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Iglesia de San Giovani Decollato

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Foto cedida por el Instituto Cervantes (Roma).






ArribaAbajoUna tarde en San Giovanni Decollato

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Foto cedida por el Instituto Cervantes (Roma).

La pequeña iglesia, que puede pasar inadvertida en cualquier parte, pero sobre todo en Roma, donde lo más corriente es que en una pequeña plaza pueda haber dos o tres iglesias, tiene un claustro. Confieso que fui a ver la iglesia porque es uno de los cinco claustros románicos que Roma tiene. Fui, pues, a ver el claustro, y entonces me enteré de que el tal claustro no tiene más que dos lados de columnas; el otro está enteramente tapado por el edificio de la Piccola Sixtina, de una capilla donde no entran más que los congregados. Y la otra parte está tapada por un edificio de dos pisos.

(...) En el claustro, en los dos lados que quedan libres, hay unas tumbas circulares. Son piedras que dejan una pequeña ranura entre el hueco que cubren y la otra piedra del piso. Asistí a la ceremonia acompañándome mi hermana Araceli y del escritor Elémire Zolla. Primero se reza el santo rosario en la Piccola Sixtina. Después salen, con cruz alzada, los cofrades, con los mismos trajes que en el siglo XVI, con las mismas cabezas, con los mismos perfiles. Eran los mismos: recogidos, silenciosos, atesorando una piedad que se iba a cumplir del modo más terrible. Entonces se llegaba, después de hacer un ángulo, al final del claustro, y allí los cofrades y los fieles admitidos nos colocábamos dejando libre un rectángulo. Sin duda alguna, ahí, dentro de ese rectángulo, estaba el ajusticiado. Y, la verdad, debo decir que, como estar, estaba. Yo no sé si era Bruno o quién era, pero estaba el ajusticiado.

Los que llevaban la cruz alzada -eclesiásticos de segundo rango- se retiran ya, van hacia atrás. Mientras tanto, se ha rezado en alta voz el responso y el salmo que invoca a Dios diciendo: «En el último día, el de la ira, acuérdate y ten piedad de mí». Se retiran los que llevan la cruz alzada después de entonado el salmo, se reza el padre nuestro, como ocurre o como ocurría al menos, en los responsos ordinarios. De pronto, se hace un silencio total. Las campanas tocan a muerto.


(Texto de María Zambrano, «Roma, ciudad abierta y secreta», en Diario 16, 9 de junio de 1985, Culturas, nº 9.)                






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