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Silbidos de un vago (La República del 31-10-1882)

Augusto Belín Sarmiento

Claude Cymerman (Comp.)

Manuel Prendes Guardiola





Va extinguiéndose ya el bullicio y el escándalo removidos por un vago, y uno que no es vago puede permitirse ahora filosofar un poco sobre aquellos estridentes silbidos que en los primeros momentos nos desgarraban los tímpanos.

Filosofar es nuestra palabra, porque la cosa no da lugar para admirar, ni aun para indignarse mucho. El nihil admirari es el lema de actualidad para el hombre sensato, y tragarse todo entusiasmo y toda noble indignación una necesidad para quien no quiere arrojar margaritas ante porcos.

Si el título de vago no bastara para reclamar una indulgencia relativa, porque ¿qué puede esperarse de un vago? -¿no es la ociosidad la madre de todos los vicios?-, bastaría para reprimir toda indignación intempestiva, observar que el más provechoso empleo que pueda hacerse de la inteligencia es aplicarla a indagar con calma y mediante una sola causa natural, o mediante una serie lógica de causas naturales, todo aquello que asombra, irrita, escandaliza, enfada, impacienta o entristece a los espíritus irreflexivos.

Todo hecho en este mundo sublunar tiene su causa, y todo escrito es un hecho de que basta buscar sin enceguecimiento el origen en las costumbres, en las ideas y en los gustos de la sociedad que lo ha producido, y también en el temperamento, vida y milagros del autor que le ha impreso su sello peculiar, para dar con su alcance verdadero y desprender útiles reflexiones.

Para juzgar del mérito intrínseco del libro en cuestión, sería fuera de propósito, sin duda, invocar teorías literarias, ni siquiera las que profesan hombres discretos desprendidos de todo dogmatismo de escuela, y para cuyos sentimientos son lindas todas las lindas flores y hermosas todas las hermosas mujeres, cada una en su distinto género. No, las categorías estéticas se hallarían muy desorientadas si por la fuerza se les arrastrara en tales berenjenales.

Somos casi de la opinión de Boileau, cuando dice, que todos los géneros son buenos, menos el género fastidioso, y sin mucho temor de pasar por adoradores del éxito, creemos que la mejor piedra de toque para ensayar el verdadero quilate de las damas ligeras y de los libros ligeros, es averiguar si son interesantes y si verdaderamente interesan.

«¡Uno más de nuestra opinión!», exclamará alguno de los mil lectores de los Silbidos. Qué prueba más concluyente: el interés que ha despertado un libro leído y comentado por toda la sociedad.

Es verdad; pero vamos por partes. ¿Qué categoría de lectores obtienen esas obras? Y aun sin averiguarlo, es permitido preguntar si tales lectores vuelven a leer, y por cuánto tiempo les dura el sabor de su lectura.

Irritar la curiosidad es una cosa y otra excitar el interés por un libro. Formarse un público numeroso de lectores es una cosa y otra contentar al verdadero lector, aquel cuya opinión vale algo y cuyos juicios permanecen.

Sí pues; el éxito más ruidoso y la curiosidad excitada de todo un público -«Combien de sots faut-il pourformer un public?»- no bastan, si no se consigue la aprobación de aquellas personas discretas que no leen solamente por ociosidad, por curiosidad y por amor al escándalo, pero que leen como artistas y hombres de un gusto ejercitado en el comercio habitual con las obras culminantes del espíritu humano.

¿Obtendrán tan valiosa aprobación los Silbidos de un vago? Séanos permitido ponerlo en duda. Con silbidos tan estridentes y desentonados como los del estrambótico órgano a vapor de la Compañía Cooper y Bayley, cuyo solo recuerdo produce todavía calambres en los que habitaron los alrededores del Jardín Florida, será difícil satisfacer oídos acostumbrados a los apasionados acentos de Raúl y Valentina, a la solemne y profunda armonía de la Sinfonía heroica, o a la luminosa y sonriente melodía de Guillermo Tell.

No cabe duda de que debe hacerse una concesión a todo escritor, y es la de tenerle en cuenta el temperamento que le es propio, y si hubiera alguno tan enviciado como para satisfacer los instintos groseros, y los malsanos apetitos de la bestia humana desatada, y complacerse sin asco en verla revolcarse, estará tal vez en su derecho; y sólo al moralista le pertenecería juzgarlo y al sentimiento íntimo de honradez de cada uno condenarlo; pero tendríamos el derecho nosotros de apartarnos del repugnante espectáculo y decir: ¡ése no es de los nuestros!

No es éste el caso precisamente del libro que nos ocupa; pero sus no disimuladas pretensiones a la crítica moral de la sociedad, la amargura de sus ataques, las delicadezas de sentimientos superiores continuamente invocadas y con mayor frecuencia violadas, lo ponen en el caso de ser mirado bajo el punto de vista que fatalmente se impone al examinar toda obra humana: el de considerar detrás de toda palabra al que la pronuncia, y detrás de un escritor, al hombre.

De nada nos valdrían las indiscreciones de los diarios, poniéndole un nombre propio a nuestro vago, y sería de muy poco provecho el saber que tenga casa con techo de vidrio y que se ha escabullido de la escena, tomando en callandito el primer vapor que lo conduzca a mundos mejores, dejando al público y también a sus amigos famélicos lo que ha llamado un Potpourri, sin mucha necesidad de decirlo en francés, puesto que una olla-podrida puede ser tan olla y tan podrida en castellano como en cualquiera otra lengua. El hombre que el libro mismo revela, es el único, pues, que pertenezca al lector.

Una balata de Schiller nos presenta al poeta que llega demasiado tarde al reparto de los bienes de la tierra; mientras los variados lotes son distribuidos entre tantos agraciados, el meditabundo soñador está ocupado en contemplar la faz augusta de Júpiter y ese ceño que hace temblar al universo. Si los bienes de este mundo le faltaran, quédale el cielo para su consuelo.

Nuestro vago está en su puesto a la hora del reparto, y no es olvidado. Cábele en lote la posición social y los halagos de la vida de mundo; nace con una inteligencia viva y un corazón abierto a las nobles aspiraciones; no le escasea la instrucción que se recibe de los maestros ni la que desarrollan los viajes; posee, por fin, sin haber descendido a la lucha para conquistarla, una fortuna que le permite realizar lo que otros sueñan.

Aparece en la escena, hermoso, simpático, rico, rebosante de talento -él mismo lo dice, y no se ha calumniado-, y sus primeros pasos son verdaderos triunfos. En esa aurora, ¡cuántas esperanzas! ¡Cuánta gloria en ese porvenir!


L'amour en l'approchant jure d'étre éternel;
Le hasard pense à lui; la sainte poésie
Retourne en souriant sa coupe d'ambroisie
Sur ses cheveux plus doux et plus blonds que le miel.



¿Qué porvenir pudo pronosticarse a este favorito de las hadas?

Ahí lo tenéis. Es el presente ahora y se reduce a los silbidos de un vago.

La crónica escandalosa era en los tiempos coloniales la única gacetilla y diario para las ciudades, y los locutorios de los monasterios la oficina de difusión de chismes y cuentos; a las diez de la mañana se sabía allí cuánta ocurrencia escandalosa había tenido lugar en la noche y más que de los santos la vida y milagros del prójimo.

La prensa que sucedió al locutorio no ha desempeñado todas sus funciones, sino cuando ha encontrado órganos acreditados para el intercambio y difusión de difamaciones.

Resulta ahora que la prensa no basta y son libros lo que se escribe, para satisfacer la curiosidad malsana y llenar los vacíos de una vida sin emociones, con la murmuración, la mentira o la triste verdad, aunque maligna y aderezada y condimentada por manos hábiles.

Dice La Bruyère que cuando una lectura os eleva el espíritu y os inspira sentimientos nobles y abnegados, no busquéis otra regla para juzgar la obra: es buena y de mano maestra.

Pero si una lectura nos deja un sabor amargo, y la impresión de acritud de un injustificable despecho, que aja y marchita las delicadezas que hacen soportable la vida, si el autor se muestra brillante, festivo y superficial, pero bilioso y escéptico y no despierta una sola idea nueva, ni un sentimiento profundo, ¿qué juicio debe formarse de ese libro?





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