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ArribaAbajoLos archivos de José Gaos

Teresa Rodríguez de Lecea



CSIC

Una de las mayores dificultades para la recuperación de la memoria del exilio filosófico español posterior a la Guerra Civil estriba en la falta de documentos, tanto bibliográficos como hemerográficos y de archivo, de las personas que marcharon lejos de España al terminar la contienda por causa de sus opiniones políticas. El régimen político vencedor tuvo un exquisito cuidado en que no llegaran a las bibliotecas de la Península Ibérica las producciones culturales del grupo de los vencidos. Así, es muy difícil encontrar los libros publicados entre los años 40 y 60, y absolutamente inútil rastrear las hemerotecas a la búsqueda de las publicaciones periódicas de esa etapa; únicamente podemos encontrar información en las reediciones o ediciones facsímiles publicadas en la época posterior a la reinstauración de la democracia en España. En cuanto a la documentación de los archivos personales o institucionales, permanece, como es natural, en la patria de adopción de estos autores.

La importancia del grupo de filósofos que marchó fuera de nuestras fronteras se ha señalado en varias ocasiones. Existe el libro pionero de José Luis Abellán La filosofía española en América (1965), que ha sido recientemente reeditado, aumentado considerablemente206. Poseemos también algunos estudios sobre autores, pero falta globalmente el material sobre el cual trabajar, cuestión de importancia capital para que las grandes figuras se incorporen a las lecturas, al estudio y al conocimiento de los filósofos españoles actuales, que apenas si conocen los nombres de los que, formados en una etapa especialmente brillante de la universidad española, han   —152→   sido posteriormente los grandes maestros en los países de habla hispana del otro lado del Atlántico. Sin el acceso a ese material es imposible la normalización de una tradición filosófica que necesariamente debemos recuperar para nuestro acervo cultural.

A la vista de este problema, durante los años 1995 y 1996 se realizó un Proyecto de Investigación financiado por la Dirección General de Investigación del Ministerio español de Educación y Cultura, titulado «Recuperación de fuentes del exilio filosófico español», cuya investigadora principal era Margarita Vázquez de Parga, directora general de Archivos, y que reunía a un equipo de técnicos de Archivos como Carmen Sierra y Cristina Usón, junto a otros investigadores académicos: Javier Muguerza, Jaime de Salas, Fernando Salmerón y yo misma. Durante esos dos años, se buscó en México la información bibliográfica, hemerográfica y de archivo de 16 diferentes filósofos españoles exiliados que habían permanecido más o menos tiempo en ese país, y que habían allí realizado su labor de madurez.

Entre esos autores se señalaron a: José María Ferrater Mora, José Manuel Gallegos Rocafull, José Gaos, Juan David García Bacca, Eugenio Imaz, José Medina Echavarría, Eduardo Nicol, Fernando de los Ríos, Wenceslao Roces, Joan Roura Parella, Adolfo Sánchez Vázquez, Jaume Serra Hunter, Joaquín Xirau, Ramón Xirau y María Zambrano. Algunos de ellos, como Ferrater o Zambrano, aunque apenas si pasaron por México, publicaron y tuvieron relación con las editoriales y revistas, así como con las instituciones y personas que allí residían. Otros, como Gaos, Gallegos, Nicol o Roces, permanecieron allí hasta su muerte y realizaron en ese país el grueso de su labor. La documentación conseguida de cada uno de ellos es irregular en cuanto a su cantidad e importancia; tiene, sin embargo, como punto en común, la calidad de filósofos de sus protagonistas, en las diferentes tareas que tal dedicación les impuso, y el reflejo de la fecunda labor que cada uno de ellos realizó durante su estancia en México. De cuatro de esos autores: José Manuel Gallegos Rocafull, José Gaos, Eduardo Nicol y Wenceslao Roces, se localizaron sus archivos, tanto personales como institucionales y, con el permiso de las diferentes instancias mexicanas depositarias de esa masa documental, fueron ordenados, realizado un índice y una primera catalogación en fichas Microisis, y finalmente fueron microfilmados para que esos rollos fueran depositados en el Archivo Histórico Nacional de España, Sección Guerra Civil y Exilio, de libre acceso para los investigadores.

Los Archivos de José Gaos han sido los que mayor volumen de documentación han reunido. Son diferentes Fondos que requieren cada uno de ellos una somera descripción, y para mejor entenderla se hace necesario un bosquejo biográfico del autor. Por otro lado, la biografía de este filósofo es paradigmática del ambiente filosófico de la España del primer tercio del siglo XX.

Nacido en Asturias con el siglo, el 26 de diciembre de 1900, es el hermano mayor de una familia numerosa y permanece con sus abuelos en Oviedo hasta los 15 años, cuando se traslada a Valencia donde ya residían sus padres y hermanos207.

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Comienza los estudios de Filosofía y Letras en esa ciudad, pero en 1921 marcha a Madrid, de donde son sus maestros José Ortega y Gasset y Manuel García Morente. Se relaciona también, aunque su sintonía es menor, con Miguel de Unamuno. A través de ellos entra en contacto como alumno destacado con el selecto grupo de la Revista de Occidente, y comienza a realizar traducciones del francés y del alemán de los libros que la editorial de la revista está publicando, dentro de la voluntad de Ortega de poner la filosofía en España «a la altura de los tiempos». Entre sus traducciones figuran Psicología, de Brentano, El resentimiento en la moral, de Scheler, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, de Hegel, y la Investigaciones lógicas, de Husserl, entre otras. También viaja a Montpellier, como lector de español, a través de la Junta para Ampliación de Estudios, la institución cultural que se convierte en la herramienta de la prodigiosa floración cultural y científica española de este siglo. En 1924 comienza su tesis doctoral aconsejado por Zubiri, sobre «La crítica del psicologismo en Husserl», que leerá en 1928 y con la que conseguirá el Premio Extraordinario de ese año. En esa misma fecha gana una cátedra en el Instituto de Enseñanza Media de León, y un poco más tarde, en 1931, la cátedra de Lógica y Teoría del Conocimiento en la Universidad de Zaragoza. Durante su estancia en esa ciudad se afilia al PSOE, abandonando la Agrupación al Servicio de la República que lideraba Ortega, y se presenta como diputado por esta ciudad, aunque no llega a ser elegido.

En 1933 gana la cátedra de Introducción a la Filosofía en la Universidad de Madrid, y se instala de nuevo, en lo que parece de manera definitiva, en esta ciudad. Su misión principal en la Facultad es la de dar entrada, a través del examen de ingreso, a los nuevos alumnos, y después, iniciar a los admitidos en los rudimentos de la Filosofía; tarea fundamental en el nuevo plan de estudios ideado y llevado a la práctica por Morente. Además, se reincorpora a las labores de la editorial Revista de Occidente, no ya como mero traductor, sino como director de una colección, la de Textos Filosóficos.

Durante los veranos de 1934 y 35 asiste como profesor a la Universidad Internacional de Verano de Santander; en 1936 añade a esa condición la de secretario de los cursos por ausencia de Pedro Salinas. En los temas de sus lecciones: «Filosofía de la Filosofía» y «Autobiografía del filósofo», vemos el cambio de influencia en su pensamiento, añadiendo a la influencia de Husserl la de Dilthey. Allí le sorprende el levantamiento militar del 18 de julio de 1936. A mediados de agosto regresa a la capital, y en octubre es nombrado rector de la Universidad en el Madrid sitiado, en sustitución de Fernando de los Ríos que debe acudir como embajador a Washington. Acude en 1937 a París, nombrado comisario del Pabellón de la República en la Exposición Internacional que tiene lugar en esa ciudad, y asiste también como delegado al Congreso del Centenario de Descartes. Cuando termina su misión en París a final de 1937 regresa a Valencia, adonde se ha trasladado el Gobierno de la República, e imparte diversas conferencias, en el intento del Gobierno legítimo de mantener en lo posible la normalización de la vida cotidiana; más adelante marcha a Barcelona donde mantiene una actividad similar en la Facultad de Filosofía y Pedagogía cuyo decano es Joaquín Xirau.

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En el verano de 1938 sale hacia La Habana, donde permanece durante un mes, pero su destino es México, invitado por Alfonso Reyes para organizar la Casa de España en México, lugar de acogida de los intelectuales españoles en lo que dura la guerra. Ésa será su «patria de acogida» y el lugar definitivo de su residencia. Tras la derrota de la República, esa institución se convierte en el Colegio de México, institución de estudios de posgrado del máximo prestigio208. Gaos colabora con las instancias mexicanas para realizar una labor de revalorización y potenciación de la filosofía similar a la que estaba realizando en España el tándem Ortega-Morente209: se hace más rigurosa y severa la docencia en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a través de seminarios y cursos de especialización, prosigue la labor de traducción de textos fundamentales de la historia de la Filosofía particularmente en la editorial Fondo de Cultura Económica, participa en la creación de revistas mexicanas como Cuadernos Americanos, Dianoia, Filosofía y Letras, y otras del grupo de los españoles exiliados, como Luminar, Tierra Firme, etc.

Pero la tarea que ha dejado una impronta más fuerte en el panorama mexicano y en general latinoamericano, es otra: comienza por entonces a dirigir las tesis de un grupo selecto de discípulos sobre «Historia del Pensamiento» en México. Las tesis doctorales de Leopoldo Zea, Luis Villoro, Carmen Rovira, Bernabé Navarro y otros, se convirtieron en los pilares de una nueva consideración de la filosofía en México, que se unía a un sentido de valoración de la propia tradición hasta entonces casi inexistente. Gaos había encontrado a su llegada a México un panorama maduro para realizar esta labor gracias a las enseñanzas de los filósofos Samuel Ramos y Antonio Caso, apoyados ambos en la estela de Ortega. Pero Gaos fecundará y potenciará esa tarea de manera extraordinaria.

Son importantes también los trabajos de Gaos sobre la «Historia de la Filosofía», tanto sobre el período clásico griego como la filosofía moderna, en particular Descartes; y, especialmente, sobre la contemporánea: Husserl y Heidegger. Pero el tema de fondo de su tarea filosófica sigue siendo, sin embargo, la Filosofía de la Filosofía; es decir, la reflexión acerca de la actividad del filósofo como referencia última sobre la que se asientan las diferentes disciplinas y, sobre todo, la evolución de los enfoques a través de la historia. Ello le incita por un lado, a realizar diversos escritos de reflexiones autobiográficas, buscando en la propia biografía el germen más auténtico y originario de la actividad filosófica. Por otro, ante el afán de verdad de todos y cada uno de los filósofos que han dado como resultado tareas tan diferentes, concluye Gaos que la Filosofía no es tanto una actividad histórica, como personal, y de ahí deduce su inmanentismo y la dificultad de su intersubjetividad. Desde esa posición realiza una fenomenología de la filosofía, en primer lugar de sus expresiones verbales, y después, de la ontología de los seres y de las esencias, propugnando una vuelta a Kant para poner en el centro de la actividad filosófica la reflexión sobre la realidad. Esta última tarea, que quiere ser la expresión del propio pensamiento de   —155→   Gaos, su aportación personal al cuerpo doctrinal filosófico, se desarrolla en dos libros: De la Filosofía y Del Hombre. Este último se publicó póstumamente.

En los últimos años de su vida regresó de nuevo también a la «Historia de las Ideas», ahora no solamente mexicanas, sino en el ámbito del mundo occidental, construyendo una magnífica síntesis en Historia de nuestra idea del mundo, fruto de sus últimas clases en el Colegio de México, también publicado después de su muerte. Gaos murió por un infarto cardíaco en un acto académico de lectura de tesis, el 6 de junio de 1969.

El plan editorial de las Obras completas que la UNAM estaba editando bajo la dirección de Fernando Salmerón, y que después de su muerte asumió una Comisión formada por Luis Villoro, Olga Elisabeth Hansberg, Andrés Lira, Antonio Zirión y yo misma, contempla 19 volúmenes, de los que en la actualidad están publicados 11. El primer volumen recogerá los escritos anteriores a la llegada a México de José Gaos, pero el resto presenta la obra realizada en México, repartida temáticamente en los otros 18, lo cual da idea de lo extenso de su producción y de la variedad de sus intereses.

Los títulos de cada volumen que reflejan su contenido son los siguientes:

I.- Los escritos españoles. Prólogo e Introducción por Teresa Rodríguez de Lecea (en preparación).

II.- Orígenes de la Filosofía y de su historia. Antología de la Filosofía griega. El significado de Lambda. Prólogos de Emilio Lledó y Bernabé Navarro (publicado).

III.- Dos ideas de la Filosofía, dos exclusivas del hombre. Primera introducción a la Antología de la Filosofía. Prólogo de Abelardo Villegas (en preparación).

IV.- De Descartes a Marx. Estudios de Historia de la Filosofía contemporánea. Prólogo de Ramón Xirau (publicado).

V.- Antología del Pensamiento en lengua española. Prólogo de Elsa Cecilia Frost (publicado).

VI.- Pensamiento de lengua española. Prólogo de José Luis Abellán (publicado).

VII.- Filosofía de la Filosofía e historia de la Filosofía. Prólogo de Raúl Cardiel (publicado).

VIII.- Filosofía mexicana de nuestros días. Prólogo de Leopoldo Zea (publicado).

IX.- Ortega y Gasset y otros trabajos de Historia de las Ideas en España y América española. Prólogo de Octavio Castro (publicado).

X.- Estudios sobre Husserl. Introducción a El Ser y el tiempo, de Heidegger. Prólogo de Laura Mues (publicado).

XI.- Filosofía contemporánea. Un método para resolver los problemas de nuestro tiempo. Prólogo de Javier Muguerza (en preparación).

XII.- De la Filosofía. Prólogo de Luis Villoro (publicado).

XIII.- Del Hombre. Prólogo de Fernando Salmerón (publicado).

XIV.- Historia de nuestra idea del mundo. Prólogo de Andrés Lira (publicado).

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XV.- De Antropología e Historiografía. Prólogo de Luis González (en preparación).

XVI.- La Filosofía en la universidad. Sobre enseñanza y educación. Prólogo de Juliana González (en preparación).

XVII.- Confesiones profesionales. Aforística. Prólogo de Vera Yamuni (publicado).

XVIII.- Metafísica de nuestra vida. Jornadas filosóficas. Prólogo de Laura Benítez (en preparación).

XIX.- Correspondencia y papeles personales. Prólogo de Alfonso Rangel (publicado).

Si a esta gran masa de escritos publicados añadimos las más de 80 traducciones que realizó Gaos, correspondencia personal y administrativa, papeles personales, borradores y material para las clases y las publicaciones, podemos tener una idea de la cantidad de material que reúnen sus archivos, y de las dificultades inherentes a la tarea de organizarlos, que todavía no ha terminado.

Los diferentes Fondos de archivo que componen el material microfilmado son los siguientes:

Se denominó como Fondo I el depósito que la familia había hecho en 1975 en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, al cuidado del profesor Fernando Salmerón. Es el más voluminoso y, sin duda, el más importante. Consta de 122 carpetas y 22.945 documentos foliados en el momento de ser depositados. Actualmente se está realizando una nueva foliación y catalogación que modernice los criterios y los unifique con los otros Fondos que hasta ahora no se habían trabajado. Asimismo, se están realizando unas fichas con el sistema Microisis, que faciliten su descripción y consulta.

Éste es el Fondo documental sobre el cual había realizado el doctor Fernando Salmerón el plan de las Obras completas, añadiendo en cada volumen a los textos ya publicados y que dan el título al tomo, los artículos y escritos breves sobre el mismo tema también editados, y adjuntando por fin, como apéndice, las hojas inéditas sobre el tema; es decir, los borradores y las diferentes redacciones de aquellos escritos que se conservan en el archivo.

En este Fondo destacan gran cantidad de materiales y manuscritos, tanto borradores como definitivos, de libros publicados posteriormente, como De la Filosofía y Del Hombre. Hay que señalar además que muchas de las hojas manuscritas están tachadas, cruzadas con rayas de arriba abajo, lo cual parece dar a entender que el mismo Gaos desestimó ese escrito, o lo publicó, o lo completó en otro lugar. Pero también es posible ver que José Gaos no se decidía a tirar a la papelera ninguno o muy pocos de sus borradores, lo cual hace muy compleja la tarea del investigador, aunque la enriquece y dota de interés al poder seguir, paso a paso, la construcción de muchos de sus escritos.

También encontramos en este Fondo materiales sobre la Historia de la Filosofía en México: sobre Sor Juana Inés de la Cruz, Carlos de Sigüenza y Góngora, Gamarra o los jesuitas mexicanos, que parecen responder al plan de un libro que no llegó a publicar, pero cuyo título indica en alguna ocasión: El siglo de esplendor en México, cuyo «Plan del libro» se encuentra en el Fondo II.

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Tenemos los borradores de discursos importantes como el leído por Gaos en el IV Centenario de la creación de la Universidad mexicana o los homenajes a Ramón y Cajal y Pau Casals, leídos en el Ateneo español de México. Y un documento muy valioso que especifica el legado de libros de Gaos que se entrega al Instituto de Investigaciones Filosóficas después de su muerte. Entre ellos, tenemos el original de la Investigaciones lógicas de Husserl, con las anotaciones del traductor.

El denominado Fondo II es en todo similar al anterior, pero mucho más reducido en cuanto a cantidad de documentos. Consta de 50 carpetas que contienen 8.255 folios. Este Fondo formaba junto con el anterior el archivo personal de Gaos; pero había sido conservado por la familia y no fue depositado en el Instituto de Investigaciones Filosóficas en 1975 como el anterior, retrasándose su entrega hasta agosto de 1995, precisamente a instancias del Proyecto de Investigación que estamos reseñando. Las carpetas originales en que estaban guardados los documentos y el tipo de documentación que se contiene en él es en todo similar y complementaria del Fondo I. Sin embargo, hay que mantenerlo como Fondo aparte por dos motivos: por un lado, porque no pudo ser tenido en cuenta por Fernando Salmerón para el reparto en los tomos de Obras completas, por lo cual ha de ser repasado ahora para integrar el material publicable. Por otro lado, su ordenación y catalogación ha sido realizada en la fecha de su entrega, por lo cual es mucho más minuciosa y responde al criterio unificado de los archiveros que participaban en el Proyecto. En cuanto a su contenido, podemos reseñar como novedades sobre el anterior una serie de escritos realizados durante el período de la Guerra Civil, que resultan particularmente valiosos al quedar muy pocos documentos de la época anterior a la llegada a México.

También consideramos de especial interés los borradores, muy diferentes entre sí, de diversas intervenciones sobre un tema muy debatido en la década de los 40: «El peligro de la libertad intelectual», «Sobre los deberes sociales y el derecho a la libertad del filósofo», fruto de los debates posteriores a la Guerra Mundial. Asimismo se encuentran en este Fondo las traducciones completas del Libro A, de Aristóteles, y Ser y Tiempo, de Heidegger. Por último, además de escritos sobre los temas habituales de Gaos (materiales para escritos que se publicaron sobre filósofos mexicanos: Vasconcelos, García Máynez, Antonio Caso; y españoles, Ortega sobre todo, y reseñas de libros), podemos añadir los materiales con anotaciones personales sobre el XIII Congreso Internacional de Filosofía, que se celebró en México en 1963, en el curso del cual se celebró un Simposio sobre la Lebenswelt de Husserl, dirigido y moderado por Gaos.

El Fondo III, lo componen cinco carpetas que estaban depositadas en el antiguo despacho de Gaos en el Colegio de México, y que contienen materiales de lo que fue su último curso en esa institución, sobre Historia de nuestra idea del mundo.

En siguiente lugar, se microfilmó también la documentación del Archivo Histórico del Colegio de México referente a José Gaos, en su mayor parte datos y correspondencia administrativa, y también programas de sus cursos allí.

Como último archivo microfilmado está el material del Centro de Estudios sobre la Universidad (UNAM), que contiene los datos administrativos de la carrera universitaria de José Gaos en México. Abierto el 19 de abril de 1939, consta su nombramiento   —158→   como profesor de carrera (equivalente a catedrático) en 2 de junio de 1946, y los diversos contratos administrativos, hasta su acta de defunción.

Todo este conjunto de materiales, como se ha dicho más arriba, se encuentra a disposición de los investigadores en el Archivo Histórico Nacional de Salamanca.



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ArribaAbajoClaudio Sánchez Albornoz (1893-1985), un medievalista en el exilio

Mariano Peset



Universidad de Valencia

Sin duda conocemos bastante bien la nómina de los historiadores exiliados, su bibliografía210 y los datos más relevantes de sus vidas y sus obras211. Pero, en ocasiones, parece que se trata de una especie de insectos o plantas que se clasifican y presentan; o que nos interesan tan sólo repertorios de datos básicos. Cuando, más bien, si queremos enaltecer y soldar aquel éxodo, hemos de estudiar su obra, enmarcarla en la historiografía hispana y la de sus países de destino. Se han analizado y valorado menos sus aportaciones en aquellos años difíciles, que sería el camino oportuno. Sólo los más sobresalientes -sus figuras literarias, sobre todo- han logrado estudios monográficos. Ésta es la etapa en que ya nos hallamos: conocer y valorar sus escritos, intentando entender qué significaron en España y después en el   —160→   exilio. Si la historia del exilio republicano comenzó con listas y primeras visiones generales, ahora intentamos reconstruir el sentido de aquellas vidas desgarradas, de aquellas obras tan valiosas que nos dejaron. Yo mismo me he acercado a la obra de algunos, como Altamira, Ots Capdequí, Medina Echavarría o el propio Sánchez Albornoz212. Ahora quisiera profundizar en las claves esenciales de la obra argentina de Claudio Sánchez Albornoz, natural de Ávila y catedrático de Barcelona, Valencia, Valladolid y Madrid -estas últimas en tierras castellanas.

El grupo más nutrido de historiadores exiliados se estableció en México, adonde llegó ya viejo Rafael Altamira, junto con Bosch Gimpera, Millares Carlo, Mantecón, Gallego Rocafull, Germán Somolinos, Modesto Bargallo y Nicolás d'Olwer; más jóvenes eran Ramón Iglesia y José Miranda -en México se formaron José Ortega y Medina y Bosch García-. En Bogotá trabajó José María Ots Capdequí, mientras Manuel Méndez se refugió en Cuba; Vicente Lloréns y Javier Malagón estuvieron en la República Dominicana y luego en Estados Unidos -adonde fueron Américo Castro, Juan Marichal y otros213.

En el núcleo argentino Sánchez Albornoz es casi el único historiador. Aunque fueron allá numerosos españoles, no parece que arraigaran historiadores, más bien son políticos -Niceto Alcalá Zamora o el lehendakari Aguirre- y periodistas -muchos vascos-. Pintores y algunos notables escritores: Alberti algún tiempo, Ramón Gómez de la Serna, Alejandro Casona, Jacinto Grau, Pérez de Ayala, Guillermo de Torre, Francisco Ayala -sociólogo y jurista-. También algunos músicos, con Falla a la cabeza; médicos, como los psiquiatras Garma y Mira López, o el histólogo Pío del Río-Hortega. Un grupo de matemáticos, quizá por las relaciones que Julio Rey Pastor tenía en Buenos Aires; entre ellos, Francisco Vera Fernández de Córdoba, autor de una historia de las matemáticas. Juristas como Augusto Barcia Trelles o Mariano Gómez, Clara Campoamor, Sentís Melendo, Jiménez de Asúa... El economista Prados Arrarte. El lingüista Joan Corominas, que en el 45 pasaría a los Estados Unidos; el general Rojo se fue a Bolivia y después a México... El pedagogo e historiador Lorenzo Luzuriaga colaboró con la editorial Losada, que tanta importancia tendría -entre otras argentinas- para los exiliados...

Sánchez Albornoz desciende de familia conservadora; él mismo admiró a Maura en su juventud, aunque su padre, diputado, se inclinó en la escisión por Dato. Después se apuntó a la izquierda de Azaña, como republicano unitario -no federalista, poco autonomista-. Cuando se discuten las autonomías de la Constitución del 31, interviene en Cortes con cierta reticencia, y engalana su buena oratoria con sus conocimientos históricos. En mayo de 1936 fue nombrado embajador en la Lisboa   —161→   de Oliveira Salazar, en donde tuvo que soportar las vejaciones y el desprecio de aquel régimen. Le retiraron los criados, o bien, una tarde arriaron la bandera republicana e izaron la franquista, le congelaron la cuenta bancaria... En otoño se rompen relaciones y el embajador pasa a Francia. En agosto de 1937, viaja a Valencia, y tiene una tensa entrevista con Azaña, que le reprocha su exilio voluntario214. Unos años enseñó en Burdeos, después pasó a Argentina, a la Universidad de Mendoza; desde 1942 en Buenos Aires y, desde 1952, en Rosario. El Instituto de Historia de España que fundó, con su revista Cuadernos de historia de España, fue un centro de medievalismo en Buenos Aires durante toda su vida académica, y aun subsistió tras su jubilación y su muerte. En 1962 fue nombrado en París presidente de la República en el exilio. Al caer la dictadura, en 1976, volverá a pisar la Península, mas su vuelta -ya para morir- se verificará en 1983215.

La ingente obra de Sánchez Albornoz está centrada en el medievo castellano, con algunos precedentes góticos y otros artículos y páginas sobre etapas posteriores de la historia hispana. Una descripción sería innecesaria -es mejor la lectura directa-. Más bien me propongo diseñar las líneas más generales de su obra. A mi juicio, en su extraordinaria obra -que todo historiador del medievo ha leído- son dos las grandes líneas o tópicos -en el buen sentido de la palabra- que inervan sus muchas páginas: la negación del feudalismo castellano y la psicología o el ser del pueblo español. Veamos, por separado, cada uno de estos supuestos que explican su orientación general, sin restarle un gramo de su rigor, su entusiasmo por el trabajo, o sus aires de libertad...


Sobre feudalismo castellano

En España existe un largo debate que recorre todo el siglo XIX acerca de si en Castilla hubo o no feudalismo. De ese venero recoge nuestro medievalista la incitación para orientar una parte de sus estudios. Conviene que nos remontemos un tanto para comprender esta negación del feudalismo en Castilla. Los liberales consideraban los siglos anteriores como época de tiranía y feudalismo, contra la que se hacía la revolución. Basta leer algunas páginas de los diarios de Cortes gaditanas para percibir ese rechazo. Cuando Espiga y Gadea, propone nuevos códigos, considera la legislación española, originada con Roma, deformada por los godos y por los vicios del feudalismo; formada por una mezcla de ignorancia y crueldad junto   —162→   con liviandad, adulación, torpeza... Hay que revisarlos y extraer las normas adecuadas para la renovación216. Pero, de otra parte, los doceañistas no quieren que la revolución se interprete como simple importación de ideas francesas, ni que la Constitución de 1812 sea mera copia de las francesas de 1791 y 1793 -como sostenían los absolutistas-. Por esta razón, en su discurso preliminar reivindican viejas instituciones hispanas: las leyes fundamentales de Aragón, de Navarra y de Castilla aseguraban la libertad e independencia de la nación, los fueros y obligaciones de los ciudadanos; incluso el Fuero juzgo de los godos establecía «la soberanía de la nación...». Por tanto, reivindican la Edad Media -anterior a la monarquía absoluta- como una época incontaminada, de libertades...

Esta idea se transmite a los historiadores. Ya en el Ensayo histórico-crítico (1808), Francisco Martínez Marina, gran estudioso de los fueros medievales, presentó aquellos tiempos -incluso los godos- como época de libertad y autonomía de los municipios, de Cortes que colaboraban con los monarcas en el gobierno... Los fueros de las ciudades de frontera daban pie a esta interpretación, ya que el poder del monarca no lograba una presencia en todos los pueblos y territorios, y concedía privilegios y libertades a los municipios de frontera. Según él, «el gobierno de los reinos de Asturias, León y Castilla fue un gobierno propiamente monárquico... infinitamente distante de los demás gobiernos conocidos entonces en Europa, e inconciliable por sus principios, leyes y circunstancias con las monstruosas instituciones de aquellos gobiernos feudales»217. Esa concepción de una monarquía diferente y de libertades medievales estuvo vigente en la historiografía durante largos años. Tomás Muñoz Romero continuó esta línea, al estudiar el estado de los hombres que constituyeron los núcleos cristianos; pretendía dejar bien sentado que, desde los inicios de la reconquista existían hombres libres, o al menos, con un status más favorable que los campesinos europeos218. Eduardo de Hinojosa -maestro de Sánchez Albornoz- al estudiar los payeses de remensa en Cataluña también se apoya en esa idea, en la progresiva liberación campesina...219 Por tanto, la idealización de la Edad Media, desnaturalizada y oprimida en los siglos modernos por los monarcas absolutos extranjeros, es un tópico de la historiografía liberal.

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Pero hay una poderosa razón para la negación del feudalismo en Castilla. Cuando se discute en Cádiz la abolición de los señoríos, se llega a una transacción con la nobleza: las jurisdicciones quedan abolidas, incorporadas a la nación. Los derechos feudales, exclusivos, los monopolios señoriales también, pero la propiedad de la tierra se les reconoce como señoríos solariegos220. ¿Hasta qué punto no derivaba de relaciones feudales, de concesiones beneficiales o donaciones del rey a la nobleza? Si se niega el feudalismo castellano, puede justificarse mejor la transacción de los liberales con la nobleza, ya que estaría basada en títulos de compra o de contratos y debía ser respetada como propiedad privada. La solución gaditana debía ser respaldada por la historia, para que todo cambiase sin cambiar... El más viejo análisis histórico que conozco es un librito anónimo de 1821 -alguno lo atribuye a Sempere y Guarinos-, en donde se justifica la conexión entre la inexistencia de feudalismo y los decretos de Cádiz y el trienio221. Este eslabón lo considero esencial, en la historiografía sobre el feudalismo, aprovechando las páginas de Martínez Marina, los mitos liberales sobre la Edad Media...

El caso es que algunos autores sobre la historia de la propiedad habían despejado ya esos planteamientos, aunque fuera desde estudios muy generales. Cárdenas no dudaba de la existencia de relaciones feudales en León y Castilla, aunque tuviera algunas diferencias de forma o accidente: pero había división de dominios, la tierra justificaba la autoridad política... Azcárate le seguía en esta convicción, se percibían beneficios y vasallajes, una sociedad jerárquica, predominio de relaciones reales sobre personales y conexión de la propiedad con la soberanía... Las Partidas no dejaban duda... La propiedad feudal o del señor se contraponía a la propiedad villana, a formas colectivas o en comunidad -derivadas de la propiedad primitiva o surgidas después-222. Pero Sánchez Albornoz se alinea en la corriente anterior. Quizá desconfía de estos autores, que no son historiadores de oficio -como reprocharía en su polémica a Américo Castro-. Prefiere continuar a su maestro Hinojosa. Fue precoz en esta negación, pues ya en su tesis doctoral de 1914 resaltaba el poder regio, frente a los señores. Los monarcas castellanos, en guerra continua, habrían conservado un poder fuerte, no dependieron del ejército feudal de sus vasallos. Incluso aunque existan señoríos, no todos los campesinos estuvieron sujetos a servidumbre feudal, ya que aparecen numerosos hombres libres. Están ya aquí presentes las dos claves de su interpretación: el poder temprano de los reyes castellanoleoneses frente a los nobles y la existencia de un campesinado libre223. Sus primeros trabajos extensos consolidaron estas premisas. Sin duda, las llevaba bien   —164→   asimiladas, cuando emprende su viaje de bodas e investigaciones, recogiendo materiales para su memoria sobre las instituciones políticas y sociales del reino de Asturias, que no publicó -fue premiada por la academia en 1922-. O cuando escribe sus minuciosos trabajos sobre los hombres de behetría del norte peninsular224. Basado en un censo del siglo XIV, por Pedro I -el Libro becerro de las behetrías- describe el estado de aquellas poblaciones, que tendrían mejores condiciones que los solariegos que viven en estas y otras comarcas, ya que pueden designar el señor libremente o dentro de un linaje, están obligados a algunas prestaciones, pero delimitadas, concretas. O hace aparecer en sus estampas de León aquellos juniores de que habla el viejo fuero del siglo XI...225

La publicación de la España invertebrada por Ortega, le permitió un par de ensayos, en los que -como tantas veces ocurre: las ideas de juventud marcan- fija nítidamente las grandes ideas que sostendrá a lo largo de su vida226. La Península había iniciado con los visigodos una historia paralela a los demás reinos germanos, pero la invasión musulmana cambia el derrotero. Entre los francos la anarquía de los merovingios se reestructuró mediante lazos feudales, las aldeas cayeron en manos de los señores, la gran propiedad se impuso, convirtiendo en siervos a los cultivadores; el ejército requería caballería para no ser vencido por los jinetes árabes; era necesario el beneficio a vasallos que debían adquirir el costoso atuendo -Carlos Martel los concedería sobre bienes de la Iglesia-. Mientras, los reyes castellanoleoneses repoblaron los yermos del Duero mediante ocupaciones de numerosos campesinos, pequeños y medianos, como aparece en la documentación que había trabajado aquellos años -Celanova y Sobrado, Cardeña, Sahagún, León...-. La gran propiedad que se iniciaba en tiempo de los godos, fue en el norte escasa; si se inició en los siglos X y XI -con una aristocracia territorial, laica y eclesial-, pronto se recupera la monarquía, que mediante soldadas, mantiene un ejército de hombres libres, no depende de vasallos feudales. La conquista del sur favoreció los grandes señoríos, pero no se acabó de consolidar un mundo feudal... La invasión árabe había producido un particularismo o diversidad de reinos, como en la época ibérica y celta... La presencia árabe, la guerra constante, dañó el comercio y la industria, pero sobre todo su influencia fatal afectó hasta las «más íntimas fibras del alma española», con una superexcitación guerrera y militar; aunque se vivió la tolerancia, también exacerbó el sentimiento religioso de una minoría clerical. Los reyes católicos trabaron la monarquía, pero sus herederos Habsburgo fueron monarcas extranjeros...

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Cuando comienza su exilio publica varios libros centrados en las relaciones feudovasalláticas de Castilla y León. Sin duda, llevaba años investigándolas, como otros grandes historiadores europeos, desde Brunner a Dopsch, Lot, Mitteis, Ganshof... También Bloch -La société féodale (1939-1940)-, aunque no lo utiliza, quizá porque se alista en una perspectiva distinta, más jurídica e institucional... En 1942 aparecía En torno a los orígenes del feudalismo227, en oposición frontal a la tesis de Brunner que veía en la formación del ejército de Carlos Martel en Poitiers, en sus concesiones beneficiales, elementos feudales para asegurar una caballería frente a los árabes. Con un análisis detallado y paciente de las fuentes musulmanas, para depurar sus datos, concluía Sánchez Albornoz que los árabes no combatieron a caballo y que el séquito y las concesiones del carolingio no constituían todavía una estructura feudovasallática. Para conocer mejor las fuentes árabes, y reanudando estudios anteriores, las organizó en este libro, para acercarse con fiabilidad al siglo VIII y medir el valor de cada una de ellas. En todo caso, es evidente que nunca un acontecimiento concreto puede originar un proceso institucional y económico tan esencial como el feudalismo, como tampoco se creó por la capitular de Carlos el Calvo del 877, aunque muestra ya elementos indudables de la nueva estructura. Las invasiones, la inseguridad, la deficiente autoridad regia en los reinos bárbaros -como señaló Bloch- serían su causa... Su trabajo con las fuentes árabes se recogió estos años en algunos libros y artículos -su capacidad era asombrosa-, sobre El Ajbar Majmu'a. Problemas historiográficos que suscita (1944) o la crónica de Rasis (1946)228. Sánchez Albornoz no sabía árabe, se acercó a las fuentes islámicas a través de traducciones. Carencia que, sin duda, debió hacerle más cauto. Es evidente que un medievalista no puede prescindir de ellas, pero el manejo indirecto es peligroso. Aunque -frente a los escritos de Julián Ribera- sostuviese la débil tesis de que las instituciones árabes no habían tenido influencia en los reinos cristianos... Él se tenía por primer conocedor de las fuentes árabes después de los arabistas, pero éstos le atacaron con denuedo: Lévi-Provençal, García Gómez o Chalmeta... Y tuvo que defender sus posiciones...229

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Poco después, en 1947, Sánchez Albornoz completa un análisis sobre el prefeudalismo hispanogodo, para, mediante sus antecedentes, comprender mejor el feudalismo castellano. Percibe elementos vasalláticos -análogos a los merovingios y carolingios-, pues existen personas especialmente obligadas al soberano godo, y donaciones o beneficios hechos a ellos o a otros. En todo caso, la conclusión es que aquel proceso quedó cortado por la caída de España y las circunstancias posteriores de la reconquista... Coincidía con la idea orteguiana de que los godos, cargados de romanismo, no habían influido en la construcción de España -veremos cómo, años después, variará su afirmación230.

En España, un enigma histórico, la negación del feudalismo castellano es ya un presupuesto indiscutible. Para él, en la sociedad cristiana hay siempre una posibilidad de ascenso social, a través de la caballería villana, o después, en la Edad Moderna, por ennoblecimientos debidos a préstamos a la corona. Hay un principio de igualación. Había unas posibilidades de ascenso, no estaban cristalizados los estratos sociales como en el feudalismo francés. No hubo feudalismo, porque la reconquista y la repoblación son fenómenos que marcan un estilo diferente. Américo Castro no entró suficientemente en esa cuestión, e interpretó la reconquista como reflejo del mundo musulmán. Tampoco es una sociedad horizontal, como éste la presenta en las tres comunidades, sino jerarquizada. Describe la reconquista y la despoblación del Duero, que origina núcleos de hombres libres, que se prolongan hacia la frontera del sur. Los reyes asturianos mantuvieron su poder frente a la nobleza, nunca se extinguió su autoridad. En el siglo X, y en el siguiente -en la época de Almanzor-, se caminaba hacia el feudalismo, pero la caída del califato y las taifas, la unión de Castilla y León, debilitó definitivamente los vínculos feudales, aunque se acentuase el régimen señorial... Después en el XI y XII de nuevo se fortaleció, pero los monarcas conservaron su poder, sin verse sujetos a las limitaciones que existían en otros países. La repoblación de Andalucía, de la nueva frontera, aseguró estas libertades. La riqueza de los reyes permitió pagar sus ejércitos, a nobles y caballeros villanos. El tercer estado participa en la guerra y en las Cortes, hasta que Alfonso XI recortó sus libertades...231

La vieja polémica de si hay o no feudalismo en Castilla se renovaba y eternizaba, continuada por sus discípulos Hilda Grassotti y Luis García de Valdeavellano232.   —167→   Todavía se enfrentó Albornoz a los nuevos planteamientos marxistas, que le parecieron herejía233. El feudalismo fue uno de sus temas sempiternos... Hoy la cuestión sobre si hubo o no y cómo fue ese feudalismo ha quedado planteada con menor polémica y más realismo. En todo caso se estudia cómo fue, su peculiaridad, no su negación. No voy a insistir...




El carácter de los españoles

He aquí el segundo tópico en que se ha movido la historiografía hispana en los últimos dos siglos. Confluyen en él diversas direcciones, la principal el surgir del nacionalismo en los años liberales. La revolución de Francia consagró la soberanía del pueblo, mientras el romanticismo alemán, más conservador, despertó análogo interés por el Volkgeist, que Savigny extendió al mundo del derecho. La historia ya no se ocuparía de reyes y príncipes, de señores y abades, de santos, sino el sujeto sería el pueblo. Toreno o Modesto Lafuente serían los pioneros en esta nueva vía de narración histórica... Era usual también que los extranjeros que, desde antiguo, recorrían la Península indicaran -sorprendidos, de forma contradictoria- el talante o formas de ser de los españoles... La historiografía adopta al pueblo como sujeto. Incluso Wundt cultiva la Völkerpsychologie...

Desde Mariana se empezó a escribir la historia de España como un todo, pero era historia de sus reyes y batallas. En la Ilustración, Masdeu empezó una historia de los españoles, o al menos fijó sus caracteres en las primeras páginas de su Historia crítica. Pero no fue demasiado seguido por otros... Es verdad que Lafuente habla con frecuencia del pueblo o de la nación española -otras veces, de catalanes, valencianos o castellanos-, pero no tiene pretensiones de hablar de una identidad firme -quizá la da por supuesta-, apenas se refiere a alguno de sus caracteres o a diferencias con otros pueblos...

Creo que fue el desastre del 98 el que provocó esa hipóstasis o creación del tópico, a través de la literatura regeneracionista de los Costa o Macías Picavea. Sobre todo, por obra y gracia de Altamira. La polémica de la ciencia española, unos años antes, fue el primer planteamiento. Eran los años difíciles de la restauración alfonsina, de la segunda cuestión universitaria, con numerosos profesores despojados de sus cátedras, Giner de los Ríos y sus seguidores, que fundaron la Institución Libre de Enseñanza. El acuerdo político entre conservadores y liberales no se refleja en la realidad, con la intransigencia del marqués de Orovio y su pertinacia en que todos jurasen la religión y el trono. Los krausistas y liberales vuelven sobre las carencias científicas en España, y Menéndez Pelayo acumula datos y reivindica el catolicismo como esencia nacional, vínculo y levadura del español -es sucesor del   —168→   pensamiento integrista de Donoso-234. Los ensayos de Unamuno sobre el casticismo o el ideario de Ganivet -incluso Los males de España (1890) de Lucas Mallada, aunque con un sentido más técnico- son antecedentes indudables de la explosión patriótica que significó la pérdida de Cuba y Filipinas... Ahora queda en primer plano la idea de España, sus deficiencias y sus remedios... Altamira fue la primera voz que se oyó, en su discurso de apertura de Oviedo, en octubre de 1898235. ¿Qué podía hacer la universidad en aquella coyuntura? ¿Cuáles eran los males y cuáles los remedios? Y, en su construcción apeló a una psicología o caracteres del pueblo español. Parte de las ingenuas notas con que caracterizó Masdeu a los hispanos:

... son pensativos, contemplativos, penetrativos, agudos, juiciosos, prudentes, políticos, vivaces, prontos en concebir, lentos y reflexivos en resolver, activos y eficaces en ejecutar. Son los más firmes defensores de la religión, y los maestros de la ascética; hombres devotos, y si pecan por exceso, es con alguna inclinación a la superstición, pero no a la impiedad. Son los más afectos y fieles vasallos del Príncipe, humanos y cordiales; pero igualmente inflexibles en administrar la justicia. En el amor son ardientes, algo dominados de los celos, pero tiernos y constantes. La cordialidad, la sinceridad, la fidelidad y el secreto, calidades todas de un buen amigo, se hallan en ellos. Son impetuosos contra el enemigo, pero generosos en perdonarlo. La palabra y el honor son cosas que ellos las miran sacrosantas, y no hay quien ignore su desinterés y probidad en el comercio. Son limpios y parcos en la mesa, enemigos particularmente de todo desorden en la bebida. En el trato humano son serios y taciturnos, ajenos de la mordacidad, corteses, afables y agradables; aborrecen la adulación, pero respetan y quieren ser respetados. Hablan con majestad, pero sin afectación. Son liberales, oficiosos, caritativos236.



Para completar estos caracteres, añade Altamira el aislamiento y el fanatismo -Valera-, la apatía o la vanidad, la tenacidad, la sencillez, la superstición o la ignorancia, feroces y generosos, vengativos, pero que perdonan la injusticia, igualitarios y opresores -son gotas de Reclus-; o perezosos, ignorantes, rutinarios, altivos, fatalistas -de Lucas Mallada-. El Ideario español de Ganivet acaba de sazonar el guiso,   —169→   con el fanatismo y el misticismo, el realismo, el sentido jurídico o aspiración a la justicia, la piedad, el aislamiento, la idolatría del Estado... Estamos en la recta que conduce a esa mezcolanza que es el problema de España: la psicología se cargó de esencialismo, aunque se reconozca la dependencia de la historia y el posible cambio... No voy a seguir el rastro de cuantos se empantanaron en estas elucubraciones, como forma de expresión de la angustia que les producían los terribles sucesos de nuestra historia reciente, que había estimulado ensayos a Ortega y Gasset -por ejemplo-. Aunque también fueron ideologías de dominación y represión -Primo de Rivera y Franco...- o estimulantes en las pugnas políticas. Me interesa ahora la participación de Sánchez Albornoz en estos terrenos.

La razón de escribir España, un enigma histórico en 1956 fue, sin duda, la aparición y el éxito del libro de Américo Castro, unos años antes. Aparte las convicciones que pudiera tener sobre la historia de España, le molesta que un filólogo e historiador de la literatura se permita entrar en una interpretación general del ser de los españoles -o de su psicología, su talante, su vividura o como quiera llamarse-. Le reprocha omitir la economía o las instituciones, ya que trabaja con fuentes literarias... No acepta su idea central, la convivencia de las tres castas -cristiana, judía y musulmana-, en los largos siglos de la reconquista, como origen de los caracteres propios del talante español. «Sin la aparición de España en su historia yo habría tardado aún muchos años en decidirme a escribir una obra tan ambiciosa como ésta, si es que alguna vez me hubiera al cabo decidido a escribirla... La audacia de Castro suscitó la mía»237.

En un primer capítulo ensaya a mostrar su concepción de la historia -su postura historiográfica-, siempre frente a Américo Castro. Habla de las fuentes y testimonios que permiten reconstruir, sin la certeza de las ciencias naturales, sin leyes necesarias, pero con hipótesis que deben ser demostradas; se intenta con el examen de los hechos, establecer las causas y los porqués de los acontecimientos -más o menos, el credo del positivismo histórico-. Se hace la historia de los pueblos o comunidades, que son los sujetos de la historia real, los protagonistas: por tanto, el estilo de vida de estas comunidades es esencial, aunque también pesan los individuos de excepción que han regido sus destinos, y el azar o la fortuna -como tercera causa-. Incluso en una sociedad, advierte, hay diferentes estratos o grupos, con actitudes diferenciadas. El estilo o talante de un pueblo se forja en la historia, no es el Volksgeist romántico predeterminado... El temperamento hispano se desenvuelve en contacto con el medio y con otras comunidades. Tras estas precisiones, dedica otro capítulo a la tierra hispana, como fuente de riqueza y de miseria, su dureza y sequedad, su pobreza -a que tampoco atendió suficientemente Castro.

Su primera gran objeción contra Castro es haber prescindido de la Edad Antigua, de las épocas primitiva, romana y goda. Albornoz había sostenido esa misma idea -por influjo de Ortega, los godos no serían todavía españoles-, pero ahora no   —170→   puede aceptar que siglos de historia no se reflejen en el ser hispano. Las fieras luchas contra Roma por la libertad, la resistencia y la sobriedad aparecen ya en las fuentes antiguas... Muestran fidelidad a un hombre antes que a una idea, su pasión por mitos más que por empresas de la razón... El estoico Séneca es hispano -como Marcial o Trajano, Beato de Liébana o Elipando-, incluso, en ocasiones, en su lenguaje obsceno o rahez. Séneca es español, su estoicismo tiene ese cuño... Como lo es San Isidoro, en su «teocratización de la contextura vital», o los reyes godos, tan religiosos en su antisemitismo... Aparte, la herencia prefeudal goda o de sus libros jurídicos, sus antecedentes en la epopeya -Menéndez Pidal-. Los musulmanes invasores absorbieron buena parte del estilo hispano, como señalan los grandes arabistas -desde Asín a García Gómez-. Se percibe en las obras de Ibn Hazm, en las jarquias de Ibn Quzman o en los sufíes peninsulares... La gran masa permaneció en sus viejas formas de vida, la islamización fue lenta, poco profunda... La convivencia con los cristianos del norte sólo fue estrecha en algunos períodos...

Discute a Castro los caracteres abstractos que atribuía al español: el «integralismo de la persona», sería una mezcla del orgullo del que habla Estrabón, de la vehemencia señalada por Plinio, resistencia, pasión por la libertad... Su unión de esta vida con el más allá, de lo eterno con lo temporal, puede testimoniarse desde muy pronto; como también el orgullo disociador o individualismo es una constante, como su enfrentamiento al Estado y al derecho... Lo primitivo se conserva a través de romanos y visigodos; si un día negó su hispanidad, ahora afirma su papel en el reino de Asturias... Su feudalismo se entronca con la fidelidad de la devotio ibérica; pervivieron instituciones germánicas como la venganza de sangre o la prenda extrajudicial -recuerdo de Hinojosa.

En un capítulo esencial trata de que España no se arabizó. Castro sostenía lo contrario, pero ni los préstamos lexicográficos son tan elevados como dice, ni las instituciones musulmanas se imitan -aquí hace una larga disquisición sobre «hijosdalgo», que había ya tratado en otro trabajo-. El centauricismo que propugnó, como la expresión de la persona íntima en la obra científica y literaria, es aceptado por Sánchez Albornoz. Pero no deriva de los árabes, que viven entre la religión y las cosas, como fundidos en ellas, mientras en el hispano es un reflejo de su yo impetuoso fuerte -en Ibn Hazm o en el arcipreste-. Por otro lado, el carácter español expresa siempre realismo, atenimiento a las cosas que le rodean, muy diferente de la fantasía oriental. Está en el Mio Cid, en Delicado o en Cervantes...; basta comparar las crónicas árabes, llenas de leyendas y prodigios, con la escueta narración de las cristianas. Responde el realismo a su actitud bélica y la dureza de sus tierras; por eso, es en Galicia donde nace la lírica, o en Cataluña con modelos ultrapirenaicos... Y no se contradice con el sentido centáurico del español, pues si bien expresa su yo pujante en la obra artística o científica, no pierde el sentido de la realidad. En esta polémica vemos que cabe toda clase de complementos y acordes, de sutilezas, de ejemplos y de discusiones... Tampoco lo rahez u obsceno tiene raíces árabes, pues ya estaba en Séneca, Marcial o Beato, en los hombres medievales -en las minorías y en el pueblo-. Traspasó a la Edad Moderna, salvo la época de Felipe II, hasta Quevedo... Aunque es usual en otras comunidades como   —171→   Francia, desde Villon y Rabelais a Voltaire... En cambio, no le admite el sentimiento de apego a la tierra, a la patria, que no es herencia árabe. Los hispanos emigraron con facilidad, desde el norte a la meseta, a América -no menta su exilio mientras escribe estas páginas.

Tampoco la religión de los españoles deriva del Islam. El mundo musulmán continuó la cultura gótica, se interesó por las ciencias y las artes. En cambio, los reinos cristianos vivieron empeñados en la larga y cruel reconquista, y no tuvieron tiempo para el ocio. Cuando Toledo es centro de transmisión de los saberes hacia Europa, no calan en los hispanos -los cluniacenses son llamados para esas tareas-. Tras el esfuerzo de Alfonso X por enderezar la economía y la cultura, suceden siglos de guerras intestinas que imposibilitan la dedicación a tareas de la razón y el ocio. Se vive el más allá, no por influjo musulmán, sino por la guerra constante y la presencia de la muerte... Santiago, los orígenes de su culto y su invocación, llenan muchas páginas en donde rechaza que sea réplica de Mahoma -menos aún una continuidad del culto a los Dioscuros-. Le hace ver a Castro que el apóstol no fue tan central en la guerra, como Santa María o San Isidoro -de paso repite una y otra vez la falta de creencia de Castro-238. La tolerancia entre las tres castas no es reflejo del Corán, que más bien incita a la guerra santa. Fue temprana entre reyes y minorías, y, en cambio, quebrantada numerosas veces en las zonas islámicas, nula con los almorávides... Tampoco admite que adoptaran la guerra santa de los musulmanes, en la que la muerte lleva al paraíso -ni siquiera fue cruzada, con un puro sentido religioso-. Más bien las crónicas narran la necesidad de confesar los pecados y prepararse para la batalla, el temor de Dios y la fe en su providencia... La Iglesia vivió unida al Estado, en la guerra y en la organización, los reyes y magnates creaban monasterios e iglesias; la cultura era eclesiástica y el culto a Dios y los santos, al clero, al papado esencial, aunque no exento de enfrentamientos y pugnas, de anticlericalismo y sátira... Desde luego, no procedía de los musulmanes, que rompieron con el califa, emir de los creyentes.

El honor y la dignidad hispanos estaban ya en la Edad Antigua o entre los godos -la muerte de los adúlteros por el marido en el Liber iudicum-. Pero no sólo está ligada a la honestidad de la esposa y la hija, sino al valor y la lealtad. Se extendió entre los viejos castellanos por su orgullo y su libertad, por sus posibilidades de ascenso de siervos hasta caballeros. Da ejemplos numerosos -también sobre el honor de España-, no sólo en don Juan Manuel, sino hasta en el rabino Sem Tob y otros conversos; el honor abarcaba desde el rey a Celestina. Castro afirma que se prolonga en los siglos XVI y XVII sólo como gesto o actitud, pero no está de acuerdo: siguió siendo una fuerza poderosísima en el quinientos, y el exceso de orgullo, junto a su falta, provocó la decadencia...

El segundo volumen del enigma de España se dedica a su otra tesis, inmadurez del feudalismo y debilidad de la burguesía, o el proceso de unidad de España, algo dije ya de estas cuestiones. Un capítulo también sobre la escasa influencia de los   —172→   judíos, ya que su cultura, su mística y su unión con Dios es más colectiva, más sujeta a la ley, a la vida terrenal. Su mesías está en el futuro... Cultivaron más el pensamiento y la razón, pero apenas influyeron; aunque colaboraron en la escuela de traductores de Toledo, con Alfonso X. «Es difícil hallar nada más opuesto a lo auténtico español que estos rasgos esenciales de lo hispánico judío».

En la última parte del libro, Sánchez Albornoz realiza una interpretación de la historia moderna y contemporánea de España. Quedó fuera de la modernidad, a su juicio, por razones de talante más que por otras circunstancias. El ser español es un querer o voluntad, según ideas de Nietzsche y Ortega, que matiza y ensortija en mil distingos... Con ese afán de ser se defendió en la reconquista, para no dejar de ser, y llevó adelante la colonización de América. Pero los Austrias lo orientaron a empresas que no eran hispanas -aunque Carlos V era extranjero tenía elementos hispanos, mientras Felipe II, en cambio, no-. Se desvían de su anterior historia, rompen la herencia de los Reyes Católicos hacia una mayor unidad. La economía y las finanzas no pudieron sostenerlas... No cabe duda, que lograron grandes resultados en la ciencia y la técnica -remeda las listas de Menéndez Pelayo-. Pero España se agostó en los siglos siguientes, y la recuperación ilustrada se hundió en la guerra contra Napoleón. No hay por qué recurrir al complejo de Inferioridad de López Ibor, nos dice. El medio geográfico limitó el esfuerzo científico; la Inquisición cortó posibilidades sin duda, pero, sobre todo, la exaltación religiosa -tan diversa de la luterana-, una fe sin vacilaciones, junto a las continuas guerras, adormecieron su facultad de razonar... El español fue poco apto para la industria, la ciencia y la política, mientras triunfaba en las artes. Se produjo un hecho diferencial con Europa, que la historia ha consolidado: su «irrenunciable realidad», ese centrarse en lo propio, hacia hoy y el mañana, hacia sí mismo que es Castilla... En la Edad Media transmitió saberes hacia el norte y recibió sus influencias; luego vino el desdén por lo exterior, enfrentada a Europa con instintos de conquista durante siglos. En los albores de la Edad Moderna todavía eran grandes las ciencias y conocimientos, pero en época de Galileo y Descartes se aísla -el catolicismo, la contrarreforma le sujeta a la tradición-. La razón de Estado de Maquiavelo no somete el hiperindividualismo hispano. El espíritu o el ideal del hombre entero contra la razón... Cervantes frente a Descartes... Luego las dos Españas, una tradicional, la otra heterodoxa; o más bien, quienes se aferraron al ayer y quienes despreciaron la tradición nacional... Dos grupos que se ensañaron, y necesitan la concordia...

En fin, Sánchez Albornoz discurre e inventa sobre la peculiaridad hispana contra Castro. Con escasa conexión, por aquellos años se producía en la Península otra polémica análoga, aunque de menor enjundia -importante en la vida política de entonces-, que enfrentó sobre el problema de España a Laín Entralgo y Calvo Serer, a la inteligencia falangista con el Opus Dei239. Para mí, el breve libro de Julio Baroja, El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo, fue decisivo para centrar   —173→   estas polémicas sobre el carácter de los españoles. La historiografía recorría entonces otros derroteros, con planteamientos económicos y sociales... Hoy ya se han olvidado todas estas psicologías o talantes, que sólo interesan a los políticos y a algún filósofo... Los caracteres del español, como la inexistencia del feudalismo -dos tópicos o lugares comunes, que alimentaron las polémicas- quedaron arrumbados. Significaban dos prejuicios sobre una España diferente, que justificaban una sociedad preindustrial, arcaica, desaparecida hace unas décadas... La vieja historiografía servía para apoyar unas situaciones, que existían sin duda, pero que tenían otras causas y motivos, no una identidad del pueblo español.





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ArribaAbajoEl exilio interior de Miguel Catalán

José Manuel Sánchez Ron



Universidad Autónoma de Madrid

La Guerra Civil española de 1936 produjo, como es bien sabido, el que un elevado número de profesionales de todo tipo, y entre ellos científicos, abandonaran España, muchos para no regresar jamás. Nuestro país fue privado, de esta manera, de las aportaciones de personas que sin duda podrían haber contribuido de manera destacada al progreso nacional. Pero hubo también otro tipo de «exilios», con frecuencia denominados «interiores»: las interrupciones forzadas del trabajo hasta entonces desempeñado por personas que no abandonaron España; interrupciones forzadas no por motivos de, por ejemplo, salud, sino por razones políticas. Este tipo de «exilio» no se encuentra tan estudiado, menos aún cuantificado, como el exilio propiamente dicho, o «exterior», pero en algunos casos fue especialmente importante. Y entre estos casos, uno sobresale en mi opinión: el del espectroscopista Miguel Antonio Catalán Sañudo. Pero antes de proceder con su exilio, es apropiado decir unas palabras sobre él.


Miguel Catalán: un apunte biográfico

Miguel Catalán (1894-1957) estudió Químicas en Zaragoza, su ciudad natal, graduándose en 1909240. Tras pasar unos pocos años trabajando para la industria aragonesa y ocupar puestos menores en su alma mater, se trasladó a Madrid, con la   —176→   intención de doctorarse. En enero de 1915 comenzó su asociación con la Sección de Espectroscopia (dirigida por el químico Ángel del Campo, que sería su director de tesis) del Laboratorio de Investigaciones Físicas creado en 1910 por la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE), laboratorio que dirigía el físico canario Blas Cabrera. Al mismo tiempo que Catalán profundizaba en el campo de la espectroscopia, se encaminó hacia la enseñanza secundaria, obteniendo una cátedra de Física y Química en el Instituto General y Técnico de Palencia, que pronto cambió por la del Instituto de Ávila, aunque no tuvo que incorporarse a ninguno de los dos centros, puesto que con la ayuda de la JAE pudo ser agregado en comisión de servicio al Instituto-Escuela, el centro de bachillerato de la Junta.

Como otros estudiantes y científicos vinculados a la JAE, Catalán obtuvo una beca de ésta. En su caso para Londres, adonde llegó en septiembre de 1920. Tras algunas dudas, terminó asociándose con Alfred Fowler, uno de los espectroscopistas más importantes del mundo, catedrático en el Royal College of Science, centro que formaba parte del Imperial College of Science and Technology, autor de una de las biblias de la espectroscopia, Report on series in line spectra (1922). Junto a Fowler, Catalán mejoró sustancialmente su dominio de las técnicas espectrográficas, pudiendo además utilizar instrumentos de mejor calidad de los que había podido disponer en Madrid.

Fue en aquel entorno en el que Catalán logró demostrar, en 1921, que grupos formados por numerosas líneas distribuidas sin aparente regularidad en el espectro pueden tener un origen físico común. El artículo en el que presentó sus resultados fue recibido por la Royal Society el 22 de febrero de 1922, apareciendo, ya en 1923, en las célebres Philosophical Transactions of the Royal Society of London, bajo el título: «Series and other regularities in the spectrum of manganese».

La introducción de los multipletes constituyó un paso muy importante en el desarrollo de la teoría cuántica: fue, por ejemplo, muy importante para justificar el número cuántico que había introducido en 1920 Arnold Sommerfeld, uno de los líderes mundiales de la física cuántica. Y también para la astrofísica, ya que permitió, al ser aplicada a los espectros complejos, avanzar en la interpretación de la estructura electrónica de los átomos que producen tales espectros. Uno de los espectroscopistas más reconocidos, William Meggers, del National Bureau of Standards (Washington D. C.), se refirió al hallazgo de los multipletes de la forma siguiente: «Con anterioridad a 1921 los términos espectrales derivados del análisis de espectros atómicos relativamente sencillos consistían únicamente de niveles simples, dobles y triples. Catalán atacó valientemente los espectros más complejos del manganeso y del cromo, y felizmente encontró términos que contenían 5, 6 ó 7 niveles que se combinaban para producir grupos de 9 a 15 líneas espectrales, para los cuales acuñó el término "multiplete". El descubrimiento de Catalán de términos espectrales de gran multiplicidad fue una clave correcta a la interpretación de los espectros complejos; pronto fue adoptada por muchos espectroscopistas, produciéndose una avalancha de multipletes. Esto inspiró el desarrollo de la interpretación cuántica de los espectros atómicos y trajo la edad de oro de la espectroscopia en 1926 cuando se hizo posible explicar teóricamente todas las   —177→   radiaciones discretas en términos de energías y números cuánticos asociados con electrones de átomos e iones»241.

A raíz de su descubrimiento Catalán comenzó a relacionarse con los mejores científicos del campo: con Sommerfeld, y el grupo de éste en Múnich, la relación fue especialmente intensa: pasó el curso 1924-1925 en la capital bávara, con una beca de la International Educational Board, solicitada por el propio Sommerfeld; el curso siguiente, era un estudiante del científico germano Karl Bechert, el que se trasladaba a Madrid, para continuar la colaboración con el espectroscopista aragonés.

En el Laboratorio de Investigaciones Físicas, el éxito obtenido por Catalán al descubrir los multipletes no pasó desapercibido. Era obvio que se estaba ante una buena oportunidad para competir con otros centros extranjeros y Cabrera, como director del laboratorio, así se lo trasmitía a José Castillejo, el secretario de la JAE, en una carta fechada el 18 de julio de 1923242:

Mi querido amigo: Hace unos días le hablé por teléfono anunciándole mi doble propósito de pedir a esa Junta un crédito extraordinario con el fin de poner a Catalán, y los que con él trabajan, en condiciones a confirmar sus investigaciones sobre la constitución de los espectros, que tanta resonancia han tenido entre los especialistas. He recibido ya los presupuestos pedidos para el material indispensable y por ello le pongo estas líneas, pues sería conveniente (si es posible) que la resolución de esa Junta caiga antes del verano con el fin de hacer los pedidos correspondientes y al regresar a Madrid poder empezar la instalación.

Decía arriba que me mueve a solicitar este crédito la resonancia que los trabajos de Catalán han tenido entre los especialistas y parece lógico que comience especificándolo. En efecto, el problema de la constitución de los espectros es hoy el que parece conducir de modo más directo a dilucidar la estructura de los átomos, y por ello es uno de los que apasiona más a los hombres de ciencia, y entre ellos de manera más especial a N. Bohr y A. Sommerfeld.



Sin entrar en más detalles de su carrera científica, que continuó progresando, diré que en 1934 Catalán consiguió una cátedra de nueva creación -de Estructura atómico molecular y espectroscopia- en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid. Antes, en 1932, y a ello sin duda contribuyeron también las investigaciones de Catalán, el Laboratorio de Investigaciones Físicas de la JAE se había convertido en el Instituto Nacional de Física y Química, instalado en un nuevo y bien dotado edificio, construido gracias a la financiación recibida de la International Educational Board de la Fundación Rockefeller.



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Catalán y la Guerra Civil

El verano de 1936 se presentaba interesante para Miguel Catalán. Estaba previsto que participase en los cursos de la Universidad Internacional de Verano, en Santander, de la que entonces era rector Blas Cabrera. El 23, 24, 27 y 28 de julio tendría que haber dictado cuatro conferencias dentro de un curso sobre «La isotopía en Química». Asimismo, estaban las siempre esperadas vacaciones en la casa de campo de su suegro, Ramón Menéndez Pidal, en San Rafael. Y fue precisamente en esta casa, en la provincia de Segovia, en «tierra de nadie», según una afortunada expresión de su hijo Diego Catalán, en donde le sorprendió el inicio de la guerra243.

Después de un día de bombardeos por las avionetas de Cuatro Vientos, la familia Catalán huyó a El Espinar. Ante el peligro de la situación, tuvieron que huir el día de Santiago a Segovia. Allí, en una parte de España controlada por los rebeldes, sin medios económicos, vivieron durante algunas semanas en una casa donde les daban de comer gratis los propietarios de una taberna. Pronto, Miguel Catalán fue destinado a prestar servicios en el Centro de Información de Heridos. No obstante, la situación era poco acorde con sus cualificaciones, y para tratar de cambiar de ocupación escribió el 3 de septiembre a Miguel de Unamuno, el rector de la Universidad de Salamanca, una ciudad controlada por los militares rebeldes (un hecho éste que indica que Catalán no debía ser lo que se dice un republicano militante). He aquí el texto de su carta a Unamuno244:

Mi admirado maestro:

Estando en San Rafael con mi mujer y mi hijo veraneando tuvimos que desalojar precipitadamente de allí por los combates que se celebraron en el mes de julio y refugiarnos en El Espinar y más tarde en Segovia. En esta ciudad presto ahora servicios en el Centro de Información de Heridos, pero acercándose la fecha en que tendrán que comenzar las tareas docentes universitarias y pensando que acaso pudiera mejor en estos momentos servir con mi modesta ayuda a esa vieja Universidad Española de Salamanca, me atrevo a ofrecerle mi entusiasta y devota colaboración a V. como Rector, por si tuviera a bien aceptarla.

Mi cátedra en Madrid es de la Facultad de Ciencias, Estructura atómico-molecular y Espectroscopia y como acumulada la de Mecánica. Mi interés, tanto en la Universidad, como en el Instituto Nacional de Física y Química (Rockefeller), en el que estoy encargado de una de las secciones, es la Química relacionada con la Física.

Sería para mí el mayor honor servir en estos momentos a España bajo su dirección y consejo.



La gestión no produjo ningún resultado y Catalán tuvo que continuar vinculado al Centro de Información de Heridos de Segovia. Pero aquella España veía con   —179→   recelo y hostilidad a personajes como él y así fue vigilado por los servicios de información «nacionales».

Desde Burgos el 2 de julio de 1937 se pedía a Segovia «un informe amplio y ecuánime de las actividades así como la ideología política antes del Glorioso Movimiento Nacional» de los miembros de la familia Menéndez Pidal-Catalán245. «Interesa también sean vigilados de un modo discreto, así como las amistades que operan alrededor de esta familia. En caso de que convenga -se añadía- le sea intervenida la correspondencia».

El informe familiar que se remitió a Burgos no tiene desperdicio y además muestra que por entonces el informante de Segovia no tenía ni idea de quién era realmente Miguel, al que se llamaba Ramón Catalán. He aquí el texto enviado:

RAMÓN MENÉNDEZ PIDAL: Presidente de la Academia de la Lengua.

Persona de gran cultura, esencialmente bueno, débil de carácter, totalmente dominado por su mujer. Al servicio del Gobierno de Valencia como propagandista en Cuba.

MENÉNDEZ PIDAL, Señora de:

Persona de gran talento, de gran cultura, de una energía extraordinaria, que ha pervertido a su marido y a sus hijos; muy persuasiva y de las personas más peligrosas de España. Es sin duda una de las raíces más robustas de la revolución.

GIMENA MENÉNDEZ PIDAL:

Hija de los anteriores, con todas las características de su madre, casada con

RAMÓN CATALÁ, Doctor:

Un mentecato, célula comunista, juguete de su mujer y de su suegra. Era Dr. en Ciencias cuando se casó con Gimena; como regalo de bodas le dieron una cátedra en el Instituto de Segovia de donde era natural. Se amañó un tribunal especial para él y la Institución lo consagró como sabio y profesor de la Central.



El 7 de septiembre de 1937 ya se había clarificado que «Ramón Catalá» era realmente Miguel Catalán, del que se escribía, más ecuánimemente, que por «no ser ni haber residido en esta provincia, es difícil averiguar su ideología política, ya que todos los refugiados en ésta se conducen aparentemente con patriotismo, y el que nos ocupa aparenta ser entusiasta del actual Movimiento Nacional». Del resto de la familia también se hacían comentarios moderados.

Pero esta situación no duró mucho ya que en un informe secreto sobre la familia Menéndez Pidal, preparado por la Segunda Sección (Información) del Estado Mayor del VII Cuerpo del Ejército y remitido al jefe del Servicio de Información   —180→   Militar, en Burgos, el 24 de octubre de 1937, se lee lo siguiente acerca de nuestro espectroscopista246:

MIGUEL CATALÁN SAÑUDO. -Antes del Movimiento pertenecía a Izquierda Republicana-. Protegido en todo momento por los de ideas izquierdistas e Institución Libre de Enseñanza, logra por mediación de esta última, diversos cargos, entre otros, la Cátedra de Espectrografía y Estructura del Átomo, creada para él y a su medida, por la Junta de Ampliación de Estudios.- Esta Junta, si no regida, se encontraba por lo menos tutelada por la Institución Libre de Enseñanza, sobre la que ejercía destacada influencia el Catedrático de la Universidad de Madrid, Don Enrique Moles, izquierdista muy significado.

Su amistad incondicional con el señor Moles y la intervención decidida de la citada institución le reporta en otro momento el obsequio de la Cátedra y Jefatura de Sección en la que tenía una remuneración anual de 12.000 pesetas (Instituto Rockefeller de Madrid).

El Movimiento le alcanzó veraneando en San Rafael, con su señora Doña Gimena Menéndez Pidal, desde donde se vieron precisados a evacuarse a Segovia, población en la cual empezó a trabajar en el Centro de Información de Heridos de Guerra... La actuación y propósito de este Centro, hace se le mire con simpatía, pero no es menos cierto que manejado inteligentemente por manos hábiles, puede constituir esta Oficina un Centro de espionaje de altos vuelos y escaso riesgo.

En la noche del 29 de Septiembre último se penetró clandestinamente en la susodicha Oficina y estudiado con detenimiento la documentación diversa y múltiple que tiene se vieron oficios de Jefes de Cuerpo, otros de Jefes de Centros y dependencias, noticias de diferentes Hospitales, escritos de Unidades diversas y en suma, toda una Oficina de Información, con detalle del Movimiento diario de tropa y no se precisa puntualizar los efectivos, porque es de conocimiento vulgar el saber casi con exactitud el número de hombres que el Reglamento preceptúa para cada Unidad Orgánica y armamentos que tienen asignados...

Así se da el caso de que el cerebro del Centro de Información de Heridos de Segovia es un individuo de Izquierda Republicana, encuadrado este en la Escuela de la Institución de Libre Enseñanza de la que ha recibido beneficiosas designaciones, traducidas en cargo pingüemente remunerado. Este individuo es el que nos ocupa MIGUEL CATALÁN SAÑUDO, hijo político de Menéndez Pidal, cuyos antecedentes y actitud con relación al Movimiento son sobradamente conocidos.



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No eran éstas, desde luego, acusaciones carentes de peligro. De hecho, probablemente como consecuencia de este informe, un día Catalán fue llamado a la Comandancia militar acusado de espionaje. Salió libre gracias a que un policía rompió ocultamente la denuncia, porque su hijo había identificado en la calle al acusado como su profesor favorito en el Instituto de Segovia, al que por entonces Catalán se había incorporado como profesor de Ciencias en el bachillerato.




El exilio interior

Las desconfianzas durante la Guerra Civil se convirtieron en marginación absoluta, esto es, en exilio interior, a partir de 1939. Una vez finalizada la guerra, Catalán se encontró con que le estaba vedado el regreso a su cátedra de la Universidad de Madrid, aunque en realidad no se le había desposeído oficialmente de ella. De hecho, continuó recibiendo regularmente parte de sus ingresos como catedrático, pero únicamente los correspondientes al salario base, sin ningún tipo de complementos, lo que significaba que no podía, en modo alguno, mantener a su familia (ni siquiera a él sólo) con tales ingresos. Además, el acceso a su laboratorio en el Instituto Nacional de Física y Química, ahora perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado por el Gobierno del general Franco para sustituir a la vieja JAE, le estaba vedado.

Este punto es especialmente interesante, ya que fue uno -en su caso no el único- de los motivos que permiten entender el exilio interior a que fue sometido. La Junta para Ampliación de Estudios fue particularmente detestada por los vencedores de la guerra. En ella veían, aparentemente, todos los valores contra los que habían luchado, finalmente con tanto éxito. Abundan los ejemplos de manifestaciones que muestran explícitamente tales sentimientos. Así, en un documento que José María Albareda, el primer secretario general del Consejo, y figura indiscutible en las primeras décadas de su existencia, dirigió poco después del término de la guerra a José Ibáñez Martín, ministro de Educación Nacional y presidente del CSIC, podemos leer247:

Ya es conocida la tendencia antinacional que dominó la actuación de esta institución [la JAE], que supo reunir, al liberalismo corrosivo de la doctrina, la estrechez excluyente de las personas. No quiso vitalizar la gloriosa tradición ecuménica de la Ciencia española, sino sustituirla por un turbio aluvión en que, a lo científico, se ligaba la infiltración irreligiosa, el tono extranjerizante y la mezquindad partidista.

Hubo, además, en la prolongada labor de la Junta para Ampliación de Estudios, otras orientaciones rechazables. Actuó disociada, cuando no enfrente de la Universidad, a la que trató con altanería y desdén.

  —182→  

Cribó la investigación técnica, lo mismo en las pensiones al extranjero que en la creación de Centros y Laboratorios. Esta deficiencia quiso subsanarse tardíamente, con recursos proporcionados al retraso, y en julio de 1931, como una dilatación de la Junta, aunque independiente en lo administrativo, se creó la Fundación de investigaciones científicas y ensayos de reformas, cuya nimia influencia en el desarrollo de la técnica española, estuvo en contraste con su solapada labor al servicio de la política antinacional.



Uno de los comentarios más interesantes de Albareda en esos documentos se refería precisamente al Instituto Nacional de Física y Química, el centro en el que investigaba Catalán:

Queda, pues, como Centro inmediatamente ligado al Consejo, el Instituto de Física del Rockefeller. Exige pensar concienzudamente en su situación. Los físicos de la escuela de Cabrera están persuadidos de que hoy la Física en España es un coto cerrado, en el que, formado el cuadro, nadie podrá penetrar. Dicen que ni siquiera se puede aprobar una tesis doctoral, porque no hay más que un catedrático, Palacios. Y de ahí deducen que es imprescindible la vuelta de Cabrera y el traslado a Madrid de alguno de sus discípulos: de su hermano, que está en Zaragoza; de Velasco, que esperó tranquilamente en Inglaterra el desenlace de la guerra y fue repuesto con la sanción de seis meses de suspensión, por lo que está más rojo que nunca, etc. El hecho es que hoy, en la Sección de Física del Rockefeller sólo hay una tesis doctoral a punto de ultimar, la de un rojo: Berasain, que estaba en Canarias, y no lo incorporó el Servicio Meteorológico militarizado durante la guerra por falta de confianza. Hay en esta materia, como en otras, un agotamiento de temas que impone la renovación. Se agotan las rayas del espectro de Catalán, sin que haya logrado, como ha intentado largamente, realizar trabajos sobre tema más moderno: el efecto Raman. Está exhausto el magnetismo de Cabrera. Van muy trilladas las redes cristalinas de Palacios. Mientras tanto, la Física hace brotar impetuosamente temas novísimos, de los que nuestra investigación está al margen. No podemos seguir condenados a no tener más investigación física que la que produce la técnica que nuestros físicos aprendieron en su juventud. Es necesario traer un físico extranjero, mucho más barato, sencillo y eficaz, que empezar por enviar pensionados. En la escuela del italiano Fermi, premio Nobel de Física, hay alguna figura que habría que traer. Hay que traer también un matemático; italianos los hay magníficos. Rey Pastor es una gran figura, pero es solo el científico puro de la Matemática, y al margen de esa dirección pura, hay ramas muy fecundas y prácticas -Volterra en matemáticas aplicadas a la Biología, Humberto Cisotti en mecánica de fluidos, etc.- que nos interesa enormemente trasplantar, más, si la investigación, además del progreso de la ciencia pura, ha de tener sentido práctico.



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Desposeído en la práctica de su cátedra, negándosele el acceso al antiguo Instituto Nacional de Física y Química, que pronto pasaría a denominarse «Instituto de Químico-física Antonio de Gregorio Rocasolano», Catalán, que volvió a vivir, junto a su mujer e hijo, en la casa de su suegro en la calle Cuesta del Zarzal 23 del olivar de Chamartín, no tuvo más remedio que buscar algún medio de ganarse la vida. Se vio obligado, en definitiva, a entrar en la industria privada. Durante algunos años (entre 1940 y 1946, cuando recuperó su cátedra) trabajó como asesor para «Mataderos de Mérida», para la fábrica gallega de productos químicos Zeltia, para Industria Riojana y para los laboratorios IBYS. Vitaminas, DDT, células fotoeléctricas y colorímetros figuraron entre sus intereses de aquella época.

Al mismo tiempo que todo esto ocurría, científicos extranjeros (estadounidenses, especialmente) se preocupaban por su suerte (ya lo habían hecho durante la guerra). Así, al poco de acabar la contienda, el 16 de junio de 1939, el gran astrofísico de la Universidad de Princeton Henry Norris Russell se interesaba por su situación. Habiendo obtenido la dirección de Ramón Menéndez Pidal, entonces en el Institut Hispanique de París, a través de un compañero de Princeton, le escribió solicitándole noticias de su yerno. Como había hecho durante la guerra, el astrofísico norteamericano señalaba que estaban interesados «particularmente en el progreso de sus trabajos sobre el espectro del hierro, porque nosotros, así como otros espectroscopistas americanos, hemos dejado este tema hasta saber lo que él hace». «Hace un año -continuaba- le enviamos [a Catalán] algunos ejemplares de listas de líneas relativas al espectro del hierro, porque esperábamos ayudarle en su trabajo. Es posible, dadas las circunstancias extraordinarias, que el profesor Catalán no las haya recibido. En este caso, tenemos aún otro ejemplar de las listas que podríamos enviarle, si ahora existe una probabilidad razonable de que esta vez las reciba realmente»248.

Menéndez Pidal envió una traducción de la carta de Russell a su yerno, con una nota en la que le pedía que le pusiera «dos líneas de agradecimiento, para que no crea que es imposible que le escribas», pero las dificultades eran demasiado grandes y no parece que Catalán se pusiera en contacto entonces con sus colegas.

En Madrid, sin embargo, le resultaba imposible reanudar sus investigaciones. Entre sus papeles ha sobrevivido el manuscrito de una carta que desde el caserón de la Cuesta del Zarzal escribió a Russell el 18 de agosto de 1940. En ella se aprecian las dificultades que se encontraba: «Para enviarle una lista con todos los términos de Fe I, he estado trabajando en la versión de los manuscritos que escaparon a la destrucción durante la guerra. Como todos estos papeles son muy incompletos, creo que se pueden perder algunos términos, en especial los más elevados. Mi trabajo procede con algunas dificultades porque ya no trabajo en el Instituto Nacional de Física y Química (Rockefeller), en el que se ha cerrado la Sección de Espectroscopia. No me es posible consultar una biblioteca científica, de manera que desde julio de 1936 estoy prácticamente aislado del mundo. ¿Será tan amable de enviarme cualquier separata de que pueda disponer? Los trabajos del Bureau of Standards   —184→   también son desconocidos aquí desde 1936. He escrito al Dr. Meggers, pero hasta el momento no hemos recibido respuesta. Tengo algunas dificultades económicas y debo trabajar en otros temas, no espectroscópicos, para ganarme la vida».

Al margen de sus comunicaciones con el espectroscopista español, entre sí los científicos estadounidenses también trataban el «caso Catalán». Así, Russell se dirigía a George Harrison -que de director del Laboratorio de Física Experimental había pasado a decano de Ciencias del Massachusetts Institute of Technology- el 30 de octubre de 1945:

Acabo de saber a través de mi colega el profesor [A.] Castro que es posible que se deje a Catalán, al que no se le permite trabajar en física en España al estar en las listas negras del Gobierno de Franco, el venir a este país si tuviese algún tipo de puesto visitante aquí. No hay duda de que es uno de los mejores en el análisis de espectros. Supongo que tendrás una cantidad considerable de material espectrográfico sin clasificar y que podrías acumular más rápidamente. Creo que Catalán sería de gran utilidad en este sentido si pudieses tomar un espectroscopista refugiado.

He hablado con Shenstone, que acaba de regresar, pero la situación aquí es todavía tan vaga que por el momento no podemos decir nada acerca de trabajos en espectroscopia.

Entiendo que Catalán es un liberal y no un rojo, pero no lo suficientemente negro como para ser aceptable para la Falange.



Harrison respondió pronto y favorablemente a Russell, quien el 3 de noviembre acusaba recibo de la carta, señalando que si Catalán «pudiese estar contigo durante varios años, sería una gran ventaja para todos los implicados y para el progreso de la espectroscopia. Espero que tu solicitud de apoyo [a la Carnegie Foundation] para tu nuevo programa sea aceptada pronto».

El 18 de febrero de 1947 Russell volvía a la carga de nuevo con Harrison, señalando que acababa de saber que el «Gobierno español probablemente dejaría ir a Catalán a este país para trabajar si se pudiesen encontrar fondos». Por entonces, Catalán ya había recuperado su cátedra en la Universidad de Madrid.

Finalmente, fue a Estados Unidos en 1948-49, invitado por la American Philosophical Society, a trabajar en el National Bureau of Standards con Meggers y Charlotte Moore, en el Massachusetts Institute of Technology con Harrison y en la Universidad de Princeton con Shenstone. Permaneció en Estados Unidos quince meses.

Casi siete años desde el término de la guerra, tardó, como acabamos de ver, Miguel Catalán en recuperar de manera efectiva su cátedra. Unas notas que se encuentran entre sus papeles, parecen indicar que su primera lección tuvo lugar el 2 de febrero de 1946, un sábado. El guión que preparó para aquella clase se abre con un escueto «Decíamos ayer», que cuando pronunciado debió sin duda estremecer a, al menos, algunos de los presentes. Ausentes personajes como Blas Cabrera o Enrique Moles, la Facultad de Ciencias madrileña y la española también   —185→   recuperaba una de sus pocas luminarias, del triunvirato realmente, de las ciencias físico-químicas. Con él en la Facultad, se podía pensar probablemente una vana ilusión que ni el pasado había muerto completamente, ni el futuro inminente estaba absolutamente perdido.

La recuperación de su cátedra, no significó, sin embargo, que se le abriesen las puertas de la investigación «oficial», localizada en aquella época de manera prácticamente exclusiva en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, puesto que las universidades eran, en este sentido, auténticos eriales. Sin embargo, su prestigio científico, la recuperación de la cátedra, así como los requerimientos que se le hacían de Estados Unidos terminarían favoreciendo su entrada en el Consejo, aunque no a su viejo Instituto, sino al Instituto de óptica «Daza de Valdés», dirigido por José María Otero Navascués, persona bastante abierta e intelectualmente sagaz, quien en 1950 le nombró jefe del Departamento de Espectros (Otero era ingeniero de la Armada y como tal tuvo acceso durante bastantes años a las instalaciones del Laboratorio y Taller de Investigación del Estado Mayor de la Armada, lo que facilitaba las investigaciones de su grupo del Consejo). Allí formaría un buen equipo, con investigadores como Fernando Rico, Olga García Riquelme, Rafael Velasco y Laura Iglesias Romero, dedicándose a temas relacionados con la estructura de espectros de distintos elementos (paladio, hierro, bismuto, sodio, manganeso, etc.).

El Instituto de óptica del CSIC había sido creado oficialmente en marzo de 1946, aunque antes había funcionado como una sección del Instituto «Alonso de Santa Cruz» de Física, a la que iba asociada una subsección de Espectroscopia. Como jefe de sección, primero, y como director del Instituto después, Otero Navascués fue el motor y responsable máximo del centro. En 1950, el Instituto de óptica se instaló definitivamente en el nuevo edificio (que todavía ocupa en el complejo del Consejo situado a lo largo de la calle Serrano). Y con el cambio Catalán se incorporó para dirigir una de las dos secciones del Departamento de Espectros, la de «Espectros atómicos». Se puede decir que fue entonces cuando realmente finalizó el exilio interior de Catalán. Habían pasado más de diez años desde el final de la guerra.