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ArribaAbajoIII. La Historia verdadera


ArribaAbajoIII.1. Bernal Díaz del Castillo

Fue historiador muy curioso y muy puntual en todas las cosas: y échase bien de ver, pues las que quedan referidas, con ser tan mínimas y tan rateras, no las quiso pasar en silencio; de donde podrán tomar ejemplo los historiadores graves, que nos cuentan las acciones tan corta y sucintamente que apenas nos llegan a los labios, dejándose en el tintero, ya por descuido, por malicia o ignorancia, lo más sustancial de la obra130.



Natural de la muy noble e insigne villa de Medina del Campo, hijo de Francisco Díaz del Castillo y de María Díez Rejón, Bernal viene al Nuevo Mundo en 1514 con Pedro Arias de Ávila y se alista en la expedición que, concertada con Diego de Velázquez y bajo el mando de Francisco Hernández de Córdoba, descubriría costas de México en 1517. Al año siguiente, se embarca en la flotilla de Juan de Grijalva, para regresar, por tercera vez, a las Indias con Hernán Cortés y participar a su lado en prácticamente todas las jornadas de la Conquista.

Una vez tomada la ciudad de México, Díaz del Castillo sale con Gonzalo de Sandoval hacia Coatzacoalcos, participa en la campaña del capitán Luis Marín en Chiapas, y toma parte en la entrada contra los zapotecas bajo las órdenes de Rodrigo Rangel. De nuevo con Cortés, se une a la catastrófica expedición de Honduras, que le servirá para «engalanarse en lo sucesivo con el título de capitán con el que aparecerá en la primera edición de su obra»131. A su regreso, dedica largo tiempo a «pleitear» por encomiendas que le son tanto otorgadas como retiradas. Pero Bernal no es el único quejoso: en las listas de inconformes se encuentran, entre otros, el gobernador Francisco Vázquez de Coronado, Juan Jaramillo, Juan Xuarez (cuñado de Hernán Cortés) y Luis Marín, quienes habrían recibido encomiendas nada desdeñables. Lo anterior hace pensar que estos conquistadores gozaban de una posición relativamente desahogada y que no estaban dispuestos a sacrificar su forma de vida despreocupada y placentera.

Hacia 1535, Bernal contrae nupcias con Teresa Becerra, hija de un conquistador y prominente hombre de Guatemala, ciudad en la que residirá desde 1539 hasta su muerte, en febrero de 1584. Si bien no cuenta con estudios superiores, Díaz del Castillo se manifiesta como un personaje inteligente y talentoso. Para 1551, es regidor del cabildo guatemalteco, y, en 1563, da noticia de «un memorial de las guerras que tiene escrito como persona que a todo ello estuvo presente»132.

Concluida la obra hacia 1568, se acusa recibo de ella en España en 1575, año en que el presidente de la Audiencia de Guatemala, Pedro de Villalobos, la envía al rey. Sin embargo, la primera edición, que vería la luz hasta 1632, empezaría a prepararse para la imprenta después de que fray Alonso Remón hallara el manuscrito en la biblioteca de don Lorenzo Ramírez de Prado, consejero de Indias. El fraile mercedario muere antes de concluir su trabajo y la obra pasa «a manos de un nuevo cronista Adarzo y Santander, quien se permite un cierto número de añadiduras»133. Además del manuscrito Remón, se descubre, en 1840, un borrador lleno de correcciones en poder de la familia Díaz del Castillo en Guatemala, y, tiempo después, una copia apógrafa de éste, completada, en 1605, por Francisco Díaz, hijo del conquistador y conocida, hoy, como códice de Murcia o manuscrito Alegría.

Bernal muere, viejo y casi ciego, sin ver publicada su historia. Pero a más de quinientos años, su nombre representa, además de la principal fuente de consulta sobre la conquista de la Nueva España, el punto de partida de la tradición literaria hispanoamericana.




ArribaAbajoIII.2. Autobiografía: historia y verdad

Yo, Bernal Díaz del Castillo, regidor de esta ciudad de Santiago de Guatemala, autor de esta muy verdadera y clara historia, la acabé de sacar a la luz [...] en veinte y seis días del mes de febrero de mil quinientos sesenta y ocho años134.


La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, vista como la «prédica de un yo que ha estado presente "en todas las batallas", es [...] una autobiografía con fondo épico»135 que plantea un escenario en el cual el yo -conquistador y testigo-, al interpretar la historia, construye un teatro en el que habrán de coincidir, en diálogo sutil, sus recuerdos y las lecturas de que se ha nutrido. Si bien la tarea autobiográfica ha sido identificada como el producto mimético de un referente, en realidad «la vida que escribe su vida» crea y determina el mundo que narra.

Durante los casi cuarenta años que dura su escritura, la obra de Bernal se transforma incesantemente. En principio un texto administrativo, el memorial de guerras o probanza de méritos pasaría a ser una relación antes de convertirse en «historia», es decir, en el recuento de eventos dignos de memoria136. Sólo puede recordar quien ha visto y ha sido testigo de los hechos. Bernal, quien se halló allí y vio y entendió, promete, a cada página, escribir, con la ayuda de Dios, la recta verdad; tarea imposible para Francisco López de Gómara, para Gonzalo de Illescas e incluso para Paulo Jovio, pues, según apunta Bernal, el «que no se halló en la guerra, ni lo vio ni lo entendió, ¿cómo lo puede decir?» (Historia verdadera, p. 894).

Díaz del Castillo -y lo hará después don Quijote al encontrar un relato apócrifo de su propia vida-, se asombra y se molesta, y dedica una buena parte de su obra a corregir las imprecisiones en los textos de personas notables y de gran retórica. La obra de Francisco López de Gómara es el principal objeto de su crítica y está citada, al menos, en treinta capítulos de la Historia verdadera. Una crónica altamente arquetípica, la Historia de la conquista de México, se eleva hacia los elementos determinantes del mito al tiempo que incluye presagios y escenas iluminadas por la intervención divina137.

En uno de los momentos más memorables, el capellán de Hernán Cortés cuenta cómo un individuo, cabalgando en un caballo blanco, lucha valientemente al lado de los españoles. Gómara identifica al apóstol Santiago, santo patrón de la Reconquista, en tan misterioso jinete. Bernal, por su parte, se niega a aceptar su versión:

Aquí es donde dice [...] que eran los santos apóstoles [...] y pudiera ser que los que dice el Gómara fueran los gloriosos apóstoles señor Santiago o señor san Pedro, e yo, como pecador, no fuese digno de verles; lo que yo entonces vi y conocí fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, que venía juntamente con Cortés.


(Historia verdadera, p. 83).                


Al contrastar su historia con la del cronista de Cortés, Díaz del Castillo parece presionar al lector para que tome partido y decida cuál de los textos dice la verdad. Ante tal disyuntiva, «el lector no puede sino volverse cómplice de Bernal; así como Bernal es testigo de la conquista, el lector se vuelve testigo de la historia de Bernal»138. Después de todo, el tono de confesión que se reproduce en la Historia verdadera deja poco sitio a la duda:

Digo y afirmo que lo que en este libro se contiene es muy verdadero, que como testigo de vista me hallé en todas las batallas y reencuentros de guerra; y no son cuentos viejos, ni Historias de Romanos de más de setecientos años, porque a manera de decir, ayer pasó lo que verán en mi historia.


(Historia verdadera, p. 1).                


La verdad asociada con el testimonio directo aparece ya en España durante el siglo XV, con el surgimiento de los «libros de viajes», representados por las Andanças de Pero Tafur. El caballero, de noble familia andaluza, aprovecha la tregua con los moros granadinos para realizar un largo viaje a los «Santos Lugares». De su travesía, Pero Tafur comenta: «Yo hube una buena información de la cibdat de Damasco, pero, pues non la vi, déxolo para quien la vido»139. Esto es justamente lo que le reclama Bernal a Gómara mientras trata de adecuarse a la fórmula del «testimonio jurado»: el derecho a escribir la historia, a recordar lo que vio, a contar la verdad.

La historia de Díaz del Castillo entra en conflicto con la verdad cuando el autor intenta establecer su autoridad. El cronista trata de ser preciso, pero se da cuenta de lo difícil de su tarea. Después de la visita al mercado de Tlatelulco, y aun cuando recuerda que el adoratorio de Huichilobos y Tezcatepuca tenía ciento catorce gradas, Bernal intenta describir el entorno del templo y se disculpa por cualquier omisión, dejando en claro los intereses del ejército en los días de la conquista:

Y si no lo dijere tan natural como era, no se maravillen, porque en aquel tiempo tenía otro pensamiento de entender en lo que traíamos entre manos, que era en lo militar y lo que mi capitán Cortés me mandaba, y no en hacer relaciones.


(Historia verdadera, p. 262).                


Maestro del retrato, Bernal decide copiar del natural y recuperar la realidad con la mayor exactitud. También intentará rescatar la memoria de sus compañeros y enaltecer su participación en la conquista. Muestra de esto son los casi novecientos nombres que aparecen en el índice onomástico de la Historia verdadera140.

En «Bernal Díaz del Castillo y el popularismo en la historia española», Ramón Iglesia establece que la crónica del medinés rebaja la grandeza destacada del caudillo y convierte a la masa en agente principal de la epopeya. Considera que Cortés, sin perder su calidad heroica, se humaniza: ríe, se purga y les gasta bromas a los indios. El historiador concluye que la grandeza del texto del capitán Díaz está, precisamente, en que sus personajes son hombres y no dioses. Enrique Anderson Imbert se manifiesta, también, en este sentido al señalar que Bernal reconoce el valor, la eficacia y la dignidad de Cortés, y agrega a la noción de héroe la noción de masa, democratizando, así, la historiografía141. Díaz del Castillo, dice Anderson Imbert, «escribe con el aliento de todo un grupo. Cronista de muchedumbres, el yo se le hace nosotros»142:

Ya he recontado los soldados que pasamos con Cortés, y dónde murieron; y si bien se quiere tener noticia de nuestras personas, éramos todos los más hijosdalgo [...]. Con heroicos hechos y grandes hazañas que en las guerras hicimos, peleando de día y de noche, sirviendo a nuestro rey y señor, descubriendo estas tierras y hasta ganar esta Nueva-España y gran ciudad de México. [...] He traído esto aquí a la memoria para que se vean nuestros muchos y buenos y nobles y leales servicios que hicimos a Dios y al rey y a toda la cristiandad.


(Historia verdadera, pp. 872-873).                


Bernal Díaz se lanza a escribir una historia, a rescatar a los compañeros, a contar la verdad y a recuperar la realidad; para lograrlo sólo necesita recordar.




ArribaAbajoIII.3. Detalles de una memoria

En El arte de la memoria, Frances Yates traza el desarrollo del arte de la retentiva en la tradición europea a partir de Simónides de Ceos, a quien se atribuye la invención de las técnicas para recordar, y menciona cuatro fuentes latinas para el arte de la memoria: De Oratore y De Inventione de Cicerón; el manual De ratione dicendi ad C. Herennium, de autor anónimo, pero conocido como la «segunda retórica de Cicerón»; y la Instituto Oratoria de Quintiliano.

El arte de la memoria parte de la existencia de una memoria natural, que opera espontáneamente, y de una memoria artificial, tanto de cosas como de palabras, que puede trabajarse a voluntad. «Ambas variantes requieren el diseño mental de un espacio subdividido en lugares siempre evocables dada la asimetría que los diferencia entre sí. Una vez asignados los lugares han de componerse imágenes asociadas a las cosas o palabras que se desea recordar»143. En el caso de la Historia verdadera, los lugares parecen coincidir, en ocasiones, con los mapas o «cartas de marear», y las imágenes parecen retratar eventos reales, sueños, episodios de otras historias, e, incluso, escenas sacadas de los libros del conquistador.

En su artículo «Fantasmas de la memoria en la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España», Gustavo Illades señala que la memoria de Bernal parece haber reproducido el arte de la retentiva utilizado desde la Antigüedad, ya que, a través de las imágenes memorables, Díaz del Castillo construye un teatro de la memoria144. Afirma que la historia es verdadera porque el cronista recurre a sus invenciones mnemotécnicas, es decir, porque en la escritura bernaldiana se vuelven equivalentes el hecho histórico y la invención mnemónica que lo convierte en recuerdo evocable a voluntad.

Bernal, por su parte, reconoce la nitidez de su memoria y su capacidad como artista de la retentiva en el capítulo CCVI de su historia, el cual versa sobre las estaturas y proporciones y edades que tuvieron ciertos capitanes valerosos y fuertes soldados:

Y más digo, que, como ahora los tengo en la mente y sentido y memoria, supiera pintar y esculpir sus cuerpos y figuras y talles y meneos, y rostros y facciones, como hacía aquel gran pintor y muy nombrado Apeles, e los pintores de nuestros tiempos Berruguete, e Micael Ángel [...] dibujara a todos los que dicho tengo al natural, y aun según cada uno entraba en las batallas y el ánimo que mostraba.


(Historia verdadera, p. 872).                


La captación del ambiente humano, dice Carmelo Sáenz de Santa María, es lo que hay que buscar en Bernal, más allá de la exactitud del dato, del nombre, del número o de la fecha145. El ánimo de los capitanes, que Bernal recuerda en la cita anterior, y el hambre y la desesperación que reproduce en el siguiente pasaje de la expedición a las Higueras, son ejemplos de la maestría con la que Díaz del Castillo evoca y retrata el ambiente:

Dejemos de hablar en esta hambre y diré como la misma noche [...] llegué con el maíz y bastimento. [...] Carranza, que así se llamaba, y el despensero Guinea daban voces y se abrazaban con el maíz. [...] Pues como Cortés supo que se lo habían tomado y que no le dejaron cosa ninguna, renegaba de la paciencia y pateaba; y estaba tan enojado, que decía que quería hacer pesquisas y castigar a quien lo tomó.


(Historia verdadera, pp. 703-704).                


En esta escena, Bernal «logra adueñarse del relato íntegramente para enfocarse sobre la desesperada búsqueda de alimento en la obscura selva»146 y, también, en la gradual pérdida de lucidez de los hambrientos. En «El detalle de una historia verdadera: Don Quijote y Bernal Díaz», María E. Mayer comenta que en el relato de las Higueras, Díaz del Castillo alterna un tono de historiador serio con episodios de humor de farsa, con detalles macabros y escenas fantasmagóricas, con romances agoreros, y que incluso se arriesga con chistes y refranes. Es, quizá por esto, que Stephen Gilman considera la Historia verdadera como un tesoro de la cultura popular del siglo XVI. El texto de Bernal es un cofre de sabiduría heredada: citas, frases proverbiales y refranes, coplas de ciego y otras manifestaciones de la literatura fantástica completan el material con que está escrito. En el capítulo CXLIII, por ejemplo, Díaz del Castillo se refiere a las indias que se desaparecían si las sacaban soldados que no les contentaban, y dice que «preguntar por ellas era como quien dice: buscar a Mahoma en Granada, o a mi "hijo el bachiller" en Salamanca» (Historia verdadera, p. 464).

La memoria de Bernal «lo dice todo en una catarata de recuerdos menudos»147 porque no se limita a observar. El capitán retrata con gran belleza y precisión afectiva ese mundo asombroso debido a que experimenta la conquista con todos sus sentidos. En cuanto al oído, Díaz del Castillo se acuerda del tañer de las campanas de cada iglesia y de los

cantores de capilla de voces bien concertadas, así tenores como tiples y contraltos [...] flautas y chirimías y sacabuches y [...] trompetas altas y sordas.


(Historia verdadera, p. 877).                


A veces, la inesperada riqueza de su memoria superpone una evocación a otra, y Bernal parece perderse en detalles triviales. En ocasiones, el autor se asombra de los desvíos de su relato, debido a que parece «más interesado en las imágenes evocadoras que en la relación directa con los hechos»148.

El memorial expansivo de Bernal Díaz se siente cercano a la tradición oral. Así, en los catálogos de nombres de soldados, de naves y caballos se puede percibir el ritmo estable y la forma repetitiva que ejercita la memoria con miras a una reproducción oral:

El capitán Cortés, un caballo castaño zaino [...]. Pedro de Alvarado y Hernando López de Ávila, una yegua castaña muy buena, de juego y carrera [...]. Alonso Hernández Puertocarrero, una yegua rucia de buena carrera [...]. Juan Velásquez de León, otra yegua rucia muy poderosa [...] revuelta y de buena carrera. Cristóbal de Olí, un caballo castaño oscuro harto bueno. Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, un caballo alazán tostado: no fue para cosa de guerra. Francisco de Morla, un caballo castaño claro, tresalvo: no fue bueno. Diego de Ordás, una yegua rucia, machorra, pasadera aunque corría poco.


(Historia verdadera, p. 58).                


Si bien es cierto que un tono melancólico permea el relato de Bernal, también es verdad que el humor y la ironía se distinguen en algunos episodios. La historia de Bernal pierde toda seriedad en el extraño diálogo con la Fama, y algunos elementos grotescos y sobrenaturales (una lluvia de renacuajos y ciertas señales celestes) hacen su aparición hacia el final del texto. El carnaval, en todo su esplendor, está retratado en la última festividad que describe el viejo soldado: se trata, aparentemente, de celebrar la paz entre Francisco I y Carlos V. En este episodio, la memoria del capitán Díaz del Castillo describe un mundo al revés en el que los mexicas visten como negros y los indios como frailes dominicos; hay procesiones, ritos de paso, coronaciones, puestas en escena flotando por los canales, una cacería en el centro de la ciudad, y un banquete que parece, por un lado, reproducir la cena de Trimalción, de El Satiricón, y, por el otro, inspirar el banquete de las bodas del rico Camacho del Quijote:

Al principio fueron ensaladas hechas de dos o tres maneras y luego cabritos y perniles [...] tras esto pasteles de codornices y palomas, y luego gallos de papada y gallinas rellenas [...] Carnero cocido y vaca, y puerco y nabos y coles y garbanzos [...]. Entremedio de estos manjares [...] frutas diferenciadas para tomar gusto, y luego gallinas de la tierra cocidas enteras con picos y pies plateados; tras esto anadones y ansarones enteros con los picos dorados, y luego cabezas de puercos y de venados y de terneras [...]. Y tras esto sirvieron a las señoras más insignes de unas empanadas muy grandes y en algunas de ellas venían dos conejos vivos, y en otras conejos vivos chicos, y otras llenas de codornices y palomas y otros pajaritos vivos y cuando se las pusieron fue en una sazón y a un tiempo y desde que les quitaron los cobertores los conejos se fueron huyendo sobre las mesas y las codornices y pájaros volaron [...]. Pero aún se me olvidaban los novillos asados enteros llenos de dentro de pollos y gallinas y codornices y palomas y tocino.


(Historia verdadera, pp. 825-826).                


Además de un gran narrador, Díaz del Castillo es también un traductor. Emplea y explica unos setenta términos de origen indio, y sus descripciones del Nuevo Mundo retratan a un hombre consciente del papel que desempeña al interpretar una cultura para beneficio de otra149. En ocasiones traduce de manera literal, como cuando Bartolomé Pardo fue a «una casa de ídolos, que ya he dicho que se decía cues, que es como quien dice casa de sus dioses» (Historia verdadera, p. 39). Otras veces explica las mismas palabras varias veces para familiarizar al lector con ellas. Algunas más, utiliza los vocablos americanos para intensificar el misterio, y también como recurso para impresionar al lector. En el capítulo IV leemos que «cuando estábamos en esta batalla, y los indios se apellidaban, decían en su lengua "al Calachoni, al Calachoni", que quiere decir que matasen al capitán» (Historia verdadera, p. 13).

La obra de Bernal, dice Ramón Iglesia, no se lee, se escucha. Carmelo Sáenz de Santa María concuerda con Iglesia: «se diría que en larga conversación (Díaz del Castillo) se está confesando ante nosotros»150. El autor viene a contarnos lo que vio en un estilo que fluctúa entre la narración histórica y el relato cotidiano, además, en la sensibilidad con que el cronista refiere los hechos se manifiesta «el amor que profesa por la copia exacta del momento»151. Sin embargo, cuando Bernal dice «yo vi» está reportando la percepción de su ego modificado, no lo que ocupó su vista, ya que, en la autobiografía, el artista se mira a sí mismo en el espejo de la cultura, como el pintor al crear un autorretrato. «La vida que escribe su vida» crea y determina el mundo que narra al tiempo que se construye a sí misma. «Inventa, sí», dice Illades, «el capitán inventa América y se inventa él mismo en contexto heroico a través de una memoria artificial donde concurren sucesos americanos, objetos oníricos e imaginería medieval, devota y caballeresca»152.





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