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ArribaAbajoFernando Brambila, pintor de cámara de Carlos IV

Emilio SOLER PASCUAL



Universidad de Alicante


Los pintores de la expedición Malaspina

En la mañana del treinta de julio de 1789 partía de Cádiz la llamada expedición Malaspina. Estaba compuesta de dos corbetas construidas en La Carraca gaditana expresamente para la ocasión: La Descubierta, al mando del propio Alejandro Malaspina, y la Atrevida, comandada por D. José Bustamante y Guerra. La flor y nata de la marina española de fines de siglo formaba bajo la dirección del marino lunigiano: Cayetano Valdés, Antonio Tova Arredondo, Dionisio Alcalá Galiano, Felipe Bauzá, José Espinosa y Tello, Ciriaco Cevallos, entre otros.

La expedición autorizada por Floridablanca, primer Secretario de Estado, intentaba cubrir dos grandes objetivos: por un lado, demostrar que la España imperial no había entrado en decadencia y, de otro, asegurar el futuro español de las colonias analizando detenidamente costas, rutas y fortificaciones. Y si estos eran los deseos de Floridablanca un tercero anidaba en Malaspina, descubrir América, encontrarse con una realidad que él quería cambiar para que continuase siendo española: «Sin conocer América, ¿cómo es posible gobernarla?»70.

Tras sesenta y dos meses a bordo, la expedición Malaspina arribó a Cádiz un 21 de septiembre de 1794. Había recorrido las islas Canarias, el río de la Plata, la costa de la Patagonia, las islas Malvinas, la Tierra del Fuego, Chile, Perú, Ecuador, Panamá, Nicaragua, Méjico, California, Alaska, las islas Marianas, Filipinas, Australia y Tonga.

La documentación resultante del viaje, más de un millón de folios, descubrió, como señala María Dolores Higueras71, la amplitud de las tareas científicas abordadas:   —28→   astronomía, hidrografía, botánica, zoología, mineralogía, edafología comparada, minería y técnicas mineras, sociología, demografía, etnología, lingüística, historia prehispánica, farmacopea, salubridad ambiental, recursos vivos, caminos y comunicaciones, numismática, urbanismo, imposiciones fiscales, tráfico marítimo y aduanas, construcción naval, recursos pesqueros, fortificaciones y defensa, universidades, hospitales, censos eclesiásticos, además de un exhaustivo estudio físico-geográfico.

Uno de los aspectos más atractivos de la expedición Malaspina lo constituyó la plasmación gráfica y artística de ciudades, animales, plantas y tipos humanos de cuantos lugares visitaron, realizada por los pintores que Alejandro Malaspina enroló. En primera instancia fueron José del Pozo, José Sánchez, José Guío y Jerónimo Delgado los elegidos; ellos fueron los que partieron en la Descubierta a su salida de Cádiz. Otros dibujantes de la Expedición fueron Bauzá, Pineda y Cardero, aunque lo hicieron de forma amateur al ser sus cometidos a bordo de otra característica. Malaspina necesitaba, en palabras a Francisco de Bruna, Oidor Decano de la Audiencia de Sevilla, pintores capaces de: «representar al vivo aquellos objetos que nunca las plumas más diestras pudieran describir cabalmente».

La profesora González Claverán72 señala que el legado pictórico de las corbetas españolas no tuvo paralelo en su época. La expedición reunió una gran cantidad de dibujos cuyo número no es fácil de precisar debido a que se hallan dispersos en diversos archivos y colecciones privadas. Los inventariados actualmente integran una cantidad superior a los ochocientos, en palabras de la doctora Higueras73, aunque otra gran parte de los ejecutados deben de encontrarse extraviados.

La mayor parte de los dibujos catalogados se conserva en España a pesar que en el siglo XIX la colección fue dividida en tres grandes lotes: uno que permaneció en el Depósito Hidrográfico y que se conserva actualmente en el Museo Naval con el resto de la documentación; otro, casi de la misma importancia que quedó en poder de Felipe Bauzá, quien lo llevó a Londres y que, actualmente, se encuentra, en su mayor parte, en el Museo de América; y otro bloque importante de dibujos, la casi totalidad de los de carácter botánico, que se conserva en el Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid. La doctora Sotos Serrano74 ha catalogado, de manera muy documentada, 830 dibujos de este viaje.

Además de España, otros países conservan testimonio gráfico de la expedición Malaspina, según la doctora Higueras75: Inglaterra (Fondo Bauzá del British Museum); Argentina (Colección Bonifacio del Carril); Chile (Colección de la Universidad de Santiago   —29→   de Chile «Biblioteca Central»); Australia (Colección de la Biblioteca Mitchell de Sydney); Estados Unidos (Colecciones en las Universidades de California y Yale).

Por diversos problemas, Malaspina solicitó, de forma urgente, la contratación de nuevos pintores. Uno, como el profesor de Bellas Artes, el valenciano76 Tomás de Suria, se integró a la expedición en Acapulco en febrero de 1791. Otros, como el lombardo Fernando Brambila77 y el parmesano Juan Ravenet78, contratados por 27.000 reales anuales79, se incorporaron en octubre del mismo año en México, tras semanas de viaje desde La Coruña.

Los primeros dibujos de sus compatriotas, que ya no habían de abandonar a Alejandro Malaspina, causaron una enorme satisfacción en el ilustre navegante. En diciembre de 1791, escribió una carta al ministro de marina, Antonio Valdés, manifestándoselo:

Verá V.e. algunos frutos de su habilidad; y si juzgase o por los informes que me remiten o por el modo con que se han conducido en México y en este punto debo lisongearme de que este ramo importante de la Expedición estará ya libre de todo riesgo de desmayar en la comparación con lo demás80.






Fernando Brambila

De todos los artistas que participaron en el viaje, Fernando Brambila ha sido considerado como el de más sólida formación. La profesora Sotos Serrano81 señala que era un pintor de gran capacidad y sensibilidad, que poseía un gran dominio del dibujo de paisajes y de conjuntos urbanos aunque la representación de personas y animales la hacía con una cierta torpeza. El historiador del arte Torre Revelló82 adjudica a Brambila una pincelada ágil, un dibujo preciso, un conocimiento del uso del color, «aunque tenga una marcada preferencia por los colores bajos o abuse de los tonos oscuros en las aguadas».

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Brambila nace en el pueblecito de Fara di Gera d'Adda83, cerca del Pizzighettone, en 1763. Hijo de Francisco Brambila y de Antonia Ferrari, tuvo tres hermanos, José, Domingo y María, como él mismo señalara en su testamento84. Desde joven se dedica a la pintura, oficio que desempeñaba en Milán cuando los amigos de Malaspina, el conde Greppi y Melzi d'Eril, siguiendo instrucciones del marino, lo proponen, a fines de marzo de 1791, para su incorporación al viaje. La contratación de Brambila fue un tanto afortunada ya que la petición se hizo a Juan Ravenet, pintor parmesano, que aceptó rápidamente la oferta, y a Blas Martini85 que, al rechazarla, permitió la contratación del profesor de la milanesa Academia de Bellas Artes de Brera.

En abril de ese mismo año, Brambila llega a Génova en compañía de su colega Ravenet y parten hacia Barcelona. Tras un accidentado viaje en calesa desde Barcelona a la capital del Reino, viajan hasta Galicia y, desde La Coruña, embarcan para América. Allí, abordaron la fragata correo El Cortés. Después de algunas semanas llegan sanos y salvos a Veracruz tras una escala en La Habana, donde reciben 360 pesos para sus gastos86. En la capital mexicana se les indica que deben dirigirse a Acapulco, donde se encuentran las dos corbetas. Las obras más conocidas de los dos artistas italianos en México son las vistas que hicieron de Acapulco y de la sede virreinal.

El brigadier Malaspina, que había jugado fuerte en la contratación de sus dos compatriotas, alaba en su Diario de Viaje el trabajo que realiza Brambila en tierras de Nueva España:

las antigüedades peruleras, estudiadas ahora en el Cuzco, darán nuevo material para conocer la arquitectura de aquellos pueblos, que ya don Fernando Brambila había estudiado y descrito con tanto acierto a la par que la arquitectura mejicana87.



Brambila, al parecer, dibuja también las antigüedades aztecas aunque estos dibujos nunca han sido encontrados. Una frase del naturalista Antonio Pineda nos deja en la incertidumbre: «Nuestros pintores dibujaron una pirámide en Teotihuacán metiéndose en un hueco debaxo de ella»88.

El cometido de Brambila será la realización de vistas de los puertos y ciudades más importantes visitadas por las corbetas: Humatac, Palapa, Sorsogón, Manila, Macao,   —31→   Zamboangan, Sydney, Parramata, Vavao, Lima, Buenos Aires y Montevideo. De estos lugares, Brambila realiza diversas panorámicas que otorgan una información precisa y amplia sobre su situación, sistema de defensas, monumentos, etc., material básico para cualquier estudioso interesado en conocer la vida y estado de aquellas ciudades en las postrimerías del siglo de las Luces.

En su dibujo Vista de Montevideo, cuya panorámica ha sido tomada desde el puerto, se aprecia con claridad la ciudad, fundada en 1726, y la muralla que la circundaba con algunos de sus baluartes y una puerta de acceso. Al frente, sobresale la catedral. A la izquierda del dibujo, fuera ya del recinto amurallado, destaca el fuerte que defendía la bahía, hoy reconvertido en Museo Militar. La zona amurallada pintada por Brambila corresponde a lo que actualmente se denomina «ciudad vieja»89. Este dibujo tiene un gran valor para el historiador uruguayo Horacio Arredondo90, ya que «se trata de la única representación fidedigna que documenta un sector de la ciudad del que sólo se tenían referencias».

La Vista de Buenos Aires está realizada por Brambila desde el río, con la ciudad al fondo, donde se distingue la residencia del virrey, la catedral y el palacio episcopal. Este dibujo fue utilizado por Bartolomé Maura para la realización de un grabado cuya plancha se conserva en el Museo Naval de Madrid. El historiador argentino Bonifacio del Carril91 señala que «se trata de la primera representación gráfica de Buenos Aires en la que se ve a la ciudad como tal a fines del siglo XVIII». El interés de este grabado92 se acrecentó desde su publicación en el libro de Félix de Azara93.

Otra de las grandes obras realizadas por Brambila en su periplo viajero es, sin ninguna duda, la Vista de la ciudad de Lima. Constituye uno de los ejemplos más bellos que existen de la ciudad dieciochesca, cuando la capital peruana estaba considerada «la joya de la corona española». En ella se distingue la iglesia de los Desamparados, la torre de Santo Domingo, la cúpula de la Catedral y las iglesias de San Pedro y San Francisco. En las orillas del río Rimac las mujeres lavan la ropa y a la derecha de la lámina se observa el puente de piedra, primero construido en América por los españoles, que comunicaba la ciudad con el arrabal de San Lázaro, donde poco después se construyó la famosa y cantada Alameda.

Las pinturas que realizó Brambila en Lima debieron agradar sobremanera a las autoridades locales ya que se le propuso trabajar allí en cuanto acabase su misión viajera. Por causas desconocidas el asunto no prosperó, encontrándose en el Archivo del Museo   —32→   Naval94 las condiciones propuestas por Brambila para responsabilizarse de una Escuela pública de Dibujo en Lima.

De gran interés histórico resultó la serie de vistas que Brambila realiza de la ciudad de Manila, a lo largo de los seis meses que permaneció en la capital filipina. En algunos casos, al decir de Carmen Sotos, estos dibujos reflejan la última imagen gráfica de una ciudad destruida en la segunda guerra mundial. Así lo confirma el estudio de Lourdes Díaz Trechuelo95 sobre la Arquitectura española en Filipinas.

La profesora González Claverán señala que Brambila se basó en croquis de Cardero y Bauzá para realizar alguna de sus obras, correspondientes en su mayoría a lugares que él no tuvo ocasión de conocer directamente por su incorporación tardía a la Expedición. Los expertos indican que así pudo ocurrir con los dibujos y grabados referentes al paso de la cordillera de los Andes, de Chile a Argentina.

En julio de 1792, durante su estancia en la isla de Luzón, falleció el gran naturista de la Expedición, Antonio Pineda, gran amigo del comandante Malaspina. Este solicitó del gobernador y capitán general de Filipinas que permitiese rendir honores militares a Pineda, erigiéndose un monumento en memoria del ilustre científico guatemalteco. Su recuerdo quedó inmortalizado en la Huerta de Malate, propiedad de la Real Compañía de Filipinas, y el túmulo, construido junto a la iglesia de San Agustín, fue diseñado por Fernando Brambila96 y pagado por Malaspina.

En su visita a Australia, los perfectos dibujos de Brambila sirvieron a Malaspina para obsequiar a sus anfitriones ingleses. Así, el mayor Grose, oficial encargado de la colonia, recibió dos vistas del puerto de Sydney y otra de Parramata, centro de la agricultura de aquella isla97. También el capitán Patterson recibió una vista de una cascada de la isla de Norfolk. Las láminas de Brambila fueron enviadas a Inglaterra para que contemplaran las autoridades británicas el rápido desarrollo de Sydney.

Según Concepción García Sáiz98, el estilo de Brambila se mueve dentro del círculo de pintores poderosamente influidos por la técnica del francés Vernet. Lo que sí es evidente es que en la obra del pintor milanés se reúnen una gran habilidad profesional académica y un magnífico dominio de la perspectiva.




En la corte madrileña

Al regresar las corbetas a la península, los pintores, al igual que otros miembros de la Expedición, se afincaron en la Corte. Malaspina propuso que Brambila alargara su   —33→   estancia en Madrid ya que creía que era parte fundamental en la puesta al día de la documentación expedicionaria que iba a ser publicada99. Malaspina, en correspondencia con su amigo Paolo Greppi, señala que entre los muchos méritos de Brambila figura que «se dió a querer entre los españoles por sus prendas morales y por su fineza de modales»100.

El encarcelamiento del brigadier de la Real Armada, tras su fallido complot101 contra el todopoderoso Manuel Godoy, no impidió que continuaran los trabajos de Brambila sobre la puesta al día de los dibujos realizados por la expedición. Pocos días antes de su detención, el 10 de noviembre de 1795, Alejandro Malaspina recibía una carta102 de Brambila sobre su cuadro Vista de Chapultepec, apunte realizado en Méjico durante la expedición y del que el brigadier le había encargado una copia para la esposa del fallecido virrey de México, Bernardo de Gálvez. Años más tarde, Malaspina seguía recibiendo en su exilio lunigianse correspondencia de sus más estrechos colaboradores, entre ellos de Fernando Brambila, en palabras de Eric Beerman.

El profesor Beerman103, en su detallado estudio sobre el diario del proceso de Alejandro Malaspina, señala que el 28 de noviembre de 1795, cuatro días después de la detención del brigadier, Brambila, al igual que todos los oficiales comisionados para la catalogación del viaje, deberían integrarse sin demora a sus respectivos departamentos, según una Real Orden104.

Pasados los tormentosos días que siguieron al arresto del brigadier, las aguas volvieron a su cauce y la vida continuó en la Corte. Junto a Ravenet, Brambila permaneció en España trabajando en su oficio y recibiendo la paga de 27.000 reales anuales con que fueron contratados por Malaspina. En 1798 se opinó en la Corte que se les debía reducir la paga anual que recibían a 12.000 reales, ya que tenían la opción de «exercitar su arte por encargo de particulares con muchas ventajas propias»105. Tras una protesta formal, y afortunadamente para ellos, el monarca no accedió a la rebaja de sus honorarios106.

Fernando Brambila, a comienzos de 1799, redactó una instancia en la que encomiaba sus esfuerzos en la expedición Malaspina, «a quienes acompañó a sabiendas del triste fin que tuvieron Cook y Laperouse». Añadió que «abandonó patria, familia y   —34→   carrera para sacrificar su vida en el servicio de S. M.». Seguía argumentando que durante el trayecto observó «una conducta irreprochable» y, tras enfatizar sus méritos, solicitaba que se le emplease como pintor arquitecto y adornista de cámara del rey, «con su respectivo uniforme», y con el mismo sueldo de 27.000 reales que desde hacía ocho años le venía otorgando el gobierno español107. La misiva era copia casi literal de la enviada en enero de 1796, que obtuvo la callada por respuesta108.

En atención a sus méritos y servicios, el catorce de abril de 1799109, Fernando Brambila fue distinguido por Carlos IV con el título de «pintor arquitecto y adornista de su Real Cámara», con el mismo sueldo que disfrutaba hasta entonces y con el encargo que continuara los trabajos de la expedición. El veintiocho de abril juró Brambila «servir bien y fielmente al Rey nuestro Señor».

El año 1800 contempló el matrimonio de Fernando Brambila con Josefa Tami, «de estado honesto, e hija del difunto Dn. Pablo Tami criado de V.M. y de Dña. Eustaquia Rouyer...», según permiso solicitado al Sumiller de Corps con fecha 27 de diciembre de 1799. La contestación afirmativa no se hizo esperar y el 30 de diciembre se le concedió dicha autorización para casarse. Del matrimonio nació una única hija, Antonia, ya que Brambila enviudó joven.

Con motivo de la exaltación del Cardenal Luis María de Borbón a Prelado del Arzobispado de Toledo, se encarga a Brambila una gran portada en arco triunfal para ser colocada en la Puerta del Pendón de la Catedral. Brambila solicita la colaboración de Gregorio Borghini y a su conclusión, el siete de febrero de 1801, valoran su trabajo en noventa mil reales. Como quiera que el precio pareciera excesivo al canónigo y Obrero Mayor de la Catedral, Francisco Pérez Sedano, se pidió dictamen a otros artistas que valoraron la obra de forma bien diferente. Por último se llamó al pintor de Cámara de S.M., Francisco de Goya, para que dijese la última palabra, tasando la obra en cuarenta y cinco mil reales, justamente la mitad de lo solicitado. Brambila y Borghini perciben esta cantidad por su trabajo no sin manifestar, airadamente, su disconformidad con la tasación tan baja que se hace de su obra110.

Una Real Orden111 de 1801 ordenaba imprimir una serie de grabados con el trayecto de Valparaíso a Montevideo realizada en 1794 por Bauzá y Espinosa, dibujados por Brambila en función de los apuntes tomados por Bauzá. Este viaje, de tres meses de duración, no llegó a publicarse nunca, aunque sí quedaron grabados los dibujos y las cartas destinadas a ilustrarlo y que ha recogido en su Catálogo Crítico... la doctora Higueras.

La comisión para la que fueron contratados Brambila y Ravenet quedó oficialmente liquidada en mayo de 1806112, fecha en que los pintores, según la doctora González   —35→   Claverán, entregaron a Espinosa y Tello, director del Depósito Hidrográfico, todos sus dibujos en limpio de la expedición Malaspina.

Al haber finalizado sus trabajos viajeros, Brambila tuvo problemas para cobrar su salario ya que José Espinosa y Tello, director del Depósito Hidrográfico no consideraba oportuno que se le siguiese pagando el sueldo a costa del presupuesto de su Departamento. Brambila escribe al ministro de Hacienda, Miguel Cayetano Soler, exponiéndole sus pesares y solicitando una inmediata solución a sus problemas. Al tener conocimiento de estos sucesos Brambila fue requerido, en abril de 1806, para que se presentase al Intendente de la Casa de Porcelana, Christóbal Torrijos, «para que enterandose de su abilidad, diga si puede ser util al establecimiento».

El 30 de mayo de ese mismo año, los tres directores de la Casa de Porcelana rechazan, muy amablemente, el concurso de Brambila ya que sus muchos méritos como pintor los poseía en un ramo de pintura propia para:

cosas grandes como Techos, Teatros y Quadros, que es muy diferente a la de Porcelana, se vería precisado a emprehender un nuevo modo de pintar enteramente opuesto al que exerce costandole unas fatigas penosas en su edad, con las quales seria dificil conseguir lo que se necesita para la Fabrica...



Una vez conocido su rechazo por la dirección de la Casa de Porcelanas, Fernando Brambila se dirige por escrito del 27 de julio de 1806 a la Corte y se ofrece para realizar copias al natural de las vistas de los Sitios Reales, evitando que estas pinturas «se hagan por otros individuos que los que están al servicio de S.M.» y dándose, si se aprueban sus planes, una prueba clara del talento de los pintores de Cámara, «haciendo ver a los Extrangeros que no nos ganan en la perfección de este Arte».

En 1808, Brambila dibuja en aguatinta los desastres causados por las tropas napoleónicas en la ciudad de Zaragoza, en colaboración con el pintor Juan Gálvez que se encargó de los retratos de los héroes. Nadie mejor que el propio Brambila para comentar lo sucedido en estos años, aunque lo haga en tercera persona:

Ocurrida nuestra revolución, tomó parte en ella dirigiéndose con D. Juan Gálvez a Zaragoza a copiar sus ruinas y retratos de los patriotas que más se distinguieron en el primer sitio, y finalizada esta empresa se restituyó a Madrid pocos días antes de la segunda entrada de los Franceses, pero perseguidos los dos después por Napoleón, que tubo noticia del proyecto, se fugaron de aquella capital a donde regresaron luego que Napoleón marchó a Castilla, y continuaron su tarea con bastante riesgo...113



Las dramáticas escenas recogidas por Brambila y Gálvez pueden ser el antecedente de los Desastres de la Guerra pintados por Goya, compañero de Brambila como pintor   —36→   real de Cámara aunque no amigo, que visitó Zaragoza por la misma época que el pintor lombardo114.

En 1811, Fernando Brambila marchó a Cádiz buscando el refugio seguro que ofrecía la capital andaluza frente al avance incontenible de las tropas napoleónicas. Allí, en 1812115, se publicó una colección de treinta y dos láminas titulada Ruinas de Zaragoza que fueron grabadas al aguafuerte por el mismo Brambila y correspondientes a los dibujos realizados años atrás. La edición se realizó en varias entregas116 y, según él mismo narra, la sufraga el propio Brambila a su costa, «con abandono de sus bienes y familia». Carmen Sotos añade que de las treinta y dos láminas, trece están enteramente hechas por Brambila al tratarse de paisajes.

La precaria situación económica de Fernando Brambila, que lleva desde junio de 1807 sin cobrar su sueldo117, le incita a solicitar, el cuatro de junio de 1813, su nombramiento como «Conservador, Adornista y Arquitecto de la Regencia, o en los Palacios Reales abandonados por el enemigo, o bien en el destino de Director de la Real Calcografía de Madrid»118. En el año 1814, una vez acabada la guerra de la Independencia, se procedió a pagar los atrasos que se le adeudaban.

Desde febrero de 1814, Brambila desempeña el cargo de Director de Perspectivas en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, primero de forma interina y sin sueldo119 y, posteriormente, de forma definitiva. En sesión ordinaria de la Academia del primero de octubre de 1815, se nombra a Brambila Académico de mérito, de pintor perspectivo, «dispensandole la entrada a nuevas pruebas prevenidas por reales ordenes».

A partir de este momento Fernando Brambila disfruta de una gran estabilidad profesional, combinando sus tareas académicas con los encargos reales, que le permite adquirir interesantes cotas artísticas.

La obra artística de Fernando Brambila también incluye una parte teórica ya que escribió un Tratado de principios elementales de perspectiva120, publicado en 1817 por la Academia de San Fernando.

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En 1816 Brambila trabajó en las obras de acondicionamiento del palacete de La Moncloa, «transformando la antealcoba y colocando sobre las figuradas ventanas unos lienzos al temple con vistas de Sitios Reales...», según Ezquerra del Bayo121.

En 1817 se encarga a Brambila las obras de pintura en la Casa de S. M. en La Florida», existiendo constancia documental de las cantidades cobradas por el pintor italiano con el visto bueno de Isidoro Montenegro, «Gentil-Hombre de Cámara de S. M.». Estas obras en el Real Palacio de la Florida debieron ser finalizadas en el año 1819 y suponen a Brambila unos honorarios totales de 42.000 reales.

En estos fértiles años artísticos, la labor docente de Brambila es muy apreciada por sus compañeros de la Academia y, así, cuando se decide la creación de un nuevo estudio en la calle de Fuencarral, se nombra a Brambila Director de las clases de Adorno y Perspectiva, con un sueldo de doce mil reales122.

En 1821 se encarga a Brambila la realización de una serie de vistas de los Reales Sitios, tarea que le va a ocupar hasta su muerte. Casi todas las descripciones realizadas van acompañadas de escenas populares o retratos de la época, lo que puede indicar que Brambila contaba con ayudantes.

En la Casita del Labrador de Aranjuez se pueden contemplar veintiocho óleos pintados en San Ildefonso que representan vistas generales, palacios, fuentes, ríos, cascadas, estanques y jardines de entre los que destacan dos paisajes nevados de gran valor artístico.

De su estancia en San Lorenzo del Escorial, en 1822, quedan una veintena de cuadros que abarcan desde panorámicas del Monasterio como de las numerosas dependencias que lo componen: Iglesia, Biblioteca, Escalera Principal, Sacristía, Panteón, Patios, etc.

En el año 1826 renuncia a su empleo de Director de Perspectiva de la Academia, por no poder atenderlo como él quisiera debido a sus obligaciones como pintor de Corte, que le obligan a alejarse periódicamente de la capital, aunque continúa perteneciendo como Académico de mérito123.

En septiembre de 1826 Fernando Brambila se dirige al Duque de Híjar, Sumiller de Corps, solicitándole ayuda de «leña, médico, botica y casa para toda su familia, ayudante, y cuarto para su estudio» al tener que dirigirse a Aranjuez «a sacar vistas, con Orden berval de S.M.», como ya antes las había recibido para pintar las de «San Ildefonso y San Lorenzo».

La salud de Fernando Brambila, que había empezado a deteriorarse en su viaje con la expedición Malaspina, no debe funcionar bien ya que con diversas fechas entre los años 1822 al 1829, el Sumiller de Corps le concede licencia «para que pueda pasar a tomar las aguas y baños minerales de Trillo que le son precisos para recuperar su salud»124.   —38→   Brambila acompaña certificado expedido por Cipriano Cabrero, médico del Real Sitio de San Lorenzo. El 20 de junio de 1825 Fernando Brambila aclara cual era el motivo de su enfermedad: «el Médico dice que es necesario pase a tomar los baños de Trillo, para que consiga mi total restablecimiento del ataque de nervios que padecí hace tres años...»125.

En 1828, un nuevo certificado médico, este de Manuel Roldán, especifica un poco más la dolencia: «D. Fernando Brambila, Pintor de Cámara de S.M., padeze de ciertos insultos epileticos acompañados de vertigos y transtornos de cerebro, por algunas temporadas...»126.

El expediente personal de Fernando Brambila señala que desde el año 1817 venía solicitando permiso para ausentarse de la Corte «con objeto de restablecer su salud en cualquier pueblo de la Alcarria», combinando sus estancias curativas con sus desplazamientos para pintar los Palacios de S.M. En 1832 aparece su Colección de vistas de los Sitios Reales127, compendio del trabajo de aquellos últimos años.

Durante su estancia en Aranjuez, en 1828 y 1829, pintó cuadros que se han convertido hoy en estampas costumbristas de primer orden. De este período se han inventariado otros veintiocho óleos que siguen la línea y la calidad de su obra anterior.

De sus trabajos sobre Madrid, ciudad a la que pintó en numerosas ocasiones, así como de toda su obra pictórica en los Reales Sitios, queda constancia documental de gran parte de ellos en el Archivo de Palacio128.

El dieciocho de agosto de 1832, Fernando Brambila otorga testamento en Madrid, encontrándose sin más novedad en su salud «que los achaques propios de mi abanzada edad, y en mi cabal juicio, memoria y entendimiento natural». Nombra a su hija Antonia Brambila Tami heredera universal de sus bienes y a su yerno «Dn. Manuel Vázquez del Viso, su hijo político, oficial de la Secretaría de Estado y del Despacho de Hacienda129», y a José Otón, discípulo suyo, como albaceas.

En un certificado de la iglesia de San Martín, conservado en el Archivo General de Palacio, se afirma que Fernando Brambila, de 71 años de edad, Pintor de Cámara de S.M., «falleció en veinte y tres de Enero de mil ochocientos treinta y cuatro», en su domicilio de la calle madrileña de Amaniel, siendo enterrado «en uno de los nichos del cementerio».