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ArribaAbajoCapítulo VII

Tercer año de ministerio público


Sumario

LOS GERASENOS.

1. Los endemoniados de Gadara. -2. Autenticidad de la narración evangélica. Pormenores topográficos -3. Particularidades de la narración evangélica. -4. Caracteres de las posesiones demoniacas. -5. Imposibilidad material de connivencia previa. -6. La lógica de Satanás y la lógica de Jesucristo. -7. El endemoniado de Gadará, figura del mundo pagano.

§ II. EL PAN DEL CIELO.

8. Primera multiplicación de los panes. -9. Autenticidad del milagro. -10. Jesús anda sobre las olas. Síguele Pedro -11. La primacía de Pedro. -12. El pan eucarístico. -13. Caracteres de autenticidad intrínseca de la narración evangélica. El pan bajado del cielo.

§ III. LOS FARISEOS.

14. La ablución farisaica de las manos antes de la comida. -15. Las observancias farisaicas. -16. Las maldiciones contra los Fariseos y los Escribas. -17. Juramentos farisaicos. -18. La señal en el cielo. Segunda multiplicación de los panes. La levadura de los Fariseos.

§ IV. EXCURSIÓN A FENICIA.

19. Herodes Antipas. -20. Un tumulto en Jerusalén. La torre de Siloé. -21. La Cananea. -22. Los hijos de la Cananea. La fe entre los Gentiles.

§ V. REGRESO A LA DECÁPOLIS.

23. El sordomudo de la Decápolis y el ciego de Bethsaida. -24. La administración del bautismo en la Iglesia Católica. -25. Tu est Petrus. -26. La confesión de San Pedro. -27. Jesús predice su pasión y su muerte.

§ VI. LA TRANSFIGURACIÓN.

28. Narración evangélica de la transfiguración. -29. La primacía y la humildad de Pedro. -30. La transfiguración permanente. -31. El racionalismo y el milagro de la transfiguración. -32. Identificación de la montaña de la Transfiguración con el Thabor. -33. El endemoniado de Dabireh. -34. La teoría evangélica del milagro.

§ VII. ÚLTIMO VIAJE A CAFARNAÚM.

35. El didracma para el Templo de Jerusalén. -36. El racionalismo y el milagro. -37. La infancia evangélica. -38. Quasimodo geniti infantes. -39. Los concilios. -40. Congregaciones y conventos. -41. Parábola del acreedor implacable. -42. Los servidores inútiles.


ArribaAbajo§ I. Los Gerasenos

1. La muerte del Precursor cerraba el cielo del Antiguo Testamento e inauguraba la era cristiana para el martirio. Durante la   —390→   tempestad del lago de Tiberiades, perecía el Precursor, víctima de las pasiones humanas. Así se perpetuaba la lucha entre los dos reinos de la verdad y del error, entre los Ángeles de Dios y los espíritus del mal mandados por Satanás, en un campo de batalla, vasto como el mundo y tan duradero como él. El divino Maestro quiso revelar claramente en el Evangelio el carácter de este antagonismo de los espíritus. «El príncipe del mundo debe ser lanzado de su dominio». Cuando hablaba Nuestro Señor este lenguaje en Judea, resonaban los Templos paganos con estas unánimes lamentaciones: «¡Los dioses se van! ¡Pan ha muerto! ¡Los oráculos callan!» Hay, pues, más allá de los límites de la naturaleza visible a nuestros ojos, y perceptible a nuestros sentidos, un mundo que llamamos sobrenatural, con relación a nuestra limitada inteligencia, como dice Santo Tomás de Aquino, pero que constituye, en el conjunto de la creación, un escalón superior a la humanidad, para servir de intermedio entre el hombre y Dios. «Apenas desembarcó Jesús y puso el pie en el territorio de los Gerasenos709, dice el Evangelio, le salieron al encuentro dos endemoniados. El uno de estos hombres hacía largo tiempo que había dejado los lugares habitados; no llevaba vestidos y tenía su morada en las cuevas sepulcrales de las montañas. Era imposible refrenarle ni aun con cadenas. Porque habiéndole aherrojado los pies y las manos muchas veces con cadenas y grillos, había roto las cadenas y hecho trozos los grillos, sin que nadie pudiera domarle. Y vagaba día y noche por los sepulcros y por los montes, gritando y macerándose con agudas piedras. Y viendo de lejos a Jesús, corrió a él y prosternándose, le adoró. Y clamando en voz alta, dijo: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, hijo del Altísimo? ¿Has venido con el fin de atormentarnos   —391→   antes de tiempo? ¡Por Dios te conjuro que no me atormentes! -Porque Jesús había ya mandado al espíritu inmundo, y le decía: ¡Sal de ese hombre! Después le interrogó y le dijo: ¿Cuál es tu nombre? Y él respondió: Mi nombre es Legión, porque somos muchos. Y suplicaba con instancia al Señor que no le echara fuera de aquel país y no le obligara a volver al abismo. Y había allí paciendo en la falda del monte vecino una gran piara de puercos. Y los espíritus infernales rogaban a Jesús diciendo: Envíanos a los puercos para que entremos y estemos dentro de ellos. -Y Jesús se lo permitió. Y saliendo al instante de aquel hombre los espíritus inmundos, entraron en los puercos. Y toda la piara que era hasta de dos mil, corrió a precipitarse impetuosamente en la mar, en donde se anegaron todos. Y los que los guardaban huyeron llenos de terror a la ciudad y a las alquerías y cortijos a que pertenecían los puercos, refiriendo lo que había sucedido. Y acudió gran muchedumbre de todas las poblaciones cercanas. Y fueron a donde estaba Jesús y encontraron sentado a sus pies al hombre que había sido librado del demonio, vestido y en su sano juicio; y se llenaron de temor. Y temiendo nuevas pérdidas, comenzaron a rogar a Jesús que se retirase de su país. El Señor subió entonces en su barca, y mandó hacerse mar adentro. Pero en el momento en que ponía el pie en la barca, le suplicó el endemoniado a quien había librado del demonio que le llevase en su compañía. Pero Jesús no lo consintió, sino que le dijo: Vete a tu casa con tus parientes, y anúnciales la gran merced que el Señor te ha hecho, y cómo ha tenido misericordia de ti. Y fue y empezó a publicar en la Decápolis las maravillas que había obrado Jesús en él. Y todos quedaron pasmados710.

2. Hallámonos aquí en presencia de una manifestación solemne de los espíritus del mal. Cuanto más extraordinarios son los pormenores, más completa es para nosotros la revelación que de ellos resalta. El episodio del endemoniado de Gadará nos da la clave de todo el mundo sobrenatural. La importancia de este hecho en la narración evangélica, nos es suficientemente atestiguado por la mención simultánea de los tres sinópticos. Todas las objeciones que pudieran imaginarse contra la realidad del suceso mismo caen ante estos tres testimonios. No faltaban racionalistas en tiempo de Nuestro   —392→   Señor y de los Apóstoles, como no faltan en el día. Las circunstancias de la manifestación diabólica tienen aquí un carácter que debió parecer entonces tan extraño como puede parecerlo a nuestros modernos escépticos. Ha sido, pues, preciso que fuera incontestable el hecho, para que San Mateo, San Marcos y San Lucas, a riesgo de chocar contra todas las preocupaciones de su época y de sublevar la incredulidad de todas las edades, lo inscribiesen en el Libro sagrado que encierra el conjunto de todo el dogma católico y la regla de fe de todos los siglos. Por otra parte, el suceso de Gadará tuvo una notoriedad inmensa. Esta ciudad, situada en la orilla derecha del lago de Tiberiades, era la capital de la Perea. Hallábase poblada de Siriacos que mantenían en aquel con las tribus árabes un comercio considerable. La extensión de sus ruinas, que han designado todos los viajeros modernos, confirma su importancia en la época evangélica. La reputación de sus aguas termales, que existen aún en el día con el nombre de Hammam-el-Scheik, y que se dice ser superiores en propiedades curativas a las de Tiberiades, atraía entonces allí una gran concurrencia de extranjeros. Sus alturas estaban coronadas en tiempo de Nuestro Señor, de esos bosques de encinas tan famosas en la Escritura con el nombre de encinas de Basan. Tal era, en efecto, el antiguo nombre de la comarca habitada por los Gerasenos. Antes de las erupciones volcánicas y de los terremotos711,   —393→   que trasformaron la Galilea en una árida soledad, las orillas del lago con las diez ciudades que formaban su animado y risueño ceñidor, con el nombre de la Decápolis, eran uno de los puntos más poblados del Oriente. No puede, pues, invocarse aquí el ser poco conocido el teatro en que se verificó el prodigio. El Evangelista habla de muchedumbres que acudieron de todos los lugares circunvecinos a la noticia de un acontecimiento extraordinario, que interesaba hasta tal punto al país. Había, en efecto, en aquel sitio una población numerosa, activa y comerciante, a quien no podía menos de causar sensación el hecho. Todos los geógrafos antiguos confirman aquí el testimonio de los historiadores sagrados. Las numerosas piaras de puercos cebados en los bosques de encinas de este país, formaban uno de los ramos más importantes del comercio local. Los Gerasenos no eran judíos de origen, como pretende la incredulidad del siglo XVIII. Eran Siriacos y se aprovechaban precisamente de la impureza legal que afectaba en Judea a un animal declarado inmundo por Moisés, para fomentar su cría en grande escala y vender a las guarniciones romanas y a las ciudades interiores de la Siria una carne muy estimada, y de un producto considerable. Finalmente, lo que corta a nuestros ojos todas las objeciones de detalle que se ha querido suscitar contra la autenticidad del hecho mismo, es que en el año 295, recorriendo Eusebio de Cesarea la Palestina, fue a Gadará y le mostraron los habitantes las rocas, desde lo alto de las cuales se habían precipitado las piaras de puercos en el lago de Tiberiades. Pues bien, en el año 295 de nuestra era, apenas hacía medio siglo que se atrevía alguno a llamarse allí cristiano. Sin embargo, la tradición local era fija y exacta. Habíase conservado el hecho evangélico en todas las memorias, habiéndose inscrito en el mismo suelo. «Muéstrase aun en el día, dice Eusebio, una pequeña aldea llamada Gergesa, situada en las rocas de la cima desde la que se precipitó la piara de puercos en las olas del lago de Tiberiades712».

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3. La autenticidad nos domina, pues, aquí de todas partes, y brilla a nuestra vista, como brilló ante los mismos Evangelistas. Pero no son menos patentes los caracteres de posesión demoniaca. La escuela mítica, desesperando destruir la veracidad del hecho, se arrojaba en otro tiempo en brazos de un sistema de interpretación naturalista sumamente curioso. Es incontestable, se decía, que Jesús calmó con el encanto de su palabra o con los secretos de una ciencia oculta, el frenesí de un alucinado en el territorio de los Gerasenos. Un médico hábil hubiera podido hacerlo; pero las prodigiosas circunstancias con que se complació en recargar el relato la imaginación de los historiadores, se explican en realidad muy naturalmente. Los pastores que guardaban las piaras en la montaña se espantaron de la carrera desordenada del frenético, cuando fue a precipitarse a los pies de Jesús. Viendo a aquel furioso loco, terror de la comarca hacía largo tiempo, cruzar desnudo y lanzando horribles gritos, sus parques y sus pasturajes, se apresuraron a recoger sus animales para tenerlos a mano. La agitación insólita, la turbación accidental que produjo el acontecimiento entre los pastores, se comunicaron a los mismos animales, y cuando se oyó el formidable grito del alucinado, prosternado ante Cristo, se apoderó un terror pánico de las piaras, que huyeron sin dirección y se arrojaron en el lago. Tal es la explicación muy natural que se atrevieron a proclamar espíritus serios en Alemania y en Francia, sin que viniera a traerles una solemne carcajada a esta ley fatal del realismo, que se impone por sí misma, y que destruye todas, las teorías preconcebidas. El animal inmundo que pone aquí en escena el Evangelio, tiene instintos particulares que ha observado todo el mundo y que destruyen todas las teorías del naturalismo. Los puercos que se precipitaron en el lago de Tiberiades eran dos mil, y no podían estar dos mil puercos bajo la guarda de un solo pastor. Basta haber visto en nuestras campiñas una piara de estos animales, cuyos hábitos no han cambiado, para convencerse de ello. Así nos dicen los Evangelistas, que los numerosos pastores que velaban en la guarda de los puercos de Gadará, corrieron a la ciudad, a las alquerías y granjas cercanas713, a anunciar el suceso. Por consiguiente, no fue una sola piara la poseída de vértigo. En efecto, nada es menos imitador, nada tiene modos de andar menos uniformes   —395→   que una de estas piaras. El carnero sigue el cayado del pastor, aun antes que le provoque o le gruña el perro. Pero el puerco es indisciplinado por naturaleza; sus movimientos son bruscos, espontáneos, de una irregularidad característica. Manifiéstase en él el instinto animal por medio de saltos desenfrenados que conocen todos nuestros cazadores, y que hacen proverbialmente temible el ataque del jabalí. Cuando está domesticado, el puerco se familiariza hasta cierto punto con el dueño que le alimenta, soporta la compañía de su semejante, pero en muy reducidos límites, y bajo este concepto, pueden en el día los bosques de Lorena darnos una idea de lo que pasaba en los encinares de Basan. Piaras aisladas y diseminadas por las faldas de la montaña, separadas por distintas manadas, no podían ser dirigidas de un modo uniforme por una voz humana, por formidable que se la suponga. Los mismos pastores a la distancia en que se hallaban colocados unos de otros, a consecuencia de la misma dispersión de las manadas que conducían, no hubieran podido, a no ser por un milagro, ser afectados por un fenómeno que no pudo verse sino de un solo punto. Ahora bien, una montaña arbolada, y piaras de puercos escalonadas en pendientes, según las desigualdades del terreno y los accidentes del paisaje, se oponen absolutamente a la hipótesis naturalista, que se ha intentado hacer prevalecer. El milagro que se quiere evitar se multiplicaría aquí con todas las imposibilidades físicas, tales como el poderse ver a cierta distancia y por entre cuerpos opacos, y el poder oírse simultáneamente, en un radio demasiado extenso para que pudieran penetrarlo los sonidos más agudos.

4. El sentido común suplirá aquí todas las comisiones científicas, o más bien, la experiencia diaria, de que se sirve la ciencia como punto de partida para todos los experimentos, se halla completamente conforme con el sentido común. La fuerza de expansión de la voz humana se desarrolla con condiciones que no pueden modificar las academias. El radio visual de un ser humano no puede prolongarse más allá de las proporciones conocidas, ni sobre todo traspasar el obstáculo de una montaña interpuesta entre la vista y el objeto mismo. Por consiguiente, es absurda la hipótesis naturalista. Desbórdase lo sobrenatural en la narración evangélica, tratando en vano de impedirlo con mano impotente; porque se escapa por todas las junturas, rompiendo las barreras con que se quiere aprisionársele.   —396→   Así rompía el endemoniado de Gadará los grillos y las cadenas de hierro que sujetaban sus pies y sus manos. En nuestros días existe la camisola de fuerza para los locos furiosos; y no pueden desasirse de ella. ¿Acaso eran las cadenas de hierro en tiempo de los Césares menos sólidas que el girón de lienzo con que agarrotamos en el día a los locos? El Evangelista nos dice que se había puesto repetidas veces grillos en los pies y esposas en las manos al endemoniado de Gadará y que las había quebrantado del primer salto. Si se quiere ensayar con un loco del día este sistema de compresión, será fácil convencerse de que no es más elástico hoy el hierro que lo era entonces. Había, pues, otra cosa que la sobreexcitación de las fuerzas físicas, en el poseído de Gadará. Había uno de los caracteres exclusivamente propios del estado de endemoniado, a saber: una potestad de acción sobre la materia en evidente desproporción con el aparato nervioso y el sistema muscular de cualquier organismo. Los cuerpos suspendidos en el espacio fuera de todas las leyes de equilibrio o de atracción; los fenómenos de violencia exterior que consisten en romper, sin esfuerzo, los objetos más duros, o en sufrir su choque, sin experimentar lesión alguna, son hechos de posesión que ha consignado la historia, que sobreviven a las negaciones del escepticismo, y que desconciertan todas las explicaciones fundadas en el orden de la naturaleza, tanto más, cuanto que la manifestación de estos hechos extraños es siempre irregular, caprichosa, desordenada, y sobre todo, sin aplicación útil. El espiritismo ha presentado en nuestros días muchos fenómenos de este género. En un principio se hizo la ilusión de creer en el descubrimiento de un agente natural, hasta entonces ignorado. Pero las causas naturales producen efectos continuados con precisión y regularidad. El fluido eléctrico es una fuerza natural, por lo que se halla sometido a leyes físicas. Sus mismas variaciones, como las del aguja del imán o imantada, se hallan previstas y vuelven a entrar en la disciplina general a que están sometidos estos agentes. Es, pues, preciso reconocer una fuerza extraña a la naturaleza, que obra a veces sobre la naturaleza y que nunca regirán todos los progresos de la ciencia. Cuando el endemoniado de Gadará se golpeaba el pecho con piedras, parecía hallarse extinguida en él la sensibilidad nerviosa, sin que consiguiera herirle la rabia, con que él mismo se golpeaba con una mano que rompía las cadenas de hierro. Otro tanto hacían los convulsionarios   —397→   en cl sepulcro del diácono París: todas las comisiones académicas del siglo de Luis XIV, consignaron el hecho sin conseguir explicarlo con razones sacadas del orden natural.

5. En el endemoniado de Gadará volvemos a encontrar los demás signos de posesión diabólica observados ya en el de Cafarnaúm. Era la primera vez que desembarcaba Jesús en las riberas de los Gerasenos. El endemoniado no podía, pues, conocerle. Sin embargo, se había divulgado por la comarca la reputación del Salvador, según nos lo demuestra suficientemente la respetuosa súplica que dirigieron los habitantes del país a Jesús. Pero, el poseído vivía hacía muchos años secuestrado de todo trato con los hombres, por consiguiente, no podía ni aun haber oído el nombre del Salvador; y no obstante, apenas toca tierra la barca galilea, se precipita de lo alto de la montaña, se prosterna y exclama: «¿Qué te he hecho, Jesús, Hijo del Altísimo?» No solamente llama el poseído con su nombre este extranjero, a este desconocido, a este visitador que aparecía por primera vez, sino que le da su verdadero título: «Hijo del Altísimo», o más bien, según el estilo hebraico: Hijo de Jehovah. ¿De dónde viene esta admirable lucidez, que excedía a la del espíritu más sano, a este alucinado, a este loco furioso, como quisiera considerarle la crítica moderna? El habitante más perspicaz de esta comarca en que era personalmente desconocido el Salvador, no hubiera podido saber el verdadero nombre del personaje que llegaba en aquel momento a vista de Gadara. El racionalista más hábil del país no hubiera adivinado jamás que el desconocido que desembarcaba con algunos pescadores en la orilla era el Hijo de Jehovah. Sobre todo, se hubiera guardado bien de decirlo. Pero el endemoniado obraba y hablaba bajo el impulso de un espíritu que no era el suyo. Su lógica, así como la del poseído de Cafarnaúm, sigue un orden de ideas manifiestamente satánico. «¿Por qué vienes a atormentarnos antes de tiempo? ¡En nombre del Altísimo, te suplico que no nos atormentes así! ¡Mi nombre es Legión, porque somos muchos. No nos arrojes de este país. No nos mandes volver al abismo!» Para comprender bien estas palabras, es necesario compararlas con la palabras de Jesucristo. «Cuando el espíritu impuro es expulsado de un hombre, anda vagando por lugares áridos, buscando otra morada714». Hay, pues, sobre nosotros y entre los principados   —398→   del aire, según la expresión de San Pablo, espíritus que tratan sin cegar de seducir y engañar a los hombres. Este poder data, respecto de ellos, desde el día en que les dio el pecado original una acción directa y un imperio inmediato sobre la raza humana. En el ejercicio de este ministerio de depravación encuentran alegrías infernales que mitigan en ellos el eterno tormento a que están condenados. Por esto nos enseñan San Pedro y San Judas, instruidos de las verdades del mundo sobrenatural en la escuela del divino Maestro, «que los ángeles rebeldes están reservados para el día del juicio final, es que será completo su suplicio715». En el mismo sentido decía San Pablo, a los Corintios: «Ya sabéis que nosotros hemos de juzgar hasta a los ángeles716». La lógica de Satanás es, pues, manifiesta en este diálogo con el Salvador. El espíritu del mal no quiere ser, antes de tiempo, antes del juicio final, lanzado de su dominio y vuelto a sumergir en el abismo eterno.

6. Pero si el demonio tiene su lógica infernal, la Redención divina de las almas tiene la suya. Es preciso que el tirano que por tanto tiempo ha dominado el mundo bajo su imperio, sea en fin desenmascarado, y que aparezca su dominación en todo su horror. El espíritu de Satanás es esencialmente el del mal; la destrucción es su triunfo; el odio que tiene al hombre, se extiende a todo el dominio del hombre y a la naturaleza misma. Los racionalistas de la era evangélica negaban la existencia de los espíritus. Nuestros modernos Saduceos no han inventado nada, y Jesucristo tuvo durante los días de su vida mortal que combatir doctrinas exactamente semejantes a las que se manifiestan en nuestros días. Hase dicho: La obra maestra de Satanás es hacer negar su propia existencia; pero la obra divina de Nuestro Señor ha sido dar a conocer a Satanás, para aniquilar su poder. Cuando decían los demonios al Salvador: «Permitidnos entrar en el cuerpo de esos puercos», preveía su malicia infernal que el desastre que iban a causar en toda la comarca tendría por resultado atemorizar a sus habitantes y alejarles de Jesús. El interés material es uno de los auxiliares más eficaces del imperio de Satanás. El divino Maestro oye, no obstante, esta súplica hipócrita; porque la fe del mundo entero debía compensar la pusilánime defección de los Gerasenos. Sondéese, en efecto, a la luz del   —399→   Evangelio, las profundidades del mundo demoniaco en sus relaciones con nuestro mundo visible, y se adquirirá el convencimiento de que este episodio es una completa revelación, fuera de la cual sería tan peligroso permanecer, como sería temerario querer avanzar más. El poder del demonio, terrible en su naturaleza, en su manifestación y en sus efectos,717 se halla, no obstante, sometido a la suprema voluntad de Dios. El ángel de las tinieblas, Satanás, sólo obra con el permiso de su Criador y de su juez. Así se comprende que se doble toda rodilla, al nombre de Jesús, aun en los abismos del infierno718. La súplica dirigida al Salvador por boca del endemoniado, nos revela la ley del mundo infernal. El principio sobrenatural de la gracia falta a esta súplica, que no constituye ni un acto de esperanza ni un acto de caridad. Es la sorda imprecación del esclavo, mordiendo la cadena que le amarra, sin poder romperla. Pero es un acto de fe, el único de que son capaces los demonios, porque dice San Jacobo: «Los demonios creen719». La subordinación absoluta de lo potestad satánica a la voluntad de Dios, tranquiliza nuestras almas contra los terrores excesivos, y nos coloca entre un temor legítimo y una esperanza segura, en el camino de la salvación. Cuanto más perversas intenciones oculta la súplica de Satanás, más tesoros de misericordia encierra la voluntad de Jesús. Lo que el demonio pretende hacer que sirva de destrucción y de ruina, Jesús lo convierte en beneficio de la santificación de las almas; y aunque el mismo Satanás trabaje en extinguir la fe en los corazones, no conseguirá más que arraigarla en ellos para siempre.

7. «Id, dice el Señor, a la legión diabólica, como si dijera: Mostrad vosotros mismos a vuestros adoradores, a qué dueño servís. Jamás comprendería el hombre, sino es por vosotros, vuestro poder infernal, y la ignominia de los dioses que él se ha dado. ¡Id pues! Esos puercos que escogéis para manifestar vuestro poder ¿valen más que el rebaño de Epicúreo cuyos reyes sois? -Al instante se precipitan los animales inmundos de todos los puntos de la montaña y van a ahogarse en las olas. No podía ser más solemne la afirmación del poder demoniaco. Nieguen, si les place, la existencia de los espíritus, los Saduceos judíos, los sofistas de Grecia y Roma, o los racionalistas de nuestro tiempo. Los Gerasenos no la negaron, y su   —400→   interés personal nos garantiza la veracidad de su testimonio. A la noticia del desastre que acaba de ocasionarse en su fortuna, a los gritos de los pastores espantados, acuden presurosos, y el primer objeto que hiere sus miradas es el endemoniado, libre a la sazón, sentado a los pies del Salvador, escuchando modestamente las lecciones de la sabiduría divina, con la tranquilidad de una inteligencia que ha recobrado la salud. Este hombre, terror de todo el país, ha vuelto a tomar sus vestidos; está tendido como un tímido cordero, a los pies del supremo Pastor. A este espectáculo inesperado, los Gerasenos, sobrecogidos de terror, olvidan sus propios intereses y la pérdida que acaban de sufrir. Refiéreseles todos los pormenores del prodigio, pues los pastores sólo les habían informado del accidente que sobrevino a las piaras, y ahora completan la narración los testigos del milagro. La multitud reunida de todo el país, ve a Jesús; se espanta de este poder inaudito, y suplica al divino Maestro que se aleje de sus fronteras. Esta conducta de los Gerasenos es la prueba más irrefragable de la autenticidad del milagro. ¿Qué motivo retiene el brazo de la multitud exasperada, que había perdido sus ganados? ¿Por qué no abrumaron con una lluvia de piedras al extranjero que se designaba como autor del desastre? Si los habitantes de Gadará no hubieran tenido a la vista al endemoniado curado; si no hubiesen contemplado este milagro viviente, nada hubiera detenido sus instintos de venganza. Pero, al contrario, se prosternan ante el Salvador; le suplican que se aleje de su territorio; y cuando Jesús, cediendo a sus instancias, vuelve a subir a la barca, cada cual se apresuró, sin duda, a sacar de las aguas los restos del naufragio. Sin embargo, el divino Maestro deja en medio de ellos al endemoniado ya libre, para que la persistencia de su curación y el relato que él mismo haga de ella, fueran otras tantas señales incontestables de la potestad y de la misericordia divinas. Tal es la significación del episodio de Gadara. Desde entonces, ¡cuántas almas arrancadas del poder de Satanás por la virtud redentora! Esta piara inmunda, precipitada en las aguas del lago de Tiberiades, figuraba la expulsión de Satanás a quien iba a lanzar la cruz de todos los puntos de la tierra. El reinado de Jesucristo debía establecerse sobre las ruinas del imperio demoniaco.



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ArribaAbajo§ II. El pan del cielo

8. «Habiendo vuelto a subir a la barca Jesús, continúa el Evangelista, pasó a la otra orilla del lago720. El pueblo le recibió con júbilo721, porque esperaba su regreso. Los discípulos de Juan Bautista, después de haber sepultado a su maestro, fueron a encontrar a Jesús para decirle lo que había pasado722; y en adelante le siguieron. Los Apóstoles, después de su primera excursión a Galilea, se reunieron para volverse con Jesús, y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado723». La noticia de la muerte de Juan Bautista debió interrumpir la misión de los Apóstoles. Podía temerse de parte de Herodes Antipas un sistema de persecución que se extendiera a los discípulos de Jesús, después de haberse ensañado contra el Precursor. La sangre llama a la sangre bajo el poder de las tiranías sombrías y débiles que se han dejado arrastrar una vez al crimen. «Estaba próxima la festividad de la Pascua», pero Jesús no fue a Jerusalén a la solemnidad. «Venid, dijo a los Apóstoles, a descansar conmigo en el desierto. -Porque la multitud se estrechaba siempre alrededor de ellos, sin dejarles tiempo para comer. -Habiendo, pues, subido en una barca, se retiraron a la próxima soledad de Bethsaida, a la otra orilla del lago. Al verles el pueblo alejarse, adivinó su dirección y les siguió a pie, costeando la mar de Tiberiades. La muchedumbre se aumentaba por el camino con la afluencia de los habitantes del país, los cuales se le agregaban, de suerte, que al bajar Jesús de la barca, fue movido a compasión, y acogiéndola con bondad, le comunicó sus enseñanzas y curó a todos los enfermos. Después subió a la montaña y se sentó rodeado de sus discípulos. Entre tanto era ya avanzada la hora, y los Apóstoles se acercaron a Jesús y le dijeron: Este lugar es desierto y empieza a caer el día: despacha esas gentes para que vayan a las ciudades, alquerías y aldeas circunvecinas a comprar qué comer. -No tienen necesidad de ir, respondió Jesús: dadles vosotros de comer. -Pero apenas bastarían doscientos denarios, replicaron los Apóstoles, para comprar lo preciso para tanta gente. -Entonces Jesús alzó sus ojos, y viendo aquella inmensa muchedumbre que venía a él, dijo a Felipe:   —402→   ¿Dónde compraremos pan para que coma tanta gente? Mas esto lo decía para probar la fe de Felipe, porque Jesús sabía bien el prodigio que iba a obrar. Sin embargo, Felipe respondió: Doscientos denarios de pan no bastan para dar a cada uno un bocado. -Preguntole Jesús: ¿Cuántos panes tenéis? Id y vedlo. Hiciéronlo así, y uno de ellos, Andrés, hermano de Simón Pedro, volvió diciendo: Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es esto para tanta gente? -Había, en efecto, cerca de cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. -Y dijo Jesús a los Apóstoles: Hacedlos sentar. Estaban en un valle cubierto de yerba. Sentose la muchedumbre en la verde yerba por cuadrillas o ranchos, unos de ciento y otros de cincuenta, según la vecindad y el parentesco. Entonces tomó Jesús los cinco panes, levantó los ojos al cielo, y habiendo dado gracias a su Padre, los bendijo; los partió después, y los distribuyó a los discípulos para que se los distribuyesen a la muchedumbre. Lo mismo hizo con los peces, y cada cual comió cuanto quiso. Luego que todos se hubieron saciado, dijo a los Apóstoles: Recoged las sobras para que no se pierdan. -Hiciéronlo así, y llenaron doce canastos de los pedazos de pan y de los peces que habían quedado de los cinco panes de cebada y dos peces, después que todos hubieron comido. La muchedumbre que acababa de ser a un tiempo mismo testigo y objeto del milagro, exclamó: Verdaderamente es éste el Mesías cuyo advenimiento estaba prometido al mundo. -Y querían apoderarse de Jesús para proclamarle rey. Pero el Señor, penetrando sus pensamientos, huyó solo a la montaña, mandando a sus Apóstoles que ganaran la mar y pasasen sin él el lago de Tiberiades724».

9. ¿Qué hubieran hecho todas las comisiones científicas del racionalismo, si hubiesen contemplado el prodigio de la multiplicación de los panes? Aquí no hay lugar para ilusiones o supercherías. Jesús cruza el lago en una barca de pescador. Suponiendo que toda la cabida del débil esquife se hubiera llenado secretamente de provisiones, no sería menos evidente la insuficiencia de los víveres para aquella muchedumbre de gente. Por otra parte, cinco mil hombres escalonados en las faldas de la montaña, desde la orilla del lago hasta la cima en que estaba sentado el divino Maestro, hubieran visto   —403→   pasar las cestas llenas de panes y de peces, que habría sido preciso necesariamente sacar de la barca, y nadie hubiera pensado en ver la menor apariencia de milagro en un hecho tan sencillo. Todas las circunstancias de la narración evangélica se prestan una fuerza mutua y resisten a los esfuerzos de la incredulidad. En tiempos comunes, no hubiera llegado la multitud que se agolpaba alrededor de Jesús, al número de cuatro a cinco mil hombres. Pero el Evangelista marca la fecha y nos da la razón de esta traslación en masa. «Estaba cercana la festividad de la Pascua», y en su consecuencia, comenzaba en Galilea la peregrinación anual a Jerusalén. Se viajaba por grupos de familias y de localidades. Y por esto hicieron los Apóstoles que se colocara la muchedumbre, en el orden acostumbrado, para la comida de la tarde: secundum contubernia. Cuando condujeron Jesús y María al Niño Dios, de edad de doce años, a la Ciudad Santa, se verificó el trayecto con las mismas condiciones. Esta vez esperaba sin duda la multitud que Nuestro Señor iría él mismo a la solemnidad; quería escoltarle, como el año anterior y seguir cada uno de aquellos pasos marcados con nuevas gracias y bendiciones. La reunión de los cuatro a cinco mil hombres que los Apóstoles hacen sentar en el verde valle de Bethsaida, sólo podía verificarse en Palestina, y en la época señalada por el Evangelista. Así, pues, se demuestra y se afirma por sí misma la autenticidad de la narración con caracteres irrecusables de evidencia. Como para consignar mejor el prodigio, manda Jesús a los Apóstoles informarse de la cantidad de víveres que se hallan a disposición de todo el pueblo. Los Judíos tenían la costumbre de llevar consigo cuando iban de viaje, un cesto o canastillo en que ponían las sobras de la comida anterior, y un poco heno que les servía de almohada por la noche, Juvenal se burlaba elegantemente de esta pobreza de los Hebreos, «cuyo equipo se compone de un cesto de junco y un puñado de paja, decía725». Lo que hubiere admirado el satírico en un estoico, lo despreciaba en un pueblo detestado por su intolerancia religiosa726. Porque no se perdonaba a la raza judía que permaneciera exclusivamente fiel al culto del verdadero Dios, como no se perdona a la Iglesia de Jesucristo, su adhesión completa a la revelación   —404→   Evangélica. Como quiera que sea, los doce cestos llenos con los pedazos que sobran a la muchedumbre, después de la milagrosa comida, son también un pormenor característico. Su presencia en el teatro del prodigio no se explicaría naturalmente en ninguna otra parte. En vano se buscaría en nuestras comarcas, entre la muchedumbre que se agolpa en nuestras fiestas públicas, doce cestos de que se pudiera disponer inmediatamente. Pero sabidas las costumbres de los Judíos, debía abundar entre ellos lo que no se encontraría entre nosotros. Sin embargo, no se halla en medio de tal afluencia, más que cinco panes de cebada y dos peces. El Evangelio nos da, pues, indirectamente la razón de esta penuria, cual era que se hallaban en la comarca más rica y más fértil de Palestina, a las orillas de un lago abundante en peces, en medio de aldeas y poblaciones que podían proveer con abundancia a todos los recursos de la vida. No habían tenido, pues, los peregrinos que encargarse de provisiones. Proponen los Apóstoles al Salvador, o enviarles a ellos mismos a comprar en las cercanías la cantidad de pan necesario, o despachar al pueblo, el cual hallaría en las aldeas vecinas el sustento de la tarde. Pero cuanto más se conforman estos pormenores multiplicados y exactos con las circunstancias de tiempo y de lugar en medio de los cuales se verifica el suceso, más atestiguan la realidad del milagro. ¿Saben o no, cinco mil hombres, si tienen o no consigo que comer? ¿Pueden equivocarse cinco mil hombres, al contar cinco panes de cebaba y dos peces? Finalmente, ¿es admisible su testimonio, cuando declaran haberse saciado con los panes y los peces multiplicados milagrosamente? La prueba de cada una de las fases del prodigio, se halla evidentemente al alcance de todos. Atestiguase la falta de provisiones suficientes por la inquietud de los Apóstoles, por su información entre la muchedumbre y por las respuestas de Felipe y de Andrés, hermano de Simón Pedro. El joven viajero que lleva los cinco panes de cebada y los dos peces que guarda de reserva, no podía haberse encargado, al partir, de la inmensa cantidad de víveres que supone una comida de cinco mil hombres. Finalmente, cuando toda la muchedumbre saciada con el pan milagroso, como en otro tiempo los Hebreos con el maná del desierto, quiere apoderarse de Jesucristo para hacerle rey, proclama la realidad del milagro con una energía que no disminuirá nunca el racionalismo. Si no ha sido testigo de un prodigio la multitud, ¿por qué   —405→   estalla en entusiasmo por el divino Maestro con tal espontaneidad? ¡Si rechazáis el milagro de la multiplicación de los panes en la montaña de Bethsaida, volvéis a caer en el milagro del delirio inexplicable que se apodera, sin el menor pretexto plausible, de una muchedumbre de cinco mil hombres! Por todas partes se desborda el prodigio. Hase cambiado el pan milagroso del desierto en el pan milagroso de la Eucaristía. En breve el divino Maestro va a desarrollarnos por sí mismo este misterio de amor, de que era preludio el episodio de Bethsaida.

10. «Habiendo llegado la tarde, continúa el Evangelio, los discípulos, obedeciendo la orden del Señor, subieron a la barca y cruzaron el lago, dirigiéndose hacia Cafarnaúm. Y ya se había hecho de noche y Jesús aún no se había juntado con ellos. Y el mar empezaba a encresparse a causa de un gran viento que soplaba. Los discípulos se pusieron a remar por espacio de veinte y cinco o treinta estadios, con grande esfuerzo, porque les era contrario el viento. Entre tanto había permanecido Jesús solo en la ribera. La barca agitada por las olas oscilaba en medio del lago. Y cerca ya de la cuarta vigilia de la noche, llega a ellos el Señor, andando sobre el mar. Viéronle sobre las olas, acercarse a la barca, y continuar su camino, como si quisiera pasar adelante. Al verle, creyeron que era algún fantasma, y en su terror, gritaron a un mismo tiempo. ¡Es un espectro! porque todos le habían visto. Pero Jesús les habló al punto, diciendo: Tened confianza. Soy yo. ¡No temáis nada! -Entonces dijo Pedro: Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas. -Y él le dijo: Ven. Y bajando Pedro de la barca, andaba sobre el agua para ir a Jesús. Pero sintiendo en aquel momento un viento fuerte, se atemorizó, y habiendo empezado a hundirse, dio voces diciendo: Señor, sálvame. Y al instante, extendiendo Jesús la mano, lo cogió y le dijo: Hombre de poca fe ¿por qué has dudado? -Los discípulos le rogaron entonces que subiese a la barca; lo hizo así, y al instante calmó el viento. Y los que estaban en la barca, se acercaron a él y le adoraron, diciendo: ¡Verdaderamente eres tú el Hijo de Dios! -Un instante después llegaba la barca a Genesareth727».

11. Pedro hace aquí, según la expresión de San Juan Crisóstomo,   —406→   el aprendizaje de la fe indefectible de que ha de tener el privilegio. «Así como el pajarillo, dice, que se ensaya en volar fuera del nido, y a quien no sostienen aun sus alas, necesita del auxilio maternal para sostener su vuelo, así el divino Maestro viene a sostener la debilidad de su Apóstol». La primacía de Pedro, el impulso de su fe y de su invencible valor, se afirman en este episodio con un maravilloso carácter. Todos los demás discípulos han oído la voz de Jesucristo, y han reconocido esa personalidad divina que manda a los vientos y a las olas. Cada uno de ellos ve a Jesús andar sobre las aguas como sobre una playa lisa. Y no se admiran, porque saben que es Dios. Pero la fe de Pedro avanza más. Oigamos a San Agustín desarrollar este misterio e interpretar la exclamación del Apóstol, cuando dice a Jesús: «¡Si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas!» -«No me admiro que se allanen las olas, bajo tus pies, para hacerles camino. ¿No debe estar la criatura sometida a su autor? No; esto no es para mí un motivo de admiración. -Si quieres admirarme, comunica el mismo poder a Pedro, y mándale ir hacia ti por el mismo camino. Tú eres Dios, pero yo no soy más que un hombre. Tú has querido tomar la flaqueza de mi naturaleza; dame el poder de la tuya, y llévenme las olas como a ti. Manda, Señor, que vaya hacia ti sobre las aguas. La mar se convertirá para mí en un camino practicable, si tú lo quieres, tú que has venido para ser nuestro camino728. Sólo Pedro, el primero en la jerarquía apostólica se atreve a usar este lenguaje, porque es el primero por su adhesión y su amor729». La embarcación en que se hallaban los discípulos era una de esas barcas pescadoras, cuyo número se elevaba, según nos dice Josefo, en su tiempo, a cerca de cuatro mil, en el lago de Tiberiades. En la época de la ruina de Jerusalén, se atrevieron los Galileos con esta ligera escuadra a empeñar un combate naval contra los trirremes de Vespasiano y de Tito. Concíbese que San Pedro pudiera saltar fácilmente la barca y descender al mar para ir hacia Jesús. Pero lo que sobrepujará siempre la inteligencia del racionalismo, es que el agua permaneciese firme bajo sus pies. La fe del príncipe de los Apóstoles obtiene un prodigio; sin embargo, esta fe no está aún confirmada en su inmutable estabilidad. El viento   —407→   amontonó las olas, como montañas líquidas, y Pedro tiembla. «¡Señor, sálvame!» grita. Día llegará también en que la borrasca de la persecución conmoverá el valor de Pedro, el cual debe aprender por experiencia que en el gobierno de la Iglesia, el hombre no es nada y Dios lo es todo. Jesús en las olas del lago de Genesareth, y Jesús en el tribunal del Gran Sacerdote, será por un momento abandonado. Pero también ¡qué formidables circunstancias! Pedro vacilando, es levantado por mano de Jesús en las aguas del lago, como será levantado en el pretorio por una mirada de Jesús. Después de estas dos caídas que han llegado a ser la roca de nuestra fe, dice San Agustín, no vacilará ya más Pedro, sino que se lanzará al través de las olas y de las borrascas del océano humano. La barca vacilará siempre; no cesará de soplar el viento; a veces se apoderarán del piloto y lo arrojarán en el mar; pero Jesús le levantará siempre, y Pedro conducirá siempre el esquife de la Iglesia inmortal a las riberas de la eternidad.

12. «Habiendo sabido los habitantes de Genesareth, continúa el Evangelio, que acababa de desembarcar Jesús en su territorio, empezaron a llevar los enfermos en camillas, poniéndolas a sus pies. Y donde quiera que entraba, en los lugares, en las granjas o en las ciudades, exponían los enfermos en las calles, y le suplicaban que a lo menos les dejase tocar la orla de su vestidura, y todos los que la tocaban quedaban sanos730. Entre tanto la muchedumbre, alimentada con el pan milagroso, había pasado la noche al pie de la montaña. Al día siguiente, no viendo ya la única barca que estaba sujeta en la ribera, y sabiendo que Jesús había dejado partir a los discípulos sin acompañarles, se puso a buscarle. Y no habiéndole hallado, cruzó la muchedumbre el lago en las barcas de los pescadores de Tiberiades, y fue a Cafarnaúm a buscar a Jesús. Y habiéndole hallado, le dijo: Maestro, ¿cuándo viniste aquí? Respondioles Jesús, y dijo: En verdad, en verdad, os digo: Vosotros me buscáis, no porque visteis los milagros, sino porque os he dado de comer con aquellos panes hasta saciaros. Trabajad para obtener, no tanto el manjar que se consume, sino el que dura hasta la vida eterna, el cual os dará el Hijo del hombre, pues en éste imprimió su sello (o imagen) el Padre que es Dios. -Entonces le preguntaron: ¿Qué hemos de hacer   —408→   para ejercitarnos en obras del agrado de Dios? Respondió Jesús; la obra agradable a Dios consiste en que creáis en aquel que él os ha enviado. Pero, respondieron ellos: ¿pues qué milagro haces tú para que veamos y creamos? ¿Qué cosas extraordinarias haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según las palabras de la Escritura: «Moisés les dio a comer el pan del cielo». En verdad, en verdad os digo, respondió Jesús, no fue Moisés quien dio el pan del cielo; mi Padre es quien os da en este momento el verdadero pan celestial. Porque el pan de Dios es aquel que ha descendido del cielo y que da la vida al mundo. -Señor, exclamaron ellos, danos siempre este pan maravilloso. -Y Jesús les dijo: Yo soy el pan de vida; quien quiera que viene a mí, no tendrá ya hambre, y el que cree en mí, no tendrá sed jamás. Pero ya os he dicho que vosotros me habéis visto obrar milagros y no creéis aún en mí. Todos los que me da el Padre vendrán a mí, y al que viniere a mí, no le echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió. Y la voluntad del Padre que me envió es que yo no pierda ninguno de los que me dio, sino que los resucite en el último día. Por tanto la voluntad de mi Padre que me envió es, que todo aquel que ve o conoce al Hijo y cree en él, tenga la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. -Los Judíos entonces comenzaron a murmurar de él porque había dicho: yo soy el pan vivo que he descendido del cielo. Y decían: Por ventura, ¿no es este Jesús, hijo de Josef, cuyo padre y madre conocemos? Pues ¿cómo dice él que ha bajado del cielo? -Respondioles Jesús: no murmuréis entre vosotros. Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le atrae (con su gracia), y yo le resucitaré en el último día. Escrito está en los Profetas: «Todos serán enseñados de Dios». Y en efecto, todos aquellos que han oído al Padre y aprendido su doctrina, vienen a mí. No porque alguno haya visto al Padre, sino sólo aquel que ha nacido de Dios, éste ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo; el que cree en mí, tiene la vida eterna. Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto, y murieron. Éste es el pan bajado del cielo para que el que come de él no muera. Yo soy el pan vivo que ha descendido del cielo. Quien comiere de este pan, vivirá eternamente, y el pan que yo daré por la vida (o salvación del mundo) es mi carne. -Entonces los Judíos dejaron estallar su indignación, diciendo entre sí. ¿Cómo   —409→   puede darnos a comer su propia carne? -Respondioles Jesús: En verdad, en verdad os digo: Si no comiereis la carne del Hijo del Hombre y bebiereis su sangre, no tendréis la vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdaderamente comida y mi sangre verdaderamente es bebida. Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como el Padre que me ha enviado vive, y yo vivo por el Padre, así el que me come, también él vivirá por mí y de mi propia vida. Éste es el pan que bajó del cielo: no como el maná que comieron vuestros padres y murieron. El que come este pan, vivirá eternamente. -Jesús dijo estas cosas enseñando en la sinagoga de Cafarnaúm. Y muchos de sus discípulos, oyéndolas, dijeron: Dura es esta doctrina, ¿y quién es el que puede admitirla? Y Jesús, conociendo en sí mismo que sus discípulos murmuraban de sus palabras, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Pues qué será si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es el que vivifica: la carne (o el sentido carnal) de nada sirve para entender este misterio. Las palabras que os he hablado son espíritu y vida. Pero hay algunos de vosotros que no creen. Porque en efecto, sabía Jesús desde el principio quiénes eran los que no creían, y quién le había de entregar. Así, pues, añadió: Por eso os dije que ninguno puede venir a mí, si mi Padre no se lo concediere. -Desde entonces muchos de sus discípulos dejaron de seguirle, y ya no andaban con él. Entonces dijo Jesús a los doce: ¿Queréis también vosotros retiraros? -Señor, respondió Simón Pedro, ¿a quién hemos de ir? tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Cristo, Hijo de Dios. -Díjoles Jesús: ¿Por ventura, no soy yo quien os escogí a todos doce? Y no obstante, uno de vosotros es un hijo de Satanás. -Y hablaba así de Judas Iscariote, hijo de Simón, porque éste le había de entregar, aunque era uno de los doce731».

13. La multiplicación de los panes en la montaña, este prodigio que hubiese arrastrado la fe de cualquier otro pueblo, no es suficiente para los Judíos, quienes lo juzgan inferior al de Moisés; porque, en fin, Jesús no ha multiplicado más que los panes de cebada y la carne de algunos peces para una sola comida y para una muchedumbre   —410→   limitada. Mas al contrario, Moisés había hecho descender el maná del cielo durante cuarenta años, alimentando así millones de hombres. Para hacer esta objeción y para manifestar semejante exigencia, era preciso ser Hebreo. Jamás un Esparciata o un Romano hubiera hablado así. Pero los hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob estaban familiarizados con el milagro. Elías había multiplicado el aceite en vino en los vasos de la viuda de Sarepta. Este prodigio no superaba al de Moisés, y cuando se anuncia Nuestro Señor como el Mesías predicho por Moisés, se le piden milagros más prodigiosos que los de Moisés, de Elías y los demás profetas. La actitud del pueblo es tal como se podía esperar de su pasado histórico. Bajo este respecto, el Antiguo y el Nuevo Testamento se prestan uno a otro un testimonio solemne de autenticidad. Es, pues, preciso que alimente el divino Maestro con un pan milagroso, no ya una muchedumbre hambrienta en el desierto de Bethsaida, sino generaciones enteras. Es preciso que este pan baje del cielo y no sea la reproducción de un alimento terrestre. Es preciso, en fin, que no sea el prodigio un fenómeno aislado y transitorio; sino que tenga, como el maná de Moisés, los dos caracteres de la universalidad y de la duración. Pero el Salvador va más allá que las exigencias de la raza judía, y la maravilla permanente cuya institución anuncia, va a espantar a la misma incredulidad. El cuerpo y la sangre de Jesucristo serán por siempre el pan y la vida de la inmortalidad. Aquí no hay figura ni símbolo, ni metáfora. «Mi carne verdaderamente es comida, y mi sangre verdaderamente es bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. El que me coma a mí, vivirá también por mí». Es imposible equivocarse sobre la realidad positiva de esta palabra. Los Judíos se indignan al oírla. «¿Cómo, dicen ellos, puede éste darnos a comer su carne?» Esta palabra subleva a gran número de discípulos hasta entonces fieles, y abandonan a su maestro, exclamando: «¡Semejante lenguaje es intolerable!» Y sin embargo, ¿qué era este lenguaje del Salvador, sino el dogma de la transubstanciación eucarística, milagro permanente del pan de vida bajado del cielo, que se ha multiplicado sin límite y sin medida para alimentar generaciones de almas? Actualmente se verifica, como en Bethsaida, la multiplicación de los panes, del uno al otro polo. En nada varían el lenguaje de Nuestro Señor la incredulidad judía y la deserción de los discípulos espantados; en nada templa su fórmula para   —411→   calmar la indignación de sus oyentes. Supóngase un instante que hubiera sido éste el pensamiento del divino Maestro: os daré a comer un pan común u ordinario que será la figura de mi cuerpo; os daré a beber un vino semejante a aquel del que usáis todos los días, y que será la figura de mi sangre. Esta hipótesis es la del protestantismo. ¿Quién, pues, hubiera impedido al Salvador acallar súbitamente toda clase de murmullos, y retener a su lado la multitud de discípulos incrédulos? Una sola palabra explicatoria que hubieran pronunciado sus labios, hubiese hecho cesar la agitación que produjo un discurso interpretado desde un principio en un sentido absoluto. Pero Jesucristo redobla sus afirmaciones a medida que se aumenta el tumulto, y repite invariablemente: «Os daré a comer mi carne y a beber mi sangre. Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y si no bebéis su sangre, no tendréis la vida en vosotros. ¿Os escandaliza este lenguaje? Esperad el día en que habéis de ver al Hijo del hombre volver a subir al cielo, de donde ha descendido. El Espíritu lo vivifica todo y los sentidos no tienen nada que ver aquí con esto» ¡Oh Jesús de la Eucaristía, pan vivo bajado del cielo, millares de adoradores vuestros han reemplazado y reemplazarán hasta el fin de los tiempos a los discípulos incrédulos que os abandonaron en Cafarnaúm! Si hay aún Judíos carnales, para cuyos oídos es duro este lenguaje, la Iglesia Católica os repite diariamente al pie de vuestros tabernáculos la protesta de San Pedro: «Señor, nosotros no huiremos, porque tú tienes palabras de vida eterna».




ArribaAbajo§ III. Los Fariseos

14. Habíase verificado en Jerusalén la solemnidad de la Pascua, sin que hubiera ido a la Ciudad Santa el divino Maestro. «Recorría la Galilea, dice el Evangelista, y no quiso penetrar en Judea, donde le buscaban para matarle732». Volviendo, pues, los Escribas y Fariseos de Jerusalén, se juntaron a la muchedumbre que le seguía. Y viendo que algunos de sus discípulos rompían el pan para la comida, sin haber practicado la ablución legal de las manos, les vituperaron. Porque los Fariseos y todo el pueblo judío no comen jamás sin lavarse a menudo las manos. Y si han estado en la plaza,   —412→   no se ponen a comer sin lavarse primero, y observan muy particularmente otras muchas ceremonias que han recibido por tradición como las purificaciones o lavatorios de los vasos, de las jarras, de los utensilios de metal y de los lechos. Los Fariseos, pues, y los Escribas le preguntaron con este motivo, diciendo: ¿Por qué tus discípulos no siguen la tradición de los antiguos, sino que comen sin lavarse las manos antes de romper el pan, a la manera que los gentiles? -Jesús les respondió: ¿Y por qué vosotros, quebrantáis el mandamiento de Dios a pretexto de seguir vuestra tradición? Porque Dios dijo: Honra a tu padre y a tu madre. Y también añadió: El que maldijere al padre o a la madre, sea condenado a muerte. Pero vosotros decís: Cualquiera que dijere al padre o a la madre reducidos a indigencia: hubiera podido socorreros, pero declaró, Corban, que he consagrado a Dios todos los recursos de que hubiera podido disponer en favor vuestro, este hombre está dispensado de socorrer la vejez de su padre y de su madre. Así es como quebrantáis el mandamiento de Dios, burlándoos de su palabra con una tradición que vosotros mismos habéis inventado. ¡Hipócritas! Bien profetizó de vosotros Isaías, diciendo: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Y en vano me dan culto enseñando doctrinas y observancias frívolas inventadas a su gusto733. En efecto, de esta suerte abandonáis el mandamiento de Dios por tradiciones humanas y purificaciones de jarros y de vasos y otras prácticas semejantes a estas. He aquí cómo a pretexto de vuestras tradiciones destruís el precepto de Dios. -Después, dirigiéndose al pueblo, le dijo: Escuchadme todos y entendedlo bien. No es lo que entra en la boca del hombre lo que le hace sin mancha o puro, sino lo que sale de su boca es lo que deja mácula en el hombre. Si alguno tiene oídos para oír, entiéndalo. -En aquel momento se acercaron a él los discípulos, y le dijeron: ¿Sabes que los Fariseos se han escandalizado de tus palabras? Pero respondiendo Jesús, dijo: Toda planta que no ha plantado mi Padre celestial, será arrancada de raíz. Dejad a esos hombres; son ciegos y guías de ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, ambos caen en el abismo. -Después que se hubo retirado de la gente, y entrado en la casa, desearon sus discípulos saber el sentido de esta parábola, y le dijo Pedro: Señor,   —413→   interprétanos la palabra que has pronunciado. -Y él les dijo: ¿Qué? ¿También vosotros tenéis tan poca inteligencia? ¿No comprendéis que los alimentos que introduce el hombre en su boca y que circulan por su cuerpo, no pueden manchar su alma? Lo que hace al hombre impuro son las palabras culpables que salen de un corazón corrompido. Del interior del corazón, en efecto, es de donde proceden los malos pensamientos, los designios adúlteros, los actos ignominiosos, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las malicias, los fraudes, las torpezas, la envidia, la blasfemia, la soberbia y la sinrazón. Todos estos vicios proceden del interior. Y ésos son los que manchan al hombre. Mas el comer sin lavarse las manos, eso no mancha al hombre734».

15. Para formarse una idea exacta de las ridículas observancias del Fariseísmo y de sus increíbles pretensiones doctrinales, es preciso buscar sus huellas en el Talmud, donde se fijaron después. El uso de las abluciones, tan común entre los orientales, se funda en las necesidades del clima. La legislación de Moisés lo había consagrado regulándolo en los límites propios para custodiar los intereses higiénicos del pueblo hebreo, sin recargarle de obligaciones excesivas735. La ley de las abluciones se hallaba restringida a casos de impureza material, especificados por el divino Legislador, tales como el contacto de cadáveres de animales inmundos. En un país y en un clima en que causaba la lepra tan terribles estragos, constituían estas precauciones una necesidad social de primer orden. Pero la reserva de Moisés había desaparecido para dar lugar a la invasión de los ritos supersticiosos del Fariseísmo. Ningún Israelita podía comer un pedazo de pan, si no se había lavado antes las manos, levantándolas a la altura de la cabeza; y aun los más celosos afectaban durante la comida lavarse la punta de los dedos. Finalmente, cuando acababan de comer, practicaban la última ablución, teniendo las manos bajas y observando cuidadosamente que no llegase jamás el agua más arriba de las muñecas. No era permitido sumergir enteramente el brazo en el agua, sino para la comida de los sacrificios; ritos supersticiosos cuya inviolabilidad conservaban los Fariseos, aun cuando fuera preciso, ir a buscar el agua a distancia de cuatro millas. El judío que los infringía, era declarado tan criminal como   —414→   un homicida, y por el contrario, el que los observaba estrictamente, estaba seguro de la salvación eterna y de tener un sitio en el banquete del reino de los cielos. El Talmud registra veinte y seis prescripciones relativas a la manera de practicar cada mañana la ablución manual736. Compréndese, pues, el escándalo de los Fariseos y de los Escribas, cuando rompiendo el divino Maestro el haz de sus absurdas tradiciones, les vuelve a llamar al verdadero espíritu de la ley mosaica, y proclama el gran principio de la pureza del corazón. La escuela rabínica de Hillel y de Schammai que había ajustado recientemente estas observancias al precepto positivo de la ley, pretendía darles un valor doctrinal superior al del texto de Moisés. «Las palabras de los sabios en la Escritura, dice el Talmud, prevalecieron sobre las de la ley y de los profetas. El que estudia con la Mischna merece recompensa; pero el que se entrega al estudio de la Gemara hace la acción más meritoria737». La aplicación de este principio había sancionado el odioso abuso que reprobó Nuestro Señor con tanta severidad. La lengua hebrea llamaba: Corban, todo lo que se consagraba al Señor. Hállase esta expresión en los libros de Moisés para designar las ovejas, las cabras, las terneras de los holocaustos y de los sacrificios expiatorios o pacíficos738. Por extensión, se dio en lo sucesivo este nombre al Gazophilatium, especie de tronco o cepillo dispuesto en el atrio del Templo para recibir las ofrendas del pueblo739. La palabra Corban había llegado a ser sacramental en el lenguaje común, para significar todo lo que de hecho o intencionalmente era dedicado al Señor, de suerte que bastaba pronunciar esta palabra: Corban, para atajar toda revindicación aun legítima sobre cualquier objeto, el cual se hallaba investido por esto mismo de la inviolabilidad de una cosa sagrada, perteneciente al Templo, y cubierta por la majestad de Jehovah. Tal era el subterfugio que se empleaba por los hijos ingratos para sustraerse a las obligaciones de la piedad filial. ¡Corban! decían al anciano que tendía la mano, para comer en la mesa de un hijo desnaturalizado. Y los Escribas y los Fariseos enseñaban que no solamente era legítima esta acción, sino que el hijo no podía ya, sin hacerse culpable de sacrilegio, desdecirse de la fórmula sacramental. He aquí verdaderamente la doctrina más monstruosa, que pudieron hacer que aceptase a un pueblo, espíritus   —415→   ambiciosos y soberbios en nombre de una ley divina. Pero además, cotéjese con estos pormenores exclusivamente locales y en cualquiera otra parte ininteligibles, la teoría que supone haberse compuesto el Evangelio en Roma o en Antioquía, de un trabajo popular, verificado de lejos, en un centro donde se desconocían los usos judíos, y se verá brillar como un rayo luminoso la autenticidad del libro divino.

16. El escándalo de los doctores judíos llegaba a su colmo; pues buscaban todas las ocasiones de sublevar al pueblo contra Jesús, en nombre de sus costumbres y de sus tradiciones ultrajadas. «Un Fariseo, continúa el Evangelio, convidó al Señor a comer con él, y habiendo entrado Jesús en su casa, se puso a la mesa. Y el Fariseo discurriendo consigo mismo, decía: ¿Por qué no se habrá lavado antes de comer? Y el Señor, le dijo: Vosotros los Fariseos, limpiáis el exterior de la copa y del plato, mas el interior de vuestro corazón está lleno de rapiñas y de maldad. ¡Necios! ¿por ventura, el que creó la naturaleza exterior, no   —416→   creó asimismo el corazón? Ciegos, limpiad por dentro la copa y el plato, si queréis que lo de afuera sea limpio. Sobre todo haced limosna, y todo estará purificado en vosotros. Pero ¡ay de vosotros, Fariseos y Doctores que lleváis al Templo el diezmo de la yerba buena, y del comino y del eneldo y de la ruda y de las menores legumbres de vuestras huertas, mientras que despreciáis los preceptos más graves de la ley, la justicia y la misericordia, la fe y la caridad divina! Éstas son las cosas que debíais practicar sin omitir aquéllas. Guías ciegos que coláis un mosquito y tragáis un camello. ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos, que amáis tener los primeros asientos en las sinagogas y ser saludados en público! ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas, que devoráis la herencia de las viudas, prolongando vuestras falaces oraciones! Por este crimen, sufriréis vuestro juicio y sentencia. ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas, porque recorréis la tierra y los mares para ganar un prosélito a vuestra fe, y cuando lo habéis encontrado, hacéis de él un hijo del infierno, dos veces más malo que vosotros. ¡Ay de vosotros ciegos, que decís: Jurar por el Templo no obliga a nada; pero el que jura por el oro del Templo, queda obligado a cumplir su juramento! ¡Insensatos! ¿Qué es, pues, más sagrado, el oro o el Templo que santifica el oro? También decís: Jurar por el altar, no obliga a nada, pero quien jure por la víctima puesta en el altar deberá cumplir su juramento. ¡Ciegos! ¿Qué es, pues, más sagrado, la oblación o el altar que la santifica? El que jura por el altar, jura igualmente por todo lo que se pone en el altar. El que jura por el Templo, jura por el Dios Omnipotente que lo habita. Finalmente, el que jura por el cielo, jura por el trono del Señor, y por el Señor mismo, cuya majestad reposa allí. ¡Ay de vosotros, que sois como los sepulcros que están encubiertos y son desconocidos de los hombres que pasan por encima de ellos, y que comunican su suciedad al viajero sin saberlo! ¡Ay de vosotros, Escribas y Fariseos hipócritas, que os semejáis a los sepulcros blanqueados, los cuales por afuera parecen hermosos a los hombres, mas por dentro contienen en realidad la corrupción y los despojos de la muerte. Así es también como vosotros en el exterior os mostráis, a la verdad, justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía y de iniquidad. -Entonces uno de los doctores de la ley, le dijo: Maestro, hablando de esta suerte, también nos afrentas a nosotros. -Y Jesús le respondió: ¡Ay de vosotros también, maestros de la ley, que imponéis a los hombres cargas que no pueden soportar, y vosotros ni con un dedo las tocáis! ¡Ay de vosotros, que fabricáis sepulcros a los profetas y adornáis los monumentos de los justos, después que vuestros mismos padres los mataron! Decís, sin embargo: Si nosotros hubiéramos vivido en tiempo de nuestros padres, no hubiéramos sido cómplices en la muerte de los profetas. Pero esto son hipócritas protestas, pues ciertamente testificáis que aprobáis lo que vuestros padres hicieron, porque ellos los mataron, y vosotros les edificáis sepulcros y colmáis la medida de las impiedades paternas. ¡Serpientes! raza de víboras; ¿será posible que evitéis el ser condenados al fuego del infierno? La sabiduría de Dios ha celebrado ya vuestro juicio. «Yo os he enviado, dice la Escritura, profetas, apóstoles, sabios y doctores, y de ellos degollaréis a unos, crucificaréis a otros, a otros azotaréis en vuestras sinagogas, y vuestro odio le perseguirá de ciudades en ciudades» para que recaiga sobre vosotros cada gota de la sangre inocente que se ha derramado sobre la tierra y que os pida cuenta de ella la justicia divina, desde la sangre del justo Abel, hasta la sangre de Zacarías, hijo de Barachias, a quien matasteis entre el Templo y el altar. En verdad, os digo, que todas estas cosas vendrán a caer sobre la generación presente.   —417→   ¡Ay de vosotros, doctores de la ley, que os habéis reservado la llave de la ciencia (de la salud) que cerráis a vuestros hermanos la puerta de los cielos! ¡Vosotros mismos no habéis entrado, y aun a los que iban a entrar, se lo habéis impedido! Después de estos terribles discursos, los Escribas y Fariseos redoblaron las persecuciones y trataban de ahogar la voz de Jesús, armándole asechanzas y maquinando sublevar la muchedumbre contra su doctrina740».

17. En el momento en que el divino Maestro confundía así, bajo el peso de los anatemas, el orgullo y la ambición de estos sectarios, acababa de entregarles un escándalo público al desprecio del mundo entero. El historiador Josefo nos dice que un judío de Roma, auxiliado por algunos doctores Fariseos, convirtió al mosaísmo a una noble señora, llamada Fulvia, y la persuadió que legase al Templo de Jerusalén toda su fortuna, que representaba un valor enorme. El legado fue recogido por los hipócritas doctores; pero no entregaron un óbolo al Templo, y se repartieron en su totalidad los despojos arrancados por su avaricia a la buena fe de una extranjera. El hecho produjo una impresión inmensa: Tiberio dio un decreto que expulsaba a todos los Judíos del recinto de Roma741. Tal era este avariento proselitismo a que alude Nuestro Señor. Sin duda los Fariseos, para persuadir a su víctima, habían jurado por el Templo de Jerusalén a la matrona Fulvia, ejecutar religiosamente su última voluntad. Pero en el estilo farisaico, no obligaba a nada jurar por el Templo. Tampoco tenían valor los juramentos por el altar y por el cielo mismo. Los discípulos de Hillel, armados con las distinciones de su maestro, iban, pues, recorriendo los continentes y los mares, para buscar, no tanto prosélitos, como tesoros, y entregar a la maldición de los gentiles el nombre sagrado de Jehovah. El farisaísmo, anatematizado por el Salvador, no tiene en el día las formas altivas y dominadoras de que se había revestido en Judea; pero se atrinchera en las argucias de los sofistas. ¡Cuántas veces no habéis oído al racionalismo moderno desnaturalizar las palabras que el divino Maestro empleaba para abatir la hipocresía de los doctores de la Ley! ¿Para qué dicen los Escribas actuales, imponernos ayunos, cuando ha declarado Jesús que no puede manchar al hombre el alimento que toma el hombre? Miserable equivocación, que notamos aquí,   —418→   porque es popular. Sí, no hay duda alguna que el alimento es intrínsecamente una cosa muy indiferente. Pero el fundamento de la santificación consiste en seguir a Jesús y llevar su cruz. Jesús ayunó y previno a los Fariseos, que sus discípulos deberían ayunar también. La vida de Nuestro Señor fue una mortificación continua, viéndosele caer en desmayo, a consecuencia de sus prolongados ayunos. El convite milagroso que sirve a la muchedumbre en la montaña, consiste en pan de cebada y en pez salado. Pero Jesucristo es el modelo de todos los cristianos; es el camino fuera del cual no podemos llegar al reino de los cielos. La Iglesia, pues, esposa de Jesucristo y madre de los cristianos, ha debido prescribir mortificaciones corporales y abstinencias obligatorias. Rehusar seguirla en un camino, todos cuyos rigores ha mitigado su ternura maternal, hasta el punto de hacer que se ruborice nuestra debilidad, es rebelarse contra la autoridad del mismo Jesucristo, es negarse a caminar algunos días por el camino real de la cruz, donde pasó el divino Maestro los treinta y tres años de su vida mortal. He aquí lo que mancha las almas y lo que renueva el orgullo farisaico de los doctores de Judea.

18. «Los Fariseos y los Saduceos reunidos, volvieron a tentar a Jesús, continúa el Evangelio, y le pidieron con instancia que les manifestase un prodigio en el cielo. Pero respondiéndoles él, les dijo: Cuando va llegando la noche, decís a veces: Mañana hará buen tiempo, porque está el cielo arrebolado. Y a la mañana, miráis al Oriente, y decís: Hoy habrá tempestad, porque el cielo está cubierto. Cuando veis una nube que se levanta al ocaso, al instante decís: tendremos lluvia y se realiza el pronóstico; y cuando veis que sopla el viento de Mediodía, decís: Tendremos calor, y así sucede. Hipócritas, si sabéis distinguir el aspecto del cielo y de la tierra, ¿cómo no conocéis este tiempo del Mesías, o cómo, por lo que pasa en vosotros mismos no discernís lo que es justo que hagáis ahora? En aquel momento lanzó un profundo suspiro, y añadió: ¿Por qué pedirá esta raza de hombres un prodigio? En verdad, os digo, que a esta gente no se le dará otro milagro que el de Jonás. -Habiendo hablado así, dejó a los Fariseos, y se alejó742». A pesar de todas las excitaciones de esta pérfida secta, seguía siempre la muchedumbre los pasos del Salvador.   —419→   Era la época en que volvían los peregrinos de Jerusalén, después de la solemnidad pascual; y se juntó nuevamente la multitud a oírle: «Jesús dijo a sus discípulos: Tengo compasión de esta gente, porque ya hace tres días que perseveran en mi compañía, y no tienen qué comer, y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino, porque algunos han venido de lejos. -Y los discípulos le dijeron: ¿Cómo podremos hallar en este lugar desierto bastantes panes para saciar a tanta gente? ¿Cuántos panes tenéis? preguntó Jesús. -Y ellos respondieron: Siete y algunos pececillos. Y él mandó a la gente que se sentase en tierra. -Y tomando los siete panes y los peces, los bendijo, dando gracias a Dios y los distribuyó a sus discípulos, que los dieron al pueblo. Y todos comieron y quedaron satisfechos; y de los pedazos que quedaron, llenaron siete canastas. Los que habían comido eran cuatro mil hombres sin contar los niños y las mujeres. E inmediatamente, subiendo Jesús a una barca con sus discípulos, fue al país de Dalmanutha, que recorrió, así como los confines de Magdala743. Un día que se habían olvidado sus discípulos de llevar la provisión de pan para la jornada, les dijo Jesús: Estad alerta y guardaos de la levadura de los Fariseos, de los Saduceos y de la levadura de Herodes. Mas discurriendo entre sí, se decían uno a otro los discípulos admirados. Esto lo dice, porque no hemos traído pan. -Y conociendo Jesús sus pensamientos, replicó: ¿En que pensáis, hombres de poca fe? ¿Os inquietáis porque no habéis traído pan? ¿Todavía estáis sin conocimiento ni inteligencia? ¿Aún está oscurecido vuestro corazón? ¿Tendréis siempre los oídos sin oír744 y los ojos sin percibir? ¿Ni os acordáis ya de cuando repartí cinco panes de cebada entre cinco mil hombres? ¿Cuántos cestos llenos de las sobras recogisteis entonces? -Dijéronle: Doce. -Y cuando repartí siete panes entre cuatro mil personas, ¿cuántos cestos de pedazos recogisteis? -Dijéronle: Siete cestos. -¿Comprendéis, pues, que no he querido hablaros del pan material, al deciros: Guardaos de la levadura de los Fariseos, de los Saduceos y de Herodes? Entonces comprendieron los discípulos que por la levadura entendía el Señor la doctrina de los Fariseos y de los Saduceos745».



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ArribaAbajo§ IV. Excursión a Fenicia

19. El odio de estos orgullosos sectarios acababa de encontrar un apoyo en el tetrarca Herodes Antipas. «Al saber este príncipe los milagros verificados por Jesús, dijo a sus servidores: Éste es Juan Bautista, que ha resucitado de entre los muertos y que obra todos estos milagros746. -Y otros decían: Es Elías; y otros: Es un nuevo profeta o alguno de los antiguos profetas que ha resucitado. -Pero el Tetrarca continuaba diciendo: Juan, a quien yo mandé cortar la cabeza, ha resucitado de entre los muertos747. -Y deseaba ver a Jesús748». Una circunstancia que nos refiere Josefo, aumentaba el terror del matador. Acababa de experimentar una sangrienta derrota, en las fronteras meridionales de la Perea, en un choque con un jefe árabe, Aretas. Habíase dado la batalla bajos los muros de Maqueronta, al pie de la fortaleza en que fue sacrificado el Precursor a la venganza de una bailarina. Herodes, vendido por algunos tránsfugas, súbditos de Filipo, su hermano, había visto la derrota de todo el ejército. Este desastre se consideró por los Hebreos, dice Josefo, como el castigo del crimen cometido en la persona del hombre de Dios. Compréndese, pues, la ansiedad del tetrarca, a medida que le llevaba la fama la noticia de los prodigios obrados por el Salvador. A los remordimientos de una conciencia culpable, a la humillación del rey vencido, se agregaba el temor de una sublevación popular. Sin embargo, Herodes podía interrogar en su propia corte a los discípulos del Salvador, que le hubiesen tranquilizado sobre este punto. De este número eran Chusa, intendente del palacio, gobernador de Cafarnaúm; Juana, su mujer, y Manahem, compañero de infancia y amigo del tetrarca; pero tal vez, como acontece a los tiranos recelosos y débiles, desconfiaba Herodes tanto más de sus servidores más fieles, cuanto que los consideraba más capaces de decir la verdad. Como quiera que sea, su deseo de ver a Jesús no procedía ciertamente de un sentimiento simpático. «Algunos Fariseos, menos hostiles que los demás, fueron a decir al Señor: Aléjate y sal de aquí, porque Herodes quiere matarte. -Jesús les respondió: Id y decid de mi parte a aquella raposa:   —421→   Sabe que aún tengo que lanzar demonios y sanar enfermos el día de hoy y mañana; mas al tercer día me darán muerte. No obstante, conviene que yo camine hoy y mañana y pasado mañana, hasta llegar a la ciudad, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de Jerusalén749». Necesitábanse tres días, dice el doctor Sepp, para ir de Galilea a Jerusalén. Nuestro Señor toma este término de comparación para designar el tiempo que debía durar su vida pública, hasta que muriese por la redención del mundo. Aquí se toman sus días por años, y por consiguiente, circunscribe el tiempo de su misión evangélica a un intervalo de tres años y medio. Igualmente determina la época y el lugar de su Pasión, que debía verificarse después de su tercer viaje a Jerusalén, por la festividad Pascual750. Tales eran las circunstancias en que decía el divino Maestro a sus discípulos: «Guardaos de la levadura de los Fariseos, de los Saduceos y de Herodes». Si se extrañase la poco inteligente interpretación que se dio en un principio a sus palabras, no debe olvidarse en manera alguna, que nos ha sido trasmitida por los mismos discípulos. La personalidad de los Evangelistas se eclipsa ante la verdad, con una abnegación tan sobrehumana, que este solo hecho constituiría, para todo espíritu imparcial, la más solemne garantía de autenticidad.

20. La solemnidad Pascual en Jerusalén, había dado ocasión a turbulencias extraordinarias y a sangrientos tumultos. «A su regreso, refirieron a Jesús algunos peregrinos lo que había sucedido a unos Galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con la de las víctimas inmoladas en el altar de los sacrificios. Y él les respondió: ¿Pensáis que estos Galileos fuesen entre todos los demás de Galilea los mayores pecadores porque fueron tratados de esta suerte? Os aseguro que no; pero vosotros mismos, si no hacéis penitencia, todos pereceréis del mismo modo. ¿Pensáis también que aquellos diez y ocho desgraciados sobre los cuales cayó la torre de Siloé y a quienes mató, fuesen los más culpables de todos los moradores de Jerusalén? Os aseguro que no. Mas si vosotros no hiciereis penitencia, todos pereceréis igualmente. -En seguida les propuso esta parábola. Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y vino a buscar fruto en ella y no le halló: y dijo al viñador: Ya ves que   —422→   hace tres años seguidos que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no le hallo nunca: córtala, pues: ¿para qué ha de ocupar terreno en balde? -Señor, respondió el viñador: déjala todavía este año, y cavaré al rededor de ella, y le echaré estiércol: tal vez así dé fruto, y si no, la harás cortar751».

Los acontecimientos a que alude aquí el Evangelio se nos han trasmitido por la historia. «Pilatos, después del incidente de las efigies de Tiberio, que quiso introducir en Jerusalén, dice Josefo, manifestó la pretensión de tomar del tesoro del Templo, las cantidades necesarias para construir un acueducto de doscientos estadios, que proveyera a las necesidades de la Ciudad Santa. El pueblo se rebeló a la idea de este despojo. Formáronse grupos sediciosos, en número de muchos millares de hombres, y cercaron el palacio del gobernador, dando voces mezcladas de ultrajes contra la misma persona de Pilatos. Éste hizo disfrazar cierto número de soldados que ocultaron sus armas bajo sus vestidos y rodearon silenciosamente al pueblo. En el momento en que eran más furiosos los gritos, dio Pilatos la señal convenida, y se lanzaron aquéllos sobre el pueblo desarmado, matando o hiriendo a muchos y poniendo en fuga a los demás752». No por esto, prosiguió menos Pilatos sus proyectos sobre la construcción del acueducto. Así, pues, hizo levantar en la piscina de Siloé arcadas para sostener el acueducto que debía atravesar la ciudad por encima del valle situado entre el monte Moría y las montañas de Sión. Entonces fue cuando aconteció el accidente de que habla el Evangelio, desplomándose uno de los pilares que se estaban construyendo y aplanando bajo sus ruinas a diez y ocho pobres operarios de los arrabales de Jerusalén753.

21. «Entre tanto, dejó Jesús la Galilea, dice el Evangelio, y se retiró con sus discípulos a los confines de Tiro y de Sidón. Y habiendo entrado en una casa, deseaba permanecer desconocido, pero no pudo substraerse a su fama. Porque una mujer cananea que habitaba en el país, habiendo sabido que se hallaba allí, acudió a él dando voces: Señor, hijo de David, ten lástima de mí: mi hija es cruelmente atormentada del demonio. -Jesús no le respondió palabra. -Y llegándose a él sus discípulos, intercedían diciendo: Concédele lo que pide, a fin de que se vaya, porque viene clamando   —423→   tras nosotros. Pero respondiendo él, dijo: Yo no soy enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel. -Sin embargo, la mujer penetró en la casa y se postró a sus pies. Esta mujer de raza siro-fenicia754, era idólatra. Después de haber adorado a Jesús, le dijo: Señor, dígnate ampararme. Y le suplicaba que lanzase de su hija al demonio, que la atormentaba. -Jesús le respondió: Deja primero que se sacien los hijos de la casa, porque no es justo tomar el pan de los hijos para echarlo a los perros. -Así es, respondió la mujer, pero Señor, también los cachorrillos comen debajo de la mesa las migajas que dejan caer los hijos. -Jesús le dijo entonces: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase según deseas. Vete en paz. En premio de lo que has dicho, ya salió de tu hija el demonio. -Y en efecto, en aquella misma hora fue curada su hija, habiéndola encontrado la Cananea, al volver a su casa, reposando apaciblemente en su cama, y libre del demonio755».

22. La Cananea a los pies del Salvador, es el mundo pagano implorando su libertad y suplicando a Jesús que quebrantara en fin la cadena de Satanás. Todos nosotros, hijos convertidos de las razas idólatras estábamos representados en la pobre casa de Sarepta, a las puertas de Tiro, por la humilde mujer que solicitaba el favor de lamer las migajas que caían del banquete del Padre de familia, a que fue convidado desde luego el judaísmo. «¡Oh mujer, dice el Señor, tu fe es grande!» La mirada del divino Maestro contemplaba en el porvenir esas innumerables generaciones de almas a que debía preceder la extranjera en el camino del reino de los cielos. Así, todas las circunstancias de este episodio se hallan marcadas con una solemnidad característica. La Cananea hace resonar el grito de socorro: «Señor, hijo de David, tened piedad de mí». Jamás hasta entonces había permanecido el corazón de Jesús insensible a la súplica del sufrimiento y de la fe. Habíasele visto enternecerse con el espectáculo de los dolores maternales de la viuda de Naín, y volverle un hijo único, aun antes que hubiese invocado su poderosa   —424→   misericordia. En las plazas públicas de las ciudades de la Decápolis, bastaba a los enfermos tocar la orla de su vestidura, para obtener su curación. Aquí, parece sordo el Señor a las súplicas de la mujer idólatra. «No responde una sola palabra». Esto era que deseaba que los Apóstoles, estos segadores destinados a recolectar más adelante innumerables gavillas en las campiñas del paganismo, tuvieran las primicias de esta siega de almas. Espera, pues, a que intercedan en favor de la idólatra fenicia. «Señor, dicen ellos, despáchala, porque nos persigue con sus clamores». Todavía no los atiende Jesús, porque quiere hacerles entender lo que costará la redención del mundo al Hijo del hombre. «La misión del Verbo encarnado es sólo para las ovejas descarriadas de la casa de Israel». Cuando el rebaño rebelado del judaísmo haya herido al divino Pastor, y asumido la responsabilidad de la sangre de un Dios, entonces se abrirán al mundo pagano las puertas de la redención, y se encargarán los Apóstoles de reunir, en el redil de la Iglesia, el inmenso rebaño de las naciones. Los Judíos daban a todos los Gentiles el injurioso sobrenombre de perros. Nuestro Señor, para probar la fe de la Cananea y hacerla resaltar más a los ojos de los Apóstoles, parece conformarse en un principio con esta costumbre nacional. Pero, cuando la extranjera, en su respuesta, modelo de resignación, de humildad y de santa esperanza, ha dado la medida de lo que el paganismo convertido será capaz de hacer un día por el nombre de Jesús, entonces hace el Salvador el elogio de esta heroica fe, y abandona el demonio a su víctima.




ArribaAbajo§ V. Regreso a la Decápolis

23. Parece que Jesucristo en su excursión fuera del territorio hebreo, quiso solamente consagrar con este prodigio, la grande obra de la conversión de los gentiles. «Salió, pues, dice el Evangelio, de los confines de Tiro, y se fue por Sidón hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis. Y presentáronle un hombre sordo y mudo, suplicándole que pusiese su mano sobre él para curarle. Y apartándole Jesús de la gente, puso los dedos en los oídos del doliente y le tocó la lengua con saliva. Después alzando los ojos al cielo, arrojó un suspiro, y le dijo: Ephphtha, que quiere decir, ¡ábrete! Y en el mismo instante se le abrieron los oídos, y se   —425→   desató el impedimento de su lengua y habló claramente. Y les mandó Jesús que a nadie lo dijeran. Pero cuanto más se lo mandaba, con mayor empeño lo publicaban, y tanto más se admiraban, diciendo: Siembra milagros a sus pasos: hace oír a los sordos y hablar a los mudos756. Jesús fue entonces a sentarse a la vertiente de un monte vecino. Y se llegaron a él muchas gentes trayendo consigo mudos, ciegos, cojos, baldados y otros muchos dolientes, y los pusieron a sus pies, y los curó; por manera que las gentes se admiraban, viendo hablar a los mudos, andar a los cojos y con vista a los ciegos, y glorificaban al Dios de Israel757. -Y fueron después a Betsaida y le trajeron un ciego y le pedían que le tocase. Y él, cogiéndole por la mano, le sacó fuera de la aldea, y echándole saliva en los ojos, puestas sobre él las manos, le preguntó si veía algo. Y el ciego, abriendo los ojos, dijo: Veo andar a unos hombres, que me parecen como árboles. -Y alzando Jesús sus miradas al cielo, volvió a poner las manos sobre los ojos del ciego, y empezó a ver mejor; y finalmente recobró la vista del todo, de suerte, que veía claramente todos los objetos. Y Jesús le envió a su casa, diciendo: Vuelve a tu morada, y no digas a nadie este suceso758».

24. La explosión de los milagros en la montaña, en favor de la muchedumbre que deposita sus enfermos a los pies de Jesús, unida a las circunstancias excepcionales que acompañan la curación del sordomudo de la Decápolis y la del ciego de Bethsaida, forma un contraste que ha fijado la atención de la antigüedad cristiana. ¿Para qué, por una parte, las precauciones y cómo los esfuerzos del Salvador, que lleva al ciego a un sitio apartado, le pone el dedo en los órganos afectados, lo moja la lengua con saliva, eleva las miradas al cielo y lanza un profundo suspiro, mientras que le basta a Jesús para los demás milagros una palabra? ¿Sufría acaso el poder del Verbo encarnado desmayos y a manera de eclipses? Y no obstante, cura una palabra definitivamente al sordomudo. Al punto que el divino Maestro ha pronunciado la palabra hebrea: Ephphtha759, se abren los oídos del enfermo y se desata su lengua. Pero, dicen los   —426→   Padres, cuando obra así el Salvador, respecto del sordomudo de la Decápolis, continúa respecto de sus discípulos la instrucción práctica, que principió a las puertas de Tiro. La Cananea era el símbolo de la gentilidad, preparada ya a la gracia del Evangelio por la fe. El sordomudo y el ciego son la figura de la humanidad no regenerada, cuyo oído está cerrado a la palabra de salvación; sus labios a los acentos de la súplica y sus ojos a la revelación divina. Llévaseles a Jesús, pero no se postran, como la mujer idólatra, a adorar al Salvador. No le imploran, ni con la voz, ni con el ademán. Los que los presentan no dicen, con el impulso de una irresistible confianza: «Hijo de David, cúralos». No llega su fe hasta este punto. Piden a Jesús que les imponga las manos, que se esfuerce en curarlos, «si tiene este poder». Tal es, antes de la regeneración espiritual, el estado de los hijos de Adán. Cada día, en todos los puntos del mundo, se lleva a la Iglesia Católica sordomudos y ciegos espirituales, para introducirlos en el reino de los cielos. Fiel a la tradición de su divino Maestro, el ministro de Jesucristo, impone las manos en la cabeza del niño. «Omnipotente y eterno Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, dígnate echar una mirada sobre tu siervo, a quien te has dignado llamar al privilegio de la fe; y expele las tinieblas que ciegan su corazón760». -Después humedece el sacerdote el dedo con saliva, y toca los oídos y las narices del niño, diciendo: Ephphtha, abríos a la suave fragancia de los perfumes del Evangelio. «Huye, Satanás, porque se acerca el juicio de Dios761». Así habla y obra, desde la era evangélica la Iglesia fundada por Jesucristo, reproduciendo sobre los sordomudos y los ciegos espirituales que se presentan al bautismo, los actos simbólicos verificados por Nuestro Señor sobre el sordomudo de la Decápolis y el ciego de Bethsaida. Pueden consignarlo el farisaísmo protestante y el racionalismo saduceo. La tradición Católica desciende del Salvador y vuelve a subir a él por una cadena no interrumpida. La puerta de salvación,   —427→   cuyas llaves fueron entregadas a Pedro, se abre en el día, después de pasados diez y nueve siglos, exactamente con las mismas condiciones, con la misma fórmula y los mismos ritos que en las orillas del lago de Tiberiades, cuando Nuestro Señor iluminaba los ojos de los ciegos y daba oído a los sordos. Que se haya podido desconocer el signo divino de semejante unidad, que las pasiones y las preocupaciones de secta, que el sistema o partido previo de la incredulidad no hayan apreciado este carácter de inmanencia y de perpetuidad, impresos en la obra redentora, a pesar de las variaciones de la edad, las revoluciones sociales, los giros contrarios de la ciencia, de la filosofía y de la literatura humanas, es verdaderamente uno de los milagros de ceguedad que sólo tiene poder de producir el espíritu del mal, el príncipe de este mundo.

25. «Jesús, dice el Evangelista, partió entonces al país de Cesarea de Filipo762. Después de haber orado solo, tomó consigo a sus discípulos, y recorrió las aldeas comarcanas. Y en el camino preguntó a sus discípulos: ¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?- Los discípulos respondieron: Unos dicen que Juan Bautista, otros que Elías, y otros que Jeremías, y aún hay quienes pretenden que eres uno de los antiguos Profetas, que ha resucitado en estos tiempos. -Pero vosotros, replicó Jesús, ¿quién decís que soy? -Respondiendo Simón Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. -Respondiendo Jesús, le dijo: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás (o Juan), porque no es la carne ni la sangre quien te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo, que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los Cielos763».

26. Bajo la cúpula del Vaticano, en este sitio conocido del mundo entero, hay un augusto monumento que se llama la Confesión de San Pedro. El genio de Miguel Ángel lo ha coronado con una media naranja tan vasta como el panteón de la Augusta Roma. Una inscripción colocada entre la tierra y el cielo, traza las palabras   —428→   pronunciadas por Jesucristo en el sendero, desierto en el día que atravesaba el territorio de Cesarea de Filipo. El tetrarca de la Iturea ha muerto, sin haber dejado rastro su principado, y hasta su nombre mismo, si no fuera por el Evangelio, estaría sepultado en las catacumbas de la historia. La ciudad nueva que dedicaba a la eternidad del César Tiberio, deja apenas adivinar su solar al celo de los arqueólogos. Los hijos de nuestra Europa van a interrogar la soledad; separan la arena y encuentran difícilmente, sepultados hace siglos, fragmentos lapidarios, testigos de una gloria eclipsada. Ha caído la corona de la frente de los Césares; el nombre de Tiberio, que hacía temblar al mundo, es mancillado por la maldición del mundo. Entro tanto la Confesión de San Pedro, siempre viva, conserva el privilegio de su inmortal juventud. Ha llegado a ser el principio de un reinado que no muere, de un imperio que sobrevive a todos los demás y que nadie podría aniquilar. Tu est Petrus et super hanc petram aedificabo Ecclesiam meam. ¡Qué! fundar así con una sola palabra obras eternas; con una palabra, dirigida a un oscuro pescador de Galilea, levantar un edificio que no pueden derribar las pasiones conjuradas, todas las fuerzas del genio, de la ciencia, de los ejércitos y de la política ¿sería un fenómeno vulgar, y que no supera al alcance de un hombre? Es necesaria, pues, tanta perspicacia para descubrir que la duración es un elemento refractario a todos los esfuerzos humanos. Pasan los conquistadores; echan cimientos que dispersa el soplo de la muerte sobre su sepulcro. Pasan los genios; su aparición ilumina la historia como un meteoro; quieren prolongar, en el porvenir, sus gloriosos rayos; llega la muerte, y se olvidan todos sus proyectos. Sin embargo ¿qué no hacen los hombres para asegurar la duración a sus obras? Si se pudiese calcular todo lo que han costado al mundo los sueños de un porvenir ambicioso, desde los Faraones del antiguo Egipto y las dinastías olvidadas de Babilonia hasta nuestros modernos conquistadores, retrocedería espantada la imaginación a vista de tantos esfuerzos gigantescos por una parte, y de tanta impotencia por otra. No pueden conseguir los héroes la duración. El signo divino de la Iglesia es, pues, su inmortalidad, fundada en la confesión de Simón, hijo de Jonás. Y no se diga que es equívoco este signo; que hay otras confesiones rivales y otras pretensiones a la duración. ¿Dónde está Pedro entre los cismáticos del Norte, del Oriente y del   —429→   Mediodía? ¿Dónde está Pedro en las confesiones del protestantismo? Sin embargo, a él solo se dijo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas764 del infierno no prevalecerán contra ella».

27. «Entonces Jesús, dice el Evangelista, comenzó a manifestar a sus discípulos que convenía que fuese a Jerusalén el Hijo del hombre, para que allí padeciese muchos tormentos y fuese condenado por los Ancianos y por los príncipes de los Sacerdotes y por los Escribas, y que fuese muerto, y que resucitase al tercero día. Y hablaba de esto muy claramente. Pedro entonces, tomándole a parte, principió a decirle. -No quiera Dios que sea así, Señor, eso no sucederá. Pero Jesús vuelto contra él y mirando a sus discípulos, para que atendiesen bien a la corrección, reprendió ásperamente a Pedro, diciendo: Quítate de delante Satanás, que me sirves de escándalo, porque no tienes gusto en las cosas de Dios, sino en las de los hombres. -Después, dirigiéndose a todos sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz y sígame. Porque quien quisiere salvar su vida, obrando contra mí, la perderá, mas quien perdiere su vida por amor de mí, la encontrará. Porque ¿de qué le sirve al hombre el ganar todo el mundo si pierde su alma? ¿Con qué cambio podrá el hombre rescatarla una vez perdida? Ello es que quien se avergonzase de mí y de mis doctrinas, en medio de esta nación adúltera y pecadora, igualmente se avergonzará de él también el Hijo del hombre cuando venga en la gloria de su Padre, acompañado de los ángeles santos. Después añadió: En verdad os digo, que algunos de los que están aquí, no morirán hasta que vean la llegada del reino de Dios en su majestad, (o el Hijo del Hombre en su gloria)765».



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ArribaAbajo§ VI. La Transfiguración

28. «Cerca de ocho días después, tomó Jesús consigo a Pedro y Santiago, y Juan y los llevó separadamente a un monte muy alto, y se puso a orar; y estando en la oración, se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos quedaron blancos como la nieve. Y viéronse de repente dos personajes que hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías, y hablaban de la salida de Jesús del mundo, la cual estaba para verificarse en Jerusalén. Y Pedro dijo entonces a Jesús: Señor; bien estamos aquí. Si gustas, hagamos tres tiendas o pabellones, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Pedro hablaba así, no sabiendo lo que se decía, por estar todos sobrecogidos de pasmo. Y estando todavía hablando, he aquí que una nube resplandeciente vino a cubrirlos con su sombra y redobló su terror, y al mismo instante, resonó desde la nube una voz que decía: Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo todas mis complacencias: a él habéis de escuchar. Y al oír esta voz los discípulos cayeron con el rostro en tierra, y quedaron poseídos de un grande espanto. Pero acercándose a ellos Jesús, los tocó y les dijo: Levantaos y no temáis. Y habiéndose levantado y mirado a su alrededor, a nadie vieron, sino a solo Jesús. Y cuando bajaron del monte, les dio Jesús esta orden: A ninguno contéis lo que habéis visto, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos. Y ellos guardaron, en efecto, silencio, y no dijeron a nadie en aquellos días lo que acababan de ver, reservando para sí solos el secreto de esta maravilla, bien que andaban discurriendo entre sí, qué había querido decir Jesús con estas palabras: hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos. Sin embargo preguntaron al Señor, y le dijeron: ¿Por qué, pues, dicen los Doctores y los Fariseos de la ley que debe volver Elías antes del advenimiento del Hijo del hombre? -Jesús les respondió: Vendrá, en efecto, antes de mi segunda venida, y restablecerá entonces todas las cosas; y padecerá mucho, y será vilipendiado, como está escrito que ha de suceder al Hijo del hombre. Mas os digo, que Elías ha venido ya en la persona del Bautista; pero no le conocieron y ejercieron con él su crueldad, según se había predicho por los profetas. ¡Así, también harán ellos padecer al Hijo del hombre!   —431→   Entonces entendieron los discípulos que les había hablado de Juan Bautista766».

29. El Tabor es el punto culminante en que resplandece la divinidad de Jesucristo a los ojos del mundo entero, así como el Calvario será la cumbre donde ha de afirmarse su humildad, con el exceso del padecimiento y de la ignominia. Estas dos montañas son los dos polos de la redención del género humano. Investido Pedro con la primacía suprema de la Iglesia, se rebela a la idea de los tormentos, de la muerte y de la resurrección de su divino Maestro. ¿Puede padecer y morir un Dios? Pedro ha confesado en el ardor de su fe, que Jesús era el Cristo, Hijo de Dios vivo. Luego Cristo no puede morir. Va por fin a fundar ese Imperio que esperan los judíos y que debía volver a levantar, en beneficio de Jerusalén, el cetro de la dominación del universo. Tales eran aún en aquel momento las esperanzas de los mismos discípulos. Entre tanto Jesús les habla de los oprobios y de la dolorosa pasión que debe sufrir en breve en Jerusalén. Desarrolla a sus ojos la serie lamentable de los tormentos que le están reservados. Será condenado por el Sanhedrín, por el tribunal del Gran Sacerdote, por el testimonio de los Escribas. Padecerá el último suplicio; morirá, mas para resucitar al tercer día. No es ya esto eventualidades a que quiera sustraerse: «Es preciso» que él mismo vaya a Jerusalén, e irá allí voluntariamente, para apurar, hasta la última gota, este cáliz de amargura. El jefe de los Apóstoles se alarma a este solo pensamiento, y Jesús le rechaza con indignación, reprendiéndole su celo puramente humano, que no sabe comprender las cosas de Dios: Retírate Satanás, eres para mí motivo de escándalo». Tal era la divina educación de Pedro, a quien elevaba Jesucristo, gradualmente, a esta sublime altura, en que no debían aparecérsele las cosas de la tierra sino al través del espejo de las cosas del cielo. Esta dura palabra la dicta el mismo Pedro a su discípulo San Marcos, en su Evangelio, a fin de que perpetúe de edad en edad, la memoria de su humillación. Pedro tiene cuidado de hacer inscribir todos los errores, todas las debilidades, todas las faltas porque ha de pasar sucesivamente hasta que se cumpla la promesa de infalibilidad que el Salvador le hizo. «Yo he orado para que no decaiga tu fe; así cuando seas realzado, tendrás   —432→   el privilegio de afirmar en ella a tus hermanos». El Evangelio de San Marcos es el que nos dice, en el relato de la Transfiguración. «Pedro no sabía lo que decía por estar sobrecogido de temor». San Mateo y San Lucas no consignan esta reflexión. Lo mismo tendremos ocasión de notar en la historia de la Pasión. El Evangelio escrito, dictándolo San Pedro, es una confesión continua de las faltas de San Pedro, y por un sentimiento de inefable humildad, todo lo que podría realzar la grandeza personal del príncipe de los Apóstoles, se pasa en él en silencio.

30. Al contrario, los demás Evangelistas dan siempre a Pedro la primacía en la fe, en la adhesión, y en el privilegio glorioso con que le invistió su divino Maestro. Así, la marcha gloriosa de San Pedro por las aguas del lago de Tiberiades nos la dice San Mateo, al paso que San Marcos, que no omite ningún pormenor de la aparición de Jesucristo sobre las aguas, no habla de ella. El glorioso elogio de la fe del príncipe de los Apóstoles, y las inmortales palabras que le son dirigidas: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» se halla inscrito por San Mateo y por San Lucas, al paso que San Marcos se detiene precisamente en este punto, y guarda silencio sobre la respuesta de Nuestro Señor. He aquí los caracteres de autenticidad que superarán siempre la influencia de todas las obras humanas; pues al paso que los alardes de amor propio son como la firma de las obras de los historiadores profanos, el Evangelio es un monumento de humildad divina, en el que no se notan las huellas de su autor, sino por su ausencia. No se ha tenido rubor de afirmar en estos últimos tiempos, que San Pedro carecía de grandeza y que era inferior a toda admiración la vulgaridad del pescador galileo. Verdaderamente, sienta bien a un siglo que ha llevado la idolatría de sí mismo al punto en que la vemos, atreverse a tener semejante lenguaje. Pero no se conseguirá borrar del relato evangélico, los ilustres testimonios rendidos al sublime carácter del príncipe de los Apóstoles. Él es a quien designa primero el divino Maestro, con Santiago y Juan, para asistir a la Transfiguración. Él es el único que sabe dominar el terror de semejante espectáculo, al ver la manifestación del Hijo del hombre en su gloria: «Señor, bueno es que permanezcamos aquí. Si gustas, levantemos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». Esta exclamación del príncipe de los Apóstoles la ha realizado en el día la   —433→   Iglesia. La ley judaica, las profecías del Antiguo Testamento, la revelación del Evangelio, son las tres tiendas, bajo las cuales se guarecerán hasta el fin de los siglos, las generaciones cristianas. El Arca del Tabernáculo no ha sobrevivido a los desastres de la invasión babilónica: las tablas de piedra del Decálogo, la vara florida de Aarón, y el vaso lleno de maná del desierto, han desaparecido, después del saqueo del Templo, bajo Nabucodonosor; pero las tres tiendas que quería levantar la mano de Pedro en medio de las naciones, subsisten en el día. Estas tiendas han resistido toda la fuerza de las tempestades; renuévase la superficie del mundo; cada siglo trae con inesperados progresos, situaciones diversas; los tabernáculos de San Pedro bastan a las ambiciones y a las necesidades de todas las épocas; todo envejece a su alrededor; caen los gobiernos, sucédense las formas sociales; las legislaciones humanas, heridas de una caducidad nativa, se desploman unas sobre otras. Pero las generaciones nuevas se transfiguran siempre bajo las tiendas de Pedro, y encuentran en esta divina atmósfera un elemento de juventud y de vida inmortal. La Transfiguración en el Tabor ha llegado a ser un fenómeno de todos los instantes, en el seno de la Iglesia Católica, cuya cabeza es Pedro.

31. ¡Qué importan las negaciones del racionalismo! Ha tratado de reducir el milagro a las proporciones vulgares de un efecto de óptica. En las cimas del Pambamarca, en la América Meridional, fue testigo un viajero español de un fenómeno que quisiera asimilar la ciencia incrédula al prodigio de la Transfiguración de Nuestro Señor. Dejemos la palabra al sabio Antonio de Ulloa que ha consignado, en su diario de viaje767, este interesante episodio. «Hallábame, dice, al amanecer, en el Pambamarca, con seis de mis compañeros: hallábase todo el cerro de la montaña envuelto en nubes muy densas, las que, con la salida del sol se fueron disipando, y quedaron solamente unos vapores tan tenues, que no los distinguía la vista; al lado opuesto por donde el sol salía en la misma montaña, a cosa de diez toesas distante de donde estábamos, se veía como en un espejo, representada la imagen de cada uno de nosotros, y haciendo centro en su cabeza tres iris concéntricos, cuyos últimos colores o los más exteriores del uno, tocaban a los primeros del   —434→   siguiente; y exterior a todos algo distante de ellos, se veía un cuarto arco formado de un solo color blanco; todos ellos estaban perpendiculares al horizonte; y así como el sujeto se movía de un lado para otro, el fenómeno le acompañaba enteramente en la misma disposición y orden; pero lo más reparable era, que hallándonos allí cuasi juntas seis o siete personas, cada una veía el fenómeno en sí, y no lo percibía en los otros; la magnitud del diámetro de estos arcos variaba sucesivamente, a proporción que el sol se elevaba sobre el horizonte; al mismo tiempo se desvanecían todos los colores, y haciéndose imperceptible la imagen del cuerpo, al cabo de un buen rato, desaparecía el fenómeno totalmente. Cuando empezaba el fenómeno, parecían los arcos en figura oval, y después se perfeccionaban hasta quedar perfectamente circulares». Tal es la narración de este ilustre viajero. Podría agregarse hechos análogos, que ha observado la ciencia moderna, en las alturas del Brocken, o en las aguas trasparentes de Nápoles y de Sicilia. Pero, en verdad, el racionalismo que cree descubrir en ellos los elementos de una asimilación con el prodigio del Tabor ¿olvida que el Oriente es la patria de la refracción? En las aguas del lago de Genesareth, donde conducían sus barcas Pedro, Santiago y Juan, habían sido veinte veces testigos de este fenómeno natural, que tienen ocasión de consignar aún en el día todas nuestras caravanas. La reproducción a cierta distancia de los objetos en el espejo fulgurante del aire o de las aguas, no pasa nunca por un hecho sobrenatural. Los espectros refractados de esta suerte, no tienen voz; no hablan unos con otros en un lenguaje perceptible. Son lo que es la sombra de una persona en un espejo, siguiendo sus menores movimientos. Supóngase el fenómeno del Pambamarca en él Tabor, los cuatro espectadores, a saber: Jesucristo, Pedro, Santiago y Juan, formarán cuatro imágenes representadas a cierta distancia, y si se apura la comparación, solamente visibles cada una de por sí para cada uno de ellos. Esto no constituye una transfiguración. Los siete colores del arco iris o del espectro, no tienen nada de común con el rostro de Jesús, quien durante su oración, se puso resplandeciente como el sol. Las degradaciones del color encarnado, del de naranja, del amarillo y del verde, en nada se parecen a la blancura de la nieve que resplandeció en los vestidos del Salvador. Finalmente, la voz que salió de la nube diciendo: «Éste es mi Hijo amadísimo, en quien he puesto   —435→   todas mis complacencias; escuchadle». ¿por qué ilusión de acústica resonó en las cimas de la montaña esta voz distinta de la de los tres interlocutores, y que hace caer sobre su rostro a los Apóstoles espantados?

32. La refracción del racionalismo se halla por otra parte en frente de un hecho más elocuente que todo raciocinio. Pedro, Santiago y Juan, han padecido el martirio por atestiguar la divinidad de Jesucristo. Nadie muere en una cruz; no se deja nadie decapitar ni sumergir en una caldera de aceite hirviendo, por honrar al físico más hábil. La transfiguración de los pescadores de Galilea en Apóstoles, es tan milagrosa como la transfiguración del mismo Jesucristo, y la transformación del mundo verificada por el Evangelio no pasará jamás por una ilusión de óptica o una refracción de los rayos luminosos en una nube. Aquí también se han grabado los recuerdos evangélicos sobre monumentos que les dan un cuerpo. El texto sagrado no designa, con su nombre, la montaña que fue el teatro de este gran suceso. Sin embargo, la tradición ha suplido este silencio. San Cirilo, obispo de Jerusalén en 350; Eusebio de Cesarea hacia la misma época, saben el sitio exacto del milagro. Así, llaman al Tabor, el Itabirion de los Griegos, el Djebel-Nur (Montaña de luz) de los Árabes modernos768. La emperatriz Elena, madre de Constantino el Grande, hizo construir una basílica en el mismo sitio en que fue transfigurado Jesús. Desde entonces, todos los peregrinos que visitan la Palestina, han ido a postrar su frente en el sitio donde «cayeron sobre su rostro» Pedro, Santiago y Juan. He aquí la descripción que nos suministra uno de ellos. «La cumbre del Tabor es una explanada de media legua de circunferencia, ligeramente inclinada al Oeste, cubierta toda de verdes encinas, de hiedra, de odoríferos bosquecillos, de antiguas ruinas y de recuerdos. En la parte Sudeste de la llanura, marcan el sitio en que apareció Jesús escoltado de Moisés y de Ellas, tres altares resguardados por pequeñas bóvedas. La parte Meridional de la montaña se extiende a lo lejos hacia el Sud, al través de las montañas de Gelboe, sobre las azuladas cadenas de Judá y de Efraím: las alturas más sombrías del Carmelo detienen la vista en el Poniente; en el Norte se extiende la   —436→   vista sobre la Galilea totalmente surcada por las huellas y los milagros del Salvador, y desciende a la sombra de sus valles para dirigirse en seguida a la cima más alta del Anti-Líbano, el gran Hermon, antiguo asilo de leones y de leopardos,769 coronada casi siempre de nieves: después vienen los desiertos del Horán, el lago de Tiberiades, el valle del Jordán con su río sagrado, donde se abrieron los cielos, como en el Thabor, para dejar descender las complacencias del Altísimo sobre el Hijo de una Virgen de Nazareth. La inmensa llanura de Esdrelon, donde los guerreros de todas las naciones que respiran debajo del cielo, han plantado sus tiendas en la serie de las edades, se desplega como una brillante alfombra de oro, digna de los esplendores de semejante sitio. Al contemplar esta magnificencia, donde nos sentimos sobrecogidos de un santo entusiasmo, se cree ver aun la nube luminosa, y oír la voz del Eterno. El cristiano que ha visto las maravillas del Thabor cree poder decir con el príncipe de los Apóstoles770: «No hemos dado a conocer la potestad y el advenimiento de Nuestro Señor Jesucristo, siguiendo ficciones ingeniosas; sino que después de haber sido por nosotros mismos espectadores de su majestad, hemos oído esta voz que venía del cielo, cuando estábamos con él en la Montaña Santa771».

33. «Al día siguiente, dice el Evangelio, Jesús y los tres discípulos bajaron de la montaña772. Habiendo llegado a donde le esperaban los otros discípulos, los encontraron rodeados de gran multitud de gente, y a los Escribas disputando con ellos. Y todo el pueblo, luego que vio a Jesús, guardó silencio. -Y él les preguntó: ¿Sobre qué altercabais? -Entonces salió un hombre de entre la muchedumbre, y fue a postrarse a sus pies, diciendo: Maestro, te he traído un hijo mío, que es el único que tengo, y se halla poseído de un espíritu mudo. Yo te ruego le mires con ojos de piedad. Es lunático y padece mucho, pues muy a menudo cae en el fuego, y frecuentemente en el agua. Y cuando se apodera de él el espíritu del mal, le tira con furia contra el suelo y le hace dar alaridos, y le agita con violentas convulsiones, hasta hacerle arrojar espuma por la boca   —437→   y crujir los dientes; y con dificultad se aparta de él, después de desgarrarle sus carnes. Y le presenté a tus discípulos, suplicándoles que le libraran del demonio, y no han podido sanarle. Y respondiendo Jesús, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿Hasta cuándo tengo de estar con vosotros y sufriros? Traédmele a mí. Y se lo llevaron. Y apenas vio a Jesús, cuando el espíritu principió a agitarle con violencia, y le tiró en tierra, donde se revolcaba, echando espuma por la boca. Y preguntó Jesús a su padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él respondió: Desde la infancia. Y le ha arrojado muchas veces el demonio en el fuego y en el agua para acabar con él; pero si tú puedes algo, compadécete de nosotros y socórrenos. A lo que Jesús le dijo: Si tú puedes creer, todo es posible para el que cree. Y entonces, bañado en lágrimas el padre del joven, exclamó, diciendo: Creo, Señor; ayúdame en mi incredulidad. -Y viendo Jesús el tropel de gente que iba acudiendo, amenazó al espíritu inmundo, diciéndole: Espíritu sordo y mudo, yo te lo mando: sal de ese mancebo, y no vuelvas a entrar en él. -Entonces lanzando un gran grito, y agitándole con violencia, salió del mozo el demonio, dejándole como muerto, de suerte que muchos decían: Está muerto. Pero Jesús, cogiéndole de la mano, le ayudó a levantar, y se levantó sano, y lo volvió a su padre. La multitud espantada, admiraba el gran poder de Dios. Y habiendo entrado después Jesús en la casa donde moraba, le preguntaban a solas sus discípulos. ¿Por qué nosotros no pudimos lanzarle? Díjoles Jesús. Porque tenéis poca fe. -Señor, dijeron ellos, aumentad en nosotros la fe. -Respondió Jesús: Si tuviereis fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Trasládate de aquí allí, y se trasladaría la montaña. Diríais a este moral: Desarráigate y ve a plantarte en la mar, y os obedecería. Mas esta casta de demonios no se lanza sino mediante la oración y el ayuno773».

34. Diga lo que quiera el racionalismo, no solamente obra prodigios Jesús, sino que da a sus Apóstoles la teoría del milagro. ¡Cosa notable! En el día la Iglesia Católica, así como los Apóstoles al Pie de Thabor, se halla investida de este poder sobrenatural. Jamás ha dejado de resplandecer esta señal divina en su frente. A la hora en que escribimos estas líneas, una comisión permanente, establecida   —438→   en Roma para examinar jurídicamente y consignar las maravillas obradas por los siervos de Jesucristo, registra milagros que tienen todos los caracteres de la autenticidad más escrupulosa. Hace apenas dos años, que se daba cita el mando cristiano en la Confesión de San Pedro, para asistir a la solemne canonización de treinta y dos santos, cada uno de los cuales había obrado milagros. La fe que traslada las montañas o que desarraiga árboles es omnipotente en el día, como en la época evangélica. Los santos, estos héroes de la fe, se trasmiten de edad en edad, el imperio sobre la naturaleza que legó a los Apóstoles el divino Maestro. Su poder no es un arte mágico, ni un poder oculto. El único secreto de los taumaturgos, desde Moisés hasta San Vicente de Paul, se halla encerrado en esta revelación del Verbo encarnado. «Todo es posible a quien cree». Pero ¡qué magnifica unidad del Antiguo Testamento con el Nuevo, en la atmósfera de lo sobrenatural! ¡Qué expansión de la potestad humana, regenerada por el amor de Dios, en la serie de maravillas que principia en los patriarcas, atraviesa el Horeb y el Sinaí, pasma al Egipto de los Faraones, conmueve las cumbres de Seir y los bosques del Cedar, rechaza las olas del Mar Rojo, suspende el curso del Jordán, arranca con Elías víctimas a la muerte, truena con Daniel bajo las bóvedas de los palacios babilónicos, para ir a parar a la efusión de los prodigios de la historia evangélica, y a la perpetuidad del milagro, en el seno de la Iglesia de Jesucristo!




ArribaAbajo§ VII. Último viaje a Cafarnaúm

35. «Mientras admiraban los pueblos las obras de Jesús, continúa el texto sagrado, dijo el Señor a sus discípulos: En cuanto a vosotros, grabad en vuestro corazón lo que voy a deciros: El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres y le quitarán la vida, y después de muerto, resucitará al tercero día. -Mas ellos no podían comprender esta revelación, cuyo sentido les estaba oculto, y no se atrevían a preguntárselo y guardaban silencio tristemente774. Y habiendo llegado a Cafarnaúm, se acercaron a Pedro los recaudadores del tributo del didracma775 para el Templo de Jerusalén, y   —439→   le dijeron: ¿Qué, no paga vuestro maestro las dos dracmas? Sí, por cierto, respondió él. Y habiendo entrado en casa, se le anticipó Jesús y dijo; ¿Qué te parece Simón? Los reyes de la tierra ¿de quién reciben tributo o censo, de sus mismos hijos o de los extraños? -Y él le dijo: de los extraños. Y replicó Jesús: Luego los hijos están exentos. Con todo, para no escandalizar a esos hombres, ve al mar y hecha el anzuelo, y coge el primer pez que saliere, y abriéndole la boca hallarás un estater776: tómale y dáselo por mí y por ti777».

36. Todo israelita, de edad de más de veinte y cinco años, debía pagar anualmente un didracma, (medio siclo), para la conservación del Templo. «Quien quiera que lleva un nombre en Israel, había dicho Moisés, ofrecerá la mitad de un siclo, según la medida del Templo. Y se deberá este impuesto desde los veinte y cinco años778. «Este canon o censo nacional se pagaba por todos los Judíos que tenían por un honor, dice el historiador Josefo, enviarlo de todos los puntos del mundo, en la época de la solemnidad Pascual, cuando no podían llevarlo ellos mismos779. El Salvador no había ido este año a Jerusalén, y no había pagado personalmente esta   —440→   deuda sagrada: he aquí por qué se dirigían a Pedro, jefe de los Apóstoles, los que cobraban el impuesto para reclamárselo. Su respuesta nos atestigua que en los años precedentes se había conformado el divino Maestro en este punto a las prescripciones rituales. «Jesús no vino a destruir la ley, sino a darla cumplimiento, elevándola a la perfección780». Esta actitud de sumisión a los reglamentos y a los poderes establecidos, se halla poco conforme con el retrato de fantasía que nos lo representa como «un demócrata fogoso, en rebelión contra todas las autoridades locales, detestando el Templo y anunciando a sus discípulos reyertas con la policía, sin pensar un momento en que esto causa rubor781». Verdaderamente sí hay que ruborizarse de algo, es de la ignorancia de un siglo en que es necesario reparar semejantes inepcias. La narración evangélica que se acaba de leer, es una de aquellas cuyos caracteres de autenticidad intrínseca son más patentes. Manifiéstase desde luego la primacía de Pedro por un detalle tanto más significativo cuanto que es menos concertado. El colector del diezmo sagrado se dirige a Pedro. No queriendo importunar al Maestro con una reclamación poco importante, cree más natural trasmitirla por medio del jefe de los discípulos. Pero, según el sistema de sublime delicadeza que hemos notado anteriormente, el Evangelio de San Marcos, escrito bajo la inspiración del príncipe de los Apóstoles guarda silencio sobre este punto. Por todas partes donde la ambición humana hubiera encontrado ocasión legítima de poner su nombre, eclipsa San Pedro el suyo. Trátase del didracma o medio siclo mosaico. Los Judíos tenían dos especies de moneda en tiempo de Nuestro Señor. La dominación de los Césares les había traído el sistema monetario de Roma, el as, con sus múltiplos: el dipondio (dos ases), el denario (diez ases), etc., y los submúltiplos: el quadrans (cuarta parte de un as), etc. Todos estos nombres se hallan en los Evangelistas. Usábanse las evaluaciones en monedas romanas para los negocios, el comercio, los salarios y las transacciones de todo género. Mas por una distinción en la que se retrata todo el carácter hebreo, no bien se trataba del impuesto nacional para el Templo y de los diezmos sagrados establecidos por Moisés, era repudiado el lenguaje romano, empleándose solamente las evaluaciones del antiguo sistema monetario de la   —441→   Grecia, establecido en Judea desde Alejandro el Grande. Así es como se reclama al Salvador el didracma oficial, y como hace entregar para el tesoro del Templo un estater o doble didracma, por sí mismo y por Pedro. En este lenguaje había como una protesta implícita del pueblo judío, que mantenía inviolable sobre su cabeza la soberanía suprema de Jehovah. Entrando Nuestro Señor en este orden de ideas, hace brotar de ellas una admirable afirmación de su propia divinidad. Los reyes de la tierra, dice, no exigen de sus hijos ni el tributo (impuestos indirectos), ni el censo (capitación). Para ellos es de derecho la inmunidad. Asimismo, el hijo de Dios no tiene que pagar el impuesto para el Templo, que es el palacio de su Padre. -Lo pagará sin embargo, pero lo pagará como Dios. Pedro, el pescador futuro de las almas, es enviado a las orillas del lago, a una nueva pesca milagrosa. Merece citarse la explicación de los racionalistas, a propósito de este hecho. «El pez en cuya boca encontró, según se dice, Pedro el didracma con que pagó el tributo del Templo, fue meramente un pez que se apresuró a coger, a llevar al mercado y a venderlo por precio de un estater». ¿No valía más verdaderamente hacer echar las redes de lo alto de la barca e intentar una pesca más productiva y más segura que la del anzuelo? ¿Cómo saber anticipadamente que tendiendo una caña sacará de seguro Pedro un pez; que este pez será de tal tamaño que pueda llevarse solo al mercado, y que valga exactamente un estater? Tal serie de eventualidades, predicha por el Salvador y fielmente realizada, no sería menos prodigiosa que el mismo milagro evangélico Y ¿no se ve que nunca hubiera ido Pedro a echar el anzuelo en medio de Roma, para coger al mundo entero como una presa, si no hubiera hecho en Galilea, bajo la dirección de su divino Maestro, el aprendizaje de sus pescas milagrosas?

37. Todo se encadena en esta historia divina y se afirma con nudos que no podrá romper nunca el sofisma. Si los discípulos a quienes acababa de predecir formalmente el Salvador su pasión y su muerte próximas, no hubieran vivido en medio de una atmósfera de milagros, sino hubiesen tenido a la vista más que el espectáculo de un justo, de un sabio, expuesto a ser el blanco del odio conjurado de los Fariseos, de los Saduceos y de Herodes, no teniendo otras armas contra tantos enemigos que la resignación y la paciencia de un oprimido, no se hubieran ciertamente mecido con la quimérica   —442→   esperanza de verle en breve sentarse en un trono. No hubiera ocurrido a ninguno de ellos la idea de solicitar el primer sitio en su futuro imperio. Sin embargo, tales eran en aquel momento sus secretas disposiciones. Creían, pues, imposible a todo el poder de los hombres un atentado contra Aquel a quien velan mandar a toda la naturaleza, aplacar con una palabra las tempestades, lanzar los demonios y resucitar los muertos. Este sentimiento persistirá en su alma, a pesar de las predicciones del mismo Salvador, hasta en el Calvario; y su última palabra, antes de que haya disipado en fin este error la resurrección de su divino Maestro, será esta: «¡Ay! ¡habíamos creído que restablecería el reino de Israel!» -«Los discípulos, continúa el texto Sagrado, estaban preocupados por saber quién de ellos sería el mayor en el reino de su Maestro. Y altercaban entre sí por el camino sobre esto. Y Jesús conocía sus pensamientos. Cuando llegaron a la casa, les dijo: ¿De qué hablabais durante el camino? -Los discípulos guardaban silencio. -Y habiéndose sentado el Señor, llamó a los doce, y les dijo: Si alguno quiere ser el primero, será el último de todos, y el que a todos sirva. Y tomando entonces a un niño782, se colocó en medio de ellos, y habiéndole abrazado, les dijo: En verdad, os digo, si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños (en la sencillez e inocencia), no entraréis en el reino de los Cielos. Cualquiera, pues, que se humillase como este niño, ése será el mayor en el reino de los Cielos. Y el que acogiere a un niño semejante, en nombre mío, a mí me acoge, y quien me recibe a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me envió. Quien fuere, pues, el más pequeño entre vosotros, aquel es el más grande. Mirad que no despreciéis a alguno de estos pequeñitos, porque os digo que sus ángeles (de la guarda) contemplan continuamente en los cielos la majestad de mi Padre celestial. Y además, el Hijo del hombre vino a salvar lo que se había perdido. ¿Qué os parece? El pastor que tiene cien ovejas, si una se descarría ¿no deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la que se ha descarriado? Y si llega a encontrarla, en verdad, os digo que siente más regocijo por aquella que por las noventa y nueve que no se   —443→   extraviaron. Así, la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, es que no perezca ninguno de estos pequeñitos. Y al que escandalizare a alguno de estos parvulillos que creen en mí, le tendría más cuenta que le atasen al cuello una piedra de molino y le echasen al fondo del mar. ¡Ay, del mundo por los escándalos! Porque si bien es forzoso que haya escándalos; sin embargo, ¡ay de aquel hombre por quien viene el escándalo! -Después que hubo hablado el Señor de esta suerte, le dijo Juan: «Maestro, hemos visto a un hombre lanzar los demonios en tu nombre, y se lo hemos prohibido, porque no viene con nosotros en tu seguimiento. Y Jesús dijo: No se lo impidáis, porque no hay alguno que haga milagros en mi nombre y pueda hablar inmediatamente mal de mí. Porque el que no está contra vosotros, está por vosotros; y cualquiera que os diere de beber un vaso de agua en mi nombre o porque sois (discípulos) de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa783».

38. El camino abierto al paso de la humanidad para elevarse al reino de los cielos, sigue una línea opuesta a la que conduce a los honores y al poder terrestres. Ya el divino Maestro había puesto el fundamento de la vida cristiana, diciendo al doctor de Jerusalén: «Quien no fuere regenerado por un nacimiento nuevo, no puede entrar en el reino de los cielos». Tal había sido el lenguaje del Salvador, en la época de la primera Pascua. Al aproximarse la Pascua última, pone Jesucristo en acción esta doctrina sobrenatural, en presencia de sus Apóstoles para grabarla por siempre en su corazón. No la olvidarán ya, y se sucederán generaciones de almas en la Iglesia, tomando por tipo de la perfección evangélica la infancia espiritual, de que habla el Salvador. «A la manera de los niños recién nacidos, dirá San Pablo, no tengáis ambición sino por la leche blanca y pura de la enseñanza divina. «La blanca túnica de los niños llegará a ser el símbolo de la inocencia bautismal que debe conservar el cristiano sin mancha o renovarla por medio de la penitencia, para presentarla inmaculada en el tribunal de Cristo. «Los niños pequeños, dice San Hilario, siguen a su padre paso a paso, aman a su madre, y no piensan tampoco en querer mal al prójimo: no les afecta el afán o cuidado de las riquezas, no son propios de su edad el orgullo, el odio y la mentira; creen en la palabra que se les dirige,   —444→   admitiendo naturalmente la verdad. Tal es la sencillez de la infancia, a la que debemos volver, si queremos llevar en nosotros la imagen de la humildad del Salvador». Esta ley afecta a todas las almas fieles, desde el príncipe de los Pastores, el Pontífice Supremo que tiene en sus manos las llaves del reino de los cielos, que se entregaron a Simón Pedro, hasta la más oscura de las ovejas del rebaño. Tal fue la eficacia divina de la palabra de Jesucristo, que al mismo tiempo que dio el precepto, confirió la gracia necesaria para cumplirle. Así se verán las diversas jerarquías de la Iglesia rodeadas de un respeto, de una veneración, de un amor inviolables, porque la ley de su autoridad es la humildad, la dulzura, la sencillez, el candor de la infancia. Los poderes de la tierra se imponen con el fausto de la dominación; sírveseles sin amarlos; teméseles sin respetarlos; derribáseles ¡ay! por un capricho popular. Si el racionalismo desease conocer un soberano que fuese amado sin reserva, y con una adhesión sin límites por millones de hombres esparcidos por todo el mundo, le designaríamos al sucesor de Pedro, al jefe de la Iglesia Católica, que se llama el Siervo de los Siervos de Dios. Y esto sucede hace cerca de dos mil años. Este fenómeno, en el orden moral, valdría, por tanto, la pena de ser estudiado más seriamente que lo hacen nuestros sofistas.

39. Reunidos los doce Apóstoles al rededor del divino Maestro, en la casa de Cafarnaúm, formaban en cierto modo el primer Concilio de la Iglesia naciente. «Jesús continuó, dice el Evangelio, hablándoles en estos términos: Si tu hermano pecare contra ti, ve a encontrarle, y si se arrepiente, perdónale; si te hubiere ofendido siete veces en el día y te dijere: Estoy arrepentido; perdónale. Repréndele entre ti y él solos; y si te oyere, habrás ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, lleva contigo uno o dos testigos para que toda palabra se apoye en un testimonio legal. Y si no les oyere, dilo a la Iglesia; mas si ni a la Iglesia oyere, que sea para ti como un pagano y un publicano». La enseñanza farisaica, tal como la encontramos, aun en el Talmud784, pretendía que se podía perdonar a su hermano tres veces, pero que no podía llegarse más allá. Tal era la doctrina rigorista a que aludía el Salvador, al establecer la gran ley de la misericordia evangélica, sin medida y sin límites, sobre   —445→   las ruinas de estas falaces tradiciones. El número siete expresaba entre los Hebreos el superlativo en general. El período septenario, durante el cual «había verificado todas sus obras» Jehovah785, tenía naturalmente para los Judíos la idea de universalidad. He aquí por qué emplea Nuestro Señor esta expresión, en el sentido indeterminado que tenía para sus oyentes. Pero la misericordia debe conciliarse con la justicia, lo mismo en el seno de la Iglesia que en el gobierno del mismo Dios. Para conciliar estos dos términos que parecen excluirse, hase agotado el genio de los legisladores humanos en combinaciones siempre defectuosas. No dejará Jesucristo a su Iglesia desarmada, y manteniendo la gran ley de la misericordia, sabrá asegurar la inviolabilidad de los derechos de la justicia. La regla llena de mansedumbre que ha sentado, hase aplicado a todos los enemigos de la Iglesia, desde Arrio hasta Lutero. Cuando desgarran hijos ingratos el seno maternal de la esposa de Cristo, la queja caritativa y tierna del Pontífice supremo se dirige a su corazón para dispertar en él el sentimiento filial. Si no es oída esta voz, vienen los dos o tres testigos que exigía la ley de Moisés para toda prueba legal786, a emplear los esfuerzos de su celo para con el culpable que se obstina en su orgullo. Si tienen el dolor de ser rechazados, es denunciado el rebelde a toda la Iglesia, reunida en solemne tribunal, en la persona de los obispos, sucesores de los Apóstoles. Pronuncia la sentencia el concilio universal, y anatematizado el genio del error, llega a ser para los fieles como un pagano y un publicano.

40. Tal es, en efecto, el poder que confería el divino Maestro solemnemente a sus Apóstoles. «En verdad os digo, continúa el Evangelista, todo lo que atareis sobre la tierra, será atado también en el cielo; y todo lo que desatareis sobre la tierra, será desatado en el cielo. Os digo más; que si dos de vosotros se unieren entre sí sobre la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, les será otorgado por mi Padre que está en los cielos. Porque donde se hallan dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos787». Los concilios, las asociaciones para orar, las congregaciones religiosas, esos conventos, para llamarlos con un nombre, que ha querido manchar un odio ciego, se derivan, pues, directamente del Evangelio. Si duo consenserint. Ubi duo vel tres congregati in nomine meo. Tales son las   —446→   mismas expresiones de Jesucristo. Solamente la Iglesia Católica puede mostrar vivas hoy en su seno, estas obras, desconocidas de la antigüedad, cuyos fundamentos poseía Nuestro Señor Jesucristo en Cafarnaúm, en medio de doce pescadores. Sin embargo, Pedro que debía presidir al desarrollo de estas nuevas instituciones reflexionaba en el precepto de misericordia que había dado el divino Maestro. Quería penetrar toda su extensión y comprender la significación exacta de este número siete que había empleado Jesucristo, y cuyo sentido podía prestarse a equivocaciones entre los Judíos.

41. «Señor, le dijo: Cuando mi hermano pecare contra mí, debo perdonarle ¿pero ha de ser solamente hasta siete veces? Respondió Jesús: No te digo yo hasta siete veces solamente, sino hasta setenta veces siete». Es decir, según el estilo hebraico, de una manera ilimitada, y en número inconmensurable. «El Señor añadió: Por eso el reino de los cielos viene a ser semejante a un rey que quiso tomar cuenta a sus criados. Y se le presentó uno de ellos que le debía mil talentos788. Y como éste no tuviese con qué pagar, mandó su señor que fuesen vendidos él y su mujer y sus hijos con toda su hacienda, y se pagase así la deuda. Entonces el criado echándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia, que yo te lo pagaré todo. Y el rey, movido a compasión de aquel criado, le dio por libre y le perdonó la deuda. Mas apenas salió este criado de su presencia, encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios789, y agarrándole por la garganta, le ahogaba diciendo: Págame al momento lo que me debes. El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten un poco de paciencia conmigo, que yo te lo pagaré todo. Mas sin querer oírle este acreedor implacable, le hizo meter en la cárcel hasta que le pagase lo que le debía. Al ver los otros criados, sus compañeros, lo que pasaba, se contristaron por extremo y fueron a contar a su señor todo lo que había sucedido. Entonces el rey llamó a este ingrato, y le dijo: ¡Oh criado inicuo! yo te perdoné toda tu deuda porque me lo suplicaste. ¿No era, pues, justo que tú también tuvieses compasión de tu compañero como yo la tuve de ti? Y el rey indignado le entregó en manos de los verdugos   —447→   para ser atormentado hasta tanto que satisfaciera la deuda por entero. Así, de esta manera, se portará también mi Padre celestial con vosotros, sino perdona de corazón cada uno de vosotros a su hermano790».

42. Tal es la ley evangélica de la caridad fraternal. Los Apóstoles, destinados a promulgarla en la tierra, hubieran podido vanagloriarse de tal misión, que superaba a todo lo que pudieron imaginar los sabios y los filósofos, de grandeza moral. Pero Nuestro Señor les precavió contra esta tentación. «¿Quién hay entre vosotros que teniendo un criado de labranza o pastor, luego que vuelve del campo, le diga: Ven, ponte a la mesa; y que al contrario, no le diga: Disponme la cena, cíñete y sírveme, mientras que yo como y bebo, y después comerás tú y beberás? Y luego que el criado ha hecho lo que el señor le mandó ¿le queda, por ventura el señor obligado? No por cierto. Así también vosotros, después que hubieseis hecho todo lo que se os ha mandado, habéis de decir: Somos siervos inútiles; no hemos hecho más que lo que ya teníamos obligación de hacer791».