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Vida de Jesús, pág. 434.

 

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[«ccer» en el original. (N. del E.)]

 

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Siendo una de las bases capitales de nuestra Religión el hecho milagroso de la Resurrección de Jesús, la incredulidad ha excogitado para quitar a este hecho tal carácter, tres medios que juzgamos conveniente exponer para rebatirlos.

El medio más antiguo y más sencillo, es suponer un fraude por parte de los apóstoles, juzgando que hubieran hecho desaparecer de algún modo el cuerpo de Jesucristo (Math., XXVIII, 12, 15). A él recurrieron Celso, los Fragmentos de Wolfenbuttel y otros, después de los Judíos que lo inventaron. Mas este medio es desechado positivamente por Strauss; pues en efecto, es incompatible un engaño premeditado con el desaliento en que se hallaban sumergidos los discípulos después de la muerte de Jesús, y con la fe triunfante que adquirieron, durante todo su ministerio, en la convicción de la resurrección de su Maestro.

El segundo medio consiste en admitir que Jesús no había muerto completamente cuando fue puesto en el sepulcro, dispertándose en él la fuerza vital por la influencia de los aromas y de la frescura del sepulcro. Paulus y Schleirmacher son los principales defensores de esta hipótesis. Bajo este punto de vista, son las apariciones de Jesús hechos reales, pero naturales. Strauss ha condenado también esta hipótesis. ¿Cómo pudo, en efecto, aparecer Jesús en un cuarto cuyas puertas estaban cerradas? ¿Cómo después de un suplicio como el de la cruz, pudo andar un largo camino a pie con los discípulos de Emmaús, para desaparecer en seguida de la mesa súbitamente?¿Cómo algunos días después, emprendió el viaje de Galilea? Pero sobre todo ¿cómo un ser medio muerto que se hubiera arrastrado miserablemente fuera del sepulcro, que no debiese la vida sino a toda clase de cuidados y contemplaciones, y que hubiera concluido, al cabo de algún tiempo por sucumbir a sus padecimientos, hubiera podido causar en sus discípulos la impresión de un vencedor de la muerte y del sepulcro, de un Príncipe de la vida? ¿Cómo había de haber trasformado el solo hecho de verle de esta suerte su tristeza en entusiasmo, y su confianza en adoración? He aquí lo que nunca podrá explicar un historiador formal y grave.

Queda el tercer medio, el más moderno y el más osado. Tal es el de reconocer que los discípulos creyeron en la Resurrección, que sin esta fe, hubiera sido imposible la fundación de la Iglesia cristiana (Strauss, Das Leben Jesu, pág. 601); pero explicando esta fe por un fenómeno mental, por una ilusión de las santas mujeres y de los discípulos. Nadie, dice Strauss, fue testigo del hecho, según resulta por los mismos relatos. Más aun, ningún testimonio proviene de uno de los testigos de la vida de Jesús, porque Pablo no era apóstol; los tres evangelios sinópticos no son obras apostólicas, y el cuarto evangelio no es auténtico. Por otra parte, los relatos se contradicen en muchos puntos. Finalmente, la idea misma del cuerpo resucitado de Jesús, tal como la presentan las narraciones, contiene datos inconciliables; un cuerpo de carne y hueso que digiere miel y pescado, no puede penetrar por entre las paredes de un aposento (Strauss, ibid., pág. 295). Es preciso, pues, admitir, dice, que se desarrolló, respecto de María Magdalena, a causa de su adhesión a Jesús y de una disposición enfermiza, y respecto de los apóstoles, a causa de la necesidad de armonizar o concordar la muerte de su Maestro con la idea del reino eterno del Mesías y con el estudio de las profecías mal comprendidas, un estado de exaltación tal, al volver a Galilea, a los sitios en que habían vivido en otro tiempo con Jesús, que dispertó su recuerdo con una viveza extraordinaria, y se trasformó en ellos en una visión. Creyeron verle, oírle, tocarle, y esta ilusión obró en ellos este completo cambio que ha creído deber atribuir siempre la Iglesia cristiana a la influencia del hecho real. Lo mismo sucede respecto de Pablo, a consecuencia de sus luchas interiores. En cuanto al viaje de Emmaús, piensa Strauss que se puede suponer la presencia de un creyente desconocido que habló del Mesías con entusiasmo a los dos discípulos, los cuales imaginaron después, haber sido el mismo Jesús. Y respecto de la escena de la pesca milagrosa en las orillas del lago de Tiberiades (Juan, XXI), supone igualmente que se la aconsejó un amigo anónimo, y que ellos siguieron su consejo, el cual, habiéndoles dado tan magnífico resultado, tomaron los discípulos al que se lo dio por el Señor (ibid., pág. 308). La fecha del tercero día, que todos los relatos fijan para el hecho de la Resurrección, no sería histórica, sino una mala aplicación de una locución proverbial y de ciertas expresiones escriturarias (ibid., pág. 316). En cuanto al cuerpo de Jesús, supone Strauss, que debió ser echado simplemente a la fosa con los de los otros malhechores, y cuando más adelante, en la Pascua de Pentecostés, proclamó Pedro por vez primera en público la Resurrección, no fue posible presentarlo para disipar la ilusión de los discípulos y destruir el efecto de su testimonio (ibid., pág. 312). Tal es la explicación de Strauss, adoptada en sus rasgos principales, por Baur y por M. Renan.

Es verdad que no tuvo testigos el hecho de la Resurrección; pero esto no puede probar nada contra su realidad, si se hallan suficientemente probadas las apariciones del Resucitado. Es falso que no se halle consignada la Resurrección en ningún escrito apostólico. El Apocalipsis que reconoce Strauss ser de San Juan, atestigua, por más que se diga, la Resurrección: «Yo estoy vivo, aunque fui muerto, y Mora he aquí que vivo... y tengo las llaves de la muerte y del sepulcro (I, 18).» Esto dice aquel que fue muerto y está vivo (o ha revivido o resucitado (II, 8)). El autor no usa de otras expresiones cuando habla de la resurrección de los fieles (XX, 4), y de la resurrección universal (XX, 5); hechos que considera seguramente como corporales. La idea de una vida puramente espiritual que intenta sustituir Strauss con estas palabras a la de una resurrección propiamente dicha, no correspondería a la de muerte, a que es opuesta. Finalmente, toda la visión del cap. V, en que representa San Juan a Jesús glorificado, semejante a un cordero inmolado y sentado en el trono, se apoya en la intuición de la resurrección corporal de Jesucristo. Pero aun cuando no existiese ningún escrito apostólico que atestiguara la Resurrección ¿qué importaría esto, puesto que el mismo Strauss admite que la predicación apostólica que ha fundado a la Iglesia, implicaba la fe en la Resurrección? -Las principales divergencias entre las narraciones desaparecen desde que se reconoce la naturaleza sumaria del relato de San Mateo, conforme al carácter de todo su evangelio, y de que acabamos de ver un ejemplo en la manera cómo generaliza la aparición a María Magdalena, aplicándola indistintamente a todas las mujeres. La aparición que coloca en Galilea, la única que refiere después de aquella, resume todas las que tuvieron lugar en esta comarca, porque el Evangelista quiere únicamente consignar que Jesús, antes de dejar el mundo, se proclamó el Mesías, no solamente de los Judíos, sino de todos los pueblos, y dejó a sus apóstoles el cargo de someterle el mundo, prometiéndoles auxiliarles en esta conquista. Como se nota generalmente en todos los discursos expuestos en este evangelio, la cuestión histórica se halla subordinada enteramente al fondo. La narración de San Lucas tiene también un carácter sumario, como lo muestran los: «Y díjoles», repetidos muchas veces, sin indicar situación histórica alguna, quedando reservados los pormenores para la segunda parte de la obra, el Libro de los Actos. En todo caso, cuanto más se diferencian los relatos evangélicos en los detalles, más resalta su unanimidad, en cuanto al hecho capital. Las contradicciones que hace resaltar Strauss en el relato bíblico, en cuanto a la naturaleza del cuerpo resucitado de Jesús, desaparecen con la noción del cuerpo espiritual, que por una parte, se halla también en relación con el cuerpo natural, y por otra, pertenece a un nuevo orden de cosas. El estado de Jesús resucitado es mixto; pues participa a un tiempo mismo de la tierra y del cielo; es un estado de transición: «Yo subo» (XX, 17). -La aparición a María Magdalena, tal como se describe por Juan, no puede ser una simple alucinación; porque María no piensa más que en Jesús muerto; sólo busca su cadáver, y no podría explicarse una alucinación sino por la sobreexcitación de una esperanza. En cuanto al supuesto de que todo este relato no es más que una ficción del pseudo Juan, no se hará nunca probable a los ojos de quien posea el menor tacto que discierna lo real de lo artificial. La misma reflexión se aplica a las dos apariciones de Jesús a los Apóstoles, referidas en el cap. XX. -Estas apariciones, así como las que describen los sinópticos y las que enumera San Pablo (I, Cor., XV) ¿son debidas a la alucinación? Pero ¿cómo admitir un alucinamiento simultáneo e idéntico en once y aun en quinientas personas (I, Cor., XV, 6)? Ésta es una hipótesis que traspasa todos los límites, no solamente de lo verosímil, sino aun de lo posible. -El viajero anónimo y el amigo desconocido a quien recurre Strauss para explicar las dos escenas de Emmaús y del lago de Tiberiades, entran en este género bien conocido de los expedientes a lo Paulus, que ha censurado tantas veces el mismo Strauss. -Lo que embaraza evidentemente más a Strauss, es la cuestión sobre el paradero del cadáver. Si como resulta de las narraciones evangélicas, permaneció en manos de los amigos de Jesús, ¿cómo no se desvanecieron todas las visiones y todos sus alucinamientos en vista de este cuerpo? Así Straus, a imitación de Wolkmar, remite al dominio del mito la cesión del cuerpo de Jesús por Pilatos a Josef de Arimatea. Según él, debió quedar el cuerpo en manos de los enemigos del Señor. Pero entonces ¿cómo no se sirvieron de él para desengañar a estas pobres gentes alucinadas por su imaginación? ¿Qué cosa más fácil que ponerles en frente de este objeto o instrumento justificativo y de convicción? Strauss pretende que la noticia de la Resurrección no se divulgó hasta la Pascua de Pentecostés, por medio de la predicación de San Pedro; y no ve en el día tercero, mencionado en todas nuestras relaciones, más que una expresión legendaria. No hay duda de que sólo a la Pascua de Pentecostés fue proclamada pública y oficialmente la Resurrección por los Apóstoles; pero si no se hubiera divulgado su rumor y su fama anteriormente, ¿qué crédito se hubiera dado a esta noticia que caía de las nubes tanto tiempo después del suceso? El poderoso efecto que produjo instantáneamente el discurso de San Pedro en la Pascua de Pentecostés, supone el conocimiento del hecho de la Resurrección divulgado ya entre los habitantes de Jerusalén, y en general en el pueblo judío. Solamente se trataba de explicárselo por un fraude de los discípulos, y el discurso de Pedro disipó esta sospecha en aquellos que eran accesibles a santas impresiones. En una palabra; o permaneció el cuerpo en manos de los Judíos, y entonces hubiera bastado mostrarlo para desengañar a los Apóstoles, o quedó en las de los Apóstoles, y entonces era imposible toda ilusión por parte suya. -Para que la vuelta de los Apóstoles a Galilea, a los sitios donde habían vivido con Jesús hubiera podido desarrollar en ellos un estado de exaltación capaz de ocasionar visiones y supuestos alucinamientos, ¿no era preciso en todo caso que hubiera sido Cristo, durante su vida, otro Cristo que el que admite Strauss? ¿El Predicador del Sermón de la Montaña, el Sócrates judío, no habría vuelto a ser visto jamás por sus discípulos más fervientes después de su muerte? -Semejante efecto se halla fuera de toda proporción con la causa supuesta. -La exaltación enfermiza y febril de que debe admitirse, bajo este punto de vista, haber sido afectados los discípulos, es incompatible con el carácter sosegado, humilde, práctico, perseverante, sano y santo de la vida cristiana, tal como la produjo la fe en la Resurrección en los Apóstoles, en San Pablo y en los verdaderos cristianos de todos los tiempos.

Strauss tiene el buen sentido de conceder, que sin la fe de los Apóstoles en la Resurrección, la Iglesia no hubiera nacido nunca; el buen sentido de la humanidad añade y añadirá siempre, que sin el hecho de la Resurrección, la fe de la Resurrección en los Apóstoles y en los primeros cristianos es inexplicable. -(N. del T.)

 

1164

Math., XVI, 19.

 

1165

Math., XVIII, 18.

 

1166

Gemelo.

 

1167

Joann., XX, 24-29.

 

1168

Joann., XXI, 1-14.

 

1169

Ixqnj en el original. (N. del E.)

 

1170

Jesús se había llamado el buen Pastor. Confiando a San Pedro la dirección de los corderos y de las ovejas, le constituye su vicario en la tierra. He aquí por qué, fieles a la enseñanza del Evangelio, dan los católicos al sucesor de San Pedro el nombre de Vicario de Jesucristo.