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51

Cf. Leo Spitzer, Arrequín, «Revista Filología Hispánica», VII, 1945, p. 251.

 

52

Cf. Juan Corominas, Arrequín, ibídem, VI, 1944, p. 166.

 

53

Datos del artículo citado en la nota anterior.

 

54

Añádanse nuevas documentaciones en A. Echeverría y Reyes, Voces industriales salvadoreñas (1929), s. v.; Lisandro Alvarado, Glosario del bajo español en Venezuela, II. Caracas, 1955, y Francisco Guerra Navarro, Contribución al léxico popular de Gran Canaria. Madrid, 1965, pp. 56 y 563, y Francisco Navarro y Fausto Calero, Vocabulario de Fuerteventura («Revista Dialectología y Tradiciones Populares», XXI, 1965, p. 135). La exposición de datos más completa que conozca es la de Juan Miguel Dihigo, Léxico cubano, I. La Habana, 1928, s. v. En el Suplemento de 1942, Malaret dice que la voz es conocida en Perú y como «arrimadizo, persona que no se separa de otra», en Colombia. La influencia de ¡arre! fue señalada ya por C. Suárez en su Vocabulario cubano (La Habana, 1921, s. v. arriquín).

 

55

Vid. Dihigo, Léx. cubano, I, pp. 329 y 317; F. Ortiz, Un catauro de cubanismos. La Habana, 1923, p. 90.

 

56

Tesoro de la lengua castellana o española (edic. M. de Riquer). Barcelona, 1943, p. 145. En el Diccionario Universal de la lengua castellana, de Nicolás María Serrano (Madrid, 1879), arnequín en la acepción de «arlequín, maniquí» es voz anticuada, lo mismo que en el Novísimo diccionario de la lengua castellana, por una Sociedad de Literatos (Madrid, 1880), pero el arcaísmo procede del Diccionario académico que en su edición de 1770 consideraba la voz como anticuada. De Covarrubias pasó la voz a los diccionarios italiano de Franciosini y francés de Sobrino.

 

57

Driesen, op. cit., p. 14.

 

58

Adiciones al «Diccionario» de Corominas, de O. Macri, que tomo de los ficheros académicos; cf. E. Alarcos. Alternancia de f y h en los arabismosArchivum», I, 1951, 29-41), y R. Menéndez Pidal, Orígenes del español. Madrid, 1950 3 , pp. 206, 209, passim.

 

59

En el siglo XV existió hannequin (Driesen, p. 14, nota 2).

 

60

Rühlemann, p. 71. En español medieval se recogió hanequín como término de juego (vid. Cejador, Vocabulario medieval, s. v.) y, en lo moderno, se documenta la voz sin h- (anequín) en la acepción de «ajuste que se hace con los operarios a razón de un tanto por cada res que esquilan».

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