Excelentísimo Alfonso, | |
digno Duque de Ferrara, | |
gloria de la sangre estense, | |
luz del mundo y sol de Italia. | |
Si el príncipe es aquel árbol | 85 |
que el Rey Nabuco soñaba, | |
a cuya sombra y favor | |
tantos se arriman y amparan, | |
príncipe eres y árbol noble, | |
en cuyas ilustres ramas, | 90 |
contra borrascas de injurias, | |
amparo afligidos hallan. | |
Ciudadano de Venecia | |
soy y blanco de desgracias; | |
Lisauro tengo por nombre | 95 |
y mi desdicha por patria. | |
Nobleza heredé y hacienda, | |
que, aunque una y otra medianas, | |
aumenté con mercancías, | |
que dan su provecho avaras. | 100 |
Diome el cielo por consorte | |
la misma virtud y gracia; | |
hermosa para discreta, | |
y para mujer honrada. | |
De quince años logró amor, | 105 |
por fruto y primicia casta, | |
una hija en la hermosura | |
y virtud su semejanza. | |
Vivimos los tres tres lustros | |
con la dulce consonancia | 110 |
que hace la paz conyugal | |
entre dos conformes almas, | |
sin mezclar el descontento | |
su aborrecible cizaña | |
en los sembrados del gusto | 115 |
que amor recíproco guarda. | |
Cansose de esto la envidia, | |
y la ociosidad liviana | |
de la juventud lasciva | |
tocó Contra mi honra al arma. | 120 |
Filiberto, hijo del Dux | |
de Venecia, dando entrada | |
a imposibles pensamientos | |
y inútiles esperanzas, | |
vio a mi Fulgencia, y siguiose | 125 |
tras el verla desearla | |
tras desear pretenderla | |
y tras pretender rondarla. | |
Porque como amor es yerro, | |
sus eslabones enlaza | 130 |
de este modo, que los vicios | |
unos a otros se llaman. | |
Pero fue intentar Nemrod | |
escalar las naves altas, | |
llegar Tántalo a la fruta | 135 |
y alcanzar sediento el agua, | |
el conquistar su firmeza | |
y combatir su constancia, | |
que no teme tiros torpes | |
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . | |
Llegó a tanto su licencia, | 140 |
por ser su locura tanta, | |
que en mi ausencia pretendió..., | |
¿direlo, cielos?, forzarla. | |
Mas, como el vicio es cobarde, | |
prevalecieron las armas | 145 |
de la virtud invencible; | |
echó a Tarquino de casa | |
más honrada que Lucrecia, | |
que no es disculpa una daga | |
a consentimientos necios | 150 |
que de cualquier modo infaman. | |
Entré yo entonces en ella, | |
hallela triste y turbada, | |
recibiome con suspiros | |
y preguntando la causa | 155 |
fue, si hasta allí en encubrirla | |
discreta, en decirla sabia, | |
que de algún modo consiente | |
mujer que a tal tiempo calla. | |
Pidiome que la sacase | 160 |
de su peligro y mi patria, | |
conjuró mi justo enojo, | |
y como si se comprara | |
la paz a peso de perlas, | |
lloraron sus ojos tantas, | 165 |
que las bebí para dar | |
con ellas pítima *** al alma. | |
Soseguela y sosegueme, | |
que la ira desbarata | |
las leyes de la prudencia | 170 |
y triunfos de la templanza. | |
Fui a buscar a Filiberto; | |
entré en el palacio y casa | |
del Dux, llegué comedido, | |
pedí con nobles palabras | 175 |
reprimiese intentos mozos, | |
cortando a esperanzas vanas | |
pasos que pisan honores | |
y lenguas que ofenden famas. | |
No obligó mi cortesía, | 180 |
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . | |
que lo que al cuerdo refrena | |
al necio enciende y abrasa; | |
pues aun no me dio en respuesta | |
excusas acaloradas | |
con palabras comedidas | 185 |
que valen hoy tan baratas; | |
díjome, y para que yo | |
lo diga, pongo la cara | |
y los ojos en el suelo; | |
díjome, en fin, en mis barbas | 190 |
que con pretender mi esposa | |
y con pasear mi casa | |
más honra que merecía | |
mi humilde sangre me daba. | |
Que si el recato hasta allí | 195 |
tuvo sus gustos a raya, | |
daría rienda desde entonces | |
a la pasión desbocada. | |
Juzga tú, príncipe invicto, | |
si a tan bárbaras palabras | 200 |
y descorteses injurias | |
fuera la paciencia infamia; | |
volvió por mí la razón, | |
y desnudando las armas, | |
dos veces abrió salida | 205 |
a su vida mi venganza. | |
Alborotose Venecia, | |
y toda ella conjurada | |
contra mi honor defendido, | |
que al poder todos le amparan. | 210 |
«Prendedle», decían a voces; | |
mas cuando en tropel llegaban | |
los ministros codiciosos, | |
arrojándoles la capa, | |
como a toros, de la hacienda, | 215 |
tomé en la boca la espada, | |
y hecho mi sagrado el mar, | |
la vida entregué a sus aguas. | |
Llegué, a pesar de los tiros, | |
voces, góndolas, pedradas, | 220 |
a una nave ginovesa | |
que a la boca de la barra | |
a los vientos daba velas | |
y dio ayuda a mi desgracia, | |
deuda al agradecimiento | 225 |
y a su valor nuevas alas. | |
Llegué a Rovigo, y en él, | |
rindiéndole justas gracias, | |
pedí me echasen a tierra, | |
parando al fin en Ferrara, | 230 |
asilo de desdichados, | |
porque de mi esposa amada | |
el amor no da licencia | |
que me aleje de mi patria. | |
De toda mi larga hacienda | 235 |
sólo me queda esta espada | |
y esta vida, excelso Duque, | |
que de tu sombra se ampara; | |
empléala en tu servicio | |
y defiende la venganza | 240 |
de un agraviado marido | |
y una mujer injuriada. | |