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ArribaAbajoEl impacto de la literatura del exilio (Luis Cernuda, Juan Gil-Albert y la reciente poesía española)

Juan Cano Ballesta



Universidad de Virginia

Las investigaciones sobre el exilio llevadas a cabo en los últimos lustros han descubierto una abundante documentación histórica, biográfica y literaria, y han producido una rica bibliografía en los diferentes campos del saber y de las artes, que nos ayudan a entender mejor el alcance y la amplitud del fenómeno del exilio.

En este mismo congreso nos sentimos honrados con la presencia de investigadores de reconocido prestigio en el campo como Francisco Caudet, que ha escrito dos valiosos libros: El exilio republicano en México. Las revistas literarias, 1939-1971 (Madrid, Fundación Banco Exterior, 1992) e Hipótesis sobre el exilio republicano de 1939 (Madrid, Fundación Universitaria Española, 1997), donde con gran riqueza de datos y documentos analiza la amplitud, la diversidad y las vicisitudes del exilio. Todos conocemos también el imponente volumen El último exilio español en América: Grandeza y miseria de una formidable aventura, coordinado por Luis de Llera Esteban, donde, para los historiadores de las letras, destaca el ensayo «La literatura del exilio», valiosa contribución en que Rosa Maria Grillo hace un amplio, cuidadoso y lúcido análisis de los principales géneros literarios389.

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José Antonio Pérez Bowie acaba de publicar el Manuscrito cuervo: Historia de Jacob de Max Aub, conmovedor y tremendo testimonio de la experiencia de los campos de concentración en Francia390. Y Francisco Caudet publicaba el año pasado El fin de la esperanza de Juan Hermanos391, amargo y angustioso testimonio del hundimiento definitivo de toda ilusión en las filas de los republicanos y exiliados. Podría seguir nombrando a otros muchos (que perdonen los que son omitidos), pero no voy a cansarles con una lista interminable.

Siempre me ha parecido una apasionante línea de investigación el analizar el impacto de la literatura del exilio en las letras españolas recientes. Como todos sabemos, esta literatura fue brutalmente ignorada durante décadas en España. Ése fue su destino inicial. En los momentos más duros de la censura se borraban nombres o se tachaban alusiones a ellos, se prohibían libros, se retiraban ediciones, se vigilaba la importación de ciertos autores, se prohibía exhibirlos en los escaparates de las librerías, etc. Las jóvenes generaciones salían del instituto con desconocimiento, a veces total, de prestigiosas figuras de las letras como Federico García Lorca, Antonio Machado, Rafael Alberti, Luis Cernuda, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén o Francisco Ayala.

Por ello, al estudiar la poesía española más reciente, mientras llevaba a cabo un encargo de Ediciones Cátedra392, me causó gran sorpresa detectar en los jóvenes poetas, y en otros no tan jóvenes, una profunda e incondicional fascinación por ciertos poetas del exilio, que en épocas anteriores habían sido considerados malditos. La recuperación de estos autores olvidados durante décadas fue muy lenta y errática, y respondió a circunstancias con frecuencia arbitrarias y diferentes en cada caso.

Sin menospreciar nombres como Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Jorge Guillén, José Moreno Villa, etc., quiero referirme brevemente a dos figuras que han destacado. Entre los más citados por los jóvenes de los años ochenta y noventa sobresale el poeta y ensayista Luis Cernuda, que pasó largos años en California y Méjico y murió en 1963. Su obra fue muy leída, comentada e imitada (entre otros) por Jaime Gil de Biedma, tan admirado y venerado por las jóvenes generaciones. Gil de Biedma aprendió precisamente de Luis Cernuda el gusto por la lectura de los poetas ingleses, románticos y de otros de nuestro siglo. Gracias a Cernuda y a un libro muy citado por todos, The Poetry of Experience de Robert Langbaum, jóvenes poetas de la llamada «poesía de la experiencia» han hallado el fondo teórico y los modelos ansiosamente buscados para crear un tipo de lírica novedosa y original. Bajo el magisterio de Luis Cernuda y Jaime Gil de Biedma, toda una poderosa tendencia de la poesía española más reciente ha florecido en los últimos lustros y goza hoy de abundante prestigio jugando un papel dominante entre jóvenes creadores de poesía.

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La veneración por Luis Cernuda ha enseñado a muchos jóvenes la familiaridad con reconocidos poetas ingleses, les ha ayudado a entender mejor el término «poesía de la experiencia» (la amplitud y profundidad de este concepto), a considerar la creación lírica como un acto de ficción y a mejor conocer la lírica inglesa con la asidua lectura del libro de Robert Langbaum. Precisamente, después de tantas citas y alusiones a este libro (tan poco conocido en profundidad), un joven poeta y editor, Andrés Trapiello, consciente del amplio interés por esta obra, lo publicó en castellano en una edición de 1996: La poesía de la experiencia (Granada, Ed. Comares, 1996).

Fue también el contacto vivo con la poesía de Luis Cernuda el que, junto con otras circunstancias, condujo a poetas de los cincuenta y otros más jóvenes al interés por el mundo, el arte y el espíritu helénico. Jaime Gil de Biedma no oculta su proximidad a Cernuda cuando dice:

Estoy completamente de acuerdo con él [Luis Cernuda], por ejemplo, en que haber ignorado a Grecia es una de las más graves omisiones cometidas por la cultura española, pero el ocasional helenismo cernudiano, tan a lo Winckelmann, no me sirve de mayor consuelo393.



El poeta barcelonés señala a Cernuda, asiduo lector y conocedor de Hölderlin, como inspirador, con otros, de esa fascinación por lo griego, que se ha convertido, a juicio de Luis Antonio de Villena, en la «línea poética predominante y más seguida en los años ochenta y entre la generación más joven»394. Sin estar de acuerdo con esta excesiva generalización de Villena, sí creo que la poesía de gusto helénico es una tendencia poética importante, que tiene innumerables seguidores muy hábiles en el manejo de este recurso entre las jóvenes generaciones, como creo haber probado en un no lejano artículo de Ínsula395.

El coro de los poetas guiados por Luis Cernuda hacia especiales modos de creación lírica es muy nutrido y José Luis García Martín ha prestado especial atención a este hecho, como veremos más adelante. Benjamín Prado, al hablar de los gustos de novísimos y postnovísimos, afirma que estos estetas mostraron «un gusto reverencial por la obra de Vicente Aleixandre y una identificación evidente con las de Luis Cernuda y Juan Gil-Albert»396. Miguel d'Ors señala cómo a la pregunta de una encuesta sobre quiénes son los maestros más reconocidos «las contestaciones revelan la persistencia de algunas devociones dominantes en los años del esplendor "novísimo" -Góngora, Hölderlin, Cernuda, Aleixandre y Octavio Paz»397. Manuel Vázquez Montalbán cultivaba en Una educación sentimental (1967) el «collage de referencias cultas y populares», en el que resonaba la voz de Luis Cernuda, a veces   —280→   junto a la de Machín, Françoise Hardy o Aleixandre398, Luis Antonio de Villena aglomera en su libro Hymnica «las más diversas tradiciones», en las que destacan Cavafis y Luis Cernuda399. José Luis García Martín considera la de Juan Luis Panero «una poesía de estirpe cernudiana» y cree que en Víspera de la destrucción (1970) de Jenaro Talens «resulta evidente el magisterio de Luis Cernuda», así como observa cómo Transparencia indebida (1977) de Francisco Bejarano fue, de inmediato, «calificado de cernudiano», si bien en un sentido muy peculiar que entonces solían usar los reseñistas de la prensa400.

Pero también otros poetas más jóvenes se dejan arrebatar por este fervor cernudiano: Manuel Sánchez Chamorro en Tres poemas (1983) «mimetiza la dicción del Cernuda del exilio»401, Francisco Castaño en Fragmentos de un discurso enamorado (1990) hace resonar «voces y ecos de poetas que dieron forma artística al sentir amoroso», entre los que destacan Salinas, Cernuda y Blas de Otero, además de Gil de Biedma, Ángel González y José Ángel Valente402. El joven poeta Vicente Gallego cultiva en El desencanto una «poesía de la meditación» que mantiene clara proximidad con Luis Cernuda403. En otro estudio observa el crítico José Luis García Martín: «Javier Lostalé se inscribe en la línea neocernudiana tan cultivada en los últimos años»... «Neocernudiano también es José Lupiánez, cultivador de una poesía elegíaca, hedonista, algo palabrera a veces»404.

Así podíamos continuar indefinidamente, cita tras cita. Lo cierto es que, como dice Martínez Sarrión, «fue conmocionante el descubrimiento de verdaderos poetas malditos en nuestro idioma como Oliverio Girondo, Luis Cernuda y Octavio Paz»405. Pero no son sólo poetas aislados los que sienten esta fascinación por Cernuda y Gil-Albert, ni son un par de críticos los que lo señalan. Es un fenómeno más amplio, general y bien identificado. Para el reconocido experto Miguel d'Ors una de las cuatro grandes corrientes de la poesía más reciente (escribe en 1994) arranca precisamente de estos maestros:

... se percibe una poesía de concepción todavía considerablemente esteticista -tanto en lo tocante a la elección y presentación de temas como a su tratamiento verbal-, impregnada de sensualidad y construida sobre motivos como la juventud, el cuerpo, el verano (Huir del invierno se titula, emblemáticamente, un libro de Luis Antonio de Villena), el Sur, el mar (el Mediterráneo de manera muy especial), la noche, sentida como espacio de aventura y de placer, y el erotismo -la homosexualidad con llamativa frecuencia-; poesía de tonalidad   —281→   bien jubilosa, bien elegíaca. Esta corriente tiene sus orígenes en cierto Cernuda, Juan Gil-Albert, el grupo de Cántico, Francisco Brines y C. Cavafis406.



Para Enrique Molina Campos esta corriente, que él llama «un estetismo paganizante de raíz cernudiana (poetas reunidos en torno a las colecciones Ánade y Calle del Aire)» está entre las tres más destacadas tendencias de la poesía andaluza407.

Volviendo a la inclinación de la poesía reciente por los gustos clásicos y helénicos -y con ello paso a otro aspecto-, me veo forzado a mencionar a otro ilustre poeta del exilio. Me refiero al valenciano Juan Gil-Albert, que vivió exiliado en México durante ocho años y pasó después largas décadas ignorado en el exilio interior de Alcoy, escribiendo su hermosa poesía y sus lúcidos ensayos. El helenismo, que en su obra poética es una corriente matriz y generadora, es también ética hedonista y enlace del tema griego con la homosexualidad, lo que atrajo la atención de muchos jóvenes poetas de los años setenta y ochenta, que lo convirtieron en su maestro y guía. «El trémulo esteticismo del gran escritor de Alcoy», en la expresión de José-Carlos Mainer408, supo seducir a poetas de la ola novísima y postnovísima, con los que mantuvo una honda y fecunda amistad. En su obra hay poemas dedicados a Antonio Colinas (OPC II, 203), a Juan Luis Panero (OPC II, 216) y a Luis Antonio de Villena (OPC II, 141)409 y una larga lista de poetas de recientes hornadas cita su nombre con admiración y simpatía. José Carlos Rovira constata «la confraternidad que crea su poética en los protagonistas de las nuevas corrientes» de los años sesenta y setenta. El fenómeno culturalista, tan extendido en la poesía de las últimas décadas, acerca a las nuevas generaciones al maestro Juan Gil-Albert, en quien se da de modo muy intenso una especie de «coincidencia entre experiencia cotidiana y cultural»410.

César Simón ha confirmado esta proximidad cuando escribe:

... los jóvenes se encontraron sorprendidos no sólo con un "fabuloso escritor", como dijo uno de ellos, sino con alguien que les hablaba de unos temas y un modo -nunca del todo arqueológico, pero sí profundamente estetizante- que era, en algún sentido, lo que se andaba buscando411.



Como para tantos jóvenes poetas de los años ochenta el helenismo de Juan Gil-Albert implica un sentido ético de carácter simbólico. Es una filosofía, un ideal de vida, una utopía en la que se sumerge el poeta para liberarse de la oprimente moral   —282→   cristiana. El poeta del exilio Juan Gil-Albert es para muchos jóvenes, como ha dicho uno de ellos, «un abanderado de la libertad, de la tolerancia y de la sensualidad del espíritu»412. Además de la alta calidad poética, también este factor contribuye -como observa Carlos Bousoño- a la fascinación que tanto Cernuda como Gil Albert suscitaron en los jóvenes poetas de aquellos años:

Si se desea el respeto para la propia divergencia, hay que empezar por respetar y ser solidario de la divergencia ajena. Esto explica quizá el gusto que muchos jóvenes siguen sintiendo por la poesía de Luis Cernuda, en la que reconocen una «disidencia» de índole homosexual, aunque ellos no la compartan. En este poeta admiran, ante todo, si lo interpretamos bien, la denuncia de la hipocresía social, la marginación, la rebeldía frente al Sistema. Si su estética les puede acaso ser ajena, su ética les es profundamente afín413.



La alusión al mundo clásico resulta modélica en Invocaciones (1935) de Luis Cernuda, en Las ilusiones (1943) o en Homenajes (1976) de Juan Gil-Albert, que, sin duda, han sido aliciente e inspiración para tantos poetas y admiradores de estos ilustres exiliados. El poeta sevillano Fernando Ortiz «rechaza el concepto romántico de la originalidad y trata de esconderse tras la máscara estilística de autores que ama». Y éstos son, precisamente, Luis Cernuda, Francisco Brines y Juan Gil-Albert414. Otro vate sevillano, Abelardo Linares, autor de numerosos poemas ricos en referencias clásicas (Anacreónticas, Dionisos, Orfeo, Hécate, Ananké) se inserta, según García Martín, en la tradición «que marcan los nombres capitales de Luis Cernuda, Juan Gil-Albert y Francisco Brines»415. El gaditano Felipe Benítez Reyes, de los más fecundos y prestigiosos representantes de la joven «poesía de la experiencia», bebe su inspiración en la obra de Borges, Juan Gil-Albert o Francisco Brines, entre otros416.

Basten estos datos para recordarnos el hecho de que Luis Cernuda y Juan Gil-Albert, que sufrieron durante años la dura experiencia del exilio, se han convertido, por cosas del destino, o por razones que habría que analizar cuidadosamente, en los poetas que, tal vez, más impacto han tenido en la obra lírica de las jóvenes   —283→   generaciones. Sus obras, retiradas durante décadas de los escaparates, vendidas en la trastienda de las librerías e ignoradas en los institutos de enseñanza media, se fueron convirtiendo para las nuevas generaciones en inspiración de una poesía viva, de aventura y de placer, sensible a la experiencia cotidiana, impregnada de sensualidad y esteticista. Que sean precisamente ciertos poetas del exilio los maestros de nuevos movimientos de la lírica sería un índice de que el vacío cultural creado por la negación del exilio, que perturbó durante décadas el panorama de las letras, está siendo superado, aunque haya sido necesario medio siglo para lograrlo.



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ArribaAbajoEl laberinto del exilio / El laberinto de la escritura

Francisco Caudet



Universidad Autónoma de Madrid

El laberinto es una construcción imaginaria. Es una manera de ensamblar sentido, de significar. El laberinto, al igual que la escritura, es un signo. Como tal, ha de ser leído, descifrado, interpretado. Lo decisivo, pues, no es su existencia real, material, sino servir de artilugio, de estratagema discursiva.

El laberinto, una arquitectura verbal, existe para dejar de existir. Su razón de ser es el no ser. Como la escritura. Porque por paradójico que pueda parecer, ¿acaso no se escribe para olvidar, para dejar borradas en letra de molde unas obsesiones que hasta el acto de la escritura nos asediaban? La escritura, una carga y, a la vez, una liberación. Letra a letra, tal el hilo de Ariadna, se hacen recorridos, a menudo sin atisbar la salida, pero buscándola. Buscándola y -otra aparente paradoja- temiéndola. Porque encontrar la salida es llegar al término.

Pero si no hay comienzo sin final, tampoco hay final sin comienzo. No hay manera, pues, de salir del laberinto.

Creer que se puede salir del laberinto es siempre una engañifa. Como lo es pensar que hay un centro inamovible, que hay un equilibrio duradero.

El impulso a actuar, a accionar nuestras vidas hacia metas que se han de realizar con el transcurso del tiempo, nos hace olvidar que somos, que vamos siendo, tiempo perdido. Un tiempo cuya reconstrucción solamente es posible a través de la palabra.

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Balzac relaciona, en La piel de zapa -una de sus novelas más magistrales-, el deseo con la escritura; y, uno y otra, con un final que, por mucho que se quiera posponer, llega, como a los vivos nos ha de llegar el día de la muerte. Unamuno, bajo la impresión que le causó la lectura de La piel de zapa, compuso Cómo se hace una novela, donde llegaba a la misma trágica conclusión que Balzac.

Paul Auster cuenta en The Invention of Solitude que tan pronto le comunicaron la muerte de su padre sintió, con una urgencia perturbadora, la necesidad de ponerse a escribir. Esa necesidad fue desplazando el sentimiento de dolor por tal pérdida. O acaso la escritura le fue sirviendo de alivio, le fue haciendo más soportable la pena.

Julio Llamazares, en Escenas de cine mudo, escribe impulsado por una pérdida familiar y también porque, como en Paul Auster, reconstruir el pasado es ilusoriamente revivirlo, como si la palabra, un sucedáneo, pudiera reanimar unos rescoldos apagados.

En los primeros meses de su exilio en Francia, Max Aub se entregó a la escritura, de manera casi desaforada, como si la palabra fuera su última tabla de salvación. En sus Diarios recordaba así la vida que estaba llevando en esos meses:

El lento ascensor, la buhardilla, los tejados de pizarra, la primavera y el verano. Todos los días, madame Fénard, en su cocinita oscura, en su portería. -Buenos días, buenos días, buenas noches. No hay cartas de nadie. No ve uno a nadie. Escribir y esperar. [...] El último metro. Los pasos en la noche de las calles solitarias. El hospital Tenon. Los plátanos, la calle en cuesta, y el ascensor lento. [...]

El ascensor lento hasta la buhardilla. El ruido del armatoste al bajar. Escribir.



Meses más tarde, en el campo de concentración de Djelfa, escribía en uno de sus cuadernos de notas:

Papel, pluma y horas, horas
largas de sol...



La Guerra Civil fue el detonante. Dar testimonio escrito de lo ocurrido en aquellos tres años de enfrentamiento fratricida había de convertirse en una herida para la que solamente había un bálsamo: la palabra.

En 1943, publicó Campo cerrado, la primera novela de El laberinto mágico. Ignacio Mantecón, que había sido liberado del campo de concentración de Vernet en 1940, donde se encontraba internado con Aub, había conseguido sacar el manuscrito y se lo llevó consigo a México. En los años siguientes fueron apareciendo los restantes Campos, que concluyó, en 1968, con Campo de los almendros. Complementan los Campos otros libros. Así, Las buenas intenciones (1954) y La calle de Valverde (1961). De esta última novela, que trata del Madrid de los años 1925-1928, dijo en una ocasión que la había escrito «para que se pudieran entender los Campos. Así, el día de mañana, un posible lector de Campo de sangre no creerá haber caído en un planeta inexplicable».

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También forman parte del universo de los Campos las colecciones de cuentos que escribió sobre la guerra desde la publicación de «El Cojo», en 1938. La mayoría de esos cuentos fueron reunidos en los libros No son cuentos (1944), Ciertos cuentos (1955), Cuentos ciertos (1955), La verdadera historia de la muerte de Francisco Franco y otros cuentos (1960) o Historia de mala muerte (1965).

De los cuentos de Aub -era un excelente narrador de cuentos-, debe destacarse, junto con «El Cojo», que abre el Laberinto, «El remate» que, aun cuando fue publicado en 1963, ponía, temáticamente -y con las salvedades que señalo en seguida-, el punto final al Laberinto. Aub había dicho en una entrevista:

«El remate» es auténticamente el remate del Laberinto. Como es normal, el final del Laberinto tiene lugar en un túnel, el túnel de Port-Bou a Cerbère, que es donde se muere ese señor [...]. La persona, que ya no me acuerdo cómo se llama, que muere en el túnel de Cerbère, veinte años después del final de la guerra, remata de hecho el Laberinto, porque no se sale ya del Laberinto.



Pero sólo me parece en parte cierto que así fuera porque -me apresto a señalar- su obra, en la medida en que España era para él un laberinto, no podía tener, mientras viviera, fin. «El remate» data de 1963, y todavía, a partir de entonces, siguió escribiendo, estuvo aún, hasta que murió en 1972, dando vueltas por el laberinto.

Como otros miles de republicanos las dieron, las siguieron dando. Y hasta las dan hoy, los que aún sobreviven. Hay heridas de difícil cura.

Aub parece expresar a través de Paulino Cuartero su propia situación cuando, en Campo de sangre, pone en su boca estas palabras:

Prodigiosa soledad, con mis monstruos a cuestas, personajes que vivís, hongos, esclavos, rémoras mías, os llevo, tras mi cortejo de lamas, por un mar sombrío sin viento. Soledad de frío, soledad de lluvia. Esa inmensa celda del cielo...



Jusep Torres Campalans (1958) debe incluirse también entre las obras que forman parte de El laberinto mágico. Porque presenta, en clave estética, los antecedentes históricos de la crisis sociopolítica que, de 1914 a 1939, trajo los horrores de la I Guerra Mundial -1914-1917-, de la Guerra Civil española -1936-1939- y de la II Guerra Mundial -1939-1945.

Lo mismo cabe decir de Diario de Djelfa, que por el tema pertenece igualmente al Laberinto. En 1944, anotaba en uno de sus diarios: «Mi experiencia africana -publicado el Diario [de Djelfa]-, quise hacerla presente en una novela: Campo africano». Y a la vez, una buena parte de su producción teatral, San Juan (1943), Morir por cerrar los ojos (1944), El rapto de Europa (1945), y muchas de las obras de teatro publicadas en Sala de Espera (1948-1951), así como otras obras de teatro, están íntimamente relacionadas con el Laberinto. El género no importa en Aub tanto como el tema. En el prólogo a Diario de Djelfa decía de las poesías de ese libro: «todo cuanto en ellas se narra es real sucedido». Los poemas eran, por tanto, cuento, narración. Daba igual, por poner otro ejemplo, que Morir por cerrar los ojos   —288→   fuera la versión teatral de un guión de cine, Campo francés, porque, con independencia del género, la historia era la misma. Una y otra versión giraban en torno a unos mismos hechos concretos, eran una parte, una parcialidad, una metonimia de «lo real sucedido».

Por eso, precisamente, había sentido Aub la necesidad de dejar las cosas muy en claro:

Mis Campos (que en sus títulos tienen su justificación, si acude usted al diccionario) no son novelas, sino crónicas (vea las palabras finales de mi Discurso de la novela española) y no son una trilogía, si es que tengo tiempo -que lo dudo- para seguir adelante. Y en eso San Juan, No, De algún tiempo a esta parte, el Diario de Djelfa y tantas cosas más no son, no quieren ser otra cosa que un testimonio.



Testimonio fue igualmente La gallina ciega como lo fue también Buñuel (novela), y en ese sentido forman parte asimismo del Laberinto, de la crónica de aquella España. Y lo mismo cabe decir de la mayor parte de su amplia producción ensayística. Tal es el caso de Discurso de la novela española contemporánea (1945), Heine (1957), los ensayos reunidos en Hablo como hombre (1967) y en Pruebas (1967), sin olvidar «El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo» (1971).

Aub es un autor prolífero en una variedad de géneros -novela, cuento, poesía, teatro, ensayo, diario, epistolario, guión de cine-. Además, está poblada su obra de numerosos personajes que, cada uno con su propia y muy bien definida personalidad, están en continuo intercambio de ideas, en constante diálogo. Como dice Tuñón de Lara, con el tino que caracteriza sus juicios críticos:

El centro de la novela -y del relato- es siempre el hombre. Y lo es ya desde Luis Álvarez Petreña. Lo que caracteriza el tema del hombre en la segunda etapa es la precisión de su inserción en el medio socio-histórico. No es el hombre, sino cada hombre. El hombre por dentro y por fuera, ni ángel ni demonio, sino humano. No deja de ser interesante que un escritor que, como Max Aub, tomó partido sin equívocos, que tiene a gala en vida y obra no estar au dessu de la melée, no ha creado nunca «buenos» y «malos». Todos y todas son diferentes según la coyuntura en que se encuentran, cada cual tiene hecho su hoy, con el aluvión del ayer -que Aub explica siempre en ficha completa, que exige a veces un sorprendente travelling arrière- y lo vimos vivir -sufrir las más de las veces, gozar las menos, dudar muchas, decidir siempre, por acción o por omisión-.



Esa diversidad de personajes, todos diferenciados como para acentuar los signos de lo plural, tal en una melodía cantada de contrapunto o tal exige el concepto bajtiniano de dialogismo, no podía apuntar, sino todo lo contrario, a un atrincherarse en el exclusivismo del punto de vista individual. Porque como reza una de las anotaciones incluidas en Jusep Torres Campalans: «¿Existe alguna verdad incontrovertible?».

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De ahí, por consiguiente, la constante persecución de una escritura o una pintura que reflejara la realidad, toda la realidad. Muestra de ello la ofrecen, por ejemplo, estas palabras de Baltasar Gracián que encabezan -Max las hizo, sin duda, suyas- el originalísimo Jusep Torres Campalans:

Mas desconfiando mi pluma de poder sacar el cumplido retrato de las muchas partes, de los heroicos talentos, que en V. M. depositaron con emulación la naturaleza favorable y la industria diligente, he determinado valerme de la traza de aquel ingenioso pintor que, empeñado en retratar una perfección a todas luces grande y viendo que los mayores esfuerzos del pincel no alcanzaban a poderla copiar toda junta con los cuatro perfiles, pues si la pintaba de un lado, se perdían las perfecciones del otro, discurrió el modo cómo poder expresarla enteramente. Pintó, pues, el aspecto con la debida valentía y fingió a las espaldas una clara fuente, en cuyos cristalinos reflejos se veía la otra parte contraria con toda su graciosa gentileza. Puso a un lado un grande y lúcido espejo, en cuyos fondos se lograba el perfil de la mano derecha, y al otro un brillante coselete, donde se representaba el de la izquierda. Y con tan bella invención pudo ofrecer a la vista todo aquel relevante de bellezas. Que tal vez la grandeza del objeto suele adelantar la valentía del concepto.



La búsqueda de una estética de la reproducción que tomara en cuenta todos los ángulos y perspectivas, aparece -se trata de otro ejemplo muy significativo-, en las «Reglas» de su ingenioso Juego de cartas, donde solamente se puede conseguir el objetivo del juego -quién es Máximo Ballesteros, en ese caso- tomando en cuenta todos los datos y elementos posibles de juicio.

Estos empeños por descubrir y describir todos los ángulos y perspectivas de lo real, hay que relacionarlos con el deseo -en Aub, una compulsión- de apoderarse de la verdad.

Aub daba, desde luego, por sentado que no hay una única verdad, pero no por ello -insistía constantemente- hay que pensar que no exista, o mucho menos que haya que renunciar, individual y colectivamente, a salir tras sus huellas. Ponía, por tanto, mucho énfasis en la busca -imperativo ético- y en el cómo, en la manera -fórmula estética- de lograr ese objetivo. En Campo abierto, Paulino Cuartero no había dudado en afirmar con rotundidad: «La felicidad consiste en la acción que dice Aristóteles, y no hay mayor acción que la que lleva a uno hacia la verdad».

La verdad, un ideal. Don Quijote, al fondo, lanza en ristre. Quijotismo y también romanticismo hay en Aub. Y hombría de bien, mucha hombría de bien.

La verdad y la justicia -y la libertad, naturalmente-, compiten en la parte más alta del listín de valores que Aub se había autoimpuesto. En uno de sus diarios, había escrito:

Sé que por lo que lucho [...] la decencia y la justicia, no pasa de ser verdad individual. Que en cuanto viene a lucha -a política- se pierde por la fuerza -diré que de las circunstancias-; pero, a pesar,   —290→   sigo aferrado. No hay razonamiento -tan fácil en esta ocasión- ni conveniencia que me obligue. En el porqué está la razón de la vida. Escribí alguna vez que un intelectual es un hombre para quien los problemas políticos son morales; puedo ensanchar esa ancheta: no sólo los políticos, todos. Ni remedio.



En Buñuel (novela), decía del autor de Los olvidados y de sí mismo que «la justicia y la verdad -con las diferencias normales- fueron el agua en la que bebimos, lo más que dejamos». Y en otra ocasión había recordado la célebre frase de Don Quijote: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciados dones que a los hombres dieron los cielos...».

En los Campos, y en el resto del Laberinto, aparecen, pues, continuas referencias a cuestiones ideológicas, políticas y artísticas, o a conceptos como libertad, justicia, verdad... Abunda menos, por contra, el debate sobre fórmulas concretas para transformar la realidad. Max era un escritor de altos principios.

Llegó a México en 1942, no salió del país hasta 1954. A partir de ese año hizo varios viajes a Europa, a Estados Unidos, a Canadá, a Cuba y a varios países de Oriente Medio. Tras la visita a Cuba, de diciembre de 1967 a febrero de 1968, publicó Enero en Cuba, y tras haber sido invitado a Israel, recogió las impresiones de ese viaje en Imposible Sinaí.

Después de una larga espera, viajó a España en 1969. Un emotivo y a la vez desgarrado reencuentro del que salió La gallina ciega, un libro muy polémico. Como dice Soldevila, ese libro es, entre otras cosas, «una confirmación de que la España que visitaba tenía muy poco que ver con la suya, la mantenida viva en el fervoroso recuerdo del exilio [...]».

Reconstruir la tragedia de España, palabra a palabra, página a página, escribir las novelas, los cuentos y los poemas de El laberinto mágico, era sentido por Max como una necesidad tan imperiosa como la que llevaron a escribir a Balzac, a Unamuno, a Paul Auster o a Julio Llamazares. Hay, con todo, una diferencia: Aub no escribía solamente sobre el tiempo pasado que ya no volverá, o sobre el sentido de la vida, o sobre pérdidas familiares... Aub escribía sobre los sueños y los ideales de una España de la que él simplemente era uno más.

Ese final, que era una forma de muerte -de muerte civil, sin duda-, le abocaba a una reconstrucción. O sea: a meterse otra vez en el laberinto.

La pluma aubiana estaba determinada -se trataba de un imperativo categórico o, si se prefiere, ético- a rastrear hasta las últimas consecuencias el camino recorrido, meterse imaginariamente en el laberinto, perderse nuevamente en él y encontrar las razones de esa salida, de ese final.

Por eso, si, de un lado, persistió Max en llevar a cabo esa reconstrucción con el testimonio de los testigos y de su propia experiencia, de otro, la narración de los hechos tenía marcado el recorrido. Un laberinto imaginario, pues.

Además, como ese recorrido lo iba a hacer esta vez imaginariamente -o sea: como novelista-, se le plantearon, desde un comienzo, unas cuestiones de escritura -de creación, teóricas- a las que también se propuso dar cumplida respuesta.

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En una entrevista de 1968, refiriéndose a la serie de los Campos, explicaba Aub a su entrevistador:

Hay una línea profunda en esa serie que le voy a indicar, porque usted no la va a encontrar, no por su culpa, ni por la mía. Hay una línea horizontal que es el plan del Laberinto y luego otra vertical, una línea que encuentra usted desde la primera escena de Campo cerrado: es el agua.

La idea del agua, de la disolución del Laberinto, de la imposibilidad del Laberinto, la tiene usted desde el agua que corre en las acequias de Viver hasta el mar de Alicante. No digamos ya en la otra parte de la obra, la partición comunista del agua es curioso seguirla dentro de toda la primera parte del Laberinto, hasta la salida del puerto de Alicante. Luego se pierde... Como el Guadiana. [...] Eso sería la guía. Hay el agua, la guía moral. De pronto la encontramos en caños, pero siempre hay una línea de agua que sigue dentro de la guerra. Después, no. Se pierde, entra en el desierto y ya no hay agua.



Establecía Aub en estas declaraciones, por tanto, una relación directa entre Campo cerrado y Campo de los almendros, una línea que estaba marcada por el recorrido de las aguas, símbolo aquí de la fatalidad histórica que, en julio de 1936, había caído sobre España. Ese recorrido geográfico-histórico tenía una pluralidad de ramificaciones, que narró en los demás Campos. Esas ramificaciones, convertidas en las narraciones Campo abierto, Campo de sangre y Campo del moro, precedían a Campo de los almendros, la novela donde se recogen todas aquellas aguas, todos aquellos antecedentes históricos, antes de congregarse frente al mar y en él precipitarse, en él hundirse, en él perderse. Aguas muertas, vida apagada, ya. Muerte. Olvido...

Pero contra la muerte y el olvido, está la escritura, el poder de la palabra. En 1944, decía Aub: «El olvido -que es prenda política- es lo contrario del afán que nos mueve a los escritores». O dicho en otras palabras, las de uno de los poetas apócrifos de Antología traducida:


   Un día
los muertos frenarán
el rodar de la tierra
frenéticos de tanta injusticia constante
y no la dejarán seguir adelante.
Y la noche se hará.



Contra la muerte y el olvido, la escritura, la palabra. Y sin renunciar -dirá Aub, desafiante pero sin perder la compostura- a ninguna de las prerrogativas de todo novelista.

Unas prerrogativas que en su caso tienen un componente muy particular: ser un sujeto legal. Los vencedores no lo eran.

Escribir era una manera de dejar sentado quiénes conservaban el fuego sagrado de la legalidad.

  —292→  

La justicia y la libertad, pero sobre todo la justicia, es el hilo de Ariadna; había que volver, pues, aunque fuera imaginariamente, al laberinto, había que hacerlo para agarrarse a ese hilo. Agarrarse a él con todas las fuerzas, a dentelladas si hiciera falta. Porque los vencedores se arrogan hasta el derecho de escribir la historia y lo quieren hacer desde la mayor impunidad.

Hayden White, en su libro The Content of the Form, saca a colación que Hegel planteaba en Lecciones sobre filosofía de la historia que ni la «historicidad» ni la «narratividad» son posibles, que ni una ni otra -por otra parte, tan emparentadas pues las anima por igual el mismo propósito de configurar la experiencia humana, dar a ese contenido una forma- son posibles, sin la noción del «sujeto legal», sujeto a quien corresponde ser medio y tema de la narrativa histórica. Hecha esa relación entre legalidad, historicidad y narratividad, no ha de sorprender -continúa diciendo Hayden White- la frecuencia con que la narratividad, bien ficticia o real, presupone la existencia de un sistema legal contra o a favor del cual pudiera escribirse, narrar. Y remontándose a los anales medievales señala además que el impulso a narrar los conflictos y efemérides estaba ya entonces vinculado al deseo por parte del narrador de representar a una autoridad, cuya legitimidad dependía de la clarificación, en la dirección de quien ostentaba el poder, de los hechos históricos.

En el pensamiento del sofista Protágoras, conservado de manera fragmentaria, encontramos razonamientos como éste: «El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son y de las que no son en cuanto que no son». Es decir, para Protágoras «cada hombre individualmente considerado, sería el determinante existencial de lo real. Pero como el individuo vive en una comunidad -la pólis-, es parte y miembro del Estado. Pero, así las cosas, ¿quién legisla, entonces, el individuo o el Estado (pólis)? ¿Puede existir un Estado (pólis) con todas las representaciones de la realidad que tenga cada uno de los individuos? De la necesidad utilitarista nace la propuesta de Protágoras de que la puesta en valor de las sensaciones y de percepciones de la realidad «no es verificada por el sujeto individual, sino que le es impuesta por el grupo social, por la sociedad en que vive. Es la sociedad la que estima lo valioso y lo antivalioso, y el hombre, moldeado por dicha sociedad acata las valoraciones de ésta».

O dicho con otras palabras, también de Protágoras: «Pues lo que a cada Estado (pólis) le parece justo y bello, efectivamente lo es para él [Estado/pólis], mientras que tenga el poder de legislar».

Por un lado, por tanto, se proclama el principio de individualidad y, por otro, se niega ese principio, al ser sometido a una entidad superior que pide sumisión, obediencia, dejación de unos derechos naturales. Tal es el sentido de la réplica de Cicerón a Protágoras: «El derecho tiene su fundamento en el deseo de los pueblos, en los decretos de los gobernantes y en las sentencias de los jueces; es, en consecuencia, aprobado por los votos o los decretos de la mayoría. Tan grande es el poder de las sentencias y de los deseos, que la naturaleza de las cosas es modificada por el voto. La ley puede hacer justo lo injusto».

¿Son todas las leyes iguales? ¿Tienen el mismo valor las que nacen de una voluntad popular torcida por el miedo como las que son expresión del deseo expresado   —293→   en libertad? ¿Puede expresar libremente sus deseos un pueblo al que se le arrebató el deseo y se le sometió a una violentísima guerra y a una larga y tortuosa dictadura? ¿Quién modificó la naturaleza de las cosas, el voto o el poder absoluto? ¿Legisló enmascarada la fuerza bruta? ¿Hicieron, pueden hacer tales leyes justo lo injusto?

Cada pregunta encierra un fragmento, es una parte del todo, y está, a la vez, llena de preguntas, de fragmentos. Pero hay que preguntar y responder, construir y reconstruir. Meterse en el laberinto y buscar una salida. O simplemente perderse en él. Pero buscando, buscando una salida... al laberinto.

¿Puede recuperar el ciudadano su condición de sujeto legal? ¿Puede enfrentarse el súbdito al Estado (pólis) cuando éste ha doblegado, ha secuestrado su deseo? Quizá, como sugiere Hayden White, sea la propia realidad la que dictamine que, en efecto, es posible y conveniente -deseable- que así sea. Porque la realidad pide ser narrada, y esa exigencia confiere al narrador -y a ella misma, por la misma lógica- una autoridad.

El individuo -el súbdito- recupera así su condición de sujeto, requisito indispensable para que el Estado (pólis) recupere a su vez su legitimidad, su derecho a decretar según el deseo del pueblo.

Esa condición recuperada de sujeto devuelve la historia a los predios de la realidad real, que permite aflore el discurso de lo real. Discurso que acaba convirtiéndose él mismo en objeto de deseo en la medida que hace deseable lo real. Para lo cual ha de presentarse lo real con la coherencia formal de los acontecimientos históricos. De este modo, como dice Frank Kermode en The Sense of an Ending, el «peso de la significación» de los acontecimientos contados se «proyecta» a un futuro que va algo más allá del inmediato presente, un futuro cargado de juicio moral y de castigo para los malvados.

Pero, claro, ¿cómo se podrá construir o reconstruir el futuro si la ciudadanía se desentiende de su pasado?

«The status of truth is an endless text», dice Peter Brooks en Psychoanalysis and storytelling. Es decir, toda narración lleva en sí el signo de la parcialidad; o está, si se prefiere, sujeta a la pluralidad y a la ambigüedad. Pero, además, la idea de «an endless text» sugiere la noción de movimiento, de progreso, de avance. Se mire como se mire, hay una incompatibilidad, por tanto, entre el «status of truth» y el discurso épico -coloco el nacionalismo en esta categoría-, pues tal discurso ni acepta la parcialidad, ni la ambigüedad ni las nociones de movimiento, progreso y avance.

El acto de rememorar coincide con la intención de todo narrador, sea novelista o historiador. Esa intención compartida conduce a los diversos discursos a potenciar el mensaje con unas estrategias discursivas que subrayen y hagan cuanto más plástico y comprensible mejor lo que hay en la realidad, en el referente socio-histórico -o si falta, se inventa, se imagina-. Pero, por una parte, no siempre se consigue ese efecto; y, por otra, la solución es puramente discursiva -corresponde a la esfera del factor heurístico- y si bien se la quiere relacionar con el referente -se pretenda que lo recordado es una copia de lo acaecido-, puede, si se falla en el arte de narrar, resultar extraña al referente -a lo acaecido- y terminar, al cabo, por   —294→   segregarse, por convertirse en una unidad desgajada, en una disonancia. Así se rompe uno de los principios básicos de la narrativa, el principio de que todas las partes han de estar conjuntadas -en un orden que si no es el de la realidad, es al menos una reordenación narrativa de la realidad-. Se trata de un principio -al que se puede llegar por diversos caminos- impuesto por uno de los objetivos también esenciales de la narrativa: la transmisión de sentido -«la passion du sens», en la jerga de Roland Barthes-. La pasión por la justicia, en Aub.

Coincidiendo con Barthes, Peter Brooks, en Reading for the plot, señala que los «plots», las tramas novelescas «are not simply organizing structures, they are also intentional structures, goal-oriented and forward-moving». Pero, claro, no todo acaba ahí, porque a renglón seguido uno se dice, sí, bien... pero ¿cómo conjugar ambos objetivos?

Me reafirmo, en tan buena compañía en lo dicho al comienzo: el laberinto es una construcción imaginaria. Es una manera de ensamblar sentido, de significar. Lo decisivo, pues, no es su existencia real, material, sino servir de artilugio, de estratagema discursiva.

El laberinto, una arquitectura verbal, pues. Y también un lugar para la memoria. Y también un lugar donde pensar el mundo.

En Antología traducida, escribía uno de sus poetas apócrifos:


   Bendigo mi prisión
que me hace pensar.





  —295→  

ArribaAbajoDos obras nuevas de Joaquín Maurín escritas en el exilio sin salir de España

Severiano Delgado Cruz



Universidad de Salamanca

Quisiera en estas líneas presentar brevemente a este congreso dos nuevas obras de Joaquín Maurín que, por la novedad de su salida al mercado, quizá no conozcan todavía. Se trata de May: rapsodia infantil y ¡Miau!: historia del gatito Misceláneo, publicadas conjuntamente en un solo volumen por el Instituto de Estudios Altoaragoneses y presentadas el pasado 29 de octubre en el marco del congreso 60 años después: la España exiliada de 1939, organizado por dicho instituto dentro de este congreso plural sobre el exilio, celebrado en Huesca del 27 al 29 de octubre de 1999417.

Las dos obras se apartan por completo del ensayo político que hasta entonces había escrito Joaquín Maurín418, pero su interés no radica en ello, ni en la belleza o   —296→   calidad de las narraciones -que yo, francamente, no entro a valorar para no perderme en el desconocido mundo de la crítica literaria-, sino en las circunstancias en que fueron escritas.

En efecto, Maurín vivió desde el 18 de julio de 1936 hasta el 5 de mayo de 1942 en una especie de exilio sin salir de España. Sorprendido por el golpe militar en Santiago de Compostela, se refugió en la falsa identidad de Joaquín Julió Ferrer con la pretensión de cruzar a la zona republicana por el Pirineo de Huesca. No pudo lograrlo: su presencia cerca del frente despertó sospechas y fue detenido en Panticosa en agosto de 1936, siendo recluido a continuación en la cárcel de Jaca. Se inició así lo que algunos han llamado gran enigma de la guerra o la primera muerte de Maurín y yo considero que podría llamarse el primer exilio de Joaquín Maurín. Solo, aislado de su familia, de su partido y de las instituciones republicanas, pendiente su destino del azar y de la autoridad militar, la fuerza de su carácter fue lo que le permitió sobrevivir a este exilio interior.

En la cárcel de Jaca, para entretenerse y entretener a los compañeros -también para entretener a su hijo Mario cuando volviera a verlo- escribió el cuentecito ¡Miau!: historia del gatito Misceláneo, como luego veremos.

Al cabo de un año encarcelado, las autoridades de la zona nacional no encontraron cargos contra aquel preso alto y serio, de modo que lo dejaron en libertad a finales de agosto de 1937. Pero apenas unos días después, un policía reconoció a Joaquín Maurín Juliá, secretario general del POUM, y lo detuvo. Puesto a disposición de la autoridad militar, Maurín se transmutó forzadamente en Máximo Uriarte Ortega, de Portugalete, preso insólito de la cárcel de Salamanca. En la celda 14 de la vieja prisión de la Aldehuela, ahora desahuciada y en trance de ser convertida en centro cultural, Máximo empezó a escribir May: rapsodia infantil en noviembre de 1938. La obra se dio por terminada en la prisión de Barcelona en mayo de 1942, es decir, cuando Máximo Uriarte Ortega desapareció y Joaquín Maurín regresó a la vida real después de su primer exilio. Pues lo cierto es que Maurín no sólo desapareció bajo identidades falsas, sino que su fuerte carácter, su extraordinaria fortaleza de ánimo, le permitieron crearse un mundo interior en el que encontró refugio mientras a su alrededor se derrumbaba España.

Los avatares de Maurín desde el 18 de julio de 1936 hasta su segunda detención el 7 de septiembre de 1937, han sido narrados por él mismo en sus memorias inconclusas419. Le sorprendió la muerte en Nueva York, el 4 de septiembre de 1973, en el momento en el que escribía sobre su conducción a Zaragoza tras ser detenido e identificado en Jaca420.

  —297→  

En un primer momento, cuando se produjo el golpe militar, Maurín permaneció en La Coruña, inscrito en un hotel con el nombre de Joaquín Julió Ferrer, a la espera de ver cómo se resolvían los acontecimientos421. Como su mujer -Jeanne, francesa- se encontraba en París, de vacaciones en casa de su familia (precisamente se habían despedido en Barcelona el 13 de julio), les escribió para ver si podían conseguir su salida a Francia por vía marítima, en su condición de esposo de una ciudadana francesa, por medio del consulado francés en La Coruña. Jeanne Maurín era hermana de Boris Souvarine, alto dirigente socialista francés, amigo del presidente Leon Blum. El Gobierno francés autorizó la evacuación de Maurín a Francia, pero, desdichadamente, la comunicación llegó al consulado cuando Maurín ya se había ido de La Coruña.

A finales de agosto de 1936 ya estaba claro que la rebelión militar se había convertido en una guerra civil. Gracias al diario de Zaragoza Heraldo de Aragón, que se recibía en La Coruña, Maurín se hizo una idea de la situación de los frentes y consideró factible, ya que las gestiones en Francia parecían no dar resultado, intentar el paso al país vecino o a la zona republicana a través del Pirineo oscense, un terreno que conocía bien por ser el de su pueblo natal, Bonansa, situado casi en la raya entre Huesca y Lérida. Antes de salir de La Coruña se procuró una cédula personal con el nombre falso que había adoptado422. El 31 de agosto escribió una postal a su mujer en París en la que decía: «Mi mujer querida, mi pequeño Mario, mis padres y hermanos queridos: les quiero mucho, mucho, y quizás demasiado en este momento. Besos muy tiernos para todos. Tuyo, mi pequeña. Kim»423.

El 1 de septiembre salió de La Coruña en tren hacia Zaragoza, haciendo noche en Medina del Campo. Llegó a Zaragoza el día 2 por la noche. La cédula personal había pasado todos los controles por el camino. La capital aragonesa, en la que la sublevación militar había triunfado desde el primer momento y estaba sufriendo una cruel represión424, no le pareció un lugar seguro, por lo que al día siguiente salió en tren hacia Jaca, sin una idea clara de qué iba a hacer allí.

  —298→  

Al llegar a Jaca se instaló en una fonda de la calle Mayor, presentándose como Joaquín Julió Ferrer, traductor425. Al cabo de unos cuantos días de estancia en esa localidad comprobó que la policía estaba empezando a interesarse por él, de modo que decidió intentar el pase al otro lado del frente por la parte superior del curso del río Gállego. Consiguió un salvoconducto para ir a Panticosa y partió hacia ese lugar en auto de línea. Al llegar a Panticosa y ver las montañas, comprendió que se había equivocado. Por la parte de Bonansa es fácil pasar a Andorra y a Francia a través del Pirineo, pero en Panticosa la cordillera pirenaica alcanza grandes alturas, con formaciones montañosas tan bellas como inaccesibles. Al día siguiente subió a pie al balneario como si fuera un turista, pero una pareja de la Guardia Civil sospechó de él y lo detuvo. Tras tomarle declaración, en la que afirmó ser un simple traductor que se encontraba de turismo cuando empezó la guerra, fue ingresado en la prisión de Jaca el 8 de septiembre de 1936426.

La prisión, sita en la calle Ramón y Cajal, esquina con la plaza del Marqués de la Cadena, era un antiguo caserón del siglo XV presidido por la Torre del Reloj, que en su origen fue cárcel eclesiástica y en 1936 prestaba funciones de cárcel del partido judicial427. En sus dos departamentos del segundo piso, uno para hombres y otro para mujeres, solía haber media docena de presos. Cuando Maurín ingresó había cerca de trescientos hombres y unas treinta mujeres, de tal manera que se habían habilitado todos los espacios posibles, incluso los rellanos de la Torre y el palomar.

Maurín fue instalado en el departamento general, con un centenar de hombres que compartían un solo retrete. Dos ventanucos eran toda la ventilación. Los presos eran por lo general obreros, campesinos, pequeños funcionarios, maestros, médicos y empleados, de militancia o convicciones republicanas, socialistas o anarquistas. Todos eran de Jaca y su comarca, por lo cual la presencia de don Joaquín llamó en seguida la atención.

Éste es un punto que merece nuestra consideración. Según afirma Caridad Olalquiaga, maestra, que se encontraba presa en un departamento del segundo piso, a Maurín todo el mundo le llamaba «don Joaquín» y le trataba de usted, desde el director de la cárcel al último preso, pasando por los funcionarios y los policías428. Y no porque él pidiera ese trato, sino, en parte, porque era el único forastero, pero   —299→   sobre todo por su porte y su seriedad. Maurín tenía entonces cuarenta años y medía casi un metro noventa; era delgado, de mirada penetrante, voz segura y trato correcto, educado y distante. Con frecuencia se le veía absorto en sus pensamientos mientras paseaba por el patio429. Aunque nunca hablaba de política ni de temas comprometidos, al poco tiempo de estar en la cárcel se había ganado el respeto de todos.

Mientras tanto, Jeanne Maurín, que se había desplazado a Barcelona para ver si podía averiguar algo sobre su marido, recibió el 10 de septiembre, remitida por su madre desde París, la postal enviada por Maurín el 31 de agosto desde La Coruña. Tanto Jeanne como los amigos y compañeros de Maurín consideraron que se trataba de un mensaje final, que Maurín se encontraba en una situación desesperada y se despedía de la familia. En consecuencia, lo dieron por muerto. Jeanne regresó a París. La noticia de la muerte de Joaquín Maurín se difundió a gran velocidad por Cataluña y toda la zona republicana. Su partido, el POUM, organizó numerosos actos de homenaje póstumo, se dio el nombre del dirigente desaparecido a calles, escuelas y hospitales, se publicaron decenas de notas necrológicas. Incluso se dio el nombre de Maurín a la columna del POUM que luchaba en tierras de Huesca430.

A los pocos días de estar preso, Maurín tuvo un encuentro que recordaría durante toda su vida: ingresó un hombre, Vicente Constante Arán, albañil, socialista, con el que Maurín había hecho el servicio militar en 1919. Ambos se reconocieron en seguida. Lo cuenta el propio Maurín431:

Él había cambiado y yo también, pero no tanto como para no reconocernos. Se cruzó entre los dos una mirada de inteligencia: yo me alejé de los demás, poniéndome de espaldas contra la pared; él hizo lo mismo muy discretamente, poniéndose a mi lado, y en voz baja, y mirando distraídamente, nos comunicamos:

-Vicente, me has reconocido.

-Naturalmente. ¿Qué puedo hacer por ti?

-¿Puedes prestarme cinco pesetas para comprar jabón?

-Puedo darte más -dijo.

-No, muchas gracias.

Vicente, conviene que no me hayas reconocido. ¿Comprendes?

-Descuida.

No volvimos a hablarnos.

Desde entonces en adelante pude lavarme la ropa con jabón.



Desde el 28 de julio de 1936 al 15 de febrero de 1937, en que concluyeron, hubo en la cárcel de Jaca 32 sacas de presos, en las que fueron asesinadas 266 personas (260 hombres y 6 mujeres). Otros presos fueron fusilados en llamamientos individuales. En total fueron asesinadas por los sublevados, en la comarca de Jaca,   —300→   351 personas entre julio de 1936 y 1946432. Las sacas se realizaban por orden de la autoridad militar, sin juicio ni consejo de guerra. Simplemente, un camión militar llegaba a la puerta de la cárcel antes del amanecer, un oficial leía una lista de nombres y los nombrados subían al camión433. Después se registraba su muerte a causa de heridas por arma de fuego.

Entre los primeros en ser fusilados estuvieron algunos de los que habían sido procesados por la sublevación de diciembre de 1930 y luego amnistiados: Luis Duch Lacasa (propietario), Aurelio Lanaspa Alastruey (impresor) y Javier Zabalza Elorza (odontólogo) en la primera saca (28/07/36); Ignacio Bueno Ferrer (labrador) en la segunda (07/08/36); Julián Viscasillas Borderas (colchonero) en la quinta (23/08/36); Vicente Malo Zamora (labrador) en la 15.ª saca (14/10/36) y Venancio Domínguez Sánchez (telegrafista) en la 18.ª (27/10/36)434.

Había una saca cada semana, más o menos, con diez, doce, catorce presos cada vez, en las primeras. Cuando había saca el silencio en la cárcel era sepulcral, nadie dormía la noche anterior. Gran parte de los presos se quedaban sin fuerzas para salir al patio, y los pocos que salían pasaban el tiempo atenazados por la tensión y la angustia. Maurín paseaba de un lado a otro de la oficina con la mirada ausente y las manos engarfiadas una en la otra, a menudo tratando de contener las lágrimas435. Un día llamaron para la saca al antiguo compañero de Maurín:

El día que le correspondió el turno a Vicente Constante, al levantarme, él me saludó con la mano, desde lejos. Y se marchó para siempre.

A veces, quisiera tener las creencias religiosas que tuve en mi infancia, porque esa fe me permitiría esperar el reencuentro en la otra vida con las personas más queridas. En ese reencuentro imaginario, Vicente Constante estaría al lado de mi madre...436



A causa del traslado a otra cárcel del escribiente de la de Jaca, Maurín fue llamado para sustituirlo. Poco después pudo incorporar a la oficina a las maestras Caridad Olalquiaga, navarra, republicana enemistada con los carlistas de su pueblo, y Pilar Ponzán, republicana, oscense, hermana de uno de los dirigentes de la CNT local, Francisco Ponzán437. Ambas eran jóvenes, simpáticas e inteligentes438, e hicieron amistad en seguida.

Como el dinero que tenía ya se le había acabado hacía tiempo, Maurín se empleó como estanquero de la cárcel. Encargaba al recadero la compra de tabaco y   —301→   utensilios para fumar y lo vendía en el patio, sin recargo. Los presos le daban pequeñas propinas.

A pesar del ambiente de inquietud y zozobra, Maurín había creado una especie de club informal llamado «El siete y medio», del que probablemente formaran parte las maestras Pilar y Caridad, el pintor Julio Sánchez y otros presos como los jóvenes Benito, Salvador e Hilario y los maduros Laureano, Pardo, Mayner, Ruiz, Garcés, Malle y Lagrava, además del médico doctor del Pueyo y el practicante Cortina439. A propuesta de Maurín, el grupo logró convencer al director de la cárcel para crear una pequeña biblioteca que ayudara a distraerse a los presos y a descansar mentalmente de la continua angustia. Los libros se comprarían con el dinero aportado por las cuotas de los socios (una peseta a la semana). La biblioteca empezó con 20 socios cotizantes, ejerciendo de bibliotecario el ex sargento Pina. Los libros -todos de literatura- eran sometidos a la censura previa del director de la cárcel, don Federico Ramos, el cual autorizó todos, excepto El conde de Montecristo440, supongo que para no dar ideas.

Se compraron libros de Thomas Mann, Pérez Galdós, Victor Hugo, Tolstoy, Amiel... Leyéndolos, y hablando de ellos, muchos presos conseguían reconfortarse. El que más éxito tuvo fue Historia de San Michele, de Axel Munthe441.

Para el asunto del que tratan estas notas, es importante un gato callejero que se hizo un hueco en la cárcel. Apareció en febrero de 1937, débil, enfermo y sucio. Entraba y salía a su antojo por cualquier parte y a cualquier hora, hasta que se hizo amigo de los presos. El practicante Cortina le hizo unas curas. Todos estaban contentos con el gato, porque mantenía a raya a las ratas que inundaban la cárcel. El 27 de febrero, según se atestigua en ¡Miau!, el gato fue adoptado en la oficina, con el permiso del director, y fue llamado «Misceláneo».

Al tiempo que «Misceláneo» llegaba a la cárcel de Jaca, a comienzos de marzo de 1937 se levantó la incomunicación de los presos y se suprimieron las sacas442. Todos los presos fueron condenados a trabajos «hasta el triunfo del Glorioso Movimiento Nacional». Maurín escribió una nota a la madre de su mujer en París, firmando como Joaquín Julió Ferrer, comunicándole que se encontraba bien y que estaba detenido en la cárcel de Jaca. De esta forma Maurín recuperó el contacto con su esposa. Sin embargo, ante el cariz que estaban tomando los acontecimientos en la zona republicana, Jeanne sólo comunicó a unos cuantos dirigentes del POUM que Maurín seguía vivo, y éstos decidieron que lo mejor era mantenerlo en secreto.

Las salidas de la cárcel para trabajos de mantenimiento de caminos y el reencuentro epistolar con Jeanne, mejoraron el ánimo de Maurín y le llevaron a escribir   —302→   una historia sobre el gatito. Dice Caridad Olalquiaga: «Don Joaquín con el fin de entretenerse y escapar al miedo interior que le rondaba, empezó a escribir unas notas sobre el gato que, con el tiempo, se convirtieron en un cuento, al que tituló Historia del gatito Misceláneo»443.

Un capítulo muy emotivo es el que tiene como protagonista a la gatita «Muset», la mascota de Mario, el pequeño hijo de Maurín, en el que éste rememora sus tiempos anteriores:

Una tarde estaba yo en mi casa, trabajando en la galería, muy alta, muy alta [...]. La mamá de Mario en el piano tocaba el Peer Gynt de Grieg, que me encantaba siempre escuchárselo. Mario, acompañado de la muchacha, hacía un rato que había ido al colegio.

El ambiente que reinaba en la casa era dulce, apacible.

Tecleteo de máquina de escribir. Música de Grieg. La caricia embriagadora del sol. Mucha luz444.



Creo que no es necesario hacer ningún comentario.

Maurín cita en ¡Miau! varios libros y autores: Las mil y una noches, los clásicos Tácito, Suetonio y Plutarco; Robinson Crusoe, de la que dice es «una de las novelas más emocionantes e imperecederas que ha producido la inteligencia humana [...] pintura admirablemente dramática del hombre solo, abandonado en una isla desértica, en medio de una Naturaleza desencadenada y frente a la ferocidad de las fieras salvajes» (página 199)445, La vida de las abejas de Maeterlinck, La vida de San Michele de Munthe, La jungla y El libro de las tierras vírgenes de Rudyard Kipling y Platero y yo de Juan Ramón Jiménez, además de muchas referencias a personajes de la Antigüedad y de la literatura clásica, lo cual nos da una idea del tipo de libros que se leían en la cárcel.

¡Miau! fue escrito entre el 1 de marzo y el 10 de abril de 1937446. Los presos colaboraron en hacer de la historia del gatito un libro en condiciones: unos mecanografiaron copias, otros las encuadernaron, otros las ilustraron. Dice Maurín:

Creo que después de la Historia de San Michele, el libro cuya lectura tuvo más éxito en la prisión fue la biografía de «Misceláneo»447.



El volumen publicado por el Instituto de Estudios Altoaragoneses reproduce las ilustraciones de Julio Sánchez («Jules»), pintor de brocha gorda. La ilustración de la cubierta refleja la fachada de la cárcel de Jaca, con su Torre del Reloj. Maurín también introduce a los presos en los cuentos, en especial a «Pili y Cary», las dos maestras de la oficina, aunque menciona a muchos otros a lo largo de sus páginas.

Maurín distrajo también a sus compañeros y amigos hablándoles «de ciertos signos que él veía en las salas y en los cuadros del Museo del Prado, en Madrid.   —303→   Luego, convencido de que las narraciones orales tenían fuerza de suyo, se decidió a escribirlas y formó un libro al cual tituló Misterios del Museo del Prado. ¡Cómo nos ayudaron esas narraciones!», dice Caridad Olalquiaga448.

Esta obra de Maurín permanece inédita. Uno de los escasos lectores que ha tenido, Manuel Sánchez -un poumista del que luego se hablará- dice sobre ella:

No olvidaré nunca la novela sobre el Museo del Prado. Los personajes protagonistas eran nada menos que El Cardenal, de Rafael; La Gioconda, de Leonardo, y una caterva de ilustres figuras que en los cuadros se encuentran, que salían incluso para dialogar y contarse sus cuitas. Un trabajo original, sin duda. De esta novela [...] me dijo que acaso la publicase. La había leído al cabo de los años de haberla escrito.

[...] Según Jeanne, Maurín había terminado de corregir la última página cuando cayó enfermo y no se pudo recuperar. Sé también que el libro tendrá cerca de las quinientas páginas449.



Sin embargo, el ejemplar original mecanografiado en la cárcel de Jaca, con 11 acuarelas de «Jules», tiene sólo 69 páginas450. Creo que Sánchez se confunde con otra obra de Maurín, como luego veremos. Sea como sea, el caso es que la novela sobre el Museo del Prado no se ha publicado.

Mientras tanto, en la zona republicana habían sucedido hechos gravísimos que afectaban a Maurín negativamente. Del 3 al 13 de mayo de 1937 se produjeron en Barcelona graves enfrentamientos armados entre la CNT y el POUM, por un lado, y el PSUC y las fuerzas de la Generalitat, por otro. Como resultado de todo ello cayó el Gobierno Largo Caballero, siendo nombrado el doctor Juan Negrín presidente del Gobierno. Maurín tuvo noticia de todo a través de la prensa que llegaba a la oficina de la cárcel. Desde entonces fueron más frecuentes sus ausencias de pensamiento, la inmersión en su propio mundo interior. Estaba más triste y pálido451.

El 16 de junio, la policía de la República detuvo en Barcelona al comité ejecutivo del POUM, pasando todos a prisión, salvo Andrés Nin -sustituto de Maurín al frente del partido- quien desapareció tras ser conducido a la cárcel de Alcalá de Henares. El hermano pequeño de Maurín, Manuel, murió a consecuencia de la detención. El POUM fue sometido a una fuerte campaña de ataque y descrédito políticos por parte del PCE bajo la acusación de ser enemigos de la República y agentes infiltrados del fascismo. El partido, por tanto, pasó a la semiclandestinidad. Se difundió la noticia (falsa) de que Nin había sido rescatado de la detención en Alcalá de Henares por agentes de la Gestapo alemana. Se difundió el bulo de que Maurín había sido visto en Burgos. Los militantes del POUM pintaban en las paredes «Doctor Negrín ¿dónde está Nin?», a lo cual respondían los comunistas añadiendo: «En Salamanca o en Berlín».

  —304→  

A finales de agosto de 1937 comenzaron a llegar a la cárcel órdenes de libertad. Las autoridades nacionalistas estaban revisando los expedientes de los presos y muchos de ellos quedaron libres por falta de acusaciones concretas, entre ellos Joaquín Julió Ferrer. De esa forma tan inesperada, Maurín se encontró nuevamente en la calle y con un salvoconducto oficial en el bolsillo.

Animado por la idea de encontrar trabajo en una serrería de Hecho en la que trabajaban varios antiguos presos, se encaminó a esa localidad, a la que llegó el 5 de septiembre. Cuando estaba cenando en la fonda del pueblo, un policía le pidió la documentación. Maurín le entregó el salvoconducto, pero se le cayó el alma a los pies: el policía era el mismo que le había detenido el 12 de enero de 1925 en Barcelona, en el transcurso de un tiroteo del que Maurín había salido herido en una rodilla. Y el policía le había reconocido también452.

El 7 de septiembre de 1937 Maurín ingresó detenido, con su verdadera identidad, en los calabozos de la Comandancia Militar de Jaca. Prestó declaración ante el comandante de la plaza, capitán Rosi, y el jefe de policía, acerca de su actuación desde el 18 de julio de 1936. El capitán Rosi le autorizó a escribir a su mujer en París comunicándole la detención e identificación.

El 10 de septiembre, custodiado por la Guardia Civil, Maurín ingresó en los calabozos de la Delegación de Orden Público de Zaragoza. A partir de ese momento terminan las memorias de Joaquín Maurín y empieza el período más oscuro y desconocido de su vida, la segunda parte de su exilio interior: cuando, oculto bajo una falsa identidad que esta vez le imponen otros, se transforma en el Robinson Crusoe de la cárcel de Salamanca.

En cuanto Jeanne leyó la carta enviada por Maurín desde Jaca, comenzó a ponerse en contacto con todo tipo de personas para intentar salvar la vida de su marido: la Cruz Roja Internacional, la Unión Interparlamentaria, el Gobierno de la República española, la Generalitat de Cataluña, el Foreign Office británico, el Independent Labour Party...453 Sin embargo, la única gestión fructífera fue la realizada con la familia de Maurín. A través de un primo de éste que se había refugiado en Périgueux (Francia), logró entrar en contacto con mosén Ramón Iglesias Navarri, cura militar, a la sazón secretario del vicariato castrense del ejército de Franco454. Mosén Iglesias, que sentía un gran afecto por su primo a pesar de las diferencias ideológicas, viajó inmediatamente de Toledo a Zaragoza para ver qué podía hacer.

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Mosén Iglesias se presentó en la Delegación de Orden Público de Zaragoza hacia el 17 de septiembre vestido de uniforme militar y de esta manera consiguió entrevistarse con su primo, comprobando que se encontraba bien. Más tarde se entrevistó con el capitán general de la V Región Militar, Tomás Gari Cano, con el auditor militar y con el delegado de Orden Público, comandante Aguirre Cárdenas. En aquellos momentos el capitán general absorbía, además de sus competencias militares, también las competencias judiciales -como autoridad máxima de la ley marcial-, la gestión de las cárceles y de los campos de prisioneros y la jefatura de hecho de la comisaría de Investigación y Vigilancia455. En el transcurso de aquellas conversaciones se acordó poner a Maurín a disposición del Cuartel General del Generalísimo, en Salamanca, para su posible canje por alguna personalidad nacionalista presa en zona republicana. Para reforzar lo acordado, mosén Iglesias viajó a Salamanca, donde se entrevistó con Ramón Serrano Súñer, abogado, diputado de la CEDA por Zaragoza, que había llegado a Salamanca recientemente tras escapar de la zona republicana456.

Serrano Súñer, cuñado del general Franco, no ocupaba todavía ningún cargo oficial, aunque vivía con su mujer e hijos en una buhardilla del palacio episcopal, cedido gentilmente por el obispo Plá y Deniel para sede del Cuartel General. Había sido detenido en Madrid al comienzo de la guerra e ingresado en la cárcel Modelo. Hacia finales de septiembre de 1936, el diputado socialista Jerónimo Bugeda, a la sazón subsecretario de Hacienda, amigo personal de Serrano, consiguió su traslado por razones de salud a la Clínica España, en el barrio de Argüelles, de la que pudo escapar con ayuda del doctor Gregorio Marañón para refugiarse en la Embajada de Holanda. Finalmente, merced a la cobertura del servicio diplomático argentino, logró salir de España por barco desde el puerto de Alicante. De allí pasó a Marsella y Hendaya y, finalmente, el 20 de febrero de 1937 llegó a Salamanca457.

No es descabellado pensar que Serrano tuviera en mente la ayuda que él mismo había recibido de un diputado socialista a la hora de procurar auxilio a otro diputado, aunque fuera izquierdista. En aquellos momentos no ostentaba ninguna autoridad oficial, aunque su influencia en el Cuartel General era muy grande tras conducir la operación política que culminó con el decreto de Unificación del 19 de abril de 1937, que convirtió a Franco en jefe del partido único. En aquellos días Serrano Súñer parecía compartir el poder político con su cuñado458, pero como carecía de cargo oficial, tuvo que recurrir al asesor jurídico del Cuartel General, teniente coronel Martínez Fuset -hasta entonces la mano derecha de Franco en asuntos jurídicos- para poder cumplimentar la petición de socorro que le hacía el comandante jefe de los capellanes militares. Al fin y al cabo, Maurín no era comunista, sino que su partido era perseguido por éstos, y no había cometido ningún delito de sangre. Una solución posible era esconder a Maurín en la propia cárcel de Salamanca, pero   —306→   a condición de que se guardara el más absoluto secreto sobre su verdadera identidad. Después, ya se vería.

A este respecto, Serrano Súñer dijo tiempo después:

... hablamos con Carlos Rojas de cosas pasadas y presentes, el tema de la lucha del POUM con los comunistas en Barcelona durante la guerra civil que él conocía más de cerca que yo y sobre el que me dio datos que ignoraba. En la conversación saltó el nombre de Maurín, a quien yo había visto una sola vez en Zaragoza, siendo diputado por la capital de Aragón durante las Cortes de la República459.

Cuando después de mi arriesgada evasión de Madrid pude llegar a Salamanca, a los pocos días460, un cura castrense, conocido mío, llamado Iglesias Navarri -que más tarde sería obispo de Seo de Urgel, copríncipe de Andorra, y con quien mi familia y yo hicimos muy afectuosa relación de amistad- me habló con mucha reserva e interés de la situación de Maurín, idealista, gran persona y pariente suyo -me dijo-, que se encontraba en zona nacional en situación de extremado peligro, y me pedía que le ayudara a tratar de salvarle. Me contó que Maurín había estado primero escondido, con nombre supuesto, en una casa de huéspedes de Galicia, pero que un día fue detenido y trasladado a la cárcel de Jaca, continuando con el nombre supuesto, hasta que en Huesca se descubrió su verdadera identidad. Pues bien, con la colaboración de un policía de mi mayor confianza, se le trasladó a la cárcel de Salamanca -también con otro nombre supuesto- y allí estuvo unos años hasta que fue juzgado por un Consejo de Guerra, no condenado a muerte, y obteniendo luego la libertad condicional461.



En efecto, según consta en el expediente 108.991 de la Dirección General de Instituciones Penitenciarias462, Máximo Uriarte Ortega, natural de Portugalete, hijo de Julián y Teresa, de 42 años, de profesión traductor, casado y con un hijo463, ingresó en la prisión provincial de Salamanca el 5 de diciembre de 1937, por orden del asesor jurídico del Cuartel General del Generalísimo.

Como resultado de sus gestiones, mosén Iglesias escribe a su hermano Joaquín en Périgueux:

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Ante la insistencia y preocupación de nuestra prima [Jeanne] por la suerte de su esposo, fui a Jaca y a Zaragoza, donde pude saludarle y despedirle con un abrazo. Estuvimos charlando casi una hora, juntamente con los que están a su cuidado, quienes, por cierto, tienen toda clase de atenciones. Saqué la impresión de que por ahora no corre ningún peligro, y creo que me avisarían si sufriera alguna alteración en su importante salud. Hasta le favorecen las noticias que se reciben de los suyos... [¿La persecución del POUM en la zona republicana?] Le dejé recomendado a un doctor amigo mío de mucha fama, quien me acompañó para verle y quedó en visitarle de nuevo [¿Serrano Súñer?]464.



La cárcel de Salamanca fue construida en 1930 y estaba destinada a albergar unos 100 presos465. Consta de un módulo celular y otro de galerías comunes. El pabellón celular tiene 21 celdas dispuestas en dos alturas, 10 abajo y 11 arriba. El   —308→   pabellón es trapezoidal, de tal forma que el lado que da al centro de vigilancia es más ancho que el opuesto. La parte más estrecha forma un cuerpo semicilíndrico o ábside que se aprecia claramente desde el exterior. Los lados más largos son los de la izquierda y la derecha, según se mira desde el centro de vigilancia. Las celdas se encuentran situadas a la izquierda y en el ábside. Abajo están de la 1 a la 6 en el lateral y a continuación de la 7 a la 10 en el ábside. Las de arriba son de la 11 a la 17 en el lateral y de la 18 a la 21 en el ábside. Ambas alturas se comunican por medio de una escalera que se abre entre las celdas 3 y 4, abajo, y 14 y 15, arriba466. Una plataforma voladiza permite la comunicación entre todas las celdas de arriba. En el lateral derecho unos grandes ventanales proporcionan abundante luz al conjunto. Cada celda mide 3 metros de ancho por 4 de largo y tiene una ventana cuadrada de un metro de lado situada a 1,40 m del suelo, así como un retrete turco y un lavabo.

Este pabellón dispone de un patio propio, pequeño. El otro módulo está formado por dos galerías rectangulares, situadas en la segunda planta, en las que los presos hacían vida en común día y noche, con otro patio más grande. Las galerías tenían ventanas altas, de tal forma que los presos no podían asomarse por ellas, lavabos y letrinas. No había ningún tipo de calefacción ni en las celdas ni en las galenas. Debajo de éstas, en la primera planta, había dependencias diversas.

Entre ambos módulos están las dependencias de oficinas y enfermería, comunicaciones y peluquería. Por el lado del patio grande que da a la Aldehuela y al río Tormes están la escuela, la biblioteca y las duchas. Por el lado que da a los desmontes están los talleres, los comedores, la cocina y el economato. Flanqueando la puerta principal se encuentran las viviendas del director y del subdirector467. En 1936 también estaba allí la capilla. En el punto de encuentro de los dos módulos, en el centro geométrico de la prisión, se encuentra el centro de vigilancia, es decir, la oficina acristalada desde la que los funcionarios podían vigilar el pabellón de celdas y el acceso al resto de las dependencias. Los patios están cerrados por tapias de unos cuatro metros de alto. Luego hay un espacio de seguridad vacío, llamado recinto, de diez metros de ancho, y una tapia perimetral más alta con garitas en las esquinas. Los funcionarios iban armados con pistola y la prisión era custodiada por militares.

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Por esta cárcel pasaron algo más de dos mil presos durante la Guerra Civil468. La aglomeración era terrible. En las celdas, destinadas en principio para uno o dos reclusos, había doce o trece en cada una. En las galerías había tal cantidad de presos que tenían que dormir dando los pies de uno con la cabeza del otro y completamente pegados por los costados, como sardinas en lata469. Las enfermedades y dolencias de pulmón y corazón eran muy frecuentes. Los piojos vivían a sus anchas. El rancho se componía de café con leche aguado por la mañana, legumbres, patatas, arroz, pan negro, a veces bacalao o arenques, muy poca carne, escasa fruta. Los presos podían recibir comida de fuera, llevada por sus familias, y comprar tabaco, ropa y útiles de aseo en el economato.

El patio pequeño tenía cuatro puertas: la puerta de la escalera situada en la mitad del pabellón de celdas; en un extremo del pabellón, otra puerta que daba al centro de vigilancia; otra puerta más permitía el paso a la cocina y las leñeras, situadas bajo una de las galerías; y por último un gran portón de hierro que daba al recinto, por el que pasaban los carros de servicio de la cocina (alimentos, basura, leña). Para mayor control de los presos y evitar que salieran por cualquiera de las otras tres puertas, se había levantado dentro del patio una cerca de ladrillo hasta la altura de la cadera, continuada por una valla de alambre hasta por encima de la cabeza. Es decir, era un patio dentro de otro, llamado patio chico, al que sólo se podía acceder por la puerta de la escalera. Los condenados a muerte, que ocupaban las celdas 7, 8, 9 y 10 (parte de abajo del ábside) salían a pasear al patio chico. El resto de los presos paseaban en el patio grande. Los funcionarios y los presos de confianza podían pasar por la «zona de servicio» del patio sin entrar en el patio chico.

Maurín fue instalado en la celda número 14, en la segunda planta, junto a la escalera. Él mismo nos lo cuenta:

La pesada puerta de la celda se cerró detrás de mí con un fuerte ruido de cerrojos. Quedaba rigurosamente incomunicado.

Entre mi persona y el mundo exterior acababa de abrirse un verdadero abismo. Dejaba de existir como individuo social, convirtiéndome, repentinamente, en una sombra animada.

La celda era estrecha y alargada, como un nicho, como una tumba470. Las paredes, sucias y llenas de abigarradas inscripciones, reflejaban cansancio y dolor. ¿Qué es lo que no habrían visto aquellos muros de la vieja prisión? [...]

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El aspecto tétrico de la celda estaba acentuado por el hediondo zambullo y el oxidado y mugriento lavabo471.

Del techo pendía el cordón eléctrico de una bombilla polvorienta, casi opaca. En los rincones, las arañas vigilaban parapetadas en su tupida red.

La luz entraba en la celda tímidamente, como amedrentada, por entre los gruesos barrotes de la reja.

¡Incomunicado!

Leí el reglamento pegado a la puerta.

«Prohibido hablar en alta voz»... ¡Qué humorismo! ¿Hablar con quién? «Prohibido cantar»... ¡Seguía el humorismo! «Prohibido silbar»... «Prohibido dar golpes en las paredes»... Prohibido, en fin, todo aquello que fuese la más leve manifestación de vida.

Se me negaba el derecho a la palabra. No podría leer, ni escribir. [...]

De un golpe dejaba de ser hombre, retrogradando a una especie zoológica inferior. [...]

Cansado, me senté sobre el fementido petate, enrollado igual que una estera, y traté de coordinar ideas. Imposible. El pensamiento, revuelto, agitado, febril, parecía un caballo desbocado, saltando, en loca carrera, cercas y vallados.

Me puse de pie. Intenté pasear de un extremo a otro de la celda. Cinco pasos cortos. En realidad, no hacía más que dar vueltas como una peonza. Me mareaba. Sentéme de nuevo.

Abrióse ante mí un enorme interrogante, que me invitaba a colgarme de él:

-¿Para qué vivir?

Cuando la existencia es una atroz tortura moral, la idea del suicidio aparece como una esperanza. Es la única liberación posible... Recordé, luego, que otros habían pasado por la cárcel... Sí, Fray Luis de León, Cervantes, Quevedo, Voltaire, Diderot, Jovellanos, Dostoyevsky, conocieron los tormentos de la prisión. Mas, el que otros hubiesen sufrido ¿me podía consolidar? [sic. Debe ser una errata por «consolar»].

Además, yo no era Cervantes, ni Quevedo, ni Jovellanos...

Yo, simplemente, era Julio Tiznel. Un preso. Es decir, don Nadie472.



Es decir, Máximo Uriarte Ortega, de Portugalete.

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La llegada de Máximo Uriarte a la celda 14 causó sensación, en primer lugar porque desalojaron a los trece o catorce presos que había en ella para hacerle sitio. Maurín/Máximo fue el único preso, durante todos estos años, que disfrutó de una celda para él solo473.

-«Es un pez gordo, es un pez gordo» -decían los presos, pero nadie sabía nada474.



La vida en la cárcel era monótona, como es de suponer: levantarse a las 7 o las 8 de la mañana, según la época del año, desayuno, patio, comida a las 12, encierro, patio hasta las 8 o las 9 de la tarde, cena, silencio a las 9 ó 10 de la noche. Cuando iba a haber ejecuciones al día siguiente, el corneta daba el toque de silencio con un final especial, de modo que todos quedaban avisados. El ánimo se encogía y, como en la cárcel de Jaca, el silencio envolvía la cárcel.

Maurín pasó algún tiempo completamente incomunicado y sin poder salir al patio:

Transcurrieron días, semanas, meses...

Medía el paso del tiempo por las sombras que por el hueco de la ventana, procedente del patio chico de la prisión, se reflejaban y se movían en el techo de la celda475.

Supe que en el patio chico paseaban los presos condenados a muerte.

Cuando ingresé en la celda, conté en el techo hasta cincuenta sombras, que iban, venían y desaparecían. Poco a poco, fueron disminuyendo. Un día, de golpe, observé un bajón de diez sombras. Me horroricé. Generalmente, las sombras iban desapareciendo a un promedio de cuatro o cinco por semana.

  —312→  

Estas sombras eran mi única compañía. Los días de lluvia o nublados, que no había sombra, quedaba anonadado.

Cuando ya no quedaban más que diez sombras, durante unas semanas, no noté bajas. En mi desgracia me sentía casi feliz. Hubiese deseado que esas diez sombras queridas no me abandonasen nunca. Silenciosamente, borrosamente, se paseaban por el techo y me acompañaban.

De súbito, se produjo una catástrofe. En un par de semanas las sombras quedaron reducidas a tres. Después sólo quedó una. Y finalmente, ya no hubo más... Me sentí completamente abandonado.

Un día, por fin, me fue levantada la incomunicación476; pero quedé separado de los otros presos, y sometido a un régimen de aislamiento. Tenía una hora diaria de paseo. Salía al patio chico, y allí permanecía bajo la mirada de un guardián.

Con el tiempo, las medidas de rigor fueron disminuyendo. El paseo se prolongó, y, finalmente, el guardia acabó por desaparecer, dejándome solo en el patio477.



Maurín se encontraba en un régimen especial de incomunicación, de forma que sus horarios nunca coincidían con los del resto. Le llevaban los alimentos a la celda y el barbero le aseaba allí mismo en presencia de un funcionario, junto al lavabo oxidado.

«-¿Necesitas algo, Máximo?» -le preguntaba Jerónimo Madrid.

«-No, nada, Madrid» -respondía Maurín.



Y ésa era toda la conversación. Maurín llevaba una vida muy austera, incluso dentro de la austeridad de la prisión. Por suerte, había sido siempre un hombre ordenado y metódico, con poca vida social aparte de la actividad política, lo que le ayudó a sobrellevar las condiciones carcelarias. Pero echaba de menos terriblemente a su mujer y a su hijo.

A pesar de la incomunicación, había un jefe de servicio, don Alfonso Ratero Risueño, de convicciones republicanas, a quien los nacionalistas habían fusilado a un hermano, que gustaba de conversar con Maurín. Muchas noches subía a buscarlo a la celda y le dejaba sentarse a charlar con los funcionarios en el centro de vigilancia. A veces le dejaban leer los periódicos. Se hablaba de todo, de cualquier cosa que no tuviera significado político. Maurín sacaba entonces a relucir sus dotes de maestro y conferenciante y hablaba a los funcionarios de temas de historia, geografía o literatura.

Los funcionarios eran profesionales que ya estaban allí desde antes de la República. Acostumbrados a tratar con delincuentes comunes, la presencia de tal cantidad   —313→   de presos políticos los tenía un poco abrumados. Su trato era correcto, dentro de las condiciones de masificación que también a ellos les afectaba. La situación sólo cambió cuando después de la guerra fueron destinados a Prisiones muchos oficiales militares provisionales, muy politizados, que veían a los presos como enemigos. Pero los funcionarios antiguos procuraban que la vida de los presos fuera llevadera. A Maurín lo trataban con respeto y consideración. Y también allí le permitieron privilegios que llenaban de rumores la cárcel, sobre todo el que, cuando los domingos y fiestas de guardar se armaba el altar encima del centro de vigilancia para la misa obligatoria, el único preso que permanecía en su celda, con la puerta cerrada, era el de la 14.

Con los cinco duros que cada mes le giraba su primo mosén Iglesias478, Maurín compraba útiles de aseo, libros, papel y tinta. Nunca quiso comer nada más que el rancho. Se pasaba la vida leyendo y escribiendo. Se leyó todos los libros que el cura de la cárcel, don Joaquín Alonso479, había permitido que siguieran en la biblioteca, y compró a través del recadero muchos libros de la colección Austral de Espasa-Calpe. También su mujer le enviaba libros de Heine, Rabelais, Esquilo...480

Al principio contó con el gran apoyo don Filiberto Villalobos, médico, diputado liberal, buena persona, que le reconoció de inmediato pero ocultó su identidad. Don Filiberto, con su gran personalidad, acompañaba a Maurín grandes ratos y le daba mucha conversación, especialmente sobre Miguel de Unamuno. Cuando Villalobos fue puesto en libertad, en mayo de 1938, Maurín se quedó bastante solo, aunque había ido haciendo amistad con algunos presos, como don Domingo Segarra, juez de primera instancia, hombre de gran cultura y muy ameno. Por otra parte, a medida que pasaba el tiempo la identidad real de «Máximo» iba siendo conocida por más presos y las medidas de aislamiento se iban relajando, de manera que Maurín podía comunicarse con otros presos cuando salía a pasear al patio chico.

Para entretenerse y aprovechar las conversaciones con don Filiberto Villalobos, Maurín escribió en 1938 una obra titulada Unamuno o la paradoja: Don Quijote en el siglo XX: notas para una semblanza, de 190 páginas481. Pero más importante, para lo que nos ocupa en estas notas, es que comenzó a escribir May: rapsodia infantil, la segunda de las obras recién publicadas por el Instituto de Estudios Altoaragoneses.

El original manuscrito482 tiene 293 páginas en 8.º y está fechado entre la prisión de Salamanca, noviembre de 1938, y la prisión de Barcelona, mayo de 1942. Probablemente   —314→   empezara a escribirlo tras terminar la obra sobre Unamuno, y lo da por finalizado justo cuando recupera su verdadera identidad. Por tanto, May es, más que una obra proyectada y planificada, un texto en el que Maurín, privado hasta de su nombre, se refugiaba para sentirse cerca de su familia. En la soledad de su aislamiento, la única manera que tenía Maurín de acercarse a ellos era con la imaginación. Este libro no lo escribió Maurín, como el de Jaca, para entretener a nadie, sino para darse ánimos a sí mismo, para no caer en la desesperación. Escribía para no enloquecer, como dijo muchas veces.

May consta de 58 historias, algunas breves, otras más largas. Si me permiten esta manía de bibliotecario, podemos decir que sale a 1,4 historias al mes (42 meses entre la primera fecha y la última). Lo importante es que Maurín se esfuerza por no perder nunca el contacto, aunque sea en lo imaginario, con su familia. Las primeras narraciones reflejan recuerdos familiares verdaderos. Por ejemplo, reaparece el ratón que se cae en una cuba de vino483, un cuento de los que a Mario le gustaba que le contaran antes de acostarse484, y «Muset», la gatita de Mario, muerta al caerse desde el alféizar de la ventana de un sexto piso. El ambiente rememorado por Maurín es el mismo:

Un día entre los días, después de que May se ha ido a la escuela, Muset [...] aprovecha la oportunidad de estar abiertas las ventanas de la galería para dar un salto y ponerse en el alféizar [...].

Es una magnífica tarde de primavera inundada de luz. Seis pisos debajo de las ventanas de la galería, el jardín desborda de color sobre una gran mancha verde. El perfume de las flores y acacias embalsama la atmósfera [...]. Suena próximo el esquilón de un convento de monjas. Hiende el espacio una golondrina...



Después, en ambos libros, un golpe de aire cierra de súbito las ventanas de la galería y «Muset» cae a la calle485. Maurín debía llevar muy dentro aquel momento de paz, de luz primaveral, turbado por el disgusto de la muerte de la gatita486.

En los relatos finales, Maurín tiende a alejarse de la memoria real, inventándose historias a partir de recuerdos o con fines didácticos. Son cuentos escritos para sí mismo. Como señala Mario Maurín:

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En los últimos capítulos, May queda reducido a un mero nombre. Quiero decir que para mi padre ya se trata menos de su hijo que de él mismo. Regresa por la imaginación a su Bonansa natal y a los verdes paisajes de su propia infancia perdida487.



Pero, en su situación de aislamiento, Maurín no se enteró de que el 27 de diciembre de 1937, unos días después de su ingreso en la cárcel de Salamanca, el POUM había sido suspendido por orden judicial en la zona republicana, ni que el 5 de noviembre de 1938 el partido del que era todavía secretario general (Nin fue nombrado secretario político, para no ocupar el puesto de Maurín) había sido disuelto por resolución judicial firme. Ni de la muerte de su hermano Manuel488. Tampoco supo que el 5 de noviembre de 1938 un tribunal especial declaró disuelto el POUM en sentencia firme y condenó a sus dirigentes a fuertes penas de prisión. Por sus visitas al centro de vigilancia sabía más o menos la marcha de la II Guerra Mundial, pero poco más.

Aparte de May, Maurín escribió mucho en su celda, por ejemplo, el primer relato de En las prisiones de Franco, «Valentín»489. Además de May y de Unamuno o la paradoja, escribió Amor y comedia, novela en tres partes. El borrador autógrafo tiene 330 páginas en 4.º y está fechado en noviembre de 1941. Las partes se titulan La juventud de Luis Algol, La gran carcajada y Los misterios del Museo del Prado. Todas ellas fueron corregidas y aumentadas, por lo que tienen 293, 327 y 330 páginas respectivamente, y están datadas entre 1937 y 1941490. Ésta debe ser la novela de casi quinientas páginas que Maurín estaba revisando cuando falleció y que Manuel Sánchez confunde con Los misterios del Museo del Prado, ya que, por lo que parece, Maurín decidió incorporar, ampliada, la novela escrita en la cárcel de Jaca en 1937.

Sánchez es una de las pocas personas que la han leído. En carta a Juan Andrade del 14 de agosto de 1940, dice: «Es una obra escrita con una ironía ponderada, en la que se nota cierta tragedia interior del autor, algo decepcionado por muchas cosas. Refleja, a mi parecer, algunas horas de amargura». Añade que le parece algo recargada de erudición. Dice que el personaje central es un hombre culto, aunque el libro arranca desde su niñez. De joven se hace discípulo de un filósofo al estilo de Unamuno y termina por aceptar y dar expresión a sus paradojas. Se ríe, con seriedad impasible, de muchas cosas divinas y humanas. Entre las anécdotas, cita una visita del joven a su viejo maestro en que éste le enseña la edición de cada una de sus obras, lujosamente encuadernadas. Pero luego observa que detrás de cada uno de los doce o trece volúmenes de la colección, de la que no queda nada más que la encuadernación, hay una botella de vino de la mejor marca: Málaga, Jerez, Porto,   —316→   Champagne del que dice que es la cuarta dimensión, etc. El viejo, desilusionado puesto que todas sus enseñanzas y su moral, su educación, no se avienen con el presente, ha quemado sus libros.

Muerto el viejo filósofo, no se sabe si el joven profesor acepta o no la filosofía negativa, pesimista y humorística del maestro, pero de hecho se dedica a explicar sus teorías y paradojas. En conjunto, concluye Manuel Sánchez, esta obra es una crítica mordaz de muchas cosas491.

El 5 de marzo de 1941 ingresó en prisión Manuel Sánchez, empleado en las oficinas de la Tabacalera, dirigente de la agrupación poumista salmantina y miembro del Comité Central del POUM492, que había sido detenido en Portugal después de pasarse toda la guerra escondido en su casa de la calle Caleros. Le detuvo la policía portuguesa cuando intentaba refugiarse en aquel país y fue entregado a las autoridades españolas.

Sánchez fue destinado a la celda 18, es decir, una de las de la segunda planta, en el ábside. Un día, estando con la puerta entornada para ventilar la habitación, vio pasar a Maurín hacia su celda. Lo reconoció inmediatamente. Desde entonces se las arregló para verse todos los días un rato con él en el hueco de la escalera, o para acompañarle en sus paseos por el patio chico. Sánchez fue muy pronto destinado a las oficinas de la prisión y tenía bastante libertad de movimientos. A pesar de que a este compañero de partido le traían todos los días la comida desde casa, Maurín nunca quiso aceptar nada. Decía que ya se había acostumbrado a lo malo y no quería acostumbrarse a lo bueno, por si acaso493. Sánchez vino a llenar el vacío de amistad que había dejado don Filiberto desde que fue liberado en abril o mayo de 1938. Las charlas con Sánchez hicieron mucho bien a Maurín, que llevaba aislado desde diciembre de 1937, algo más de tres años, de tal forma que establecieron una firme amistad que perduró hasta el fallecimiento de Maurín.

Un día de comienzos de abril de 1940, un agente de la comisaría de Investigación y Vigilancia, por orden del director general de Seguridad, accedió a la cárcel para interrogar a Máximo Uriarte494. Nada se sabe del resultado ni de los fines del interrogatorio. Maurín dijo a Sánchez que había venido a rellenar unos cuestionarios, pero me inclino por pensar que no le dijo la verdad. El ministro de la Gobernación era Serrano Súñer y el director general de Seguridad uno de sus hombres de confianza, el falangista José Finat. El caso es que poco después, el 10 de mayo, Maurín fue puesto a disposición del ministro de la Gobernación, por supresión de la Asesoría Jurídica del Cuartel General. O sea, Maurín pasaba a depender directamente de Serrano Súñer. Es muy probable que la visita del policía esté relacionada con ese cambio, pues de lo contrario no se explica.

  —317→  

El 20 de diciembre de 1940, el nuevo director de la prisión de Salamanca eleva al director general de Seguridad un oficio de contenido muy sustancioso:

Excmo. Sr.

Informado al posesionarme de la dirección de este establecimiento, de que existen ciertas órdenes reservadas con respecto a la incomunicación del recluso JOAQUÍN MAURÍN FERRER, que ingresó con el nombre de MÁXIMO URIARTE ORTEGA, que a mí no me han sido trasladadas por ignorarlas igualmente el funcionario que accidentalmente me precedió en el mando de esta Prisión, y a fin de no incurrir en responsabilidad alguna, dado que actualmente el aludido recluso goza de determinadas horas de paseo, sin contacto claro está con el resto de la población reclusa, pero inevitablemente observado por la misma, por las condiciones del edificio y susceptible de entenderse por señas al menor descuido del funcionario; ruego a V. E. tenga a bien aclararme, si la incomunicación ha de ser rigurosísima en su celda o por el contrario, compatible con determinadas horas de paseo, no obstante los inconvenientes antes apuntados.

Al propio tiempo y habida cuenta, de que por el tiempo que el indicado sujeto lleva recluido en este establecimiento, parece ser que ya no es una incógnita su personalidad entre el resto de la población reclusa, me permito con todos los respetos ponerlo en conocimiento de V. E. por si estima debiera ser trasladado a un establecimiento de vigilancia y condiciones más adecuadas.

Dios guarde a V. E. muchos años495.



El peligro es grande, ya que el 20 de octubre de 1940 Serrano Súñer pasó de Gobernación a Asuntos Exteriores y Gobernación fue asumido por el propio general Franco. Maurín, por tanto, pasó a depender de Franco. Sin embargo, Serrano Súñer había mantenido como subsecretario de Gobernación a otro de sus hombres de confianza, José Lorente Sanz. Por tanto, el director general de Seguridad contesta, el 7 de enero de 1941, que:

... el detenido a disposición del Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación, JOAQUÍN MAURÍN FERRER, por ahora continuará en la misma situación en que se encuentra de incomunicado, sin perjuicio de que goce de determinadas horas de paseo sin contacto con el resto de la población reclusa [...]496.



Todo esto parece indicar varias cosas: que Serrano Súñer seguía teniendo control e influencia en Gobernación; que sus hombres de confianza conocían la verdad sobre «Máximo Uriarte Ortega», y que Franco no sabía nada. Es decir, aunque parezca una conclusión arriesgada, Serrano Súñer había ocultado a Maurín en la   —318→   cárcel de Salamanca sin decir nada a Franco, cuando aún no era nadie oficialmente, como gesto de amistad hacia mosén Iglesias Navarri. Una vez asumido el Ministerio del Interior en el primer Gobierno de Franco, en Burgos, el 1 de febrero de 1938, había mantenido la incomunicación para evitar que el conocimiento de la verdadera identidad de «Máximo Uriarte» acarreara perjuicios a ambos. Y cuando terminó la guerra no sabía muy bien qué hacer, por lo que optó por dejar las cosas como estaban.

Esto parece la conclusión más lógica, como luego se verá.

En uno de los primeros días de mayo de 1942:

... una mañana, al hacerse de día, fui despertado bruscamente por el oficial de servicio.

-¡Levántese en seguida!

-¿Qué pasa? -pregunté un tanto alarmado.

-Vístase inmediatamente y recoja sus cosas sin pérdida de tiempo, pues va usted trasladado a otra prisión.

Me quedé de piedra. Pero la orden era terminante, y no cabían regateos ni dilaciones.

Dí un salto, me vestí, rápidamente, lié las mantas y el petate; puse mi ropa y papeles en la maleta, y en menos tiempo casi que el que se necesita para contarlo, estuve listo497.

«-¡Que te quedas sin mí!» -dijo Maurín a Manuel Sánchez cuando lo vio498.



Maurín dejó algunos de sus manuscritos en custodia a Manuel Sánchez -no todos, ya que se llevó con él May y seguramente también ¡Miau!, sus dos obras más queridas499-, el cual los guardó durante varios años en su casa, hasta que Maurín se trasladó a Nueva York500.

¿A qué se debía el traslado de cárcel? ¿Qué había ocurrido?

El 20 de mayo de 1941, Franco nombró ministro de la Gobernación al general Valentín Galarza, franquista puro, antifalangista, el cual designó como subsecretario   —319→   al tradicionalista Antonio Iturmendi y como director general de Seguridad al teniente coronel Gerardo Caballero. En consecuencia, la influencia de Serrano en Gobernación desapareció por completo. Ante el cambio de ministro, el director de la prisión provincial de Salamanca -que debía estar cansado de tener un preso en situación tan irregular-, el 19 de septiembre pidió instrucciones al director general de Seguridad sobre el recluso Joaquín Maurín Ferrer. A partir de ahí los hechos se desencadenaron, aun con la lentitud propia de la burocracia.

El 24 de septiembre, contestó el director general que se debía preguntar directamente al ministro por la situación de Maurín, puesto que el preso estaba a disposición del ministro. El ministro Galarza, por supuesto, no sabía nada de Máximo Uriarte Ortega, de Portugalete, ni tenía idea de qué pintaba en la cárcel de Salamanca, a esas alturas, el secretario general del POUM501. Si lo consultó con Franco, la respuesta debió ser sencilla: consejo de guerra. El 10 de octubre de 1941 se recibió oficio en la prisión de Salamanca del director general de Seguridad comunicando que el ministro de la Gobernación había resuelto que «JOAQUÍN MAURÍN JULIA o MAURÍN FERRER, detenido en esa prisión, sea puesto a disposición de la Autoridad Judicial Militar a los fines de justicia, dejando por lo tanto de ser detenido gubernativo»502.

En ese preciso momento, aunque él no lo supiera, Maurín había recuperado su verdadera identidad. Por más que fuera la de la justicia militar, una mano rescataba al Robinson Crusoe de Salamanca. De ese modo, Maurín fue entregado a la Guardia Civil el 5 de mayo de 1942, por orden del gobernador civil, para su traslado a la prisión celular de Barcelona a disposición del juzgado militar número 11 de Barcelona. Habiendo permanecido en la prisión de Salamanca por un período de 4 años, 5 meses y 3 días.

El día en que se iba, unos amigos se reunieron para darle la despedida con un concierto de guitarra503:

Con las puertas de las celdas abiertas -la de Maurín entornada-, cuatro amigos le dimos un breve y muy sentido homenaje de despedida con un concierto cuya reseña hizo Segarra al instante: «Luz tamizada de verde de persiana y de paisaje, bajo el algodón de sueño de las horas de la tarde; en la pobre celda blanca, los cuatro oscuros petates, los cuatro amigos reclusos, los cuatro sueños iguales, las cuatro sendas truncadas, los cuatro ramos de afanes... los cuatro amigos ya no sienten que son árboles clavados en tierra negra... La pena se hizo más leve, la cárcel es menos cárcel... Y la guitarra que vierte el pulsar de dedos ágiles, oro, vino y luz de España, guzla y celosía árabes, estampas de agua y de luna y cadencias inmortales. Para nuestra pobre ánima -hosca, terronosa, grave- fue lluvia de primavera escuchar a Alberto Sánchez, el recio amigo manchego, bueno como niño grande, que nos dio ruecas de ensueño al regalarnos su arte... Con pena y con   —320→   dolor, infinitas esperanzas, admiración, respeto y coraje, estos cuatro amigos despiden la entrañable figura -tan cercana y tan distante-, brindan buen viaje y salud, siempre salud, a Máximo Uriarte».




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