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Apuntes sobre el calificativo «morisco» y algunos textos que lo ilustran

María Soledad Carrasco Urgoiti





¿Qué profesor de historia o literatura no tiene que aclarar una y otra vez el sentido del término 'morisco'? Lo hacemos con suficiencia, explicando que cubre dos campos semánticos específicos. Usado como sustantivo designa -nos informa el Diccionario de la Real Academia- al «moro bautizado que, terminada la reconquista, se quedó en España», y debemos añadir que también se aplica a sus descendientes, dondequiera que se asentaran después de la expulsión. En cuanto al adjetivo 'morisco', la primera acepción de «moruno, moro» que la Academia registra no nos basta. Hemos de acogernos a la de carácter más general, «perteneciente o relativa a ellos» -es decir a las personas de ascendencia mora-, para situar la indispensable referencia literaria. 'Morisco/morisca' califica, como todos sabemos, algunos subgéneros de la producción del Siglo de Oro que se caracterizan por presentar la figura del moro bajo un prisma de estilización favorable. Ésta es una aplicación surgida en época moderna que emana de un uso medieval, pues -según nos informa Corominas- la voz castellana 'morisco', está ya documentada en el Cantar de Mío Cid. Pero durante la Edad Media no era usualmente calificativo de persona, sino de cosa o acción asociada con 'moro' por su origen o su estilo, lo que abarcaba un amplio espectro, pues podía tratarse de un producto artesano, una técnica agrícola o un modo de hablar o combatir. Tal empleo del adjetivo 'morisco' conserva aún plena vigencia, ya que hablamos, por ejemplo, de danza morisca. Por otro lado, Corominas especifica que ya en el siglo XIV se fue generalizando el uso de 'morisc', que es el término catalán paralelo a 'morisco', para designar a personas o colectivos1.

Cuando, durante los últimos años de presencia autorizada en el suelo de la Península de los españoles de ascendencia mora, Sebastián de Covarrubias y Orozco prepara su Thesoro de la lengua castellana o española (1611) sólo piensa en registrar el plural 'moriscos' con una de sus expresivas y personalísimas definiciones: «Los convertidos de moros a la Fe católica, y si ellos son católicos, gran merced les ha hecho Dios y a nosotros también»2. Para ironizar sobre la cristiandad de los moriscos no le faltaban motivos al lexicógrafo, puesto que había tenido a su cargo vigilar la catequesis de los nuevos convertidos del arzobispado de Valencia, misión que le obligaba a comprobar que fuesen a las parroquias las dotaciones prescritas, pese a la resistencia con que los estamentos del reino acogían tales medidas.

Cualquiera que se sumerja en la lectura de escritos del XVI, sin excluir los literarios, se percata de que el ámbito semántico de 'moro' incluía aún la acepción del sustantivado término 'morisco', aplicado a personas, mientras que esta voz alterna en los documentos con el sintagma 'nuevos convertidos de moros'. Sería interesante cuantificar la alternancia de tales expresiones en el lenguaje escrito por si se manifestara un uso más frecuente de 'moriscos' entre los que promulgan medidas duras, y de 'nuevos convertidos' entre los que abogan por suavizarlas.

Con este último sintagma nos hallamos ante otra ambigüedad léxica derivada de una afinidad sociológica, ya que cuando en una obra del Siglo de Oro o en un texto historiográfico actual se habla de 'conversos' entendemos que se trata de los descendientes de judíos peninsulares. Así pues, en el terreno del léxico, convertidos y conversos no se confunden, pero la hermandad sugerida por la geminación etimológica tiene su paralelo en la vida real, ya que todos son blanco de las mismas exclusiones, mientras conservan vivo el recuerdo histórico de una pluralidad que fue admitida en el pasado. Muy diferentes y con frecuencia mutuamente hostiles, los descendientes de judíos y moros tienen como enemigo común el tribunal de la Inquisición, y como valedores -que a la larga fracasan- a determinados personajes y sectores sociales3.

En términos generales la voz 'morisco' apenas entró en la terminología poética cuando estaban candentes el conflicto social y el debate, con mayor frecuencia liminar que explícito, que precedió a la expulsión4. Pero la producción literaria a que la crítica aplicaría tal adjetivo a partir del prerromanticismo, se fue diferenciando desde mediados del siglo XVI. La maurofilia5 no nace restringida a un género determinado, ya que emerge en los romances fronterizos y ciertos fragmentos de crónicas para alcanzar una plenitud admirable en la breve obra maestra de la narrativa que es El Abencerraje, y desarrollar un amplio repertorio temático en las colecciones y los pliegos de romances.

En ambos casos la anonimia envuelve la creación y el enigma se hace más complejo por la presencia de versiones diferentes. En cuanto al tema de Abindarráez y Narváez, me inclino a creer que la anécdota de frontera sobre la libertad otorgada temporalmente al enamorado cautivo y su ejemplar retorno a la prisión fue objeto de una elaboración literaria gradual, conforme el suceso se difundía, de forma semejante a las posteriores relaciones, en breves textos escritos pensados como soporte de una narración oral. Se trataba de un hecho real o al menos verosímil y significativo. No necesita explicarse la afirmación de que el lance pudo suceder en la frontera entre el reino nazarí de Granada y Castilla, pues, además de no faltar en obras históricas ejemplos de magnanimidad con el contrario, se vivió en el siglo XV y se mitificó en el XVI un ocaso de la mentalidad caballeresca en que primaba la cortesía. Me refiero a los reinos cristianos, pero también conviene recordar que dentro del ámbito musulmán se producen los libros de adab6, que versan sobre el comportamiento del caballero.

Quizás necesite explicación el uso que hago de 'significativo' al referirme a la elaboración literaria de que fue objeto el gesto del fronterizo cristiano y la correspondiente fidelidad del moro a la palabra dada. Remito a la coyuntura histórica de la década de 1550, que vio también la aparición del Lazarillo7. Es bien sabido que la monarquía española va a inaugurar una era de vigilancia y aislamiento en el terreno de las ideas. En las tierras con importante contingente de población morisca el clima de coexistencia se altera. Granada guardaba muy vivo el recuerdo de la era nazarí pues en ella habían nacido algunos abuelos que aún presidían familias. Con todo, la primera reacción ante las nuevas restricciones anunciadas fue el juicioso memorial de don Francisco Núñez Muley, defendiendo como patrimonio de una 'nación', es decir de una colectividad etno-cultural, el modo de vida de los nuevos convertidos de moros. El fracaso de tales gestiones contribuyó a desencadenar la guerra8.

Por otro lado, la rivalidad entre los nobles y los letrados que ejercen el poder también coincide con la callada oposición entre quienes desearían mantener el estatuto de facto que amparaba a los mudéjares y los partidarios de abolido. La evocación positiva que en cualquiera de sus versiones ofrece El Abencerraje de un pasado en que fue posible y prestigiosa la amistad entre adversarios de distinta ley legitimaba la posición de los primeros. En cuanto a los reinos de la corona de Aragón, la documentación relativa a un proceso en que estuvo implicado el señor de vasallos a quien se dedica la redacción titulada Parte de la Coránica del ínclito infante don Fernando nos revela una alianza entre los moriscos y algunos titulares de señoríos en cuyo árbol genealógico no faltaba el componente judaico. El tono cultural que implica la presencia de hombres de letras como Diego de Fuentes, Jorge de Montemayor, Jerónimo de Urrea y el padre Bartolomé Ponce, haría verosímil que allí, entre huertos cultivados por moriscos y en mansiones embellecidas por mudéjares, hubiese fraguado como novela corta ejemplar, con protagonistas anclados en la historia y la leyenda, la anécdota de la frontera andaluza.

La conservación, aunque en copia tardía, de la breve «Historia del moro y Narváez», lleva a pensar que se produjo una incipiente literaturización de la anécdota, que aún no había sido dotada de ilustres protagonistas pero ya hacía girar la narración en torno a dos diálogos provocados por una pregunta sobre la causa del dolor que manifiesta el moro. Imposible parece que se perdiese, una vez establecida, tanto la identificación del cristiano con un hombre famoso por sus hazañas y su virtud, como la identidad del moro en cuanto último representante de un linaje mitificado. Acierte o no en esto y en mi preferencia por La parte de la Corónica como primera versión entre las redacciones conocidas, queda en pie esa dedicatoria a un señor de vasallos moriscos, activamente implicado en una campaña anti-inquisitorial en defensa del statu quo9.

La materia temática de El Abencerraje fue refundida y glosada en múltiples romances e inspiró la comedia de Lope de Vega El remedio en la desdicha. De todo ello ha tratado sabiamente Francisco López Estrada y a sus trabajos y ediciones remito. Voy a referirme, en cambio, a algunos poemas que representan la transición entre los romances fronterizos y el romancero morisco nuevo, etapa que ha sido menos frecuentada que la primera y la última fase de la abundante producción romancística que en la época de los Austrias se identificaba como romances de moros. Sólo debemos tener presente que se cantan e imprimen a lo largo del siglo XVI los más famosos romances fronterizos, y que estos poemas breves e intensos evocan poderosamente ciertas facetas de la vida en la Granada nazarí, vista como un enclave de esplendor suntuario y lúdico10, turbado sin embargo por la discordia y la índole tiránica que se atribuye a sus gobernantes.

Asimismo circulan en pliegos sueltos, casi desde el comienzo del siglo, algunos romances narrativos menos refinados que refieren encuentros en la Vega de Granada entre un caballero moro, que suele ser el retador, y un campeón cristiano. No se trata en tales casos de poesía cantada, aunque sí de poesía narrativa destinada a leerse en voz alta ante un público de «oidores» -según el término acuñado por Margit Frenk11-, en contraste con las obras editadas para el público de lectores. Modulado en múltiples variantes, el reto del moro va siempre seguido por el combate que mantiene con el cristiano desafiado y el triunfo de éste. El desenlace más frecuente es la muerte del retador, cuya cabeza cortada portará el caballero victorioso al presentarse ante los suyos, motivo que ha echado raíces en las fiestas de moros y cristianos12. En alguna ocasión la victoria moral sigue a la de las armas. La conquista espiritual se produce de dos maneras. Se dan casos paralelos al de la novela El Abencerraje, en cuanto el cristiano victorioso deja en libertad al vencido o le hace algún favor señalado. La otra variante de triunfo espiritual consiste en la conversión del moro cuando ya está herido de muerte.

Esta derivación de la poesía fronteriza, que se orientaba hacia el estado llano poniendo énfasis en el enfrentamiento y la eliminación de «el otro», tiene su paralelismo dramático en algunas comedias de moros y cristianos y discurría asimismo por el cauce del espectáculo caballeresco. La escena que cierra la fiesta suele ofrecer la misma polaridad que los textos literarios, es decir, puede terminar con una imagen de concordia entre los contendientes que personifican las dos caras del pasado español, o presentar el aniquilamiento de un bando y el triunfo del otro13.

En los pliegos que se editan en Granada en fechas no muy alejadas de la rebelión de los moriscos14, la materia fronteriza resulta destacada con cierta predilección, que pudiera no ser del todo ajena al anhelo soterrado de reivindicaciones que late entre la población morisca. Varios romances se centran en la llorosa partida de Granada del último monarca nazarí15. Voy a comentar el que apareció en un pliego de 1568, hoy en la Universidad de Cracovia: «El año mil cuatrocientos / que noventa y dos corría»16, refundición del romance de Alonso de Fuentes «Año de noventa y dos»17. Estos poemas formulan poéticamente el motivo legendario que se universalizó como emblema de todo exilio: «el suspiro del moro»18, No se trata inicialmente en la nueva versión anónima de presentar la conquista del reino -por parte de unos-, como cara de una moneda, que inmediatamente se hace girar para cantar su pérdida -por parte de otros-, sino que el protagonismo recae sobre la figura del último rey moro, que inspira tanta compasión como el rey godo que perdió España -y por cierto hay una contaminación de aquel ciclo en los versos «que ayer era rey famoso / y hoy no tengo cosa mía»-19.

No nos encontramos ante una obra maestra. Es una composición ingenua que acoge ecos de otras y tiene sus engarces prosaicos y sus caídas en un patetismo fácil. Pero en el pliego cobra relieve la salida del desposeído, captada en una estampa que ofrece el envés de una entrada triunfal. Se consigna el tipo de detalle, propio de una fiesta, en que los gestos tienen el valor de un despliegue de sentimientos. Curiosamente el clima emotivo que emerge no es el que esperamos en un poema de la España renacentista; quizás late aún aquí una sensibilidad gótica, arcaizante en aquel momento, pero que será la que, trescientos y pico años después saquen a flote los románticos cuando vuelvan a cantar el desvalimiento de Boabdil, evocando su legendaria despedida de la patria. Todavía rodeado de caballeros que son «la flor de la morería», el protagonista abandona la sede de su reino y hace oír sus lamentos, que quedan actualizados por la minuciosa determinación temporal del incipit: se ha abierto el poema con el año que corría y ahora se añade «un lunes a medio día». Abundan las fluctuaciones en los tiempos verbales y no falta algún que otro rasgo del estilo romancístico épico-lírico, ausente en el modelo culto del romance. El protagonista y su séquito se desplazan hasta alcanzar el lugar donde: «Desde una cuesta muy alta / Granada se parecía». El rey le habla a la ciudad como a una persona amada -posible huella del romance de Abenámar- y se despide, nombrándolos, de sus edificios y parajes más bellos y placenteros, cuya simple mención ya ha adquirido para todo el que lea o escuche una resonancia poética. El hecho histórico se ha convertido en anécdota, sin que falte el duro y dolido comentario de la madre del rey sobre las lágrimas de quienes no supieron defender como caballeros su patrimonio. Pero lo que predomina es un cuadro vivo: la salida del vencido, ejecutada con gestos rituales de desolación.

La ciudad es más directamente protagonista en el romance titulado «Las partidas de la muy noble, nombrada y gran ciudad de Granada» [«Dezir quiero de Granada»]20, que presenta un paseo por calles y plazas comparable a una guía moderna, en que la población asoma. Sin soporte de carácter narrativo, llega a ser el sujeto del poema la ciudad misma, con sus notas artísticas caracterizadoras pero también con su entidad urbana contemporánea, su ambiente señorial y su abigarrada población morisca. Leyendo la descripción, recorremos las calles donde se apiñan obradores de numerosos oficios, y también los lugares destinados a la fiesta y los macabros escenarios de los castigos. El lamento de los desposeídos hace su aparición cuando, en los versos finales que evocan «Paseábase el rey moro», se invita al viajero a cantar «con lloro» la pérdida de Alhama.

Entre 1570 y 1583 Juan de Timoneda, Lucas Rodríguez y Pedro de Padilla publican colecciones de romances, refundidos u origínales. Estos romancistas, que escriben con afán de corrección y destinan sus poemas a la lectura y no al canto, amplían la materia de los fronterizos e introducen otros temas históricos y novelescos, que van desde la hazaña heroica hasta el discreteo. Cuando Juan de Timoneda da a la estampa en Valencia el año 1573 sus colecciones tituladas Rosas de romances21, ya se percibía que había emergido un repertorio poético cohesionado que él destaca en un titulillo como «romances de cosas de Granada». Incluye quince, de muy diversa extensión y temática. Los más famosos romances fronterizos alternan con los de desafío y los que se centran en torno a la figura de un rey moro, que de modo explícito o no, se identifica casi siempre con el último que reinó en Granada. Por sugerencia, le vemos desde la perspectiva de la pérdida del reino, que ha de sobrevenir como consecuencia, según algunos, de sus veleidades y de la discordia que impera en su corte. Los trazos dispersos de los romances esbozan una figura paralela, como se ha indicado, a la proverbial del último rey godo y se da pie a que las desventuras que el destino y su recreación poética acumularon sobre el Rey Chico cobren en el terreno legendario un viso de equidad, como pide el principio de justicia poética. Lloroso como rey perdedor en unos casos, enamorado de una mora que ha caído en cautividad o prisionero él mismo en otros, el perfil que se le atribuye varía. Ya apunta la imagen de frívolo tiranuelo, capaz de dar oídos a la calumnia, que encontramos en romances posteriores y en las Guerras civiles de Granada (1695) de Ginés Pérez de Hita.

En la última década del siglo XVI, una cantidad muy considerable de romances moriscos nuevos se divulgan, anónimamente y alternando con otras modalidades, en colecciones o flores22. Tales poemas rescatan ciertos rasgos del romancero viejo: brevedad, musicalidad, lenguaje metafórico, aversión a los nexos sintácticos propios de la narración y recuperación de los finales truncos y las transiciones abruptas. Algunas veces el desconocido poeta canta un lance de fiesta ecuestre en clave mora, lo que remite a lo contemporáneo, ya que la lidia y el juego de cañas perduraban como recreo de la nobleza en la España de los Austrias.

Traje femenino morisco

Traje de casa de las muchachas moriscas de Granada, según Weiditz

Generalmente subyace un tema amoroso, dentro de una gama emotiva que incluye el sentimiento de adoración a la amada, el dolor de la ausencia, los celos y el despecho. Es importante la expresión directa de las emociones, que puede adoptar la forma del monólogo, la invectiva o la carta. Un rasgo caracterizador esencial de este modo poético es la descripción minuciosa del caballero moro, mejor dicho de las armas y las galas que lo enmarcan y proclaman emblemáticamente su situación emotiva a través de los detalles cromáticos de su atuendo y de otros componentes de la imagen proyectada. Al enumerar las prendas que viste el caballero se especifican la clase de tejido de que están hechas, así como los bordados y acuchillados que las adornan. Con la misma minuciosidad se describen las armas y las alhajas, señalándose el colorido, la talla y las irisaciones de metales labrados y piedras preciosas.

Los escenarios del romance morisco remiten a un marco urbano lleno de resonancias caballerescas. Alternan la ventana ante la que se presenta el jinete, la plaza engalanada, el amplio espacio de la cabalgada o la escaramuza, a veces un jardín. La caracterización del ámbito granadino se produce ocasionalmente recurriendo al valor evocador de los nombres de monumentos y topónimos.

El romance morisco admite la alusión mitológica, lo que se explica por su motivación lírica. Salvo los casos en que se describe una hazaña taurina o un juego de cañas, la estampa evocada y los detalles cromáticos que la iluminan expresan la situación anímica del poeta. Como ejemplo tenemos la famosa correlación entre los amores y desamores de Lope y los desahogos de Zaide o Gazul. Al mismo tiempo, aunque no se imprimían agrupados por protagonista, estos poemas divulgaban una interpretación estilizada de lo que pudo ser la sociedad mora del pasado, en que se hacía abstracción de las facetas incompatibles con los criterios de la sociedad española y se potenciaban los valores del código caballeresco. De esta manera, al leer o escuchar un romance, el público se dejaba ganar por una fascinada adhesión a los casi siempre imaginarios musulmanes que en los poemas cabalgan airosos, cortejan a las damas, juegan cañas y expresan con brío y delicadeza los matices del sentimiento.

Aunque nadie confundía al morisco dedicado a oficios serviles, que formaba parte del entorno cotidiano real, con ese moro imaginativamente recreado, tampoco cabía ignorar la pertenencia de ambos al ámbito musulmán peninsular, que a juicio de algunos debía ser objeto de aborrecimiento en su totalidad. En cambio, el éxito del modo poético que tratamos de definir pone de manifiesto, al menos la valoración colectiva de un componente suntuario 'a la morisca' que los españoles han sentido siempre como algo muy suyo. Asumiendo subjetivamente tal actitud, los romancistas de finales del siglo XVI se dejaron llevar por la corriente que nace con El Abencerraje, fueran o no conscientes de su implícito mensaje social e incluso político. En todo caso, las actitudes que en la maurofilia se traslucen no pasaron inadvertidas. Lo prueba un puñado de romances dedicados a criticar a los poetas que idealizaban a los moros, por ver en ello una manifestación de simpatía hacia el enemigo y un síntoma del olvido de las glorias propias. También la réplica «¿Por qué, señores poetas, / no volvéis por vuestra fama?», en que se proclama la españolidad de los moros protagonistas de los nuevos romances23, expresa el sentir que se oirá en labios de los moriscos desterrados, como sabe todo lector del Quijote (Segunda parte, cap. 54) que recuerde al buen vecino de Sancho Panza, el morisco Ricote,

Después del titulillo utilizado en 1573 por Timoneda, esta pequeña polémica que surge treinta años más tarde identificando el género poético criticado por el contenido y no por denominación alguna, representa la primera tentativa de juzgar como conjunto una producción anónima, que se publicó de modo disperso, ya que ni las flores, ni el Romancero general (1600 y 1604) que reúne el contenido de tales colecciones, las agrupan por protagonistas, temas o estilos. Entretanto, para romances como para comedias, se utiliza la calificación 'de moros', que aparece aún como etiqueta de uso común en La Dorotea (1623)24. Pero esta expresión hubo de convivir con el uso especializado hoy vigente del adjetivo 'morisco', que debía ser infrecuente, aunque el romance burlesco de la Flor Va «Mancebetes de mi pueblo», demuestra que ya se usaba en 1592: «tanta copla castellana, / tanto romance morisco»25.

Quien sí recogió y seleccionó romances que versaban sobre la materia de Granada fue Ginés Pérez de Hita, y como veremos es un mérito de su obra que le ha sido reconocido por la crítica filológica desde los albores de esta disciplina. Sin embargo no los agrupa, sino que los intercala como crónicas de sucesos en su narración, acompañando el texto de un breve comentario que denota era consciente de la distancia entre viejos y nuevos romances, aunque a veces confundía la etiqueta. Curiosamente, entre los calificativos que aplica al juzgar estos poemas no suele aparecer el adjetivo 'morisco'. En cambio, hace uso frecuente de 'viejo' y 'nuevo', y también utiliza expresiones encomiásticas26.

Desde la perspectiva de la historiografía literaria, la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes, caballeros moros de Granada (1595), casi siempre reeditada y citada como Guerras civiles de Granada27, es la obra que mejor ejemplifica el género morisco y la que lo proyecta fuera de España, aunque paradójicamente su éxito editorial en la Península no suscita imitaciones. Como de la narrativa de Pérez de Hita y la difusión de su temática me he ocupado en varias ocasiones, y estos «Apuntes» se extienden en exceso, voy a tratar mínimamente de esta obra.

Los romances nuevos que hemos comentado prepararon el camino para que un narrador dotado de un certero instinto de novelista como fue Pérez de Hita, ensamblase las sugerentes estampas de Granada en fiestas, Granada en discordia y Granada en duelo para ofrecer una secuencia, no muy bien trabada pero repleta de vida, de los últimos tiempos del reino nazarí. Enmarca la recreación de una brillante corte mora entre segmentos donde predomina la historia, e introduce como autoridad, junto a auténticas obras históricas castellanas, un supuesto original árabe, que cuenta haber recibido de manos del conde de Baylén. Este modo de autentificar lo fictivo refleja un procedimiento usual en los libros de caballerías, género con el que tiene mucho en común la novela morisca.

Acabo de utilizar una etiqueta recientemente impugnada por la joven investigadora Diane Sieber Williams28, quien considera que los dos libros de Pérez de Hita forman un todo y pertenecen al género histórico, tal como se concebía en la época. Su argumentación es hábil y se apoya en sólidos conocimientos de teoría literaria, pero a mi juicio queda en pie el calificativo de «libro de entretenimiento», que usó en la Aprobación de la obra el licenciado granadino Berrío, y que implica la invención de una trama por parte de un autor.

Es evidente que el término 'novela', si se usaba a finales del siglo XVI, remitiría a la forma breve de narración fictiva que se cultivaba en Italia y que Cervantes llevaría a su más alto nivel en sus Novelas ejemplares (1612), pero también lo es que la historiografía literaria clasifica las obras con la terminología de su tiempo.

En fecha reciente, el hispanista francés Jean-Michel Laspéras29, que analiza desde una perspectiva narratológica la producción del Siglo de Oro de «nouvelles», casi inicia el Corpus que estudia con El Abencerraje, y en él incluye la «Historia de los enamorados Ozmín y Daraja» de Mateo Alemán, que fue compuesta como elemento integrado pero desglosable del Guzmán de Alfarache (Primera Parte, Libro I, Cap. 8). La pertenencia de ambas obritas a la corriente novelística que la primera inaugura -la bien o mal llamada 'novela morisca'- no impide que sean piezas claves en la aclimatación del formato de la «novella» italiana, que tanto se desarrolló en la España del siglo XVII. A esta producción se le ha aplicado el rótulo de 'novela cortesana', hoy también en entredicho30.

Es oportuno replantearse la etiqueta 'novela morisca', como la de 'novela caballeresca' -actualmente desplazada por el uso del término coetáneo a la producción 'libros de caballerías' e incluso por 'romance' en la acepción que esta voz tiene en inglés-, novela pastoril -hoy se prefiere 'libro de pastores'- o novela picaresca, más difícil de reemplazar. Tampoco resulta fácil encontrar sustituto a 'novela morisca', pero si conocemos la trayectoria previa de la denominación, algo podrá decirnos sobre las obras que califica y la proyección de las mismas. Respecto a este último factor, hay que constatar dos circunstancias contradictorias: la multiplicidad de ediciones y traducciones de las Guerras civiles de Granada y la ausencia de imitaciones españolas durante el siglo XVII. Esto último puede responder al poso de malestar e inquietud que, al margen de los efectos demográficos y económicos, hubo de dejar la expulsión de los moriscos en la conciencia colectiva.

En la Francia del XVII aparecen libros que relatan casos de amores en un ambiente cortesano ligeramente exótico, cuya ambientación se apoya en el cuadro de Granada que pintó Pérez de Hita. Títulos reveladores, como el de Galanteries grenadines (1673) de Madame de Villedieu [Hortense Desjardins], prueban la existencia de un modo literario que se apoya en la imitación de la Historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes, interpretada como crónica galante. Tal corriente, sobre la que se puede consultar una puesta al día por Alejandro Cioranescu31, es designada por la etiqueta «roman hispano-mauresque», y se inserta dentro del género novelístico llamado «roman héroïque». En contra de la interpretación tradicional, una tesis defendida en la Universidad de Harvard sostuvo que, en sus exponentes más característicos, este género estuvo impregnado de intencionalidad política32. Tal enfoque se asemeja al proceso de relectura de la novela morisca española que se ha producido en el último tercio de este siglo, aunque en el caso francés se trataba de reivindicar a la nobleza frente al soberano.

Con la erudición de sensibilidad romántica que se produce en los países germánicos y en la Gran Bretaña durante el último tercio del siglo XVIII, tiene lugar un cambio de énfasis en el aprecio de que seguirá siendo objeto la obra de Pérez de Hita, pues su principal atractivo para las generaciones que revalorizaron la balada medieval residía en los romances intercalados. Se trata de un proceso conocido y sólo quiero recordar algún dato relevante: el obispo Thomas Percy da a conocer dos muestras del romancero español que toma de Pérez de Hita en sus Retoques of Ancient English Poetry (1765) y proyectaba en 1775 incluir cinco de la misma procedencia en una colección que había de titularse Ancient Songs Chiefly on Moorish Subjects. Al fin fue John Pinkerton quien aumentó en cuatro el repertorio, tomándolos de la misma fuente para insertarlos en sus Select Scottish Ballads (1783). Mientras tanto, también en Alemania la mayor parte de los romances españoles traducidos que Herder incluye en su colección de Volkslieder (1778) proceden de la obra de Pérez de Hita.

En la primera década del siglo XIX Las guerras civiles de Granada [Primera Parte] se vierte al inglés, de nuevo al francés y de esta lengua al alemán, además de reimprimirse una y otra vez en España33. Así se inicia un período de difusión y alta estima por la obra que coincide con el desarrollo y auge del romanticismo. Sin realizar una búsqueda exhaustiva, es posible citar algunas opiniones de interés, que nos permiten ver como llegó a acuñarse la denominación 'novela morisca'.

Cuando George Ticknor, inaugurando la enseñanza de la literatura española en Harvard, publica el programa de su primer curso34 en 1823, cita como primera autoridad sobre la materia los estudios dedicados a España y Portugal por Friedrich Bouterwek en su Geschichte der Poesie und Beredsamkeit (1801-1819), que daría la pauta a Simonde de Sismondi para la composición de su De la Littérature du Midi de l'Europe (1813-1819). Ambos pioneros valoran el romancero, incluidos los romances moriscos nuevos, aunque aún no tienen conciencia de la evolución de esta forma poética ni establecen fronteras cronológicas. Sismondi señala la huella de Pérez de Hita en Francia.

La ventaja que Ticknor se arroga es la de haber podido consultar un caudal mucho más amplio de obras, tarea en que por cierto tuvo el fundamental asesoramiento de Pascual de Gayangos. El estudio de los romances («Ballads»), que comprende un apartado sobre «Moorish Ballads», se sitúa en la primera época (1155-1555) de la distribución cronológica de la literatura española adoptada en el Syllabus. La segunda época (1555-1766) incluye un nuevo apartado sobre romances, en la sección de poesía, así como la dedicada a «Romantic Fiction». Dentro de ésta, el rótulo «Historical Romances», encuadra casi en exclusiva la obra de Pérez de Hita. El autor comenta, sorprendido, la escasez de tal género de ficción en España.

Cuando al fin publique en 1849 su History of Spanish Literature el hispanista de Harvard reiterará su asombro. Esboza, además, una posible respuesta, basándose en un supuesto sentimiento de animadversión de los españoles hacia los moros, que el crítico no relaciona con el problema morisco. También se plantea y resuelve acertadamente la cuestión del supuesto original árabe: «Notwithstanding his denial, therefore, we must give to Hita the honor of being the true author of one of the most attractive books in the prose literature of Spain; a book written in a pure, rich and picturesque style, which seems in some respects to be in advance of the age, and in all to be worthy of the best models of the best period»35. La última alusión sólo puede referir a la novela histórica romántica, entonces en pleno apogeo, y podemos relacionarla con la anécdota -recogida en las Chroniques chevaleresques de l'Espagne et du Portugal de Ferdinand Denis- de que Walter Scott se lamentaba de no haber leído en su época de producción la obra de Pérez de Hita, pues habría situado en la Granada mora alguna de sus novelas. La estimación de que las Guerras civiles de Granada es libro que se adelanta a su tiempo y prefigura la novelística histórica romántica quedó establecida.

Traje de casa de las moriscas granadinas

Traje de casa de las moriscas de Granada, según Weiditz

Ticknor recoge también, para desmentirlo, otro rumor muy característico del gusto por la murmuración sensacionalista que era frecuente entre los eruditos de la época. Nos dice que se habla de que Gayangos poseía el mismísimo original árabe en que se basó Pérez de Hita, y añade que el propio don Pascual le ha explicado que se trata de un resumen de su obra, escrito seguramente por un morisco.

Entre los manuales españoles de literatura, el de Antonio Gil y Zarate36, único que se adelanta a Ticknor, sitúa a Pérez de Hita entre los historiadores y se limita a comentar que su obra es «libro más bien que historia, mezclado de romances, y cuya lectura es amena y entretenida». Cinco años más tarde, Eugenio de Ochoa observa: «Después de la novela heroica [Amadís], vienen la novela histórica, de que no poseemos más que un bello ejemplar (las Guerras civiles de Granada), y la novela de costumbres [Cervantes]...»37. José Fernández Espino38 reiterará que el libro de Pérez de Hita fue un «felicísimo ensayo en el género histórico, de que más tarde Walter Scott sacó en Inglaterra tan brillantes frutos».

Entretanto El Abencerraje es también objeto de elogio, por parte de Ticknor, que lo ha leído en el Inventario de Antonio de Villegas. Conoce asimismo la versión breve de la anécdota que apareció como apéndice en la Historia de la dominación de los árabes en España sacada de varios manuscritos y memorias arábigas (1821) de José Antonio Conde, y cree que fue vertida del árabe, error que se subsana en las «Adiciones» de Gayangos a la versión española del libro de Ticknor39. No he visto, sin embargo, comentado El Abencerraje como precedente de Pérez de Hita hasta que las opiniones sobre ambas obras aparecen agrupadas bajo el rótulo de «Novela Histórica» en un libro de Manuel de la Revilla40. Al filo del fin de siglo, James Fitzmaurice-Kelly resalta en su importante History of Spanish Literature41 el papel de Pérez de Hita como iniciador de la novela histórica hispano-morisca en su dimensión europea, y observa también que la imagen ficticia del ocaso de una civilización que su libro muestra se ha impuesto con más fuerza emotiva que la verdad histórica.

En 1905 aparece el volumen introductorio a la colección Orígenes de la novela, con que terminamos nuestro recorrido, ya que se inicia la etapa propiamente filológica que no nos proponemos reseñar. De acuerdo con los autores que le preceden, don Marcelino anuncia la materia que nos concierne como «Novela histórica de asunto morisco», para luego introducir tangencialmente en el texto la expresión que haría fortuna, al hablar de «notables tentativas de novela morisca». En los42 manuales del siglo XX, si de estas obras se trata, serán presentadas bajo tal denominación. Es el caso de las historias de la literatura española que hemos manejado en nuestros años de formación: Juan Hurtado y Ángel González Palencia, Ángel Valbuena Prat, Juan Luis Alborg. En cuanto al momento actual, se estudia desde muchas perspectivas El Abencerraje, pero se va reduciendo cada vez más el círculo de los lectores y estudiosos que se adentran en la luminosa recreación del ocaso nazarí y la frontera circundante que fue el legado de Ginés Pérez de Hita. No por ello nos despedimos de él, pero ya es hora de cerrar estas divagaciones. Lo haré con una última cita, que, por contraste con el panorama actual, puede suscitar un suspiro o una sonrisa. En una reseña airada de un trabajo bibliográfico que citaba las Guerras civiles con la fecha de una edición tardía, clamaba Arturo Farinelli43: «No hay hombre medianamente entendido en las letras de España que no sepa haberse publicado la primera parte de la obra de Pérez de Hita en Zaragoza en 1595 con el título Historia de los bandos de Zegríes y Abencerrajes, que se reimprimió infinitas veces...».





 
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