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Clero vasco y nacionalismo: del exilio al liderazgo de la emigración (1900-1940)1


Óscar Álvarez Gila





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Entre los muchos tópicos que vertebran la historiografía vasca sobre el pasado más inmediato, uno de los más debatidos y recurrentes es el de la participación de la Iglesia en el nacimiento y expansión del nacionalismo vasco. Desde que, en 1893, Sabino Arana y un pequeño grupo de seguidores dieran los primeros pasos del nacionalismo vasco, cuyo objetivo último era obtener la independencia política del País Vasco, la confesionalidad ha sido un elemento integrante del proyecto sabiniano -estructurado alrededor del Partido Nacionalista Vasco-. El aforismo que condensaba, en palabras de Arana, la ideología nacionalista es suficientemente elocuente: «nosotros para Euzkadi, y Euzkadi para Dios»2. No resulta así extraño que, en unos momentos en que se halla en vías de decadencia el tradicionalismo carlista -sector político al que se había adscrito la clerecía vasca, de forma mayoritaria, durante el siglo XIX3-, numerosos sacerdotes de las nuevas generaciones se aproximaran a este, para ellos, atrayente nacionalismo durante las tres primeras décadas del siglo XX.

No es aquí nuestra intención, sin embargo, entrar en este debate en el que han participado y participan muchos y muy conocidos historiadores, políticos y pensadores en la Euskadi actual, y que suele aparecer con una recurrente intensidad. No obstante, partiendo del hecho incontrovertible de la estrecha relación que ha habido entre el desarrollo del nacionalismo y un amplio sector de la clerecía vasca, nos adentraremos en un aspecto colateral al mismo, todavía desconocido: el exilio que conocieron muchos eclesiásticos vascos, por su cercanía política al nacionalismo, en el marco temporal del primer tercio del siglo XX y, como derivación, el papel que jugaron estos eclesiásticos en la conformación organizativa e ideológica de la colectividad vasca en América, y más concretamente en el Río de la Plata.

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ArribaAbajoClero vasco y exilio


1899-1910: Los primeros exilios de nacionalistas

Los primeros estudiantes de ideología nacionalista vasca comienzan a aparecer en el Seminario de Vitoria, se dice, cuando finalizaba el siglo XIX. Al comienzo, es de suponer que eran muy pocos, y la carencia de fuentes no da posibilidad de recontarlos. Es, en cambio, muy temprano el primer caso que conocemos, de un seminarista abertzale4 que opta por trasladarse a América a continuar sus estudios. En agosto de 1900, por medio de un procurador, un joven acólito de Etxebarria (Vizcaya), solicita su aceptación en la arquidiócesis de Montevideo, para acabar su carrera en Uruguay y ser allí ordenado5. Su nombre es Francisco Alcíbar-Arichuluaga, pero en el País Vasco era más conocido por su apodo: Markiñako Extudiantie, pelotari excepcional, «inoiz izan dan pelotari aundienetarikoa»6. En algunas fuentes, al explicar las causas de su marcha, se cita su afición a la pelota vasca. «Aldi labur bat baño geiago ez eban egin pelotaritzan, ze bere Gotzain Jaunak (Obispuak) eragotzi eutson bizipide pelotariekin agirian jokatzia»7. Pero una simple afición deportiva no era motivo suficiente, como bien sabemos: la verdadera razón quedó en evidencia nada más recibir su ordenación sacerdotal. Trasladado a la ciudad de Rosario (Argentina), donde residían unos parientes suyos, muy rápidamente se vincula a la célula nacionalista que allí existía: un pequeño grupo, compuesto tanto por laicos como por sacerdotes, quienes en 1912 darían vida al «Zazpirak Bat», el primer centro vasco fundado en Argentina por nacionalistas8. Hasta su muerte el año 1955, en Rosario, en palabras de quienes le conocieron, fue un «euskotar eta euskaldun zintzoa»9, y sobre todo un «admirable abertzale»10.

El de Alcíbar no era un caso aislado. En el mismo primer decenio de siglo, poco a poco, le seguirán otros seminaristas y sacerdotes en su mismo camino. La mayor parte de los que conocemos, pertenecían a la diócesis de Vitoria; en el seminario de Pamplona no había prendido la mecha de la naciente ideología11. Estos sacerdotes emigrados se repartieron por diversos pueblos y ciudades de Argentina y Uruguay. Entre otros, tenemos a Nicasio   —3→   Cortabarría Idiazábal12, guipuzcoano (quien bendijera en 1906 un retoño del árbol de Guernica13 sito en la sede social del centro vasco «Laurak Bat» de Buenos Aires), y sobre todo el vizcaíno Francisco Azpiri Mendiguren, quizá el más enfervorizado y activo abertzale que conoció la colonia vasca de Argentina en el comienzo de siglo.

Merece la pena detenernos en la figura de este último. A los tres años de ser ordenado, recibió el 23 de julio de 1900 permiso de su obispo de Vitoria para marchar a Buenos Aires14. Muy pronto pasará a la diócesis de Santa Fe, donde llegó a ser nombrado, al poco tiempo, director del Seminario diocesano. Lo que en el anterior era sospecha fundada, en el caso de Azpiri es total seguridad: Américo A. Tonda (que conoció a Azpiri personalmente), al escribir su Historia del Seminario de Santa Fe, afirma que «sus ideas nacionalistas le habían puesto en la trocha que conduce al exilio»15.

No perdió tiempo en trabar relación con la colectividad vasca de Argentina. Especialmente, trabó intensa amistad con el director de la revista decenal vasca La Baskonia que se publicaba en Buenos Aires16, en la que Azpiri se dedicó a publicar regularmente artículos y notas, hasta su fallecimiento. En aquellos años, los artículos de Azpiri se hallaban entre los más netamente ideológicos, en pura ortodoxia sabiniana. Como muestra de su opción política, es muy expresiva la carta que le escribió otro sacerdote vasco, euskaldun, abertzale y amigo, el año 1908, sabedor de que iba a América -carta que vio la luz en la propia La Baskonia-:

Euskal errira ibiltalde bat egiteko asmoa dezula diraustazu, eta ezerchu arako etedaukadan iteneustazu. ¡Au garai ona ango euskeldun epelai gure abertzale zintzoa azalduteko eta Aberri maite, neke eta nai gabez beteari, laztan gozo bat emateko!

Biotzeko zañetan, maitetasunezko tolos tartean daukat usain gozoko lora eder bat gorderik, zein guradoten nik Aberriari eskeini. Ara emen lora eder ori: ¡Gora Euzkadi!

Eramaizu neure biotzeko Ama laztan-laztanari.

Agur.

Azpiri'tar Pachi17.



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Azpiri, además, tenía cualidades personales suficientes como para progresar en su propia carrera sacerdotal dentro de la Iglesia argentina. De la dirección del Seminario de Santa Fe, pasará en 1911 a la ciudad de Corrientes, nombrado vicario general por el obispo de la nueva diócesis y amigo suyo, monseñor Niella. Al mismo tiempo, lo coloca en la dirección de una revista católica de nueva creación. Empero, no perdió por esto sus contactos con los elementos vascos, especialmente con el activo y fuerte grupo, antes mencionado, que se había formado en Rosario, que se nuclearían alrededor del «Zazpirak Bat».

En agosto de 1920, Francisco Azpiri toma el barco para Europa. En principio, su destino es Roma, donde va a realizar la visita ad limina en representación del obispo de Corrientes. Al embarcar, se convierte en protagonista de una anécdota en la que deja claramente a la vista su ideología: al ser preguntado por su nacionalidad, dice que es «vasco». «¿Vasco-francés?». «Vasco», responde. «¿Vasco-español, acaso?». Y nuevamente dice Azpiri: «¡Vasco!». «¿Pero, vasco qué?», le preguntará por último el funcionario de aduanas. «Ponga vasco-chino», será su última y definitiva respuesta, y así quedó -dicen- escrito en la documentación18.

De Italia, al regreso, pasa por Vizcaya, a visitar a su familia y, de paso, a beber en las fuentes de su nacionalismo. De su Mendexa natal se acercará a Pedernales, a rezar sobre la tumba de Sabino Arana. Con este motivo redacta un largo y sentido artículo para La Baskonia, con fotografías, que manda por correo. Este artículo sí, pero él no llegará a Argentina: el barco que lo llevaba de vuelta a América se hundió frente a las costas de Galicia en enero de 192119.

Entre los amigos íntimos de Francisco Azpiri, hemos de destacar a otro sacerdote euskaldun y nacionalista, al que ya antes nos hemos referido. Andrés A. Olaizola Echevarría, nacido en 1877 en Azcoitia, quien emigrara a Argentina de seminarista (en Vitoria sólo había realizado los tres cursos de Filosofía). Completaría sus estudios en el seminario de la capital de la provincia de Santa Fe, ciudad donde fue ordenado en 1900. Como señalábamos con Alcíbar, no podemos afirmar con total seguridad que su marcha desde el País Vasco obedeciera a razones políticas, es decir, que pueda incluírsele en el grupo de los exiliados stricto sensu. No obstante, esto no es óbice para no dudar ni un momento de su nacionalismo profundo, ya que a lo largo de toda su vida, tuvo numerosas ocasiones para hacerlo patente20: como bien le definió su íntimo amigo durante años, Bernardo de Viana, era un «alma patriótica que se entregaba por entero y sin reservas a la labor de difusión de ideales [el nacionalismo vasco] cuya incomprensión podían levantar muchas   —5→   resistencias y no pocos sinsabores»21.

Muy joven, el obispo de Santa Fe se fijó en sus capacidades, y le nombró su secretario privado. Durante muchos años, ocupará este cargo de gran confianza, inicio de una carrera que en lo sucesivo siempre sería ascendente. Cuando el año 1912 se preparan los vascos de Rosario para celebrar sus primeras fiestas en honor de San Ignacio y dar vida al centro «Zazpirak Bat», los responsables de ambas iniciativas rápidamente le envían la invitación para tomar parte en las mismas, aunque no conocieran personalmente al joven secretario: su fama, empero, estaba bien extendida entre la colectividad. A lo largo de junio y julio de 1912, diez vascos se habían reunido, con intención de dar vida a la comisión que organizaría las fiestas vascas y daría vida al centro vasco. De ellos, seis eran abertzales de carnet, afiliados al Partido Nacionalista Vasco, (Bernardo Ustaran, Benito Urrutia, Jose Maria Beitia, Bernardo de Viana22...), los mismos que habían fundado en el mismo Rosario, en 1911, una delegación del propio PNV: el llamado Comité Nacionalista Vasco. Los otros cuatro, precisamente son cuatro sacerdotes vascos que residían en Rosario o sus alrededores: dos guipuzcoanos (Juan José Cortázar y Manuel Aizpuru), un vizcaíno (el ya conocido Alcíbar-Arichuluaga) y un navarro (Dionisio Santisteban).

Olaizola aceptó: él sería quien tomara a su cargo la prédica principal -el conocido «panegírico al Santo»- en aquel primer sanignacio vasco de Rosario23. En una sentida intervención, partiendo de la alabanza al santo vasco, pasó sin solución de continuidad a defender las virtudes de la «raza» vasca y la propia existencia de la patria vasca, con gran alegría de los organizadores. Además, aquel mismo año de 1912, cuando se organizó entre los vascos de Argentina una gran colecta en beneficio de los pescadores damnificados por la gran galerna que asoló el Cantábrico, no tuvo ningún problema en responder afirmativamente a la petición que le hicieron desde Rosario, de que se encargara de reunir fondos en la ciudad de Santa Fe:

Alguien me reprochó por haber molestado a una persona a quien apenas conocíamos y que ya había hecho bastante con no habernos cobrado ni los gastos de traslado para venir a predicar a los vascos.

Me quedé con el reproche, pero seguí aferrado a la confianza que el P. Olaizola había despertado en mí desde el primer momento. Un sacerdote dentro de un vasco no podía fallar... y no falló.

Pocos días después recibí la lista de suscripción con los nombres de unos treinta contribuyentes y un giro por el importe recaudado. Por indicación del P. Olaizola la lista había sido autorizada a un señor Emilio Aguirre, y los nombres que en ella aparecen y tengo a la vista, dice a las claras del alto concepto que del mismo P. Olaizola y de sus colaboradores se tenía en la Capital de la Provincia: el Dr. Manuel J. Menchaca (gobernador de la Provincia) abre la lista y siguen, entre otros apellidos, los de Novoa, Chotil, Bidachea, Mendia, Garategui, Iribarren, Eguiazú, etc.24



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De este modo, durante la siguiente década, los lazos entre Olaizola y los dirigentes del centro vasco de Rosario fueron haciéndose cada vez más estrechos. Cuando, en la segunda mitad de la década, los nacionalistas fueron arrinconados del «Zazpirak Bat» que ellos mismos habían creado, Olaizola rápidamente se solidarizó con éstos. Los nacionalistas, en respuesta, dieron vida a otra entidad: Euzko Batzokija; y Olaizola, durante algunos años, sería el encargado de oficiar las misas anuales de San Ignacio promovidas por esta institución. En 1914, incluso, lideró la defensa de los nacionalistas, frente a los ataques que sufría -en la prensa rosarina- por parte de las sociedades españolas de la ciudad: cuando éstas exigieron a la autoridad civil y eclesiástica que prohibieran las fiestas vascas de Euzko Batzokija debido a su carácter «separatista», el mismo Olaizola acalló todas las críticas oficiando la misa, pronunciando el panegírico, y tomando parte en la comida que cerraba los actos festivos25.

Todos los años, sin excepción, llegaba de Santa Fe a Rosario con ocasión de las fiestas de San Ignacio, incluso cuando los nacionalistas recuperaron el control del «Zazpirak Bat». Finalmente, el obispo de Santa Fe lo nombraría vicario foráneo de Rosario, ciudad en la que fijó su residencia. Hasta su muerte en 1940, no se notará su falta en ninguna fiesta vasca de Rosario. Cuando la Guerra Civil, acaudillará la defensa ante la opinión pública de la postura tomada por los nacionalistas vascos a favor de la República y contra Franco, en clara diferencia con lo que defendían otros muchos eclesiásticos de Argentina: «Gu, denok Jaungoikoarekin baturik, euskal Aberria defendatzen dugu»26. Un accidente de coche, en el verano de 1940, cortó una carrera que se dirigía directamente al episcopado27.




La década difícil (1911-1921)

De todos modos, a estos exilios individuales o aislados de comienzo de siglo, pronto se les unieron auténticas limpiezas organizadas, especialmente en la década siguiente. Fueron los propios altos cargos de la Iglesia española los que lideraron una ofensiva total contra la extensión de la ideología nacionalista entre el clero -diocesano y regular- vasco, que se estaba apreciando. La extensión del nacionalismo vasco entre los curas del País, se   —7→   temía, podían poner en peligro de ruptura el difícil equilibrio o statu quo establecido entre la Iglesia y la Monarquía desde el final de la última guerra carlista -equilibrio que, de paso, hay que reseñar que había ofrecido indudables beneficios para el desarrollo de la Iglesia, en contraposición con los ataques e inseguridades que había sufrido a lo largo del siglo anterior-.

Como señala Sánchez Erauskin, esta lucha se realizó en dos frentes: por una parte, se elevaron a la dignidad episcopal numerosos sacerdotes vascos de clara filiación monárquica, obispos que fueron repartidos por las diócesis españolas, como medio para expresar la fidelidad al régimen -y la confiabilidad- de la Iglesia de Euskal Herria28. Por otra parte, se eligieron obispos no vascos para las diócesis del País Vasco, a fin de conjurar el hipotético peligro que supondría un obispo vasco que hiciera frente común con su clero. Los que pasaron por las sedes de Pamplona o Vitoria durante estos años, fueron muy conscientes de su papel de punta de lanza contra «toda forma de peligro separatista».

En esta campaña, la colaboración de las más altas instancias de la Iglesia en España fue total. En este contexto se inscriben, por ejemplo, las directrices que dirigió en 1913 el Nuncio apostólico del Vaticano en Madrid a los obispos de Cataluña y el País Vasco, reflejadas en el propio Boletín Diocesano de Vitoria:

Vigilen con atención el bizkaitarrismo de algunos religiosos vascos. Éstos, con su postura separatista, además de perder el espíritu de su Orden, provocan el odio del Gobierno y la Nación. También hay que vigilar el catalanismo, si bien este último no es tan irresponsable e inmoderado29.



A lo largo de sus episcopados, obispos de Vitoria como Zacarías Núñez o Leopoldo Eijo y Garay. El primero fue protagonista, en 1924, del conocido affaire de los nombres vascos -su negativa a admitirlos en el bautismo-, que hubo de ser rectificado desde Roma. El segundo, por su parte, se distinguió en el incidente que protagonizó en el puerto de Montevideo, cuando se dirigía el año 1934 a Buenos Aires a participar en el Congreso Eucarístico internacional, siendo ya obispo de Madrid. En Montevideo, varios vascos nacionalistas de Uruguay esperaban, encabezados con una ikurriña [bandera propuesta por el nacionalismo para el País Vasco], a la delegación que el PNV enviaba al Congreso -quienes habían protagonizado enfrentamientos con peregrinos españoles en el mismo barco donde iba Eijo-. La reacción de Eijo fue rápida: se dirigió al grupo y, arrebatándoles la bandera, la rompió y la arrojó con fuerza al Río de la Plata30.

De todos modos, no fue entre el clero secular donde se vivieron las limpiezas de nacionalistas más fuertes. Fueron diversas órdenes religiosas, en las que había calado con fuerza el ideario nacionalista, las que protagonizaron los exilios más masivos. Entre todas, cabe destacar sin duda a los capuchinos, la mayoría de los cuales eran navarros. No en vano, uno de los   —8→   primeros y más activos ideólogos y propagandistas del nacionalismo había sido un capuchino, Evangelista de Ibero: aunque murió joven, tuvo tiempo suficiente para plantar su semilla, cuando fue profesor en la casa de formación de los futuros capuchinos navarros31. Su testigo lo recogió una generación que había pasado por sus manos: nombres como Pio de Orikain, Bernardino de Estella, Miguel de Pamplona, Dionisio de Echalar, Eustaquio de Sesma, Wenceslao de Lacunza y Fernando de Soloeta-Dima.

Como reconoció el propio superior general de la orden capuchina en Roma, entre 1910 y 1915 los superiores de los capuchinos vascos, «para poner a raya el movimiento bizkaitarrista, que empezaba a manifestarse entre sus súbditos, tenían que recurrir a medios extremos, como el de embarcar grupos enteros para la Argentina»32. Preguntado por más información, menciona algunos nombres33: el primero en recibir la orden de marchar fuera del País Vasco había sido Evangelista de Ibero, pero este toque de atención no había sido suficiente. Por lo tanto, el siguiente en recibir el mismo castigo sería Wenceslao de Lacunza, «nacionalista radical», por colaborar a favor de un candidato nacionalista en las elecciones en contra de las órdenes expresas de sus superiores: como reincidiera, finalmente fue enviado a Argentina. Al poco tiempo, el padre Roman de Bera pasa a las misiones de Guam, por haber proclamado públicamente su nacionalismo; por idéntico motivo, pocos meses después otros tres capuchinos tuvieron que tomar el barco a Argentina: Ladislao de San Sebastián, Pio de Orikain y Eustaquio de Sesma.

Los sucesos de 1915 se repitieron en 1921, tras hacerse más intensas las denuncias contra los capuchinos de Navarra. En esta ocasión, las presiones vinieron de sus compañeros capuchinos de Castilla: que los capuchinos navarros eran un nido de separatistas, que con la excusa de las misiones no hacían sino propaganda política en el País Vasco, etc.34 La prudencia aconsejó no repetir los traslados masivos al extranjero, si bien éstos no se cortaron nunca, aunque se realizaron en pequeñas dosis repartidas en el tiempo. La misma política se siguió en otras órdenes religiosas, y en el propio clero secular. Por ejemplo, tenemos el caso del sopuertano Jesús Montánchez del Cerro: ordenado en 1913 por Leopoldo Eijo y Garay, se traslada en 1916 a Montevideo, trabajando inicialmente en Uruguay y luego en Argentina35.

Durante la dictadura de Primo de Rivera, acaso, el número de casos se amplió, especialmente entre los sacerdotes seculares. Desde Pamplona, sus trabajos periodísticos contra la dictadura enviaron a Tomás Yoldi Mina a Uruguay. Siendo todavía estudiante, Yoldi había tomado ya parte en la fundación del diario nacionalista Napartarra, en 1911. De allí a diez años,   —9→   cuando aparece La Voz de Navarra, los artículos de Yoldi se repiten en todos los números: usando la moral católica, se dedica a denunciar «actitudes erróneas de los gobernantes». El obispo pamplonés le obligó a mantener silencio y no escribir más, enviándolo a una parroquia de la Ribera; cumpliendo estrictamente la orden, no escribió una línea más, pero siguió publicando lo que ya tenía escrito desde tiempo atrás. Las presiones del Gobierno Civil, por último, consiguieron su extrañamiento36.




Guerra Civil

Pero, sin duda, el exilio más numeroso y duro que conocerían los sacerdotes nacionalistas fue el de la Guerra Civil. Ya antes de que los franquistas tomaran el último trozo de tierra vasca, se produjeron las primeras persecuciones y denuncias sistemáticas contra sacerdotes y religiosos acusados de filoseparatismo. El primer objetivo -increíblemente- fue el propio obispo de Vitoria, monárquico e integrista, quien ya había sufrido una expulsión de España durante la República; su ánimo excesivamente tolerante con los nacionalistas sería la causa de su descrédito para las nuevas autoridades.

En este ambiente, pronto comienzan las salidas: por la fuerza o por decisión personal, por orden de las autoridades civiles o las eclesiásticas, individualmente o en grupo, en el clero secular y en el regular (franciscanos, capuchinos, jesuitas, claretianos, escolapios, sobre todo)37. En algún lugar se ha denominado a estos extrañamientos obedientiae simulatae38, teñidas de prudencia. Como afirmara el superior de los franciscanos vascos:

Impulsados por esta prudencia previsora, sin que nos obligara ninguna autoridad civil o militar, en los primeros momentos de mi mandato -agosto de 1937- enviamos a algunos religiosos a las misiones de Cuba o Paraguay, porque habían mostrado demasiado evidentemente sus preferencias políticas en los últimos años39.



Una explicación similar daría, años después, el ex obispo de Vitoria, Mateo Múgica, al defender el comportamiento de su clero huido al exilio:

El cardenal Gomá ha escrito de estos sacerdotes que huyeron por prudencia, y yo hoy repito aquí lo que dije al Vaticano: que estos curas no huyeron porque se consideraran culpables, sino porque vieron que muchos inocentes eran castigados duramente por no estar de acuerdo con la política de Franco40.



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Más de 800 sacerdotes seculares sufrieron algún tipo de represión. El número de los que marcharon al extranjero, suponía el más grande de los exilios hasta el momento (ver la tabla 1). Algunos directamente, otros haciendo escala en Europa, más de la mitad de éstos tomó el camino de América, cuando estalle la guerra en Europa. Para muchos jesuitas, les supuso la continuación del exilio que sufrían desde que en 1931 habían sido «disueltos» por el gobierno republicano41.

Tabla 1: Número de religiosos vascos destinados en Latinoamérica, entre 1935 y 1940, según provincias
AÑO Vizcaya Guipúzcoa Álava Navarra TOTAL
1935 256 197 107 426 1000
1940 273 228 103 425 1061

FUENTE: ÁLVAREZ GILA, Óscar, «El Misionerismo y la presencia religiosa vasca en América (1931-1940): Dificultades y emigraciones forzosas», Mundaiz, 42 (1991), San Sebastián, p. 90.






ArribaEl clero nacionalista y las colonias vascas de América

Este exilio religioso, especialmente el de la Guerra Civil, se dirigió a casi todas las naciones de América, desde el Río Grande hasta la Patagonia. Los religiosos, por ejemplo, tomaron como ruta las «misiones» que sus respectivas órdenes tenían instaladas en territorio americano: los franciscanos, por ejemplo, pasaron mayoritariamente a Cuba y Paraguay, los jesuitas a Venezuela y Centroamérica42; los escolapios a Chile, Brasil y Venezuela, etc.

En algunas de estas naciones existían colonias numerosas de vascos, sobre todo en el Río de la Plata, en Chile y (desde 1940) en Venezuela. En estos lugares las relaciones entre clero y emigrantes vascos no eran cosa nueva, tenían una historia de casi un siglo, desde que llegaran los primeros sacerdotes vascos para dar misiones en euskera en Buenos Aires, el año 185243. Estos curas exiliados, como cualquier otro emigrante, rápidamente se vincularon a sus compatriotas allí residentes; mas como proyección del prominente papel social de que gozaban los eclesiásticos en el País Vasco, su papel en la colectividad no iba a ser marginal.


El auxilio espiritual al emigrante

Lógicamente, un primer ámbito de vinculación de este clero exiliado con la colectividad vasca emigrante tocaba a su situación espiritual.

De hecho, ya desde el siglo XIX se habían desarrollado entre la clerecía vasca diversas iniciativas en este sentido, como por ejemplo las que cristalizaron, a mediados y finales del siglo, en el envío desde Bayona de los betharramitas o de los misioneros de Hasparren44. Igualmente, los sacerdotes participaron activamente en la fundación de una de las más interesantes   —11→   instituciones vascas de Argentina: la sociedad «Euskal Echea», fundada en 1904 en Buenos Aires para los socorros mutuos, con servicios de colegio, orfanato y asilo de ancianos para los vascos45. Uno de sus impulsores, y primer presidente honorífico fue el sacerdote bajonavarro Francisco Laphitz (escritor en lengua vasca). Junto con él, hasta 20 sacerdotes se incluyeron como accionistas en el proyecto inicial de la «Euskal Echea». Fruto de esto fue el carácter clerical que adquirió «Euskal Echea» en sus obras sociales, puestas bajo la dirección de frailes y monjas traídas desde el País Vasco: el asilo y colegio femenino, a las Siervas de María de Anglet46 (1905); los colegios masculinos, a los capuchinos navarros (1908).

Precisamente por la presencia de estos capuchinos acabó por otorgar a la obra educativa de la «Euskal Echea» una impronta filonacionalista, que no estaba clara entre las intenciones de sus fundadores. Este centro docente se convirtió, durante las décadas de 1910 y 1920, y en los años posteriores a la Guerra Civil, en uno de los principales receptores de la corriente de exilio capuchino, que ya antes hemos mencionado. Destaca, especialmente, el papel jugado por Bernardino de Estella, encargado durante años de la impartición pionera de la materia «Historia vasca», incluida en el plan de estudios del colegio. Fruto de ello fue un manual, publicado bajo el mismo título en 1933 en Bilbao, que constituye uno de los primeros -y, al mismo tiempo, más acabados- compendios de historia vasca desde la óptica nacionalista, de la época de preguerra.




El clero y la propaganda nacionalista

Por otra parte, aquellos que se habían destacado en el País Vasco por su vinculación con el nacionalismo vasco, también tenían otra razón poderosa para acercarse a sus compatriotas vascos. Ante ellos se ofrecía, quizá en mejores condiciones que en el propio País Vasco, un campo abierto para continuar en esta actividad. Siguiendo el ejemplo de otros nacionalismos europeos, como el irlandés o el polaco, se confiaba mucho en la fuerza del elemento americano. Contar para esta extensión ideológica con elementos de la proyección intelectual de que -por término medio- gozaban los eclesiásticos en el seno de la sociedad vasca era un elemento que en modo alguno podía ser despreciado.

El ejemplo más clarificador, es el ya mencionado centro vasco de Rosario, «Zazpirak Bat». Esta sociedad, que nació del impulso de elementos plenamente nacionalistas, tuvo siempre en la participación de sacerdotes, no sólo el toque de seriedad y ascendencia sobre los residentes vascos de la ciudad, sino también la protección que precisó durante los «años oscuros» de 1913 a 1921, cuando se produjeron las mayores tiranteces entre abertzales y españolistas. Alcíbar, Olaizola, Santisteban o Aizpuru no se alejaron   —12→   durante aquellos años, sino que se mostraron firmes al lado de los nacionalistas.

En Buenos Aires, fueron los capuchinos los que cumplirían un papel similar, sobre todo desde el escaparate que les ofrecía «Euskal Echea». Así, Fernando de Soloeta-Dima, profesor de euskera en el colegio masculino, aprovechó su cátedra para difundir, junto con la lengua, el concepto aranista de patria vasca. Cuando Soloeta pasó a las misiones de China, Bernardino de Estella se encargó de continuar su labor: fruto de 23 años de docencia, dio a la luz su Historia Vasca, en la que se plasma sin fisuras la visión nacionalista del pasado histórico vasco.

También participaron conspicuos capuchinos en las luchas entre españolistas que tuvieron lugar en Buenos Aires, a lo largo de las décadas de 1910 y 1920, especialmente durante la época en que el carlista guipuzcoano Félix Ortiz San Pelayo gobernó el «Laurak Bat», desplazando a los nacionalistas. Los capuchinos ayudaron profundamente a los «marginados», agrupados en la sociedad política Acción Nacionalista Vasca47. Durante años, Buenos Aires tendrán una convocatoria doble para la fiesta de San Ignacio, convertido ya en patrón de todos los vascos. El «Laurak Bat», normalmente, traía para la ocasión a curas argentinos de origen vascos (el canónigo Bernardo Etchegoinberry, el luego obispo de Bahía Blanca Leandro B. Astelarra48); «Acción Nacionalista», por su parte, traía a los más nacionalistas de los capuchinos de «Euskal Echea».

Tras la guerra, los ejemplos se hicieron, si cabe, más frecuentes. Entre 1940 y 1945, cuando se fundan numerosos centros vascos en Argentina bajo el impulso de la Delegación Vasca, son curas los encargados de organizar las nuevas entidades. En Villa María (Córdoba), la colectividad vasca que atendían desde 1925 los trinitarios vascos deciden crear una entidad... en la iglesia trinitaria, precisamente. El «Euzko Etxea» de La Plata, por su parte, lo impulsan los capuchinos radicados en Villa Elisa, a pocos kilómetros de la ciudad, especialmente de manos del navarro Casiano de Goldaraz.

También tomarían parte en las iniciativas culturales: los primeros directores del Boletín del Instituto Americano de Estudios Vascos serían dos de estos curas nacionalistas exiliados: el bilbaíno Gabino Garriga (editor del primer libro que mostraba a Argentina la verdad del bombardeo de Guernica49), y el capuchino guipuzcoano Bonifacio de Ataun.

Finalmente, algunos de estos eclesiásticos tomarían un papel protagonista en el propio encauzamiento y protección del exilio vasco de postguerra hacia América. Contaban para ello con el importante recurso de toda la organización eclesial, que en la medida de sus posibilidades ponían a trabajar en favor de sus compatriotas. En Argentina, en Uruguay, en Venezuela, los religiosos llegan a formar verdaderos lobbies, a fin de impulsar y facilitar   —13→   la entrada de los exiliados en dichos países. En Argentina descuella la labor del «Comité Pro-Inmigración Vasca», cuya dirección fue puesta en manos del sacramentino Pedro Goicoechea. Este comité, formado a medias por vasco-europeos y vasco-americanos, logró del presidente argentino Roberto Ortiz -él mismo, hijo de padres vizcaínos- un amplísimo decreto, en el que se admitía la entrada al país de todos los vascos, cualquiera que fuera la documentación que portaran. Al amparo de esta ley, ingresarían al país más de mil vascos, hasta que la presión del Gobierno español logró su derogación, al año de ser promulgado50.

En Venezuela, por su parte, serán fundamentalmente los jesuitas allí instalados los que ofrecieron su ayuda fundamental a los vascos51. La radicación en aquel país de elementos vascos de la Compañía de Jesús databa de algunos años antes; concretamente, los primeros envíos «misioneros» se habían producido hacia 1915. Muy rápidamente, los jesuitas habían establecido una red de colegios de alto prestigio, dirigidos a las familias de clase alta de Venezuela. De las aulas del colegio San Ignacio de Caracas surgieron, en los años siguientes, numerosos políticos y dirigentes venezolanos, lo que colocó a los religiosos en una posición de clara ascendencia con los mismos, con quienes siempre trataron de mantener abiertas y abundantes las vías de relación. De este modo, les fue muy sencillo, por tanto, lograr aquí también leyes de excepción favorecedoras de la inmigración vasca, sentando así las bases de la actual colonia vasca de Venezuela52.









 
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