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«El sabor de la tierruca» de José María de Pereda (1882)

Raquel Gutiérrez Sebastián





El 30 de octubre de 1881 encontramos el primer testimonio epistolar de Pereda en el que anuncia a su amigo, maestro y consejero literario, Don Gumersindo Laverde, su compromiso de editar la novela El sabor de la tierruca con la Biblioteca Arte y Letras. Las palabras del novelista de Polanco a su amigo dejan constancia de su conocimiento de las anteriores obras de esta colección y de los aspectos que valoraba en ella. Indica Pereda en la citada epístola:

«No sé si también le dije, y si no se lo digo ahora, que esta novela he tenido que cedérsela, es decir la 1.ª edición, a la Biblioteca Artes (sic) y Letras de Barcelona, cuyos libros, lujosamente encuadernados y con viñetas, conocerá V.».


(Clarke: 1991: 63)                


De estas palabras se deduce el prestigio de la colección en los círculos intelectuales próximos a Pereda, y cómo la calidad de los aspectos externos de las obras, como la encuadernación o las ilustraciones preocupaban mucho al novelista de Polanco y motivaron, seguramente junto a razones pecuniarias la cesión de esta obra a la editorial catalana de Doménech1.

El volumen resultante de esa determinación perediana, la edición en 1882 de El sabor de la tierruca, con grabados de C. Verdaguer sobre ilustraciones del excelente dibujante catalán Apeles Mestres2, merece ser recordado por su calidad estética y además por el hecho, poco frecuente en las obras literarias ilustradas de este período, de que se realizaron casi simultáneamente el texto y los dibujos y porque hubo una relación artística entre Pereda y Apeles Mestres, que llegó a desplazarse a Polanco, pueblo natal de don José María y referente real de su relato, a realizar los bocetos sobre los que compondría las ilustraciones.

En lo que a la descripción externa del volumen se refiere, hemos de señalar que se trata de un libro en formato de octavo, cuya tapa, firmada por Jorba3 y Apeles Mestres, está grabada con un dibujo en verde, dorado, ocre y azul. En él se representa la iglesia de Cumbrales, el pueblo en el que se desarrolla la acción narrativa, como hemos indicado un trasunto literario de Polanco, cuya iglesia parroquial tomó el ilustrador como modelo para componer esta imagen y la cajiga o roble, protagonista del primero de los capítulos del texto, que constituye uno de los pasajes más interesantes de la narrativa del polanquino. A la cajiga dedicará algunas ilustraciones interiores Apeles Mestres, en total sintonía con la importancia que otorga el narrador perediano a este árbol en el relato como representación simbólica del carácter montañés.

El lomo presenta también decoración en oro y verde y aparece en la parte superior en letras grandes dentro de una orla rectangular el nombre del novelista, lo que prueba sin duda que este era el mejor reclamo que el libro podía ofrecer a los potenciales compradores, y en otra orla, en la parte inferior, el título de la novela y el nombre del editor, Doménech, uno de los más prestigiosos de la industria editorial catalana.

La contracubierta del volumen es mucho más sencilla, y contiene una imagen central, en negro, que representa una nave romana en torno a la cual figura el texto «Per angusta augusta», lema de la colección. Además, como era frecuente en obras de estas características y como otra de las señas de identidad de la Biblioteca Arte y Letras aparecen guardas estampadas en papel del mismo color verde que domina en la portada, y cuyos dibujos, compuestos por una orla rectangular con motivos vegetales y una imagen central dominada por una estrella que enmarca un animal semejante a un dragón alado, se repetirán en otros volúmenes.

Al contrario de lo que sucede en la mayor parte de las obras literarias ilustradas, en las que es previo el texto a la imagen, en esta novela el proceso de redacción del texto por parte del novelista fue simultáneo con el trabajo del ilustrador, que colaboró íntimamente con el escritor desplazándose a Polanco y que, siguiendo las indicaciones peredianas, realizó un espléndido trabajo del que quedó muy satisfecho el polanquino.

La parte gráfica del libro consta treinta y tres ilustraciones ornamentales, normalmente pequeñas viñetas con motivos florales, decorativos o tipográficos que tienen la función de embellecer el objeto libro en sintonía con los intereses comerciales de la editorial catalana y del propio novelista. Acompañan al texto literario cincuenta y un ilustraciones de pequeño o mediano formato, que resultan un complemento bien para ambientar al lector en el escenario o para hacerle comprender mejor la psicología y físico de un personaje o bien para enfatizar algunos componentes de una descripción literaria. Este tipo de dibujos generalmente siguen con bastante fidelidad determinados pasajes del discurso textual y dentro de ellos destacan por la importancia que el dibujante y la propia localización en la obra les concede, así como por su calidad artística las ocho ilustraciones de gran formato, a página completa, en las que el artista gráfico apoya determinados pasajes del texto de la novela, importantes en la interpretación que hace Mestres del relato perediano porque dan cuenta de dos aspectos interesantes de la lectura del texto por parte del artista gráfico: la visión simbólica de determinados elementos naturales4 entre los que destacamos la personificación del viento ábrego así como la presentación de la bruja como una criatura mitológica maléfica, el costumbrismo, presente por ejemplo en una ilustración en la que aparecen a la salida de la misa las viejas del pueblo, ataviadas con las vestimentas típicas y calzadas con albarcas y que tiene como telón de fondo el pórtico románico de la iglesia o el componente idílico, patente en las ilustraciones que protagonizan Ana, María y Pablo.

Desde el punto de vista técnico y estético, hemos de aludir a la colaboración que sin duda hubo entre Mestres como dibujante y el grabador C. Verdaguer, encargado de reproducir sus dibujos, y a que la obra de Apeles respondía a ese gusto estético «a caballo entre el Romanticismo y el Arte Nouveau del fin de siglo, que algunos denominan historicismo, que los ingleses bautizaron como su Aesthetic Mouvement y que en Cataluña se conoce como Esteticisme» (Vélez: 1996: 85).

En efecto, los dibujos en esta novela presentan una interesante mezcla de animales idealizados, plantas y flores exóticas o filigranas, que aparecen fundamentalmente en las ilustraciones ornamentales que inician o cierran los capítulos, en sintonía con el decorativismo japonés y cercanas a la estética modernista, combinados con un gran detallismo costumbrista-realista en las ilustraciones que se refieren al texto literario. Con ello consigue el artista gráfico un embellecimiento del libro y a la vez respeta el espíritu realista del narrador.

En trabajos anteriores hemos abordado el análisis de las imágenes y de sus relaciones con el discurso narrativo (Gutiérrez Sebastián: 2000: 127-136 y Gutiérrez Sebastián: 2008: 197-224), y dejando al margen tales asuntos nos centraremos para este estudio en la importancia para el novelista montañés que tuvo la aparición de uno de sus textos con grabados en esta prestigiosa colección.

Nada mejor que acudir a la crítica contemporánea para valorar el impacto de la obra y los juicios, mayoritariamente positivos que mereció la parte material del libro. Aunque con elogios un tanto superficiales y otras veces interesados, diversos medios escritos como el Boletín de comercio, o el Diario de Barcelona, consideraron que la novela había sido ilustrada con gusto y oportunidad, y tampoco Pereda ocultó su satisfacción por el resultado del trabajo de Mestres, entendiendo por supuesto que la ilustración había cumplido a la perfección su función ornamental y subsidiaria del texto literario (García Mínguez: 2008: 158). Baste aducir el testimonio de Miquel y Badía que indicaba:

«Por afortunado ha de tenerse el Sr. D. José María Pereda en que la ilustración de El sabor de la tierruca haya caído en las manos de D. Apeles Mestres quien ha comprendido el texto a maravilla, concibiendo y ejecutando las láminas y viñetas según el mismo, el mismísimo criterio que guió al autor al escribir la novela».


(Badía: 1882)                


Podemos aventurar que la novela contribuyó a la difusión de la obra perediana en los círculos de la burguesía catalana, principal consumidora de estas joyas bibliográficas editadas por Arte y Letras, una colección promovida por varios intelectuales catalanes, difundida en cenáculos literarios como las librerías Verdaguer, Subirana o la Librería Española de López, en las que escritores, críticos y artistas gráficos se reunían y en las que posiblemente se fraguara el inventario de títulos e ilustradores que la irían conformando (Cotoner Cerdó: 2002: 17-27). Es más que probable que detrás de la presencia muy temprana de una obra de Pereda en la nómina de libros de esta colección estuviera la mano de don Marcelino Menéndez Pelayo, íntimo amigo del novelista de Polanco, habitual en estos ambientes literarios y con presencia muy activa en los círculos intelectuales catalanes.

Se puede deducir que con la publicación de esta novela en este formato, la imagen literaria regionalista de La Montaña se difundió ampliamente en Cataluña y también en la corte madrileña y El sabor además, supuso la presentación ante un público lector más amplio del novelista de Polanco que hasta ahora era conocido fuera de Cantabria fundamentalmente por sus combativas novelas de tesis política o religiosa y que con El sabor pretendió inaugurar una nueva línea narrativa, la de la novela regional.

No tenemos ninguna duda de que la general acogida favorable de esta obra perediana pesó en el ánimo del escritor cuando decidió, en otros momentos de su trayectoria literaria, publicar textos suyos acompañados de ilustraciones, como Al primer vuelo, publicada en Barcelona, por la editorial Heinrich en dos tomos en 18915, también con ilustraciones de Apeles Mestres, una edición de Tipos trashumantes, colección de artículos costumbristas que salió en esta misma editorial en 1897, ornamentada con excelentes dibujos de Mariano Pedrero y Para ser buen arriero, de nuevo con la colaboración gráfica de Mestres, un artículo costumbrista que en 1900 publicó la Biblioteca Mignon en un volumen de pequeño formato6. Sin duda, pese a algunas quejas y dificultades con los ilustradores y las editoriales, Pereda hizo un balance positivo de la decisión de haber dejado ilustrar sus relatos, ya que estos textos le proporcionaron sustanciosos beneficios económicos y como hemos indicado favorecieron aún más la difusión de su obra en las grandes ciudades, Madrid y sobre todo, Barcelona.

La editorial posiblemente también estuviera satisfecha de contar a don José María en la nómina de sus autores editados, como lo subraya el hecho de que su nombre se situara en un lugar preferente de la portada de este volumen; sin duda valorarían también la calidad del producto estético que presentaban y la senda que abrió para que otros escritores españoles, como por ejemplo Armando Palacio Valdés o años más tarde Clarín, decidieran editar sus obras en la colección. No hemos de olvidar que esta obra perediana salía a la luz como la primera novela española de un autor de fama que publicaba la Biblioteca Arte y Letras, pues hasta ese momento los libros que habían sacado al mercado eran fundamentalmente obras traducidas de autores clásicos españoles o extranjeros de diversas épocas.

En definitiva, como indicaba una reseña anónima aludiendo a la obra en su conjunto y a la parte icónica de la misma: «es una joya literaria más con que se enriquecerán las bibliotecas» (Boletín de comercio: 1882), joya bibliográfica que aún continuamos frecuentando con deleite los amantes de los viejos libros y en la que nos sigue sorprendiendo la feliz coincidencia y el común trabajo de dos artistas y muchos buenos conocedores del oficio de hacer libros.





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