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ArribaAbajo[Física]. Proemio

Vencidas las asperezas de la Lógica, hemos llegado por fin, con la ayuda de Dios, a los amenísimos campos de la Física o Ciencias Naturales: aquí no brotan cardos, no amagan espinas; no nacen abrojos, antes una lucida mies, engalanada de flores, abundante en frutos y llena de innumerables maravillas, se ofrece ahora a nuestras miradas y se abre a nuestras investigaciones:


¡Oh felices aquellos que cuidaron
de investigar aquesto, los primeros!



Aquí, no tanto para ejercicio del entendimiento, cuanto para deleite de nuestra curiosidad, ya en el vestíbulo y como otras tantas visiones, os recibirán el caos de Anaxágoras, el infinito de Xenófanes, los torbellinos de Epicuro, la armonía de Pitágoras, lo grande y pequeño de Platón, lo sólido y vacuo de Demócrito, el frío y calor de Parménides, el agua de Tales, el fuego de Heráclito, la tierra de Hesíodo, el aire de Eurípides, las entelequias de Aristóteles y los elementos de Empédocles.

Después, cuando con investigación más profunda, hayáis penetrado en los senos recónditos de la naturaleza, ¡qué de prodigios (¡oh dioses!), qué de milagros no arrebatarán nuestros ojos, nuestro espíritu y nuestra mente! De un lado la naturaleza del hombre compuesta de dos partes, una terrena y otra celeste; de otro, los instintos de los brutos formados de elementos en parte todavía desconocidos; aquí las prodigiosas metamorfosis de cuerpos que se sobreponen unos a otros, o que se compenetran para formar uno solo; allí los maravillosos meteoros   -584-   -verdaderos portentos de la tierra y del cielo- producidos por la reunión de elementos diversos; aquí los eclipses del sol y la luna que entenebrecen, no tanto los cielos, cuanto los espíritus de los hombres; allí los cometas présagos según se cree; aquí las órbitas luminosas de los planetas; allí los inmensos círculos que recorren los astros; aquí los principios de los meteoros; allí el origen de la luz, aquí los ímpetus de las tempestades, allí la vehemencia de los vientos, aquí el granizo, aquí las lluvias, aquí, en fin, los truenos que conmueven las mentes humanas; todo esto se pondrá bajo la escrutadora mirada de nuestra observación. ¡Qué placer tan inmenso y qué deleite tan puro será, amadísimos jóvenes, detenerse en la contemplación de cosas tan grandes, tan maravillosas y tan variadas!

Ea, pues, extraigamos los recónditos fenómenos de todo el orbe, que la naturaleza celosa, nos oculta en sus profundos senos. Grande ayuda nos prestará Aristóteles a quien tendremos como guía en todo nuestro camino, a no ser cuando, o por descuido o por error, él mismo se apartare de la verdad.

Este filósofo, doctísimo en las ciencias naturales, escribió cerca de sesenta acertadísimos libros sobre física; de éstas unos llamó Acroamáticos y otros Exotéricos. Acroamáticos o auscultatorios denominó aquellos que contenían una doctrina tan arcana y expresada en términos tan oscuros que no estaban al alcance sino sólo de los discípulos que de sus propios labios habían oído las lecciones. Exotéricos o extraños llamó aquellos que trataban de materias más sencillas y de exposición tan clara que aun los extraños e ignorantes las entendiesen sin dificultad.

A este filósofo de primer orden, benemérito de las ciencias y de las letras nos atendremos de muy buen grado, en nuestras escaramuzas científicas. Y no nos deben intimidar algunos charlatanes, llenos más de imprudencia que de conocimientos, quienes con unas pocas palabras -torbellinos, raeduras, cilindros, paralajes y algunas otras altisonantes arrebañadas a hurtadillas- de   -585-   los diccionarios de Pasendi o de Cartesio, imaginando que tocan ya con su frente los astros, atruenan contra la ciencia, y al Maestro, como a hombre maldito, lo dan al Aqueronte y a las Furias. Pero demasiado encumbrada se halla la doctrina peripatética como para que la puedan alcanzar las impugnaciones de los maldicientes o derrocarla del altísimo asiento donde pacíficamente reina. Porque a la verdad,

nubes y truenos con su planta huella.



Una cosa que me queda por pediros, jóvenes distinguidísimos, que cuando hayáis abarcado con vuestro espíritu y recorrido con vuestra mente, el cielo, la tierra, los mares y la máquina del mundo, tan hermosa a la vista, tan grande en su mole, tan admirable en su artificio, formada de tantos orbes luminosos, agitada con tan misteriosos movimientos, ceñida de lazos tan estrechos, sujeta a leyes eternas e inmutables, améis de todo corazón al Hacedor sapientísimo al par que poderoso, le honréis y le rindáis gracias continuas «por haber dado clara noticia de su nombre a todas las inteligencias con la creación y maravilloso orden de tantas y tan grandes cosas»; pues por su mandato se mueven los orbes celestes en su perenne rotación, recorren su órbita los astros, extiéndese el aire, agítanse los vientos, mantiénese equilibrada la tierra y con deleznable valla enfrénanse los entumecidos oleajes del océano.



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ArribaAbajoDisputa III
De la forma sustancial


Cuestión II

Si la forma sustancial de las plantas y de los insectos dimana de la putrefacción

En la generación de las plantas y de los insectos no se engendra la materia, porque ésta es ingenerable, sino que se engendra solamente la forma. De aquí es que la cuestión sobre si las plantas y algunos animales (que suelen llamarse imperfectos, insectos, éntomas, o espontáneamente nacidos), provienen de la putrefacción, se reduce a inquirir si su forma sustancial viva es o no engendrada por la putrefacción.

Comunísima es la sentencia de los Aristotélicos que, siguiendo al mismo Aristóteles (Lib. I de la Historia de los animales, capítulo 5.º), enseña que algunas plantas nacen al acaso y que algunos animales, como las pulgas, piojos, moscas, gusanos, ratones y otros, provienen de la putrefacción. Están de acuerdo estos autores en que la podredumbre es la materia en la cual se engendran los insectos; difieren, sin embargo, en señalar la causa segunda productiva de los mismos.

Juzgan algunos que tal causa es el sol; otros, con Aristóteles, afirman que el cielo; otros, con los Tomistas, dan por causa activa y productiva de los insectos, la   -587-   humedad, el calor, el movimiento y otros accidentes que se encuentran en la putrefacción. Oigamos a Ovidio, que en este asunto, no parece haber sido Tomista:

Una vez que el agua y el calor se han equilibrado, se fecundan, y de estos dos elementos nacen todas las cosas; y por la oposición que existe entre el agua y el fuego, el vapor húmedo crea las cosas, pues esta fusión de elementos opuestos favorece a la generación.



Contra esta opinión proclaman a una todos los modernos con San Agustín, que no se da generación alguna equívoca o espontánea y que todas las plantas y animales, sean de la naturaleza que fueren, nacen de semillas o de huevos. A los filósofos recientes se agregan no pocos aristotélicos modernos, y entre los nuestros, los Padres Kircher, Regnault, Bautista Pagano, Esteban Manerio, José Falck, Antonio Mayr, el Cardenal Tolomeo, Lossada y otros.

PRIMERA ASERCIÓN

Afirmo primeramente: las formas de los animales o los mismos animales, aun aquellos que se llaman insectos, no son engendrados por la podredumbre sino que provienen de huevos o semillas. Se prueba esta aserción, en primer lugar, por la autoridad del gran Agustín (Lib. II De la Trinidad, cap. 8.º, N.º 13): Omnium rerum quae corporaliter visibiliterque nascuntur, occulta quaedam semina in istis corporeis mundi huius elementis latent... et quamvis semen aliquando oculis videre nequeamus, ratione tamen conicere possumus. Quaecumque enim nascuntur ex occultis seminibus accipiunt progrediendi primordia: «Todas las cosas que nacen corporal y visiblemente, tienen algunos gérmenes ocultos en los elementos corpóreos de este mundo... y aunque algunas veces no podamos ver a simple vista este germen, podemos, sin embargo, con la razón conjeturar de su existencia. Porque todo cuanto nace, recibe de gérmenes   -588-   ocultos el principio de crecimiento». Esta es nuestra aserción expresamente sostenida por San Agustín.

Lo pruebo, en segundo lugar, por la razón. Cualquier animal es más perfecto que el cielo, el sol y la podredumbre; luego el cielo, el sol y la podredumbre no pueden físicamente producir animal alguno. Pruebo primera el antecedente, para luego probar la consecuencia. San Agustín (Lib. 1, De la religión verdadera, c. II), dice: Quaelibet substantia vivens, cuilibet non vivae substantiae naturae lege proeponitur: «Cualquier sustancia viva se sobrepone, por ley de la naturaleza, a cualquier sustancia no viva»; ahora bien, cualquier animal es sustancia viva, y el cielo, sol o podredumbre no lo son, luego...

Pruebo ya la consecuencia del primer entimema. Una causa no viva y menos perfecta no puede producir un efecto vivo y más perfecto; luego el cielo, el sol o la podredumbre no pueden físicamente producir un animal. El antecedente consta de aquellos axiomas corrientes: «Cuanto más perfecto es el acto, tanto más lo es la potencia. Nadie da lo que no tiene». Lo cual aun el poeta propuso como principio evidente por sí mismo:

Creedme, nadie puede dar lo que a él mismo le falta.



Se confirma en primer lugar, del modo siguiente. El cielo, el sol y la podredumbre son, según los contrarios, causas universales e indiferentes para producir un ratón, o una mosca, o un gusano, o una mariposa; luego debe darse alguna concausa determinante para que produzcan más bien un gusano que una mosca, una mosca de esta especie más bien que de otra, etc. Señálese, pues, este determinante.

Se confirma en segundo lugar. Si el cielo, el sol o la podredumbre pudiesen producir gusanos, ratones, mariposas, etc., podrían también producir ovejas, toros o caballos; pero, es así que no pueden esto, luego tampoco aquello. Niegan los contrarios la mayor; pero no sé que razón de disparidad puedan señalar; pues tan animal es la mariposa como el caballo; tan estupenda y admirabilísima   -589-   es la estructura de un gusano, como la de un toro, y más admirable todavía, cuanto más diminuta; porque absolutamente cierto es lo que decía Plinio: Rerum natura nusquam magis quam in minimis tota est. «En ninguna parte se halla la naturaleza más en su plenitud que en los seres pequeños». Ni en cosa alguna brillan más el infinito poder de Dios y su excelsa sabiduría, que en la sorprendente organización de las animales más pequeños compuestos de tantos músculos perfectísimos, de tantas fibras, venas, vasos, miembros y partes. Cuan hermosamente lo dijo el poeta:

¡Maior et in minimis cernitur esse Deus!



¡Más grande se muestra Dios en los seres más pequeños!



Si pueden, por tanto, esos prodigiosos y diminutos animales ser engendrados por la putrefacción ¿por qué no lo podrán de igual modo otros mayores? Si admitimos que las moscas, gusanos, ratones y otros seres vivos como éstos nacen de la materia putrefacta, ¿por qué no podremos «creer que de los restos opimos del diluvio nacieron las serpientes, y que de los dientes sembrados de la Hidra Cadmea brotaron armados guerreros valerosos, o que de las espumas de la mar emergió la hermosísima Venus?».

Tal vez dejando a un lado el rumbo de Aristóteles y Aristotélicos, se me responderá, con el Padre Fonseca, que la podredumbre no es la causa productiva de los insectos, sino que sólo es la disposición para ella, y que, a exigencia de tal disposición, Dios como causa única y total produce los animales dichos. Esta respuesta la refutaré en la siguiente aserción. Oigamos entretanto el fundamento del Padre Fonseca, que es como sigue:

Cuando no hay una causa segunda proporcionada, de algún efecto creado, debemos recurrir a Dios; ahora bien, en la generación de los insectos no hay causa segunda proporcionada; luego debemos recurrir a Dios. Pero la menor de este silogismo es falsa; pruébela el Padre Fonseca; pruebe que en la generación de los insectos no intervienen   -590-   huevos, que son ciertamente su causa proporcionada.

Nos responderá que jamás hemos visto tales huevos. Niego segunda vez la proposición. Cien y cien veces doctísimos observadores han visto esos óvulos con ayuda del microscopio. Consúltense sobre este asunto Rohault, Boyle, Malpighi, Redi, Vallisnieri, y el Padre Francisco Lana Terzi en su preciosísima obra titulada: Magisterium naturae et artis (Magisterio de la naturaleza y del arte).

Mas, aunque nunca hubiesen sido vistos tales óvulos ¿qué se seguiría de allí? ¿Ha visto, por ventura, alguna vez el Padre Fonseca, la materia prima, las formas sustanciales, los accidentes absolutos y otras cosas semejantes? Claro está que no, porque, según todos los peripatéticos, sólo el color puede verse. ¿Cómo, pues, admite todo eso? Responderá que, aun cuando la existencia de tales cosas no se vea con los ojos, se conoce, no obstante, por la razón. Muy bien; pero esto mismo es lo que sostenemos nosotros con el gran Agustín: Quamvis semen oculis videre nequeamus, ratione tamen conicere possumus. «Aunque no podamos ver el germen con los ojos, la razón, sin embargo, nos permite conjeturarlo».

Se nos preguntará: ¿qué razones son las que mueven a creer que en la podredumbre se encuentran tales huevos? Respondo que todos los fundamentos con que hasta aquí hemos probado nuestra aserción. Muévenos, además, primero, la evidencia física de los ojos, pues, como arriba dije, tales huevos han sido vistos, repetidas veces, en podredumbre. Nos mueve, en segundo lugar, la razón, en virtud de la cual de las cosas conocidas sabemos deducir los principios para las desconocidas; es así que todas las generaciones de que tenemos cabal conocimiento dimanan de huevos o de semilla; luego debe creerse que sucede lo propio en las generaciones menos conocidas. Consta la menor en la generación de los hombres, de los animales cuadrúpedos, de las aves, etc. Nos mueve en tercer lugar este otro motivo: no todas las tierras producen las mismas plantas, ni los mismos insectos, según aquellos de Virgilio; Non omnis fert omnia tellus;   -591-   ahora bien, esto no puede explicarse sino diciendo que no se encuentran en todas las regiones las mismas semillas ni las mismas disposiciones para su nutrición; luego... En todas las comarcas, sí, se dan cielo, sol y podredumbre; si éstas son, pues, las causas de todas las plantas e insectos, ¿por qué no nacen en todas las regiones todas las plantas y todos los insectos? Nos mueve, en cuarto lugar, la experiencia; pues, si dentro de la máquina Boyliana encerramos agua o carne, extrayendo de ella el aire, ningún gusano nace de estas materias, aunque se las conserve durante años en dicha máquina.

Más terminante todavía es el experimento del sagacísimo observador Francisco Redi. Tomó cuatro vasos de cristal, en el primero de los cuales puso una serpiente muerta; en el segundo, un pez de río, en el tercero, unas anguilas pequeñas, igualmente muertas; en el cuarto, un pedazo de carne de becerra de leche, e inmediatamente cubrió aquellos vasos herméticamente. En otros cuatro vasos de cristal colocó otros tantos cadáveres y los dejó descubiertos, de modo que las moscas pudiesen posarse en ellos. Corrompiéronse todos los cadáveres, tanto de los primeros vasos como de los segundos; pero con esta diferencia que en los cadáveres encerrados en vasos cubiertos no brotó gusano alguno, y muchísimos en los colocados en vasos abiertos. Repetido muchas veces este experimento por el mismo autor, dio siempre el mismo resultado.

Así pues, digo que tal diferencia no puede explicarse racionalmente, sino diciendo que los huevos que vienen volando por el aire, tanto de insectos, como de moscas, al penetrar en los vasos descubiertos, fueron fermentados por la putrefacción de los cadáveres y de allí brotaron los gusanos. Luego la generación de los insectos proviene de huevos.

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SEGUNDA ASERCIÓN

Afirmo, en segundo lugar: la forma viva de las plantas no es engendrada al acaso, o, como dicen espontáneamente, sino que más bien todas las plantas, sean cuales fueren, nacen de la panspermia (esto es, semen universal), entendido latamente, o de semilla. Esta aserción se prueba con las mismas razones con que quedó probada la anterior.

Ahora, brevemente la pruebo por la Sagrada Escritura. En el capítulo primero del Génesis se dice: Germinet terra herbam virentem et facientem fructum iuxta genus suum, cuius semen in semetipso sit super terram, et factum est ita; et produxit terra herbam virentem et facientem semen iuxta genus suum, lignumque faciens fructum et habens unumquodque sementem, secundum speciem suam: «Produzca la tierra yerba verde que dé fruto conforme a su especie, que tenga en sí mismo la semilla sobre la tierra, e hízose así; produjo la tierra yerba verde, que diera fruto conforme a su especie, y árbol que llevase fruto y tuviese en sí la simiente cada cual según su clase».

Luego cualquier yerba tiene su semilla propia; luego cualquier yerba nace de su propia semilla. Inútil hubiese sido dar desde el principio del mundo a todas las plantas su semilla, si cualquier planta pudiese nacer no de semilla, sino de la putrefacción o al acaso.

Pruebo la aserción en segundo lugar por la razón: Las plantas no nacen de un concurso casual de elementos, ni únicamente de accidentes, o de solo Dios; pues tiene que nacer de semilla. Se prueba por partes el antecedente. Pruebo la primera: si las partículas de elementos al concurrir al acaso pudieran producir la maravillosa estructura de una planta y su cuerpo organizado con tanto artificio, con tanto arte, podrían también producir los brutos animales, el cuerpo humano y todas las cosas visibles; ahora bien esto es absurdo y abre el camino al error de los Epicúreos; luego... Y por cierto pregunto a los contrarios: ¿por qué de una mezcla casual de letras   -593-   no aparece de repente la sagrada Biblia, o la Suma de Santo Tomás? ¿Por qué del concurso de metales varios no brota al acaso un reloj? Y ¿podrían, no obstante, de la fusión casual de elementos formarse las plantas siempre regulares, siempre perfectísimas, siempre admirables? De ninguna manera. «Porque todas las partes de la obra denuncian al Hacedor que las creó y con su aliento vivificador las conserva. Brilla en los campos el divino poderío y aun una sola yerbecilla aclama la presencia de Dios».

La mayor la tienen los Filósofos por axioma y, como nota nuestro doctísimo Dechales (tomo II Mathesis), todos los filósofos en las cuestiones acerca de la causa productiva de los efectos naturales evitan siempre el recurso a Dios, como subterfugio de la ignorancia. Y ciertamente que si tal recurso estuviese siempre a mano cesarían inmediatamente las cuestiones físicas y los filósofos todos descansando de sus investigaciones podrían cantar en apabilísimo solaz:

Deus nobis haec otia fecit...



Dios nos ha dado este descanso...



OBJECIONES CONTRA LA SEGUNDA ASERCIÓN

Primera: muchísimos experimentos. El primero, tomado de Teofrasto. A un ciervo le nació una hiedra verde entre los cuernos. El segundo, de los Padres Kircher y Séñeri: a un español le nació una planta de espinos entre las costillas. El tercero, del Padre Regnault: una caña de azúcar echó raíces en el vientre de un elefante. El cuarto, de un diario de los sabios de París: en las entrañas de muchos hombres se han encontrado hongos; ahora bien, todas estas plantas no provienen de semilla; luego...

Respondo que ya querría oír a los contrarios disertar cómo todas estas cosas han nacido de la putrefacción... Pero, renunciando a discutir la verdad de los experimentos, los cuales, aunque no dejan de infundirme mucha   -594-   duda, con todo no me atrevo a negarlos abiertamente, ya que la atestiguan sabios tan doctos y graves; yo niego la menor de la objeción.

Al primer experimento respondo que cayendo una semilla de hiedra en la cabeza del ciervo y enredada en sus lanas pudo permanecer allí, hasta que, hallando las disposiciones suficientes, pudo brotar la planta.

Al segundo experimento, es clara la respuesta de León Alat de quien han tomado la historia Kircher y Séñeri. Porque aquel español cayó en los espinos y se hirió gravemente. Pudo por tanto alguna semilla de las espinas entrar por las heridas y dentro echar raíces. Se me dirá que es casi increíble. Respondo que también es casi increíble la historia y que si se da crédito a ella, también se lo ha de dar a la respuesta.

Del mismo modo contesto al tercero y cuarto experimentos que las semillas de la caña de azúcar y de los hongos penetrando en el estómago con el aire, el alimento o la bebida, y hallando en las entrañas las disposiciones necesarias, pudieron echar raíces y crecer.

Segunda objeción: en los techos de las casas y en las torres nacen hierbas; ahora bien, está claro que allí no hay semilla alguna; luego no todas las plantas nacen de semilla. Niego la menor. Muchas semillas son llevadas por el aire; muchas suben con los vapores y exhalaciones de la tierra...; de aquí sucede que el aire, o las lluvias, o las aves pueden depositar en las torres y en los techos semillas de plantas, como dice un renombrado poeta moderno: «Vientos, o aves, o lluvias llevaron allá la semilla».

Esta respuesta tiene en su favor la experiencia. Pregunto a los contrarios: si nacen las plantas al acaso, ¿por qué sólo en la comarca de Ambato, por ejemplo, o de Quito, brotan sobre las casas los higos americanos que vulgarmente llamamos tunas? Si no es porque, como aquella región tiene en abundancia esta planta, sus semillas son llevadas fácilmente, o por el aire, o por las aves.





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ArribaAbajoOntología o Metafísica

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ArribaDisputa II
De las potencias espirituales del alma


Las potencias espirituales del alma, a saber, memoria, entendimiento, y voluntad, son realmente diversas del alma y tiene distinción real entre sí. Consideremos ahora los actos u operaciones propias de estas potencias. Toda operación interior es conocimiento, y todo conocimiento puede ser o intuitivo, o abstractivo, o quiditativo o comprensivo: llámase intuitivo el conocimiento claro y manifiesto del objeto producido inmediatamente por la presencia del mismo. Tal es, por ejemplo, el de los bienaventurados en su visión de Dios, y el que tenemos nosotros cuando ponemos nuestra vista en el sol. Abstractivo es el que se adquiere de un objeto determinado por medio de ideas o representaciones de otros; así el conocimiento que alcanzamos de Dios por medio de las criaturas o de la revelación, el que tenemos del Sumo Pontífice, etc. Quiditativo o esencial, es el que manifiesta o representa la esencia del objeto. Comprensivo, finalmente, es aquel que abarca y comprende con claridad perfecta todos los principios, relaciones, conexiones, contrarios y más de una cosa, al punto que, como dice San Agustín, no quede nada latente al que la contemple o quiera conocer sus fines.

Ahora bien, hablando con verdad, fuerza nos es admitir que no podemos tener conocimiento, no diré ya comprensivo, mas ni siquiera quiditativo, de las cosas naturales como lo vimos al explicar aquel texto: Ut nesciat homo omne opus quod operatus est Dominus; «de suerte   -598-   que ignore el hombre las obras todas del Señor»; lo cual gallardamente declaró nuestro Padre Alápide, comentando el libro de Eclesiastés, donde dice: «No puede nuestro entendimiento percibir cosa alguna creada y natural sino mediante los sentidos; pero, como los sentidos no logran penetrar las esencias íntimas, propiedades y diferencias de las cosas, síguese que el entendimiento no puede conocer las esencias y principios de ellas».

No ignoro que hay en los monasterios y en las escuelas de los filósofos muchos «definidores»; pero ignoro si habrá entre sus definiciones, una sola que haya sido tenida por buena. «Algunos de éstos -dice al angélico Doctor- presumen de su ingenio, al escudriñar, con el propio entendimiento, la naturaleza de las cosas, teniendo por verdadero únicamente lo que a ellos se les representa como tal; y tal es el ardor con que se aferran a su parecer, que no quieren, no digo ya pensar, pero ni oír nada en contra. Tan despreciadores se muestran de lo ajeno».

Cuestión I

¿En que consiste el conocimiento?

Doce opiniones aduce sobre este punto nuestro Lince (Metaph. lib. VII); pero, de solas cuatro de ellas haremos breve mención. Afirma la primera que el entendimiento, mediante una acción distinta y real, produce cierta cualidad absoluta, en la que formalmente consiste la acción de conocer. Con el eximio y agudísimo doctor, piensan también los escotistas y muchos de los nuestros. La segunda enseña que el conocimiento consiste en la acción de la cualidad absoluta, y su unión con el entendimiento; siguen esta sentencia los Padres Hurtado, Arníbal, Espínula, y otros. La tercera, que es de los Tomistas, pone la percepción intelectual en la acción productora de otra cualidad absoluta, que no es conocimiento   -599-   sino representación del objeto y verbo en la mente. De donde, según ellos, en la representación del objeto no hay inteligencia del mismo, sino, a lo sumo, camino y causa de ella. La cuarta finalmente, afirma que el acto intelectivo, o conocimiento, consiste en cierta cualidad moral o acción, que es representación del objeto y producción de sí misma por el entendimiento, sin que se reproduzca otro término o cualidad distinta. Así lo enseñan el Cardenal de Lugo, el Padre Oviedo, Alderete, Lossada, Mayr y otros filósofos de nota, a quienes siguen muchos modernos.

Tenemos nosotros por conveniente adoptar el parecer de estos últimos, con quienes afirmamos que el conocimiento intelectivo consiste en la modificación intelectual, o en la acción que es representación intelectual del objeto, formada por el entendimiento. Esto se prueba con las palabras de Santo Tomás (I Contra Gentes, capítulo 100), que dicen así: «Llámase operación inmanente aquella por la cual no se produce otra cosa que la misma acción, como ver y oír», lo cual en nuestro caso quiere decir que con la acción inmanente del entendimiento no se produce otra cualidad distinta de ella misma: luego en ella consiste el conocimiento.

(Traducción del P. Luis Ernesto Bravo P., S. I.)











 
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