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ArribaAbajo- XVI -

Utilidad del empleo de pequeñas poesías relativas a la vida del hombre o a la naturaleza. Utilidad del canto.


La naturaleza y la vida hablan desde temprano, por sus manifestaciones, al corazón del hombre; sólo que lo hacen en voz tan baja, que la inteligencia no desarrollada aún del joven, el oído aún no ejercitado del hombre, no oye, a este grado de desarrollo, sino confusamente su lenguaje y sus acentos; el hombre los presiente y los escucha; pero no puede todavía ni explicárselos, ni traducirlos al lenguaje que le es propio, y, sin embargo, no bien los ha oído y sentido, no bien ha adquirido la convicción de que pertenecen al mundo exterior, siéntese asimismo animado del deseo de comprender la vida y el lenguaje del mundo exterior, sobre todo el lenguaje de la naturaleza. Al propio tiempo, siente despertar en sí el presentimiento de que podrá apropiarse, hacerse suya, la vida que se manifiesta fuera de toda cosa exterior.

Las estaciones, como los períodos del día, van y vienen sin cesar. La primavera, esa época del germen y del capullo de la flor, llena de gozo y de vida el corazón del niño, su sangre circula entonces más libremente, y su corazón palpita con más fuerza; el otoño, cuando caen esas hojas de tan variados matices y de aromáticos perfumes, inspira al hombre, joven aún, deseos y presentimientos vagos; el invierno, por sus mismos rigores, despierta en él el valor y la fuerza, y ese sentimiento de valor, de fuerza, de perseverancia y de renunciamiento a las blanduras de la vida hace más libre y alegre el corazón y el espíritu del niño. Las flores y las aves de la primavera no lo transportan tanto de gozo, como la vista de los copos de nieve que prometen a su joven valor y a su fuerza despertada el placer de alcanzar, por medio de una pendiente resbaladiza, el fin alejado que se marca. Todo ello no es más que una especie de presentimiento, de imagen simbólica de lo que debe ser esta vida interior aún ahogada, cuando el niño reconozca la dignidad de la misma esas emociones infantiles son como ángeles que le guían hacia esta vida: ¿hay que insistir sobre la necesidad de utilizarlas en provecho del hombre? ¿Y qué sería, pues, la vida, si nuestra infancia y nuestra juventud careciesen de esos sentimientos tan vivos, de esas emociones impregnadas de frescura, inspiradas en la esperanza, en el deseo y en el presentimiento del conocimiento íntimo de nosotros mismos?

¿No confesaremos que nuestra infancia y nuestra juventud, en particular la edad del adolescente, son los manantiales inagotables en los que hallamos la fuerza, el valor y la perseverancia necesarias para el porvenir? ¿No se ha inspirado el cantor de Dios y de la naturaleza, para todos sus himnos, en estas palabras: Los Cielos proclaman la gloria de Dios, o en estas otras: Bienaventurados son los que creen en el Señor? Por más que estas verdades no se nos revelen bajo la forma del lenguaje, ¿dejamos por eso de sentirlas en nosotros y de conmovernos con ellas desde nuestra edad temprana, puesto que la primera resulta de la observación de la naturaleza y la segunda de nuestra misma vida?

Cuando la naturaleza y la vida hablan al hombre. este siente al punto el deseo de revelar las aspiraciones y los sentimientos por aquellas despertados; pero con frecuencia las palabras le faltan; precisa, pues, que estas le sean facilitadas en armonía con el desarrollo de su alma y de su inteligencia.

La relación del hombre para con el hombre no es ni tan exterior como algunos la creen, ni tan fácilmente comprensible como otros lo imaginan; está repleta de altas significaciones; pero conviene poner desde temprano sus acentos al alcance del niño, y antes por la imagen que por la palabra; este lenguaje convencional encadena, mata y destruye la inspiración; trasforma al niño en máquina, mientras que la expresión suministrada por la poesía da al alma y a la voluntad del joven la libertad interior que tan necesaria es para su desarrollo. La primera y la más importante de todas las cosas es establecer aún aquí la armonía entre la vida exterior del adolescente.

Entremos en esta escuela en el momento en que el maestro, penetrado de la necesidad de enlazar la enseñanza con la vida real, comienza la lección relativa a esta última.

Más de doce risueños muchachos, de seis a nueve años, se han reunido, y saben que su profesor les reserva el placer de hacerles cantar bajo su dirección.

Los niños, alineados por orden, aguardan con impaciencia el comienzo de la instrucción.

El maestro había estado, por casualidad, ausente en este día; llega a la caída de la tarde y saluda a sus discípulos cantándoles:

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Estas inesperadas buenas tardes, que les canta al entrar, corresponden tan bien con la vida interior de esos niños, que los llena de alegría y provoca por do quiera gozosas sonrisas.

«Bien, dice el maestro, ¿no recibo yo respuesta a mi saludo?» y canta de nuevo: «¡Buenas tardes, buenas tardes!»

La mayor parte de los niños le dicen: «¡Buenas tardes!» Otros: «¡Gracias!» Algunos le dirigen unas buenas tardes, medio hablando, medio cantando:

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Otros, hacia los cuales se vuelve el maestro, repiten en el mismo tono las buenas tardes que aquel les cantó al entrar: luego les dice:

«M * * * (el primero) me ha cantado así las buenas tardes; procurad cantarla todos en el mismo tono.

»N * * * (el segundo) me las ha cantado así; repetidlo.» Todos lo obedecen.

El maestro agrega entonces cantando:

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«¿Es cierto?, les dice. -¡Sí! ¡Sí!-Cantemos todos juntos.»

(El maestro y los alumnos cantan ¿Qué tal tiempo hace?)

El maestro continúa:

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«¿Es esto cierto? les dice. Sí, Sí!-¡Bien; cantemoslo todos juntos.»

Todos los efectos producidos por las estaciones, y expresados por las diversas manifestaciones de la naturaleza, pueden ser cantados de la misma manera.

El oído y la voz se desarrollarán mediante este sistema de enseñanza; la palabra y el acento expresarán claramente el sentimiento; los objetos exteriores son hoy lo que ayer eran, y nada debe interrumpir las lecciones de que son objeto.

Después que todos los alumnos han cantado lo que precede, uno de ellos se levanta y dice alegremente al maestro: «¿Podríamos obtener una pequeña canción sobre el brillo del sol?» Halla esta demanda eco entre todos los alumnos; todos, a vuelta de tantas lluvias, nieblas y vientos, desean ver brillar en fin un rayo de sol. El maestro aprueba este sentimiento y canta:

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Los alumnos gozosos repiten en coro este canto.

Los días sombríos y desapacibles del otoño, las frías veladas, no son muy favorables al despertar de la vida interna. El alba de la primavera, un paseo en esta estación, una detención sobre un cerro, son ciertamente más propicias al referido objeto; no obstante, los jóvenes verán de nuevo y saludarán con mucho más gozo la vuelta de la primavera, si alguna que otra vez les fue dado el ver el campo cubierto de nieve; sentirán mejor la belleza del alba, si pudieron ver, en alguna hermosa velada de invierno, un claro brillante, y el fulgor de las estrellas: llega luego la primavera, y lo celebran de todo corazón.

Basta con algunas colecciones de cantos, con algunas pequeñas poesías en las cuales un maestro inteligente se inspire para componer otras, y no faltan para quien se las quiera realmente apropiar. Si no se las encuentra ni bastante sencillas ni bastante breves para responder bien a las impresiones y a los sentimientos individuales, el maestro, por poco que sea cuidadoso o inteligente, hallará sin dificultad las palabras animadas y pintorescas que convienen a la manifestación de esos diversos sentimientos o impresiones.

Esta enseñanza, si acaso conviene dar este nombre a lo que, propiamente hablando, no es sino la manifestación de la vida propia del niño; estas enseñanzas, guardémonos de olvidarlo, deben brotar de la misma vida del niño, como la rama brota del retoño. El sentimiento, la vida interior debe existir en el niño, mucho antes de que se le proporcione el lenguaje y el acento que le convienen, y he ahí precisamente lo que distingue nuestro método, este género de enseñanza, de aquel que consiste en iniciar exteriormente a los jóvenes y a los niños en poesías tales o en tales canciones que no puedan ni despertar ni conservar la vida en su alma, por la misma razón de que no corresponden con los movimientos de su vida interior26.