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Colección, 250.

 

112

Colección, 251 y 253.

 

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En carta de 15 de marzo de 1569 al Licenciado Espinosa, Presidente del Consejo de Indias, quejose fray Pedro de los religiosos, a propósito de uno de San Francisco: «... los pobres obispos no osan en semejantes casos proceder con rigor, porque temen la pluma y la lengua de los frailes». (J. T. Medina. Historia del Tribunal del Santo Oficio. Tomo I, pág. 22.)

 

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Como nuestro objeto no es sino patentizar la acción social de la Iglesia en favor del indio, prescindimos aquí de la legislación del trabajo dictada por la Madre Patria antes de las cédulas reales obtenidas por Monseñor de la Peña y que honran tanto al espíritu cristiano, de los Reyes Españoles. Quien quiera conocer a fondo esa materia puede leer, aparte de los magníficos libros de Viñas Mey, el muy docto de nuestro afamado jurista y compatriota, doctor Alfonso María Mora: La conquista española juzgada juridica y sociológicamente, págs. 40 y siguientes.

 

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A mediados del siglo XVIII, estaban «ya muy regados los españoles y mestizos, que poco a poco, con su permiso, se les fueron entrando, y como hombres de más industria y laboriosidad, se han ido haciendo dueños del terreno», (Bernardo Recio S. I. Compendiosa Relación de la Cristiandad de Quito, pág. 192.)

 

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Colección, 357.

 

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Desde el principio, los Reyes y la Iglesia procuraron que la evangelización se hiciese por métodos de atracción, no de coacción. Por esto no se empleó jamás contra los indios la Inquisición. En las instrucciones a los Inquisidores se lee textualmente: «Ítem se os advierte que por virtud de vuestros poderes no habéis de proceder contra los indios del dicho nuestro distrito, porque por ahora hasta que otra cosa se ordene, es nuestra voluntad que sólo uséis de ellos contra los cristianos viejos...» (J. T. Medina. Historia del Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición de Lima. Tomo I, pág. 17.)

 

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Este dato, sin embargo, merece cotejarse y contrapesarse con otros. Recordaremos con amargura que el Rey tuvo que dirigir a la Audiencia de Quito la cédula de 27 de mayo de 1582, en que manifestó su escándalo por la noticia que le había llegado de que un corregidor empleó a más de ciento veinte indios en llevar cargas y a diez o doce para conducir en hombros a su mujer. (Colección de Cédulas, pág. 389). Y poco después, el 30 de julio, envió otra cédula para expresarle su congoja por la denuncia que se le había hecho de la disminución de los indios, a causa de los excesos y tropelías que con ellos se cometían. (Colección, 393). Es verdad que esta denuncia no se refería a todo el territorio de la Audiencia, sino únicamente a ciertas regiones, donde los indios iban decreciendo, ora por los rigores del clima y las enfermedades palúdicas y la viruela, como por los excesos de encomenderos y mineros. Así, las Relaciones Geográficas proporcionan tristes datos en lo concerniente a Zaruma (Tomo III, pág. 224), Guayaquil (Id., pág. 7), Puertoviejo (Id., pág. 7) y Yahuarzongo, provincia respecto de la cual se escribió: «no ha habido en todo el Pirú mayores crueldades hechas a los naturales que en esta gobernación». (Id., pág. 231). También en Quijos, después de la rebelión de 1580, disminuyeron los indios en tal forma que «del todo se ha querido destruir esta gobernación», según dice Rodríguez Docampo (Rel. Geogr. Tomo. III, pág. XLV del Apéndice núm. 1). Era tan grande el horror del gravamen personal, que si nacía a un salvaje un hijo varón, «les daban garrote, porque no viniesen a tributar».

En cambio, en la región interandina -excepto Otavalo (Id. 109)- el aumento de los indios corría parejas con el incremento de sus comodidades y riquezas. Ya el arcediano Rodríguez de Aguayo observaba con absoluta imparcialidad, porque estaba en España y sin esperanzas de obispar: «En la dicha provincia de Quito han crecido los naturales después de la conquista en gran número más que en otra parte ninguna del Perú». (Id., pág. 56). Y luego agregaba: «Es gente que fácilmente han venido y cada día vienen al conocimiento de Nuestra Santa Fe Católica; gente dócil y de buena disposición y dados al trabajo del agricultura y otras artes de carpintería. Crían muchos ganados. Es gente remediada y bien vestidos de lana y algodón, el cual algodón se cría en la tierra de los dichos Yumbos». Asimismo en la Relación de Cuenca y su provincia se afirma que «va más en aumento los dichos naturales que no en disminución», «por estar como están muy sobrellevados y libres y no tan subjetos como lo estaban en tiempo de su señor el Inga» (159). Y en Chunchi: «Viven agora más sanos y se aumentan más que en el tiempo del Inga y de su gentilidad, por la paz que hay...» (Pág. 190). En cuanto a Loja se dice cosa parecida: «Que el número de naturales... antes iban en crecimiento que en disminución, por ser la tierra sana donde habitan, y ser el trabajo moderado; y que entienden ya su libertad y gozan de ella». (Pág. 214). El número de indios «tributarios» se estimaba en 1582 en cien mil (pág. 24), aunque otros la reducían a la mitad. (Pág. 92).

Las Relaciones ponderan igualmente el acrecentamiento de la riqueza de los indios, sobre todo en ganados. En la de 1573 se anota que «todos los ganados comunmente se crían como en España...; todo se ha acrecido y aumentado de manera, que al principio que se trajo a la tierra valía una vaca desde ochenta hasta cien pesos..., agora vale una vaca cuatro pesos...» Y de Cuenca se decía: «Críanse mucho ganado de Castilla...; y danse los indios mucho a la crianza y labranza, y en este pueblo más que en otro, tienen más curiosidades en esto, porque ya labran con bueyes y tienen muchos». (175).

Su alimentación había mejorado respecto de la que tenían antes de la conquista: «comen carne de carneros de la tierra y de Castilla, y antiguamente no la comían sino los caciques y señores. También usan de los mantenimientos que nosotros usamos...» La longevidad era grande en las regiones frías. «Todos ellos viven sanos, y así hay muchos muy vejísimos». (Pág. 214).

En algunas regiones era particularmente entrañable la colaboración de blancos y naturales. Así ha quedado constancia del buen trato que recibían estos últimos en el valle de Pimampiro, no sabemos si por la necesidad que de ellos se tenía para el cultivo o por otra razón más elevada. «Los españoles, dice una Relación, los llevan a sus casas y los curan estando enfermos, y dándoles lo que piden, y se huelgan mucho, a lo que parece, en su compañía...» (Relaciones Geográficas. Tomo III, pág. 113).

Es indudable que, a consecuencia del desarrollo fabril en la Presidencia de Quito y, en general, en todo el Virreinato del Perú, hubo verdadero lujo entre algunas clases de indios, a tal punto que el Gobernador de la Audiencia de Lima viose obligado a prohibir que los caciques y principales naturales, vistiesen de seda como los españoles; y el P. Calancha decía a fines del siglo XVI: «hasta los indios, negros y personas viles gastan sedas y visten rajas...» (Ricardo Cappa S. J.: Estudios Críticos acerca de la Dominación Española en América. Tomo VII. Industria fabril, págs. 11 y siguientes).

 

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Historia General, tomo II, pág. 467.

 

120

Colección 310.

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