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«Investigaciones acerca de la dominación árabe bajo los Omeyyahs en Oriente», por el Dr. G. Van Vloten

Francisco Codera y Zaidín





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Alguna vez, en trabajos anteriores, he tenido ocasión de lamentarme de que, en general, los arabistas extranjeros hayan abandonado el estudio de nuestra historia por otros más nuevos, á los que convidan las corrientes modernas y los mayores elementos de que por cada día se puede disponer.

Sin que en la mente del autor sea una excepción á la tendencia indicada, encuentro una memoria de un sabio orientalista de la escuela de Leyden, que ha tenido la atención de remitir á la Academia su trabajo, que si al parecer no tiene relación alguna con nuestra historia, estudiado á fondo, puede explicar muchas cosas de los comienzos de la dominación árabe en España, y en mi sentir habrá de modificar bastante nuestras ideas respecto al carácter de la conquista, ó más bien, de las consecuencias de la misma; pues aunque respecto á España no tuviéramos dato alguno, que confirmara los nuevos puntos de vista del arabista holandés respecto á la mala y aun pésima administración de los Omeyyahs   —98→   y á las pocas simpatías que hacia ellos tuvieran los pueblos conquistados, deberíamos suponer que la situación del pueblo español respecto al pueblo conquistador era la misma que la de los pueblos de Oriente, el Irac y el Jorasán, que son los dos pueblos en que principalmente se desarrollan las ideas y los hechos que estudia el Dr. G. van Vloten, por haber ocasionado, en su sentir, la caída en Oriente de la dinastía de los Omeyyahs; aunque podrá á muchos ocurrir la idea de que España no debió de participar de las aspiraciones que produjeron tal caída, ya que acogió en su seno á uno de los individuos de la familia Omeyyah y le elevó al trono; pero hay que tener en cuenta las circunstancias de la elevación de Abderrahmán I, muy diferentes de como se han explicado y siguen explicándose por muchos de los no arabistas, y aun estos quizá no se hayan fijado lo bastante en las causas que facilitaron las aspiraciones de Abderrahmán y las maquiavélicas gestiones de su cliente Beder.

El Dr. G. van Vloten escribió su tesis doctoral desarrollando el tema Origen del partido de los Abbasidas en el Jurasán1 y ampliando en realidad el mismo tema, en virtud de nuevos estudios, ha escrito ahora una disertación que titula Investigaciones acerca de la dominación árabe, los Chiítas y las Creencias Mesiánicas durante el califato de los Omeyyahs2, memoria que me propongo examinar con objeto de llamar la atención acerca de algunas de las ideas en ella enunciadas, que creo más interesantes. Añadiré á continuación las noticias y consideraciones que con aplicación á la historia de España me han parecido de alguna oportunidad.

Las tribus árabes, que en los primeros tiempos de la predicación de Mahoma se habían manifestado poco dispuestas á admitir la nueva doctrina, sólo la aceptan por la fuerza, abandonándola luego á la muerte del profeta; pero sometidas por Jálid, la Espada de Mahoma, en cuanto comienza el período de las conquistas con   —99→   objeto de someter, no de convertir á los incrédulos, cambian de conducta y se hacen los paladines de la religión que antes soportaban á duras penas: esta transformación se debe al que la nueva religión les ponía en condiciones propicias para ejercitar sus instintos guerreros, que debían ser recompensados en esta vida y en la otra: en ésta, poniendo en sus manos las riquezas de los vencidos; en la otra, en cuanto la guerra santa les abría de par en par las puertas del paraíso (pág. 2).

La condición de conquistadores y conquistados, no de predicadores y conversos, era muy clara y sencilla en la práctica primitiva musulmana: si un pueblo se sometía sin resistencia, quedaba con el libre ejercicio de su religión y su administración propia, pagando un tributo personal, que parece que no era excesivo, y de esto procedió quizá el que los sirios y egipcios, oprimidos con los impuestos, no ofrecieran gran resistencia, como tampoco la población agrícola del Irac.

Si un pueblo se negaba á someterse, y lo era á viva fuerza, los musulmanes tenían el derecho de saquear el país, de matar á los hombres y de reducir á esclavitud mujeres y niños: las tierras se las dejaban, en general, con la obligación de cultivarlas en beneficio de los musulmanes (pág. 2).

De la condición á que quedaron sometidos los cristianos de España, después de la conquista, podemos formarnos idea por las capitulaciones de Mérida, Orihuela y Carcasona, y por la escritura del moro de Coimbra, si este documento mereciera algún crédito.

La capitulación de Mérida poco ó nada concreto nos dice, pues solo se pone la indicación de que «los bienes de los muertos en el día de la emboscada, los de los que se habían retirado á Galicia (al Noroeste), y los bienes de las iglesias se adjudicarían á los musulmanes»3. Según el texto del Ajbar Machmua (pág. 18), las riquezas y alhajas de las iglesias serían de Muza. La crónica anónima titulada Conquista de Alaudalus4 limita la capitulación   —100→   al pago del tributo personal, que no fija, y sería el establecido en Oriente para la generalidad de los pueblos conquistados: sin duda los otros historiadores, que no incluyen el tributo personal, lo darían por corriente.

Capitulación de Orihuela. Por esta capitulación, en virtud de la cual Teodomiro quedaba como independiente en Orihuela y su territorio, el impuesto personal, que debían pagar los cristianos, consistía en una moneda de oro (dinar), que había de pagar cada uno5, cuatro almudes de trigo, cuatro almudes de cebada, cuatro azumbres de mosto, cuatro de vinagre, dos de hiel y dos de aceite; los siervos habían de pagar la mitad.

Capitulación de Carcasona. Cuando en el año 107 el emir de Alandalus, Ambaça ben Xohaim el Enelbí llega á Carcasona y la sitia, sus moradores entregan mediante capitulación la mitad de su distrito, los prisioneros musulmanes que tenían, y lo que á estos habían quitado: además se comprometen á pagar el tributo personal, á ser juzgados como gente de dzima (judíos y cristianos protegidos por los musulmanes mediante el tributo personal), y á estar en guerra ó en paz con aquellos con quienes lo estuviese el emir6.

Escritura del moro de Coimbra. Este documento, de cuya autenticidad ya dudó el P. Flórez7, pertenece indudablemente á época muy posterior, y lo más que se le podrá reconocer es que el documento sea legítimo, pero que se haya alterado la fecha.

De lo expuesto resulta que la ocupación musulmana no puede considerarse como una infusión de raza, ni como victoria religiosa, sino más bien como una ocupación á mano armada, cuyo carácter se manifiesta claramente en la organización que para consolidar la conquista estableció el segundo califa Omar, y que   —101→   por no prestarse á adaptación pacífica fué causa de trastornos sin cuento8.

Según las prescripciones de Omar, todo musulmán era soldado del islam y podía ser llamado á defenderlo espada en mano, teniendo á su vez derecho á una retribución pagada por el Estado.

En los países conquistados, las tropas quedaban acantonadas en los puntos estratégicos, y como les estaba prohibido adquirir tierras, se habían de mantener del donativo (paga del Estado), de los impuestos en especie, que se exigían á los conquistados y del botín en nuevas incursiones en país enemigo ó que se suponía tal; así que la ocupación árabe ofrecía el espectáculo de un pueblo que vive á costa de otro (pág. 3)9.

Este estado de ocupación no podía menos de ser provisional, y por bueno que fuese para su tiempo, á la larga se había de hacer intolerable: el gran error de los califas fué el no saberlo modificar.

La cuota del tributo establecida por Omar no parece exagerada á los que han estudiado esta cuestión, y el modo de percibir ó recaudar este tributo fué el mismo que se usaba antes de la conquista, y hasta se conservaron los recaudadores indígenas. Si hubiera sido posible que por una y otra parte se observase lo pactado, principalmente por el pueblo conquistador, quizá las asperezas y rozamientos de ambos pueblos se hubieran suavizado y se hubieran formado nuevos pueblos; pero la conquista y el consiguiente enriquecimiento del pueblo árabe trajo consigo un cambio de costumbres, que había de influir no poco en las relaciones de ambos pueblos.

Si los primeros conquistadores dieron en ciertos casos pruebas de desinterés y abnegación por la causa común, pronto el egoísmo   —102→   y la avaricia se apoderaron de los hombres del desierto bajo la influencia de riquezas y lujo, que afluyen de todas partes, lujo más propio para corromper que para suavizar las costumbres de los hijos del desierto.

Efectivamente, el autor cita ejemplos de riquezas inmensas acumuladas desde los primeros tiempos, y en confirmación de que el afán de riquezas era la más de las veces causa de empresas contra los llamados incrédulos en los países limítrofes del Jorasán, no faltan casos de exacciones irritantes en extremo contra poblaciones como Samarcanda, que ya se habían entregado pagando 700.000 monedas de plata.

Ya desde los primeros califas, además de las exacciones de los gobernadores y que pudiéramos suponer en provecho propio, faltando ó modificando la cuota de la contribución personal, se aumentó ésta, hasta el punto de que en tiempo de Otsmán, el Egipto, que bajo el gobernador Amru ben Alás producía dos millones de dirhemes, en tiempo de su inmediato sucesor producía cuatro millones, por cuanto el tributo personal se había elevado de dos dinares á cuatro, según afirma Van Kremer.

El aumento no debió de parar en esto, pues luego en tiempo de Moawia se cita un nuevo aumento mandado expresamente por el califa, por más que el walí observaba que no se podía aumentar, porque era faltar á lo pactado; pero los príncipes Omeyyahs decían que el Egipto había sido ocupado á viva fuerza, y que por tanto los habitantes eran esclavos y se les podía tratar como se quisiese.

En Mesopotamia, Ziyad ben Gánim, walí de parte de Omar I, de propia autoridad había fijado la cuota de la contribución personal en un dinar, además de la contribución en especie (lo de Teodomiro); este impuesto fué modificado por el walí Dahak en tiempo de Abdelmelic, haciendo un nuevo censo y obligando á que cada uno declarase sus productos: con esto el tributo se aumentó en tres dinares sobre uno que importaba antes.

Respecto á los aumentos que en España sufriera el tributo personal, tenemos muy pocas noticias, ó mejor dicho, ninguna; pues como observa el Dr. van Floten, los historiadores árabes tienen en tan poco á los pueblos sometidos, que por regla general nada   —103→   dicen de ellos: en realidad sólo en la crónica llamada hasta hace poco, de Isidoro Pacense, y hoy del Anónimo de Córdoba, encontramos alguna vaga noticia, pues los aumentos del erario se confunden las más de las veces con las exacciones personales de los emires, de que habremos de dar cuenta después.

De Ambaça, que gobierna la España musulmana desde el año 103 al 107 de la hégira, nos dice el Anónimo de Córdoba que exigió dobles tributos á los cristianos10, y aunque de sus palabras no resulta bastante claro si esta duplicación de tributos fué para el fisco, de todos modos es un dato que debe tenerse muy en cuenta.

El mismo autor nos da noticia de una exacción enorme, que podría tomarse como aumento de tributo, pues dice que Abuljatar multó á Atanaildo, sucesor de Teodomiro en 27.000 sueldos11. En los autores árabes no encuentro indicación alguna que se refiera á aumento de tributo.

Los tributos ordinarios, y aun los extraordinarios, hubieran resultado muy tolerables en comparación de las exacciones arbitrarias de los walíes, cuyo cargo era considerado como muy propio para restablecer la fortuna comprometida: la misma palabra empleada en la lengua para expresar el gobierno, nos dice de un modo gráfico cómo era considerada la provincia, que el valí se comía ú ordeñaba como una camella12: á tal punto llegaron las cosas desde los primeros tiempos, que Omar I, en virtud de las quejas de los administrados, reconociendo y pasando por los abusos, dispuso que se tomase nota de lo que los gobernadores poseían al obtener el cargo, y que al regreso entregasen la mitad   —104→   del excedente sobre los gastos de administración. Así vemos á Moawia hacer entrega en la tesorería de Medina de la mitad de lo que había adquirido, quedándole de este modo reconocida la posesión de la otra mitad: subido después al trono, Moawia exige que sus funcionarios sigan la misma práctica; no eran sólo los walíes quienes se enriquecían con indebidas exacciones: los subalternos hacían lo mismo, como podría suponerse aun sin pruebas; así tenemos que se dió el caso de que el gobernador pidiese alguna vez que no se tomasen cuentas á los subalternos, hechuras suyas, y que para evitar estas dificultades, en el Irac se diese el encargo de la recaudación á los señores territoriales persas, de quienes no se hacía tan difícil el no tolerar tantos abusos.

Con referencia á España, sólo en el citado Anónimo de Córdoba encontramos noticia de las exacciones que pudiéramos llamar personales de los emires: en él encontramos datos bastante concretos respecto á la mala é inmoral administración.

Algo de cómo se portara Muza y del castigo que recibió, veremos después: el Anónimo no le acusa de rapiña, sino de crueldades y perfidia; pero si de un modo concreto nada dice de los gobiernos de Muza, Abdelaziz y Ayub bajo este concepto, lo dice indirectamente, al menos por lo que consintieran; ya que dice del emir Alahor que ingresó en el erario las cosas quitadas como tributos á los cristianos pacíficos, y castigó á los moros por los objetos robados13.

Aççamah ó Zama, sucesor de Alahor, nombrado por el piadoso y justiciero Omar II14, ahonda todavía más en la investigación de lo defraudado al tesoro en los años anteriores, pues haciendo el catastro como se le había encargado, averigua los predios, cosas manuales y todo cuanto los árabes conservaban en común de lo robado al principio, y parte lo entrega para que se distribuya por   —105→   suerte entre los soldados, y parte, tanto de lo mueble como de lo inmueble lo adjudica al fisco15.

Lo merecidos é imparciales elogios que de Aççamah ó Zama y de Omar hace el Anónimo, aparecen naturalmente justificados por las indicaciones de los autores árabes, que dan noticia de las órdenes dadas por Omar á Aççamah al encargarle el gobierno de Alandalus, para el cual le nombró por haberse fijado años antes en su religiosidad, al no prestarse, como ocho de sus nueve compañeros, á jurar que en las cantidades llegadas á la corte, de los tributos sobrantes después de los gastos legales, nada había que no se hubiese exigido conforme á derecho16. No carece de importancia este hecho, al parecer insignificante, y el que nada se hiciera por el Califa contra los dos, que, al negarse á atestiguar la legalidad de lo recaudado, indicaban bastante su no legalidad, ya que al ser nombrados para presentar las rentas al Califa debieran ser personajes de categoría, que supieran cómo se hacía la recaudación.

Con la muerte de Omar II desaparecen, como observa el autor, los buenos propósitos de justificación para con los pueblos sometidos á los musulmanes, y si Zama no hubiera muerto en la batalla de Tolosa, pronto hubiera sido sustituído por otro que profesara otras ideas de gobierno.

Reemplazado Zama por Ambaça después de la interinidad de Abderrahmán, el nuevo emir excita con furtivas habilidades algunas ciudades y castillos, y así, exigiendo de los cristianos doblados tributos, se goza en España con los honores17.

Tras el corto é interino gobierno de Odzra, Jahya ben Çalema, gobernador terrible, en expresión del Anónimo, se agita cruel durante casi tres años, y duro de carácter, castiga á los sarracenos (los árabes) y á los moros por las cosas que antes habían   —106→   robado pacíficamente y devuelve muchas á los cristianos18.

Cortos son también los gobiernos de Odaifa, Otmán ben Abu Neça, Alhaitsam, Mohamad ben Abdalá y Abderrahmán (años 110 á 114): luego los cristianos españoles tienen que sufrir casi por cuatro años las exacciones é injusticias de Abdelmélic, quien encontrando la España á pesar de tantas y tan grandes guerras, tan abundante de toda clase de bienes y tan floreciente después de tantos dolores, que pudiera compararse á una granada en Agosto, de tal modo le impone su petulancia casi durante cuatro años, que debilitada poco á poco, queda exhausta y sin esperanza de rehacerse19.

Sucédele Okba, que al decir de los autores árabes, fué justo y religioso, con cuyo juicio está conforme el Anónimo de Córdoba, quien dice de él que castigó á su predecesor y jueces, -que intentó hacer el catastro, y que absteniéndose de todo oculto donativo, á nadie condenó sino por la justicia de su propia ley.

Queda también citado antes el elogio que hace de la conducta de Omar II. No examinaremos la conducta de los sucesores de Omar en el califato; pero debemos hacer mención del califa Hixem ben Abdelmélic, de quien dice que aunque al principio se manifestó bastante justo, dominado después por la avaricia, reunió por medio de sus jefes tantas riquezas en Oriente y Occidente, como nadie había reunido, y por eso las gentes se rebelaron contra él; y efectivamente, durante su califato de veinte años, desde el 105 al 125, estallaron rebeliones en Oriente y Occidente, saliendo á la superficie las gestiones del partido de los Abbaçies, que muy pronto había de concluir con la dinastía Omeyya en Oriente.

Bajo los últimos Omeyyahs, dice el Dr. van Vloten, la corrupción era general: lo primero que hacía un gobernador era encarcelar á su antecesor y á sus hechuras, y poner en libertad á los que a su vez habían sido encarcelados bajo el régimen anterior: Jálid el Quesrí, walí de Irac, sacaba de su cargo 20 millones de dirhemes,   —107→   y la suma de sus malversaciones se calculaba pasar de 100 millones: Yuçuf ben Omar, que le sucedió, le hizo encarcelar con 350 de sus empleados, y tuvo medio de arrancarle más de 70 millones, y esto, como se comprenderá, no sin saberlo el califa Walíd II, sino con su escandalosa connivencia; pues Attabarí nos dice que Yuçuf ben Omar compró del califa Walíd á su antecesor, es decir, que compró el derecho ó mejor dicho, la autorización, de sacarle cuanto dinero pudiese.

Admitida la exactitud de este estado de cosas, se comprende cuál habría de ser la conducta de los gobernadores y demás subalternos de la Administración para arrancar dinero de manos del pueblo conquistado, en especial de las últimas clases. Quien se haya fijado en el modo de ser de la Administración marroquí, comprenderá el estado de los países sometidos al dominio musulmán.

Antes de declarar insolvente á un empleado depuesto, se le sometía á atroces tormentos: ya se le exponía á un sol abrasador, suplicio que se agravaba derramando aceite sobre la víctima, ya se le colgaban piedras al cuello, ó se le obligaba á sostenerse sobre un pie horas enteras: algo de esto se dice que se hizo con Muza.

La conducta de los califas Alwalid y Çuleimán con el conquistador de Alandalus, y que nos parecía inexplicable, se hace comprensible á la luz de las noticias de casos análogos y hasta cierto punto sistemáticos; ya que según esto, los Omeyyahs partían del supuesto de estrujar á los gobernadores, y aún quizá de deponerlos para estrujarlos.

Aunque parezcan fabulosos los tesoros que á Oriente llevara Muza, procedentes de Alandalus, y de su gobierno de Ifriquiya, si tenemos en cuenta las inmensas riquezas acumuladas en la parte Norte de Africa durante las dominaciones romana y bizantina, no parecerán tan exageradas: de Abdalá ben Çaàd el primero de los conquistadores en Africa, dicen algunos autores20, que   —108→   muerto el usurpador Gregorio y saqueada la capital Suffetula, recibió 300 quintales de oro de los rum (bizantinos) por dejarlos en paz.

Respecto á la conducta de Muza las noticias de los autores árabes son contradictorias y por tanto también lo son respecto á la conducta de los califas Walid y Çuleimán, que al parecer se portan con excesiva dureza con el conquistador de España: por ahora nos parece lo más verosímil y aceptable que, acusado Muza ante Alwalid luego de la conquista por sus exacciones, verdaderas ó supuestas, y por haberse adjudicado indebidamente parte del botín, que no le correspondía (ya hemos visto que según una versión, en la toma de Mérida se adjudicó las riquezas y alhajas de las iglesias), fué llamado á Oriente con su émulo y lugarteniente Tárik: -que el califa Alwalid, quizá porque diese como muy creible cuanto de Muza se decía, y estuviese como predipuesto, según la tradición de su familia, á pedir cuentas al depuesto emir, no le recibió bien, y que de acuerdo ó sin acuerdo con Tárik, le quiso probar de un modo terminante que, al menos en lo de la llamada mesa de Salomón, mentía y había obrado mal, atribuyéndose la gloria de haberla encontrado: muerto Alwalid antes de dos meses sin haber tenido tiempo de ultimar el negocio, Çuleimán, sucesor en el califato, se encargó de hacerlo, y le trató cono rigor, so pretexto de haberse portado mal en su gobierno; aunque los autores en general no dejan bien parada la memoria del califa, pues suponen á Çuleimán resentido con Muza por no haberse prestado á hacer durar su viaje unos días más, esperando que en ellos muriese Alwalid, y por tanto fuesen para él los cuantiosos regalos destinados al califa: este hecho parece poco probable, por más que lo refieren muchos historiadores árabes; pues aunque Walid estuviese ya bastante enfermo, no parece que pudiera esperarse su pronto fallecimiento, ya que aún estuvo en estado de poder recibir á Muza y enterarse de las cosas de España, aunque no admitamos el hecho del mal recibimiento, que también indica el Anónimo de Córdoba.

Muerto el califa Walid, le sucede su hermano Çuleimán, que multa á Muza en 100.000 (dinares) y en proporción á los demás jefes, que con él habían llegado de Alandalus, siendo la causa de   —109→   ello el haber llegado á su noticia que se habían adjudicado los hombres del quinto (ó tierras del quinto) sin consultar al califa21. Esta versión, que sólo encontramos en estos términos en el autor de la obra Conquista de España, desconocida hasta hace poco, nos hace sospechar que fueran llamados á dar explicaciones de su no muy correcta conducta, no sólo Muza y Tárik, sello también otros jefes, y la mala conducta de todos nos explicaría algo de la singular previsión de Tárik, al arrancar un pie de la llamada mesa de Salomón, para en su día poderlo presentar como prueba de su aserto, de que él y no Muza, le había encontrado.

También con estas noticias podrá explicarse quizá, el que á pesar del castigo ó contribución, á que fué condenado Muza, siguiera después en regulares relaciones con el califa; pues lo que con él había hecho, nada tenía de particular, y de seguro que no sorprendería al mismo Muza.

Como en supuesta ó verdadera conexión con el castigo de Muza se refiere la conducta del califa Çuleimán con Abdelaziz, muerto, según unos, por orden suya; sin que tuviera conocimiento previo de ello, según otros: cuestión difícil de fijar en cuanto á la intervención del califa, y á las causas que á ello le determinaran, pero que nos parece tiene poca ó ninguna conexión con la suerte de Muza.

Conviniendo el Dr. van Vloten en que el sombrío cuadro de la administración de los Omeyyahs trazado por él no es aplicable á todos los países, ni á todo el período de su dominación, hace sin embargo dos observaciones: 1.ª Que dada la indiferencia de los autores árabes con respecto á los pueblos indígenas, quizá no conocemos la mitad de los sufrimientos á que se les sometía. 2.ª Que los hechos conocidos, aunque incompletamente, y si se quiere, algún tanto aislados, justifican la mala opinión emitida acerca del gobierno de los primeros califas y de los Omeyyahs,   —110→   y confirman el juicio de que la conquista no fué cuestión de propaganda religiosa, sino un pillaje más ó menos sistemático.

Estas palabras del Dr. van Vloten parecerán duras y exageradas á la mayor parte de los lectores, que se habrán formado de Mahoma y del islamismo una idea muy diferente: siempre nos ha parecido un mito lo del fanatismo árabe por la propagación de su religión: encontramos en su historia, fanatismo ó entusiasmo conquistador, no producido, sino ayudado por el espíritu religioso, pero religioso sólo en el sentido de que las creencias musulmanas, de que se va derecho al paraíso el que muere en la guerra santa, hacían y hacen que no tengan temor alguno á la muerte, y que su espíritu belicoso, pero belicoso sólo por el botín, se desarrollara más y más.

En los escritores árabes que hablan de la conquista de Occidente, muy pocas veces hemos encontrado mención de intereses religiosos: de los jefes, y en general de todo el ejército después de una expedición más ó menos larga, se dice que volvieron victoriosos y ricos, que mataron, cautivaron, hicieron mucho botín, destruyeron y volvieron salvos; en la historia de Africa en los primeros tiempos del islamismo y conquista, dos ó tres veces encontramos algún hecho de propaganda religiosa; en la historia de España, nunca22.

Se dirá que los contribuyentes tenían algún medio de librarse de las exigencias del fisco. ¿No podían abandonar sus propiedades y adoptando las creencias musulmanas colocarse de parte de los conquistadores, para de este modo ser partícipes del botín que ellos mismos les habían proporcionado antes? Sí, podían hacerlo, y hay que convenir en que desde el principio la mayor parte de los señores rurales persas tomaron este partido; y no les fué mal, ya que la importancia que tenían en el antiguo régimen, les aseguraba una gran influencia sobre sus antiguos súbditos, simples cultivadores; y gracias á sus conocimientos del país y de sus   —111→   habitantes, consiguieron hacerse conferir empleos lucrativos de la nueva administración; pero la suerte de los simples trabajadores fué muy diferente: su conversión al islamismo no hizo más que producirles una amarga decepción, pues que el orgullo nacional de los árabes conquistadores, y la codicia, que en ellos se desarrolló, ofrecieron un obstáculo insuperable al mejoramiento de la suerte de la raza oprimida, cuya condición social y derechos políticos examina el autor á continuación (páginas 13 y siguientes).

Al aceptar el islamismo, el nuevo musulmán entraba á formar parte de una tribu árabe, en general de la de aquel ante quien había hecho la profesión de fe, tomando el título de maula ó cliente: esta relación de maula en un principio no suponía inferioridad, ni por consiguiente desprecio; pero pronto tomó un carácter diferente y aun opuesto, desde que el número de los clientes aumentó mucho con los nuevos conversos; así que á los clientes se les aplicó el título de Caracteres árabes siervo ó esclavo, y como á estos se les designaba por el prenomen; -no podían contraer matrimonio sin licencia del patrono;- en los ejércitos formaban cuerpo aparte y hasta tenían mezquitas propias, no pudiendo entrar en las de los árabes; nada expresa mejor el desprecio con que eran mirados los clientes, como la sentencia vulgar, de que se hace eco el autor español Aben Abderrabihí, de que «sólo hay tres cosas que anulan la oración, á saber: el contacto de un perro, de un asno y de un maula», y al no indicar el autor que esto se dijera sólo en Oriente, indica que el desprecio de los maulas era general.

Respecto á Alandalus debemos advertir que no recordamos haber encontrado alusión alguna á los puntos tratados en los párrafos anteriores, aunque es muy posible que algo digan los autores y no nos hayamos fijado en ello.

Pudiera suceder que, aunque los maulas como musulmanes nuevos fuesen mal mirados por sus correligionarios, oficialmente fuesen todos iguales ante la administración; pocas noticias se tienen, pero son suficientes para poder juzgar de su triste condición. En el Irac, donde como en Siria y Egipto las tierras habían sido tomadas á viva fuerza, viniendo á ser bienes inalienables del Estado, los colonos siguieron cultivándolas, pero teniendo que pagar   —112→   un impuesto territorial, además del personal que paraban todos los sometidos: al convertirse al islamismo se libraban del impuesto personal, pero no del territorial, y como éste se hiciera muy duro, muchos abandonaban sus tierras para vivir en las poblaciones, mezclados con los conquistadores, sirviendo como estos en el ejército, si se reclamaban sus servicios; llegado este caso, era natural que los clientes se creyesen con iguales derechos que los Musulmanes viejos, y nada tiene de extraño que estos no profesaran las mismas ideas.

La oposición de los dos partidos se manifestó pronto en una insurrección de los descontentos en tiempo de Merwan I (años 64 á 65); habiéndose revelado Mojtar, árabes y persas se unieron á él, pero pronto cambiaron las cosas, pues al ver los árabes que Mojtar concedía igual sueldo á los musulmanes persas, y que el número de estos aumentaba, los árabes le negaron su concurso. Nada exasperaba tanto á los árabes de Cufa como ver que Mojtar concedía á los maulas su parte de botín y le decían: «Nos has tomado nuestros maulas, que son el botín que Alá nos ha destinado con toda esta provincia. Nosotros les hemos dado la libertad, esperando la recompensa de Alá; pero tú no haces caso de ello y los haces partícipes de nuestro botín».

La creencia del destino superior de la raza árabe debía llevar á una negación absoluta de los derechos nuevos, que se creaban constantemente en los países ocupados; el conquistador árabe, cuya misión terminaba con la conversión de los pueblos vencidos, no podía decidirse á abandonar el fruto de sus conquistas.

El número creciente de renegados, cuyo espíritu de rebelión se había manifestado claramente con Mojtar en el Irac, preocupaba al gobierno de Damasco, cuyas rentas disminuían cada vez más en virtud de las numerosas deserciones de la población rural. Para remediar este estado de cosas, fué designado Hachach, enviado como walí por Abdelmélic y después por su sucesor Walid. La política del nuevo gobernador se resume en pocas palabras: las poblaciones del Irac, centro de la oposición de los maulas, debían volver á ser lo que habían sido antes, el cuartel general de las tropas árabes, y los maulas, que habían alimentado la esperanza de igualarse á sus correligionarios, se vieron forzados á   —113→   volver á sus tierras y á pagar el tributo como antes; esto produjo una nueva rebelión, al frente de la cual se puso Abderrahmán Alachat, pero que fué ahogada en sangre por el terrible Hachach, que asoló el país, de modo que durante su gobierno el Irac producía 25 millones, cuando poco antes las rentas llegaban á 120.

En realidad Hachach no era el único, ni quizá el más responsable de la tiranía que hubo de ejercer, pues obraba como gobernador de la corte de Damasco. De aquí que las medidas tomadas por él destruyeron la esperanza, que los clientes y nuevos conversos habían convenido de igualarse á la raza dominadora; de aquí la consecuencia casi inevitable de que el prolongado descontento de la raza oprimida produjera tarde ó temprano la caída de los Omeyyahs, porque el sistema administrativo, que se había implantado bajo su mando, no tenía razón de ser, ya que se fundaba en la dominación de la raza árabe sobre los pueblos conquistados.

Las condiciones en que se desarrolló la conquista y administración del Jorasán, resultan muy parecidas á las del Irac, y como aquí los señores territoriales hicieron en general causa común con los conquistadores, en el Jorasán y regiones del Asia central los pequeños príncipes hicieron lo mismo, por conservar su preponderancia, quedando de hecho como verdaderos señores. De aquí que los efectos fueran los mismos, el mismo despotismo sobre la última clase y el mismo descontento general.

Debió ofrecerse á la consideración da los cultivadores del Jorasán la misma idea que á los del Irac, la de convertirse al islamismo y librarse de la contribución personal; pero esto contrariaba los intereses de los califas, y principalmente los de los gobernadores, ó más bien, perceptores de impuestos y de los príncipes, recaudadores en sus pequeños estados.

Quizá no desempeñó otro papel Artóbas, el hijo de Witiza, de quien dice Aben Hayyan23 que era jefe de los cristianos y recaudador   —114→   del impuesto que estos pagaban. Aben Alcutiya, que es quien más noticias da de Artóbas, no menciona su cargo de recaudador, sino el de haber sido el primer Conde de los cristianos, sus relaciones con Abderrahman I y sus muchas riquezas.

Quizá el haber aceptado el cargo de recaudador, cargo siempre odioso, pudo ser causa de que después se atribuyese á los hijos de Witiza, que los tres quedaron ricos, la traición en el trance de la batalla: los tratos con Tárik pudieron ser muy bien para que les dejase la propiedad de sus bienes, cuya contribución lo mismo ellos que los demás cristianos pagarían al emir ó al Estado, á cuyas pretensiones podía muy bien Tárik acceder, ya que la alternativa impuesta por los musulmanes era la de convertirse al islamismo ó pagar el tributo.

En último término, el mismo Teodomiro en su llamado reino de Orihuela se sometió por el tratado á lo mismo que en un principio debieron de intimarle, á saber: que se hiciera musulmán o se sometiese al tributo personal, como lo hizo; si en el tratado no se hace mención de tributo territorial, es porque éste lo pagaban hasta los musulmanes.

Omar II, quizá el único califa Omeyyah verdaderamente religioso, en cuyos actos pesaban más los intereses del islam que los del fisco, mandó á su gobernador del Jorasán que no se exigiera el tributo á los conversos. Las consecuencias fueron las que podrían esperarse: el número de los conversos aumentó rápidamente, pero en otro tanto disminuyeron los ingresos del erario.

El fracaso financiero fué causa de que el gobierno hiciese como que no creía sincera la conversión y que por lo tanto se exigiesen garantías; se trató de exigir rigurosamente la circuncisión y el conocimiento del Corán; pero todo fué en vano, y fué preciso volver al tributo ó resignarse á perder el fruto de la conquista. El califa parece que se resignaba á esto, y llegó á proponer la evacuación de la Transoxiana, cuya idea no parece haber sido tomada en consideración, y aun parece probable que después de la muerte súbita de Omar, hubo de volverse al tributo para llenar el déficit, pues pronto estalla la guerra contra los árabes, que fueron echados de los campos y hubieron de encerrarse en las fortalezas.

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También pensó Omar II en abandonar la conquista de Alandalus; lo dicen terminantemente varios autores24 y el autor desconocido del Ajbar Machmua se lamenta de que Omar no tuviera tiempo de llevar á cabo su propósito25.

Hubo, años después, nuevas tentativas generosas de transacción en tiempo del califa Hixem ben Abdelmélic, pero siempre tenían que dar el mismo resultado, pues el problema era insoluble por haberse fundado el sistema administrativo bajo la creencia general de los árabes de los primeros tiempos de que el botín permanente de los pueblos sometidos era el fruto legítimo de su entusiasmo por el islam; por el contrario, los no árabes, que perteneciendo á los pueblos sometidos, habían aceptado el islamismo por uno ú otro motivo, no podían conformarse con la idea del privilegio, si no se les hacía partícipes de él, y como el privilegio deja de ser tal, si se extiende á todos, de aquí la insolubilidad del problema, que había que plantear de otro modo.

En realidad ésta fué la misión de las sectas musulmanas, que aparecieron en Oriente desde los primeros tiempos, y cuyas tendencias ó transformaciones se notan mejor ó se dan á conocer en el Jorasán y en el Irac; pues en las sublevaciones, de que ligeramente hemos hecho indicación, y el autor estudia detalladamente, intervienen de un modo ó de otro los adeptos ó propagadores de las nuevas doctrinas, cuyo papel en estas luchas sería largo y muy difícil de determinar, pues para esto habría necesidad de copiar gran parte del trabajo del Dr. van Vloten.

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Además de los partidarios de la dinastía de los Omeyyahs, que para la mayoría de los árabes de su tiempo representaba el partido del orden y del islam, hay que tener en cuenta la existencia de tres sectas, cuya influencia no deja de tener importancia en los sucesos políticos de los primeros tiempos hasta la caída de los Omeyyahs y aun bastante después.

1.º El partido medinés ó de los ansaríes (defensores de Mahoma),, que perteneciendo á la raza yemení de los árabes, consideraban el advenimiento de los Omeyyahs al califato como una victoria obtenida contra ellos por sus antiguos enemigos paganos y modharies de la Meca. Este partido desaparece luego como tal, y sólo queda de él la antipatía ó antagonismo de tribu.

2.º El partido xiita, legitimistas, acérrimos defensores de los derechos atribuidos á la familia del profeta, principalmente del califato de Alí y de sus descendientes; partido que debió de tener adeptos en España, ó que al menos se adhieren á él, cuando alguien sabe explotar esta idea.

3.º El partido jarichi, ó que podríamos llamar republicanos, que algún autor moderno asimila á los calvinistas: los jarichíes querían que el califato fuese electivo entre los más dignos, sin atender al origen del individuo: éste era el partido más intransigente y sigue siéndolo.

La época árabe de la lucha de estas facciones termina en el califato de Abdelmélic (años 65 á 66). Después del período de las conquistas, los antiguos partidos, menos los ansaríes, que desaparecen como partido, entran de nuevo en lucha, pero tomando el aspecto social y religioso al mismo tiempo; desde Omar II (años 100 á 101), los jarichíes se hacen los defensores de los pobres y oprimidos, maldiciendo á los tiranos é impíos: parece que la mayor parte de los pueblos subyugados, que se habían convertido al islamismo, aceptaron las doctrinas de los jarichíes, ó al menos resultó que todas las protestas contra la tiranía del gobierno de los Omeyyahs enarbolan la bandera jarichí, lo mismo en Africa que en el Yemen.

Los jarichíes tuvieron en Alandalus gran importancia, pues que los bereberes de Africa y España fueron siempre partidarios de estas doctrinas. En el periodo de que trata el Dr. van Vloten,   —117→   sólo vemos que tales doctrinas tuvieran influencia manifiesta en la sublevación general de los bereberes en tiempo de Okba (años 111 á 123) cuya sublevación, sea dicho de paso, no puede atribuirse, como se hace de ordinario, al resentimiento que tuvieran los bereberes por habérseles adjudicado las peores tierras, siendo ellos en realidad los verdaderos conquistadores: se habían instalado en puntos buenos y malos; distritos importantes de Andalucia estaban poblados en masa por bereberes, y no fueron los últimos en rebelarse. Al hacerlo en tiempo de Okba, no hacían más que seguir el movimiento iniciado en Africa por sus hermanos.

En realidad, ya antes de la sublevación general en Africa y en Alandalus del año 117, hubo algún movimiento que casi podríamos asegurar que, al menos en su predisposición, obedece al influjo de las mismas doctrinas. Ya en el año 113 se subleva en la Cerretania, aliándose con el conde Eudón, el muro ó bereber Munuza, del cual sabemos muy poco, pero el Anónimo de Córdoba nos dice de él, que al saber que en los límites de la Libia eran oprimidos los suyos, haciendo paz con los francos se prepara contra los sarracenos de España, se subleva y muere en la demanda de un modo trágico, que no es del caso recordar aquí26.

En tiempos posteriores varias veces sale á la superficie en España la influencia de las doctrinas jarichíes; y de algún descendiente de D. Julián consta por Aben Alfaradhí, que introdujo en España los libros del Irac, que sospechamos fuesen los de los jarichíes27.

Creo haber puesto de manifiesto con lo dicho que el trabajo histórico remitido á nuestra Academia por el Dr. G. van Vloten, es muy digno de aprecio; y aunque parece por el título que ninguna conexión tiene con nuestra historia, la tiene y grande; muchas de sus ideas habrán de ser tenidas muy en cuenta por los que estudien la historia árabe de España en su primer período y aun en periodos posteriores: cuantos hayan de tratar de los árabes   —118→   de la propagación del islamismo bajo el punto de vista de la Historia Universal, podrán sacar no poco provecho de la lectura del trabajo, Recherches sur la Domination arabe, le Chiisme, et les Croyances messianiques sous le khalifat des Omayades28.





Madrid, 11 de Enero de 1895.



 
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