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La magia natural y la nigromancia poseen fronteras que en el siglo XIII son sin duda muy permeables30. El mago mantiene a raya a las fuerzas del mal y dirige sus oraciones a mediadores divinos, pero el nigromante invoca a los demonios para que hagan su voluntad. En una singular miniatura francesa de hacia 1300 encontramos una figura que representa a la magia como nigromancia (Figura 5). Me refiero a la primera ilustración de un manuscrito (British Library, Add. 30024, 1 v.) del Tresorde Brunetto Latini, un notario florentino que había estado en la corte de Alfonso X antes de emprender viaje a Francia, donde compondría su libro31. El citado manuscrito se encabeza con una singular miniatura que representa una personificación de la Filosofía según Boecio, que dice que esta dama tiene su cabeza en el cielo32. En el siglo XIII se había representado ya ésta como una figura femenina sosteniendo una escalera, a la que alude el autor de la Consolación de la Filosofía, que representa el ascenso de la práctica a la teoría, y sus peldaños, cuyo contenido no había detallado Boecio, se habían llegado a identificar con las siete artes liberales33. Pero lo más llamativo y original de esta ilustración es que los peldaños centrales están flanqueados por los referentes a otras catorce actividades o disciplinas, que no corresponden a ninguna clasificación canónica, pero que se ponen en paralelo con la tradicional de las artes. Llamaremos la atención aquí únicamente sobre un par de ellas que aparecen respectivamente como disciplina manual la una e intelectual la otra, respectivamente la Pintura y la Nigromancia (hay que señalar que la Pintura aparece también entre las figuras del ciclo de Chartres al que me he referido). La escasa consideración por la profesión de pintor se plasma en la viñeta de la parte inferior izquierda, bajo la música y la escritura, donde se muestra la Pintura representada por un pintor de brocha gorda que da color a un capitel que sostiene un baldaquino. Nada hay allí de la posterior admiración hacia la figura del pintor, que aquí es un artesano más que da el último toque a la labor de arquitectos y escultores. Pero la más interesante está encabezando la otra columna: se trata de la Nigromancia, la magia negra, representada por un hombre que ha invocado a un demonio siguiendo las instrucciones que ha encontrado en un libro, lo que, por contraposición a la actividad manual, mecánica, que es la pintura, da idea de que la magia se considera una disciplina intelectual. En todo caso, bajo un aspecto enteramente distinto, encontramos aquí los dos elementos que hallábamos ya en Chartres: el mago que aprende su arte de los libros, y el mal, personificado aquí por un demonio que es invocado por el nigromante.

Detalle  de  una ilustración  de    la  Cantiga 125.

Figura 6. Ilustración de la Cantiga 125. Clérigo en un círculo mágico. El Escorial, MS T.I.1, fol. 177v.

Detalle  concreto  de  una ilustración  de      la Cantiga 125.

Figura 6. Detalle.

En el siglo XIII estos dos elementos como atributos de la actividad mágica son bien conocidos: el aprendizaje de la magia como un conocimiento secreto que se transmite a través de ciertos libros de difícil acceso y el peligro diabólico que las acciones mágicas entrañan. Es frecuente que los magos utilicen para protegerse una delimitación del espacio del hechicero que no puede ser traspasada por los espíritus intermediarios que con frecuencia se invocan. Los más característicos son los demonios, pero también los ángeles pueden ser constreñidos a actuar con fines mágicos. En el primer caso se encuentra la célebre escena del monje nigromante que se encuentra en la Cantiga 125, donde se visualiza un conjuro a los demonios en el que el monje se halla protegido dentro de un círculo mágico (Figura 6)34. Aunque la representación de este tipo de invocación mágica no es habitual, tenemos algunos otros ejemplos posteriores, que ilustran textos tan diversos como la Historia natural de Plinio (Figura 7)35 o el Pèlerinage de la vie humaine de Guillaume de Deguileville (o Diguleville) (Figura 8)36, o incluso en otros soportes, como son las pinturas murales del Palazzo della Ragione de Padua (Figura 9)37. Lo cierto es que para entonces los círculos mágicos formaban parte del aparato ceremonial de la magia: ya desde la primera mitad del siglo XIII los habían mencionado Odón de Cheritón o Cesáreo de Heichterbach38, y también un buen conocedor -y adversario- de la literatura mágica, el obispo de París Guillermo de Auvernia39. Algunas décadas después, en la segunda mitad del siglo XIII y los comienzos del siglo XIV, encontraremos textos en los que se dan precisas descripciones para fabricar un círculo mágico, como el De nigromancia atribuido a Roger Bacon o el Liber iuratus de Honorio de Tebas40. En la Baja Edad Media este diagrama liminar que separa al mago del submundo diabólico constituirá ya un topos del ritual de la magia41. Lo que es menos común es que se documenten rituales mágicos en los que los invocados sean ángeles, un intento de enculturación cristiana de las prácticas mágicas que tenía, asimismo, una larga tradición en la cultura judía42, y recabará no pocos epígonos en el cristianismo bajomedieval43. El propio Alfonso X recopiló un manual de «cabala práctica» judía, el Libro de los secretos de Dios o Libro del ángel Raziel, repleto de invocaciones a los ángeles para fines mágicos44.

Detalle  de  una ilustración  de      la Historia Natural de Plinio.

Figura 7. Mago en un círculo mágico, Plinio, Historia Natural, XXX, Turín, Biblioteca Nazionale Universitaria, MS I.I.24-25, fol. 148v. (Francia, ca. 1410).