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Es una investigación llevada a cabo dentro del proyecto Análisis de la Literatura Ilustrada del Siglo XIX (2012-2014) financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (Referencia: FFI20H -26761).

 

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Precisamente algunos investigadores han apuntado que en el tránsito entre lo popular y lo culto el costumbrismo representa un eslabón esencial (Martínez Arnaldos, 1996: 118).

 

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Para intentar superar esa supremacía de la literatura sobre la oralidad Gaston París ya propuso la necesidad de un nuevo término para referirse a las producciones orales, lo que cristalizaría en el término oratura empleado por los lingüistas y escritores africanos Pio Zimuru y Micere Mugo.

 

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Sobre este asunto consultar Díaz Viana, 1995.

 

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Esta tarea de recopilación de cuentos por parte de los narradores decimonónicos estudiada por Montserrat Amores (Amores, 1994) se continuó con la introducción de estos más o menos manipulados literariamente dentro de sus propias narraciones. El mayor o menor respeto por la tradición oral a la hora de recoger esos textos o algunos de sus elementos provenía de la concepción de esa tradición que tuviera el escritor y basculaba entre la reinvención casi total del material oral porque se hacía prevalecer la originalidad y la voluntad artística del creador individual sobre el espíritu del pueblo y la supuesta fidelidad de lo recreado al material tradicional (Amores, 1994: 171-182).

 

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Sobre la labor de Fernán Caballero como folklorista ver Amores, 2001.

 

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El interés de Valera por la recolección del cuento popular queda de manifiesto en diversas ocasiones, por ejemplo en este prólogo a Una docena de cuentos indica el escritor de Cabra: «mientras que en casi todos los demás países se recogen todos los cuentos con el más cuidadoso esmero y hasta con veneración religiosa, aquí, por desdicha, dejamos que se pierdan o que se olviden» (Valera, VIII).

 

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En este texto, una voz narrativa en primera persona relata las peleas callejeras de un grupo de muchachos e indica que «a duras penas los puse en orden y en silencio, contándoles, entre otros, el cuento de Alí-Babá, o sea el de Los cuarenta ladrones exterminados por una esclava. Cuando los vi más hechizados con los recuerdos del tesoro, que yo les había descrito a mi manera, de la caverna misteriosa que franqueaba sus puertas a la mágica frase de ¡Sésamo, ábrete! propuse la paz entre los dos enemistados camaradas» (pág. 349). Se presenta en el texto anterior la voz de un relator que probablemente conoce el cuento a partir de una fuente escrita, que alude a sus propias estrategias como narrador y que no recoge más que una frase del cuento.

 

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Este relato fue publicado por vez primera en la Revista de España, el 31 de octubre de 1869.

 

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«De hecho, según Zumthor, en las producciones artísticas orales se pueden distinguir tres niveles, correspondientes a la obra, el poema y el texto (Zumthor, P. 1991: 83). La obra coincide con la totalidad de los factores de performance, texto, ritmos, sonoridades, elementos visuales y gestuales, a los que hay que añadir las reacciones del público e incluso las condiciones en las que se desarrolla la transmisión. El poema en cambio representa el conjunto del texto y la voz que le da cuerpo, intensidad, ritmo, tonalidad, etc. El texto es el nivel más pobre y se limita a la secuencia lingüística auditivamente percibida» (Sanfilippo, 2007: 75).