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11

Cfr. Roberto Arlt, Las Aguafuertes porteñas. Buenos Aires: Losada, 1991, 141 a 144.

 

12

Agrega Piglia: «La versión escolar de esta frase es ya, también, un texto de Sarmiento: "Bárbaros, las ideas no se matan"». Cfr. «Notas sobre Facundo», en Punto de vista, año 3, n.º 8, marzo-junio 1980, 15 a 18.

 

13

El juicio de los hombres cultos de la «culta Buenos Aires» rápidamente pone en evidencia su desprolijidad. La voz de Echeverría -que regula la estética romántica- es lapidaria: en la Ojeada sobre el movimiento intelectual en el Plata desde el año 37, aunque alaba en general los escritos de Sarmiento, escribe que el aspecto biográfico e histórico le parece «poco dogmático». En una carta a Alberdi, cuatro años después, agrega: «en la obra se destacan las lucubraciones fantásticas, descripciones y raudal de cháchara infecunda». También Alberdi en esa oportunidad reconoce el talento del autor pero critica las falsificaciones del libro que eran símbolo de la «barbarie letrada». El mismo Echeverría, en una carta a fines de 1845, caracteriza los ataques ideológicos desde la prensa como «un charlatanismo supino... que sólo merece chufla y menosprecio». Fuera de la ley, al margen del canon, en contra del dogma, por lo tanto invalidado para la entrada al mundo civilizado. Tal vez, es éste un posible origen que arma la genealogía de los que corrigen a Sarmiento, línea que llega a extremos, a absurdos como el de Florencio Varela que confiesa haber aceptado el Facundo sólo después de haber escuchado los elogios vertidos por un almirante francés en Montevideo.

Las Quillotanas participan de esa genealogía. Alberdi, obviamente, se apoya en la Ley dictada, sanciona a los «gauchos de la prensa» y define su literatura: «El escritor de este género se distingue por su amor campestre a la independencia de toda autoridad, a la indisciplina. Detesta el yugo de la lógica».

 

14

Cfr. George Steiner, Después de Babel, México: Fondo de Cultura Económica, 1980, 44.

 

15

«Nada teme más el hombre que ser tocado por lo desconocido. Desea saber quién es el que le agarra; le quiere reconocer o, al menos, poder clasificar. El hombre elude siempre el contacto con lo extraño». Así explica Canetti el origen de la masa como inversión del temor de ser tocado. Elías Canetti, Masa y poder. Madrid: Alianza/Muchnik, 1983, 9.

 

16

Cfr. David Peña, Juan Facundo Quiroga. Buenos Aires: Imprenta y Casa Editora de Coni Hermanos, 1907. Dice Peña: «Este episodio, con tanta sencillez revelado por su amigo, es desfigurado dramáticamente por el autor del Facundo en dos pasajes que señalan y entremezclan la soldadesca y los mazorqueros [...]. En una nota a pie de página agrega: "De tal modo diverge el relato de Sarmiento del de Hudson, en este idéntico episodio, que adrede quiero ponerlos frente a frente para que los compare el lector"», 17.

 

17

Op. cit., 1.

 

18

Rodolfo Walsh lo explica claramente en el Prólogo: «No sé qué es lo que consigue atraerme en esa historia difusa, lejana, erizada de improbabilidades», Operación masacre, Buenos Aires: Planeta, 1994, 19.

 

19

Dice Calvino: «Bastaba la fugaz llamada a la Musa, una invocación que era también un adiós, un gesto de complicidad con la multitud de héroes, con la infinidad de tramas». Cfr. Italo Calvino, «El arte de empezar y el arte de acabar», en Seis propuestas para el próximo milenio. Madrid: Siruela, 1988.

 

20

Karl Marx, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires: Need, 1998, 13.