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La defensa de Lorenzo Hervás y Panduro y Tomás Navarro Tomás de la persona y de la obra de Juan de Pablo Bonet, ante las malévolas acusaciones de Jerónimo Feijoo

Antonio Gascón Ricao






ArribaAbajo La obra Escuela Española de Sordomudos, punto de referencia

En los tiempos que corren, y con indiferencia del evidente avance de la actual tecnología, corre desbocada la desmemoria. Muestra de ello es que casi nadie recuerda, en el campo de la Historia, el acertado y certero comentario de Marcelino Menéndez y Pelayo que apareció en su Historia de los heterodoxos españoles, hace ya la friolera de casi ciento treinta años, donde afirmaba rotundo, pero lúcidamente práctico, que: «Nada envejece tan pronto como un libro de historia»1.

Sin embargo, desmintiendo en una parte mínima a Menéndez Pelayo, habrá que reconocer que hay libros que con los años no envejecen, sino más bien al contrario, pues, al igual que sucede con el buen vino algunos libros ganan con el tiempo lustre y solera, tal como vamos a tener ocasión de ver qué sucede con la obra del jesuita español Lorenzo Hervás y Panduro Escuela Española de Sordomudos, o Arte para enseñarles a escribir y hablar el idioma español, Madrid, 17952. Es más, se puede afirmar, de forma indudable, que aquella obra de Hervás y Panduro marcó en España un antes y un después que nadie le reconoció.

Un antes, porque nadie hasta el siglo XVIII se había embarcado en la peregrina aventura de explicar al mundo la Historia de la educación de los sordos, en general, y menos aún con la profundidad que Hervás y Panduro alcanzó en el primer volumen de su obra, al explicar, entre otras muchas cuestiones, las causas de la mudez y de la sordera, sus posibles remedios, hasta los más peregrinos, los maestros que le habían precedido, desde los inicios conocidos de aquella educación hasta su época, las ideas morales, civiles y religiosas de los sordos, antes y después de ser educados, tema curioso tanto en su aspecto psicológico como sociológico, y particular en el religioso, y así hasta un largo etc.

Un después, ya que de entrar en el contenido de su segundo volumen, habría que reconocer a Hervás y Panduro la buena fe, la voluntad y el interés puesto desde Italia, lugar donde estaba desterrado3, en conseguir que en su lejana e ingrata patria se abrieran, con aquella obra, las primeras escuelas especializadas para sordos, dado que no existía ninguna, y por tanto con la mira puesta en conseguir que aquel colectivo, tan brutalmente marginado en España, tuviera como era de recibo, una enseñanza elemental, según él, «en bien de la religión y de la sociedad» española4.

Objetivo el de Hervás y Panduro, pensado a nivel personal y sin apoyo alguno, pero con la lícita y sana intención secundaria de intentar recortar la gran diferencia que nos llevaban en aquel mismo campo educativo países cercanos, tales como Francia, Italia o Alemania, y en el caso francés con casi cincuenta años reales de adelanto. Cuestión que se encargó de dar a conocer, sin remilgo alguno, en su primer volumen.

Todo ello consecuencia de la proverbial molicie de nuestro país que, en aquel asunto concreto, había llevado a España a la inopia más absoluta. Teniendo en cuenta, además, que todos los antecedentes conocidos hasta aquellas fechas apuntaban a que España había sido la pionera, como mínimo dos siglos antes, en aquella misma educación tal como argumentaba el propio Hervás y Panduro. Un hecho hoy lógicamente muy discutible, pues no era así, al menos bajo el aspecto particular que presentaba Hervás y Panduro.

Cuestiones que no inquietaron en absoluto a Hervás y Panduro, ya que su objetivo era redimir de su ignorancia a los sordos españoles de su tiempo, ante el abandono de todo tipo al que estaban sometidos por parte de todos los estamentos sociales de nuestro país. Por lo mismo, haciendo tabla rasa y situándose a gran distancia de algunos conocidos compatriotas suyos contemporáneos, dedicados en su caso, en exclusiva, a la estéril discusión de dar o quitar glorias nacionales o extranjeras, que tanto daba, pero sin demandar ninguno de ellos la apertura, donde fuere, de una pequeña y elemental escuela para aquel marginado colectivo español.

Meta la suya, que obligó a Hervás y Panduro a tener que ponerse al día, sistematizando un método pedagógico exclusivo para los sordos españoles, al que puso por título Escuela Española de Sordomudos. Indicando con él que en cierto modo se hacía cargo de la malhadada herencia española, proveniente de los contados personajes que le habían precedido en aquel mismo campo.

En concreto y conocidos cuatro, efectivos uno, y según se mire a discutir, dado el mal trato que se le diera en nuestro país. Sabiendo por tanto de antemano Hervás y Panduro los cortos resultados alcanzados por aquellos mismos pioneros, pues, a la vista estaba que sus esfuerzos no habían servido absolutamente para nada, y el suyo, estaba aún por ver, cuestión que le debió inquietar poco, conociendo el pago que se daba en su patria a los adelantados.

Método el de Hervás y Panduro, mediante el cual se podía alcanzar, según él, el enseñar a los sordos el habla vocal, y además a leer y escribir, dándoles de aquel modo una educación más que elemental, de compararse con la corta educación que recibían en aquella misma época los pocos oyentes que tenían la suerte de poder acceder a la misma, dado el abandono general existente respecto a una política educativa general. Desidia o responsabilidad que correspondía en directo, como en casi todo, a la propia Corona española.

A la vez, método muy acorde con su momento histórico y cultural, puesto que Hervás y Panduro incluyó en él los últimos adelantos existentes en el campo de aquella enseñanza minoritaria y tan especializada. En particular los acaecidos en los últimos años tanto en París como en Roma, en aquel momento dos puntos vitales de referencia.

Teniendo en cuenta Hervás y Panduro que en aquel tiempo España era un páramo, y más aún en aquel campo educativo, puesto que el único antecedente válido, en aquella misma disciplina pedagógica, había sido la obra anterior de Juan de Pablo Bonet5, Reduction de las Letras y Arte para enseñar á ablar los Mudos, publicada en Madrid en 1620, y por tanto 175 años atrás. Obra que en su tiempo y en España se mereció el pasar sin pena ni gloria, como acostumbraba a suceder en general con todos los adelantos más modernos.

Volumen segundo de Hervás y Panduro, sobre el cual no vamos a entrar al detalle al ser muy prolijo y complejo, salvo mencionar brevemente varios de los avances más punteros propuestos por Hervás y Panduro, que en España resultaron, como por otra parte ya era de esperar, demasiado progresistas para su época.

El primero, la publicación dentro de aquel segundo volumen, a modo de anexo, y concluidas las pertinentes explicaciones del método necesario para la educación del sordo, del «primer catecismo» concebido en nuestro país para uso exclusivo de los sordos previamente escolarizados6.

Detalle que jamás pasó por la supuesta fértil y genial imaginación, por ejemplo, del monje benedictino Pedro Ponce de León, según el asentado mito español, insuperable pionero español del siglo XVI en aquel campo educativo, al cual tendremos la ocasión de conocer más adelante, al ser el causante indirecto del trabajo actual, y cuya propuesta en aquel mismo espacio fue enseñar al sordo a santiguarse en latín y por escrito.

Propuesta de Ponce de León enmarcada en un momento educativo en que el alumno sordo continuaba siendo analfabeto en el peor de los sentidos, y por lógica más aún en el caso concreto del latín. Cuestión, digamos curiosa, de la cual no se tuvo noticia hasta 19867.

El segundo, otra joya en la cual nadie reparó, fue la idea de Hervás y Panduro de plasmar y resumir, exactamente en cuatro cuadros, que ahora denominaríamos sinópticos y los alumnos actuales «chuletas», el «Artificio Gramatical de las palabras del idioma español». Teniendo para ello que evaluar toda la gramática española, asignándole un orden de importancia y realizando finalmente una síntesis que presentó mediante el uso novedoso de las hoy denominadas «llaves».

Cuadros sinópticos que se iniciaban con las «Partes de la oración» y el «verbo», continuando con el «adverbio», la «preposición» y la «conjunción», y que concluían con los «Modos del verbo activo» y «pasivo». Aportación pedagógica muy avanzada para su época, con evidentes y prácticas aplicaciones, tanto en el campo de la educación de los sordos, como en el de la propia educación de los oyentes, pero que por el mismo motivo quedó tristemente en el olvido8.

El tercero, del cual ni el propio Hervás y Panduro debió ser muy consciente en su día, al resultarle obvio como lingüista, fue su larga y razonada explicación respecto a las «ideas gramaticales», que de forma sorprendente poseían los sordos no escolarizados de su época, y que él denominaba también como «gramática mental». Afirmando que las señas elaboradas y ejecutadas por los sordos, en su comunicación entre ellos mismos o con los oyentes, obedecían a una innata capacidad cerebral generada como medio alternativo a su discapacidad, que les daba el poseer de forma natural una lengua mental propia y con una gramática perfectamente estructurada.

Constatación que llevó a Hervás y Panduro a la conclusión de que las señas, propias de los sordos, eran un lenguaje humano más como cualquier otro, con la única diferencia de que éste no era hablado. Descubrimiento el suyo al cual no habían llegado los filósofos clásicos, y menos aún los padres del actual castellano en el Siglo de Oro español. Materia aquella que en la España de hoy, con dos siglos de retraso y olvidándose que aquel descubrimiento se debe a Hervás y Panduro en el siglo XVII, ha dado lugar al inicio de una nueva disciplina académica denominada, de forma aséptica, «lingüística de la lengua de señas».

A todo esto se debería tener muy en cuenta que el estudio realizado por Hervás y Panduro para llegar a aquella conclusión, en los finales del siglo XVIII, fue fruto de su experiencia y de su relación personal con sordos, probablemente pendientes de pasar por una escuela especializada o recién ingresados en ella.

Por tanto sordos nada o poco «contaminados» a causa de la educación oral, y de sus correspondientes y ajenas «ideas gramaticales» que se les estaban imponiendo a la fuerza en las escuelas más avanzadas, con la sana intención de integrarlos en la mayoritaria sociedad oyente, tal como les correspondía como seres humanos que eran, al haber estado hasta aquel entonces marginados, en todos los aspectos, incluidos los más extremos, a causa de su discapacidad auditiva.

Señas o «ideas» de los sordos que Hervás y Panduro recogió, por primera vez en la Historia, en un mini vocabulario, más bien diccionario, que definió como «somalógico»9, explicándolo de esta forma:

«De los dos índices, el primero contiene una indicación de los párrafos, en que se han notado las señas que se usan para significar, o denotar las partes gramaticales de la oración. Estas señas se han notado en los capítulos antecedentes, y para que el maestro fácilmente encuentre el párrafo en que se leen notadas, podrá consultar el dicho índice primero.

En el segundo pondré alfabéticamente algunas palabras, notando señas que suelen hacer los Sordomudos para declarar su significación. Antes he indicado la utilidad de un vocabulario de señas, y el modo de hacerlo. Esta obra puede hacer bien solamente a los maestros, observándoles atentamente las señas, que hacen naturalmente, cuando discurren entre sí. Al fin de dicho índice notaré el modo con que por medio de las señas nos declaran las oraciones mentales que hacen»10.



«Ideas gramaticales» propias de los sordos de su época, a las cuales Hervás y Panduro dedicó cinco largos apartados de su primer volumen, explicando con todo tipo de detalle, y siempre desde el campo lingüístico, su especialidad, la «gramática mental» utilizada por los sordos en la confección de sus «señas» propias, lenguaje manual o mímico, incluido el corporal.

Pero comparándolas seguidamente con otras lenguas conocidas como el hebreo, el copto, el latín, el griego, el árabe, el islandés, el anglosajón, la araucana o el groenlandés, buscando con ello demostrar al lector interesado las evidentes similitudes lingüísticas que existían entre las señas de los sordos con el resto de las lenguas humanas, ya fueran verbales, de número o de género, etc., comparación la de Hervás y Panduro que en España no fue entendida ni comprendida, en la justa medida que requería, recibiendo por ello duras críticas desde el mismo campo pedagógico.11

De ahí que Hervás y Panduro llegara a la conclusión de aquel estudio que la lengua de señas era una lengua humana más, y por tanto idéntica a cualquiera de las otras lenguas conocidas, las habladas y las escritas.

«El lector quizá juzgará, que las ideas gramaticales convienen tan poco a los Sordomudos, como las musicales. Si así juzgare, no acertará; porque todos los Sordomudos tienen verdaderas ideas gramaticales, como todos los hombres que hablan; aunque hay la diferencia de que las de los que hablan son naturales y artificiales, y solamente naturales las de los Sordomudos. Quando estos con señas nos insinúan querer o aborrecer una cosa, ellos en su mente forman y tienen ideas gramaticales de nombres, verbos &c. no menos que las que tenemos nosotros quando por señas pedimos, o decimos alguna cosa. La gramática de los Sordomudos es mental, y la nuestra mental y verbal: aquella es puramente natural, y la nuestra es natural y artificial»12.



Conclusión de Hervás y Panduro a la cual nadie había llegado, por desidia o ignorancia de aquel colectivo concreto, recomendando por ello a los futuros maestros, tal como acabamos de ver, que antes de iniciar su docencia con sordos era muy recomendable el conocer a fondo la lengua de señas, para posteriormente elaborar un «vocabulario» de señas mediante las cuales les sería más fácil y cómodo, entre comillas, el poder impartir de forma eficaz su enseñanza en todos los casos oralista.

A todo esto, habría que tener en cuenta que aquella conclusión de Hervás y Panduro estuvo fundamentada en su conocimiento y relación de los sordos que asistían a la escuela de sordos de Roma, dirigida en aquel momento por el sacerdote Camilo Mariani y financiada por el abogado Pascual di Pietro13, y que éstos no deberían ser precisamente una multitud.

Motivo por el cual habrá que reconocer, una vez más, la gran perspicacia de Hervás y Panduro como lingüista, y más aún en una lengua sin referencia escrita alguna, y por tanto más propia del nonato campo de la etnología que de la lingüística propiamente dicha. Aspecto lingüístico fundamental, puesto que hasta aquella fecha nadie había reparado en él, y descubrimiento el de Hervás y Panduro que un siglo después se seguía sin reconocer ni admitir, cuando menos en España.

El hecho de que la obra de Hervás Panduro no era precisamente consultada, se observa al afirmar personas altamente especializadas en aquel campo de la pedagogía y en nuestro país, que las «señas» propias de los sordos, al ser éstas tan «reducidas» e «imperfectas», no servían como lenguaje humano, salvo que se inventara un «extraordinario» número de ellas, que con el tiempo deberían dar lugar a un «lenguaje mímico» (sic), que se podría utilizar como puente común de intercambio con el lenguaje escrito y hablado de común por los oyentes14.

Vislumbre lingüístico pionero, que en cierta medida y sin conocer la obra anterior de Hervás y Panduro, continuó en el siglo siguiente el francés Augusto Bébian, maestro de la escuela de sordos de París15. Pero estudios ambos que para desgracia de ellos, y más aún para el campo de la lingüística, no tuvieron continuidad alguna.

Peor aún, en nuestros días, haciendo bueno el dicho popular «de que la ignorancia es muy atrevida», aquella labor pionera de Hervás y Panduro o del francés Bébian, respecto al estudio sistemático de la «lingüística de la lengua de señas», ya fuera la española o la francesa, y por tanto dentro del conjunto de las lenguas humanas, por ignorancia supina general, hoy viene a resultar que no se inició, descubrió y estudió en Europa en el siglo XVIII, tal como acabamos de ver con un cierto detalle, sino en el siglo XX y en Estados Unidos.




ArribaAbajoEl genial «descubrimiento» del lingüista norteamericano William C. Stokoe

De ser crédulos, dicha historia foránea explica que en el año 1960 se descubrió en Estados Unidos, y más aún en concreto en la Universidad Gallaudet de Washington, que la lengua de señas propia de los sordos era una «lengua natural», y por tanto una lengua humana más con gramática propia.

Matizando que aquel supuesto «descubrimiento» de 1960 concernía, en principio y únicamente, a la lengua de señas norteamericana, más conocida como American Sing Lenguage (ASL), o por su acrónimo «ameslán». Pero historia que ha arraigado entre nuestros lingüistas, al darse como primera referencia básica y primordial aquel mismo descubrimiento y, además, con carácter de novedad, y en su caso por desconocimiento de lo más cercano y propio como es la obra anterior de Hervás y Panduro.

Por otra parte, habría que explicar que en cada país los sordos utilizan de normal una lengua de señas propia. Todas ellas distintas, pero también todas ellas y desde siempre «lenguas naturales» con gramática propia en el caso de Europa, sirvan como ejemplos los estudios de Hervás y Panduro y Bébian.

Por tanto, obviando entrar a debatir el anormal origen del «ameslán», se debería tener muy en cuenta que de intentar comparar de manera simple, por ejemplo, el «ameslán» con el resto de las lenguas de señas europeas, resulta que el «ameslán» es el más bastardeado de todos los lenguajes de señas del mundo occidental, y por tanto el más alejado de las «señas naturales» europeas o «lenguaje natural» de los sordos. Motivo por el cual aquel descubrimiento no fue tal, al resultar ser una simple constatación de hecho muy tardía, y, además, muy discutible, dados los orígenes de la propia referencia lingüística tomada como modelo16.

Pero «descubrimiento» aquel, que los norteamericanos adjudican desde aquella fecha, por ignorancia y sin recato ni rubor alguno, a nivel universal, al afamado lingüista norteamericano William C. Stokoe, que fue la persona que lo dio a conocer en el año citado y dentro de su obra Sing Language Structure (Estructura de la lengua de señas), motivo por el cual fue y es muy celebrado, «olvidándose» de este modo, desde el otro lado del Atlántico, de los descubrimientos anteriores del español Lorenzo Hervás y Panduro y del francés Augusto Bébian, el primero en el final del siglo XVIII y el segundo en los principios del siglo XIX17.

Del mismo modo que en España se olvida, de pretender en la actualidad cómo se hace, estudiar la «lingüística de la lengua de señas», que por lógica dicho estudio lingüístico se debería iniciar estudiando y analizando, en primer lugar, el campo de la «arqueología» de las señas españolas. Y partiendo de él, la posterior evolución de dichas señas hasta nuestros días, cuyos puntos de referencia pasan, ineludiblemente, por la obra de Hervás y Panduro, y por el Diccionario usual de mímica y dactilología de Francisco Fernández Villabrille, editado en Madrid en 1851.

Labor comparativa de ambas obras, con la cual nadie que sepamos hasta la fecha se ha atrevido, y por tanto quedando dicho estudio actual cojo al analizarse y estudiarse únicamente las señas españolas más modernas, y como si dichas señas hubieran acabado de «nacer» hace pocos años por generación espontánea. Sabiendo los mismos especialistas que dichas señas modernas guardan muy poco o casi nada de común con las más antiguas de las cuales tenemos referencia, y teniendo noticia, además, que las actuales señas y su correspondiente gramática, está muy influenciada como consecuencia del lógico paso de las últimas generaciones de sordos por las escuelas desde el siglo XVIII, pensadas y especializadas en el puro oralismo, y por ello, lengua de señas la actual particularmente oralizada18.




ArribaAbajoEl olvido

Retomando el hilo, y puestos a reconocer méritos reales y auténticos, en la Historia de la educación de los sordos en España, y en particular en la enseñanza de la palabra hablada a los sordos, desde el siglo XVI y hasta el XVIII, sólo hay dos autores con peso específico: Juan de Pablo Bonet y Lorenzo Hervás y Panduro. Y el motivo simple pasa por el hecho demostrado de que sus respectivas obras impresas, en 1620 la primera y en 1795 en el caso de la segunda, influyeron de forma fundamental en dicha educación, por mucho que dicha influencia haya sido negada y ocultada en su propia patria.

Por otra parte un hecho relativamente normal aquel, de tenerse en cuenta que aquellas negaciones y ocultaciones, obedecieron al intento de unos cuantos personajes españoles empeñados en potenciar en la propia España una historia anterior en el mismo campo, objetivo que en cierto modo alcanzaron. En concreto la referida al fraile benedictino Pedro Ponce de León. Obra pedagógica la suya, con los sordos en el siglo XVI, pero en realidad resumida a su interés particular con dos hermanos sordos nobles, que en lugar de estar basada en los hechos reales que acaecieron durante aquella penosa labor, estuvo y está basada en puras y duras especulaciones como ya está demostrado19.

Pero especulaciones que en nuestro país, más propenso a creer en lo inverosímil o en lo milagroso que en lo real, han tenido como triste consecuencia el olvido, cuando no casi el repudio absoluto de ambos autores, durante siglos y en aquel campo concreto, autores por otra parte reconocidos y admirados por Europa, en su momento y en la actualidad, mientras que hoy y en el caso concreto de Ponce de León, en el mismo espacio, es un gran e insigne «desconocido».

Otro hecho deprimente fue que tras la aparición de la obra de Hervás y Panduro en Madrid el año 1795, en España nadie tomó buena nota de ella en ningún aspecto, al seguir nuestros autores más interesados en ensalzar, hasta la saciedad, la anterior hipotética y genial obra pedagógica con los sordos del benedictino Ponce de León, con dos objetivos muy claros: reclamar para España la evanescente gloria del descubrimiento de aquella enseñanza tan peculiar, y en particular la de fray Pedro Ponce de León, pero negando como fuera la evidente y merecida fama posterior del pionero aragonés Juan de Pablo Bonet, y en cierta medida la más posterior del extremeño Lorenzo Hervás y Panduro.

Campaña que había iniciado en el siglo XVII el bibliógrafo sevillano Nicolás Antonio, y que en el siglo siguiente continuará el erudito benedictino Benito Jerónimo Feijoo, atacando en primer lugar a Juan de Pablo Bonet, acusándolo de impostor y plagiario de la obra y del método de Pedro Ponce de León, o de haberse atribuido el personaje como propio un discípulo directo de Ponce de León. A todo esto, mientras en España se discutía aquel intrascendente asunto de supuestas e hipotéticas glorias patrias, el hecho real y auténtico era que en nuestro país no existía escuela alguna para los sordos, a gran diferencia de los otros países de nuestro entorno, al haber seguido el pionero ejemplo francés.

Acusaciones en contra de Pablo Bonet, que Hervás y Panduro tratará infructuosamente de desmontar por falsas en 1795, pero desmentido el suyo que nadie se molestó en tomar en serio. Por otra parte, admitiendo noblemente Hervás y Panduro la posibilidad de que el origen de aquella educación en España hubiera pasado por las ideas de Ponce de León, pero advirtiendo prudente que: «no nos consta del paradero de sus manuscritos en que trató la instrucción de los sordos»20.

Manuscritos que en caso de aparecer, deberían servir, primero, para justificar o no aquella supuesta fama de Ponce de León, y segundo, en el caso más positivo, como remedio y panacea universal al problema de la educación de los sordos, vistos los espectaculares resultados que aducían todos sus defensores. Advertencia casi profética la suya que se cumplió en 1986, al aparecer en aquella fecha un folio donde Ponce de León describía su método, y que al final resultó que no era para tanto, después de las espectaculares expectativas levantadas durante casi dos siglos y medio, y todo ello gracias a la mediación en aquel asunto de Feijoo.

Historia de Ponce de León que Hervás y Panduro recogió, y que nosotros intentaremos resumir, a modo de corto inventario, pues dicha historia nos permitirá comprender el trasfondo de aquella extraña discusión que se alargará hasta los finales del siglo XX, cuando por otra parte la historia de Ponce de León era mínima, al estar basada exactamente en cinco escasos y cortos comentarios impresos que abarcaron los siglos XVI y XVII, que puestos hoy sobre el papel representan dos folios escasos.

Cuatro de ellos, obra de la pluma de otros tantos cronistas de la orden benedictina, la propia de Ponce de León, y por tanto como ya era de esperar, muy parciales. Mientras que el quinto, obra de un autor neutral que resultó ser el más esclarecedor, pero cuya luz no llegó, puesto que sus puntuales y clarísimos comentarios respecto al modo exacto en que Ponce de León enseñaba a los sordos a leer y escribir, pero no a hablar, fueron mal interpretados y peor traducidos del latín al castellano, exagerándolos en la medida del interés de cada autor por potenciar la figura de Ponce de León, teniendo en cuenta que dicho autor fue testigo directo de los hechos que relataba y además amigo personal de Ponce de León.

Comentarios todos ellos que compiló Hervás y Panduro, en toda su extensión y dentro de su obra, citando a pie de página autores y obras, más las pertinentes y esenciales referencias para pasto del lector curioso, y dando más y mejores explicaciones que alguno de sus predecesores como había sido el penoso caso anterior del benedictino Jerónimo Benito Feijoo, obcecado aquel por desprestigiar como fuera la obra y la persona de Juan de Pablo Bonet en su intento por ensalzar y glorificar la figura y la obra de su hermano en religión Pedro Ponce de León21.

A la par en España y tras Feijoo, nuestros autores se dedicaron a machacar, literal, en cuanto se les prestaba la ocasión, la obra y la persona de Pablo Bonet22, eso sí, dando cancha en el siglo XIX a la obra del abate francés Miguel de L'Epée23, o la de su sucesor el también abate Roch-Ambrosio Sicart24, pero siempre a conveniencia y en función de si se trataba de discutir y defender supuestas glorias patrias, como era el caso de Ponce de León, o de pedagogía, en aquel caso de la francesa, y de paso «olvidando» la magna obra de Hervás y Panduro Escuela Española de Sordomudos.

Prueba de ello fue que en fechas tan tempranas como 1804, ya se le había olvidado cuando José Miguel Alea, un hombre muy comprometido con las nuevas corrientes culturales provenientes de Europa, y que al año siguiente será nombrado por Godoy presidente de la Comisión del Instituto Pestalozziano, institución pedagógica creada por una Real Orden de febrero de aquel año, o que dentro de pocos años será director de la Real Escuela de Sordomudos de Madrid, publicó en la revista «Variedades de ciencias, literatura y artes», Continuación del discurso de Sicard «sobre los sordomudos», en lo que significó el sometimiento a la corriente ultramontana de la escuela francesa de sordos, creada por el abate L'Epée en los mediados del siglo XVIII, y el olvido por parte de Alea de la obra de Hervás y Panduro publicada en Madrid apenas nueve años antes25.

Tres años más tarde, en 1807, el mismo Alea se encargará de traducir, del francés al castellano, el catecismo para sordos publicado en 1792 por el abate Sicard sucesor del abate L'Epée, Catéchisme ou instruction chrétienne, a l'usage des sourds-muets26, con un Apéndice propio sobre la capacidad de los sordos para las ideas abstractas y generales27, pasando por tanto muy mucho Alea del catecismo publicado doce años antes por Hervás y Panduro dentro de su obra Escuela Española de Sordomudos.

Y el mismo Alea, pero exiliado en Francia a causa de haber colaborado activamente con el invasor francés durante la Guerra de la Independencia, publicará en 1824 su Éloge de l'abbé de L'Epée28. Muestra nuevamente del fervor de Alea por la escuela francesa de sordos, y de paso de la férrea dependencia de la española respecto de la francesa. Circunstancia que de forma previsora, pero por mera intuición, pues no había antecedente alguno, pretendió evitar Hervás y Panduro, aunque inútilmente, con su obra de 1795 premonitoriamente titulada Escuela Española de Sordomudos.

Una nueva prueba de aquel seguidismo español a dicha escuela francesa, se puede advertir años más tarde, al publicarse en 1845 la obra de Juan Manuel Ballesteros y Francisco Fernández Villabrille, Curso elemental de instrucción de sordomudos29, subdirector de la escuela y maestro respectivamente del Real Colegio de Sordomudos y Ciegos de Madrid. En aquella obra, el único personaje que les merece auténtico respeto a los autores es el abate francés Miguel de L'Epée. La prueba está en la efigie ideal impresa del personaje que, aunque de forma harto defectuosa, a causa de la mala impresión, aparece campeando en solitario la página dos encabezando, y como si de un dios se tratara, el apartado «Historia de la enseñanza».

A la inversa, Hervás y Panduro aparece en un breve párrafo en el final de la página diez y siete del mismo apartado, diciéndose simplemente de él que: «D. Lorenzo Hervás y Panduro ha publicado su Escuela Española de Sordo-Mudos la que demuestra había adquirido prácticamente los conocimientos que en ella difunde»30. Punto y se acabó31.

La segunda prueba del abandono de la obra de Hervás y Panduro, o del mismo sometimiento a la escuela francesa, fue que dentro de la misma obra Curso elemental, y en el apartado titulado «De los métodos de enseñanza»32, se describen someramente los cuatro principales métodos conocidos, pero «olvidando» citar el método de Hervás y Panduro: el de Pablo Bonet, el de Pereira, el del abate L'Epée y el del también abate Sicard, teniendo en cuenta que Pereira nunca lo publicó, y que con indiferencia a su nacimiento español, su método se desarrolló en Francia y evidentemente bajo la influencia en algunos aspectos del de Miguel de L'Epée, y sin reparar que todos ellos eran subsidiarios de la obra de Pablo Bonet.

Siguiendo aquella política de intoxicación, que no de despiste, cuya divisa era: los nuestros no, salvo Ponce de León, y de los franceses L'Epée y Sicard, que se alargó hasta finales del siglo XX, se llegó al extremo de sacar a colación a los más diversos autores extranjeros que se habían dedicado a aquel mismo arte, en particular los europeos y durante el siglo XVII, y cuya influencia en España, como era lógico, resultó nula33.

Todo ello encaminado a un nuevo intento por hacer olvidar en España la existencia de las obras de Pablo Bonet y de Hervás y Panduro. Aunque ejemplos extranjeros curiosamente extraídos en todos los casos de la propia obra de Hervás y Panduro, y más en concreto de su primer volumen, y cuando todos aquellos mismos autores extranjeros habían sido subsidiarios comprobados de la obra de Pablo Bonet de 1620, tal como afirmaba y argumentaba el propio Hervás y Panduro en su obra de 179534.

De hecho para lo único que sirvió en España la obra de Hervás y Panduro, fue para prestar muy a posteriori la supuesta erudición de algunos determinados autores españoles, y más en particular a partir de los principios del siglo XX. Momento en que se permitieron citar y hablar de maestros, de escuelas y de métodos, o de obras puntuales, y en todos los casos extranjeras, pero citas extraídas la mayoría de ellas de la obra de Hervás y Panduro, y en muchos de los casos sin dar referencia de la misma, y por lo mismo sin avanzar en España en casi nada respecto a los detalles aportados en su día por Hervás y Panduro en su lejana obra del siglo XVIII, y cuando era evidente que existían datos más modernos y actualizados35.




ArribaAbajoFuentes básicas de fray Pedro Ponce de León

Puestos en extremo a ser reduccionistas, la Historia de aquella educación en España, y en particular la referida al supuesto y ensalzado pionero benedictino fray Pedro Ponce de León, y objeto de todos aquellos estériles debates posteriores, se podría resumir, durante el siglo XVI y por tanto en su época, a tres publicaciones donde aparecieron unos breves comentarios referidos al mismo en extremo elogiosos.

El primero apareció en 1575 dentro de la obra de Ambrosio de Morales, Antigüedades de las ciudades de España36. El segundo en 1583 corrió a cargo de Juan de Castañiza y su obra Aprobación de la Regla y orden del gloriosíssimo padre Sant Benito37, y unos pocos años más tarde, en 1587, el tercero fue el de Francisco Vallés aparecido en su obra De sacra Philosophia38.

Obra última, la del protomédico de Felipe II, Francisco Vallés, el Divino, que tendría numerosas ediciones posteriores, y cuyos comentarios respecto a la aplicación práctica que hacía de su método Pedro Ponce eran perfectos. Aunque el problema residía, según se mirara, que a diferencia de Morales o de Castañiza, Vallés en ningún momento afirmaba que Ponce de León enseñaba a «hablar vocalmente» a sus alumnos sordos, pero sí a leer y escribir mediante el uso de la vista.

Conocimientos que equivalían en el caso de los sordos, según Vallés, a «hablar» de otro modo distinto, y logro que Vallés alababa con vehemencia, explicando seguidamente que Ponce de León intentaba en paralelo que los sordos aprendieran lo que en la actualidad se denomina la «lectura labial», lo que no era precisamente poco de pensar que todo ello tenía lugar en la medianía del siglo XVI.

Pero fue justamente por el hecho de no afirmar Vallés que los alumnos de Ponce de León hablaban vocalmente, que sus comentarios pasaron a ser manipulados, alargados y retorcidos con desmedida, en particular durante el siglo XX y de la mano del benedictino fray Justo Pérez de Urbel, tratando éste de hacer creer al lector lo que Vallés no decía en aquel aspecto concreto, hecho evidentemente muy deplorable39.

También durante aquel mismo siglo XVI se redactó un manuscrito que quedó inédito e ignorado, hasta su descubrimiento por Bartolomé José Gallardo en el siglo XIX: el «Tratado de Tovar», o «Tratado Legal», pero sobre el cual no se tendrá noticia pública hasta 190540.

Al conocerse, resultó que aquella obra manuscrita era de carácter jurídico, al hacerse en ella defensa de los derechos legales de un sordo a poder acceder a la sucesión de los mayorazgos. Pero defensa basada y fundamentada en el «milagro» que se había producido, según el cual dos sordomudos «hablaban» por «industria» humana, pues la ley general no permitía que los sordos hicieran o aceptaran testamentos dada su propia y notoria incapacidad. Y por tanto, si dos sordos habían alcanzado a «hablar», era prueba evidente de que dicha ley se debería modificar en su beneficio.

Propuesta jurídica aquella que corrió a cuenta de un jurista desconocido llamado Licenciado Lasso, concluida y redactada en el monasterio de San Salvador de Oña en Burgos en el año 1550, y lugar de residencia habitual de Ponce de León, del cual Lasso hablaba largamente al ser justamente el autor material de aquel «milagro».

Manuscrito que en la actualidad ha dado mucho juego, a la hora de tener que explicar las sorprendentes y extravagantes ideas pedagógicas, filosóficas, religiosas o pseudo médicas de Ponce de León, puesto que éstas formaban una parte muy importante de la argumentación jurídica del propio Licenciado Lasso en favor de los sordos nobles, y de su derecho a poder acceder a las herencias familiares negadas por ley.

Cuestión curiosa fue que la persona a la que Lasso dedicó su obra era el niño sordo Francisco de Tovar, al igual que sucedía con su hermano más pequeño Pedro de Tovar, personaje que aparece citado en diversas ocasiones en dicho manuscrito, y de la forma más elogiosa al ser el más adelantado de los dos, y resultando al final que aquellos mismos personajes eran los únicos discípulos conocidos y realmente documentados respecto a la labor educativa realizada por Pedro Ponce de León en Oña, y sobre cuyos frágiles hombros se edificó el mito actual de Ponce de León, que de forma diligente se encargaron de erigir los cronistas benedictinos de la época.

Decimos discípulos únicos, puesto que el resto de los discípulos que de común se le adjudican a Ponce de León, llámense, por poner ejemplos, fray Gaspar de Burgos o Gaspar de Gurrea, al ser investigados en profundidad, han resultado ser alumnos adjudicados «graciosamente» en la cuenta personal de Ponce de León. Añadido que corrió a cargo de los diligentes cronistas benedictinos de la época, y cuando en ninguno de aquellos dos casos eran alumnos ni directos ni indirectos, al ser obra de la labor pionera de dos maestros de sordos anónimos y desconocidos, uno posiblemente residente en Burgos y el otro en Aragón, y el resto «inventados» literalmente por duplicación de número o de títulos nobiliarios41.

Pero lo más sorprendente fue saber, siglos después, que aquellos mismos hermanos sordos, «defendidos» por Lasso en su Tratado legal, no tenían problema jurídico alguno, al haber conseguido años antes su padre, Juan de Tovar, marqués de Berlanga, el preceptivo permiso del emperador Carlos V, un hecho normal dado el linaje, que les permitía poder heredar lo que su padre ya tenía previsto de antemano en su testamento, y con total independencia de si hablaban o no, ya que según el testimonio de su propio padre «eran hábiles» para cualquier cosa, salvo en hablar.

En aquel caso, bienes tales como títulos, preeminencias, exenciones, propiedades y rentas, y en la espera de que otro de los hermanos, en su caso Íñigo de Tovar, accediera al título de Condestable de Castilla que ostentaba su tío Pedro IV, dado que aquel no tenía descendencia masculina directa, aunque sí reconocida por la «mano izquierda» circunstancia que al final acaeció en 1559, y en el momento mismo de producirse la muerte del Condestable aquel año.

Con posterioridad al fallecimiento de Ponce de León en 1584, y por tanto ya en el siglo XVII, se editaron dos obras más, donde volvieron a aparecer unas breves noticias respecto a Pedro Ponce de León, pero con los detalles anteriores cada vez más alterados, al multiplicarse de forma milagrosa los supuestos alumnos. La primera de ellas, la de Antonio de Yepes, apareció en su Crónica general de la Orden de San Benito42, editada en 1607, y la segunda de Gregorio Argaíz se dio a conocer en su La soledad laureada43, obra impresa en 1675. Y hasta aquí será todo lo que se sabía y se sabrá de Pedro Ponce León hasta el siglo siguiente.

En el siglo XVIII, las obras de referencia donde vuelve aparecer el personaje, aunque de forma breve, pero con mucha más enjundia que en las anteriores, son las de Benito Jerónimo Feijoo y Montenegro, Teatro Crítico Universal, (Madrid, 1726-1740), y Cartas eruditas y curiosas, (Madrid, 1742-1760)44. Obras ambas donde Feijoo, en su afán por conseguir la fama universal de Pedro Ponce de León frente al mundo, no dudó en aplastar de la forma más chapucera la obra y la persona del aragonés Juan de Pablo Bonet, vertiendo gravísimas acusaciones contra él y su obra Reducción de las letras, que con el tiempo se demostrarán totalmente falsas e infundadas45.

Eso sí, aportando Feijoo noticias inéditas de la existencia de dos escrituras públicas referidas a Ponce de León, que en aquellos días se conservaban intactas en el archivo del monasterio de San Salvador de Oña en Burgos, pero cuyos contenidos manipuló Feijoo a gusto y placer, dando a conocer únicamente los párrafos más positivos al personaje, pero ocultando los negativos al descubrirse en una de ellas la importante cantidad de dinero personal que poseía a su muerte el monje.

Un hecho realmente sorprendente en un religioso, y hecho totalmente anormal en el que suponía un pobre monje benedictino, pero dinero que después se sabrá que provenía, en primer lugar, de su trabajo anterior con los sordos, concretamente con los hermanos Francisco y Pedro de Tovar. Importante capital inicial que posteriormente Ponce de León reinvirtió para su beneficio personal en préstamos de usura, en aquella época denominados «censos a redimir», con los que estuvo explotando de la forma más miserable tanto a particulares como a los ayuntamientos de toda la comarca, pero eso sí, con la bendición y el pertinente permiso firmado de su propio monasterio tal como consta, al conservarse, tanto dichos censos como ambas escrituras en el Archivo Nacional de Madrid46.

Realidad que trastocaba la visión idílica mantenida desde el siglo XVI y hasta aquella fecha del siglo XVIII, del monje humilde, desprendido, caritativo y pobre, y por tanto asunto que Feijoo se calló, al descubrir que su héroe era en el fondo un vulgar prestamista de tomo y lomo, y por tanto, muy odiado por sus conciudadanos. Espinoso asunto que se volvió a callar el también benedictino fray Justo Pérez de Urbel en 1973, al conocer de primera mano los mismos documentos en el Archivo Nacional de Madrid47.

Grave asunto que puso al descubierto, en 1986 y en toda su terrible crudeza, el franciscano Antonio Eguíluz Angoitia48, pero afirmando en plan justificativo que Ponce de León había utilizado el dinero ganado con los dos hermanos sordos de la familia Tovar, después Fernández Velasco, para constituirse, dada su gran bondad y su carácter emprendedor, en «banquero de Dios». La prueba estaba en que con él había «ayudado a manos llenas» a sobrellevar las penurias económicas que padecían sus convecinos. Nueva visión idílica que a buen seguro no compartían los coetáneos afectados de la época.

Historia que viene a demostrar, a modo de corolario y en el plano rigurosamente histórico, la eficaz labor de ocultación realizada, durante más de dos siglos, por parte de determinados benedictinos, en su caso por Jerónimo Feijoo y Pérez de Urbel. Al pensar ambos, única y egoístamente, en conseguir como fuera la supuesta gloria universal de Ponce de León, pero a costa del engaño y del encubrimiento. De forma curiosa los mismos delitos de los que ambos personajes acusaban ferozmente a Pablo Bonet.

La siguiente obra donde aparecieron unas breves e insustanciales noticias sobre Ponce de León, y de paso una nueva andanada contra Pablo Bonet, fue la de Romualdo Escalona, Historia del Real Monasterio de Sahagún49, impresa en Madrid en el año de 1782. A la cual seguirá en 1793 la de Juan Andrés Morell, Lettera dell'Abate Giovanni Andres dell'origine e delle vicende dell'arte d'insegner a parlare ai sordo muti50, obra menor que al año siguiente será editada en Madrid y en castellano por su hermano Carlos Andrés Morell.

Pero obra donde Morell, sin recato alguno, y dando la vuelta a las retorcidas teorías de Feijoo, pues los candidatos de aquél eran Francisco y Pedro de Tovar, adjudicaba el único discípulo conocido de Pablo Bonet, Luis de Velasco, hermano de Bernardino Fernández de Velasco, condestable de Castilla, a Ponce de León, discípulo que dos años más tarde Hervás y Panduro no puso en discusión, y en una fecha concreta en la cual el monje llevaba fallecido casi cuarenta años, o cuando el muchacho en cuestión, o en litigio, según se mire, tenía escasamente trece años. Adjudicación o comentario aquel de Morell evidentemente absurdo a la luz de la Historia, pero nueva muestra de la inquina que corría en contra de Pablo Bonet, o del favoritismo levantado a favor de la causa de Ponce de León, en su caso por Feijoo51.

Finalmente, cerrando aquel mismo siglo XVIII con broche de oro, aparece la obra de Lorenzo Hervás y Panduro, Escuela española de Sordomudos, Madrid, 1795, en la cual se recogían todas las obras anteriormente citadas con las excepciones de la Historia de Romualdo Escalona y la Carta de Juan Andrés, obras ambas cuya existencia Hervás y Panduro no llegó a conocer, puesto que no las cita, y la lógica del Tratado del Licenciado Lasso, dado que dicho Tratado no aparecería hasta el siglo siguiente.

Aparición aquella, que estuvo rodeada de enormes polémicas, entonces y después, causadas directamente por Bartolomé José Gallardo, muy propenso a pérdidas bibliográficas, las reales y las ficticias, y en la mayoría de los casos indemostrables. Pero en aquel caso concreto al afirmar en diversas ocasiones y por escrito que había tenido en las manos una copia de la obra magna de Ponce de León, que después «naufragó», y cuando al final vino a resultar que siempre estuvo hablando del Tratado del Licenciado Lasso52.

Leyenda urbana que actualmente pervive en los medios universitarios, incluidas las pertinentes referencias bibliográficas y editoriales, citadas por «expertos» en sus actuales bibliografías recomendadas, y cuando dicha obra no existe más que en la fértil imaginación del autor que la cita, y en este punto concreto, de hecho muy curioso, renunciamos de forma voluntaria a hacer sangre.




ArribaAbajo Hervás y Panduro enmienda la plana al erudito Benito Jerónimo Feijoo

Situados de nuevo en la obra de Hervás y Panduro Escuela Española de Sordomudos, habrá que reconocer que a gran diferencia de los autores anteriores y posteriores, a Hervás y Panduro le merecieron igual respeto los personajes de Ponce de León y Pablo Bonet, con total indiferencia de si uno fue anterior al otro, o de los indudables méritos de cada uno.

Prueba de ello es que Ponce de León aparece citado en veintitrés ocasiones en el primer volumen, mientras que Pablo Bonet lo es en diez y nueve, y en el caso del primero con capítulo propio53, al igual que el segundo, que lo compartió dignamente con dos maestros españoles de sordos más: Manuel Ramírez de Carrión y Pedro de Castro54.

Pero explicando Hervás y Panduro de paso, que el sistema que había estado aplicando en Francia, con éxito y en aquel mismo siglo XVIII, el afamado maestro español de sordos el judío extremeño Jacobo Pereira55, que anduvo a la greña durante años con el abate francés L'Epée, creador en París de la primera escuela en el mundo exclusiva para sordos, de carácter gratuito y universal, estaba sacado casi íntegro de la obra de Pablo Bonet de 162056.

Hecho curioso fue que Feijoo se atribuirá, según él, gracias a una carta enviada desde París, escrita por el médico español José Ignacio Torres, el mérito de que merced a sus comentarios aparecidos en sus Cartas Eruditas, respecto al Arte de hacer hablar a los mudos, y donde Feijoo ensalzaba a Pedro Ponce de León, el mismo Jacobo Pereira se había decidido a embarcarse en Francia en su aventura como maestro de sordos. Una aseveración no documentada y menos aún admitida por escrito por parte del propio Pereira, puesto que su única admisión fue reconocer en 1749, delante de la Academia francesa, que el alfabeto manual que utilizaba en su trabajo, era el mismo que se usaba en España, aunque adaptado por él a la lengua francesa, pero en todo caso procedente en primera instancia de la obra de Pablo Bonet de 1620.

Fragmento de aquella carta recibida, que Feijoo reprodujo íntegro dentro de sus Cartas eruditas para orgullo personal, pero sin explicar Feijoo a sus lectores lo que después explicará Hervás y Panduro, en aquel caso que Pereira utilizaba el método de otro español: el de Pablo Bonet:

«... me escribió habrá como año y medio, entre otras noticias estimables, que me daba en ella, me participó la que acabo de referir en la forma siguiente. "A riesgo de enfadar a V.S. con esta larguísima Carta, determinó por si aún no lo sabe, participarle como la alta idea, que V.S. exhibe (T.C. Tomo 4, Discurso 14) sobre la Arte de hacer hablar a los mudos produjo en el Ingenio Español Don Juan Pereira el deseo de cultivarla, y la gloria de poseerla actualmente en grado muy sublime.»57



Otra de las afirmaciones de Hervás y Panduro era que: «el método manual que Epée usaba para instruir a los Sordomudos, y que se diferencia poco del que usó Bonet, y figuró en las láminas que están en su obra, se practica en las escuelas que hay de Sordomudos en Malta, Nápoles, Roma y Bolonia», hablando en aquel comentario del «alfabeto manual español» que aparece en las láminas de la obra de Pablo Bonet Reducción de las letras, y que actualmente sigue en vigor en medio mundo.

La siguiente fue reconocer Hervás y Panduro, por primera vez en España y después de haber transcurrido 175 años, que la obra publicada por Pablo Bonet en 1620, «y que ha servido de modelo a todos quantos se han empleado en ella, después que el dicho arte se publicó. Epée restaurador del arte de instruir a los Sordomudos, y fundador de escuelas públicas, reconoce y llama maestros suyos a Bonet y a Juan Conrado Amman que perfeccionó en algo el arte de Bonet»58.

Tres pruebas aportadas por Hervás y Panduro respecto a la gran influencia de la obra de Pablo Bonet en Europa59, donde por lógica, nadie conocía ni la persona ni la supuesta obra magna del español Ponce de León, puesto que aquella no existía, o cuando menos nadie la había visto, con la excepción dudosa, tal como veremos, del cronista benedictino Juan de Castañiza en 1583, que sin saberlo el pobre entró en flagrante contradicción con lo que afirmaba rotundo el Licenciado Lasso en su obra Tratado legal de 1550, tal como se podrá comprobar más adelante.

Cuestión distinta fue la defensa a ultranza realizada en su primer volumen por el jesuita Hervás y Panduro de Pablo Bonet, ante los furibundos ataques que le había dirigido años antes el benedictino Feijoo, en su intento por hacer prevalecer la supuesta gloria universal de Ponce de León, y de los cuales pasamos a dar cumplida noticia.

Todo aquel enredo partió del comentario que había realizado Nicolás Antonio en su artículo Joannes Paulus Bonet, dentro de su Bibliotheca Hispana Nova, editada en 1672, afirmando que «parece que Bonet publicó el arte del monge Pedro Ponce». Comentario insidioso y malévolo que será utilizado como argumento principal por parte de Feijoo, a la hora de acusar directamente a Pablo Bonet de «plagiario» de la obra de Ponce de León. Pero acusaciones ambas sin fundamento alguno, al estar basadas en la más pura y dura especulación.

Acusación por partida doble que negaba Hervás y Panduro en su obra de 1795, razonando de forma impecable que cualquier persona que tuviera práctica en la instrucción de sordos, podría inferir que el arte publicado por Pablo Bonet en 1620 no se correspondía para nada a la obra de Ponce de León, puesto que el de Pablo Bonet no permitía una «instrucción tan perfecta» como se afirmaba había conseguido Ponce de León con sus alumnos y en su tiempo. Todo ello, claro está, apostillamos, de creer a ojos cerrados los comentarios al respecto proporcionados por cuatro cronistas muy concretos de la orden benedictina.

De hecho, y según la opinión de Hervás y Panduro, «instrucción perfecta» que ya se estaba consiguiendo dar en las escuelas de su época (un tema hoy discutible), pero educación o método que distaba mucho del publicado por Pablo Bonet. Hecho indiscutible de pensar que habían transcurrido 175 años de la publicación de su obra, y que con ellos se deberían haber producido, por lógica, los normales y correspondientes adelantos en aquel campo educativo concreto.

Sin embargo, con aquel mismo comentario Hervás y Panduro se desmentía en parte a sí mismo, al afirmar en otro momento de su obra que unos años antes el español Pereira, fallecido apenas quince años atrás, había triunfado en Francia durante varias décadas utilizando en su casi totalidad el arte de Pablo Bonet, tal como acabamos de ver. Afirmación que venía a demostrar que no se había avanzado tanto como Hervás y Panduro afirmaba, cuando menos, en los métodos prácticos y con los resultados reales a la vista, dado que el único avance real había sido la apertura en Europa de numerosas escuelas, con la única excepción de España.

Por otra parte, lo que más le molestó a Hervás y Panduro de los comentarios de Feijoo, fue que acusara a Pablo Bonet, ya no tan solo de plagiario de la supuesta obra de Ponce de León, sino además de «impostor» como veremos seguidamente, y en aquel punto concreto se acabó la santa paciencia de Hervás y Panduro:

«¿Pero quiere V.S. una prueba clara de que Bonet tuvo noticia exacta del descubrimiento del Monje, y no hizo más que aprovecharse de él para escribir su libro? Se la daré. Note V.S. que Ambrosio de Morales dice, que el Monje enseñó a hablar a dos hermanos, y una hermana del Condestable, que eran mudos. Note también, que Bonet dice de sí, que servía en la casa del Condestable de Secretario suyo. Pues a los ojos se viene, que dentro de aquella casa halló todas las noticias necesarias de la teórica, y práctica del Arte.

Y si he de decir todo lo que siento, es para mí muy verosímil que Bonet, no sólo fue plagiario, mas aun impostor. El dice, u da a entender, que enseñó a hablar a un hermano del Condestable. Constándonos por Ambrosio de Morales, que el Monje Ponce enseñó a hablar a dos hermanos del Condestable, y que el uno de ellos, llamado D. Pedro murió muy mozo: lo que se hace conjeturar es, que cuando Bonet servía de Secretario al Condestable, aún vivía el otro60, y Bonet se quiso atribuir la enseñanza, que aquel Caballero había mucho antes debido al Monje. Y basta para el asunto.»61



Es evidente que el tiempo da o quita razones, tal como acaece en el caso concreto del comentario de Feijoo antes visto, y teniendo en cuenta que se trata del propio Feijoo, debemos avisar que aquellos dos párrafos no podían estar más repletos de errores, y sus argumentos justificativos a favor de Ponce de León no podían ser más pobres. Detalles que no le pasaron precisamente desapercibidos a Hervás y Panduro, al dedicarles cuatro páginas, enmendando en ellas con dureza a Feijoo, y haciendo de aquel modo de abogado del diablo en la causa de la gloria de Ponce de León:

«Parece un poco precipitada esta sentencia de impostor que el erudito Feijoo fulmina contra Bonet, no obstante su confesión pública de haber sido el primer maestro de un hermano Sordomudo del Condestable. No se hace creíble que Bonet en Madrid, y en la misma casa del Condestable hubiera tenido el atrevimiento de atribuirse con notoria falsedad la enseñanza que se debía al monge Ponce. Feijoo dice que el Sordomudo enseñado por este fue el que dice Bonet haber instruido. Prescindamos del dicho de Bonet, y cotejemos las épocas de los dos Sordomudos para descubrir la verdad o la falsedad de la confesión de Bonet.»62



Después de aquella somera, pero puntual declaración de principios, y retomando la misma fuente utilizada por Feijoo, en su caso la obra de Ambrosio de Morales, al ser aquella misma obra por fechas la más antigua, o según se mire, la primera referencia que apareció impresa en 1575 y donde se daban los primeros detalles sobre la labor de Ponce de León y Hervás y Panduro, de la manera más simple, pasó cuentas de los años transcurridos entre la noticia de Morales y la publicación de la obra de Pablo Bonet, simpleza que supuestamente no se la había ocurrido a Feijoo:

«Ambrosio de Morales imprimió sus antigüedades en el de 1575, como consta de la edición citada de que me valgo; por tanto antes del año de 1575 Ponce ya había mostrado a hablar a dos hermanos y una hermana del Condestable (son palabras de Morales) y había muerto Don Pedro. Bonet publicó su obra en el año de 1620: esto es, quarenta y cinco años a lo menos después que Ponce había enseñado a los hijos del Condestable, que en tal año debían contar no pocos años, pues uno había muerto de veinte años antes de 1575.» 63



Cuentas numéricas que llevaron a Hervás y Panduro en directo a sentenciar a su vez a Feijoo, puesto que era evidente que el erudito había «patinado» en sus argumentos que habían dado lugar a su extemporánea afirmación de que Pablo Bonet era un «impostor». Teniendo en cuenta que Hervás y Panduro, además, nunca tuvo noticias de las pruebas que aparecerán en el siglo XX, las cuales le daban en todo la razón a Hervás y Panduro, y con indiferencia de que en aquella «sentencia» contra Feijoo, confundiera a «los hermanos del Condestable», con «los hijos del Condestable», pecata minuta, puesto que acertó en el parentesco consanguíneo:

«Parece pues que el Sordomudo instruido por Bonet no pudo ser ninguno de los que había enseñado Ponce: más probable fue sobrino de ellos perteneciente a la sucesiva generación.»64



En su prudencia, Hervás y Panduro se quedó algo corto en el tema de los parentescos de aquella familia, dado que el discípulo de Pablo Bonet, Luis de Velasco, nacido en 1610, y hermano de Bernardino nacido dos años antes y que después en 1612 será, al ser el mayor, Condestable de Castilla, como consecuencia de la muerte aquel mismo año de su padre Juan Fernández de Velasco, era en realidad sobrino nieto de aquellos personajes. Dado que su padre Juan Fernández era hijo del Condestable Íñigo de Velasco, hermano a su vez de Francisco y de Pedro de Velasco o Tovar discípulos ambos de Ponce de León, y por tanto Luis de Velasco era pariente directo en tercera generación.

Cuestión de parentescos que Feijoo tenía la obligación de conocer, y más aún cuando los Velasco o los Tovar tenían desde hacía siglos una fuerte presencia en el monasterio benedictino de San Salvador de Oña (orden religiosa a la cual pertenecía Feijoo), con escudos de armas y capilla propia, siendo por tanto benefactores de aquel convento donde había residido Ponce de León hasta su muerte en 1584 y, además, con castillo y palacio en la cercana población de Medina del Pomar, de hecho su casa familiar más antigua. Una prueba más de que aquel «descuido» de Feijoo fue totalmente malintencionado a la hora de difamar sin sentido a Pablo Bonet.65

Con el tiempo, pero ya en 1973, y gracias en esta ocasión a Justo Pérez de Urbel, se tuvo noticias de la existencia en la Real Academia de la Historia, Colección Salazar, de un manuscrito, de autor desconocido, titulado Compendio genealógico y breve sumario de la antigua y noble Cassa de Velasco,66 donde justamente se daban noticias de los tres personajes involucrados en aquella historia: los «dos hermanos, y una hermana del Condestable», según Morales, más un cuarto.

Se trataba en concreto de los cuatro hijos e hijas sordas de Juan de Tovar, marqués de Berlanga, de los cuales, dos de ellos, en su caso los hijos, fueron los discípulos directos de Ponce de León, por otra parte perfectamente documentados por el Licenciado Lasso en su Tratado legal de 1550.

Por despejar dudas, de las dos hijas sordas de Juan de Tovar, Juliana y Bernardina, ingresadas muy niñas en dos conventos distintos, en el Compendio se dice que: «Doña Juliana de Velasco que murió sin tomar estado y dicen que fue muda», y de la segunda, «Doña Bernardina de Velasco, monja en la Concepción Franciscana de Berlanga y muda de nacimiento».

Luego queda muy claro que en el caso de ambas hermanas no intervino para nada Ponce de León, puesto que no le se cita. Al igual que sucede con Francisco de Tovar, el mismo personaje al cual Lasso dedicó su Tratado legal, pues la misma fuente especifica únicamente de él que: «Don Francisco de Velasco que murió niño y mudo».

Por el contrario, la misma memoria familiar nos dice, refiriéndose a Pedro de Tovar (Velasco) y Enríquez, con harto más detalle:

«Don Pedro de Velasco, que fue mudo de su nacimiento y vivió hasta el año de 1571 con muy grande ingenio y en la Crónica de Ambrosio de Morales con nombre de la Descripción de España refiere que éste don Pedro de Velasco aprendió a hablar, escribir, leer y latín que se lo enseñó en todo fray Pedro Ponce de León, monje en Oña de san benito, que salió hombre perfecto y muy capaz de todas materias y se ha dicho por cosa cierta que se ordenó de misa por disposición de Su Santidad, por no oír y hallándose capaz y hábil para todo, y Luis de Zarauz, criado muy antiguo del Condestable de Castilla Juan Fernández de Velasco y ayo de sus hijos decía y aseguraba que le ayudaba al dicho don pedro en las misas que decía, muchas veces».



Habría que remarcar que en aquella misma crónica familiar, escrita por un autor anónimo hacia 1627, resulta sorpresivo que éste utilice como fuente primaria y principal para evocar la memoria de Pedro de Velasco, no a la propia familia, como sería lo más propio, sino a la obra, impresa en 1575, de Ambrosio de Morales, justamente la misma obra que utilizó Hervás y Panduro a la hora de polemizar y sentenciar a Feijoo.

Hay que recordar, igualmente, que cuando se redacta dicha crónica familiar, Pedro de Velasco, el alumno más aventajado de Ponce de León, hacía aproximadamente cincuenta y siete años que había fallecido, puesto que murió en Oña entre 1571 y 1572, y como mínimo setenta años desde el momento que empezó a recibir educación por parte de Ponce de León, y no cuarenta y siete años como apuntaba, de forma harto prudente, Hervás y Panduro en su sentencia en contra de Feijoo.

Más misericorde resultará ser, en 1622, Baltasar de Zúñiga, cronista de la Casa de Monterrey, desconociéndose si sus afirmaciones obedecen a la tradición o a la realidad, al apuntillar de esta forma a Francisco, el otro discípulo de Ponce de León, y el mismo discípulo al cual se refería justamente Feijoo, aunque sin citarlo por su nombre, a la hora de acusar a Pablo Bonet de «impostor»: «El menor [sic]67 que llamaban don Francisco murió mui mozo y ablava ya algo»68.

Pero una cosa es cierta de creer en ambas fuentes: Francisco de Tovar murió «niño» o «muy mozo». Y por tanto mucho antes que su hermano Pedro de Tovar, fallecido entre 1571 y 1572. Por lo mismo Francisco tampoco podía ser el personaje aducido por Feijoo como prueba de cargo de la «impostura» de Pablo Bonet.

Para complemento, en la cita del afamado y puntilloso cronista Morales, la misma que utilizaron tanto Feijoo como Hervás y Panduro, Morales también afirma que Pedro de Velasco «Bibió poco más de veinte años, y en esa edad fue espanto lo que aprendió». Cuando lo cierto fue que el otro Pedro, el de carne y hueso, murió con una edad comprendida entre los 33 ó 35 años, puesto que debió nacer entre los años 1537 y 1539.

Luego cuando Morales publicó su obra, resulta ser que Pedro de Tovar o Velasco apenas hacía tres años que había fallecido. Detalle que implica que el testimonio de Morales, tan largamente aducido por todos los biógrafos de Ponce de León como una de las fuentes principales para el conocimiento de éste o de sus discípulos, incluido el propio Feijoo, no es, ni de lejos, un testimonio fiable, sino fruto de simples «comentarios de salón» y por tanto referencias procedentes de terceros.

Después de desmontar Hervás y Panduro la acusación de Feijoo respecto a que Pablo Bonet era un «impostor», al haberse adjudicado como propio un discípulo de Ponce de León, insatisfecho con su primera conclusión, volvió de nuevo a la carga con dos pruebas más, afirmando: «No menos verdadero que justo se prueba este parecer con las dos siguientes reflexiones.»

En la primera de ellas, Hervás y Panduro recoge y analiza la visita del diplomático y aventurero inglés Kenelm Digby a Madrid en 1623, acompañando al príncipe de Gales, recogida en su obra Natura Corporum,69 y donde Digby, sin citar a Pablo Bonet, habla del libro que ha escrito el personaje o de los favorables resultados alcanzados como maestro con Luis de Velasco, al cual Digby realizó diversas pruebas a su total satisfacción, momento en que el muchacho ya contaba con trece años. Historia que para Hervás y Panduro representa una nueva prueba a su favor, y de nuevo en contra de las afirmaciones de Feijoo.

Punto seguido, Hervás y Panduro aprovechó la ocasión para colocar una dura andana a Nicolás Antonio, y a su «Biblioteca española», fuente principal de referencia de las calumnias de Feijoo, y más concretamente al apartado que Nicolás Antonio dedicó a Emmanuel (Manuel) Ramírez de Carrión, y donde Nicolás Antonio afirmaba:

«Este entre nosotros halló el arte o ciertamente él solo en su tiempo lo exercitó enseñando a los Sordomudos la escritura y el habla; lo que ha hecho con el Marqués de Priego (de quien era Secretario), con don Luis de Velasco hermano del Condestable de Castilla y con otros.»70



Extravagante noticia aquella de Nicolás Antonio, en la cual el propio autor se «olvidaba» o «desmentía» la suya anterior referida a Pedro Ponce de León, puesto que ahora afirmaba que el primero que en España «halló el arte» para enseñar a hablar a los sordos, «o ciertamente él solo [...] lo exercitó en su tiempo» había sido, no Ponce de León como había sugerido a la hora de difamar a Pablo Bonet y al comentar su obra la Reducción de las letras, sino el maestro de Hellín Manuel Ramírez de Carrión.

Motivo por el cual su anterior referencia referida a Pablo Bonet, y donde afirmaba Nicolás Antonio que: «parece que Bonet publicó el arte del monge Pedro Ponce», perdía absolutamente todo su sentido insidioso, y por lo mismo debería haber sido puesta a «remojo», y más aún por parte del erudito Feijoo. Patinazo de Nicolás Antonio y de Feijoo que llevó a Hervás y Panduro, aunque equivocándose, pero acertando en general por pura intuición, a afirmar puntilloso:

«De esta relación (en que ni por conjetura se debía atribuir a Ramírez la invención de un arte inventado antes, y usado con mayor perfección por el monge Ponce) se infiere que en los años de 1629 en que florecía Ramírez, ya había faltado Bonet, y el dicho Ramírez había continuado la enseñanza del hermano del Condestable.»71



En primer lugar, damos la razón de Hervás y Panduro en aquel comentario, puesto que si tanto Nicolás Antonio como Feijoo afirmaban que el «primero» en aquel arte había sido Ponce de León, no tenía sentido la afirmación de Nicolás Antonio de que el «primero» había sido Ramírez de Carrión. Contradicción aquella, a la cual nunca hizo mención Feijoo, al perjudicarle y mucho en su cruzada a favor de la gloria universal de Ponce de León, perdiendo de nuevo con ello su objetividad, si en algún momento la tuvo en todo aquel asunto.

En segundo lugar, desmentimos en parte a Hervás y Panduro cuando afirma que Ramírez de Carrión se hizo cargo de Luis de Velasco en 1629, al faltar Pablo Bonet, pero disculpándolo al haber tomado como punto de referencia de aquella afirmación la obra de Ramírez de Carrión, Maravillas de Naturaleza, editada en Córdoba y Montilla aquel año 1629, pero dándole a la vez la razón, ya que Ramírez de Carrión debió sustituir a Pablo Bonet, en su papel de segundo maestro de Luis de Velasco, muy probablemente en 1619, y posiblemente bajo la supervisión del propio Pablo Bonet hasta 1622, momento en que Pablo Bonet abandonó la casa Velasco al pasar a servicio del rey Felipe IV.

En definitiva y a modo de resumen, rebatiendo y sentenciando a Feijoo, tras sus graves acusaciones de que Pablo Bonet había sido un «plagiario» de la obra de Ponce de León y además un «impostor», bastará para ello utilizar las propias palabras de Hervás y Panduro, puesto que con ellas se cierran definitivamente aquellas miserables insidias de benedictino Feijoo, afirmando Hervás y Panduro, además, que Pablo Bonet es el «verdadero» autor del arte que publicó, el cual había servido de modelo de todo lo escrito y practicado hasta su época respecto a la educación de los sordos:

«Según estas reflexiones se deberá decir que el hermano del Condestable instruido por Bonet, y que vivía a la mitad del siglo decimoseptimo, era diferente del Sordomudo que también era hermano de un Condestable de Castilla, y fue instruido por el monge Ponce antes del año 1575: y que Bonet fue verdadero autor del arte que publicó para instruir a los Sordomudos, y que ha servido de modelo para todo lo que hasta ahora se ha escrito y practicado en orden a su instrucción. Todo esto parece confirmarse con el dicho monge Antonio Pérez en la aprobación de Bonet, la qual con él se imprimió»72.






ArribaAbajoHervás y Panduro cree a Feijoo en una cuestión puntual, y se equivoca

En todo aquel lamentable asunto de imposturas y plagios, por ignorancia de los detalles que después veremos, Hervás y Panduro, inocente él, dio la razón a Feijoo en un solo punto: en el controvertido asunto del benedictino Antonio Pérez, al igual que Feijoo, y en su caso censor circunstancial del libro de Pablo Bonet de 1620.

Entrando de aquel modo Hervás y Panduro en lo que no dejó de ser una discusión bizantina, sin interlocutor conocido por parte de Feijoo, puesto que se trataba de discutir o debatir, poniendo en duda tanto la competencia intelectual como la moral del censor Antonio Pérez a la hora de afirmar en dicha censura al libro de Pablo Bonet, entre otras cosas muy puntuales, que «Ponce de León dio principio a esta maravilla de hacer hablar a los mudos», sin alegar nada más, o afirmando un párrafo después que «si bien nunca trató de enseñarlo a otro; y ya se sabe quanto más es sacar maestros en una profesión que serlo»:

«Por mandado de V.A., vi este libro, que compuso Juan Pablo Bonet, secretario del condestable, para enseñar a hablar los mudos, y me a parecido tan bien, que no solo se debe permitir la impresión, sino también mandar la haga y premiársela, porque con grande primor y propiedad trata una materia importantísima y dificultosíssima y muy desseada en nuestra España desde que nuestro monje fray Pedro Ponce de León dio principio a esta maravilla de hacer hablar a los mudos, al qual por eso celebraron todos los naturales y extrangeros curiosos por milagroso ingenio, si bien nunca trató de enseñarlo a otro; y ya se sabe quanto más es sacar maestros en una profesión que serlo; y assi me parece este trabajo muy digno de que salga a la luz»73.



Por ello, no deja de sorprender que de todo aquel largo y aclarativo comentario de Antonio Pérez, respecto a la persona y la obra de Ponce de León, lo que molestó y mucho a Feijoo fue únicamente, de forma curiosa, la parte que atañía en lo que para él era un hecho indiscutible y por tanto intocable: fray Pedro Ponce de León era el inventor y descubridor de aquel arte. Punto.

De ahí que el largo comentario de Feijoo quedase circunscrito a demostrar que no había más gloria que la de Ponce de León, llegando al extremo de acusar al benedictino Antonio Pérez de «desinformado» y de «mentiroso consciente», al intentar, según Feijoo, salvar el «honor de caballero» de Juan de Pablo Bonet, «porque es cierto, que el Fr. Pedro Ponce de León enseñó el arte a algunos».

«Por lo que mira a la dificultad, que V.S. me propone en su segunda Carta, contra lo que en el 4 Tomo del Teatro Crítico, Discurso 14, número 100, y número 101, escribí del Arte de enseñar a hablar a los mudos, inventada por nuestro Monje Fray Pedro Ponce; la dificultad, digo, fundada en la Aprobación del Maestro Fray Antonio Pérez, Abad de San Martín de Madrid, al libro de Juan Pablo Bonet, dado a luz el año de 1620; respondo, que dicho Maestro Fray Antonio Pérez en lo que escribe sobre la materia, en ninguna manera da a entender, que el inventor del Arte fuese Juan Pablo Bonet, de quien sólo dice, que compuso un libro para enseñar a hablar a los mudos, lo que es verdad, o por lo menos pudo serlo. ¿Pero esto arguye que fuese inventor del Arte? No por cierto [...]. Por otra parte es indubitable, que el inventor del Arte de enseñar a hablar a los mudos no fue Juan Pablo Bonet, sino el Monje Fray Pedro Ponce. [...], Y da motivo para pensarlo así lo que dice el M. Fr. Antonio Pérez en su aprobación, que el P. Ponce nunca trató de enseñar a otro el Arte. Pero a esto, Sr. mío, repongo, que, o el Maestro Pérez careció en esta parte de la noticia necesaria, o por el honor del Autor, cuyo libro aprobaba, artificiosamente disimuló lo que sabía: porque es cierto, que el Fr. Pedro Ponce de León enseñó el arte a algunos.»74



A la inversa. Feijoo calló en primer lugar al no comentar como se debía la tajante afirmación de Antonio Pérez de que Ponce de León, «en nuestra España [...] dio principio a aquel arte», pero sin afirmar Antonio Pérez en ningún momento de su comentario, que Ponce de León había concluido y culminado aquel arte con un éxito rotundo y total. Dejándonos de aquel modo en la duda si lo alcanzó, o según se mire, «a buen entendedor con pocas palabras bastan».

Del mismo modo que Feijoo sufrió un grave y curioso lapsus lingüístico, ante la afirmación textual de Antonio Pérez, de que Ponce de León no enseñó su arte a ningún otro «maestro», «si bien nunca trató de enseñarlo a otro (maestro)», poniendo seguidamente Pérez en duda la propia capacidad como maestro de Ponce de León, «y ya se sabe quanto más es sacar maestros en una profesión que serlo».

Denuncia primera, a la cual contestó Feijoo claramente equivocado al confundir, diríamos que de forma harto curiosa en él, «maestro» por «sordo», alegando como prueba de cargo de que Ponce de León «tuvo alumnos» con un comentario de Castañiza, el mismo comentario que después volverá a utilizar Hervás y Panduro para dar la razón a Feijoo, pero de forma equivocada.

«Porque es cierto, que el Fr. Pedro Ponce de León enseñó el arte a algunos (sordos). Lo que consta primeramente de lo que dice el Maestro Castañiza; el cual, después de referir como este Monje, no sólo enseñaba a hablar a los mudos, mas también a pintar, y otras cosas».



Pero al advertir Feijoo que aquel razonamiento quedaba cojo, añadió un segundo, tratando de argumentar que era materialmente imposible enseñar a un sordo sin descubrir el maestro su arte al propio sordo, dejando caer así implícitamente que la obligación de dar a conocer aquel arte recaía, no en el maestro como sería lo normal, sino en el alumno, cuestión totalmente absurda y fuera de sitio.

«Consta lo segundo, de que era imposible enseñar a hablar a los mudos, sin manifestarse enteramente el artificio con que esto se logra; pues el modo de conseguirlo es ser ellos ejecutores de todos los preceptos del Arte, como comprenderá evidentemente cualquiera que tenga alguna idea de él...»



Por otra parte, hecho cierto, pues por lógica el alumno conocía el método, pero la cuestión estaba en que Antonio Pérez no hablaba en su comentario de aquel aspecto, sino de la costumbre muy arraigada en la escuela española de sordos de ocultar los maestros sus métodos al público al no publicarlos (Ponce de León y Ramírez de Carrión), o haciendo prometer al alumno no descubrirlos (Ramírez de Carrión)75.

De hecho, resultaba evidente que aquella enseñanza particular era una actividad económica muy lucrativa y rentable para el que la practicaba, y más aún al estar dedicada en exclusiva a los sordos nobles y ricos. Motivo por el cual no se hacía pública, acabando así con aquella importante fuente de ingresos particulares. Véase el caso de Ponce de León o el del propio Ramírez de Carrión. Detalles que Feijoo conocía perfectamente, pero que como era normal se calló.

Continuando su alegación, Feijoo seguidamente utilizó como complemento a la misma el detalle de que uno de los alumnos de Ponce de León, en su caso Pedro de Velasco, había puesto por escrito en una breve nota en qué consistía exactamente el arte de Ponce de León. Cita que aparece en la obra Antigüedades de Ambrosio de Morales, pero muy dudosa visto que Morales no conoció en persona a Pedro de Velasco, y más dudosa aún al provenir dicha nota supuestamente de terceras manos.

Pero en el supuesto hipotético de que dicha nota fuera auténtica, aquella breve nota no era precisamente un largo tratado pedagógico al uso, tal como sabía perfectamente Feijoo, de compararse dicha nota, por ejemplo, con la extensa obra de Pablo Bonet. Por tanto dos argumentos realmente flojos los de Feijoo, puesto que con ellos no se confirmaba en ningún momento que Ponce de León hubiera formado maestros de sordos, dado que de aquello precisamente se estaba discutiendo, y más aún al poner en duda Feijoo la anterior doble afirmación de Antonio Pérez.

«... y en efecto Ambrosio de Morales testifica haber visto la respuesta por escrito de D. Pedro de Velasco (uno de los dos hermanos del condestable, a quienes enseñó a hablar el Monje) dando noticia en lo que consistía el arte a uno que se lo había preguntado.»



Argumentación última de Feijoo, respecto a aquellas supuestas noticias del arte de Ponce de León, que cae por su propio peso al saberse a ciencia cierta y por escrito que Ponce de León jamás tuvo intención alguna de revelar a nadie el «secreto» de su arte, y menos aún de publicar su obra.

Noticia que ya daba en 1550 el licenciado Lasso en su Tratado Legal, afirmando que Ponce de León se la guardaba para sí, y que para que se publicara tendría que recibir «una orden directa» del mismísimo papa León III, al ser un religioso, y del mismísimo emperador Carlos V, al ser su súbdito. Buena muestra de la aparatosa soberbia del personaje, si tenemos en cuenta que desde el principio se había estado vendiendo que el personaje era un humilde y caritativo monje benedictino, según los testimonios aportados por sus propios hermanos en religión.

«Disimulacion para que deje de escrebirse y publicarse -yo no quiero escrebir ni tratar la industria solicitud y curiosidad que basta- a que los mudos a natura ablen porque aquesta el solo ynbentor della la tiene esculpida guardada e Reserbada para si, aunque para que la publicase y sacase a luz y a todos fuese notorio por ser el bien tan encumbrado e unibersal nro. padre Julio terçio como a rreligioso e la sacra çesarea y catholica mag De nro. inbictissimo cesar charolo quinto como a subdito natural español y basallo lo debían mandar para que el maestro lo ficiese.»76



Por otra parte, los silencios o los errores de Feijoo, él que era tan puntilloso, locuaz y acerado en sus críticas, implícitamente dan la razón en todo a Antonio Pérez, y más aún en aquellos dos inquietantes aspectos de Ponce de León. Primero, que no había concluido a la perfección su arte, y por tanto no merecía la tan discutida gloria, y segundo, que jamás formó a ningún maestro para que continuara con su obra, indicador de su prepotencia o de su mezquino egoísmo.

Detalles ambos muy graves, y sobre los cuales Feijoo pasó de puntillas, afirmando displicente, y un punto calumniador, que Antonio Pérez «carecía de noticias» respecto a las actividades docentes de Ponce de León en Oña. Afirmación aquella de Feijoo que veremos era absolutamente falsa. Pasando después a afirmar que por salvar el «honor» (sic) de Juan de Pablo Bonet, «cuyo libro aprobaba, (Pérez) artificiosamente disimuló lo que sabía». Comentario donde Feijoo apuntaba de nuevo con el dedo acusador al «plagiario» Pablo Bonet, y de paso a Antonio Pérez por su supuesto papel de encubridor de aquel supuesto plagio del aragonés. Acusación aún peor que la primera, al ser tanto o más falsa que la anterior.

De ahí que nos sorprenda la intervención de Hervás y Panduro en aquel lamentable asunto, y más aún dando la razón a Feijoo, y aunque no lo citara en expreso, afirmando al igual que Feijoo, tras citar el mentado comentario del cronista Castañiza, que «esta declaración de Castañiza nos hace conocer la equivocación [...] (cometida por) Antonio Pérez Abad del monasterio benedictino de San Martín de Madrid, aprobando una obra de Bonet...»77

De intentar aclarar aquel embrollo, habrá que avisar que tanto en los casos de Benito Jerónimo Feijoo, cuanto en los de Justo Pérez de Urbel y Antonio Eguíluz Angoitia, por citar los autores más modernos, todos ellos han tenido la tendencia a rebajar o minimizar los comentarios de Antonio Pérez respecto a persona y la obra de Pedro Ponce de León, aduciendo las más peregrinas, y en algún caso retorcidas, opiniones, aunque sin explicar nunca quién fue en vida aquel personaje, o su importancia real dentro de la propia orden benedictina, a la que también pertenecía Pedro Ponce de León, o su categoría intelectual.

Fray Antonio Pérez, benedictino al igual que Ponce de León, nacido en 1562, profesó como monje en Silos, tomando el hábito en 1577. Posteriormente sería enviado a Oña, donde aparece su firma en varios capítulos conventuales junto a la de Ponce de León, en particular en los correspondientes al año de 158378. Un tiempo más tarde ejerció de abad en el monasterio de San Vicente de Salamanca, en el de San Benito de Valladolid y en el de San Martín en Madrid, lugar donde realizó su censura a la obra de Pablo Bonet, siendo tres veces Definidor y una vez General de su Orden. En 1627, Felipe IV le recomendó para el obispado de La Eso de Urgen, en Cataluña, del cual se hizo cargo. Más tarde, en 1634, se hizo cargo del obispado de Tarragona, donde celebró dos concilios provinciales, siendo promovido para obispo de Ávila en 1637, aunque no pudo ocupar tal cargo al fallecer en Madrid en mayo de aquel año, siendo enterrado con todos los honores en Silos.

Conocido ahora el perfil del personaje, habrá que reconocer la mala fe de Feijoo al afirmar que Antonio Pérez «carecía de noticias» respecto a Ponce de León, y peor mala fe al ser él mismo de la orden benedictina, o sabiendo a buen seguro, al haber mantenido correspondencia con el abad del monasterio de San Salvador de Oña, gracias a la cual tendremos noticias de dos documentos más de Ponce de León, que Antonio Pérez había compartido vida, estancia y mantel con Ponce de León en dicho monasterio de Oña. Motivo por el cual Antonio Pérez sabía perfectamente de lo que estaba hablando.

Del mismo modo que se puede volver a acusar a Feijoo de mala fe, al afirmar falsamente que por salvar el «honor» de Pablo Bonet, Antonio Pérez disimuló arteramente «lo que sabía». Acusación que ahora se vuelve contra el propio Feijoo, al ser precisamente él un hábil «ocultador» y manipulador de noticias sobre el caso de Ponce de León, y con motivo de su desmedido afán por conseguir para él la efímera gloria inmortal. Triste, realmente muy triste.

Con cual de lo único que se le podría acusar a Antonio Pérez, si es que se le puede acusar de algo, es que fue excesivamente prudente en sus comentarios respecto a la labor de Ponce de León en Oña, al pensar tal vez de buena fe que no merecía la pena hacer leña del árbol caído, puesto que a última hora era un hermano de su propia orden, pero causando de forma indirecta la catástrofe intelectual que acabamos de ver.

Por todo ello, cuando Pérez afirma, tajantemente, respecto de Ponce de León -al cual ha conocido personalmente por convivir con él unos cuantos años, como mínimo entre 1578 y 1583- y su método, que «si bien nunca trató de enseñarlo a otro; y ya se sabe quanto más es sacar maestros en una profesión que serlo», debería ser tomado mucho más en serio de lo que hasta ahora se ha estado tomando.

Así, cuando Pérez denuncia que Ponce de León nunca enseñó a otro maestro, la frase es la que es y no hay más. Pero su siguiente comentario es aún más sutil, al afirmar que una cosa es decir de alguien que hace maestros, y otra muy distinta el serlo simplemente, poniendo así en duda o cuarentena la misma capacidad pedagógica de Ponce de León como maestro de sordos, arte respecto del cual reconoce Pérez que «dio principio», sin más conclusiones, dijeran lo que dijeran otros cronistas, incluidos entre ellos todos los respectivos de su propia orden.

Visto lo anterior, habrá que disculpar a Hervás y Panduro cuando daba la razón a Feijoo respecto al asunto anterior, fiando Hervás y Panduro en demasía en los comentarios del propio Feijoo, apoyados a su vez en unos comentarios anteriores de Castañiza muy discutibles, pero como por otra parte era lo normal al suponer Hervás y Panduro que Feijoo merecía su crédito total, y más aún al saber Hervás y Panduro que Feijoo había investigado el asunto a fondo, incluso manteniendo en su momento correspondencia epistolar con el monasterio de Oña. Motivo por el cual era de suponer que sus noticias eran totalmente ciertas, cuando en realidad eran directamente falsas o manipuladas en muchos de sus extremos.




ArribaAbajoTomás Navarro Tomás, continuador de Hervás y Panduro en aquel triste asunto79

De no ser porque estamos hablando de Historia pura y dura, podría resultar casi enternecedora la ignorancia mostrada por diversos autores actuales, particularmente anglosajones, aunque seguidos muy de cerca por algunos españoles puntuales, con respecto a la Historia de la educación de los sordos en España, si no fuera porque a causa de la misma ignorancia de las fuentes originales, han creado y están creando escuela sobre temas tan lejanos a su competencia como son los casos, por ejemplo, de fray Pedro Ponce de León, Juan de Pablo Bonet o Manuel Ramírez de Carrión, y en el caso de los nuestros, por mero seguidismo a determinadas doctrinas ultramontanas algunas, incluso, políticas en el sentido más estricto del término.

Personajes, que dichos autores han mezclado a su libre albedrío y sin ningún sentido, demostrando ignorar, en última instancia, las fuentes originales españolas, o muy probablemente también, por desconocer, por ejemplo, la significación auténtica del castellano escrito y hablado durante los siglos XVI y XVII. Y aquí no vamos a citar nombres, salvo un par, en nota aparte y a modo de ejemplo, uno foráneo y otro nacional, por compensar, porque la lista podría ser interminable80.

Dado el problema existente, referido al imaginario «plagio» por parte de Pablo Bonet, a la inexistente obra magna de fray Pedro Ponce de León, apuntado y sostenido por Nicolás Antonio y Benito Feijoo con la clarísima intención de crear con su figura un nuevo y flamante mito español, vamos a intentar «matarlo» de la manera más simple.

Mito, en el caso de Ponce de León, creado y elaborado de manera oportuna y en fechas muy tempranas, tal como se ha podido comprobar, por la propia orden religiosa a la cual perteneció en vida: la benedictina, y cosas de nuestro viejo país, por puros y simples motivos de corporativismo y prestigio social de dicha orden religiosa. Pero mito cuyo frágil pedestal actual está asentado y afianzado sobre la demostrada fama y gloria de otros dos personajes españoles posteriores, ubicados ambos, por méritos individuales y propios, dentro de la Historia de su misma especialidad: la educación de los sordos, como son Juan de Pablo Bonet y Lorenzo Hervás y Panduro81.

Tal como hemos visto anteriormente, la común afirmación de que el aragonés Juan de Pablo Bonet, autor de la obra Reduction de las Letras y Arte para enseñar á ablar los Mudos, publicada en Madrid en 162082, «plagió» la pretendida «obra magna» de Pedro Ponce de León, provino del comentario gratuito del bibliógrafo sevillano Nicolás Antonio83, agente inquisitorial en Roma desde 1659, aparecido en su Bibliotheca Hispana Nova84, al que después seguiría diligente y sumiso, pero muy interesado por la causa de la glorificación de Ponce de León, el benedictino Benito Jerónimo Feijoo, tal como denunciaba Hervás y Panduro en 1795.

Pero denuncia la suya de la cual nadie tomó nota en España, al continuar la patraña en aquel mismo siglo XVIII de la mano de Romualdo Escalona, y en mayor escala si cabe, de la mano de Justo Pérez de Urbel en las postrimerías del siglo XX, ambos benedictinos, curiosamente al igual que Pedro Ponce de León85.

«Obra» aquella de Pedro Ponce de León que por fin pudo ser conocida en 1986, gracias a la labor de búsqueda del franciscano Antonio Eguíluz Angoitia86, y que finalmente quedó reducida, después de tantos siglos de vanas esperanzas, sobresaltos87, y ásperos debates, a un simple y miserable folio, manuscrito a dos caras y, además, incompleto88. Puntualizando, que a la vista de su contenido, se puede constatar de forma meridiana que dicho manuscrito nada tiene en común con la obra posterior de Juan de Pablo Bonet89.

Un hecho que ya daba por demostrado Hervás y Panduro en 1795, pero alegando en su caso otros motivos distintos a los que después alegará el lingüista Tomás Navarro Tomás en los principios del siglo XX, y a causa del desconocimiento de ambos respecto a la existencia de aquel dichoso folio, que a buen seguro hubiera hecho las delicias de Hervás y Panduro, tanto en su faceta de lingüista como la de maestro de sordos, y no digamos ya de Tomás Navarro Tomás.

Cuestión aquella de plagios y autorías, que en España y después de los acerados argumentos expuestos por Hervás y Panduro en 1795, debería haber quedado definitivamente zanjada. Y más aún en el siglo XX, al intervenir en aquella segunda ocasión, y sobre lo mismo, el renombrado lingüista español Tomás Navarro Tomás, con su artículo «Juan Pablo Bonet, datos biográficos»90, aparecido en 1920, y por tanto sesenta y seis años antes de la aparición de dicho folio de Ponce de León, recobrado en 1986 por Eguíluz Angoitia, y con el cual se descubrió, en expresión coloquial, «el pastel».

Intervención aquella, que Tomás Navarro Tomás justificaba de este modo:

«La insinceridad de Bonet acerca de sus precursores, unida a la vehemencia o precipitación de sus críticos, le ha hecho víctima de graves acusaciones, las cuales, por lo que a la originalidad de su obra se refiere, han ido formando alrededor de su nombre una vaga atmósfera de desconfianza»91.



Antes de entrar en materia, se debería aclarar a qué se refería Tomás Navarro Tomás, cuando afirmaba que una de las causas que había provocado las insidias que se habían vertido sobre Pablo Bonet, en particular las de Feijoo, estaba en «la insinceridad de Bonet acerca de sus precursores». Un hecho totalmente cierto en apariencia, puesto que Pablo Bonet, de forma sorprendente, no se dignó citar en su Prólogo, a todo lo largo de su obra, a Pedro Ponce de León, a diferencia de la cita que sobre aquel personaje concreto hizo Antonio Pérez en la censura de la propia obra de Pablo Bonet.

De intentar dar una explicación razonable a aquel evidente «descuido» por parte de Pablo Bonet, avisando que es una simple hipótesis de trabajo, el descuido del personaje pudo pasar perfectamente, no por cuestiones propias de Pablo Bonet como se piensa, y causa justificada del aquel comentario crítico de Tomás Navarro Tomás, sino posiblemente por cuestiones íntimas y personales de la propia familia Velasco. Cuestiones familiares que elegantemente Pablo Bonet pudo respetar con su silencio, por no remover viejas heridas y al trabajar para aquella familia en su papel de secretario, primero con el Condestable Juan Fernández de Velasco, y después con su sucesor Bernardino Fernández de Velasco, doceavo Condestable de Castilla.

De hecho dos antecedentes familiares muy puntuales parecen apuntar en aquella dirección, y sobre los cuales tenemos cumplida constancia, al corresponder el primero al período de la intervención de Pablo Bonet en la desmutización del niño Luis de Velasco, hijo pequeño de su fallecido señor Juan Fernández de Velasco, onceavo Condestable de Castilla, y sexto de su linaje, y el segundo protagonizado por propio Luis de Velasco, marqués del Fresno, ya en su edad adulta.

El primero, pasó por el hecho comprobado de que al quedarse sordo el niño Luis de Velasco, lo más lógico hubiera sido enviarlo el primer día al monasterio de San Salvador de Oña, para que los monjes se hicieran cargo de su educación, tal como había sucedido en la época de Ponce de León con sus dos parientes sordos. Pensando, en aquel caso la madre, puesto que el padre ya había fallecido, en la posibilidad de que un monje anónimo de aquel monasterio, en un momento dado, pudiera haber continuado la piadosa labor de Pedro Ponce con los sordos, o cuando menos que en los archivos de dicho monasterio se podría conservar el genial método escrito por Ponce de León, y por tanto, tirando mano de él, se podría aplicar al caso concreto de su hijo Luis de Velasco.

De hecho, dos posibilidades argumentadas hasta la saciedad por el propio Feijoo, en su caso dándolas precisamente por buenas: la de la transmisión de los conocimientos de Pedro Ponce a otros maestros, y la existencia misma de su obra magna, o en su defecto de documentos que hicieran referencia a lo mismo.

Sin embargo, aquella idea, en apariencia lógica, en ningún momento pasó por la cabeza de su madre. Y aquí es de presuponer que la madre tendría poderosos motivos o poderosas razones a la hora de tomar aquella grave decisión de no enviar a su hijo Luis a Oña. La prueba fue que en primera instancia, y con la intención de encarrilar el problema de la sordera sobrevenida de su hijo, contrató una serie de personajes, pagando buen dinero, los cuales, todos ellos fracasaron de la forma más estrepitosa tal como afirmaba Pablo Bonet en el Prólogo de su obra92.

A la inversa. Visto aquel fracaso general, la madre permitió y autorizó a Pablo Bonet para que se hiciera cargo de la desmutización de su hijo Luis, encargo que éste cumplió a plena satisfacción, y cuya educación complementaría, con cuatro años más, el maestro de sordos Manuel Ramírez de Carrión.

Motivo por el cual, y vista la historia, habrá que admitir que la madre de Luis, debería conocer lo suficientemente bien la historia de Pedro Ponce, o la de su supuesto legado pedagógico, llámese manuscrito de su obra, al decidir de forma radical, primero, no enviar a su hijo a Oña, como hubiera sido lo normal, pasando punto seguido a contratar a supuestos curadores, o según se mire, maestros, y ante el fracaso, permitir la intervención de Pablo Bonet. Indicando con ello su total desconfianza respecto al «milagro» de Oña, donde según el Licenciado Lasso, «dos sordos hablaban por industria humana», en su caso, la de Ponce de León.

El segundo, aunque muy posterior, puesto que acaeció en 1643, fue que Luis de Velasco no se dignó en enviar dinero a dicho monasterio de Oña. Dinero que antes le había reclamado, de la forma más descarada, el abad Mauro de Tosantos en un Memorial, invocando justamente y como excusa la gloriosa memoria de Ponce de León y su labor con sus dos tíos abuelos sordos, un hecho que había acaecido casi 100 años atrás93.

Actitud aquella de Luis, en cierta manera disculpable, y más aún si aquel tenía noticias fidedignas de que el dinero pagado o donado por su familia, en la época de Ponce de León, reinvertido después en préstamos de usura, todavía estaba dando substanciosas rentas a aquel monasterio, motivo por el cual no hacía falta volver a pagar aquel antiguo «favor».

Nuevo detalle, que unido al anterior de la madre, da en pensar que las noticias que evidentemente tenía aquella misma familia Velasco sobre la labor de Ponce de León, no deberían ser tan «hermosas» como las habían pintado los cronistas benedictinos en su época. Noticias que a buen seguro conocía de primera mano Pablo Bonet a la hora de ponerse a escribir su obra, y por tanto posible motivo de su extraño silencio respecto a la labor de Ponce de León, nada más fuera por no contradecir la posible opinión negativa que sobre aquel personaje debería tener la dicha familia Velasco.

A la inversa, noticias negativas que puso al descubierto el benedictino Antonio Pérez con sus comentarios aclaratorios respecto a Ponce de León, y que aparecen en su censura del libro de Pablo Bonet. Detalles los anteriores que Tomás Navarro Tomás no tuvo en cuenta a la hora de aquel puntual comentario, en un caso por no pensarlo, puesto que Pablo Bonet daba muchos detalles en su Prólogo, y en el otro, por desconocimiento del Memorial de fray Mauro de Tosantos y sus consecuencias.

Por otra parte, Tomás Navarro Tomás en aquel artículo de 1920 desmentía de forma rotunda y con pruebas, entre otras varias cuestiones, las truculentas historias de «plagios» referidas a Pablo Bonet, al tener constancia que volvían a correr de nuevo a galope desbocado, las mismas historias que llevaban corriendo desde el siglo XVIII, y todo ello a causa de la desafortunada intervención de Feijoo, cual elefante en cacharrería, en aquel asunto.

Historias aquellas que hoy en día siguen aún corriendo, aunque ahora avaladas de forma espuria por autores que, se supone, gozan de un prestigio académico mundial, llegando al colmo dichos autores de citar el susodicho artículo de Tomás Navarro Tomás, se presupone que como referencia erudita, cuando es evidente y palmario que no se lo han leído.

Para desmontar en 1920 aquellas fabulosas historias de «plagios», o de supuestos e hipotéticos «robos» o «desapariciones» documentales, que tanto da, a Tomás Navarro Tomás le bastó con extraer del propio libro de Juan de Pablo Bonet, y más concretamente aún de la lista de autores que éste citaba al principio de su obra en un oportuno índice, muy avanzado para su época, los autores y las obras impresas, en todos los casos posteriores a la muerte de fray Pedro Ponce de León, acaecida en su caso en agosto de 1584.

Probando con ello Tomás Navarro Tomás, de forma incuestionable, que la supuesta obra de Pedro Ponce de León, en aquel momento absolutamente desconocida -pues, como queda dicho, no se descubrió sino hasta 1986-, no podía ser, ni de lejos, plagiada por Juan de Pablo Bonet, al ser todas aquellas obras y autores citados básicos y elementales para la doctrina que exponía en su libro el aragonés, tanto en el aspecto lingüístico y fonético como en el logopédico y ortofónico.

«Como quiera que dicha obra fuese (la de Ponce de León), tendremos siempre una prueba segura de que el libro de Juan Pablo Bonet no pudo ser el del monje Ponce, y esta prueba consiste en que la mayor parte de los libros citados por Bonet y, sobre todo, aquellos que más compenetradamente y con mayor frecuencia aparecen aprovechados en sus páginas, como, por ejemplo, los Grammatici antiqui de Pustch, el tratado De recta pronunciatione de Justo Lipsio y la Crónica del hombre de Juan Sánchez Valdés, fueron publicados después de la muerte de fray Pedro Ponce»94.



Un hecho, el de la imposibilidad de plagio alguno por parte de Juan de Pablo Bonet a la, en definitiva, desconocida, reducidísima y parca «obra» de Pedro Ponce de León, que, sin entrar mucho al detalle, y tal como hemos visto, ya sostenía el jesuita español Hervás y Panduro en 179595, aunque sin llegar a los límites extremos que llegó Tomás Navarro Tomás, pero que de poco o de nada le sirvió aquel trabajo, puesto que al igual que había sucedido antes con Hervás y Panduro, nadie le tuvo ni le tiene en consideración.

Cuestión que en España, y en el caso concreto de Hervás y Panduro tampoco nadie tomó en cuenta en su tiempo y menos en el actual, y aún menos a su crítica razonada en contra de los mordaces y venenosos comentarios vertidos por el benedictino Jerónimo Feijoo en lo que hacía referencia a aquellas mismas «historias fabulosas» de plagios. Demostrando de paso, según se mire, el error o incluso la mala fe de Feijoo, a quien, y a pesar de la fundamentada crítica de Hervás y Panduro, han seguido y siguen, casi de modo servil y desde luego acrítico, muchos autores, tanto españoles como extranjeros, muestra de que aquella obra concreta de Hervás y Panduro se sigue sin diseccionar de forma objetiva e imparcial tal como se merece96.

Por contra, Tomás Navarro Tomás, conociendo al dedillo los argumentos anteriores de Hervás y Panduro, decidió cambiar de rumbo, pero con igual pretensión de dar a conocer al lector que Feijoo estaba fatalmente equivocado97. Y para ello le bastó con dar a conocer algo tan elemental como eran los principales autores utilizados por Juan de Pablo Bonet en su obra de 1620, que con el tiempo devinieron y se trasformaron en clásicos, y gracias a los cuales éste había llegado a poder definir lo que mucho tiempo después se denominaría la «Fonética española».

He aquí la lista de Tomás Navarro Tomás:

«Grammaticae latinae autores antiqui, ed. H. Putschii, Hanoviae, MDCV.- Justo Lipsio, De recta pronunciatione latinae linguae dialogus, Antuerpieae, MDXCIX.- J. Sánchez Valdés, Corónica y historia general del hombre, Madrid, 1598.- Otros libros de estos mismos años, utilizados por Bonet, fueron la Gramática griega de Pedro Simón Abril, 1586; los Opúsculos de Scalígero, 1605; el Origen de la lengua castellana de Aldrete, 1606; el Tesoro de Covarrubias, 1611, y los Diálogos de Ambrosio de Salazar, 1614.»98



Vistas las obras de referencia aportadas por Tomás Navarro Tomás en aquel artículo, extraídas todas ellas del índice de autores citados en su obra por Pablo Bonet, autores todos ellos posteriores al fallecimiento de Ponce de León en 1584, habrá que reconocer, aún sin tener noticias Tomás Navarro Tomás de la existencia del folio de Ponce de León que aparecería en 1986, que humanamente era imposible que la obra de Pablo Bonet hubiera podido ser fruto del «robo» y del posterior «plagio» de la obra original de Ponce de León, y con ella, se supone, del «plagio» de los comentarios o de los contenidos de aquellos mismos autores citados en extenso por Pablo Bonet.

Eso sí, permítasenos la ironía, salvo que Ponce de León hubiera tenido el don celestial de poder viajar hacia adelante en el tiempo, y conocer aquellas mismas obras muchos años antes de que aquellas se publicaran, cosa imposible, y por ello, de haber existido su supuesta obra «mayor», cuestión aún por descubrir, en ella no podrían figurar, evidentemente, ninguno de los autores citados por Pablo Bonet, con obras impresas publicadas entre los años 1586 y 1614, dado que por una simple cuestión física, el monje había fallecido en 1584.

Y menos aún pudo conocer Ponce de León, antes de publicarse, las obras modernas de Putschii (Helias Putsch van Putschii), de Justo Lipsio, de Josepho Justo Scaligero, de Pedro Simón Abril, de Bernardo José Aldrete o de Sebastián Covarrubias, todos ellos hoy autores clásicos y de prestigio, y cuyos conocimientos lingüísticos sirvieron a Pablo Bonet para explicar primero, el origen de las letras, y en segundo lugar para poder abrir con ellos los campos de las nonatas fonética española, logopedia y ortofonía, y por tanto conocimientos lingüísticos tan amplios los de Pablo Bonet que a buen seguro Ponce de León jamás poseyó99.

Afirmamos lo anterior, al saberse a ciencia cierta que el personaje en cuestión no había cursado estudios de ningún tipo, ni eclesiásticos ni teológicos, salvo los elementales recibidos de común en los monasterios de aquella época, tal como afirmaba en los principios del siglo XVII el cronista castellano Baltasar de Zúñiga, familia de los Monterrey, emparentados con los Velasco, y conocedoras ambas familias en directo de la historia de Pedro de Velasco el discípulo adelantado de Ponce de León, en su manuscrito titulado Sumario de la descendencia de los Condes de Monterrey, diciendo que: «fray Pedro, el cual era un religioso de muy buena vida, (pero) sin letras fundadas, pero muy dado a la profesión de herbolario y otros secretos naturales.»100

A la anterior lista de autores, aportada en su artículo por Tomás Navarro Tomás en 1920, habría que añadir, como complemento moderno y actualizado, los siguientes. Advirtiendo que el número que figura entre paréntesis, después del asterisco (*), corresponde a la página del Catálogo o Índice de la Biblioteca Velasco101, actualmente depositado en la Biblioteca Nacional de Madrid y que Tomás Navarro Tomás cita en su nota número 3.

Obras todas ellas igualmente posteriores al fallecimiento de Pedro Ponce de León y que, además, Juan de Pablo Bonet consultó, es de imaginar, cómodamente asentado en la propia Biblioteca Velasco de Madrid, puesto que aquella era la casa noble donde trabajaba como secretario desde hacía ya varios años, y lugar donde a buen seguro pensó y escribió su obra capital:102

Juan de Mariana, Historia de España, tomo I, lib. 9 C.18, 1595, (*115). Lactancio Firmiano, Divinorum Institutionum, Libri VII, 1591, (*127). Pedro Gregorio Tolosano, Syntaxes Artis mirabili, 1586, (*164). Pierre della Primaudure, Academie Francoise, 1588, (*18). Polidoro Virgilio, De inventor rerum, lib. I, C.I. 1585, (*166).103



Conocido lo anterior y a modo de resumen, habrá que admitir de una vez por todas, que por tercera vez queda totalmente desmentido, de forma simple, y gracias a la anterior perspicacia e imparcialidad, tanto de Hervás y Panduro como de Tomás Navarro Tomás, el «supuesto» plagio libresco, documental, intelectual y pedagógico de Juan de Pablo Bonet a la «supuesta» obra magna de Pedro Ponce de León, y más aún al quedar la susodicha «obra» reducida al citado folio manuscrito que seguidamente pasaremos a mostrar al lector, a modo de aviso para futuros navegantes, y en evitación de que vuelvan a encallar, de forma lamentable, en los procelosos arrecifes de las mencionadas citas del benedictino Benito Jerónimo Feijoo.






ArribaAnexo. Manuscrito «Doctrina para los mudos sordos», de Pedro Ponce de León (circa 1574-1578)104

Anverso:

(Nota marginal desaparecida, margen superior): «Dibujará aquí una mano en que se escriban las letras». [EGUÍLUZ]

(Espacio en blanco para la mano) [EGUÍLUZ]

«Estas letras q[ue] En Esta mano estan escriptas, segun estan en sus coyunturas. Se las escribirá al mudo en su mano y coyunturas pa[ra] q[ue] como las escribe por orden en la materia, también las entienda por orden en su mano [Añadido marginal seguido: y coyunturas] y las tenga muy de coro [Entrerrenglonado: sabidas] - Y en esto se exerciten los sentidos y las potencias q[ue] asta aquí las tiene y a tenido como de bruto por Estar tan encerradas y en cojidas por no tener puerta ni man[er]a como husar dellas. pues exercita[n]dose en las letras de la mano diziendo o señala[n]do por ellas a los principios cossas de comer de no muchas letras. como pan. miel y otras diciones poco a poco se le abrira[n] los sentidos. pero su co[n]tinuo exercicio es y a de ser el escrivir las letras y procurar q[ue] sean buenas y limpias. Y, como digo, veniendole las potencias o exercita[n]do [Añadido marginal seguido: la extimatiba y el se[n]ti[do] q[ue]] todas verna[n] a la memoria. a saber de coro la ave a b c [sic] y después darle por materia el p[er] signu[m] sanctisime crucis, etc.; q[ue] siemp[re] lo escriva. las letras ju[n]tas. y las partes apartadas. co[n] puntos. en cada parte pa[ra] q[ue] sepa q[ue] es parte o palabra. Sabido de coro el p[er] signu[m] mostrarle como sea de signar y santiguar. por Esta figura».

(Espacio en blanco para el dibujo de la cruz)

(Todo el siguiente párrafo es de letra muy diferente al anterior, enrevesada y posterior)

(Añadido: mostrarle bucablos) En puertas y ve[n]tanas y escaleras. e[n] harcas y mesas y todas las cosas po[r] sus (Añadido: no[m]bres) es criptos de sus no[m]bres pa[ra] q[ue] sepa[n] sus no[m]bres y en fin todo por bien. i mostrarseylo por señales. adbierta el maestro q[ue] El mudo no Rosuelgue por las narizes sino por la boca corrija[n]les en andar Rastreado los pies. hazer al mudo q[ue] Resuelgue por la boca y no por las narizes.»



Reverso:

(Nota marginal): «Dibujará aquí una mano en que se escrivan diciones».

(Espacio en blanco para la mano)

(Nota marginal hacia la mitad de la página): «Mano en que se escrivan conjunciones y preposiciones».

(Espacio en blanco para la mano)



 
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