Selecciona una palabra y presiona la tecla d para obtener su definición.
Indice Abajo

Pedro de Padilla en el entorno de la Granada morisca

María Soledad Carrasco Urgoiti





En la grata ocasión de celebrar la admirable trayectoria de una amiga con quien compartí como estudiante las aulas de la entonces Universidad Central, donde ella ha alcanzado merecidamente las más altas metas, voy a esbozar el comienzo de un proyecto que desde hace bastantes años me invita a una investigación a fondo. Se trata de un ingenio del Siglo de Oro, que contaba mucho para sus coetáneos, aunque hoy le leemos poco. Lo que todos sabemos sobre Pedro de Padilla es que fue amigo de Cervantes, que se relacionó también con otros escritores importantes, colaboró en colecciones prestigiosas y participó activamente en el toma y daca de aprobaciones y elogios.

La copiosa obra poética de Padilla, nacido por los mismos años que Miguel de Cervantes1, es representativa de su generación: vertiente italianizante, con amplia gama de estrofas poéticas dentro del marco pastoril; revitalización del romancero y otras formas tradicionales; tanteos por combinar ambas estéticas. Muy propio también de un español de mediados del siglo XVI es la participación cronológica de vida y obra, que se dividen entre lo secular -amores y milicia, reflejados en su escritura-, y lo religioso -profesión en el Carmelo, producción de libros devotos-, que cultiva en sus últimos años. Podría destacarse su actividad como traductor y el hecho de que cuera a la estampa como autor único algunas colecciones poéticas: en el plano profano, Thesoro de varias poesías (1580), Églogas pastoriles (1582) y Romancero (1583); en el religioso Jardín espiritual (1585) y Grandezas y excelencias de la Virgen, señora nuestra (1587). Me parece digno de estudio el papel que jugó Padilla en la eclosión de la maurofilia literaria que invade el terreno del romancero a partir de aquellos mismos años. En otra ocasión señalé un caso de influencia suya concreta sobre Pérez de Hita2. Creo que fue mucho más amplia, pero antes de medir su alcance se impone explorar la posibilidad de un replanteamiento biográfico que tenga en cuenta el entorno en que se formó el poeta: la Granada morisca de mediados del siglo XVI, que estuvo dotada de entidad y muy singulares matices.




El entorno social

Nos movemos en una zona que ha quedado en penumbra: la sociedad burguesa de Granada en que convivieron familias descendientes de la oligarquía nazarí con las capas medias y altas de la población que se asienta tras la conquista. Es un campo de investigación que se está desarrollando de modo muy notable3. Conviene no olvidar ciertas notas de ambiente, que pone a nuestro alcance Jesús Luque Moreno4, espigando comentarios en los libros de diversos viajeros, tanto como de los naturales de la antigua capital nazarí. Llaman la atención las casas de los moriscos, generalmente pequeñas y ocultas entre los árboles: «todas tienen agua y rosas, mosquetas y arrayanes, y son muy apacibles», comenta el humanista y diplomático veneciano Andrea Navagero5, quien visitó Granada en 1526, cuando la población mudéjar en su conjunto acababa de perder su identidad como tal y pasaba a formar parte, con un matiz muy peculiar, de la de los nuevos convertidos de moros. Muchos años después, Francisco de Cascales advierte que después de traspasar el umbral de una vivienda de modesta apariencia, el visitante encuentra estancias lujosamente decoradas, «y todo labrado con tan ingenioso artificio y tanta variedad y formas de arquitectura que turba la vista y pasma el entendimiento del curioso que lo mira»6. Durante el reinado de Carlos V los moriscos, valiéndose de su poder económico y en alianza con los señores de vasallos lograron paliar la presión inquisitorial. En Granada ciertas marcas de identidad cultural fueron de hecho toleradas. En fiestas palatinas actuaban grupos de nuevos convertidos moriscos; la zambra no estaba prohibida. Entre la población campesina y aldeana, el modo de vestir de las moriscas seguía distinguiéndolas, pese a las prohibiciones que les vedaban cubrirse el rostro. De modo excepcional se dio el caso de que un morisco cristianizado predicase el evangelio en lengua árabe7.

Sin embargo, a mediados del siglo XVI no existía estabilidad alguna en cuanto al grado de tolerancia, pues con frecuencia la evangelización desembocaba en coacción y represión. A su vez, los moriscos que eran cristianos sinceros podían sufrir represalias entre los suyos8. Las familias notables que conservaban memoria de su ascendencia nazarí se dispersaban, pues la emigración al norte de África, aunque prohibida, se producía con frecuencia. Entre los que optaron por integrarse, pronto debió de comenzar el desplazamiento y la ocultación de un origen que cerraba muchas puertas. La frecuente circunstancia de que el primer ascendiente converso hubiese adoptado el apellido de su padrino facilitaba el proceso de asimilarse, y después de la guerra de la Alpujarra, hacía posible eludir la prohibición de que los granadinos cambiasen de residencia9.

En el reino de Granada, donde la cristianización sólo se produjo minoritariamente, la coexistencia alcanzó un alto grado de tensión después del Sínodo de Guadix de 1554. Los obispos acordaron apoyar medidas restrictivas que afectaban a los hábitos de la vida cotidiana. Se alzó la voz de uno de esos patricios granadinos que se identificaban con nombres emblemáticamente integradores de signos de hidalguía española y de abolengo árabe. Don Francisco Núñez Muley10 pide que se salvaguarden los rasgos culturales que no impliquen prácticas religiosas, pero su gestión fracasa, como otras. Se precipitan los acontecimientos que culminarán en la rebelión de la Alpujarra. Guerra que enfrentó, según don Diego de Mendoza, a españoles contra españoles11, y según Ginés Pérez de Hita12 a cristianos contra cristianos, y cuyo desenlace fue el destierro a otras partes de España de los moriscos del reino de Granada.

Años más tarde, surgen en la narrativa vinculada de alguna forma a Granada dos nuevos modos de coordinar historia y fabulación que prestigian una u otra faceta del pasado musulmán. Uno de los autores, Miguel de Luna, es un morisco que presta oficialmente servicio como intérprete de lengua árabe y escribe una Verdadera historia del rey don Rodrigo presentando como justos y magnánimos a los invasores del decadente reino visigodo. Por otra parte, Ginés Pérez de Hita, que se mueve en ambientes de tono mudéjar, recrea una estilizada sociedad nazarí, apoyándose en el viejo y nuevo romancero -incluida la reciente aportación de Pedro de Padilla-, y rompe una lanza por la litigada hidalguía de la burguesía de Granada13.

El celo del converso y el temor al estigma que cada vez pesaba más sobre los descendientes de los moros debieron de contribuir a que en Granada se desarrollase una vida religiosa ceremonial notable. También tiene que ver con tal estado de ánimo la credulidad con que se acogieron ciertas fabulaciones y fraudes, urdidos por moriscos situados al filo de ambas culturas. Los textos apócrifos atribuían una alta cota de antigüedad a la predicación del cristianismo en Granada, donde el destino había de situar el último reducto del Islam peninsular14. El fervor colectivo se traduce en nuevas realizaciones arquitectónicas y urbanísticas, que darán a la fisonomía que la ciudad ostenta en el siglo XVII un sello peculiar, recogido por un historiador de hoy cuando forja el supuesto nombre «Cristianópolis»15.




Apuntes biográficos

Pedro de Padilla estudió en la Universidad de Granada, que no olvidemos fue fundada para educar a los hijos de conversos granadinos16, hasta que en 1564 se graduó como discípulo del Licenciado Marín, morisco plenamente integrado17. Son los últimos años de relativa tolerancia. Por un censo de 1569, sabemos que en el Albaicín, parroquia de San Pedro y San Pablo, junto a las viviendas de Francisco Núñez Muley y de varios Venegas, se registra la de la viuda Isabel de Padilla, mientras que en la parroquia de San Blas, estaban las casas de los moriscos Lorenço Hernández y Pedro Hernández18. Esto puede ser significativo pues el apellido Hernández de Padilla figura al frente de un cartapacio probablemente autógrafo, guardado en la Biblioteca de Palacio, que contiene sobre todo poemas de nuestro ingenio19, quien por otra parte es casi seguro que fue criticado bajo el mote de Lagarto Hernández por presentar en un romance de su Thesoro de varia poesía (1580) a las nobles moras Fátima y Xarifa danzando en la Alhambra20. Años antes, un Lorenzo Hernández, que guardó cierta relación con la noble familia de los Mandari, pasa a Berbería21. No falta un indicio de que estas personas descendían de adalides fronterizos, pues los Reyes Católicos dispensaron mercedes a un Lorenzo Fernández de Padilla22. Entre los favorecidos y en general entre las autoridades de las plazas que fueron conquistando los Reyes Católicos, había repobladores y había fronterizos cristianos y fronterizos moros que se rindieron. Algunos de estos siguieron siendo musulmanes mientras fue posible y vivieron como mudéjares, según estipulaban las capitulaciones, pero otros se convirtieron durante la guerra de conquista, adoptando nombres cristianos23. No es imposible que nuestro poeta fuera descendiente, como supone Vegara Peñas, de un Padilla, infanzón, que se cita entre los cristianos asentados en Baeza cuando fue conquistada, pero el discípulo del Licenciado neocristiano Marín, que se deleitará recreando imaginativamente la Granada mora ¿no es más plausible que esté vinculado por su origen a ella?

En 1572, cuando ha tenido lugar el destierro de los moriscos del reino de Granada, Pedro de Padilla se matricula en un curso de teología en Alcalá de Henares24. A partir de ahí, las noticias sobre su paradero y sus andanzas suelen encontrarse en preliminares de libros -suyos y ajenos- o en los comentarios de otros escritores.

Si he procurado mostrar que los datos biográficos son compatibles con la hipótesis de que Padilla estuvo vinculado a la minoría morisca, ha sido porque me ha llamado la atención la coincidencia de dos circunstancias: su pertenencia a un grupo de ingenuos y señores que fue punto de encuentro entre nuevos y viejos cristianos25, y su poco estudiada aportación a la maurofilia literaria.

Parece que la hospitalidad que brindan los Granada Venegas a los escritores de su círculo se extiende a compartir con ellos la aceptación de que disfrutan, gracias a un abolengo del más alto rango, aunque no cristiano. Por pertenecer a la Orden de Santiago el anfitrión, el cónclave literario se llamará Academia de Santiago, y de ahí procede posiblemente el rumor -recogido por Nicolás Antonio en su Bibliotheca hispana nova- que hace a Pedro de Padilla caballero de la prestigiosa orden. Además, gracias al parentesco de sus mecenas con los Mendoza, los ingenios se sitúan en la órbita cortesana de esta familia, en que recae la máxima autoridad civil del reino de Granada, así como el liderazgo poético e intelectual que ejerce don Diego Hurtado de Mendoza. Elogios y dedicatorias, incluidas las de Padilla, dejan constancia de tales relaciones.

Rizando el rizo, podríamos especular sobre el poliglotismo de Padilla, don frecuente entre quienes crecen en un ambiente bilingüe. Nicolás Antonio afirma que conocía las lenguas italiana, flamenca y francesa, además del latín y de «gentis suae vernaculam [linguam]», expresión que puede referirse al castellano, o bien apuntar discretamente, a beneficio de los que estuvieran en el secreto de su origen, a la lengua de los ascendientes moros del poeta, ya que cuando era joven persistía el uso del árabe en el reino de Granada.

Por avanzado que sea el grado de asimilación, cuando en dos o tres generaciones se ha producido un trasvase cultural como el que experimentaron las familias de origen nazarí al asumir su nueva identidad, creo que siempre permanece un poso en el ánimo que inclina a salvar, al menos un símbolo de lo que se respiró en la infancia.

Si algún abuelo de Padilla nació en el reino independiente de Granada y asumió la fe de los vencedores, aunque la familia buscase la plena integración de sus hijos en la pujante España del quinientos, estos pensarían que sus mayores vivieron sometidos a error en lo trascendental, pero también recordarían que fueron maestros en muchas cosas: músicas, cantares, medicina, y sobre todo las artes de la construcción, acompañadas de la superior artesanía de su tierra. La arquitectura nazarí definía su entorno, y de los conquistadores mismos y sus visitantes del mundo cristiano, pudieron aprender a valorarla. En sus casas guardaban exquisitos ajuares, que fueron confiscados tras la derrota de los moriscos rebeldes.

Urgía desmarcarse. Hacerse un nombre como autor con sentido moderno era forjarse una identidad española. A Padilla, algo le empujaba hacia la fabulación, pero se mantuvo en la línea poética de su momento, cultivando lo pastoril con un estilo individualizado que combina formas métricas y tiende a diversificar las voces. Una crítica reciente señala el deslizamiento de sus églogas hacia el género novelístico26. En sus polimétricos romances de moros, cuyo análisis he de dejar para otra ocasión, plasma también una notable variedad de escenas, llenas de color y de tensión. La descripción se justifica en sí misma, al fijar el matiz imborrable del objeto, que es legado y símbolo de una cultura que el poeta ni asume ni olvida. Con su recreación poética de la corte nazarí, se sitúa a la cabeza del romancero morisco nuevo y preludia la ficción de Pérez de Hita.

La profesión de Pedro de Padilla en el Carmelo calzado tuvo lugar el verano de 1585, en vísperas de que se promulgase un decreto adverso a quienes litigaban porque se les ratificase la hidalguía que los Reyes Católicos reconocieron a sus antepasados moros cuando se convirtieron27. ¿Tuvo de ello alguna noticia previa que diera un impulso mayor a su desengaño del mundo? ¿En qué medida fue Padilla en su madurez un asceta, un teólogo inquieto, o un eclesiástico mundano? Más bien creo percibir un maestro, que busca poner los misterios de la fe al alcance de los legos. No creo haya que dudar de la sinceridad de su devoción, pero ello de ningún modo hace improbable su pertenencia a la sociedad burguesa de origen nazarí. Por el contrario, el acento en el culto a María caracterizaba la religiosidad de los moriscos cristianizados. Los escritos piadosos de nuestro ingenio -sin excluir, aunque se trate de la versión de una obra italiana, la prosa de la Monarquía de Cristo-, merecen un estudio cuidadoso. Mas por ahora sólo puedo adelantar esta impresión con carácter tentativo. En las páginas que preceden he querido simplemente exponer una posible clave biográfica, y sobre todo situar al poeta dentro del marco de las singulares circunstancias en que transcurrió su juventud.





 
Indice