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Fidel Fita y la epigrafía hispano-romana

Juan Manuel Abascal Palazón


Universidad de Alicante

Publicado originalmente en Boletín de la Real Academia de la Historia 193.2, 1996, 305-334.





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Si la obra científica de Fidel Fita se puede valorar en muchos campos del conocimiento, sin duda la epigrafía romana de Hispania fue su principal objeto de atención. Hasta finales del siglo XIX eran pocos los eruditos que se habían venido ocupando de la catalogación eficaz de las inscripciones romanas peninsulares; entre ellos, sólo Hübner, por encargo de la Academia de Berlín, mantenía un ritmo constante de edición, acumulación de noticias y revisión de manuscritos. Bien es verdad que para él habían trabajado muchos correspondientes españoles, algunos de ellos de la talla del malagueño Rodríguez de Berlanga, con capacidad suficiente para editar de forma autónoma y rigurosa los hallazgos, pero se trataba de esfuerzos aislados, y la bibliografía española de la época no mostraba una preocupación clara por el tema.

En estas décadas finales del siglo XIX la escuela arqueológica francesa, con medios y tradición científica suficiente para acometer estudios de este tipo, se decanta abiertamente por los estudios del mundo ibérico. A. Engel primero y Pierre Paris después, principalmente, abanderan la difusión internacional del iberismo y de sus raíces, convencidos de una tradición helénica que ven manifestarse por doquier.

Entre la escuela alemana y la francesa, las instituciones españolas mantienen una colaboración regular con ambas, aunque en general en mejores   —306→   relaciones con la primera. En Hübner y en los corresponsales germánicos encontraron siempre mayor grado de comprensión ante las dificultades presupuestarias para organizar grandes bibliotecas y completos museos. No cabía esperar de ellos comentarios como el que hace Pierre Paris cuando visita Madrid en 1895: «García [Juan Catalina] me paraît ne rien savoir. Son metier est l'archéologie en général; je ne puis le sortir de là. Rada, très complaisant, bel homme, moustaches très cirées... il prétend que tout es vrai au Cerro (de los Santos)»1.

En esas condiciones la Real Academia de la Historia, revitalizada a finales del reinado de Isabel II tras la delicada situación de 18502, asume las funciones de investigación y edición de la historia de España. El Boletín, desde 1877, se convierte en un órgano de expresión muy dinámico en el que aparecen tanto compilaciones documentales como análisis históricos de todo tipo. Cuando Fita es elegido numerario, dispone ya de esta formidable herramienta en la que va a materializar su ansia editorial.

Fita hizo de la epigrafía romana una disciplina independiente en la historiografía española. Recogiendo las enseñanzas de la escuela germánica, a la que tanto admiró, consiguió crear un interés bibliográfico por los antiguos textos latinos, preocupándose no sólo de su lectura, sino de su conservación y exposición museística.

Bien es verdad que en sus primeros trabajos su interés es casi paleográfico. Influido por sus estudios documentales sobre antiguos códices, los primeros artículos de Fita casi se circunscriben al análisis de los rasgos que figuran en los soportes y al establecimiento del texto, ahondando raras veces en su trascendencia; sin embargo, en muy pocos años, prácticamente desde 1890, sus estudios se van convirtiendo en análisis históricos en los que las inscripciones son elementos a engarzar para defender una tesis.

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En toda la extensa obra epigráfica de Fita existe, sin embargo, una curiosa obsesión por las homonimias. La insuficiente documentación fotográfica y la carencia de otros elementos de análisis hacen que fije su atención en las repeticiones onomásticas, aunque sea en epígrafes de procedencia muy diversa. Esto, y su continua búsqueda de paralelos en el mundo griego, marcan muchos de sus escritos, aunque no por ello invalidan el rigor de su análisis ni la seriedad de la edición.

En el cotejo de sus manuscritos se advierte una continua labor de corrección de las notas de sus corresponsales a la que luego aludiremos. Esta costumbre, exagerada en ocasiones, le llevó a restituir sin criterio objetivo algunas lagunas de epígrafes que hoy no pueden ser tenidas en cuenta. La razón de estas alteraciones y restituciones también se puede conocer tras el análisis de sus ficheros: Fita nunca publicó un fragmento al que no pudiera conferir sentido; abiertamente relegó las noticias que le impedían saber si la inscripción era funeraria, votiva u honorífica. Los pocos textos que nunca dio a conocer y que quedaron inéditos entre sus papeles son difíciles acumulaciones de letras que sólo una inspección del original habría podido descifrar. Al mismo tiempo, ignoró datos aparentemente insignificantes sobre los epígrafes ya conocidos, que también quedaron inéditos: fecha de hallazgo, traslados de emplazamiento, etc., eran informaciones accesorias, una vez que la inscripción ya había sido editada y su texto establecido.

El rechazo de estas informaciones accesorias, hoy vitales para textos que en algunos casos han desaparecido, hace del análisis de su correspondencia una valiosísima fuente de información para la epigrafía romana de Hispania, y permite obtener fruto de cuantas revisiones se continúen haciendo de esta riquísima documentación3.




ArribaAbajoDe Arenys de Mar al sillón de la Academia

Fidel Fita nació en Arenys de Mar un 31 de diciembre de 1835, hijo de Antonia Colomé y de un comerciante de tejidos llamado Felix Fita. Aunque conocemos pocos detalles de sus primeros años, se sabe que recibió su   —308→   primera educación en Arenys, para pasar a Barcelona antes de cumplir los diez años. Allí iniciaría sus estudios en el Seminario Conciliar y en las Cátedras de la Junta de Comercio (latín, religión, gramática, retórica, matemáticas e idiomas, sobre todo francés). En 1850, con catorce años, ingresó en la Casa de los Jesuitas de Aire-sur-Adour (Landas), llevado por el P. Francisco Forn y Roget, jesuita de Arenys también. Su etapa de formación religiosa le permitiría recorrer diversos centros de la orden entre los que conocemos Nivelle, en Bélgica, para hacer los votos del trienio en la Compañía; Loyola en 1853, para enseñar Retórica y Hebreo; Laballe (Francia) desde 1854 a 1856; Carrión de los Condes en 1857 para enseñar latín y griego para externos; Loyola de nuevo en 1858; y en 1859 otra vez Carrión de los Condes, esta vez como inspector de alumnos.

Su último destino previo a la ordenación en 18634 sería León, entre los años 1860 y 1866, que podemos considerar un período clave de su vida ya que, además de completar sus estudios de teología, aquí darían comienzo sus estudios históricos y sus contactos con la Academia, que marcaría su labor científica hasta su muerte.

En el León de aquellos años Fita trabó amistad con el ingeniero de caminos Eduardo Saavedra, que en 1862 sería elegido Académico de Número de la Real Academia de la Historia. Saavedra animaría los primeros estudios de Fita en un León rico en antigüedades y documentos inéditos, que contaba con los fondos de la Colegiata de San Isidoro y con un buen número de inscripciones romanas halladas de forma casual en las diferentes intervenciones dentro y fuera de la ciudad.

Los estudios de Saavedra primaban preferentemente las antigüedades, y su propia formación de ingeniero le cerraba el acceso a otro tipo de investigaciones en las que Fita apareció como la persona indicada. Tres años después de su elección para ocupar un sillón de la Academia, Saavedra presenta en la sesión del 5 de marzo de 1865 un Informe acerca de los fragmentos de un Códice de las Siete Partidas, conservado en la Colegiata de San Isidoro, elaborado por Fita.

Aquella presentación pública de uno de sus trabajos fue suficiente para que ese mismo año se le encargara un nuevo informe sobre algunos pasajes   —309→   del Fuero Juzgo (9 de junio de 1865) y para que se le eligiera correspondiente en León (20 de octubre de 1865)5. Su relación con la historia hebrea y sus primeras actividades oficiales sobre el tema parecen iniciarse al año siguiente, cuando presentó a la Academia un vaciado en yeso de la inscripción hebrea de Puente Castro6.

En 1866, concluida la etapa leonesa, Fita se traslada primero a Barcelona y desde octubre de 1867 a Tortosa, convirtiéndose en correspondiente de la Academia en Barcelona; allí le sorprenderá la proclamación de la República; en 1868 huye a la residencia de Valsprés-le-Puy, como profesor de teología dogmática. Durante una parte de 1870 residió en el monasterio de San Martín de Bañolas enseñando Historia Eclesiástica, y seguramente entonces trabó su duradera relación con Pere Alsius. Tras este breve intervalo, en 1871 le volvemos a encontrar en Gerona, desde donde escribe a la Academia en estos términos: «con motivo de los desastres y perturbaciones de la vecina República, he trasladado mi domicilio a este seminario conciliar de Gerona, donde permaneceré, siendo catedrático de teología dogmática, y dispuesto en particular a secundar las generosas miras de la Comisión provincial de monumentos históricos y artísticos»7. Pero la permanencia anunciada no se cumplió, y en 1872 le encontramos en Manresa, realizando los ejercicios espirituales para tercer y último voto en la Compañía. En 1874 fijaría, esta vez por unos años, su residencia en Barcelona.

Viviendo en Barcelona llegaría en 1877 su propuesta para ser elegido Académico de número, sustituyendo a Fermín Caballero. La propuesta, con fecha de 2 de mayo de 1877, la firmaron A. Fernández Guerra, V. Barrantes, J. de Dios de la Rada y, cómo no, su valedor Eduardo Saavedra. La única oposición en la correspondiente votación del día 16 de ese mismo mes fue la de Pedro Sabau8, a la sazón secretario perpetuo de la institución, y no por   —310→   oposición a Fita, sino porque con su elección se incumplía el reglamento, que exigía la residencia en Madrid.

Pese a la oposición de Sabau, Fita resultó elegido con su voto en contra y el de Fernández y González. La Academia encargó la contestación al nuevo académico, como era de imaginar, a Saavedra9 y, dos años después, el domingo 6 de julio de 1879 Fidel Fita leía su discurso de ingreso en la Real Academia de la Historia.

En 1879, dos años después de su ingreso, Fita traslada su residencia a Madrid y ha adquirido ya un cierto renombre a nivel nacional e internacional. Comienza en estas fechas el cúmulo de correspondencia que asombraría a sus compañeros de la Residencia de los Jesuitas, y su nombre empieza a aparecer asociado a la historia de los hebreos españoles, al estudio de la Iglesia en España y a la epigrafía latina. Ese mismo año10 sus compañeros de Academia le destinaron a la Comisión de «La España Sagrada», en compañía de Vicente Lafuente. El reconocimiento internacional vendría dado por su ingreso como correspondiente en el Instituto Arqueológico Alemán de Berlín, propuesto por Emil Hübner, que se refiere a Fita en términos tan elogiosos como de re epigraphica hispana optime meritus merensque.

Una carrera que se prometía brillante pudo quedar truncada por un suceso acaecido en 1880. Cuenta Lesmes Frías, también jesuita y compañero de Residencia de Fita, que ese año, el provincial de la Compañía en Aragón, a donde pertenecía Fita, quiso sacarlo de Madrid y llevarlo allí. Durante unos meses el traslado pareció inevitable, y así se lo hizo saber Fita al P. Carlos Sommervogel, residente en París y bibliógrafo de la Compañía, que había sido también destinado a un cargo administrativo y se veía obligado a interrumpir sus investigaciones. La correspondencia cruzada entre ambos11 muestra la respectiva resignación ante los hechos, aunque Fita conseguiría finalmente evitar la salida de Madrid argumentando los perjuicios que su trabajo científico sufriría.

Desde 1883 Fita asumiría con Rada y Delgado la dirección del Boletín de la Academia por encargo de Cánovas, el entonces Director, sustituyendo   —311→   así a Rosell, recientemente fallecido12. A partir de esta fecha se intensifica su presencia científica en el Boletín académico, con un torrente de trabajos de toda índole que muestran una dedicación absoluta al estudio.

El momento culminante de su carrera llegó en diciembre de 1912 cuando, a la muerte de Menéndez Pelayo, fue elegido para sucederle como Director de la Real Academia de la Historia. Las cartas de felicitación por aquella elección muestran hasta qué punto Fita gozaba de un reconocimiento general en casi todo el país. A partir de esa fecha se sucederían homenajes y distinciones de las que no siempre conservamos noticia: en 1913 llegaría la Gran Cruz de la orden civil de Alfonso XIII, y en 1917 su nombramiento como Académico de la Real de la Lengua. El 25 noviembre de ese año se le tributaría el gran homenaje en su localidad natal, Arenys de Mar, que tanto eco tuvo en la prensa catalana de la época.

De estos últimos meses de la vida de Fita existe muy poca información, y casi toda procede de las notas necrológicas publicadas a su muerte. En ellas consta que asistiría a la sesión del 28 de diciembre de 1917 en la Academia, y que tres días después cumplía 82 años con buena salud. Según sus compañeros de la Residencia de los Jesuitas en Madrid, el 2 de enero de 1918 comenzaron las primeras fiebres y murió el 13 de enero de 1918 a las 3 de la tarde.




ArribaAbajoLa creación de la red de corresponsales

La correspondencia conocida de Fidel Fita es tardía, es decir, comienza a ser numerosa cuando el jesuita reside ya en Madrid y eso porque la Academia y la residencia de la Compañía en que vivía se convirtieron en sus dos archivos estables en los que todo se podía almacenar, llegando a ocupar varias habitaciones en esta última, como afirman sus compañeros.

Sabemos de sus contactos epistolares desde su temprana estancia en León pero, tras el sexenio leonés, el exilio en Francia y Bélgica motivado por la revolución de 1868 haría que Fita trasladara consigo su correspondencia, tan dado como era a conservar hasta el más insignificante e   —312→   innecesario de sus papeles. Estas cartas se pueden dar por perdidas. Vuelto a España y con residencia en Cataluña, tomó la costumbre de hacer copias de su propia correspondencia, lo que nos permite saber de sus discusiones con Saavedra o J. de Dios de la Rada; pero aún son interlocutores ocasionales los que ocupan su tiempo.

De esta etapa posterior a 1868, y previa a su nombramiento como Académico en 1877, tenemos noticias de muy pocas cartas, debido probablemente a los frecuentes cambios de domicilio: Gerona, Barcelona, Manresa, Bañolas, etc. Al reordenar los papeles que dejó a su muerte en Madrid, el también jesuita Lesmes Frías no anota ni entrega a la Academia ninguna carta anterior a 1879, lo que parece significar que, salvo las excepciones de lo conservado en la Academia y que Fita traería consigo a Madrid, la correspondencia de la etapa anterior debió quedar desperdigada en los diferentes centros en que residió. En las relaciones documentales hechas por sus familiares a su muerte tampoco declaran tener cartas de esta época, no las contiene el envío de su sobrino Joaquín Montal, y los archivos de Arenys, su ciudad natal, carecen hoy también de ellas.

Los únicos textos de esta etapa son ocho cartas dirigidas en 1874 desde Bañolas a J. de Dios de la Rada, con el único tema de las antigüedades del Cerro de los Santos, que iba a constituir el discurso de ingreso de éste en la Academia de la Historia. Son textos sin interés, impregnados del generoso optimismo con que Fita veía las influencias egipcias en la Península Ibérica y la facilidad con que hacía griego cuanto no parecía romano. No sabemos cómo se forjó esta amistad cuando Fita aún no era Académico, pero la huella física que de ella ha quedado es impresionante: calcos de casi todas las inscripciones del Cerro de los Santos, tanto de las abiertamente falsas como de las supuestamente verdaderas, obtenidos en papel de plata y en un estado de deterioro apreciable, que aún se conservan en la Academia de la Historia, esperando un paciente estudio.

Desde muy pronto, casi desde el mismo momento de ingresar en la Academia de la Historia, Fita comenzó a intercambiar correspondencia de todo tipo con amigos y conocidos nacionales y extranjeros. Si atendemos al volumen de las alrededor de dos mil cartas de las que tenemos noticia para el período 1875-1918, algunas de ellas de considerable longitud, tenemos que deducir que Fita dedicaba una gran parte de su tiempo a mantener esta   —313→   actividad epistolar que, sin embargo, no le impedía desarrollar un vertiginoso ritmo de publicaciones.

Las primeras cartas de la etapa posterior a 1879, de algunas de las cuales no conservamos copia pero sí noticia del contenido por el detallado inventario de Lesmes Frías, son peticiones para que Fita colabore en cuantas revistas de Historia hebrea se crean en Europa. Isidoro Loeb es, entre 1879 y 1892, uno de sus más frecuentes corresponsales. Otras muchas cartas de estos años son de otros jesuitas belgas, franceses, austríacos, etc., que trabajan en temas de historia de la Iglesia y que requieren su ayuda para obtener información sobre documentos españoles. También a esa primera etapa en Madrid pertenecen las cartas que conocemos de Hübner, más de cien según Lesmes Frías, que no son, sin embargo, las primeras: ya en la estancia leonesa de Fita la relación entre ambos había sido fructífera, como confiesa Hübner.

La organización de una red de corresponsales estables parece uno de los objetivos de Fita tras su ingreso en la Academia, opinión que parece confirmar el juicio de Gómez Moreno: «Yo vine traído por el P. Fita, como heredero suyo en epigrafía, abonado desde fecha casi remota por uno de mis descubridores, el benemérito maestro Emilio Hübner; y debo a la gran benevolencia del P. Fita el que me perdonase desvíos respecto de sus doctrinas y un gracioso juicio de mi discurso de entrada, diciendo que era cosa de poco ruido y muchas nueces. El se mantuvo durante muchos años cultivando con éxito y atrayendo corresponsales en la tarea de publicar inscripciones. Yo, pese a mi buen deseo, no he sabido fomentarlas; pues confieso que no me seducen los Dis manibus, votum solvit, in pace y demás fórmulas de la "canaglia epigraphica"; pero también es verdad que ninguna pieza clásica trascendental se me ha venido a las manos, y en cambio con lo ibérico he tenido y sigo teniendo suerte: valga como descargo»13.

Tan fecunda labor epistolar se convirtió en la base fundamental de los trabajos de Fita, pues desde 1895 son raros los viajes fuera de Madrid14,   —314→   salvo para recalar en su Cataluña natal15 y algunos viajes por las provincias próximas16, y sólo las novedades que le llegan por carta le permiten mantener regularmente la publicación de nuevas inscripciones romanas.

Con las inscripciones las cartas traían también quehaceres poco agradables pero imaginables en su situación. Así, no faltan las peticiones de recomendación para los puestos y las actividades más curiosas: en marzo de 1916 un corresponsal de Huelva le pide ayuda para que le trasladen a la sucursal del Banco de España en Valencia en donde residen sus editores; en febrero de 1915 un corresponsal le pide recomendación para ingresar en la Casa de la Moneda; en diciembre de ese mismo año un amigo leridano le ruega que le ayude a conseguir un ejemplar de la Historia de los heterodoxos españoles a un precio máximo de 15 pts., pues como «cura de pueblo» no puede pagar las 75 pts. que le piden; otro le ruega que interceda para que el Ministerio de Instrucción Pública recomiende la compra de un libro, etc., etc.

No faltan en las cartas las peticiones no siempre encubiertas de ser nombrado Correspondiente de la Academia. Sin adornos lo hace Pedro M.ª Plano en una carta de 1894; el abulense Leonardo Herrera en 1916 pregunta sobre lo que hay que hacer para obtener tal condición; un correspondiente de Tortosa pregunta si ya ha hecho su propuesta, etc.

Y no siempre los interlocutores de Fita compartieron con altruismo los datos que le suministraban. El caso más notorio es el de Jesús Reymóndez, que llegó a amenazarle con un litigio en los tribunales. El origen de la disputa parece ser la solicitud realizada por Fita a Reymóndez para que le proporcionara copia de una carta del P. Andrés Marcos Burriel a Gregorio Mayans que se conservaba en la Biblioteca Real de Bruselas; Mommsen había localizado el documento y Hübner lo había empleado ya para el CIL, pero Fita quería disponer del original, relativo a inscripciones de Valeria. Reymóndez atendió la petición pero nunca recibió nada a cambio, hasta que en   —315→   una visita a Madrid optó por dirigir a Fita una encendida reclamación del pago de su trabajo o la devolución de los textos, bajo amenaza de acabar en los tribunales. La contestación de Fita, de la que se conserva copia, comienza sarcásticamente con la siguiente expresión: «En contestación á la favoreciente de U. que recibí ayer...»; el litigio se saldó con un pago de 25 pts. el 4 de agosto de 1911, cuyo recibo guardó Fita entre sus papeles.

Fita fue respetado por multitud de eruditos extranjeros, que ven en él el interlocutor válido para comentar sus impresiones históricas y sus descubrimientos sobre la historia de España.

Entre éstos hay que citar, por encima de cualquier otro, a Hübner, con quien mantuvo relaciones cordiales desde los años leoneses, que no se interrumpen prácticamente hasta la muerte del sabio alemán. Más de cien cartas contabiliza el P. Lesmes Frías entre las manuscritas de Hübner en poder de Fita, todas ellas discutiendo la interpretación de epígrafes. La correspondencia en sentido inverso es, a tenor de las noticias que va dando Hübner, igual de numerosa o más, pues la expresión descripsi ex ectypo a Fita misso se convierte en referencia habitual en muchas de las inscripciones que en Berlín se van publicando.

Es indudable que en la juventud del período 1860-1866, durante la etapa leonesa, Fita aprendió mucho de Hübner, que gozaba en Madrid del respaldo de A. Fernández Guerra; sintió siempre por él una profunda admiración, colaboró con él en sus pesquisas documentales y, prácticamente, como había hecho desde León en la primera edición, trabajó para él en la elaboración del supplementum al Corpus Inscriptionum Latinarum cuando ya Hübner iba restringiendo sus viajes a España. Sin una formación académica en epigrafía, aunque con el lógico dominio de las lenguas clásicas, Fita buscó siempre el apoyo científico de Hübner y, a la muerte de éste, el de Herman Dessau, a quien prodigó las mismas atenciones, primero como correspondiente de la Academia de la Historia y luego como miembro honorario, y convirtió en referente obligado para los trabajos epigráficos que excedían sus conocimientos.

Curiosamente, entre los papeles de Fita que guarda la Academia se conservan no sólo copias, sino algunos originales de cartas escritas por Fita. La razón de esta presencia es el envío que algunos corresponsales hicieron de   —316→   cuantos documentos conservaban del y sobre el jesuita a su muerte, conocedores del interés de la Academia por compilar toda esta información. Entre quienes remiten sus cartas figuran algunos familiares, la Residencia de los Jesuitas de Madrid y algunos particulares, como el extremeño José Cascales. Todo ese material, unido al que se conservaba en la Academia (excepción hecha del asignado al expediente personal de la Secretaría) sería ordenado por Pérez de Guzmán en 16 legajos que hoy mantienen esa estructura.




ArribaAbajoLas quejas del correo y la preocupación por los calcos

En quien tanto usaba del correo para su trabajo se entiende una preocupación extrema por el funcionamiento del sistema de correos de la época. El cotejo de las fechas de redacción y recepción de algunas de ellas muestra que entre Madrid y Extremadura, o entre Madrid y Andalucía, una carta tardaba dos días, un tiempo que se puede considerar aceptable para la época. Pese a ello no parece que Fita se sienta conforme con el servicio, y varias cartas suyas contienen serias quejas de su funcionamiento.

La primera alusión conocida al tema figura en una carta a J. de Dios de la Rada desde Bañolas el 24 de abril de 1874: «los correos están aquí que ni peor en África»; unos días después, el 2 de mayo de 1874, y también con el mismo origen y destino, otra carta dice: «en mi anterior, ¡ojalá no se haya extraviado, qué mal andamos de correos!...»; aún en 1881, en una carta a Pere Alsius que conserva el Museo de Bañolas, sigue quejándose, esta vez también de las tarifas: «...¡cosas de España! son subir tan subidas las tarifas del sello, que las cartas, para ir y volver de un cuarto de hora fuera de Madrid 50 céntimos o dos veces y media más de precio que para ir y volver a Portugal (20 céntimos), el diablo se las lleva o las ataja en medio del camino».

La misma preocupación parece mostrar por la fidelidad de los calcos que recibe de sus corresponsales, hasta el punto de que llega a explicarles cómo han de hacerlos para mejorar su calidad. Eso es exactamente lo que hace en una carta al extremeño José Cascales17, fechada el 3 de agosto de 1894: «Se toma papel secante, se moja, se extiende sobre la inscripción, y con pocos   —317→   golpes de cepillo reproduce el relieve y honduras de todos los caracteres. Una vez seco el papel, se levanta, enrolla y envía por el correo. El mejor papel para letras hondamente grabadas se lo facilitará, si U. se lo pidiere, D. Pedro M.ª Plano (Mérida), con el cual no dudo estará U. en cordiales relaciones».




ArribaAbajoFita y el estudio de las inscripciones hispanas

Fidel Fita editó inscripciones de casi todas las regiones españolas. Pocas provincias quedaron fuera de sus trabajos. Sin embargo, la heterogénea y poco uniforme red de corresponsales de que dispuso hace que existan zonas «oscuras» en su investigación, como ocurre con Aragón, parte de las dos Mesetas, el litoral sur Mediterráneo o la cornisa cantábrica.

Muchos epígrafes por él publicados siguen sin haberlo sido después, y sus propuestas de lectura se han visto en ocasiones confirmadas al reencontrar los textos perdidos. Sus cientos de artículos sobre inscripciones romanas españolas constituyen, hoy por hoy, la mayor empresa individual tras la de Hübner en este campo científico. De ellos haremos a continuación una rápida evaluación regional.

León fue el gran refugio científico de Fita durante sus primeros años de trabajo. Entre 1860 y 1866 dispuso allí de un acerbo importante de antigüedades y documentos listos para ser publicados y, aún más importante, gozó de la amistad de Eduardo Saavedra, que le abriría puertas editoriales y las de la Academia de la Historia.

En su retiro leonés, un Fita todavía ágrafo se prodigó en recoger inscripciones no sólo en la propia ciudad sino en los alrededores, buscó documentos alusivos a su lugar de hallazgo o conservación, etc., sin descuidar en ningún momento sus estudios de historia de la iglesia que tanta fama le iban a proporcionar.

Muchas de las notas de aquellos años pasarían a formar parte de su libro Epigrafía romana de la ciudad de León, con un prólogo de D. Eduardo Saavedra (León 1866), editado como colofón de su etapa leonesa y primera publicación de su autor; otras muchas notas quedarían postergadas por carecer de interés y sólo a su muerte aparecerían entre sus papeles. Los legajos de la   —318→   Academia de la Historia que albergan esta documentación contienen evidencias de las unas y de las otras.

Juan Pérez de Guzmán y Guerra, a quien se debe el orden y distribución de los documentos en los diferentes legajos, agrupó como pudo aquellas notas, muchas de las cuales son sólo declaraciones de intenciones de una redacción que no llega a concluirse, paralelos rápidos a vuela pluma de un antropónimo recién hallado, medidas de un fragmento anotadas en la ficha de otro, etc. Algunas notas van agrupadas en cuadernillos con títulos que no llegarían a materializarse en publicación alguna: «Monumentos romanos descubiertos en las murallas. Apuntes hechos por F. Fita S. J. Colegio de S. Marcos 1862-186 (sic)», «Monumentos arqueológicos recién hallados en la ciudad de León», etc.

En aquellos años leoneses Fita rebosa actividad. Sus trabajos, algunos publicados y otros inéditos como tales e integrados después en la Epigrafía romana..., versan sobre todo de epigrafía latina: «León. Antigüedades romanas»18, «Reseña de diez y nueve monumentos romanos hallados en la ciudad de León (marzo 1862-oct. 1863)»19, «Nuevos documentos romanos (inéditos) de León»20, «Inscripciones romanas en Palencia y León»21, etc. Sus estudios le llevan también a revisar las inscripciones de Astorga, Villaquejida, Liegos, Robledo de Torío22, La Milla del Río23, ruinas de   —319→   ] Trenca24, etc., o los hallazgos de Castrillo de Porma25. De otros textos y hallazgos hay también algunas noticias sueltas en esta voluminosa documentación, casi toda ella ya publicada. Como anécdota hay que señalar que aún se encuentra aquí el borrador del informe sobre «Restos de un antiguo códice de las Siete Partidas existente en la R. Colegiata de S. Isidoro de León», que sería el primer trabajo de Fita presentado a la Academia en 1865 y el que le allanaría el camino para ser nombrado Correspondiente aquel mismo año.

Tal actividad había de servir para incorporar al Corpus Inscriptionum Latinarum noticias imposibles de conseguir por otros conductos. Y así lo reconoce Hübner al referirise a Fita en el prólogo a su obra: P. Fidelis Fita, Iesuitae collegii S. Marci Legionensis, commentariolos arte lithographica expressos mecum communicavit, quibus titulos non paucos tam Legione quam in aliis eius regionis oppidis inventos et ex parte in collegio S. Marci servatos descripsit diligenter et illustravit non imperite26.

Castilla, por su proximidad a la corte, fue un terreno fácil para el trabajo de Fidel Fita. Corresponsales de Ávila, Toledo, Cuenca, Ciudad Real, Palencia o Soria le mantenían informado de cuantas novedades epigráficas se producían; a ello se añadía el buen número de informes que llegaban a la Academia por parte de ayuntamientos y servicios de obras públicas que topaban en sus trabajos con restos del pasado. Pero ninguna de estas zonas fue objeto preferente de interés para Fita. Sus miras estaban puestas en la riqueza extremeña y andaluza, que ofrecía mayores alicientes para la investigación.

La prueba de este relativo desinterés es que sólo se ocupa de los epígrafes de estas zonas cuando llegan las cartas de sus corresponsales; de ellas extrae la información suficiente para publicar un artículo en el Boletín e inmediatamente vuelve a ocuparse de Mérida o de Córdoba. Esto hace que las   —320→   relaciones con eruditos de estas ciudades más próximas a Madrid sean menos intensas y siempre ocasionales.

Buena muestra de ello es el caso abulense. En 1913 Fita recibe varias cartas desde Ávila de Francisco Llorente, que le informa no sólo de los hallazgos epigráficos en las murallas de la ciudad, sino de los descubrimientos en el área de Cardeñosa, en donde acaban de aparecer algunas téseras en escritura indígena. Las cartas de Llorente contienen una gran variedad de datos, algunos de ellos de sumo interés, pero Fita materializa todo en dos artículos27 y relega al olvido el resto de la información.

Un interlocutor de lujo entre 1912 y 1915 fue el Marqués de Cerralbo; senador del reino y con un prestigio ganado por sus trabajos arqueológicos en tierras de Celtíberos. Cerralbo tuvo a Fita en alta estima, como confiesa en sus cartas, y le confió diversas noticias de epígrafes sorianos de los que iba teniendo conocimiento o que, raras veces, aparecían en sus excavaciones en estos territorios.

El gran informarte toledano de Fita fue Luis Jiménez de la Llave, correspondiente de la Academia y que ya había prestado su colaboración en los trabajos preparatorios de Hübner para el Corpus inscriptionum Latinarum28. El erudito talaverano ya había puesto sobre aviso a la Academia sobre el deterioro de algunos monumentos de la región e incluso de la posible venta del conocido sarcófago de Pueblanueva29, y poseía en su casa de Talavera algunos epígrafes recogidos en la propia ciudad y sus alrededores, que servirían a Fita para realizar una de sus primeras compilaciones epigráficas sobre los hallazgos en esta ciudad30; la relación entre ambos se puede seguir, al menos, desde 1883, una etapa de la vida de Fita en que aún sale de Madrid ocasionalmente para realizar inspecciones directas de los textos, actividad que   —321→   irá relegando progresivamente a medida que se incrementaba el número de sus corresponsales.

Durante años, Jiménez de la Llave continuará enviando a Fita cuantas novedades se sigan produciendo; casi todas ellas, previa edición en el Boletín de la Academia, serían enviadas a Hübner para su inclusión en Ephemeris Epigraphica.

Varios estudios de Fidel Fita abordaron los hallazgos epigráficos de la zona limítrofe entre Burgos, Palencia y Santander, en donde se habían localizado algunos hitos terminales de la legio IV Macedonica, y en donde se venían realizando diversos hallazgos epigráficos. Su informante es, en esta ocasión, Romualdo Moro, con quien mantendría una breve correspondencia a lo largo de 1891, que relata a Fita el descubrimiento de algunos de estos términos augustales, los hallazgos en Peña Amaya o los de Monte Cildá, entre otros31; la mayor parte de la colección recogida por Moro ingresaría después en la colección del Marqués de Comillas, en donde ya la vio el inglés Dogson en uno de sus periplos hispánicos que tanto servirían a la definitiva redacción de los suplementos epigráficos de Ephemeris Epigraphica.

Los escritos de Romualdo Moro constituyen un buen ejemplo para mostrar los recelos que Fita ponía a las noticias de algunos de sus corresponsales; recelos que le llevaban a corregir algunos informes manuscritos antes de darlos a la imprenta o enviarlos al Boletín. Simultáneamente, al retener un manuscrito durante varias semanas para hacer las correcciones, Fita modificaba la fecha que figuraba en el pie antes de enviarlo a imprenta, seguramente con el ánimo de mostrar una cierta celeridad editorial que, a título personal, llevaba a gala32.   —322→  

Los interlocutores de Fita en su Cataluña natal aparecen entre las cartas de Fita muy tarde en relación con los de otras regiones. No significa que no mantuviera una relación previa con muchos de ellos o con otros cuya identidad ignoramos, pero mientras gran parte de las cartas anteriores a 1879 se deben dar por perdidas, da la impresión de que desde esa fecha existe una mayor relación con otros ámbitos.

Uno de los más antiguos -seguramente el primero- corresponsales de Fita en Cataluña es José Soler y Palet, residente en Tarrasa, a quien Fita procuró un nombramiento de Correspondiente de la Academia, y con quien cruzó cartas entre 1898 y 1901. La mayor parte de esas cartas, giran en torno a la recuperación de una inscripción33 por la que Fita tenía interés; pero el hecho más sigfnificativo de esta temprana relación fue que, a través de Soler, Fita entró en contacto con Elias de Molins, J. Puig i Cadafalch y José Fiter, quienes habrían de abrirle muchas puertas en el futuro.

En estos años de cambio de siglo, Fita mantiene vivo su interés por Cataluña y por su vida política y social. Algunas cartas, las menos, eluden por completo los temas arqueológicos y tratan exclusivamente de los problemas de Cataluña. Es el caso de las cartas cruzadas con J. Mas, residente en Barcelona, entre 1901 y finales de 1902.

Uno de los conjuntos documentales más interesantes que guarda la Academia de la Historia sobre Fidel Fita son las cartas mantenidas con Pelegrín Casares y otros amigos catalanes sobre las inscripciones romanas descubiertas progresivamente en Barcelona y Gerona.

Dentro de un sobre titulado «Arqueología. Barcelona. Cartas de Pelegrín Casares; notas del P. Fita» se conserva la correspondencia mantenida entre febrero y junio de 1903 por Fita y Casares, con los originales de este último (12 cartas) y copias de las del primero (9 cartas). Las epístolas versan en   —323→   torno al hallazgo de tres inscripciones de Barcelona34, sobre las que las precisiones dadas en la correspondencia son fundamentales, pues una de ellas35 es la referencia a la construcción de una muralla por C. Coelius Atisi f(ilius), trascendental para los estudios sobre el momento de fundación de la colonia. De algunos otros textos también recibió Fita puntual información, como lo evidencian los documentos conservados entre su correspondencia36.

En Barcelona otro importante puntal informativo de Fita fue Juan Bautista Genís37, religioso residente en el convento de San Felipe Neri, que descubrió casualmente en la ventana de su celda un texto que se daba por perdido38 y que aún tuvo la fortuna de hallar un segundo epígrafe también dado por desaparecido, esta vez de un modo más sorprendente: «un amigo quiso sacar una fotografía de los Padres, y los colocó precisamente delante de este tragaluz con verja y alambre delante de la capilla, y vimos con sorpresa que detrás de la fotografía de los Padres se veían letras romanas. Acudimos a ver lo que era y así la descubrimos»39. La correspondencia de Genis con Fita sólo lleva fechas de noviembre y diciembre de 1917, es decir, pocos meses antes de la muerte del jesuita; pese a este escaso margen, aún tuvo Fita tiempo de materializar en un artículo los informes que estaba recibiendo40.

Con Genis, en estos días postreros de la vida de Fita, llegan también las generosas comunicaciones del barcelonés C. Barraquer, aficionado a la fotografía y amigo del primero, que aparece a finales de 1917 convertido en el interlocutor de Fita y artífice de calcos y fotos para el erudito jesuita41.

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En los hallazgos ampuritanos Fita dispone de varios informantes, entre los que figura con frecuencia D. Ignacio Aloy. En la Academia de la Historia uno de los sobres de documentos de Fita contiene un pliego y varias hojas sueltas con moldes de camafeos en lacre pegados al papel, que parece que le pertenecían42. Otra fuente de noticias gerundenses fue Botet i Sisó, pues junto al sobre de los camafeos emporitanos figura una octavilla con los dibujos de dos epígrafes cuya descripción es idéntica a la que conocemos por las fichas de Botet43.

También algunas noticias ampuritanas que llegan a Fita debieron ser fruto de la relación con Celestino Pujol, al que pertenecieron algunas lápidas luego regaladas al Museo44. De hecho, entre los papeles conservados en la Academia figura un «Informe sobre una lápida romana de Empurias»45, que incluye un dibujo de CIL II 6185 presentado a la Academia por el correspondiente D. Celestino Pujol y Camps, fechado en Madrid el 1 de noviembre de 1882.

En 1892, en el supplementum al segundo volumen del Corpus Inscriptionum Latinarum, Hübner se había quejado públicamente de la inexistencia en Mérida de un Museo de Antigüedades en el que se cobijaran cuantos hallazgos se venían produciendo en el área urbana46. Recogiendo esa queja Fidel Fita viajó a Mérida el 17 de junio de 1894, celebrándose en su Ayuntamiento una sesión pública sobre las actividades arqueológicas en la ciudad47,   —325→   que serviría de impulso a las actividades de la Subcomisión local de Monumentos Históricos y Artísticos.

Entre los asistentes a aquella sesión y alentadores de la misma se encontraba Pedro M.ª Plano48, vicepresidente de la Subcomisión, que por aquellas fechas concluía la edición de sus «Ampliaciones a la historia de Mérida de Moreno de Vargas, Forner y Hernández»49, y que encontró en Fita el valedor de sus esfuerzos y el apoyo científico necesario para concluirlos con éxito. Como consecuencia de ello se inició entre ambos una fluida, pero breve correspondencia, que abarca el período comprendido entre el 26 de junio y el 28 de agosto de 1894, y que parece concluir con la aparición pública del libro de Plano.

Sin embargo, las relaciones entre ambos debieron continuar, pues a comienzos del otoño de 1894 Fita dispone ya de un calco de la inscripción que se encontraba en el puente, y lo ha remitido a Hübner, como afirma éste con posterioridad, aludiendo al envío hecho por Plano50.

Entre los papeles de Fita de la Real Academia de la Historia se guarda un sobre titulado «Mérida. Arqueología. Pedro M. Plano. Notas del P. Fita». Las notas de Fita están tomadas en su mayor parte del CIL II y carecen de interés, salvo las novedades que publicaría posteriormente51 y que servirían a Hübner para engrosar Ephemeris Epigraphica 8. El sobre incluye también las diez cartas a Fita, con notas de relativo interés y curiosos dibujos de las lápidas romanas de Baños de Montemayor que Plano había recogido en uno de sus viajes y enviado a Fita52.

En el mismo sobre se incluyen también las fichas elaboradas por Fita para sus sucesivos artículos sobre epigrafía emeritense. Como en otros estudios similares, estas fichas tienen el tamaño de una octavilla y contienen básicamente el texto tomado de Hübner en tinta negra, con correcciones y   —326→   modificaciones de Fita en rojo, siempre de su propia mano. Algunas de estas fichas sirvieron en años posteriores para anotar novedades emeritenses o de otros lugares, por lo que su estado de conservación muchas veces dista de ser satisfactorio53.

Las fichas emeritenses pueden servir para entender bien el sistema de trabajo de Fita. Sus corresponsales algunas veces mandaban memorias casi listas para ser publicadas, pero la mayor parte de las veces sólo enviaban cuartillas con transcripciones más o menos fidedignas de lo que creían ver en las inscripciones. Fita reempleaba aquellas mismas cuartillas manuscritas para realizar su propia interpretación de los textos, de modo que tachaba, completaba o subrayaba cuantas letras estimaba que debían ser de otro modo o que se debían suponer mal leídas; muchas de estas correcciones las hace en tinta roja, tachando previamente las letras que desestima, por lo que hoy es difícil saber en muchos casos cuál es la versión original facilitada por cada correspondiente; en algunas inscripciones perdidas sólo disponemos de la estimación del jesuita, y no de la versión ex uisu ofrecida por sus corresponsales, que ha sido ya desfigurada por su mano.

Durante el verano de 1894 Fita mantiene correspondencia con José Cascales y Muñoz sobre algunas inscripciones extremeñas. En la biblioteca de la Real Academia de la Historia54 se conserva copia de una carta enviada por Fita a su informante extremeño el 3 de agosto de 1894 en la que le comunica que ya dispone del calco de una inscripción conservada en la iglesia de Los Santos de Maimona, obtenido por el vocal de la Subcomisión de Mérida D. Manuel Gutiérrez.

Una vez más, Fita juega con sus corresponsales y les silencia a unos la información que obtiene por los otros; cuando Hübner publica este texto por segunda vez55 afirma descripsi ex ectypo a Faustino Merlin Aguilar misso Fitae; es decir Faustino Merlín ha realizado un calco que previamente ha   —327→   sacado Manuel Gutiérrez y que en ambos casos han remitido a Fita, quien termina comentando la información con Cascales.

A la nómina de informantes de Fita se incorporó en 1896 el Marqués de Monsalud; el interés del jesuita por estas epístolas debe ser mayor que el despertado por las cartas de Pedro M. Plano o de los corresponsales emeritenses, ya que Monsalud no se limitaba en sus escritos a suministrar datos de una sola localidad, sino que aportaba informaciones de toda Extremadura, tantro epigráficas como arqueológicas, y tenía conocimientos más específicos sobre el particular. Monsalud hizo a Fita varios envíos con importantes novedades de epigrafía extremeña entre los que, naturalmente, destacan los hallazgos en Mérida.

Entre los corresponsales extremeños figura también Maximiliano Macías, que a comienzos de siglo mantendría informado a Fita sobre los hallazgos realizados en las diferentes excavaciones de la ciudad, en lo que parece también una relación efímera. Y en los últimos años de la vida de Fita sólo M Roso de Luna, entre los extremeños, parece un fiel correspondiente del jesuita.

Al otro extremo de la Península, en Cartagena (Murcia), el más regular informante de Fita fue Diego Jiménez de Cisneros, que enviaba habitualmente a la Academia las noticias sobre los nuevos descubrimientos. Las cartas de éste eran informadas por Fita en las sesiones académicas, y algunos de esos informes aún se encuentran entre sus documentos. La relación epistolar entre ambos sólo se puede documentar en 190356, aunque no cabe duda de que debió ser más temprana y duradera, pues parece ser Jiménez de Cisneros quien hace saber a Fita los pormenores de algunos hallazgos de lingotes de plomo con inscripciones en Cartagena, seguramente en 190257.

En Andalucía no tuvo Fita corresponsales permanentes y muy pocos que se puedan considerar duraderos. Sus relaciones son puntuales y referidas a hallazgos documentales, epigráficos o arqueológicos muy concretos, que le   —328→   proporcionan una relación epistolar breve con eruditos, alcaldes o secretarios de Ayuntamientos.

La Bética romana fue un punto de interés constante en los trabajos de Fita, hasta el punto de que sus notas manuscritas, borradores o trabajos sin concluir están abarrotados de pequeñas anotaciones marginales con la apretada letra de Fita en donde se enuncian paralelos cordobeses, gaditanos o hispalenses. Conocía bien el registro epigráfico de Hübner para esta zona y lo manejaba con soltura como prueban esas anotaciones, al tiempo que se mantuvo informado por diversos cauces de los hallazgos que se iban produciendo.

El más temprano correspondiente en esta región parece, a tenor de los documentos conservados, Francisco de Asís Vera, que entre el invierno y la primavera de 1896 remitió a Fita seis cartas sobre inscripciones gaditanas y norteafricanas carentes de interés, que acompaña con toda suerte de ruegos para que Fita le solucione problemas laborales y personales. Tras su lectura se comprende que Fita marginara conscientemente a algunos corresponsales por lo tortuoso que podía llegar a ser gozar de sus preferencias.

El único informador constante en la región es E. Romero de Torres, que desde 1910 suministra a Fita información filtrada, cotejada con prospecciones personales del terreno y autopsia de epígrafes, lejos de la imprecisión propia de muchos corresponsales. A través de Romero de Torres seguramente Fita entró en contacto con Ocaña Prados; con este último, secretario del ayuntamiento de Villanueva de Córdoba, y autor de la Historia de la villa de Villanueva de Córdoba (Córdoba 1911), Fita cruzó una serie de cartas entre noviembre de 1911 y febrero de 191258, en especial relativas a un epígrafe de la localidad59. La relación entre ambos fue breve, máxime si tenemos en cuenta que Ocaña venía intercambiando información con E. Romero de Torres y que, aparentemente, las fotos y calcos que envía a Fita, vienen previamente revisados por el erudito cordobés.   —329→  

De aquellos años data también su relación con el ingeniero de minas H. Sandars, que durante sus trabajos en las explotaciones de Sierra Morena60 había tenido acceso a enclaves arqueológicos hasta entonces prácticamente desconocidos, y que había realizado importantes descubrimientos en la región. Sandars es una personalidad fascinante, compatibilizando sus trabajos mineros con la inspección minuciosa de cuantos lugares considera que pueden ser de interés arqueológico.

La relación entre ambos está documentada desde 1910, fecha en que Sandars colabora ocasionalmente con Góngora en sus estudios sobre las antigüedades andaluzas61, pero se intensifican a partir de 1912, cuando Sandars describe minuciosamente la llamada «Puente Quebrada» sobre el río Guadalimar, a los pies de la antigua ciudad de Castulo62. La memoria de aquellos trabajos, prolijamente ilustrada, causó sensación a Fita, que indujo su rápida publicación63.

Sandars encontraría en Fita un valioso soporte para sus investigaciones y una puerta abierta para su divulgación. Aunque había comenzado a publicar algunos de sus descubrimientos en la revista giennense D. Lope de Sosa, el Boletín de la Academia aplaudía regularmente sus hallazgos, lo que hizo que la relación con Fita se mantuviera firme, en beneficio mutuo, durante varios años. Aún en 1915 Fita llegó a elogiar públicamente los trabajos que venía realizando Sandars en Sierra Morena; el elogio tendría reflejo escrito en la sección de Noticias del Boletín64, lo que significaba que el tema se había tratado en alguna de las sesiones académicas.

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Durante años Fita tuvo puntual información de los hallazgos epigráficos en Jaén y Córdoba, lo que le permitió mantener, especialmente en los últimos años de su vida, un ritmo regular de publicaciones sobre estas dos provincias65, áreas fundamentales que cubrían Romero de Torres y Sandars principalmente, pero desde donde llegaban ocasionalmente otras noticias como las proporcionadas por Ocaña Prados.

En la Baja Andalucía las dificultades eran mayores pese a que Fita contaba allí con buenos amigos. Sevilla y el área de Italica tenían, podría decirse, autonomía científica, ya que desde los trabajos de Engel en Italica las escasas crónicas que llegaban a la Academia venían ya prácticamente redactadas y sólo raras veces eran noticias que Fita pudiera convertir en artículos propios66.

Las mayores dificultades parece tenerlas Fita para acceder a la información del área gaditana. En esta región sólo posee corresponsales ocasiones, como Ignacio de Torres en Morón de la Frontera o Mariano Pescador en Jerez de la Frontera67, que en 1915 le facilita un extenso informe de una   —331→   inscripción gaditana68. Pese a la frecuencia de los hallazgos en la zona, los datos que Fita publica son escasos y nunca resultado de una información permanente69.

Entre los últimos corresponsales de Fita en esta región se encuentra el almeriense Leopoldo Segado Aquino, que cruzó varias cartas con él en febrero de 1917 sobre las inscripciones de Adra. Como en otros casos, el erudito abderitano había redactado una larga memoria, titulada «Monumentos abderitanos», sobre las antigüedades de la localidad y pretendía de Fita su publicación en el Boletín de la Academia. La correspondencia es muy desigual en calidad, pues las anotaciones de Segado carecen de interés más allá de la evidencia por el reseñada de que Hübner tampoco visitó Almería para la redacción del CIL70.




ArribaLa labor editorial

No queremos concluir estas notas sin hacer un rápido pero necesario repaso a la bibliografía de Fidel Fita. Desconocemos textos impresos de Fita anteriores a su Epigrafía romana de la ciudad de León, con un prólogo de D. Eduardo Saavedra, León 1866. El libro, en el que recogía todos los estudios parciales realizados hasta esa fecha, tuvo un extraordinario éxito por albergar numerosas noticias inéditas; el eco de la edición fue notorio también en Alemania, en donde Hübner ya había entregado a imprenta la primera versión del Corpus Inscriptionum Latinarum y mereció i ncluso una elogiosa recensión de Gerhardi71.

Durante el exilio belga y francés de 1868-1870, Fita no descuidó los estudios históricos, con la edición de Tablettes historiques de la Haute-Loire   —332→   (1870), y sólo tras su vuelta a España reemprendió los estudios sobre la Península Ibérica, centrados obviamente en la Cataluña natal que le iba a servir de residencia en esta etapa.

Entre sus primeros estudios de estos años gerundenses y barceloneses figuran trabajos sobre inscripciones ampuritanas72 y sobre un conocido texto de Caldas de Malavella73. Aun antes de entrar en la Academia, Fita daría a la imprenta su conocido discurso sobre la Inmaculada, que tanta fama alcanzó en la época74 y el conocido estudio del sarcófago gerundense de San Félix75.

Tras su elección como numerario de la Real de la Historia llegan los primeros éxitos editoriales, con dos libros, uno en solitario y otros con A. Fernández Guerra, que le darían fama internacional y que, probablemente, se pueden considerar las obras más citadas en las notas de pie de página de la bibliografía de la época: Restos de la declinación céltica y celtibérica en algunas lápidas españolas (Madrid 1878) y Recuerdos de un viaje á Santiago de Galicia, (Madrid 1880) (en colaboración con Fernández Guerra).

No fue Fita un hombre pródigo en monografías sobre inscripciones o antigüedades. Su celo investigador para las grandes obras tuvo siempre una orientación clara hacia la historia de la Iglesia y las grandes compilaciones documentales, varias de las cuales ya habían sido editadas antes de 188076, de modo que casi toda su producción sobre epigrafía romana, con la   —333→   excepción del librito leonés de 1866 y de lo recogido en Recuerdos de un viaje á Santiago..., debe seguirse en artículos que, desde 1883, se publican sistemáticamente en el Boletín académico.

La primera publicación de F. Fita en el Boletín de la Real Academia de la Historia llegaría en 1883 y consistiría en un comentario a la compilación de manuscritos realizada por P. Ewald77; no serían éstas las únicas notas de lectura publicadas en aquellos años iniciales, pues hizo lo propio con obras de Quadrado, Vinson, Berthelot o su gran amigo Pere Alsius, entre otros78. Pronto seguirían sus primeros trabajos sobre epigrafía ibérica y romana de la Península Ibérica, encabezados por el estudio del «Bronce de Luzaga»79. A partir de esa fecha y, si nuestras cuentas no nos fallan, sólo sobre temas epigráficos Fita publicó en el Boletín otros 216 trabajos, al margen de los varios cientos que seguían cultivando su pasión documental.



Comprometido con la publicación en España de las novedades que en Europa pregonaban la antigüedad hispano-romana, Fidel Fita creó en pocos años una tradición historiográfica en torno a la epigrafía romana peninsular. Heredero de empeños unipersonales no siempre rigurosos que habían jalonado la bibliografía española de los siglos XVII y XVIII, Fita consiguió elevar a categoría científica el interés por las fuentes documentales de la Hispania romana, convirtiendo en tarea propia lo que ya en esa época debería haber sido un esfuerzo colectivo.

Su obra, con todas las imperfecciones consustanciales al nivel de los conocimientos de la época, constituye un avance sustancial en la investigación,   —334→   y sirvió para crear en torno a la Real Academia de la Historia una tradición que continuaría primero M. Gómez Moreno y más tarde J.M.ª de Navascués.





 
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