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Estudio de España Peregrina (1940)

Una revista para la continuación de la cultura española en el exilio mexicano


Teresa Férriz Roure



GEXEL- Universitat Autònoma de Barcelona




ArribaAbajoA modo de presentación

Como señalaba hace pocos años Arturo Souto Alabarce1, puede parecer, a simple vista, que se ha escrito mucho sobre el exilio literario en América y, en particular, sobre el instalado en tierras mexicanas. Pero, en realidad, hasta hace muy pocos años, la mayor parte de esta bibliografía no aportaba valoraciones significativas ni realizaba una aproximación verdaderamente crítica al fenómeno del exilio literario, limitándose, casi siempre, a ofrecernos textos de carácter periodístico y testimonial, habitualmente introductorios o panorámicos -cuando no monográficos sobre algunos escritores generosamente estudiados en perjuicio de otros que no han despertado ningún interés en la crítica2.

Afortunadamente, los muchos aniversarios, homenajes y panoramas generales escritos, en su mayoría, con motivo del cincuentenario del éxodo español o la celebración del denominado «Encuentro entre dos mundos», sirvieron para despertar un interés real que ha derivado en un estudio sistemático y exhaustivo de los textos escritos en el destierro y, sobre todo, en una más ecuánime valoración de un fenómeno cultural de indudable significación para España y México3. Valoración que, necesariamente, ha de alejarse tanto de la mirada tremendista, y hasta determinista, como de la negación -hoy afortunadamente anacrónica- de la radical experiencia del destierro en la producción cultural realizada fuera de España.

Pero, aunque la atención crítica sobre el exilio literario se encuentre en vías de normalización, dista mucho de contar con las monografías necesarias, ni aun con los materiales de trabajo básicos. Faltan todavía, dentro de la selva bibliográfica en que se ha convertido la investigación sobre el destierro de 1939, obras de referencia como hemerobibliografías y diccionarios, así como estudios generales de todas aquellas manifestaciones culturales, que habrán de darnos una mejor comprensión de la literatura escrita fuera de España.

Nuestro trabajo viene a cubrir, parcialmente, algunos de estos aspectos, tomando como material de estudio una de las primeras revistas literarias impulsadas por los desterrados en América, España Peregrina. Con nuestro acercamiento, sustentado en la sistematización de su contenido a partir de la lectura y reflexión de los abundantes materiales críticos y de creación de la revista, pretendemos entender esta producción cultural tal como fue vista en el momento de su gestación, su mismo proceso evolutivo y, naturalmente, su culminación ideológica concretada fundamentalmente en una serie de argumentos -entendidos estos como núcleos temáticos- que encontrarían eco en otras expresiones culturales del exilio, coetáneas y posteriores.

Bajo esta consideración, nuestro trabajo parte del convencimiento de que la obra de cultura realizada fuera de España fue evolucionando desde unos planteamientos éticos y estéticos comunes, fruto de una formación previa en España. Sus bases estaban ya establecidas, al menos en los primeros años de destierro, y no hicieron sino variar en la medida en que lo hacían sus protagonistas y las circunstancias que los rodeaban. Sin duda, el inevitable cambio en la orientación literaria de posguerra no borró la brillante tradición anterior, ni desligó las nuevas creaciones de sus antecedentes, tanto en la cultura peninsular como en la que se seguía desarrollando fuera de sus fronteras. La historia de la cultura española de posguerra no fue, tanto en la Península como fuera de ella, «una línea de cumbres casi enteramente aisladas»4, sino un largo y extenso camino donde convivieron las tendencias más nuevas con los epígonos de las orientaciones de preguerra, en una pervivencia de la tradición que ninguna disposición oficial pudo eliminar.

Así, el presente estudio sitúa a los exiliados en su primer año de llegada a México y presenta una muestra significativa de los argumentos que uno de los primeros órganos de expresión de los republicanos en México fue desarrollando; argumentos -entendidos estos como pluralidad de intereses, tensiones entre los colaboradores, reelaboración de lecturas, preeminencia de algunas formas de expresión, afán de persuasión- que, creemos, deberán fundamentar en el futuro buena parte de los trabajos sobre la prensa del exilio republicano de 1939. Éstos, a pesar de no ser los únicos, son síntomas claros de unas necesidades comunes, las cuales van, en unos casos, a ir marcando divergencias entre los integrantes del exilio, y, en otros, los unirán en una empresa común que, poco a poco, se revelará como utópica. Ayudan, por tanto, a comprender algunas de las preocupaciones e intereses del momento inicial de instalación en América y a explicarnos el fundamento de muchas de las creencias genéricamente compartidas por la comunidad desterrada -desde la esperanza del retorno al carácter simbólico de la guerra civil, pasando por la forma de enfrentarse al nuevo medio e integrarse en las orientaciones éticas y estéticas de sus nuevos compatriotas, el tratamiento del tema de España o el peso de la tradición en el proceso intelectual de los republicanos.

En este sentido, hemos organizado este libro en tres grandes capítulos: en el primero, nos aproximamos a la historia externa e interna de España Peregrina, centrándonos en los propósitos nucleares que se impusieron sus creadores, especialmente la voluntad de convertirla en portavoz de un grupo, así como en los límites de este propósito. Dedicamos las dos partes siguientes al estudio interno de las publicaciones. En la primera de ellas, nos aproximamos a la revista como un reflejo histórico y analizamos los argumentos subyacentes más importantes: la visión de España, el tratamiento que se realiza de la historia más reciente en la Península y el exilio, el discurso en torno a Europa, la vocación universalista y pedagógica, la presencia de lo popular, la nueva perspectiva americana, así como la visión del intelectual y su compromiso. La última se centra en el mantenimiento de la tradición a través de una relectura de la historia literaria española e incluye un análisis de los escritos críticos y de creación literaria, ejemplares del camino que seguirían los escritores exiliados.

Esperamos que nuestro estudio, en primera instancia, sirva como incitación a la lectura de la prensa periódica del destierro republicano; ayude a explicar algunas de las orientaciones de los protagonistas del exilio, en sus años iniciales, a partir de su formación española; aporte argumentos para entender los inicios de su complejo proceso de integración en América y proporcione, además, nuevas claves para explicar las primeras expresiones literarias gestadas en el exilio. Asumimos, y aun pretendemos, que nuestra visión dé pie a la polémica y, si se tercia, a la réplica: nada nos mostraría mejor el estado de buena salud de los estudios sobre el exilio literario y el interés que despierta hoy.

Queremos agradecer, por último, la ayuda de todos cuantos han colaborado de una forma u otra en la realización de este libro. En especial, el apoyo de Manuel Andújar y Francisco Caudet. Agradezco también la generosidad de mis amigos de la Universitat de Lleida, sobre todo de Pere Rovira, que me prestó generosamente su ejemplar facsimilar de España Peregrina, de Maricel Ortiñá, Jaume Esteban y Rosa Muñoz, así como la confianza de mis compañeros del Grupo de Estudios del Exilio Literario (Universitat Autònoma de Barcelona). Mención aparte merece Josep M. Ribó, cuya amistad y ayuda han sido decisivas en la realización de los índices de este trabajo. De igual modo, señalar que la tesis doctoral de que procede este estudio no hubiera podido realizarse sin la concesión de una Beca de Formación de Investigadores de la Generalitat de Catalunya.

Por último, reconocer los comentarios a este texto de Jaume Pont, Manuel Aznar, José Carlos Rovira, M. José Sánchez Cascado, James Valender, miembros del tribunal que juzgó la tesis en 1995, y, en especial, a Francisco Tovar, que me apoyó durante mis años de investigación en Lleida.






ArribaAbajoI. Primer acercamiento a España Peregrina

España Peregrina -y en esto no se diferencia de la mayor parte de las otras revistas del primer momento del exilio («...cada revista es un posible modelo para otra revista que aparece más tarde; todas las revistas se copian, se imitan, se continúan...»)5- se nos presenta como un producto cultural híbrido: mezcla la estructura de periódicos con revistas de divulgación y especializadas; combina la nota informativa (sin mayores pretensiones de objetividad que las exigidas por los desterrados españoles a su llegada a México) con el ensayo de temática diversa y la creación literaria.

Este carácter heterogéneo no niega la unidad argumental de España Peregrina, en que actúan como factores de cohesión su función de órgano de la Junta de Cultura Española, el momento histórico en que aparece y, naturalmente, la personalidad e intereses de sus impulsores (especialmente Juan Larrea y, en menor medida, José Bergamín), representantes de aquellos escritores españoles que, durante los años anteriores, habían intervenido activamente en la creación de esa «utopía» cultural republicana. Una «utopía» cuyo fracaso se pretendía impedir a toda costa desde el exilio (en otra utópica empresa), mediante el mantenimiento del «mito de la cultura» reivindicado desde la preguerra española por aquellos sectores intelectuales que estaban convencidos de sus posibilidades revolucionarias.

Este concepto «acumulativo y reverencial de la cultura»6 se retoma, pues, en España Peregrina. La Cultura se confunde, aquí, con «patria» en un proceso a través del cual se apropia de la esencia de España, su espíritu o, lo que es igual, la savia del árbol español -por utilizar un símil que hizo fortuna en ese primer momento del exilio.

De esta forma, se impulsó una revista cuyo motivo fundamental lo constituía la presencia reiterada, desde su mismo título, de una España enfrentada inevitablemente a la vivencia del exilio: el pasado idealizado frente a un presente sentido como ajeno, el reencuentro con la propia identidad frente al extrañamiento vital que toda pérdida de la tierra propia implica. Un juego de contrarios, de oposiciones, en fin, que dieron forma a una publicación editada en tierras americanas, con una manifiesta vocación universalista, pero de carácter netamente español.


ArribaAbajoSiguiendo los antecedentes inmediatos: de la hemerografía republicana peninsular a Voz de Madrid

Cuando los miembros de la Junta de Cultura Española se plantearon la necesidad de crear un órgano que, aparte de utilizarse como medio de reforzar lo propio, les sirviera para darse a conocer ante los americanos y, a la vez, les ayudase en la consecución material de algunos fines más concretos (recibir apoyo económico para sus actividades, crear un clima favorable para los exiliados en los países de asilo, etc.), lógicamente rechazaron la creación de un boletín de información interno cuya específica función, de todas formas, ya realizaba el Boletín al servicio de la emigración española, editado en México por el Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles7.

Se decidieron, finalmente, por las ventajas que proporcionaba una revista mensual: ésta garantizaba la inmediata entre elaboración y difusión; permitía llegar a un amplio número de personas de distintos países8; otorgaba facilidades para difundir un número considerable de creaciones literarias del primer momento del destierro -sin los límites que pudieran imponer otras revistas extranjeras o las editoriales propias o ajenas-, y propiciaba, además, el intercambio de materiales y la difusión de noticias específicas del grupo exiliado, etc. La prensa periódica ofrecía, asimismo, una ventaja complementaria: su extraordinario auge durante los años precedentes a la guerra civil permitía que los españoles empezasen su trabajo respaldados por una sólida tradición publicista que les sería de gran utilidad a la hora de encauzar nuevos proyectos en un país extranjero.

En efecto, España Peregrina no puede entenderse sino como continuación de una línea hemerográfica iniciada a principios de siglo y consolidada a través de publicaciones nacidas en medio de la fuerte politización de la España de los treinta (Cruz y Raya o Leviatán, fundamentalmente) y durante la guerra, como El Mono Azul -la cual, si bien no podía considerarse un simple «boletín» de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, surge de ella, contribuye a la difusión de sus ideas y cuenta entre sus colaboradores principales a José Bergamín-, Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura y, naturalmente, Hora de España, a las que nos referiremos más adelante9.

Esta tradición hemerográfica pasa al exilio, donde se renuevan algunos de los heterogéneos argumentos que la sustentaban y se extreman posiciones, otorgando, a la nueva publicación, influencias tan reconocibles como dispares: a lo largo de las páginas de España Peregrina, hallamos ecos de la Institución Libre de Enseñanza, del pensamiento liberal propiciado por Ortega desde su Revista de Occidente -ligado a un progresivo interés por «los nuevos problemas humanos, individuales y colectivos» que son observados desde una nueva perspectiva10- y del testimonio de la combativa actitud revolucionaria de los escritores comprometidos políticamente con los partidos de izquierda. Todo ello combinado con algo de ese «casticismo» neocatólico del que Cruz y Raya había sido brillante portavoz, así como con las anteriores aventuras publicistas de Juan Larrea.

Estos tan conocidos antecedentes11 se completan, en el caso de España Peregrina, con el semanario Voz de Madrid publicado entre 1937 y 1938, en París, por diversos españoles instalados en Francia (algunos llegados a este país por vez primera a causa de la guerra; otros, como Larrea, viejos huéspedes de la capital gala). Este es, de hecho, el precedente más inmediato de la revista mexicana: Voz de Madrid nació bajo los auspicios del Frente Popular12 -que propiciaría, algunos meses más tarde, la creación de la Junta de Cultura Española- y, en este periódico, participaron activamente algunos de los españoles que iban a promover más adelante España Peregrina (principalmente Eugenio Imaz, José Bergamín y Juan Larrea, los dos últimos miembros del Comité de Redacción del semanario francés). Del mismo modo, intereses similares a los del periódico editado en París los encontraremos en la publicación americana; así lo muestran, por un lado, las varias reimpresiones de artículos procedentes del semanario francés y, por otro, la unidad argumental que confiere a ambas publicaciones la constante presencia de España.

De todas formas, y a pesar de la importancia que le otorga Rafael Osuna -«De los periódicos de aquella mala guerra, tocados con frecuencia tangencialmente pero no analizados casi nunca con demora e independientemente, éste podría ser de los más importantes y desde luego está entre los menos conocidos...»13-, la Voz de Madrid sirve sólo en parte como antecedente de España Peregrina: sus coincidencias se limitan a los aspectos genéricos arriba apuntados, y al hecho de que fue, para muchos de sus colaboradores, el último hito publicista antes de la aventura americana14.




ArribaAbajoOrígenes de España Peregrina: la Junta de Cultura Española


ArribaAbajoGestación de la Junta

Entre las luchas internas de la emigración política española que no hicieron sino reflejar el enfrentamiento producido durante los últimos meses de guerra (una situación que, como veremos más adelante, los ideales propósitos expresados en el primer número de España Peregrina no pudieron evitar que se reprodujeran en ella misma), destaca la que -durante los primeros años del exilio- mantuvieron el SERE (Servicio de Evacuación de los Republicanos Españoles)15 y el JARE (Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles)16. Ambos coincidían en su carácter de organización oficial y en su finalidad principal: facilitar el traslado de los desterrados a América; pero, desde el principio, se encontraron enfrentadas a causa de la enemistad política y personal de sus respectivos impulsores: Juan Negrín e Indalecio Prieto, quienes defendían posiciones políticas y modos de actuar irreconciliables17.

De las dos organizaciones, la primera en iniciarse fue el SERE, creado el mes de marzo de 193918 y auspiciado por Negrín. Bajo la presidencia honoraria de Bibiano F. Osorio Tafall19, funcionaba con un Consejo de Administración integrado por un representante de todos los partidos políticos y organizaciones presentes en el Gobierno republicano del doctor Negrín. Estaba dirigido por el hijo del fundador de la Institución Libre de Enseñanza, Pablo de Azcárate -antiguo embajador de la República en Londres y ex-secretario de la Sociedad de Naciones-, y su función primordial consistió en ayudar a los refugiados en Francia y obtener el máximo de visados posibles para trasladar a los españoles expatriados hacia América. De esta forma, del mes de marzo a abril se establecieron las oficinas del «Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles» en la calle de San Lázaro 94 y en Tronche 11, al amparo de la Embajada mexicana y con el visto bueno del ministro del Interior francés, Sarraut20.

Desde un principio, este organismo de corte institucional participó en una iniciativa de la Delegación de Relaciones Culturales y Propaganda dependiente de la Embajada de España en París destinada a «preparar la sucesión de los organismos españoles de orden cultural que el destierro invalidaba» (2, p. 78)21. Esta propuesta se fue concretando -paralelamente a la consolidación del SERE- en la creación de la Junta de Cultura Española22, a la que aquél seguiría apoyando una vez se decidiera trasladarla a México. Como recordaba, años después, José Puche -dirigente del «Comité Técnico de Ayuda a los Refugiados Españoles», la filial del SERE trasladada a los Estados Unidos Mexicanos23-, una vez establecidos en este país americano, «aparte del Luis Vives, de la Hispano Mexicana, de la Editorial Séneca... también se ayudó... a la Junta de Cultura Española que presidía don José Bergamín y a la que estaban adscritos algunos intelectuales de mucho prestigio»24.

Nacida la Junta, pues, cuando la derrota republicana resultaba inminente, se señalaba como su finalidad principal la de «favorecer el natural desarrollo» de la cultura española25. Por ello, sus tareas prioritarias consistieron en la instalación de todos sus miembros en lugares donde pudieran continuar su trabajo y se evitase un aislamiento que, previsiblemente, supondría la muerte creativa de una gran parte de los españoles exiliados. De esta forma, los mismos republicanos se convertirían, con su misma presencia, en activos defensores de la República ante los organismos internacionales: «...enmudecidos los cañones, la lucha por los hondos principios humanos sostenidos por la República, asumía nuevos caracteres, recayendo sobre los intelectuales el peso de la próxima jornada» (2, p. 78).

La Junta no estaba sola en este intento: en un primer momento, los representantes del gobierno republicano se sirvieron de un boletín titulado Cultura Española, que circulaba por los campos de concentración26 y, más adelante, publicaron en México, de agosto del 39 a agosto del 40, el Boletín al servicio de la Emigración Española. Pero, fundamentalmente, con los mismos propósitos que la Junta, trabajaba otra institución iniciada en París también bajo la tutela del SERE: la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero27. Esta, por las mismas fechas en que la Junta se instalaba en México, proyectaba «un Centro de Estudios de Culturas de todos los países del Continente Americano»28, donde se integrasen una gran parte de los científicos y los hombres de letras españoles29.

Huelga decir que esta empresa -desproporcionada para ser emprendida por un grupo de desterrados- no fue respaldada por la comunidad internacional, quedando en un frustrado intento, comparable, en parte, a la Junta de Cultura Española, la cual desaparecería al escaso año de haber iniciado sus actividades en México.




ArribaAbajoInicios y propósitos

La Junta de Cultura Española se constituyó en el Centro Cervantes de la capital francesa (sito en el número 179 de la rue St. Jacques) el 13 de marzo de 193930, «casi en la víspera de la caída de Madrid, cuando ya los campos de concentración del mediodía de Francia estaban llenos de refugiados españoles» (1, p. 42). A esa primera reunión que se celebró bajo la presidencia de Marcel Bataillon, acudieron el escritor José Bergamín; José Manuel Gallegos Rocafull, profesor de la Universidad de Madrid; Manuel Márquez, decano de la Facultad de Medicina de la misma Universidad; el abogado Gabriel Bonilla; el historiador Américo Castro; el pintor y arquitecto Roberto Fernández Balbuena; Juan M. Aguilar, catedrático de la Universidad de Sevilla31; Augusto Pi i Sunyer, director del Instituto de Fisiología de la Universidad de Barcelona; Joaquín Xirau, decano de la Facultad de Filosofía de la misma Universidad; Juan Larrea, que actuaba -según su testimonio- también en nombre de Picasso32; y, como representante de la Legación de México, el museógrafo Fernando Gamboa -secretario del embajador Narciso Bassols-, cuya esposa viajó con las dos primeras expediciones de republicanos españoles a México33.

A propuesta de Gallegos Rocafull, se eligió una Junta Directiva presidida por quien había sido presidente de la Alianza de Intelectuales Antifascistas, José Bergamín. En un principio, hacía la función de secretario, Juan Larrea, y de vicesecretario, Eugenio Imaz. Esta dirección -una vez instalada la Junta en la capital mexicana, en junio de 193934- variará, al establecerse una presidencia tripartita formada por Bergamín, Larrea (quien permaneció en París hasta el 26 de octubre en que se embarcó en Burdeos, llegando a México el 21 de noviembre, vía Nueva York) y Josep Carner -un cargo casi exclusivamente representativo en el caso del escritor catalán, que, de facto, participó poco en las actividades de la Junta. Eugenio Imaz pasó a convertirse en el secretario, y otros diecisiete vocales completaron el directorio de un organismo cuyos integrantes habían pertenecido, en su mayoría, a la Alianza de Intelectuales Antifascistas y continuaban, en gran parte, sus propuestas.

La extensa relación de vocales35 la componen desde sus inicios, aparte de los impulsores ya mencionados, lo más granado del grupo intelectual republicano36: Corpus Barga, escritor37; Pedro Carrasco Garrorena, director del Observatorio Astronómico de Madrid y decano de la Facultad de Ciencias; Rodolfo Halffter, compositor; Emilio Herrera, ingeniero aeronáutico; Agustín Millares, catedrático de paleografía y diplomacia de la Universidad de Madrid y miembro de la Academia de la Historia; Tomás Navarro Tomás, director de la Biblioteca Nacional de Madrid y profesor de la Universidad de Columbia, USA; Isabel O. de Palencia, escritora y ministro plenipotenciario; Pablo Picasso, pintor -que permanecía, como Corpus Barga, en Francia-; Enrique Rioja, profesor de biología de la Universidad de Madrid; Luis A. Santullano, de la Junta de Ampliación de Estudios, y Ricardo Vinós, director de la Escuela de Orientación profesional de Madrid. Una lista en donde, como se advierte a primera vista, predominan los representantes de los distintos ámbitos universitarios -«...se hallarán representados en el menor número de personas los varios sectores de nuestra intelectualidad» (2, p. 78)- y, en especial, los profesores y artistas procedentes de Madrid (están ausentes buena parte de los representantes de las nacionalidades; a excepción de los catalanes miembros del grupo fundador, Carner, Pi i Sunyer y Xirau, los dos primeros, por lo demás, destacados políticos republicanos).

De esta forma, sin pretenderlo explícitamente, la Junta de Cultura Española (y, con ella, España Peregrina) reproducía el centralismo de buena parte de la política cultural española de preguerra, aquella que Josep Renau explicaría, algunos años después, en estos términos: «Tanmateix, en el pla cultural, la República semblava tenallada per una contradicció insoluble: la intel·lectualitat del mateix règim que havia instituït les llibertats democràtiques bàsiques, l'autonomia de Catalunya, i obert al país una perspectiva històrica òptima, s'entestava a aprofitar les noves llibertats per tal d'afirmar la seua pròpia personalitat i el seu propi albir, i a furgar obsessivament en els àmbits ontològics de 'l'essencialitat hispànica' reduïda, amb escasses excepcions, al complex geocultural castellà-andalús. Fins al punt que el mateix secretari de l'Ateneu madrileny i aleshores President d'una República pluricultural, hagués escrit allò de 'la odiosa geometría de las palmeras', que era bastant més que un acudit botànic o un joc de paraules»38.

Instalados, al inicio de sus actividades, en la Avenida George V de París, sus miembros pronto emprendieron acciones puntuales destinadas a procurar que los republicanos españoles encontraran acomodo en diversos países, como las que liberaron de los campos de concentración a escritores y hombres de ciencia, les proporcionaron ayuda económica y, sobre todo, favorecieron su traslado y el de numerosos grupos de expatriados a América39 y, especialmente, a México40.

De forma complementaria, la Junta se imponía la consecución de otras funciones igualmente primordiales: conservar y estimular la cultura española en todos sus campos, o -expresado en términos de los redactores de España Peregrina- «salvar la propia fisonomía espiritual de nuestra cultura, en su continuidad histórica, que esos intelectuales representan y que con ellos se encuentra amenazada gravísimamente hasta riesgo de perderse en su totalidad o en gran parte, probablemente la más calificada y valiosa» (8-9, p. 115).

Este propósito pudo realizarse con mayores garantías después del traslado de la Junta a México -cuyo núcleo principal viajaría, en mayo de 1939, desde Nueva York a México41. En este país, gracias a las facilidades de integración ofrecidas por el gobierno mexicano -en especial la entrega de 10.000 dólares que Bergamín había recibido anteriormente del embajador Bassols42-, se instaló el centro de la vida intelectual republicana. Y allí, con el auxilio económico del SERE43, los representantes de la Junta se volcaron en la difícil tarea de propiciar los trabajos de quienes «habían dejado la cátedra, el gabinete o la obra inconclusa en España»44, alrededor de un millar de personas durante los primeros meses de 1940 (1, p. 44)45.

A pesar de la preocupación por quienes habían quedado en Europa (evidenciada en continuos llamamientos de ayuda a quienes lograron instalarse en América46) y el interés por las actividades de la delegación de la Junta que permanecía en París (como testimonian algunas noticias aparecidas en España Peregrina: el homenaje a Machado en Francia, por ejemplo), el establecimiento en México exigía una sustitución más aparente que real de lo estrictamente político por lo cultural. Como se indicaba en el editorial programático (y, más adelante en otros muchos textos transcritos en el órgano publicista de la Junta), a la primera fase de emigración -más material- debería seguir otro momento en que se prestara atención preferente a la cultura: «Superada esta primera etapa, puramente preliminar, en la que ante todo hubo que preocuparse de la suerte de todos y cada uno de los elementos personales de nuestra cultura, la Junta creyó llegado el momento de ocuparse de lleno de la cultura misma, que es su propia y específica misión. Abrió este segundo periodo con su acuerdo de trasladar su sede central a México y empezar a realizar allí y en todo el continente americano la obra de que es prueba y, a la vez, reseña esta Revista» (1, p. 42).

El traslado a México de casi todos los miembros de la Junta Directiva iba a favorecer, pues, la obra cultural del exilio intelectual (el cual, sólo en parte, podía sentirse representado por «La Casa de España en México», mucho más elitista47), y lucharía contra todos aquellos problemas derivados de «una fuerte tendencia nacionalista que suele reaccionar violentamente contra lo 'extranjero'»48, sólo en muy pocas ocasiones testimoniada por los españoles expatriados49.




ArribaAbajoActividades en México

Aunque no se encuentre dentro de los propósitos principales de nuestro trabajo realizar una relación exhaustiva de todas las actividades impulsadas por la Junta en México -algunas de importante significación, como la empresa editorial Séneca-, el estudio de una de las principales, España Peregrina, exige contextualizar la revista dentro de un proyecto cultural más amplio, de grandes alcances pero corta vida. Además, recordando todas las actividades desarrolladas por la Junta, cumplimos con uno de los propósitos fundamentales que justificaron la propia creación de nuestra revista: dar a conocer los trabajos iniciados por el grupo intelectual exiliado en la primera hora del exilio50.

En los primeros meses de 1940, la Junta fundó una Casa de la Cultura Española -situada en Dinamarca 80, en un edificio habilitado por uno de sus miembros, el arquitecto Roberto Fernández Balbuena, donde, enseguida, se instalaría la redacción de España Peregrina51- con la intención de utilizarla como sede de todo tipo de actividades científicas, artísticas o literarias y, sobre todo, de convertirla en lugar de encuentro entre los intelectuales españoles y, en menor medida, mexicanos.

Presente en el ánimo de muchos de sus organizadores estaba, sin duda, el ateneísmo polemista de gran arraigo entre los sectores intelectuales republicanos, así como la Casa de la Cultura organizada en Valencia durante la guerra civil, aquella que tendía «bajo uno de sus aspectos... a suplir en Valencia lo que era el Ateneo de Madrid»52. Presente también en el recuerdo -a pesar de las inevitables diferencias de temas e intenciones con España Peregrina- estaba su revista, Madrid. Cuadernos de la Casa de la Cultura53, en la cual se recogían trabajos científicos, literarios y textos de creación, sin otro nexo de unión que el de ser el resultado de la actividad intelectual de un grupo de hombres de ciencia y de letras, activos a pesar del conflicto bélico.

Madrid había sido «el testimonio de la serenidad en la tragedia, de la meditación y del trabajo metódico en la agitación y en la angustia... Su serenidad, en que se muestra la continuidad de la vida intelectual española a través de tanta vicisitud, aparece como una luz inesperada, como una garantía de vida y de eso tan delicado y necesario que se llama moral intelectual... Madrid quedará siempre como un testimonio más, y de los más valiosos, del temple moral de nuestros intelectuales, de la serenidad que ha permitido y hecho posible que entre tanto dolor, entre tanto riesgo y violencia se produzca este fruto siempre difícil del trabajo científico, de la literatura, de la poesía»54. Y ¿no era esta misma la intención de España Peregrina?

Con estos precedentes que -obvio es decirlo- no presuponen una relación directa de continuidad, sino, fundamentalmente, una afinidad de intenciones, se puso en marcha un espacio capaz de garantizar el encuentro cotidiano y, con él, el fomento del estímulo y el intercambio intelectual: «solicitud especial se dedicará a celebraciones menos solemnes... Se harán lecturas comentadas por sus autores de capítulos de obras en preparación, se discutirán amigablemente temas de actualidad y los artistas, escritores y profesionales de las diversas especialidades, se reunirán en sus grupos para cambiar impresiones, etc.» -el subrayado es nuestro- (1, p. 43). Uno a uno, fueron iniciándose los ambiciosos -y, por ello, a la larga irrealizables- proyectos del centro: organización de exposiciones temporales de pintura55 o escultura -a la espera de poder realizar el 'Museo del Pueblo Español' en el destierro-; realización de conciertos musicales por parte, fundamentalmente, del también miembro de la Junta Rodolfo Halffter; representación de obras de teatro bajo la dirección de Eduardo Ugarte, «quien, en unión de nuestro glorioso Federico García Lorca, creó las inolvidables representaciones de La Barraca en España» (1, p. 43); la organización de conferencias, de cursos de especialización, etcétera.

También en España Peregrina encontramos otras muchas referencias a actos realizados o patrocinados por la Junta de Cultura Española: se nos habla del homenaje a los profesores Bolívar y Carrasco, se reproduce el acto celebrado con motivo del primer aniversario de la muerte de Antonio Machado, se informa sobre la Conferencia Panamericana de Ayuda a los Refugiados Españoles56 y en torno a la representación de la Junta que se trasladó al IV Congreso Mexicano de Historia57. Informaciones todas ellas que sirven para incidir, una vez más, en los argumentos que sustentan la publicación: desde la difusión de la cultura propia hasta la reafirmación de los valores españoles, pasando por el reconocimiento de la labor intelectual de los exiliados y, sobre todo, de una Junta que pretendía tener presencia en América.

Pero, a pesar de la tendencia entusiasta y poco realista del primer momento del exilio, estas actividades dejaron muy claro el cambio en la situación personal y colectiva de los españoles: la mayor parte de las actividades realizadas en México se dirigían a compensar las carencias del destierro y encontraban en él su razón de ser.

En este sentido, uno de los propósitos en que se puso especial énfasis -a tenor de los diversos artículos que se dedican a la cuestión en España Peregrina- fue la creación de una Biblioteca colectiva58 que sirviera para compensar la pérdida de los materiales bibliográficos necesarios para continuar los trabajos emprendidos en España. La urgencia era tanta que difícilmente hallaremos, durante los primeros momentos del destierro, ninguna investigación o escrito exiliado en que no se advierta la precariedad en los materiales de estudio -sobre todo, en las colaboraciones de la prensa periódica, donde la premura de redacción y la imposibilidad de consultar otros materiales que los que se tienen a mano las convierten en testimonio vivo de estas limitaciones-. La misma España Peregrina las ejemplifica, supliéndolas, casi siempre, con citas de memoria, fragmentos de autores o libros recogidos un tanto anárquicamente (en el mejor de los casos, procedentes de las últimas obras leídas por los redactores)59, nuevas redacciones de lo publicado o escrito con anterioridad, e, incluso, reimpresiones de artículos ya editados.

El apasionado llamamiento que se hizo desde el primer número de España Peregrina (1, p. 44)60 mostraba esta necesidad de conseguir un fondo bibliográfico mínimo y, por ello, la Junta, a través de su revista, no vaciló en implicar en la creación de esa Biblioteca a todas aquellas personas cercanas al exilio español: se pidió ayuda a los americanos -«amigos y valedores de los distintos países de América»- y, sobre todo, al propio grupo desterrado al que se instaba (en un proyecto de «colectivización») a ceder algunas de sus propias obras o, en su defecto, a facilitar su consulta a quienes las necesitasen.

Para justificar esta petición se utilizó el mismo argumento que sustentaba la propia Junta: la necesidad de mantener la unión de los republicanos a partir de la que se convirtió en la gran justificación del exilio: la defensa de la propia cultura: «ahora que necesitan el instrumento cultural con que seguir laborando intensamente y con el fervor que en ellos ha acrecido la experiencia de la guerra se atreven, por tanto, a acudir a los que pueden, como ellos lo hicieron, seguir defendiendo la causa de la cultura(1, p. 44). Esta «causa» de «la cultura, la verdadera cultura, desinteresada y profunda» debía trascender las disputas localistas y las rencillas personales, llevando a buen término «esta empresa de gran aliento en busca de la verdad» que pretendía «oponer a la movilización bélica de nuestros enemigos la defensa natural del espíritu» (2, p. 87).

Los términos de este discurso empleados por la Junta (poco definidos, pero fácilmente identificables en sus antecedentes publicistas y en los Estatutos del organismo) nos sitúan en la falta de concreción característica de muchos textos similares difundidos a través de España Peregrina. Aquélla muestra, en última instancia, la necesidad de renovar unos planteamientos ideológicos previos, carentes de sentido más allá del grupo exiliado, pero que, de entrada, no llegan a modificarse a causa de la supuesta provisionalidad del destierro y la desorientación propia del momento.

Finalmente, citemos uno de los proyectos más ambiciosos del exilio cultural del que la Junta se hizo eco a través de España Peregrina y, desafortunadamente, nunca concluido: la elaboración de una Bibliografía Hispánica que incluiría en el proyecto a todos los países de habla española. Esta propuesta la realiza el bibliotecario Juan Vicens en un extenso artículo publicado en el nº 7 de la revista, donde se dirige a los miembros de la Junta para que hagan suyo un proyecto que se justifica desde la necesidad de concretar ese proyecto de unidad hispánica propuesto desde las páginas de España Peregrina: «Y por eso, de acuerdo con uno de los fines principales de la Junta de Cultura Española y de España Peregrina, hemos de esforzarnos los emigrados españoles en señalar y desarrollar aquellos bienes que puedan venir de este gran mal de nuestro destierro en España. Y acaso uno de los mayores sea el hacer que tantos distinguidos intelectuales españoles puedan adquirir una visión clara de los problemas hispanoamericanos» (7, p. 17).

Vicens, esforzándose por diferenciar su proyecto de otros propuestos por el imperialismo franquista, expone la necesidad de fundar «esta gran confraternidad cultural» (1, p. 18) entre «los intelectuales españoles emigrados» y los americanos. La creación de instrumentos bibliográficos generales que permitieran acceder con garantías a toda la información sobre la producción escrita, pasada y actual, del ámbito hispánico se configura, así, más que como un trabajo meramente documental, como una propuesta política, en el sentido estricto del término.

Así pues, el texto testimonia una posición presente en muchas otras colaboraciones de España Peregrina y latente en el propósito inaugural de la revista: la creación de una comunidad de habla hispana en que la España por ellos representada ocupase un lugar de privilegio.


ArribaAbajoUn proyecto excepcional: la editorial Séneca

Trabajos como el de Gonzalo Santonja en Cuadernos Hispanoamericanos (1989) o el catálogo de Daniel Eisenberg en Revista de Literatura (1985)61 muestran la importancia de esta casa editorial entre las manifestaciones culturales exiliadas e inciden en la continuidad, durante la década de los cuarenta (su último libro fue impreso en 1949), de una empresa fundada por algunos de los más señeros miembros de la Junta de Cultura Española: Séneca62. A pesar de su relativamente corta tirada (Santonja contabiliza sesenta y nueve títulos, mientras que Eisenberg se refiere a sesenta y seis), llegó a publicar textos de un nutrido grupo de españoles expatriados y de sus antecedentes literarios inmediatos, entre ellos Antonio Machado, Federico García Lorca o César Vallejo. Aparte, claro está, de una importante selección de libros de la literatura española de todas las épocas -algunos publicados antes de la guerra en editoriales como Signo (colección «Primavera y Flor) o la tantas veces citada a propósito de Bergamín, Cruz y Raya-, y otros de temas de actualidad -especialmente referidos a la situación política española y mundial.

España Peregrina se convirtió, desde el principio, en tribuna publicitaria donde se anunciaba la nueva editorial. En efecto, un repaso de la información que se da sobre ella y de los anuncios aparecidos en la revista nos sirve para comprender los alcances del proyecto en sus inicios y nos ayuda, además, a marcar los intereses del grupo impulsor de Séneca, tan cercano a España Peregrina, a la propia Junta y, naturalmente, a José Bergamín que fue el alma mater de la editorial63. La publicación de la Junta da buena cuenta de las ediciones publicadas ya, de aquellas que estaban a punto de salir a la calle o de las que se quedaron en proyectos irrealizados: siguiendo la que en España había sido la costumbre de su director, se anunciaron muchos libros que finalmente fueron publicados en otro lugar -caso de El diario de Hamlet García de Paulino Masip- o no llegaron a editarse nunca -como Costumbres de los insectos de Ignacio Bolívar.

España Peregrina encontró, pues, en Séneca un lugar de coincidencias, en tanto compartía con ella los mismos colaboradores, objetivos similares y un mismo final64. Salvando las distancias (fundamentadas en torno a los distintos enfoques de sus directores ejecutivos: Bergamín, en el caso de Séneca; Larrea, en España Peregrina), lo cierto es que ambas nacieron como producto de los intereses de la Junta, y, como ella, no tuvieron continuidad.








ArribaAbajoHistoria externa e interna de España Peregrina

El primer número de España Peregrina apareció en la ciudad de México el mes de febrero de 1940 y se presentó desde el principio como órgano publicista de la Junta de Cultura Española donde abundan -como era de esperar, dados los fines de esta organización- los textos de agradecimiento a los países americanos receptores del exilio, las exhortaciones al mantenimiento de la lucha y la necesidad de solidarizarse con los desterrados que permanecen en Europa. De todas formas, su carácter no fue nunca el estrictamente informativo65, sino que España Peregrina sirvió desde sus inicios como tribuna de reflexión.

La revista se compuso en los locales que la institución ocupaba en el nº 80 de la calle Dinamarca, y se imprimió en los Talleres Gráficos de la Nación. Apareció mensualmente, sin fecha fija y casi siempre con retraso, hasta completar ocho entregas, con un número doble -el nº 8/9, dedicado a la «fiesta del Nuevo Mundo»- que correspondía a los meses de septiembre (en que dejó de publicarse temporalmente por razones económicas) y octubre. El décimo número, que debía darse a la imprenta a mediados de 1941 con el título «Despedida y Tránsito», no pudo ser editado hasta que en 1977 se incluyó en la edición facsimilar de España Peregrina: «...hice cuanto pude -recordaba Larrea pasados más de treinta y cinco años- para que se me financiara la impresión de un número 10 de España Peregrina; un número de «Despedida y Tránsito» en el que se pusiese en conocimiento de nuestros lectores la trasmutación de nuestra revista germinal, pequeña y pura como un diamante, y se redondeara su edición publicando los índices detallados de las diez entregas. Pero no lo conseguí a pesar de mi insistencia. Don Jesús Silva Herzog no creyó indispensable hacerlo, por sus razones, sin duda. Tuve así pues, que renunciar al proyecto»66.

El título de la publicación fue acuñado por José Bergamín67 y se prefirió al «de 'España Viva' insinuado por mí [Larrea] en contraposición al ominoso 'Viva España' de las huestes castro-italo-marroquíes»68. El nombre rápidamente se difundió y pasó a denominar genéricamente a todo el grupo de españoles exiliados, al convertirse en «simbolo e lemma di una umanità dispersa, nostalgica, alla incessante ricerca di una funzione, di un pubblico, di un legame non banale con il paese ospite e di contatti ispiratori con la madre patria»69. En ese sentido lo usaron más tarde -por citar ejemplos muy distintos- Horacio J. Becco y Osvaldo Svanascini en la antología Poetas libres de la España Peregrina en América (Buenos Aires, 1947)70, Ángel del Río en su Historia de la literatura española (desde 1700 hasta nuestros días) -donde titula el capítulo sobre la obra literaria de los expatriados de 1939 con el epígrafe «De una España Peregrina»- y, mucho antes, Gonzalo Torrente Ballester en una de las primeras referencias a la literatura del exilio publicadas en la Península, donde el español afirmaba: «Por esos mundos de Dios, desgarrada y amarga, anda la España Peregrina... mientras la España Peregrina pretende arrebatarnos...»71 -el subrayado es nuestro.

El formato de la revista es de tipo cuaderno, con unas dimensiones aproximadas de 23 cm. de longitud * 17 cm. de anchura; medidas que recuerdan a algunas publicaciones ejemplares para los desterrados: las francesas Les Temps Modernes y Esprit, o las españolas Revista de Occidente, Hora de España y, especialmente, Cruz y Raya72. Sobria en sus tipos -la letra variaba tan sólo en apartados concretos como los de crítica o el «Registro bibliográfico»- y correcta en su aspecto externo, a pesar de algunos pequeños descuidos formales73, mantuvo una numeración continuada hasta el sexto número (con un total de 284 páginas que formarían el primer volumen). La paginación se reinicia en la séptima entrega hasta el número doble 8-9, el último publicado en 1940, completando 130 páginas más. La entrega décima, incluida en la reedición facsimilar, contiene 74 páginas, casi el doble de la media (48 páginas) y muy cerca del número extraordinario de octubre (81 páginas).

Su precio era de un peso y la suscripción anual se marcaba en diez pesos para México, dos dólares para el resto de América y dos y medio para los otros países. Un precio moderado, si se tiene en cuenta que, por ejemplo, la quincenal Romance o Letras de México (de tan sólo 12 páginas) costaban la mitad, y que los libros de bolsillo más económicos podían valer cinco o seis veces más.

Los pocos medios económicos -que hacían impensable el pago de las colaboraciones (8-9, p. 114)- se advierten en la ausencia de ilustraciones, las cuales se redujeron a alguna reproducción de cuadros o dibujos de pintores españoles (encontramos un dibujo de Picasso en el primer número, encabezando el texto programático; junto a él, otras pinturas de Miguel Prieto y Joan Miró en la impresión del número «Despedida y tránsito» de 1977) y a unas pocas fotografías (las que, en el número de septiembre-octubre ilustran un artículo sobre el arte precolombino; la que cierra el décimo número y muestra a algunos antiguos combatientes de la guerra civil española, en un intento de Larrea por convertir el apartado gráfico en testimonio de denuncia74). Lamentablemente, la austeridad de la publicación de la Junta hizo que no se pudiera establecer un correlato entre las imágenes visuales y los textos escritos -aspecto este muy cuidado por Larrea en sus revistas anteriores-, lo que, sin duda, hubiera mejorado notablemente España Peregrina, acercándola al amplio público que pretendía.

Su disposición interna sigue, en buena parte, la tradición publicista española: encontramos, al principio de cada número, varios ensayos junto a un número similar de poemas75; más adelante se publicaba una sección titulada en el sumario inicial como «Crítica y Polémica» (en el nº 6 se cambia por «Polémica y Crítica») donde se incluyeron desde las inevitables informaciones de la Junta (1, p. 35; 2, p. 78; 3, p. 135; 8-9, p. 116) hasta diversos comentarios en torno al compromiso del intelectual y la situación en Francia de los exiliados españoles (2, p. 80; 4, p. 179), pasando por un relato de la travesía del Sinaia (5, p. 229), un buen número de textos referidos a la guerra civil y las reseñas bibliográficas. Aparecían regularmente, también, comentarios críticos a los acontecimientos políticos y culturales en la también fija «Memorias de ultratumba» (una sección que recuerda vagamente la «Criba» de Cruz y Raya), al lado de fragmentos de periódicos o de libros ya publicados, citas de escritores como Larra o Hugo (también similares en su contenido a las que aparecían en Cruz y Raya, que, a partir de un título propuesto por la redacción, actualizaban su sentido) e, incluso, fragmentos de cartas personales o notas sobre la propia revista. Todos estos últimos textos no solían aparecer en el sumario inicial (donde, usualmente, sólo se señalaban los textos de autor), no tenían ningún orden previo y su finalidad fundamental consistía en reforzar los argumentos propuestos en los artículos firmados.

Temáticamente, desde la sección «Crítica y Polémica» hasta los breves escritos de los redactores referidos a la misma publicación -demanda de «cartas de aliento», colaboraciones y subscripciones-, abundan aquellos textos que inciden en el país perdido, reclaman la necesidad de actuación del exilio republicano, agradecen la acogida de los países americanos o comentan la situación de los desterrados españoles en Francia.

La revista de la Junta se presenta, pues, como una publicación heterogénea, de carácter algo disperso, tribuna de textos reflexivos y densos que se combinan con juicios menos meditados o fragmentos de obras literarias o históricas; los cuales, a pesar de su diversidad, mantienen un motivo central: España. Argumento nuclear que se ramificará en múltiples temas complementarios, reflejos, mutatis mutandis, de algunas de las tendencias críticas que José Carlos Mainer comentaba a propósito de Cruz y Raya: «el sueño de un nacionalismo cultural habitable, la reespiritualización de la vida colectiva, la concepción del arte como emanación de una coherencia moral, la tentadora posibilidad de abolir con todo esto las barreras que separaban las minorías de las mayorías...»76.

Junto a estas orientaciones generales hallamos una serie de actitudes específicas de la revista: un talante intelectualista; una orientación cristiana progresista, tolerante y alejada del confesionalismo más intransigente -tan incomprendida en este aspecto como pudo serlo en su momento Cruz y Raya-; un acérrimo ataque a los fascismos europeos; además de una «independencia de juicio y libertad de espíritu» que en ningún momento implica una falta de compromiso. Tendencias todas ellas que, a pesar de ser herederas de las preocupaciones de preguerra, mostraban una evolución importante, derivada de la guerra civil: «...I resulta summament interessant comprovar el notable i sincer canvi de registre que suposà la guerra antifeixista, no sols en el domini de les idees, sinó també en l'estil i la mateixa terminologia de molts d'ells... La prova més concloent que tals canvis foren profunds i no merament conjunturals, resulta del fet que, llevat de molt rares excepcions, la quasi totalitat d'aquests intel·lectuals, ja en l'exili, seguissen afermant-se en aquesta línia, com pot veure's clarament a España Peregrina, Romance i d'altres revistes de l'emigració»77.


ArribaAbajoDescripción de la revista

Como indicábamos más arriba, las primeras páginas de cada número solían incluir ensayos que nos sirven hoy para trazar las líneas generales del pensamiento exiliado en la primera hora de su instalación en México. Y ello a pesar de que -como había sido habitual en periódicos de la guerra civil- algunos de los trabajos incluidos no eran inéditos, sino que procedían de otras publicaciones precedentes, como la ya reseñada Voz de Madrid.

A continuación, se incorporaban las creaciones literarias: en España Peregrina, significativamente, no apareció ningún fragmento narrativo, mientras que sí lo hizo de forma hegemónica la poesía, un género de tan excelentes frutos en los años anteriores78, la cual, junto al ensayo, sobresalió, en cantidad y calidad, en los primeros años del exilio79.

Sobre el género ensayístico, afirmaba el hispano-mexicano Arturo Souto Alabarce: «el ensayo literario, la crítica, el ensayo especializado en los diversos campos de la cultura (filosofía, historia, arte), la literatura erudita y didáctica en su conjunto ha constituido una de las abundantes producciones del exilio»80. Juan Marichal iba aún más lejos: «No sería arbitrario mantener que el ensayo -en su más estricta acepción- ha sido la forma literaria más afortunada en el medio siglo siguiente a la gran diáspora española de 1939. Y hasta tal punto que me atrevo a sostener que el periodo aludido quedará, en la historia literaria española e hispanoamericana, como una de las grandes épocas del ensayo hispánico»81. Similares afirmaciones había formulado Agustí Bartra a propósito de la poesía82.

En parte, la hegemonía de estos dos géneros literarios se explicaba, a contrario sensu, a partir de la crisis de la novela argumentada en los años anteriores a la guerra civil: superada la narrativa denominada, un tanto erróneamente, «deshumanizada» -en la que, a pesar de todo, se inician en sus lides literarias algunos de los más destacados narradores del exilio como Aub, Chacel, Dieste, Ayala y Jarnés-, se había impuesto el retorno a un realismo de nuevo cuño, afín a las nuevas corrientes del pensamiento surgidas en Europa y a una necesidad compartida de comprometerse con la sociedad. Esta tendencia había hallado en la España de la República un entorno político y social favorecedor de la subversión literaria que, desafortunadamente, la guerra cercenó: al final del conflicto, algunos de los nuevos narradores siguieron caminos estéticos distintos (Ramón J. Sender83), otros murieron muy pronto (Díaz Fernández lo hace en Francia, poco después de su salida de España) y, aún, hubo quien se trasladó a un país donde, con muchas dificultades, podría llevar a cabo su labor creadora (C. M. Arconada vivirá en Rusia hasta su muerte, en 1964).

Así, resultaba lógico que en una revista donde no se publicaron demasiados textos literarios de escritores españoles jóvenes -sólo Adolfo Sánchez Vázquez y Francisco Giner de los Ríos, entre sus colaboradores, tenían menos de treinta años-, estos no tuvieran la ocasión de mostrar sus pruebas narrativas. Como tampoco lo hicieron autores de mayor edad excluidos de España Peregrina por decisión propia o imposición de la propia revista.


ArribaAbajoEl ensayo en España Peregrina

Para entender la preeminencia del ensayo en la publicación debemos remitirnos a la abundancia de materiales de este tipo habituales en la prensa periódica de la España del primer tercio de siglo. Esta resultó decisiva en la formación de un grupo importante de ensayistas84 ocupados (y preocupados) por unos temas -la crítica de la sociedad española, la comparación de España con otros países, etc.-, casi todos susceptibles de ser reducidos al tan polémico «problema de España» que la revista de la Junta retoma y resuelve de una forma muy particular.

La hipótesis de Eveline López Campillo con la que explicaba el papel fundamental del ensayo en el primer tercio de siglo, puede servirnos como punto de partida para entender el auge de este género en el exilio americano85: «...el ensayo aparece, pues, como un modo de expresión privilegiado de los escritores en épocas en que el saber constituido, la ciencia oficial, está bloqueado, encontrándose incapaz de integrar en una visión global nuevas relaciones (hechos, situaciones, sensaciones). El escritor se halla entonces ante la posibilidad de elaborar una obra escrita que está a mitad de distancia entre las creaciones de un universo imaginario homogéneo y autónomo... la prosa de ideas más sistemática... y la ciencia propiamente dicha. En pugna contra la separación aceptada y mantenida por el saber constituido entre los campos de la religión, de la ciencia y del arte; el esfuerzo de ciertos hombres por realizar en determinados y limitados dominios una totalización, encuentra en el ensayo un modo adecuado de expresión: una visión breve pero intensa»86.

Los desterrados se formularon, nada más llegar a México, una serie de preguntas que difícilmente podían ser contestadas con certeza absoluta. La imposibilidad de estar en contacto con la Península y el estímulo que suponía el enfrentarse a un nuevo espacio físico y mental avivaron la necesidad de escribir desde un punto de vista en que predominase el subjetivismo en la selección y la interpretación de las ideas. Estas últimas pasan a moverse dentro de los límites de la verdad lógica, tan necesaria de mantener en los primeros años del exilio, cuando el compromiso político y cultural prevalece y da sentido al trabajo intelectual de los desterrados: «El artificio [del ensayo] es literario, pero el producto no es artificial o ficticio, no es pura literatura... El compromiso con la verdad que tienen el ensayista no le obliga a desconfiar de esa diferencia de la imaginación, pero sí a canalizarla. Puede decir algo de lo cual no está muy seguro, pero no debe inventar algo de lo cual no pueda estar seguro nunca»87, afirmaba el también exiliado Eduardo Nicol, desde una visión cercana a la de muchos colaboradores de España Peregrina.

El ensayo se presenta, pues, como un modo de expresión individualista, espontáneo y provisorio. Permite, al exiliado, utilizar su propia experiencia, partir de un punto de vista personal -acercándose a ese sentimiento reivindicado durante los años precedentes-, al mismo tiempo que expresar una realidad objetiva. Este género favorece el juego lingüístico al que tan avezado estaba, por ejemplo, José Bergamín, y, al carecer de una estructura rígida que entorpezca la libertad creativa del autor, hace participar al lector implícito en sus planteamientos: «La brevedad que es connatural a las manifestaciones contemporáneas del ensayo, ayuda a la concentración ideológica y cumple así con otro de sus aspectos: el que sea literatura incitadora, de conmoción y de ampliación de nuestro horizonte mental... al no agotar todo un registro de posibilidades crea un margen en el cual nuestra meditación asume sus propios derroteros...»88.

A todas estas ventajas que explican la preeminencia del ensayo, hemos de añadir las facilidades editoriales que ofrecían los países hispanoamericanos para que los exiliados publicaran textos especializados; las ventajas económicas que la prensa ofrecía a los españoles recién llegados a América -los cuales encontraron en periódicos y revistas un gagne-pain abundante89-; y, por último pero no menor en importancia, la sustitución de la comunicación oral (de las tertulias, en definitiva, tan habituales en los años de la República) que se hallaba en estos textos de corte ensayístico90.

En cuanto a los temas, ya apuntábamos como el problema de España se convirtió, desde el mismo título, en el tema nuclear de nuestra publicación y aunque se evitó hacer de ella un órgano de agitación y propaganda, lo cierto es que la publicación no pudo escapar a la necesidad de practicar la «introspección colectiva» -en términos de Juan Marichal-, es decir, la reflexión sobre la historia española de los últimos años91. Una búsqueda que no dejaba de expresar ese sentimiento de culpa compartido por quienes habían participado en un proceso político que había fracasado, en parte, por una evidente incapacidad de llevar la teoría a la práctica.

Otros temas especialmente afines a sus iniciadores como el cristianismo en el mundo actual, el arte contemporáneo o la situación política en Europa completan un mosaico temático diverso, pero planteado siempre desde la óptica española. También América aparece tratada en varias ocasiones desde esta misma visión y, por ello, su presencia -a excepción del número 8-9, dedicado íntegramente a la fiesta del doce de octubre, y a la formulación larreana de sus teorías en torno el Nuevo Mundo que se van sucediendo en los números de febrero, marzo, abril, junio, agosto y octubre- no resulta tan relevante. La absorbente presencia del país perdido impedía que estos hombres enfocasen su mirada hacia el nuevo entorno y olvidasen sus experiencias más recientes: «...esta muchedumbre de soledades venía entonces, con la mirada empañada por el polvo del combate, por la sombra de Caín y por el llanto que produce la ausencia...»92. Por ello, todo cuanto se refería a América, en realidad no era sino una explicación del sentido del destierro republicano español o, cuanto menos, contribuye a hacerlo más llevadero.




ArribaAbajoLa poesía en España Peregrina

La abundancia de poemas, como apuntábamos, resulta también característica de España Peregrina. Ella anticipa, en parte, el que se ha considerado como rasgo distintivo de los primeros años del exilio literario español en México93: el predominio de la creación poética sobre las demás manifestaciones literarias del exilio -incluso superior, según algunos críticos, al ensayo, en tanto su especificidad la hace especialmente útil para expresar lo que a este género más especulativo le resulta más difícil.

La menor dependencia expresiva de unas concretas coordenadas espacio-temporales; la posibilidad de abstraerse de una realidad compleja e inabarcable que la novela, en principio, no podía obviar de forma tan evidente; el mayor grado de subjetividad que permite; la posibilidad, en fin, de hallar en ella un método de re-conocimiento son algunas de las justificaciones apuntadas por quienes postulan esta hegemonía poética. A juicio de Eduardo Mateo, los desterrados encontraron en la poesía «la mitificación de su estado actual, no su representación real ni su entendimiento lógico». El exilio «no necesita mundos ni reales ni ficticios, sino un medio de catalizar y aliviar el fuerte estado emocional»94 que, sin duda, el género poético permite.

Estas generalidades -que, como es lógico, deberán cuestionarse al tratar específicamente cada uno de los periodos del exilio, cada autor e, incluso, cada zona de instalación- nos sirven para situar las composiciones poéticas de España Peregrina, reflejo certero del «clima emocional alto»95 característico de la publicación. En este sentido, la selección de los poemas no resultó arbitraria temáticamente, como tampoco lo fue la nómina de autores que se eligieron.

En España Peregrina se presentan los dos grandes grupos de poetas españoles instalados en México: los mayores, pertenecientes en su mayoría -a pesar de la dificultad de catalogar a autores como León Felipe- a la llamada «generación del 27», y quienes ni tan siquiera habían publicado su primer poemario, como Adolfo Sánchez Vázquez o Francisco Giner de los Ríos96.

Buena parte de los poemas son inéditos y señalan una continuidad con las propuestas poéticas formuladas en Hora de España, distintas de las que sustentaron al Romancero popular durante la guerra. Junto a estas composiciones, se reimprimían composiciones propias de los mejores autores de la tradición española, europea o norteamericana -Antonio Machado, Federico García Lorca, Paul Eluard, Gérard de Nerval, S.T. Coleridge o Walt Whitman- y de escritores hispanoamericanos -César Vallejo, Alfonso Reyes, Pablo Neruda y Alejandro Carrión. Todos ellos se incluían con el propósito concreto de mostrar algunas de las tendencias estéticas afines a las de los redactores de España Peregrina y, en menor medida, complementar reseñas bibliográficas o textos ensayísticos.

Unos y otros, españoles y extranjeros, contribuyeron -en parte gracias a nuestra revista- a fijar los valores éticos y estéticos de los exiliados republicanos, en una reconducción crítica iniciada durante los años del conflicto que recordaba la protagonizada por Cruz y Raya cuando, durante la preguerra, consiguió modificar la sensibilidad filológica y articular un renovado canon de clásicos97.




ArribaAbajoDos secciones específicas: «Memorias de ultratumba» y «Registro bibliográfico»

Una de las secciones publicada ininterrumpidamente y de carácter más marcadamente crítico (recordaba esa «Criba» bergaminiana de Cruz y Raya, compuesta por notas de corta extensión, similares a las que encontramos aquí) aparecía bajo el título genérico de «Memorias de ultratumba». El referente inmediato de su título no podía ser más claro e identificaba la España franquista con un país ya muerto y enterrado, inexistente en la historia mundial contemporánea. España, una vez más, se convertía en patrimonio del exilio.

La ferviente convicción defendida por los exiliados de que con ellos se había perdido la verdadera España, unida a la conciencia de derrota y el alejamiento de la patria, se concretaba en esta sección de claro afán polémico, cuyo propósito principal consistió en ridiculizar -irónica y hasta sarcásticamente- el aparato político y, sobre todo, cultural del franquismo. Por estas páginas -de considerable valor documental, gracias, sobre todo, a los comentarios a artículos procedentes de otras publicaciones españolas y extranjeras como la cubana Nuestra España- fluye la historicidad y lo hace de una forma viva, nerviosa, no exenta de un subjetivismo expresado mediante los recursos más diversos: sarcasmos del tipo «con tal de civilizar al nuevo continente hasta en Cádiz se hallan dispuestos a meterse en camisas de once varas» (1, p. 45); juegos de palabras que resultan fácilmente descifrables para el lector -«sublime kultura española made in Germany», «franco totalitarismo» -el subrayado es nuestro- (1, p. 45); cita de algunas «perlas» franquistas procedentes de sus órganos de propaganda españoles o extranjeros, como las entresacadas del libro El difícil paraíso del académico mexicano Alfonso Junto (6, p. 282); giros socarrones -«he aquí, sin duda, el glorioso movimiento hispanista de eficacia comprobada... Novísimo concepto europeo de la cultura»; referencias intertextuales como el texto titulado «Los 30 dineros», etc. No faltan, tampoco, anécdotas ni textos irónicos como el que relata la irónica visión de la IIª República que da un madrileño (3, p. 138) o el dibujo de un Miguel de Unamuno visionario (3, p. 138).

Temáticamente, los breves textos incluidos en «Memorias de ultratumba» inciden en torno a unas cuestiones muy concretas: revisión de la historia de España más reciente -República y guerra civil, ante todo-; demostración de la actitud de complicidad que la Iglesia mantenía con la dictadura franquista; exposición de la pobreza cultural de la Península, y, por último, crítica del concepto de «hispanidad» potenciado por el franquismo. La continuidad entre estos temas y el resto de la publicación nos hace pensar que muchas de las breves notas que forman esta sección, usualmente aparecidas sin firma, surgieron de la mano de Larrea. Eugenio Imaz, de pluma ágil y rápidas asociaciones, compuso otras más, manteniendo las propuestas temáticas y estilísticas de Larrea.

La otra sección que aparece ininterrumpidamente desde marzo de 1940, «Registro bibliográfico», la firma Agustín Millares Carlo, funcionario de la Embajada española en México durante la guerra civil, miembro de La Casa de España, vocal de la Junta de Cultura Española y colaborador habitual de Juan Larrea a lo largo de su exilio mexicano98. En España Peregrina, Agustín Millares inició una bibliografía del destierro con dos fines principales: por un lado, propiciar que los exiliados conocieran la producción escrita de los republicanos fuera de España (tarea nada fácil dada la dispersión geográfica del éxodo republicano) y, al mismo tiempo, llamar la atención sobre la necesidad de iniciar un trabajo de recopilación bibliográfica imprescindible para defender esa continuidad -continuidad en el trabajo, continuidad en la historia- tantas veces enunciada en las páginas de España Peregrina. Todo ello a la espera de ese reconocimiento que los americanos y las generaciones españolas más jóvenes deberían otorgar algún día.

Para ello, Millares incluye, por un lado, los libros, folletos y artículos de autores extranjeros sobre temas españoles y, por otro, los de escritores republicanos. El bibliógrafo excluye la producción realizada durante la guerra civil (aunque indique que la está preparando), y, en su primera entrega, también los libros, folletos y artículos referentes al conflicto, «los cuales -según comenta en el mismo artículo- serán objeto de una Bibliografía especial, que publicará Miguel Ferrer» (2, 91)99.

Finalmente ni uno ni otro catálogo llegaron a completarse, aunque Millares realizó un nuevo intento (limitándose esta vez exclusivamente a reseñar las publicaciones de los escritores del destierro) en el único número de Ultramar100. A pesar de los siete años transcurridos, seguían firmes los idénticos propósitos que le impulsaban en España Peregrina: «Recoger, siquiera sea en forma esquemática, la bibliografía de los escritores españoles, que, como consecuencia de la agresión fascista contra la patria, buscaron refugio en diversos países de Europa y América, nos parece tarea inaplazable y de positivo interés. Signo elocuente y conmovedor de la perenne vitalidad de nuestra raza es el índice que hoy empezamos a publicar, clasificado por materias. Maravilla, en verdad, el espectáculo de unos hombres que, apenas repuestos de los trágicos sucesos de que su patria fue escenario, no tardaron en reanudar lejos sus actividades. El intelectual no posee más patrimonio que su trabajo, ni aspira a otro timbre de gloria que el de ser respetado, estimado y defendido el fruto de sus desvelos. Seguros estamos de que la labor realizada por los de nacionalidad española en el destierro habrá de ser algún día juzgada y aquilatada en su verdadero valor y significación» -el subrayado es nuestro101.

El ejemplo de Millares Carlo fue ampliamente reconocido en su momento y continuado en diversas compilaciones bibliográficas que todavía hoy (a falta de una recopilación sistemática de toda la producción hemerobibliográfica del exilio) siguen siendo válidas: bibliografías fragmentarias como las realizadas por José Ignacio Mantecón en el Boletín de la Agrupación de Universitarios Españoles (1945) o Julián de Amo -individualmente o en colaboración con Charmion Shelby102-, y proyectos colectivos como la Exposición de obras de intelectuales españoles en el exilio, celebrada en Buenos Aires en 1950103, el Catálogo de Obras editado por el Pabellón de la República española y presentado en la IV Feria Mexicana del Libro y Exposición de Periodismo en 1946 (en que se basó, a su vez, España en América: La aportación de la emigración republicana española a la cultura continental104) o, más tarde, la Obra impresa del exilio español en México 1939-1979105. La misma preocupación por dejar testimonio de la abundante obra escrita del exilio -aunque con un tratamiento menos sistemático- compartieron Isabel O. de Palencia en su Smouldering freedom: the story of the Spanish republicans in exile (1945), Mauricio Fresco en La emigración republicana española: una victoria de México (1950) o Carlos Martínez en su Crónica de una emigración (1956).








ArribaAbajoUna nómina decididamente española: los hacedores de España Peregrina

Desde su llegada a México, la mayoría de los intelectuales españoles colaboraron de forma ininterrumpida en las publicaciones impulsadas por el exilio y en las propiamente mexicanas, dejando en ellas testimonio de todo cuanto pensaban, sentían y, ante todo, representaban. Durante los primeros años del destierro, encontramos, pues, una «especie de periodismo en tránsito, una antesala todavía básicamente decorada con los elementos españoles... [donde se mueven] no sólo los profesionales, sino también quienes no lo fueron nunca o los que entraríamos en esa apasionante disciplina en territorio mexicano»106.

El órgano de la Junta muestra una de las formas de concreción posibles de este «periodismo de tránsito» inicial, mucho más elitista que el propio del diario, y con un carácter que le diferencia de otras empresas coetáneas como los suplementos culturales de los periódicos mexicanos, en proceso de gestación durante toda la década de los cuarenta. Si bien encontramos en España Peregrina algunos artículos pretendidamente informativos referidos a la situación española actual, la guerra civil o la situación en Europa (aspectos estos compartidos por la mayor parte de publicaciones del exilio, muchas de ellas estrictamente políticas107), lo cierto es que en la revista imperan la reflexión y la crítica. Es esta una reflexión de marcado carácter comprometido que proviene, sin duda, de la común procedencia de sus colaboradores -representantes todos ellos de aquella intelectualidad republicana que había alternado las letras con la política durante toda la década de los treinta- y de los muchos hechos históricos que determinaron el aprendizaje intelectual de todos ellos, integrantes, obvio es decirlo, de una élite de la emigración108.

En tanto España Peregrina se presenta como el órgano publicista de la Junta de Cultura Española, forman su grupo fundador los dirigentes de esta, que aparecen reseñados en el Directorio con que se abrían los primeros números de la revista (del primero al quinto, y el décimo)109. Esta ausencia de un consejo de redacción nominal muestra la intención de realizar una obra colectiva; aunque, de hecho, la participación de los miembros rectores de la Junta se concretó de manera muy desigual: Juan Larrea fue el verdadero impulsor de España Peregrina y se encargó de las tareas más concretas de organización -«Con esa energía extraordinaria que lo caracteriza desde la 'muda del yo' de hacia 1933, se pone en seguida a llevar a cabo los planes que habían hecho en París para las actividades mexicanas de la Junta, que por cierto no iban muy adelantadas al llegar Larrea en noviembre»110-, mientras que José Bergamín y Josep Carner se implicaron en el proyecto sólo en cuanto éste servía como portavoz de la Junta por ellos presidida; por entonces, sus actividades personales y profesionales iban en otras direcciones111.

No sucedió igual con Eugenio Imaz, quien desde el principio colaboró activamente con quien iría progresivamente adoptando las tareas de director ejecutivo, Larrea. El resto de los colaboradores fueron escritores españoles y, en menor medida, europeos y americanos que completaron, en mosaico diverso pero cohesionado gracias al esfuerzo de sus creadores, las ocho entregas (nueve, si contabilizamos el último número reimpreso en la edición facsímil) de España Peregrina.


ArribaAbajoJuan Larrea, el artífice

Aunque, de acuerdo con nuestro intento de ofrecer una visión global de España Peregrina, no vayamos a analizar por separado las colaboraciones de cada uno de los autores, sí conviene, como primera aproximación al contexto en que aparece, conocer la participación de sus principales hacedores y ver en qué medida contribuyeron cada uno de ellos a la construcción de esa compleja unidad de sentido que fue la publicación de la Junta de Cultura Española.

Sin duda, Juan Larrea debe destacarse en primer lugar: él imprimió su talante personal a España Peregrina, no sólo por ser el verdadero «mantenedor» -también su iniciador, ya que nada más llegar a México se encargó de las gestiones prácticas para iniciar el proyecto publicista-, sino por la coherencia de sentido de todos los textos escritos por él y aquellos que revelan un proceso de selección larreano. En el primer grupo deben incluirse, aparte de sus colaboraciones firmadas, otros muchos escritos -entre ellos los ensayos que hacían las veces de editorial- que resultan fácilmente reconocibles por los rasgos estilísticos del escritor: algunos van señalados con tres asteriscos en la misma revista -y reconocidos como propios por el mismo autor en los índices que preparó para la edición facsimilar de 1977-, otros no llevan firma. Entre estos últimos -y siguiendo a David Bary, quien contó con la ayuda del propio Larrea para completar sus datos- cabe reseñar, al menos, las siguientes notas que aparecen como anónimas: «La verdadera voluntad de España» (1, p. 18), «La embriaguez de la sangre se disipa...» (1, p. 28), «Hordas revolucionarias» (1, pp. 30-31), «Casa de la Cultura Española» (1, p. 43), «Memorias de ultratumba», (1, pp. 45-46), «Biblioteca» (1, p. 44), «Homenaje a Antonio Machado» (2, p. 64), «Una buhardilla y un manifiesto» (2, p. 76-77), «Apoteosis del esperpento» (2, p. 83), «Bibliotecas» (2, p. 87), «Distintos modos de escribir la historia» (3, p. 125), «Brutalidad y cinismo» (3, pp. 127-128), «Homenaje a Antonio Machado en París» (3, p. 129), «Crece nuestra biblioteca» (3, p. 137), «Por un orden consciente» (4, pp. 147-149), «Centenario de Luis Vives» (4, p. 154), «Nuestros intelectuales en Francia» (4, pp. 179-180), «Centenario del primer colegio de América» (4, pp. 181-182), «El pueblo español en Francia» (5, p. 197), «La Iglesia española y la verdad» (5, pp. 208-214), «A la luz de la guerra relámpago. Comprensión del instante» (5, p. 224), «Exposiciones. Antonio Rodríguez Luna. Gabriel Ruiz» (5, P.), «Memorias de ultratumba» (5, P.), «Entereza española» (6, pp. 243-245), «La viga en el ojo» (6, p. 269), «Premeditación y alevosía» (6, pp. 272-277), «Falange y España Peregrina» (7, p. 29), «Doce de octubre, fiesta del Nuevo Mundo» (8-9, pp. 51-54), «Documentos para la historia» (8-9, P., «Minuta de una entrevista secreta de los cardenales Segura y Gomá» (8-9, pp. 96-100), «Subterfugios del cardenal Gomá» (8-9, pp. 100-101, «Creación del Museo y de la Biblioteca de las Indias» (8-9, pp. 102-108), «Contenido actual del Museo de Indias» (8-9, pp. 108-112), «La Biblioteca de América» (8-9, pp. 112), «España Peregrina a todos sus lectores» (8-9, pp. 113-115)112. A todos ellos, una vez consultado el número 10 de España Peregrina, añadiríamos «Despedida y tránsito», «Documentos para la historia», «Necedad manifiesta» y «Memorias de ultratumba».

Como, además, un número indeterminado de artículos contienen afirmaciones de impronta larreana («La travesía del Sinaia»113, por ejemplo) resulta muy difícil establecer un cálculo exacto de sus colaboraciones, que, aproximadamente, oscilarían entre las sesenta y las setenta. Si a esta prolífica participación, añadimos que a su mano se debe gran parte de la selección de textos característica de España Peregrina (algunos de los inéditos, pero sobre todo las reproducciones de periódicos o libros) podemos afirmar que su presencia en la realización de la revista resultó determinante y que en ella están, sin duda, muchas de las claves necesarias para entender este proyecto publicista.

Esta prolífica labor y la casi completa dedicación de Larrea al frente de España Peregrina se comprende muy bien a partir de su trayectoria vital de aquellos años: en febrero de 1940, a poco más de dos meses de su llegada de Nueva York (donde había permanecido unos días después de su salida de Burdeos el 26 de octubre), Larrea no tenía ninguna otra ocupación que la que le proporcionaba la Junta114. Hasta principios de 1941 -ya concluida la publicación de España Peregrina- Juan Larrea no conseguiría un nuevo trabajo en Letras de México115, que se completaría, más adelante, con la dirección de la hoy decana de la prensa cultural mexicana: Cuadernos Americanos116.

De todas formas, no debemos entender su implicación en la revista tan sólo como fruto de unas exigencias materiales de carácter personal. Larrea pronto vio en España Peregrina una inmejorable oportunidad de dar a conocer sus teorías sobre América en proceso de gestación (no olvidemos que, en ella, se publican los primeros capítulos del futuro libro Rendición de Espíritu), la posibilidad de expresar el compromiso de todo un grupo -cuestionado, como tantos otros, por diversos sectores del exilio político español-, así como llevar a la práctica la misión del intelectual republicano. Todas estas razones encontramos en la base de sus propios artículos, otorgando sentido unitario a la revista de la Junta.




ArribaAbajoEugenio Imaz, colaborador incondicional

El que hacía las veces de secretario de la Junta, colaboró de forma destacada con Larrea en la elaboración de la revista y, de hecho, sus escritos -contabilizamos doce con su firma117- son cuantitativamente superiores a los del resto de los colaboradores, lo que muestra una implicación en el proyecto que, sin duda, influyó en la gestación de las teorías de Imaz sobre la guerra civil: «España Peregrina es una revista clave para la comprensión del pensamiento histórico-político-filosófico del ensayista donostiarra. En sus páginas publica artículos tan importantes por su significación ideológica como «Discurso in partibus», «Pensamiento desterrado», «Entre dos guerras», «En busca de nuestro tiempo», etc.»118.

Eugenio Imaz había salido de Francia un par de meses más tarde que el grueso de la Junta, en compañía del que iba a ser uno de sus más estrechos colaboradores en España Peregrina: José Manuel Gallegos Rocafull119. Ascunce documenta la fecha de 29 de agosto de 1939 como la de su llegada a México D.F., ciudad donde Eugenio Imaz consigue sin mucha dificultad el permiso de residencia, gracias al apoyo de Daniel Cosío Villegas. Allí, más por afinidad ideológica que partidismo político120, se entrega por completo a las tareas de la Junta121: colabora en la preparación, por una parte, de la llegada de los miles de refugiados y, por otra, participa en el intento de predisponer a la opinión pública mexicana a favor de los españoles expatriados.

Cuando Juan Larrea se instala en México y concreta la creación de España Peregrina, el donostiarra considera que ha llegado el momento de plantearse toda una serie de cuestiones en torno a la identidad inherentes al fenómeno del exilio e inicia una labor educativa coherente con los propósitos de la publicación122. De ahí su entrega generosa a un proyecto que, como la revista de la Junta, pretende responder a las expectativas colectivas y personales que la llegada a América plantea.

En efecto, a través de los artículos de Imaz publicados en España Peregrina, vamos reconociendo los pasos de una difícil maduración personal iniciada durante la turbadora experiencia de la guerra civil: «La dinámica existencial de las desposesiones volvía a imponerse una vez más. Si hasta ahora el escritor vasco había experimentado el divorcio entre la teoría ideológica y la práctica histórica, había vivido el distanciamiento y la pérdida de amistad con sus camaradas de diversión y de estudio, ahora se alejaba de la tierra que le había dado el ser y la personalidad. Rupturas y ausencias se acumulaban en su corazón: ruptura cultural, ruptura humana, ruptura espacial»123. Proceso este que continuará, junto con el propio Larrea, durante los años siguientes, en la creación de Cuadernos Americanos, en que Imaz seguirá dando forma a su pensamiento histórico-político-filosófico.




ArribaAbajoLa discontinua presencia de José Bergamín

En la publicación de la Junta se advierte claramente la huella bergaminiana; especialmente, a causa de las afinidades que podemos establecer entre España Peregrina y Cruz y Raya, la revista iniciada por el propio Bergamín, en España, el año 1933124. De Bergamín y sus empresas anteriores parten, pues, motivos y temas que encontrarán, en la nueva empresa publicista fundada en México, un eco importante: los más significativos motivos de los ensayos bergaminianos (España -la tradición, el compromiso político- y el humanismo religioso) ocupan buena parte de las páginas de España Peregrina, estableciendo una continuidad con la precedente Cruz y Raya.

Recurrente resulta la «concepción estética del nacionalismo»125, defendida por Bergamín en la revista de preguerra y retomada en España Peregrina desde la misma acuñación bergaminiana del título. La posición anterior, no obstante, se ha ido radicalizado a causa de los recientes acontecimientos históricos y se expresa, ahora, en una mayor oposición, combativa y crítica, contra quienes aceptaron un régimen político impuesto por la fuerza.

De todos modos -y a pesar de su indiscutible presencia en la revista a través de la dirección de la Junta y las actividades paralelas que estaba impulsando (la editorial Séneca, en especial)-, la participación activa de Bergamín en España Peregrina es escasa y no se mantuvo de forma constante126: el autor sólo publicó ensayos en los cinco primeros números -«Los españoles infra-rojos y ultra-violetas» (nº 1), «Palabras» (nº 2), «La del catorce de abril» (nº 3) y «Versalles 1940» (nº 5)127-, lo que evidencia un decreciente interés de Bergamín por la revista, inevitablemente ligado a sus problemas personales con algunos de los miembros de la redacción, especialmente Juan Larrea. Aunque ambos se habían enfrentado desde los inicios de la Junta, en París, su enemistad se hizo más patente en México. En efecto, el trato nada fácil de Bergamín, sus desplantes y actuaciones muchas veces incomprensibles para sus compañeros, unido a las acusaciones que se le hicieron de malversación de fondos de la Junta y las discrepancias políticas que con detalle relatan Ascunce y Penalva128, dieron como resultado un cada vez mayor distanciamiento que le relegó a sus tareas editoriales, alejándolo de algunos de sus antiguos colaboradores como Eugenio Imaz: «A partir de estos momentos, el escritor donostiarra se aleja definitivamente de José Bergamín y deja de colaborar en las empresas y proyectos de este último. Si, hasta estos instantes, Eugenio Imaz y José Bergamín habían formado, por ideales y por entrega, dos vidas paralelas, a partir de ahora sus existencias se separan y se bifurcan»129.




ArribaAbajoOtros colaboradores

El resto de los vocales del directorio de la Junta, a pesar de apoyar con su prestigio la publicación, no participaron activamente en ella y se limitaron a incluir entre una y dos colaboraciones. Las excepciones son José Manuel Gallegos Rocafull, quien en sus seis artículos expone unos planteamientos cristianos renovadores -cercanos al humanismo cristiano que se está discutiendo en Europa desde mucho antes- y Agustín Millares Carlo, el cual inicia -como en otras revistas del destierro- un registro bibliográfico de las publicaciones del exilio intelectual130.

El propio Josep Carner, co-presidente junto a Bergamín y Larrea de la Junta de Cultura Española, se limita a incluir un par de breves colaboraciones, aunque muy significativas de sus intereses del momento. En ellas se comentan dos obras: la una, escrita por un mexicano gran conocedor de la tradición literaria española, y la otra, de un exiliado que convierte al país adoptivo en tema de sus nuevos estudios.

La primera se refiere a la labor filológica de Alfonso Reyes, a propósito de sus Capítulos de literatura española. Primera serie (publicados por La Casa de España entre julio y agosto de 1939131), mientras que la segunda gira en torno al libro El primer milagro de la catedral Angelopolitana (Cuadros anecdóticos hispano-nahuas, siglo XVII) del arquitecto español Francisco Azorín (amigo y colaborador de Carner) que había compatibilizado durante los últimos años -como tantos hombres de su generación, como el mismo poeta catalán- su profesión con la política.

Junto a los trabajos de Gallegos, Millares y Carner encontramos colaboraciones de Luis Santullano, quien incluye dos escritos bajo el epígrafe común de «Recuerdos y nostalgias»: uno dedicado a Clarín y el otro a las instituciones culturales republicanas; Enrique Rioja, que se refiere a otra revista iniciada por el exilio español, Ciencia, y al homenaje de la Universidad de México a los profesores Bolívar y Carrasco, y Manuel Márquez, con un artículo a propósito de Cajal y la ciencia española. Finalmente, hallamos la colaboración de Joaquín Xirau, de quien únicamente se recoge su participación oral en el Homenaje a Machado realizado por la Junta.

La mayoría de estos artículos refuerzan las líneas temáticas propuestas por los impulsores de la publicación y son, por lo general, textos escritos a vuelapluma, cuyo propósito central continúa siendo el de mostrar la continuidad de la obra cultural republicana. Mención aparte merece la presencia de Rodolfo Halffter, el cual publica, en forma de Suplemento, la versión musicada de un soneto de sor Juana Inés de la Cruz, que le perfila ya como uno de los maestros de toda una generación de músicos mexicanos.

Pero la nómina de colaboradores españoles de España Peregrina no la forman, únicamente, el interdisciplinario grupo de vocales de la Junta, sino que en ella también aparecen autores que, o bien se cuentan entre sus miembros o están cercanos ideológicamente a ella. Este es el caso de Juan Roura-Parella, Marcelo Santaló, Ramón Iglesia, Carlos Velo, Paulino Masip o León Felipe.

El resto de los colaboradores son, mayoritariamente, poetas de edad similar a la de los fundadores de la revista (Emilio Prados, Pedro Garfias, Juan Rejano, Luis Cernuda), aunque excepcionalmente se incluye la presencia de dos autores más jóvenes: Francisco Giner de los Ríos y Adolfo Sánchez Vázquez, que a la sazón contaban veintitrés y veintisiete años respectivamente. El último ocupa un lugar destacado en la publicación, en tanto aparece -con sus cuatro colaboraciones- como el más activo colaborador de España Peregrina ajeno a su redacción132.

Aunque en breve número, la revista incluye también reimpresiones de textos escritos por autores americanos y europeos comprometidos con la causa republicana, adecuándose de esta forma al proyecto universalista iniciado por la Junta de Cultura Española. Entre todos ellos, dominan numéricamente los franceses (Bernanos, Landsberg, Mabille, Reynaud, etc.133) cuya presencia muestra el interés que la cultura gala despertaba entre los iniciadores de España Peregrina, especialmente Juan Larrea y José Bergamín134. Los gustos y preferencias de los redactores se advierten también en la elección de los escritores norteamericanos135, en su mayor parte amigos de los años de guerra que continuaron apoyando la causa republicana en el exilio -así Waldo Frank o Jay Allen quien, no por casualidad, pasó a ocupar por esas mismas fechas la vicepresidencia de la editorial Séneca136.

Finalmente, cabe mencionar la escasa presencia de los autores mexicanos, limitada a Alfonso Reyes137, el pintor Manuel Rodríguez Lozano y Bernardo Ortiz de Montellano (aunque, de hecho, este último no puede considerarse propiamente colaborador de la revista, ya que tan sólo aparece en el número 10, informando sobre la creación de Cuadernos Americanos). La ausencia resulta muy significativa ya que muestra una escasa comunicación entre los exiliados españoles y la comunidad intelectual del país receptor, característica esta que determinará las líneas temáticas de la revista -especialmente su visión de América- y la convertirá, a la larga, en una revista «demasiado nacionalista para el gusto del gobierno mexicano»138.





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