tradición en la que hemos de situar a los protagonistas de los dibujos que «Compostela» rotula como ¿Quen merca o leite?, ¿Quen merca lampreas? y Venta de piñas103.

El tema de las lecheras (como el de las aguadoras104 portando la sella que podemos ver en el dibujo de la venta de lampreas) había llamado la atención de los artistas del regionalismo (fotógrafos incluidos) siendo constantemente repetido. En este sentido, además de numerosas fotografías cabe citar los bocetos de Eiroa que se encuentran actualmente en el Instituto Padre Sarmiento y en el Ayuntamiento reproducido después por Fernando Blanco en el monumento a la Lechera erigido en el paseo de la Herradura. «Compostela» representa a su lechera llevando, además del paraguas, la caldereta de la leche y un pequeño tanque que era la «medida». A su lado un guardia observa atentamente la labor de un barrendero y detrás un churrero ofrece también su mercancía. Popularmente se achacó siempre a las lecheras su facilidad para multiplicar la cantidad de leche añadiéndole agua u otros productos, aunque «naturales» menos higiénicos, que por el contrario sí poseían una densidad más parecida a la del suero lácteo. Por eso, como recogen las gacetillas de la época, eran frecuentes los análisis para determinar la calidad de la leche y también las multas por adulteración del producto. De ahí la importancia que para todos los compostelanos tenía poder contar con «unha leiteira de confianza». Generalmente las lecheras procedían de la zona de Santiago sur, en el arco que va desde Marrozos a Figueiras, zona que siempre estuvo más desarrollada que la zona de Santiago norte.

Con la primavera era también frecuente oír en Santiago la voz de las vendedoras de lampreas ofreciendo su mercancía. Procedentes de Cesures y Padrón, las vendedoras solían pararse a ofertar su mercancía delante de la Farmacia del Cantón do Toural o en tránsito de la Calderería a la Universidad. Fanáticos de la lamprea (así como denostadores), los hubo siempre en Santiago, pero ningún otro como el peluquero de la rúa Nova, que al oír el grito de la vendedora, dejaba inmediatamente la labor que estaba haciendo y al cliente empantanado, y salía a la calle a ajustar el precio de la pieza, que luego remetía a su señora. Don Julio Tojo se acuerda cómo su padre, cuando oía las primeras vendedoras de lampreas, salía a comprarlas, para enviárselas a su madre a Touro.

Las piñas eran imprescindibles para encender el fuego en las cocinas «económicas» y, ya no digamos, cuando a la chimenea se le daba por no tirar, lo que ponía definitivamente de los nervios a las mujeres de la casa. Aunque se vendían en la Plaza de la Leña105, los «piñeiros»106 recorrían toda la ciudad ofertando su mercancía traída principalmente desde Cacheiras o Calo.

En Santiago cuando se quería poner el ejemplo de una persona cursi, se contaba la anécdota de la hermana de un rector de la Universidad que vivía en la Calle del Hórreo, la cual se dirigía al vendedor desde su galería diciéndole:

-Hombre rústico, ¿cuánto quiere por los desperdicios monteriles que lleva sobre los lomos de su cuadrúpedo?

-¿Que di señorita? -preguntaba el Piñeiro.

Repetía la mujer: -¿Que cuánto quiere por los desperdicios monteriles que lleva sobre los lomos de su cuadrúpedo?

Desesperado el vendedor, se dirigía al asno diciendo: -Arre burro, que se non fala en cristián non nos entendemos.








Sucesos

Dos acontecimientos en el Santiago de 1936 llamaron la atención a «Compostela» hasta el punto de dedicarles un dibujo. Uno es una manifestación de mujeres en la plaza del Obradoiro, que él rotula como Sin nombre, fechándolo el 30 de mayo y otro la salida para Madrid de Os delegados do Estatuto, como el propio autor recoge en su título.

La manifestación de mujeres no tiene nombre, porque realmente, para muchas de ellas, no «tuvo nombre» lo que les hizo el alcalde, en este momento ya Ánxel Casal, que, en evitación de males mayores tras tener noticia que se estaba organizando una contramanifestación, mandó disolverlas a manguerazos107. De hecho esta manifestación «sin nombre» hubiera quedado totalmente olvidada para la historia, si no fuera por este dibujo, pues ningún periódico del momento la recogió, tal había sido la vergüenza que habían pasado las señoras.

Y digo las señoras porque la manifestación estuvo organizada por las señoras bien de Santiago, aunque las cabecillas que la idearon y prepararon no se manifestaron en ella. Según don Manuel Pereiro Miguens la manifestación era contra la política educativa del Gobierno y don Isaac Díaz Pardo concretó que el motivo de la manifestación fue la protesta contra la retirada del cristo de las aulas de las escuelas ordenada por el Gobierno. Realmente en el contexto de reforma de la enseñanza que había emprendido el Frente Popular, incluso con muchas vacilaciones y cambios de ideas respecto al ritmo con que debía imponerse la sustitución de la enseñanza impartida por los religiosos108, la retirada del cristo de las escuelas fue la gota que colmó el vaso, para los que interpretaban las acciones del Gobierno con una clara apuesta por la descatolización de España, agravada por la desafortunada manifestación de Azaña, al día siguiente de ganar las elecciones, de que España había dejada de ser católica. Ello, en el contexto de la España del momento que ya hemos señalado al comentar el dibujo de la Salida de la comitiva de la Ofrenda, para la mayor parte del clero, así como para muchos de sus fieles partidarios del antiguo régimen, llevaba irremediablemente al ateísmo y a una libertad mal entendida que desembocaba indefectiblemente en el libertinaje.

En este contexto del debate sobre la supresión de la enseñanza religiosa el aparentemente costumbrista dibujo en que «Compostela» recoge el paseo de las niñas del Colegio de la Enseñanza, tiene un profundo trasfondo político que explica claramente el porqué del dibujo anterior. Ambas piezas conforman una pareja que sin duda «Compostela» dirigía en un guiño intencionado a su mecenas el doctor Puente Castro.

El otro dibujo, Os delegados do Estatuto, representa la salida para Madrid de la Comisión que debía entregar, el 15 de julio de 1936

al Excmo. Sr. Presidente del Congreso, el Proyecto de la Carta Regional, las certificaciones, resúmenes de los escrutinios celebrados en las Juntas provinciales del Censo Electoral y toda la demás documentación justificativa de que en la elaboración del proyecto se han seguido los requisitos que exige la Constitución en los apartados a) y b) del artículo 12109.



En la misma acta se recoge que la Comisión estaría formada por los

Sres. Presidente y Vicepresidentes de las Diputaciones provinciales, Alcaldes de las capitales de Provincia, Tesorero y Secretario110.



«Compostela» una vez más no retrata a los personajes111, sino una costumbre o un suceso que había acaparado el interés de la sociedad gallega y que de hecho abría un futuro prometedor de libertad para Galicia, como una y otra vez repetían todos los que había puesto en marcha el proceso. Un proceso que había tenido un largo camino desde 1931, pues al impulso dado por la convocatoria del Ayuntamiento de Santiago y la Asamblea de Municipios en el año 1932, siguieron los atrancos puestos por el Gobierno republicano central a lo largo de 1933 que retrasó el decreto necesario para la realización del plebiscito hasta el 27 de mayo. Ello llevó a que el plebiscito, tras el cambio político habido en España después las elecciones de 1933, se suspendiera sine die. El triunfo del Frente Popular en 1936 puso en marcha nuevamente el proceso, que alcanzaba, como recogía «Compostela» en su dibujo, la recta final.







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ArribaAbajoRelación de esculturas presentes na exposición

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1.- Maternidade Pingüina (1927)
48 x 18 x 18 cm
Museo de Pontevedra
(Foto: Xentileza Museo de Pontevedra)

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2.- En plena carreira (1927)
29 x 50 x 25 cm
Museo do Pobo Galego
(Foto: Julio Gil)

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3.- Marabú (1928)
43 x 14 x 15 cm
Museo Provincial de Lugo. Deputación Provincial de Lugo
(Foto: Xentileza Museo Provincial de Lugo)

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4.- Osos (1937)
21 x 21,5 x 14 cm
Museo Carlos Maside
(Foto: Julio Gil)

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5.- Mariñeiros de Bouzas (1993)
50 x 58 x 39 cm
Museo Municipal «Quiñones de León» de Vigo
(Foto: Julio Gil)

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6.- Pelicano (1928?)
44 x 12 x 16 cm
Colección particular. D.ª Eva Llorens
(Foto: Raúl Vázquez)

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7.- Maternidade (1930)
47 x 35 x 28 cm
Excma. Diputación Provincial de A Coruña
(Foto: Julio Gil)

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8.- Iguana común (1928)
37 x 207 x 36 cm
Instituto de Estudios Gallegos «Padre Sarmiento»
(Foto: Julio Gil)

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9.- Caracol (1928)
25 x 10 x 11 cm
Colección particular. Don Antón Palacios
(Foto: Julio Gil)