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R. M.ª de Labra, La crisis colonial en España (1868-1898). Estudios de política palpitante y discursos parlamentarios, Madrid, 1901; R. Mesa, El colonialismo en la crisis del XIX español, Madrid, 1967; C. Saiz Pastor, «El modelo colonial español durante el siglo XIX: un debate abierto», en Estudios de Historia Social 44-47, 1988, págs. 651-655; C. D. Malamud, «Acerca del concepto de Estado colonial en la América hispana», en Revista de Occidente 116, 1991, págs. 114-127; M. Espada Burgos, «La evolución del pensamiento político en las islas: asimilismo, autonomismo, independentismo», en La época de la Restauración (1875-1902) tomo XXXVI-1 de la Historia de España Menéndez Pidal, Madrid, 2000, págs. 705-738; J. Lalinde Abadía, La administración española en el siglo XIX puertorriqueño, Sevilla, 1980; Mª. P. Alonso Romero, «Cuba, provincia asimilada 1878-1898», en Derecho y Administración Pública en las Indias Hispánicas, (Coord. F. Barrios), Universidad Castilla-La Mancha, 2002, vol. II, págs. 75-100; de la misma autora, Cuba en la España liberal (1837-1898). Madrid, 2002; J. Alvarado Planas, La Junta para la reforma de las leyes y administración ultramarinas en el siglo XIX, ibídem, págs. 101-122; en general vid. J. B. Amores, «Historiografía española sobre Cuba colonial (1940-1989)», en Revista de Indias, L, núm. 188, 1990, págs. 243-255.

 

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J. Rodríguez San Pedro, Diccionario de legislación ultramarina, concordada y anotada, Madrid, 1865-1869, 16 tomos. A manera de ejemplo de un fenómeno general referido a la perduración del Derecho indiano en las nuevas naciones hispanoamericanas vid. la Colección de los decretos y órdenes de las Cortes de España que se reputan vigentes en la República de los Estados Unidos Mexicanos. Méjico, 1829, 1 vol.; Repertorio de legislación o índice alfabético y cronológico de las materias más notables contenidas en la Colección de leyes, decretos y órdenes que se han expedido en la República desde el año de 1821 hasta el de 1837, inclusos los dos volúmenes en que se refundieron últimamente las leyes y decretos de las Cortes españolas y las expedidas por el Rey D. Fernando VII, que se reputan vigentes y hacen parte o complemento de la colección citada, Méjico, 1840.

 

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M. Fernández Navarrete, Colección de viajes y descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV con varios documentos inéditos concernientes a la historia de la marina castellana y de los establecimientos españoles en Indias, Madrid, 1825-1837, 5 vols.; Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones de América y Oceanía, sacados de los Archivos del Reino y muy especialmente del de Indias, publicada por J. E. Pacheco, F. de Cárdenas, L. Torres Mendoza y otros, Madrid, 1864-1884, 42 vols.; Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones de Ultramar. 2ª serie publicada por la Real Academia de la Historia, Madrid, 1885-1932, 25 vols.; Colección de documentos inéditos del Archivo de Indias.

 

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R. Altamira, España y el programa americanista, Madrid, 1917, pág. 152.

 

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R. Asín Vergara, La civilización y la cultura en el concepto hispanoamericano de Rafael Altamira, ibídem, I, págs. 171-226 (incluye en su anexo IV. Una relación de Obras de Altamira sobre tema americanista, que puede completarse con la ofrecida por M. Peset, Rafael Altamira en México: el final de un historiador, en A. Alberola, Estudios sobre Rafael Altamira, Alicante, 1987, págs. 251-273. Un análisis cultural del Discurso en M. Peset, «Rafael Altamira y el 98», en AHDE, 67, 1997, I, págs. 467-483.

 

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Boletín de la Institución Libre de Enseñanza 22, 1898, págs. 252-270; 291-296 y 323-327. Asimismo lo publicó luego, junto a otros trabajos, en Psicología del pueblo español, Madrid, 1902 (reedición, Barcelona, 1917; Madrid, 1976). Un análisis cultural del Discurso en M. Peset, «Rafael Altamira y el 98», en AHDE, 67, págs. 467-483.

 

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Por entonces, esta troncalidad étnica y cultural comenzaba a ser valorada por los intelectuales de uno y otro lado del Atlántico: latía en los escritos de Rafael Mª. de Labra con su insistencia en la intimidad iberoamericana (Madrid, 1894), en los artículos de Rubén Darío en La Nación de Buenos Aires (junio de 1897), en los de Letelier publicados en La Ley de Chile (septiembre, 1897), o en los del propio Altamira en su Revista Crítica de Historia y Literatura españolas, portuguesas e hispanoamericanas, considerada por él mismo como el primer núcleo de difusión en España de la literatura amena y erudita en lengua castellana del Nuevo Mundo. Estos y otros autores habían venido a difundir el espíritu de raza, acogido ya en el nuevo Tratado adicional de paz y amistad firmado con el Perú en junio de 1898, pero anunciado de antes en las celebraciones del IV Centenario del Descubrimiento (1892), a las que concurrieran con entusiasmo todas las repúblicas hispanoamericanas. Este Centenario, con su constelación de congresos (Jurídico, Mercantil, Geográfico, Literario y Pedagógico) había sido ocasión propicia para animar el «patriotismo ideal de la dilatada familia hispánica», pero también para promover la acción americanista: «bastaría dedicar con ahínco todas las energías nacionales a la realización de las conclusiones citadas para que esta parte esencialísima del patriotismo de raza se lograse en pocos años». A la Universidad y, en general, a los intelectuales les correspondía realizar buena parte de esta obra, dedicándose a estudiar bien los puntos de Derecho internacional señalados por el congreso jurídico de 1892, especialmente el proyecto de código que, debiendo iniciarse en octubre de 1897, estorbara la guerra de Cuba, o la ejecución de la Asamblea diplomática hispanoamericana que entonces se proyectó; bien la Unión geográfica española, portuguesa e hispanoamericana planteada en el congreso geográfico; bien haciendo más íntimos los lazos de unión entre todos los centros de Instrucción pública, públicos o privados, de España y los Estados hispanoamericanos que proclamara como necesarios el congreso literario; bien, finalmente, formando la Sociedad de Instrucción Pública, educación popular y divulgación científica que, a propuesta de Labra, aclamaran los representantes del congreso pedagógico.

 

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«así terminará la tutela -en muchos respectos peligrosa- que el pensamiento francés, el norteamericano y otros heterogéneos con el de nuestra raza ejercen sobre el espíritu hispanoamericano». Discurso, pág. 47.

 

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Limitándose a las disciplinas que mejor conocía, creía llegado el momento de acometer la realización de una Enciclopedia jurídica española, sustituyendo entre otras a la ya vieja, «aunque meritísima» de Ahrens. Asimismo, la de desarrollar los estudios de Economía social siguiendo el método original de Joaquín Costa con su realidad consuetudinaria, venero de enseñanzas de una corriente genuinamente española. Publicar, en la misma línea, libros de Geografía y de Historia que rescataran el papel de España en la historia de la civilización universal, papel tan frecuentemente escatimado o desfigurado en los manuales extranjeros con el peligro inherente de desvirtuar en la educación infantil «la formación de un concepto de la historia de la humanidad y del lugar de nuestra raza en el mundo». También, editar revistas científicas hispanoamericanas dedicadas al estudio combinado de materias propias con redactores de ambos mundos, superando las dificultades y resistencias pasivas «de algunos americanos» pues, al estar en juego el porvenir mismo de la civilización española era necesario sacar partido al lazo de unión más importante: la lengua (como destacara Fichte para la nación alemana). El castellano, aunque no todos coincidieran con la centralización y reglamentación impuestas por la Academia Española de la Lengua, debía ser la base de esta intimidad intelectual. Finalmente y para hacerla realidad, proponía el trato directo, la convivencia entre las personas que por su cultura pudieran ser considerados los elementos directores de la comunidad. El proyecto de Güell y Renté, encaminado a convertir la Universidad de la Habana en centro común de «elevadísima cultura para todos los grupos de la gran familia hispana», o a su vista, el establecimiento de una Universidad o Escuela superior en Puerto Rico, tanteado por su efímero ministerio autonómico como un fecundo punto de encuentro de los elementos cultos de España y América, habían sido aventados por la pérdida de la Antillas. Suponiendo su ejecución en territorio continental mucho más difícil, confía en que este concierto íntimo se desarrolle por medio de congresos, conferencias y comisiones científicas mixtas cuya realización facilita la creciente rapidez de las comunicaciones («ya es hora de que nuestra juventud intelectual pierda el miedo a los viajes por el Atlántico bajo la presión de un fin de tanta trascendencia, como a menudo lo pierde para procurarse, al otro lado del mar, un porvenir económico, menos seguro en verdad que la influencia que podría ejercer organizando debidamente la comunicación»). Al margen de esto, la Universidad y demás centros de enseñanza españoles debían dar ejemplo de cómo allanar el camino para lograr aquel fin, mediante el reconocimiento de los títulos profesionales, bien de manera absoluta o con ciertas condiciones, una forma más de atraer alumnos americanos, desviando la corriente que les llevaba a otros países europeos.

 

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«Pensad en ello, jóvenes alumnos de esta Universidad de gloriosa tradición; pero guardaos bien de confundir el trabajo útil con la palabrería; la convicción científica adquirida tras largas investigaciones con los aparatosos destellos de tanta novedad precipitada; el esfuerzo serio con el lirismo quejumbrón, y el espíritu de la civilización moderna con el romanticismo y la osadía de redentores improvisados, que mezclan un radicalismo, que no es el de los radicales auténticos, con las locuras de un delirio erótico considerado como el summum de la libertad redentora». Discurso, pág. 57.

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