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Margo Glantz: origen y discurso en el siglo XVI



Cuando estaban próximos a cumplirse los quinientos años de la llegada de los europeos al Nuevo Mundo, y puesto en el debate el nombre que se le debería dar a esta celebración: «descubrimiento», «encuentro» o «apoderamiento», surgió entre los estudiosos de los escritos virreinales el propósito de volver a nombrar, desde nuevas y distintas perspectivas, el discurso primigenio surgido ante la realidad inédita que se presentó a los azorados ojos de los europeos, en especial de los españoles. Como es bien sabido, este suceso convocó a una gran cantidad de especialistas que se reunieron en numerosos coloquios y congresos.

De entre la muy diversa, amplia y rica producción ensayística de Margo Glantz, quisiera destacar dos trabajos. Uno se centra en Bartolomé de las Casas y el otro tiene como tema central a Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Ambos, y desde muy diversos puntos de vista, me parecen notables. Aunque son de índole distinta, coinciden, sin embargo, en algunos de sus tópicos vertebrales como son el cuestionamiento moral de los diferentes actores de la Conquista; el estadio de racionalidad e irracionalidad en que indios y españoles se encontraban, y las controvertidas miradas de alteridad que la empresa planteó a los protagonistas «salvajes» o «civilizados» que en ella se confrontaron. Todo ello, sin incluir al gran e inevitable personaje que irrumpe en el discurso de tema americano y que, a lo largo de cinco siglos, sigue siendo carta de identidad literaria e histórica cuando de significar América se trata: me refiero a la naturaleza, que pasmó con su ilimitada desproporción al europeo, al que en múltiples ocasiones derrotó con más implacable eficacia que las primitivas armas de los naturales.

En torno al Nuevo Mundo fue el nombre del congreso con el que la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM conmemoró el quinto centenario del -después, y ante la controversia entre distinguidos historiadores, llamado por alguno de ellos- «encontronazo» de dos mundos. De las memorias surgidas de este interesante y controversial coloquio, deseo abocarme al texto de Margo Glantz intitulado: «Las Casas, la literalidad de lo irracional».

Ante la denominación colonialista que los encomenderos hacen de los indígenas como «bárbaros», la autora declara: «Bien sabemos que esta incapacidad de reconocer al otro o reconocerlo como inferior es también una de las constantes de la conquista»1. Bartolomé de las Casas, obsesivo defensor de los naturales y poseedor de una sólida cultura jurídica y humanista, plantea la constante preocupación de una inédita y por ende diferente percepción del «otro». Algunos tópicos que enlazan este luminoso ensayo de Glantz con el que escribe acerca de Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y del cual hablaré después, son precisamente el de la irracionalidad y el de la desnudez como dos de sus manifestaciones más patentes. Esta última hace vulnerables a los indígenas para que sus cuerpos sean destrozados y les confiere ante los soldados españoles una naturaleza bestial. La concepción arrogante que los soldados demuestran hacia la inferioridad de los aborígenes les otorga una equívoca idea que justifica su destrucción. Como asevera la autora, para los conquistadores: «Su irracionalidad es evidente; su esclavización natural; su destrucción apenas lamentable; su mansedumbre incita al sadismo»2. Esta situación de víctimas ante la ferocidad de los conquistadores hace que, como señala agudamente la ensayista, Las Casas, en un rasgo de idealización casi hagiográfica, los perciba como auténticos «mártires del Cristianismo»3.

Otro vínculo entre este estudio y el que trata sobre Cabeza de Vaca es el argumento que se plantea ante la inversión de situaciones: la inferioridad en la que las circunstancias pueden relegar a los depredadores españoles. Son ahora los indios los que atacan a los conquistadores y los roles se invierten; como expresa Margo: «las ovejas se han convertido en lobos. Las comparaciones con animales que los españoles utilizan para referirse a los indios vuelven a emplearse aquí, sólo que referidas a los propios españoles. [...] Ahora les toca a ellos salir corriendo como si fueran venados cercados»4. El hecho de que los indígenas reaccionen belicosamente ante los conquistadores no sólo le parece al dominico un acto de justicia, sino que les otorga igualdad ante los peninsulares. Las Casas, como asienta Margo, «formula una de sus más importantes ideas»5 cuando postula el derecho natural que asiste a los indígenas para defenderse de sus agresores, al tiempo que les confiere una importante legalidad e igualdad históricas, idéntica a la que poseen los europeos. Éste es precisamente uno de los argumentos que fray Bartolomé desarrolla en cuanto al derecho que asiste a los naturales para emprender la guerra justa contra los conquistadores.

Líneas arriba comenté la importancia que la naturaleza americana adquiere en los cronistas como fuerza incontrolable que, por medio de sus elementos: fuego tierra y agua, principalmente, deja inerme a la condición humana ante su poder e iguala a aquellos que simulaban una aparente superioridad. Como indica la autora, una de las líneas temáticas más importantes es cómo la racionalidad se menoscaba al contacto con lo natural que actúa no sólo como rasero que iguala a los hombres de ambos continentes, sino que encierra una justicia trágica y por ende poética, que castiga la soberbia, el pecado de hybris de los conquistadores. La acción inclemente de los animales y de los elementos se explicita en la crudeza del relato de Las Casas, quien describe cómo los soldados sucumben ante el hambre, las enfermedades, los naufragios, ante los insectos que devoran sus cuerpos y dejan atrás las «virtudes superiores» que les confiere la racionalidad en un estado de civilización. Es así que los conquistadores no sólo lindan con la irracionalidad, mas, como asienta la investigadora, ante la complacencia del adversario de Ginés de Sepúlveda, los «superiores» se igualan con los «inferiores»: «La humanidad es una sola, como quería Las Casas, y en esta exacta correspondencia de racionalidad-irracionalidad, el padre dominico ha rascado hasta el fondo de la médula. Los que hacían morir, los denigradores del cuerpo de los otros, van por su propio pie al moridero»6. Es así como Margo Glantz manifiesta que la magna obra de Bartolomé de las Casas no sólo licita la entrada del hombre americano y de la naturaleza al ámbito amplio de la historia moderna, sino que su obra es, ante todo, la expresión del mejor y más generoso humanismo filosófico del Renacimiento español.

Ante la ya comentada polémica que las crónicas de Indias siempre suscitan, en 1993, en la colección Los Noventa, se publicó un libro de gran importancia para el estudio de uno de los más alucinantes escritores de este género -si no es que el más-: Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien en su épico, prolongado y desventurado viaje, toca las más diversas y asombrosas situaciones límite que un europeo pueda vivir, dándoles la espalda a los lineamientos de la cultura y de la civilización occidentales. Nuestra querida maestra coordinó este volumen monográfico sobre el extraviado e infeliz náufrago, el cual ostenta el título Notas y comentarios sobre Álvar Núñez Cabeza de Vaca. Dentro de este libro, que reunió a los más destacados especialistas sobre el autor, Margo incluye un ensayo en el que considero que la investigadora sigue de manera impecable las constantes que siempre se admiran en sus trabajos: una concienzuda, reflexiva, a la vez que creativa lectura crítica del texto a analizar, así como la inclusión de una amplia y actualizada bibliografía interdisciplinaria que conjunta las más variadas e incluso antagónicas posturas acerca del tema y del autor. Su extenso y profundo estudio ostenta un sugerente e incitante título: «El cuerpo inscrito y el texto escrito o la desnudez como naufragio»7.

Es bien sabido que para la ensayista el cuerpo y la escritura que de él y en él se plasma son una constante tanto en sus textos críticos como en su obra de creación. El cuerpo posee su propia elocuencia y es un campo semántico en el que se inscriben los más diversos signos que ubican al ser humano y lo designan en sus más cotidianas o insólitas acepciones.

En el escrito que nos ocupa, al igual que en el ensayo sobre Las Casas, se plantea la desnudez como estado extremo de civilización y barbarie. Desde la óptica de los naturales, la carencia de vestido es parte integral de su ámbito natural, el cual no deja de estar asociado con el remoto tiempo del origen. Para el hombre civilizado la desnudez implica el despojo de su estadio de cultura. Señala la autora:

Quizá Naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca sea la obra que mejor delimite ese tipo de infortunio en su doble proyección utópica y realista. Libro ejemplar, relata el increíble esfuerzo que el protagonista hizo por sobrevivir -junto con tres compañeros- durante los interminables diez años en que, como él mismo dice, «por muchas y muy extrañas tierras anduve perdido».8



Después de la errática expedición comandada por Pánfilo de Narváez en 1527, perdidos en un territorio hostil al extremo, asumen la situación límite de su estado cuando se encuentran desnudos como nacieron, en condiciones precarias e infrahumanas. Como expresa la investigadora: «El temido y despreciado estado de salvajismo-simbolizado por la desnudez, privilegiado por la utopía y rechazado por la civilización- se ha vuelto de golpe parte de su cuerpo y, literalmente, cuero de su cuero»9.

La brevedad magistral del libro de Cabeza de Vaca se contrapone al engañoso propósito anti retórico de Gonzalo Fernández de Oviedo, quien simula una desnudez engañosa en su prolija Historia natural y general de las Indias, uno de los grandes compendios que sobre el Nuevo Mundo se escribieron. Cabeza de Vaca es esencial en su concisión, en la que, al igual que en su precario cuerpo, se inscriben los signos básicos de su sobrevivencia. Esto no significa que su narración carezca de retórica, pues la elabora desde los elementos radicales de su experiencia y de su condición y situación extremas. Acertadamente, Margo declara: «Las carencias, los despojos, y sobre todo los silencios de la relación, se superan utilizando hipérboles, las comparaciones negativas, reiteraciones manejadas con constancia ejemplar y hasta simétrica. [...] El texto estructura así la desnudez: limita, abrevia e intensifica»10.

La propuesta de Glantz, audaz y exacta al mismo tiempo, es que el cuerpo, así como la escritura grabada en él, se vuelven un palimpsesto en el que, al igual que en un manuscrito antiguo, se escribe y se borra un discurso para, progresivamente, inscribir otro en las inagotables vivencias que el náufrago inscribe en su cuerpo a manera de pergamino que cambia de piel constantemente, de acuerdo con las coordenadas de civilización o barbarie que experimenta en su infausta odisea. Tal es el caso de la consideración que sobre el tiempo se presenta. El calendario occidental con su rango de consignación del tiempo cronológico o ritual se sustituye por una temporalidad intuitiva en la que rige el instinto de conservación, un calendario natural que se determina por los ciclos nutricios y por la posibilidad de sobrevivencia, como es el caso de la pulverización de la comida.

Es necesario asentar que en la narración se plasma constantemente la misión providencialista que Álvar Núñez reitera en cuanto a su servicio a Dios y al rey de España. Nunca, ni en los momentos más precarios de su infortunio, desaparece su confianza en el Altísimo. Como ejemplo citemos el inicio del capítulo XXIII: «Después que comimos los perros, paresciéndonos que teníamos algún esfuerzo para poder ir a delante, encomendándonos a Dios Nuestro Señor para que nos guiase, nos despedimos de aquellos indios y ellos nos encaminaron a otros de su lengua que estaban cerca de allí»11.

Entre las capacidades que los naturales le confieren y de la que él saca amplia ventaja, está la de chamán, con la que alcanza prestigio y celebridad entre los indígenas. Realiza las curaciones «santiguando» a los enfermos, y a cambio recibe el más preciado de los beneficios: alimento para su casi transparente cuerpo. Su fe no sólo le permite realizar hazañas taumatúrgicas prodigiosas, sino que lo rescata de la degradación y plantea una serie de analogías entre el protagonista y el Salvador. Al respecto nos descubre la investigadora: «como el propio Cristo, se sumerge primero en el agua; de los varios ríos que menciona Cabeza de Vaca, sólo nombra uno con el sintomático nombre de Espíritu Santo»12.

Al referir los incontables sufrimientos físicos que padece el protagonista, la ensayista declara acertadamente:

El texto proporciona abundantes datos para verificar las comparaciones esbozadas: las espinas, las cruces, las llagas, los malos tratos, la sangre, el sufrimiento corporal y su paralelismo con los sufrimientos del Redentor: la pasión como camino de la redención -la imitación de Cristo-, las marcas corporales como signos de una hagiografía.13



Para concluir con el comentario sobre este magnífico estudio que Margo realizó de Naufragios, quisiera evocar uno de los pasajes más provocativos y fascinantes de la obra de Cabeza de Vaca, y de los más analizados por la crítica. Me refiero al capítulo XXII, en el que aparece ese ser monstruoso designado por el cronista como «Mala Cosa», ente híbrido y hermafrodita, pues por un lado «era pequeño de cuerpo y tenía barbas, aunque nunca claramente le pudieron ver el rostro»14; asimismo, en otras ocasiones «aparecía entre ellos en hábito de mujer unas veces, y otras como hombre»15,

Sobre la presencia de este ser indefinido, expresa acertadamente Margo:

Esta imagen podría desdoblarse y participar de dos visiones simultáneas, la que los europeos transculturados tienen de su propia figura y la de la extrañeza que causa en los indígenas la proliferación de cabellos en la cara de los sobrevivientes y los juegos con los que los torturan (apalearlos, abofetearlos, y pelarles las barbas y dejarlos por ellos desnudos de raíz).16



La ensayista, sin embargo, no descarta que Mala Cosa sea producto de una alucinación.

Después de las múltiples vicisitudes narradas, el náufrago es rescatado y, a pesar de encontrarse en la civilización, y de que él y sus compañeros reciben ropas de Nuño de Guzmán; el cruel conquistador de la Nueva Galicia expresa lo siguiente: «Y llegados en Compostela, el gobernador nos recibió muy bien y de lo que tenía nos dio de vestir, lo cual yo por muchos días no pude traer, ni podíamos dormir sino en el suelo»17.

Quisiera terminar este ensayo con las concluyentes palabras de Margo que revelan y descubren a la perfección el discurso todo de Cabeza de Vaca:

Álvar Núñez ha vuelto al punto de partida, sí, pero sólo imperfectamente porque su cuerpo «ha sacado señal». Las marcas son indelebles, han sido trabajadas por otras lenguas y otras escrituras, las de la horadación, el embijado, el tatuaje, la intemperie y el hambre, inscripciones que, al organizar el palimpsesto -la superposición de discursos y la ambigüedad social y sexual- lo hacen indestructible.18







 
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